Yo seguía con los ojos cerrados y con mi cuerpo lleno de manos. Adivinaba que los amigos de papa se estaban excitando porque cada vez apretaban las tetas con más fuerza, como si se fueran a acabar y también porque en la habitación empezaba a dominar un olor muy fuerte.
En medio de aquella vorágine pude escuchar la voz de Enrique que susurraba
-Estáis locos. Vais a asustarla. Guardaos las pollas joder, si nos lo curramos esta noche mojamos todos.
Aquello me tranquilizó un poco. Desde luego yo no era virgen, pero nunca antes había estado con más de un hombre a la vez. Poco a poco las manos abandonaron mis tetas, no sin antes darme algún que otro doloroso pellizco en los pezones. Por fin noté como me subían la camiseta. Como tengo el pecho muy grande tuvieron que cogerlo con una mano e introducirlos de uno en uno de nuevo a su sitio. Cuando estuve por fin vestida, Enrique carraspeó y acariciándome la cara dijo
-Que, ¿ya estas más tranquila?
¿Más tranquila? Me costaba respirar, sentía arder mi cuerpo entero y mi vagina se deshacía en líquido. Estaba muerta de vergüenza y, por qué no decirlo, de deseo también.
Abrí los ojos e intentando parecer natural contesté.
-Si, mucho mejor gracias Enrique.
-De nada Eva. Y ahora vamos a jugar.
Frente a mi estaban sentados los dos chicos jóvenes y el viejo. Algo había cambiado en la expresión de sus ojos. Ya no me miraban anonadados. Se diría que me habían perdido el respeto y que ahora me veían como algo que les pertenecía. Uno de los chicos jóvenes se palpaba la entrepierna. Como vio que le miraba retiro la mano de donde la tenía y pude ver un bulto enorme que difícilmente se ajustaba bajo el pantalón. Desvié la mirada rápidamente lo que hizo que el chico soltase una carcajada.
Apareció entonces José Luis con una botella de whisky en las manos.
-antes de empezar tenemos que fijar las reglas, dijo mientras me pasaba la botella.
Yo rehusé, pero según toda la concurrencia una partida de póquer sin whisky ni es partida ni es nada así es que le di un traguito, mojándome apenas los labios.
-pero si no has bebido nada, dijo Enrique molesto. Venga, venga. Que se vea que ya no eres una niña. Por lo menos tienes que dar un trago de cinco segundos. Deja, yo te ayudo.
Enrique se levanto, se colocó detrás de mí y empujando bruscamente mi frente hacia atrás tumbó la botella directamente sobre mi boca.
-Bebe, bebe, bebe, bebe, gritaban todos entre risas nerviosas.
Sentía que me ardía la garganta mientras el alcohol la atravesaba. Ya habían pasado más de cinco segundos y yo quería dejar de beber, pero enrique me agarraba tan fuerte que me impedía levantar la cabeza. Me sobrevino una arcada y parte del whisky se derramó fuera de mis labios empapándome la camiseta. Me soltó por fin y yo me puse a toser congestionada.
-Lo has hecho muy bien, dijo un Enrique eufórico.
El mismo dio un trago (mucho más corto que el mío) y sin mediar palabra me cogió por la nuca y aplastando mi cara contra la suya me plantó un beso en toda la boca, lo que la mesa celebró batiendo palmas al unísono.
Mareada y pringosa, noté un calor que me subía a la cabeza mientras una estúpida sonrisa se dibujaba en mi cara ¡estaba borracha!
José Luis empezó a explicarme las normas del juego. A mi todo me daba vueltas y no prestaba mucha atención a lo que decía, solo miraba las caras de los hombres que me miraban como lobos acorralando a una oveja. Entonces me di cuenta de que tenía la camiseta empapada y tan pegada al cuerpo que se podían ver perfectamente mis pezones. La separé un poco pero no sirvió de nada, al instante estaba pegada de nuevo. Mis amigas dicen que tengo unos pezones tan grandes que parecen galletas campurrianas y por primera vez a mí también me lo parecieron, lo que me hizo soltar una risita tonta.
- y por último la escalera de color, que gana a cualquier jugada. Concluyó José Luis. ¿te has enterado Eva?
Yo no me había enterado de nada pero asentí con cara de tonta.
-Pues no se hable más ¡Empecemos! ¿Os parece bien 5 euros de apuesta mínima?
Enrique le interrumpió
-Hombre, no me parece bien jugar con dinero, al fin y al cabo ella acaba de aprender sería como pegar a una vieja borracha.
-Y que quieres, dijo el chico del bulto enorme, ¿que juguemos sin dinero? Eso es un tostón.
-podemos jugar con prendas, dije yo.
Cada vez estaba más contenta y desinhibida y me apetecía ver el paquete de aquel tío libre de sus opresiones.
Todo el mundo celebró mi idea y para agilizar la cosa convenimos en jugar sin descartes. José Luis repartió por fin las cartas. Me llegaron dos 3, un 7, un 8 y una dama. Perdí. En ese momento me di cuenta de que había hecho un mal negocio. Después de todo yo solo llevaba puestas dos prendas. Me puse de pié mientras los hombres me devoraban con la mirada. Empezaron a tatarear la típica canción de striptease y yo empecé a quitarme la camiseta.
La cogí por la parte de abajo y empecé a subirla despacio. Llevaba los pantalones de pijama un poco bajos, de modo que lo primero que se vio fueron los huesos de mis caderas. Seguí subiendo, dejando ver mi vientre planito (Ay! Quién lo recuperara jaja), mi ombligo, mis costillas . Había repetido aquello mil veces frente al espejo por lo que me manejaba con pícara destreza. Dejé que la camiseta se enganchara en ellos y haciendo un poco de esfuerzo conseguí superarlos. Apareció primero la base de ambos pechos, redondos y turgentes como dos sandías. Los hombres empezaron a aullar y a silbar entusiasmados.
-así, así. Despacito.
Gritaban todos, menos el abuelo, que permanecía en respetuoso silencio pero sin apartar la vista de mí. Subí entonces un poco más la camiseta y comenzaron a aparecer mis pezones, mientras los gritos y silbidos de aquellos salidos se intensificaban. Como he dicho tengo dos grandes aureolas. La tela llego hasta los pezones erectos y se engancho en uno de ellos, tiré un poco más y ambas lolas quedaron a la vista de todos con un leve movimiento de caída, libres por fin de la camiseta. Mi público se venía arriba y yo con ellos. Saqué rápidamente el resto de la camiseta y agitándola sobre mi cabeza di un par de saltitos haciendo que cada una de mis tetas se bamboleara por su cuenta. Me alegró ser el centro de atención. Supongo que en aquella época mi mayor afán era ser una mujer y en aquel momento así me sentía. Tiré la camiseta al sillón y me senté de nuevo entre aplausos y silbidos.
Madre mía, dijo el segundo jovencito. Tienes las tetas más perfectas que he visto nunca.
Los cinco hombres miraban fijamente mis tetas y asentían con la cabeza al comentario de su amigo. Uf! Estaba entre cohibida y salida. Joder, ¡aquellos eran los amigos de mi padre!. ¿Con que cara iban a mirarle tras esto? Intente taparme con el brazo izquierdo pero era inútil, imposible cubrir las dos tetas tan solo con mi bracito. Siempre asomaba el pezón de alguna de ellas.
Le tocaba repartir al viejo. Cogí las cartas con la mano derecha mientras con la izquierda seguía luchando por esconder las tetas. Esta vez me llegó una pareja de 9. Perdió José Luis, quien se quito la camisa poco a poco, imitándome. Tenía el cuerpo lleno de pelo y una barriga enorme. Estaba todo sudado y la imagen era bastante asquerosa la verdad. Puso su brazo tapándose sus tetas colgantes igual que hacía yo y se echó a reír. Dio un trago a la botella y me la paso de nuevo.
-Toma preciosa ¿o prefieres que te ayude como lo hizo Enrique?
-No, no. Dije apurada. Ya lo hago yo.
Intente coger la botella con el brazo derecho, pero el gordo negó con la cabeza. Quería que la cogiese con el brazo izquierdo para poder verme las tetas de nuevo. Le hice caso y deje de nuevo mis melones a la vista de todos. Di un trago a la botella, lo que José Luis aprovecho para pellizcar una de mis tetas.
-Dios, dijo babeando, te las comería enteras
Todos rieron la gracia y se notaba en sus caras que estaban deseando hacer lo mismo. Una vez hube bebido le pasé la botella a Enrique y me tape de nuevo con el brazo.
Repartía uno de los chavales. Perdí de nuevo. ¿Me estarían haciendo trampas? Estaba un poco mareada, de modo que al levantarme me tambalee un poco y casi me caigo al suelo. Seguí tapándome con el brazo pero una de mis tetas sobresalía casi por completo. Empecé a bajar el pantaloncito de pijama como pude con el brazo que tenía libre. Empecé por el lado derecho, baje un poco dejando el pantalón en diagonal sobre mi pubis y luego baje otro poco del lado izquierdo. Aparecieron los primeros pelitos. Por supuesto que iba arreglada, me he depilado el coño desde que me empezó a salir bello, pero nunca del todo. Me gusta dejar un poquito justo encima de los labios en forma de rombo. Aquello era un poco complicado entre el mareo y tener que usar solo un brazo, supongo que resultaría muy cómica, aunque entre los hombres de la mesa ninguno reía, tan absortos como estaban en la inminente aparición de mi coñito adolescente. Baje un poquito más del lado derecho, quedando a la vista la parte alta de los labios de mi vagina. El silenció era sepulcral. Bajé otro poquito del lado izquierdo y los pantalones se deslizaron hasta mis tobillos quedando completamente desnuda. Saque un pie de los pantalones y pisando la prenda saque el otro. Inmediatamente me tapé con la mano que tenía libre.
-Eh! Protesto José Luis. Eso no vale. No seas mala, déjanos verlo un poco anda.
Le hice caso y retiré la mano. Hubo una exclamación general, seguida de aplausos y más silbidos. ¡Dios! Estaba muerta de vergüenza.
-Oye, dijo Enrique. ¿Sabes que tienes un coño muy bonito? Me gusta cómo te lo depilas. Seguro que es muy suave ¿me dejas tocarlo?
Antes de que pudiera contestarle pasó un brazo por detrás de mi cintura, me apretó una nalga y me atrajo con fuerza hacia él. Mi coño quedo a la altura de su cara. Me acarició con delicadeza el pubis pero no contento con eso siguió bajando y colocando un dedo entre los labios de mi vagina dejo que se hundiera dentro. Se me escapó un gemido, lo que hizo que el personal se embruteciera más aun.
-Vaya, dijo Enrique. Si que estas mojadita. ¿Te estás poniendo cachonda?
-Un poquito, dije con voz de niña tonta
-Jajaja rió Enrique. ¿Queréis probar? Dijo dirigiéndose al resto.
¡Pero bueno! ¿Que se había creído ese tío? La verdad es que a esas alturas yo ya no tenía voluntad. Echó su silla hacia atrás y me empujó hacia donde estaba José Luis, quien me recibió con los brazos abiertos, me abrazo cruzando las manos tras de mí y agarrando con mucha fuerza ambos cachetes de mi culito me atrajo hacía su cara dejando mi coñito a escasos milímetros de su boca.
-Sí que es bonito, sí. ¡Y huele muy bien! Se puede ser guarra y limpia a la vez eh, dijo mirándome a la cara y riendo como un cerdo.
Le molestó que siguiera tapándome las tetas con el brazo.
¡Quita ese puto brazo joder! Me grito, y sin ninguna delicadeza me cogió de la muñeca y aparto mi brazo y me lo retorció hasta dejarlo a mi espalda mientras con la otra mano hacía lo mismo con mi otro brazo. Quedé completamente desnuda frente a él, sin poder moverme con ambos brazos sujetos fuertemente a mi espalda. Me hacía daño pero en cierto modo su rudeza me excitaba. Acercó su nariz y metiéndola entre los labios de mi vagina aspiro con fuerza.
-mmmm! Dijo, huele que alimenta.
Tras lo que volvió a hacerlo pero esta vez, tras la nariz bien enterrada en mi coño llego su lengua. Toco con la punta el agujerito y después lamió hacia arriba con fuerza, con la lengua bien hundida dentro de mi coño. Me temblaron las rodillas y de no ser porque me tenía firmemente sujeta probablemente me habría caído al suelo del gusto
-aaaahh! Grité porque al final del repaso había mordido los labios superiores y eso no me lo esperaba.
-Jaja ¿te gusta? Dijo apoyando su barbilla en mi estómago y mirándome a través de mis tetas.
-Sss sii, dije tartamudeando
-Siempre he sabido que eres una fresca ¿sabes? Desde que eras muy pequeñita. Ayúdame, dijo dirigiéndose a Enrique
-¿que quieres hacer? Contestó este divertido.
-Vamos a cogerla a la sillita de la reina, para que nuestros amigos puedan observar a esta putita más profundamente ¿te parece?
-me parece, dijo Enrique riendo.
Cada uno se pasó uno de mis brazos por su cuello y cogiéndome de las piernas me levantaron, dejándome con las piernas abiertas para que el resto de hombres pudiesen ver mi conejito en todo su esplendor. Los dos chicos jóvenes se levantaron de un salto y corrieron hacia nosotros. El primero en llegar fue el del bulto enorme. Se puso de rodillas quedando su cabeza entre mis piernas. Enrique y José Luis me acercaron entonces hasta su cara y el chico empezó a comerme como si aquello fuese un merengue. Tan pronto me metía la lengua como abría la boca intentando meter todo mi coño en ella. Me agarró con ambas manos del culo y enterró la cara entre mis piernas girando la cabeza compulsivamente y haciéndome gritar como una loca. La sensación de estar suspendida en el aire era maravillosa. No tenía que hacer ningún esfuerzo y así podía concentrarme en sentir aquel torrente que me inundaba de placer. Por fin el otro chico reclamo su turno y poniéndose también de rodillas me jaló del culo y repitió lo que antes había hecho su amigo.
-Espera, dijo Ricardo al chico que me chupaba como un loco. Suéltala, deja que seamos nosotros quien te la acerquemos.
El chico obedeció y me soltó. Enrique y J.L. se pusieron de acuerdo y dieron un paso hacia atrás, dejando al chico de rodillas mirando como un loco la almejita que le habían quitado de la boca.
-Jajaja rió Enrique. Pareces una vieja beata en misa joder.
A mí me hizo mucha gracia la comparación porque en verdad solo le faltaba cruzar las manos y ponerse a rezar, pero no estaba yo para muchas risas. Tenía el coño lleno de saliva y el contacto con el aire fresco me estaba volviendo loca.
-¿Estas preparado? Dijo J.L. al muchacho.
El chico asintió vehemente. Abrió la boca y sacó la lengua. Entonces los dos hombres que me tenían en vilo, como quién columpia a un niño pequeño, me llevaron hasta su boca. Me dejaron ahí unos segundos y me apartaron de nuevo. Ufff! Notaba mi coño más húmedo que nunca. Volvieron a llevarme hacia su boca y de nuevo el chico aprovechó los pocos segundos que ahí me tuvieron. El pobre estaba tan excitado que intentaba aprovechar al máximo y tan pronto me chupaba como me mordía con mordisquitos delicados. Mientras repetían la operación una y otra vez, Enrique se dirigió al abuelo, que observaba atentamente sentado en su silla.
-Y usted Ramón. ¿No quiere probar? Aproveche que esto no pasa todos los días.
El viejo asintió seriamente e hizo un gesto para que me acercaran hasta donde el estaba sentado.
-Déjalo ya coño, dijeron al chaval que me devoraba como si fuese el primer coño que se comía en su vida.
Me sacaron de su cara, por que el no dejaba de lamer por más que se lo dijeran y dando un par de pasos me situaron frente al abuelo que seguía sentado. Yo nunca me había sentido así. Había dejado caer mi cabeza hacia atrás, abandonada por completo al banquete que se estaban dando y sencillamente me dejaba hacer.
El viejo, una vez me hubo tenido frente a él se quedo un rato mirándome el coño sin decir nada, con actitud reconcentrada como quien resuelve un enigma. Por fin acerco una de sus manos hasta mi coño. Tenía unas manos curtidas por el tiempo con unos dedos enormes, como suelen tenerlas los viejos de pueblo. Puso juntos su dedo índice y corazón y sin más me penetró con ellos de un solo movimiento certero. Sentí aquellos dos dedos perforarme hasta las entrañas y di un grito de placer que hizo las delicias del grupo. El viejo estuvo un rato con los dedos dentro de mí, sin decir ni pio. De repente empezó a hurgar con rudeza dentro de mí. Movía los dedos dibujando un círculo en mi interior, y yo más que gritar gruñía. De repente, tal como los había metido los saco, dejando tras de sí un hilillo de flujo prendido de mi coñito. Se olió los dedos, los introdujo en su boca y los relamió.
-¿Qué? Pregunto J.L. riendo. ¿Está bueno Don Ramón? Apuesto a que hacía mucho que no probaba usted uno de estos.
El viejo no contestó. Miraba intermitente de mi coño a mi cara. Yo estaba al rojo. Hasta que por fin dijo mirando muy serio a sus compañeros
-Esta hembra es muy joven. Aún no ha dado de sí. Y mirándome a mí añadió. Has tenido suerte bonita hoy haremos de ti toda una mujer.