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El amigo de mi ex (2)

en Sexo Oral

Después de aquella primera experiencia con el sexo anal, tuve una crisis en la relación con mi novio. Con el amigo de mi ex había aprendido que un beso, es siempre mucho más que sólo un beso. El órgano sexual que produce más placer es el cerebro, la creatividad… No sólo es el placer que da el sexo físico --el coito o las posiciones-- sino la profundidad, el significado que hay en las miradas, en las palabras y en las caricias. En cambio el sexo con mi novio se había convertido en simplemente sexo. Intenté ser más atrevida con él para estimular encuentros más profundos, pero lo interpretó de una manera errónea, como si yo fuera su criada sexual ansiosa de agradecerle su “gran” habilidad en la cama… si supiera que otro hombre era capaz de hacerme venir casi sin ponerme una mano encima…

Sólo pensaba en la manera de volver a tener un encuentro con el amigo de mi ex, aquel hombre que me había iniciado en un nuevo sentido del placer. Por otro lado, yo estaba segura que el dueño de mis pensamientos podría conseguir otras mujeres, que yo no era la única “princesa” a la que él había despertado de su sueño, y eso me provocaba una inseguridad muy grande que me impedía buscarlo de nuevo.

Así las cosas, para sacarme esa especie de tristeza que me estaba asfixiando, una noche se me ocurrió ver una película erótica, algo que hasta ese entonces simplemente no me llamaba la atención. No quería ir a un videoclub o a los puestos de la calle (y pasar por un momento bochornoso), así que decidí rentar una película por cable. Me encerré en mi habitación y me dispuse a abrir mi mente a las imágenes que estaba por presenciar.

Aunque había muchas partes aburridas y situaciones muy inverosímiles, me puse muy cachonda al ver todos aquellos cuerpos desnudos acariciándose y besándose desesperadamente. Sentí un placer diferente despertándose dentro de mí: el morbo de presenciar una relación entre dos desconocidos; simplemente no podía despegar mis ojos de la pantalla.

Empecé a tocarme y rápidamente mi deseo aumentó. Sentí el deseo de tocar mis senos y pellizcarme los pezones… dejé que mi vagina se humedeciera y luego empecé a jugar con ella y con mi clítoris. Empecé a revolcarme en la cama, ensayando varias posiciones para masturbarme. Me gustó quedarme boca abajo con la almohada en medio de las piernas y mis pezones tiesos, rozándose y apretándose deliciosamente contra las sábanas. Me dejé llevar por los gemidos y las imágenes de placer intenso en la película. Sentía como si un río de erotismo me arrastrara en su caudal de sensaciones. Me consentí ensayando con diferentes juguetes en mi panochita, dándome todos los orgasmos que mi cuerpo soportó. Terminé cansada y con una sonrisa, pero con una especie de apetito insatisfecho.

Así fui adentrándome en el mundo del cine porno y el erotismo, sobre todo a través de internet. Empecé a descargar películas en una vieja computadora que ya sólo usaba para revisar el correo. Cada nuevo filme alimentaba mi imaginación y me iba abriendo a nuevas ideas. Hubo una película en particular que me puso muy mal. La historia principal trataba sobre un chantajista que fuerza a una bella chica a cumplir las fantasías de hombres adinerados. Él filma dichos encuentros para seguir controlando a la chica y también a los hombres que se involucran con ella, además de reservarse para sí mismo los favores anales de la hermosa mujer. En general, me considero una mujer liberal, pero esa vez disfruté mucho con la idea de ser “forzada” y filmada al estar cogiendo. Una de las cogidas más gloriosas de la película se da en la misma posición en la que a mí me iniciaron en el placer anal. En mi imaginación eran mi boca y mi cuerpo los que recibían aquellas brutales penetraciones seguidas por abundantes descargas de semen. Estuve a punto de llamar al amigo de mi ex para pedirle que viniera a encularme como aquella vez; mi culito estaba ansioso de disfrutar aquella hermosa verga pero en cuanto marqué su número, el corazón empezó a latirme tan fuerte que perdí el control y tuve que colgar. Sin embargo, las imágenes de aquella película y la excitación de pensar en él me sirvieron para masturbarme deliciosamente durante varias noches. Me imaginaba que él y yo protagonizábamos salvajes encuentros frente a una cámara.

En mi vida diaria, también me gustaba fantasear con episodios pornográficos. Recuerdo a un tipo que me miraba fijamente en la fila del banco. Al principio lo ignoré pero luego empecé a intercambiar miradas con él. Me abordó para preguntarme alguna cosa sin importancia. Me hizo reír un par de veces y luego me pidió mi número. Yo le pedí que mejor me invitara a comer. Él se sorprendió por mi atrevimiento pero aceptó y nos vimos más tarde en un restaurante cercano. Una vez en el lugar, la cosa no marchó nada bien (el error fue intentar conversar, pues no teníamos nada en común) y me desilusioné. Pagué mi parte y me despedí. Si hubiéramos ido directo al grano… pero eso era demasiado atrevido para mí. Como esa, tuve otras situaciones con desconocidos en las que, si ellos hubieran sabido “forzarme”, me hubiera comido su verga en ese mismo momento. Sin embargo, mi falta de atrevimiento combinada con la falta de “habilidad” de ellos me dejaban con las ganas de culminar dichas situaciones; era demasiado arriesgado enredarme con alguien así, simplemente no estaba lista para eso.

Mi mundo de fantasías sexuales me mantenía tremendamente caliente y debido a ese deseo siempre presente, mi novio pensaba que estaba perdidamente enamorada de él. No puedo negar que me daba placer estar con él pero no me podía sacar esa tristeza de no ser tocada plenamente. Por unos meses, todo funcionó bien así hasta hace poco; cuando menos lo esperaba, encontré un magnífico pretexto para comunicarme con el amigo de mi ex. Unos conocidos estaban interesados en editar un libro cuyo tema resultaba el motivo perfecto para entrar en contacto con él. Sólo la idea de verlo me bastaba para sentir un lindo cosquilleo en el estómago. Le escribí un correo que respondió casi de inmediato, mostrándose muy deseoso de cooperar. Junto a su respuesta añadió una invitación a un bar a fin de poder conocer a las personas involucradas en la publicación. Manipulé la situación para que nos reuniéramos antes, argumentando que los editores no estaban en la ciudad en ese momento. Obviamente él aceptó, y fuimos a cenar a un buen lugar.

Igual que la vez pasada yo estaba muy nerviosa pero la plática me fue relajando hasta sentirme completamente a gusto. Después de tres copas estábamos más que listos para pasar la noche juntos. No hicieron falta las palabras. Sólo me tomó de la mano y sonreímos. Al salir del restaurante, nos besamos suavemente, ansiosos de volver a estar juntos. Esta vez nos sentíamos mucho más confiados. Subimos al auto rumbo a su departamento y seguimos platicando como grandes amigos. De pronto, me puso la mano en el muslo y empezó a acariciarme. El corazón me dio un vuelco, como cuando eres adolescente y el chico que te gusta voltea a verte. Le sonreí ansiosamente. Siguió tocándome con mayor intensidad. Dio vuelta en una calle que no reconocí. Me levantó la falda descubriendo mis muslos. Abrí las piernas ligeramente. Tócame, pensé, tócame más. Su mano estaba fría y ansiosa. Entramos a una oscura calle cubierta de árboles frondosos. Manejaba lentamente mientras me manoseaba la parte interior de las piernas.

No tardé en mojarme. Empujé la cadera hacia adelante y abrí más las piernas invitándolo a que me tocara la conchita. Sin perder el tiempo, empezó a sobarme, recorriéndome los labios por encima de mis calzoncitos. Cerré los ojos para concentrarme en los pulsos que recorrían mi cuerpo. Mis calzones se empaparon. Pellizqué mis pezones mientras imaginaba que estábamos en una película porno, lo cual me puso muy muy caliente.

Me dejé llevar por la excitación, y confiando totalmente en mi amante, decidí abandonarme a mi fantasía. El auto se detuvo. Apreté su mano con las piernas; quería que sus dedos se hundieran totalmente en mi humedad. Mis caderas se movían adelante y atrás suavemente, su mano se acomodaba en mí entrepierna y el mundo empezaba a desvanecerse.

Aflojé las piernas para que sus dedos pudieran hundirse más; luego volví a apretar, moviéndome más rápido. Ay, chiquita, qué rico te mueves. Su voz… era aquella voz que me hacía el amor por los oídos. Su mano cobró vida propia, como un pequeño cangrejo abriéndose paso para entrar a su húmeda cuevita bañada por oleadas de placer. Me aferré a su brazo; no vayas a quitarme tu mano, le rogué. Sus dedos llegaban a aquel lugar mágico dentro de mí, mi paraíso interior. El auto se llenó con mis gemidos.

Te voy a coger aquí mismo chiquita. --pensé-- fuérzame, hazme sentirte. Para entonces tenía los calzones a la mitad del muslo y mi espalda estaba completamente arqueada sobre el asiento. Uff, mis manos resultaban insuficientes para satisfacer la ansiedad de mis endurecidos pezones. Oh, me haces perderme. Quería sentir su pene, lo necesitaba dentro de mí como la vez anterior… pero más que su pene o su mano, necesitaba su ser dentro de mí, abriéndome, tocándome plenamente… abrí las piernas y uno de sus dedos me penetró hasta el fondo… cogiéndome… entraba y salía haciendo suya mi panocha que se le entregaba sin menoscabo… metiéndose por cada uno de mis rincones secretos… me metió un segundo dedo y aumentó el ritmo… Ah, ah, sí… me tenía totalmente.

Quiero sentir tu placer en mis manos, princesa. Más que una princesa me sentía una puta, ahí, siendo tocada en una calle oscura por un hombre que ni siquiera era mi novio… ¡Y me encantaba! Quería que me ensartara el culo y venirme junto con él, quería sentir sus embestidas salvajes, quería tirármelo sin descanso… pero ya no podía aguantar más, sentía un orgasmo a punto de incendiarme por dentro. Sin embargo, logré contenerme lo suficiente para sacar su mano de mi panocha y colocarme de costado sobre el asiento, ofreciéndole el culo. Guiando su mano, puse sus dedos en mi medio de mis nalgas… tócame, necesito que me toques. Necesitaba que me apretara el trasero y que lo hiciera suyo ahí mismo… quiero que me montes, soy tu hembra. Su dedo medio pasó encima de mi ano, lo acarició suavemente y luego se hundió en mi vagina nuevamente. El pulgar empezó a jugar con mi culo, empujándolo suavemente, cebándome con el placer que podía darme.

Cógeme aquí, quiero sentirte ahora. Quiero tenerte preciosa. Cambió de mano para poder colocarse más cerca de mí. Sentía de nuevo esa ansiedad de querer tocar, besar, mamar y tener su pene entre mis piernas, todo al mismo tiempo. Ah… su pulgar empujaba y sus dedos medios se empapaban en mi concha. Hoy voy a amarte, hermosa; voy a dártelo como te gusta. El pulgar ya estaba adentro y me sacudía deliciosamente. Ah, ah… Quería resistir todavía pero ya no pude más. Me vine en un orgasmo casi desesperado. Ah… abrázame, dije jadeando con la voz entrecortada. Quería sentir su presencia, que me sujetara mientras aquella fuerza terminaba de sacudirme. Como pudo, logró rodearme la cintura con el brazo que tenía libre. Apreté su brazo con fuerza para hacerle sentir la intensidad de lo que había provocado en mí.

Tardé unos segundos en recuperarme. Me sentía como si estuviera despertando de un relajante sueño. Lo besé profundamente, metiendo mi lengua en su paladar. Ah, bésame más. Lo hice con gusto mientras acariciaba el pene y los testículos por encima del pantalón. Tenía hambre de verga. Quiero comerte la verga, dije despacito en su oído mientras mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Nos besamos. Me dio su lengua y me puse a chuparla, dándole un adelanto de lo que tenía pensado hacer con su pene. Nunca había tenido sexo fuera de la recámara, y ahora estaba ahí, con los calzones en las rodillas, desabrochando el pantalón de un hombre dispuesta a comerme su esperma. Saqué su verga y antes de ponerme a mamarla, la acaricié con mucho cariño.

En eso, alcancé a ver las luces de un auto entrando en la calle. Me agaché casi por instinto. No te levantes. Mi cabeza quedó entre sus piernas, mis labios a unos cuántos centímetros de su pene. Me puso una mano en la cabeza suavemente como si quisiera protegerme de algo. Oí cómo el auto pasaba a un lado de nosotros y luego se detenía unos metros adelante. No sé por qué me puse lívida, quizás percibí una tensión nerviosa en sus muslos. Esto no me gusta, dijo y arrancó de inmediato. El corazón me daba tumbos.

--¿Qué pasa?-- pregunté, pero él estaba concentrado en maniobrar; estábamos yendo en reversa.

--Nada, nada… no te levantes--. Sentí su nerviosismo, así que no hice más preguntas e intenté tranquilizarme. Salimos de aquella calle, pero hubiera podido jurar que alguien venía siguiéndonos. Desde mi posición sólo podía ver las luces del alumbrado público pasando a través de la ventana. Después de unos segundos que me parecieron eternos, dimos vuelta en una avenida bien iluminada. De inmediato me tranquilicé. Nos detuvimos y luego me dijo que podía levantarme.

--¿Qué pasó?-- estábamos en un alto y no había rastros de ningún otro auto.

--Eran dos tipos-- dijo mientras me acariciaba el cabello-- voltearon a verme cuando pasaron al lado y luego se pararon en medio de la calle… Me dio mala espina cuando se detuvieron… quizás no fue nada, sólo querían darnos un susto, pero no quise quedarme a averiguar. No sé. No quería que te vieran. ¿Estás bien?

--Sí, un poco asustada.

--Ven. Me besó con la boca cerrada. Busqué sus labios de nuevo pero el semáforo cambió a verde y tuvimos que movernos. Quería que me abrazara, así que me pegué lo más que pude a su asiento y recargué mi cabeza en su hombro. Seguimos en silencio por unos instantes. Él estaba absorto. Creo que no me había dicho todo lo que había visto. Me recargué un poco más; tenía sueño. Iba a recostarme en su pierna cuando vi su pene descansando flácidamente después de todo aquel susto. Pobrecito, se había quedado con las ganas de gozar. Sólo pensar en mamarlo me quitó el cansancio Me recosté y comencé a besarlo y chuparlo. Lo metí en mi boca para cobijarlo con la lengua. Pobre chiquito, te asustaron.

--Espera chiquita, no creo que sea… uff…-- empezó a enderezarse rápidamente. Lo había tenido junto a mi boca todo el tiempo, no era justo que se quedara afuera.

--Sigue manejando, no te detengas -- esta vez no quería interrupciones.

--Uy, chiquita…

De pronto tenía ante mí la hermosa verga de bronce que me hacía humedecerme con sólo verla. Quería agradecerle que me hubiera protegido, le iba a hacer el amor dulcemente, como a ninguna antes. Empecé a jugar con ella, la lamía, la chupaba, la empujaba con la nariz… Ella, desde luego se mostró muy interesada en esas travesuras. La deslicé dentro de mi boca lentamente sin tocarla con los dientes, quería que se sintiera totalmente cómoda en mi interior. Mmmmh, mamarla era un verdadero placer…

Era una verga tan hermosa… Me hacía perderme, me hacía querer más y más. Ven, ven, juega con mi lengua. Ven, hermosa verga, húndete en mi paladar. Ven, deslízate hasta mi garganta, deseo que hagas tuya mi boca y la llenes con tu dulce semen. Ven al refugio que mis labios guardan para ti. Ven, déjame amar tu firmeza, descarga en mí tu fuerza viril. Enséñame a tenerte, a hacerte mía. Embriágame con tu veneno de amor, envenéname las entrañas con una inyección de tu ponzoña. Entrégate, no me niegues tu secreto, derrámalo en esta copa que te ofrezco, hazme beber de ti, sé cruel conmigo, ahógame con tu espeso placer…

--¡Ay, chiquita! ¡Eres maravillosa!

Ven, no te resistas más. Ven, hermosa verga. Déjame recorrerte. Te siento palpitar. Siente mi lengua fundiéndose en tu punta. Siente mis caricias en los testículos. Siente mi deseo desesperado intentando devorarte. Ven, castiga mi garganta con la violencia de tu embate. Así, más duro, más, eres mía, lo sé, eres mi prisionera; no te escaparás de mí tortura. Aunque tu fuego me consuma las entrañas no dejaré que te escapes. Eres mía, lo sé, por más que te resistas, ahora es ya inevitable, puedo sentirlo. Siento cómo hierve tu semen agitado, cómo se abre paso y te sacude un instante antes de que explotes en mi boca. ¡Qué placer! Tu calor me inunda y lo bebo con avidez. Tu blanca erupción me arroja a un paraíso privado donde sólo estamos tú y yo.

Sigues palpitando, entregándote totalmente, pues sabes que eres mía, mi dulce prisionera. No voy a dejarte escapar hasta que todo tu orgullo esté doblegado. Seguiré bebiéndote sin descanso hasta que el último de tus latidos se apague en mi lengua. No dejaré que se derrame una sola gota fuera de esta copa que has colmado generosamente. Bebo de ti, pues yo también soy tuya.

Ahora duerme, duérmete entre mis labios. Descansa, descansemos juntos de esta batalla, descansemos ahora porque te amaré dulcemente todo lo que resta de la noche