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Y asi, a la cama!

en Fetichismo

Esta es una versión de un relato del mismo autor de Arte Vivente.

Mamá entró a la habitación seguida de la doncella. Su hija Susan la miró, pensando en pedirle que por esa noche la dejara ir a dormir sin seguir el duro rito al que la estaba sometiendo desde hacía un tiempo, pero tras ver su expresión firme prefirió no discutir.

-Susan, es hora de que te vistas para ir a la cama.- Dijo simplemente.

Y es que sí, ella tenía que vestirse para ir a dormir, y además le resultaba imposible por sí sola desde que mamá había decidido que ya empezaba a ser el momento de entregarla como esposa. Cuanto más hermosa fuera más posibilidades tendría de encontrar a un buen partido, así que desde hacía unos meses seguía una estricta rutina en la que cada hora, tanto del día como de la noche debía ser aprovechada para hacer de ella la mujer más deseable que un hombre pudiera imaginar.

Susan se sentó en el banco del vestidor, resignada y sabiendo que ceder haría que todo fuera más fácil. Joan, la criada, la ayudo a desvestirse y unto todo su cuerpo con varias cremas diferentes, todas destinadas a mantener su piel tersa y libre de imperfecciones. Olían a rayos, y Susan sabía que no se libraría de ese olor hasta que le dejaran darse un baño por la mañana. Al principio había sentido nauseas, por suerte en ese momento empezaba a acostumbrarse.

Joan le hizo echar la cabeza hacia atrás e introdujo en su boca una mordaza de cuero. Ésta sostenía su lengua, evitando cualquier clase de problema, y evitaba que tensara los músculos de la boca, para que no se formaran arrugas antiestéticas en sus labios. También apretó sus orejas contra el cráneo con una cinta de cuero que cubría sus oídos e iba desde el nacimiento del pelo hasta la nuca. Después untó una máscara de algodón en una de las cremas y goteando la ajusto sobre su cara. Estaba hecha a medida, de un algodón buenísimo y se amoldaba perfectamente a las formas de su rostro y su cuello. Únicamente tenía unas pequeñas aberturas a la altura de los ojos, los agujeros de la nariz, y una sucesión de agujeros aun más pequeños sobre la boca. Entonces se volvió a su espalda, desde donde ató una finísima hilera de botones antes de colocar dos rodajas de pepino sobre sus ojos cerrados. Con una venda empapada en la misma loción envolvió su cabeza, sujetando las rodajas en su lugar.

Aunque ya no podía verlo, Susan sabía perfectamente lo que tocaba después, todos los días seguían el mismo orden. Joan tomo una máscara de cuero y la colocó justo encima de la anterior. Esta tenía un cordón desde la coronilla hasta el final del cuello para ser ajustada y garantizaba que la crema permanecería en su lugar hasta que la piel, tensa y alisada, la absorbiera. Apretó los cordones hasta que creyó que era suficiente, momento en el que miró a la madre en busca de aprobación, cuando ella hubo asentido hizo un lazo y tomo dos cintas de debajo de la barbilla de Susan, éstas se tensaban la parte inferior de la mandíbula y eran atadas en un aro de metal sobre la coronilla. Estiró con fuerza y miro de nuevo a la madre, que no hizo ningún gesto. Entonces continuó estirando hasta que un quejido salió de debajo de la máscara y enlazó las dos cintas juntas sobre el aro.

El siguiente artilugio era un embellecedor de pechos. Tenía tres partes, la primera en ser colocada eran unos estrechos tubos por los que era pasado cada pezón, Ese era, posiblemente, el articulo más difícil de poner de todo lo que constituía su atuendo nocturno ya que Joan debía ingeniárselas para hinchar sus pezones y hacerlos pasar por un agujero minúsculo. El truco solía ser meterlos cuando aun eran pequeños y conseguir que crecieran dentro por si solos. Entonces los agarraba, a veces con las uñas, y estiraba hasta que sobresalían de la pieza de metal, que era apretada con un sencillo giro para evitar que al contraerse de nuevo se escaparan.

Lo siguiente era un arnés que cubría sus hombros y pasaba por su espalda. El arnés sujetaba la última pieza que eran dos anillos de metal que se apretaban en la base de cada pecho. Joan los colocó e hizo girar hasta que la muchacha gimoteó de dolor y sus tetas de Susan se convirtieron en dos grandes y prominentes orbes que llegaban casi a la altura de sus hombros.

Lilian, la madre de Susan, siempre se había sentido orgullosa del cuello de cisne que tenían las mujeres de su familia, fino, alto y elegante, contrastaba con la curva de su nuca y pecho. Sin embargo no estaba conforme con el de su hija. Sabía que podía parecer más delicado aún, y por eso había encargado un corsé especial a Londres después de descubrir que una amiga suya lo usaba con su propia hija.

Era muy parecido a un corsé en su funcionamiento. Era un tubo de tela con ballenas, solo que no tenía corchetes para ser ajustado. Se lo tendió a Joan, que comenzó a atarlo pacientemente al cuello de la muchacha. Susan tuvo que echar la cabeza aún más hacia atrás hasta que estuvo mirando al techo. Era molesto y doloroso, le obligaba a estirar el cuello y forzaba su cabeza hacia arriba, además hacia mas difícil su respiración ya que Joan debía apretarlo hasta que su madre se sentía conforme con la altura y la anchura que aparentaba.

Con cada respiración, ahora que esta era más difícil y su pecho se movía trabajosamente, sus tetas se apretaban más en los aros. Susan, tratando de acostumbrarse a su nueva forma de respirar, rápida y breve, brevísima, estiró las piernas, sabiendo qué era lo próximo, pero para su sorpresa Joan la ayudó a levantarse y la hizo caminar hasta un punto indeterminado de la habitación. Cegada y prácticamente sorda tanteó con confusión a su alrededor hasta dar con algo blando a la altura de su ombligo. Joan la hizo inclinarse hacia lo que era bastante parecido a u potro, obligándola a poner el culo en pompa. Susan se sentía extrañada por el sorpresivo cambio en la rutina pero tanto la postura como la mordaza no le permitían preguntar.

Entonces, para su sorpresa sintió uno de los dedos de la criada hurgar en su culo. Asustada dio un brinco pero la doncella se encargó de sujetarla en el sitio con firmeza. Para su alivio no tardó en sacarlo, aunque algo duro y frio sustituyó su dedo en unos segundos. Estaba empapado en algo parecido al aceite, y no sin esfuerzo fue introducido en su culo. Le dolía, era enorme y no entendía qué demonios era eso. Entonces Joan le hizo separar un poco las piernas, lo justo para pasar una pieza metálica, como un cuenco alargado, entre ellas y apretar su sexo. Se suponía que éste debía permanecer cerrado y estrecho y el aparato de metal pretendía acrecentar esas características apretando su coñito. Además, una de las doncellas había descubierto a la chiquilla hablando con unas amigas suyas sobre sexo, y su madre temía que la niña pudiera estar cayendo en el pecado. Una señorita debía mantenerse alejada del vicio y así se aseguraba de obligarla a hacerlo.

Joan ayudó a la confusa muchacha a subirse al potro a horcajadas. La estructura de madera estaba cubierta por un cojín, pero era muy estrecho y la presión de la pieza de metal hizo gemir de dolor a Susan. La criada dio un par de vueltas a una tuerca en el aparato de metal, que se estrechó apretando la carne entre sus ingles y sacando otro quejido de debajo de la máscara.

Después de recibir la aprobación de su madre, Joan ató las extremidades de la muchacha a unas cinchas que se encargaban de estirarlas. Era bien sabido que las jóvenes de piernas largas eran muy apreciadas y Lilian había decidido introducir ese aparato en la rutina de su hija. Al estirar con fuerza de una palanca las piernas eran estiradas en varios puntos diferentes, y, según aseguran, usándolas durante un periodo largo de tiempo se alargaban entre dos y cinco centímetros. Una vez estiradas había que colocar rápidamente las botas de entrenamiento aunque modificadas para que por su mayor longitud obligaran a las piernas a permanecer estiradas aun después de soltarlas del aparato.

Joan colocó unas anillas de metal sobre los tobillos y rodillas de la joven y deslizó rápidamente las botas en sus piernas. Susan se retorcía aunque esta vez no había hecho ningún ruido. Las anillas se sujetaban a las botas en su posición a través de unas arandelas para mantener la proporción correcta de estiramiento en cada sección de la pierna. Después, el cuero y las ballenas de metal se encargaban de apretar los pies y colocar los músculos en su forma y posición ideal. Joan comenzó a anudar los cordones de las botas con fiereza, obligando a los pies de Susan a estirarse y arquearse hasta mantener el ángulo exacto con el resto de las piernas. Las botas no tenían tacón y parecían las zapatillas de una bailarina, la parte correspondiente a la suela, así como el tobillo y los dedos estaban recubiertos de metal, con una tuerca muy parecida a la del aparato que torturaba su sexo virginal.

La criada apretó los cordones, obligando a las piernas de Susan a permanecer rígidamente estiradas y forzando su carne a estrecharse. Una muchacha debía ser delicada, y las botas contribuirían a ello. La grasa de sus piernas fue empujada dolorosamente hacia arriba, hacia su culo, que debía alzarse redondo, duro y respingón.

Cuando la criada hubo terminado con las botas soltó las cinchas, y las piernas de Susan cayeron por su propio peso, manteniendo su nueva longitud. Entonces Joan dio tres vueltas a la tuerca de metal de las botas, ignorando el murmullo de dolor al obligar a sus pies a contraerse.

Sin esperar más preámbulos Susan alzo uno de sus brazos, preparándose para la siguiente fase de su vestimenta nocturna. La criada tardo unos diez minutos en conseguir poner cada uno de sus guantes de piel, ya que eran tan estrechos que había que ir desenrollándolos poco a poco y empujando la carne en un rollito hacia arriba. Al llegar a su hombro ató los guantes al corsé del cuello para evitar que volvieran a enrollarse por si solos.

Lilian se adelantó y ayudó a su hija a bajar del caballete. La joven gimió cuando sus dedos tuvieron que soportar todo su peso, y ambas mujeres ayudaron a Susana moverse por la habitación. Sus pasos eran una dolorosa y rápida sucesión de saltitos en la que apenas conseguía avanzar. Finalmente llegaron ante una barra horizontal en la pared y guiaron sus manos a ella.

La propia Susan se aupó en la barra para tratar de aliviar sus pies, entonces Joan aprovechó para dar otra vuelta en la tuerca de sus pies, que deberían haber perdido tensión al ser apretados por su propio peso. Ignorando el gimoteo ahogado de la joven la doncella sostuvo el corsé de la muchacha y se lo puso pasando sus brazos por dos agujeros, como si se tratara de un abrigo. El corsé recorría toda su espalda, desde los hombros hasta el hueso de su cadera y tenia únicamente dos grandes huecos para sus pechos. Era una prenda muy pesada a causa del rígido armazón de metal, que se centraba mas en ser efectivo que en ser cómodo.

Joan se dispuso a abrochar los corchetes que unían la parte delantera. El corsé ya resultaba apretado aun estando desatado. Susan lloriqueó bajo la máscara cuando las manos de la criada rozaron sus tetas hinchadas al enlazar la parte del corsé que pasaba entre ellas. El embellecedor las mantenía altas y turgentes, pero el corsé los empujaba en la que debería ser su situación perfecta en el centro del pecho, empujándolos una hacia la otra desde debajo de sus axilas. Lilian ató sus manos a la barra, que colgaba del techo con un par de cadenas y que Joan se apresuró a subir. Pronto Susan estuvo casi en el aire, con su cuerpo completamente estirado para facilitar la reducción de su cintura. Entonces la doncella comenzó a atar los lazos del corsé, constriñendo el cuerpo de la joven hacia la perfección. Habían estado siguiendo un rígido programa de entrenamiento desde que Lilian decidiera preparar a su hija para el matrimonio, y ese era ya el tercer corsé nocturno que utilizaban. Podía ser apretado hasta los 50 centímetros, pero a pesar de la insistencia de la madre aun no habían conseguido alcanzar esa meta.

Susan gemía cada vez que la cuerda apretaba las ballenas pero su madre, ignorándola, incitaba a la mujer a cerrar la prenda. ¡Ya casi estaba, por el amor de dios!

-¡Chssst! ¡Silencio! –Le dijo a su hija cuando emitió un gemido particularmente prolongado. Una señorita no demostraba su incomodidad ante el servicio. Menos aun cuando esa incomodidad era por su propio bien.

Al cabo de un rato la criada hizo una lazada y se apartó, sin aliento por el esfuerzo. Los pechos de Susan habían sido proyectados aun más hacia adelante, al buscar su carne un lugar por el que escapar de la presión, de forma que los anillos aun ejercían más presiónsobre estos. Un tanto contrariada Lilian le permitió ir a preparar la cama de su hija mientras el cuerpo de esta se acostumbraba a la presión de las ballenas. Cuando vio que su respiración se normalizaba llamó de nuevo a Joan para que terminara de ceñir el corsé.

Tras un violento esfuerzo los últimos centímetros se cerraron, abocando a la joven a un dolor atroz en su cintura, que era anormalmente comprimida hasta los consabidos 50 centímetros de circunferencia. Entonces se desmayó.

La doncella corrió en busca de las sales que volvería a traerla a la consciencia mientras la madre sonreía complacida. Su niña se había portado bastante bien, por primera vez había aguantado hasta el final.

Cuando despertó, ya no había un sólo lugar del cuerpo de Susan que no se sintiera comprimido o empujado dolorosamente. Lilian ordenó a la doncella que apretara las correas que ceñían los hombros de la muchacha, que se habían aflojado tras haber ceñido el corsé. Como Joan no encontraba un buen motivo para tensar demasiado las pretinas, simplemente las ajustó a la nueva medida. Sin embargo, Lilian insistió. Ella tampoco encontraba un buen motivo, pero entendía que si había correas tenían que estar prietas, muy prietas. La parte superior del cuerpo de Susan fue forzada de nuevo dentro del corsé, y sus pechos se proyectaron dolorosamente aun más hacia adelante y hacia arriba, llegando ya por encima de sus hombros en la parte superior.

Las ballenas del corsé podían verse a través de la piel, y las partes pudendas de la jovencita quedaban provocadoramente expuestas. Y libres. Para evitar eso la siguiente prenda era un bodi que se ataba, una vez más, con una lazada por la parte de atrás. Era solo semirrígido, de un material duro pero flexible. Entre ambas hicieron descender a la muchacha de la barra, que gimió de dolor cuando sus pies volvieron a sujetar su peso y su cuerpo fue devuelto a su posición natural. Entre ambas pasaron la prenda entre sus piernas, y la ajustaron al cuerpo. Les resulto difícil, ya que estaba pensado para mantener tenso su sexo, y tuvieron que hacer un esfuerzo para pasar los tirantes por sus hombros. La chica gimió cuando la tela apretó sus hipersensibilizados pechos pero ambas le ignoraron y ajustaron la prenda hasta que sus pezones parecieron estar a punto de romperla.

Entonces Lilian pidió una cinta métrica a su criada y midió la cintura de su hija de lado a lado y de delante atrás. Hizo un gesto de desagrado al percatarse de que era mucho mayor de lado a lado. Le había comentado ese error a su corsetero, y él había tratado de solucionarlo añadiendo un refuerzo de ballenas en los lados. Sin embargo no era del todo efectivo y sus resultados muy lentos, por lo que la madre había encargado un cinturón especial.

Era un círculo perfecto de metal con una banda de cuero en la parte delantera que permitía ajustarlo a la medida del portador. Joan lo forzó en la cadera de la muchacha, tensándolo hasta que los laterales se incrustaron en la cintura de la muchacha. Con el puesto era más que obvio que faltaba mucho espacio por delante y un poco por detrás.

Situándose una a cada lado y a un gesto de la madre ambas empezaron a girar las llaves situadas a los lados del cinturón, deformando el circulo de forma que empujaba las paredes del corsé. Susan gimió con fuerza, lo que intranquilizó a su madre, ya que el fabricante la había avisado de que ese método era muy efectivo, pero causaba un dolor atroz en quien lo llevaba. Sin embargo hizo de tripas corazón y continuó apretándolo hasta que todo el contorno de la cintura de su llorosa hija tocaba el artilugio. Volvió a tomar la cinta y satisfecha comprobó que las medidas habían cambiado. Y la cintura media unos quince centímetros de delante atrás y diez de lado a lado.

Entre ambas ayudaron a dirigirse, en sus minúsculos y quejumbrosos pasitos hasta la cama. Con la ayuda de Joan la muchacha se dejó caer como un peso muerto sobre el colchón. La criada la hizo girar sobre su costado y ató un nuevo corsé a sus brazos para tratar de remover la grasa hacia arriba. Inquieta por que sus manos se vieran hinchadas al amanecer Lilian ordenó a su criada colocarle también unos finísimos tubos que comprimían cada dedo. Después colocaron una pieza de metal en su espalda y ataron sus brazos juntos por detrás, uniéndolos tanto como era posible hasta juntar sus codos. Ese era el llamado corrector postural, le haría aprender a permanecer erguida y con los hombros bien tensos.

Todo aquello era muy efectivo, pero desde luego nada hermoso, y todos sabemos lo importante que es la estética en nuestro mundo. Por eso, tras todas esas prendas fijadas para componer el cuerpo perfecto Joan cubrió los pies de la muchacha con una suerte de patucos para bebé que llagaban hasta medio muslo. Después, un camisón largo que cubría sus manos y sus guantes en una sola manga llena de encajes, y todo su cuerpo desde el cuello hasta los tobillos. Por último fijo una bonita máscara de porcelana china a su cara y cubrió el resto de su cráneo con una peluca.

Ambas mujeres se apartaron a contemplar el fruto de su obra. La joven gemía allí dentro como una preciosa muñeca de porcelana, La muñeca más hermosa y perfecta del mundo.

Lilian se agachó a besar la fría mejilla de la careta de su hija, sintiendo una oleada de amor intenso por ese ser tan bello y convencida de que había hecho todo lo que estaba en su mano por que esa jovencita aprovechara sus horas de sueño en convertirse en un ser de fantasía.

Entonces apagaron la luz y salieron de la habitación.