miprimita.com

El amigo de mi ex (2)

en Sexo Oral

    Después de aquella primera experiencia con el sexo anal, tuve una crisis en la relación con mi novio. Con el amigo de mi ex había aprendido que un beso, es siempre mucho más que sólo un beso. El órgano sexual que produce más placer es el cerebro, la creatividad… No sólo es el placer que da el sexo físico --el coito o las posiciones-- sino la profundidad, el significado que hay en las miradas, en las palabras y en las caricias. En cambio el sexo con mi novio se había convertido en simplemente sexo. Intenté ser más atrevida con él para estimular encuentros más profundos, pero lo interpretó de una manera errónea, como si yo fuera su criada sexual ansiosa de agradecerle su “gran” habilidad en la cama. Si supiera que otro hombre era capaz de hacerme venir casi sin ponerme una mano encima…

    Semanas enteras me la pasé pensando en la manera de volver a tener un encuentro con el amigo de mi ex, aquel hombre que me había iniciado en un nuevo sentido del placer. Por otro lado, estaba segura que el dueño de mis pensamientos podría conseguir otras mujeres, que yo no era la única “princesa” a la que él había despertado de su sueño, y eso me provocaba una inseguridad muy grande que me impedía buscarlo de nuevo.

    Así las cosas, para sacarme esa especie de tristeza que me estaba asfixiando, una noche se me ocurrió ver una película erótica, algo que hasta ese entonces simplemente no me llamaba la atención. No quería ir a un videoclub o a los puestos de la calle (y pasar por un momento bochornoso), así que decidí rentar una película por cable. Me encerré en mi habitación y me dispuse a abrir mi mente a las imágenes que estaba por presenciar.

    Aunque había muchas partes aburridas y situaciones muy inverosímiles, me puse muy cachonda al ver todos aquellos cuerpos desnudos acariciándose y besándose con desesperación. Sentí un placer diferente despertándose dentro de mí: el morbo de presenciar una relación entre dos desconocidos; simplemente no podía despegar mis ojos de la pantalla. Empecé a tocarme y rápidamente mi deseo aumentó. Sentí el deseo de tocar mis senos y pellizcarme los pezones… dejé que mi vagina se humedeciera y luego empecé a jugar con ella y con mi clítoris. Me revolqué en la cama, ensayando varias posiciones para masturbarme. Me gustó quedarme boca abajo con la almohada en medio de las piernas y mis pezones tiesos, apretándose deliciosamente contra las sábanas. Me dejé llevar por los gemidos y las imágenes de placer intenso en la película. Sentía como si un río de erotismo me arrastrara en su caudal de sensaciones. Me gustó ver el rostro de aquellas mujeres gimiendo mientras los hombres les mamaban las tetas, les lamían las nalgas, les comían la panocha y las montaban con fuerza. En mi imaginación eran mi boca y mi cuerpo los que recibían aquellas brutales penetraciones seguidas por abundantes descargas de semen. Una de las cogidas más gloriosas de la película se da en la misma posición en la que a mí me iniciaron en el placer anal, sólo que en la película el hombre eyacula en la cara de la chica, quien termina mamando el semen que escurre de aquella monstruosa verga. Estuve a punto de llamar al amigo de mi ex para pedirle que viniera a encularme como aquella vez; mi culito estaba ansioso de disfrutar su hermosa verga pero en cuanto marqué su número, el corazón empezó a latirme tan fuerte que perdí el control y tuve que colgar. ¿Qué le iba a decir? ¿Me urge verte, ven a mi casa? No quería mostrarme excesivamente dispuesta, pues sé por experiencia que los hombres se vuelven unos desgraciados cuando las mujeres les facilitamos demasiado las cosas. Sin embargo, las imágenes de aquella película y la excitación de pensar en él me sirvieron para masturbarme deliciosamente durante varias noches.

    En mi vida diaria, también me gustaba fantasear con episodios pornográficos. Recuerdo a un tipo que me miraba fijamente en la fila del banco. Al principio lo ignoré pero luego empecé a intercambiar miradas con él. Me abordó para preguntarme alguna cosa sin importancia. Me hizo reír un par de veces y luego me pidió mi número. Yo le pedí que mejor me invitara a comer. Él se sorprendió por mi atrevimiento pero aceptó y nos vimos más tarde en un restaurante cercano. El estacionamiento estaba en el sótano, y la iluminación no era muy buena. Me imaginé recargada en una esquina oscura recibiendo su lengua en mi conchita. Uff… Luego le devolvería el favor arrodillada en un rincón comiéndome su pene. Iba a hacer que se viniera abundantemente, lo iba a vaciar por completo hasta que no pudiera moverse. Después le daría un beso en la boca y le diría al oído:

--Mi teléfono es 31 95 46 38, anótalo antes de que se te olvide-- y me marcharía con una sonrisa pensando en sus esfuerzos para recordar el número., subirse el pantalón y buscar una forma de anotar el teléfono :-D

Sin embargo la cosa no marchó nada bien. El error fue intentar conversar, pues no teníamos nada en común. Él intentaba impresionarme con sus viajes y sus negocios, algo que realmente no puede importarme menos. Toda la calentura que traía se me bajó como si me hubieran echado agua fría. Me desilusioné. Pagué mi parte y me despedí. Si hubiéramos ido directo al grano… pero eso era demasiado atrevido para mí.

    Sin embargo, empecé a tener fantasías con todo el que se me cruzaba en el camino. Me hacía la ilusión de que quizás el muchacho del puesto de periódicos era un amante salvaje en la intimidad y me preguntaba si mis compañeros de oficina tendrían sexo anal con sus mujeres. Mi mundo de fantasías sexuales me mantenía tremendamente caliente y debido a ese deseo siempre presente, mi novio pensaba que estaba perdidamente enamorada de él. No puedo negar que me daba placer estar con él pero no me podía sacar esa tristeza de no ser tocada plenamente, de que el sexo no llegara a tocarme en la zona más profunda del alma.

    Por unos meses, todo funcionó bien así, hasta que un día me encontré pensando que quizás el amigo de mi ex no era mi amante perfecto, sino mi verdadero amor… Aquel pensamiento fue como lanzar un conjuro pues a la semana siguiente, unos conocidos me llamaron para decirme que estaban interesados en editar un libro cuyo tema resultaba el motivo perfecto para comunicarme con él. Sólo la idea de verlo me bastaba para sentir un lindo cosquilleo en el estómago. Le escribí un correo que respondió casi de inmediato, mostrándose muy deseoso de cooperar. Junto a su respuesta añadió una invitación a un bar a fin de poder conocer a las personas involucradas en la publicación. Manipulé la situación para que nos reuniéramos antes, argumentando que los editores no estaban en la ciudad en ese momento. Obviamente él aceptó, y fuimos a cenar a un buen lugar.

    Igual que la vez pasada yo estaba muy nerviosa. Sólo verlo fue sentir que el alma se me iba del cuerpo, volví a sentirme adolescente por dos minutos, totalmente paralizada y muerta de miedo por no parecer estúpida frente al chico que te gusta. La plática me fue relajando hasta hacerme sentir completamente a gusto. Después de tres copas estábamos más que listos para pasar la noche juntos. No hicieron falta las palabras. Sólo me tomó de la mano y sonreímos. Al salir del restaurante, nos besamos suavemente, ansiosos de volver a estar juntos. Sostuve su rostro con ambas manos y acaricié su boca con la punta de mi lengua. Me gusta besar a los hombres de esa manera, de inmediato te abrazan con fuerza para hacerte saber que no te van a dejar ir. Subimos al auto rumbo a su departamento y seguimos platicando como grandes amigos una buena parte del camino. De pronto, me puso la mano en el muslo y empezó a acariciarme. El corazón me dio un vuelco. Le sonreí con una mezcla de nervios y ansiedad. Siguió tocándome con mayor intensidad. Mi cuerpo respondió con violencia ante sus dedos. Me puse muy caliente, como si su tacto activara un hechizo en mi piel. Me levantó la falda descubriendo mis muslos. ¿Qué me hiciste? Apenas me tocas y ya estoy dispuesta a todo, pensé. Sentí miedo de dejarme ir. ¿Qué iba a pasar con nosotros después? Abrí las piernas ligeramente. Su mano estaba fría y ansiosa. Tócame, pensé, tócame más.

    No tardé en mojarme. Empujé la cadera hacia adelante y abrí más las piernas invitándolo a que me tocara la conchita. Sin perder el tiempo, empezó a sobarme, recorriéndome los labios por encima de mis calzoncitos. Cerré los ojos para concentrarme en los pulsos que recorrían mi cuerpo. Mis calzones se empaparon. Pellizqué mis pezones mientras imaginaba que estábamos en una película porno, lo cual me puso todavía más caliente. Me dejé llevar por la excitación, y confiando totalmente en mi amante, decidí abandonarme a mi fantasía. Apreté su mano con las piernas; quería que sus dedos se hundieran totalmente en mi humedad. Mis caderas se movían adelante y atrás suavemente, su mano se acomodaba en mí entrepierna y el mundo empezaba a desvanecerse. No estábamos lejos de su departamento pero yo necesitaba sentirlo ahí, en ese momento, después ya no sería igual.

    “Aquí”, le dije sin abrir los ojos. Aflojé las piernas para que sus dedos pudieran hundirse más; luego volví a apretar. El auto se detuvo. Me había entendido. Entre nuestro deseo no hacían falta muchas palabras. Sonreí por dentro. Ay, chiquita, ¡qué rico te mueves!, me dijo suavemente al oído. ¡Su voz!… era aquella voz que me decía “princesa” con toda sinceridad, era aquella voz que sabía hacerme el amor por los oídos. Sus dedos se metían en mi rinconcito y recorrían el camino secreto que llega a rasgarme el alma. Me aferré a su brazo. Había llegado a aquel lugar mágico dentro de mí, mi paraíso interior. El auto se llenó con mis gemidos. Me oí gimiendo, sintiendo mi cuerpo en toda su plenitud, sintiéndome mujer de nuevo, llena de aquella alegría que habitaba en mí.

    Te voy a coger aquí mismo chiquita. Sí --pensé-- fuérzame, hazme sentirte. Para entonces tenía los calzones a la mitad del muslo y mi espalda estaba completamente arqueada sobre el asiento. Uff, mis manos resultaban insuficientes para satisfacer la ansiedad de mis endurecidos pezones. Oh, me haces perderme. Quería sentir su pene, lo necesitaba dentro de mí como la vez anterior… pero más que su pene o su mano, necesitaba su ser dentro de mí, abriéndome, tocándome plenamente… abrí las piernas y uno de sus dedos me penetró hasta el fondo… cogiéndome… entraba y salía haciendo suya mi panocha que se le entregaba sin menoscabo… metiéndose por cada uno de mis rincones secretos… me metió un segundo dedo y aumentó el ritmo… Ah, ah, sí… la sangre me hervía, sólo quería estar ensartada… me tenía totalmente.

    Quiero sentir tu placer en mis manos, princesa. Más que una princesa me sentía una puta, ahí, siendo tocada en una calle oscura por un hombre que ni siquiera era mi novio… ¡Y me encantaba! Quería que me ensartara el culo y venirme junto con él, quería sentir sus embestidas salvajes, quería tirármelo sin descanso… ya no podía aguantar más, sentía un orgasmo a punto de incendiarme por dentro. Sin embargo, logré contenerme lo suficiente para sacar su mano de mi panocha y colocarme de costado sobre el asiento, ofreciéndole el culo. Guiando su mano, puse sus dedos en mi medio de mis nalgas… tócame, necesito que me toques. Necesitaba que me apretara el trasero y que lo hiciera suyo ahí mismo… quiero que me montes, soy tu hembra. Su dedo medio pasó encima de mi ano, lo acarició suavemente y luego se hundió en mi vagina nuevamente. El pulgar empezó a jugar con mi culo, empujándolo suavemente, cebándome con el placer que iba a darme.

--Cógeme aquí.

--Quiero tenerte preciosa.

    Cambió de mano para poder colocarse más cerca de mí. Sentía de nuevo esa ansiedad de querer tocar, besar, mamar y tener su pene entre mis piernas, todo al mismo tiempo. Ah… su pulgar empujaba y sus demás dedos se empapaban en mi concha. Hoy voy a amarte, hermosa; voy a dártelo como te gusta. El pulgar ya estaba adentro y me sacudía deliciosamente. Ah, ah… Quería resistir todavía pero ya no pude más. Me vine en un orgasmo casi desesperado. Ah… abrázame, dije jadeando con la voz entrecortada. Quería sentir su presencia, que me sujetara mientras aquella fuerza terminaba de sacudirme. Como pudo, logró rodearme la cintura con el brazo que tenía libre. Apreté su brazo con fuerza para hacerle sentir la intensidad de lo que había provocado en mí.

    Tardé unos segundos en recuperarme. Me sentía como si estuviera despertando de un relajante sueño. Lo besé profundamente, metiendo mi lengua en su paladar. Ah, bésame más. Lo hice con gusto mientras acariciaba el pene y los testículos por encima del pantalón. Tenía hambre de verga.

--Quiero comerte la verga, dije despacito en su oído mientras mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Nos besamos. Me dio su lengua y me puse a chuparla, dándole un adelanto de lo que tenía pensado hacer con su pene. Nunca había tenido sexo fuera de la recámara, y ahora estaba ahí, con los calzones en las rodillas, desabrochando el pantalón de un hombre dispuesta a comerme su esperma. Saqué su pene y antes de ponerme a mamarlo, lo acaricié con mucho cariño. Me recosté y comencé a besarlo y chuparlo. Lo metí en mi boca para cobijarlo con la lengua. Tenía ante mí la hermosa verga de bronce que me hacía humedecerme con sólo verla. Le iba a hacer el amor dulcemente, como a ninguna antes. Empecé a jugar con ella, la lamía, la chupaba, la empujaba con la nariz… Ella, desde luego se mostró muy interesada en esas travesuras. La deslicé dentro de mi boca lentamente sin tocarla con los dientes, quería que se sintiera totalmente cómoda en mi interior. Mmmmh, mamarla era un verdadero placer…

    Es una verga tan hermosa… Me hacía perderme, me hacía querer más y más. Ven, ven, juega con mi lengua. Ven, hermosa verga, húndete en mi paladar. Mmmmh, ven, deslízate hasta mi garganta, deseo que hagas tuya mi boca y la llenes con tu dulce semen. Ven al refugio que mis labios guardan para ti. Ven, déjame amar tu firmeza, descarga en mí tu fuerza. Enséñame a tenerte, a hacerte mía. Embriágame con tu veneno de amor, envenéname las entrañas. Húndete en mí. Así, así. Con fuerza. Entrégate, no me niegues tu secreto, derrámalo en esta copa que te ofrezco, hazme beber de ti, sé cruel conmigo, ahógame con tu espeso placer…

    Ven, no te resistas más. Déjame recorrerte con las manos. Déjame gozarte. Te siento palpitar ansiosa. Siente mi lengua fundiéndose en tu punta. Siente mis dedos en los testículos. Siente mi deseo desesperado intentando devorarte. Ven, castiga mi garganta con tu violencia. Así, más duro, más, eres mía, lo sé, eres mi prisionera. No dejaré que te escapes. Más duro, tengo hambre de ti, más duro. Eres mía, lo sé, puedo sentirlo, es inevitable. Siento cómo hierve tu semen agitado, cómo se abre paso y te sacude un instante antes de que explotes en mi boca. ¡Qué placer! Tu calor me inunda y lo bebo con avidez. Tu blanca erupción me arroja a un paraíso privado donde sólo estamos tú y yo.

    Sigues palpitando, entregándote totalmente. Sabes que eres mía, mi dulce prisionera. No voy a dejarte escapar hasta que todo tu orgullo esté doblegado. Seguiré bebiéndote sin descanso hasta que el último de tus latidos se apague en mi lengua. No dejaré que se derrame una sola gota fuera de esta copa. Bebo de ti, pues yo también soy tuya.

    Ahora duerme, duérmete entre mis labios. Descansa, descansemos juntos de esta batalla, descansemos ahora, porque te amaré dulcemente todo lo que resta de la noche…