miprimita.com

Sueños Lúbricos

en Autosatisfacción

Soy por norma un hombre atildado. No puedo quejarme. Vivo de mi profesión universitaria, tengo una bella y apasionada esposa de origen extranjero y una hija adorable. Soy un hombre afortunado y básicamente exitoso. Disfruto la vida en toda su intensidad o al menos eso es lo que trato de hacer cada segundo de mi existencia. Es lo único que me voy a llevar cuando me toque partir: las sensaciones placenteras y de las otras que he experimentado.

A pesar de de mi compostura, reconozco que dentro mío arde un fuego inextinguible. Venero al género femenino tanto que no me importa su orientación sexual. Los hombres deberían saber que nada se compara con la exquisitez de la sensibilidad femenina para entregar su pasión y entregarse ellas mismas cuando logran quitarse esos falsos pudores que nosotros, los hombres, les hemos impuesto a lo largo de los siglos. Tengo la respuesta sexual a flor de piel, pero aún así no soy promiscuo. Me gusta la mujer que se quita las vestiduras del alma y se muestra como una hembra soberbia. Disfruté de muchas a lo largo de mi vida. Siempre me consideré un superado en cuanto a sexo se refiere, pero bien dicen que "el que a hierro mata a hierro muere"…

Soy afecto a la literatura y leo de todo un poco, desde el más encumbrado de los clásicos universales hasta el más humilde aporte de un aficionado en una web de relatos. Hace un tiempo que me agrada leer historias subidas de tono, algunas más explícitas otras menos. Con casi todas he terminado masturbándome, aliviando la tensión producida. Con otras he tenido la fortuna de compartir mi secreto ardor con mi esposa, aunque ella ni siquiera lo haya percibido. Es otro placer el que siento al auto complacerme, distinto al que mi amante compañera me sabe brindar muy bien y el que también disfruto hasta el delirio. Pero hace poco tiempo me topé con una mujer que me encendió como ninguna, parecía unos de esos personajes de aquellas historias que leía a diario. Una de esas damas que son hielo por fuera, fuego por dentro, todo un desafío para un tipo como yo.

El lugar donde la conocí me daba pie para verla todos los días y siempre buscaba la forma de coincidir con ella para entablar una conversación inocente, tan elegante como el objeto de mis desvelos, conversación que ella seguramente olvidaba apenas atravesaba la puerta de aquel recinto. Y yo me quedaba allí, en silencio, perdido, soñando con su boca, anhelando un beso que no llegaría jamás. Y después lo de siempre, mi rutina, mis obligaciones y en mi silencio ella, siempre ella con sus años más jóvenes que los míos.

Sé que no es tu estilo nena, pero la excitación que me provocas merece que llame las cosas por el nombre con que las siento. No me pidas que me exprese bonito como lo haces porque mira lo que me has hecho. Mi sangre bulle por las venas cuando te imagino en las situaciones que leo. Comienzo a pensar locuras y me adivinas cada reacción anticipándote a mis acciones. Juegas conmigo adrede y yo te lo permito, me seduces sin conocerte y comienzo a depender de tus palabras y tus gestos. Siento celos absurdos de ese hombre que quizás está en tu vida. ¡Cómo quisiera ser yo quien te recorra y te haga explotar! Ya no me excitas, me calientas, me recalientas, no sabes cuanto lamento la estrechez de mis pantalones cuando pienso en tí.

Que delicioso descaro tienes, tesoro. Ni que me hubieras visto, pero tu condición de hembra bien colmada te permite conocer a la perfección los secretos del ardor masculino. Huyo al baño, y libero mi fiera, ese pedazo de carne caliente que pende entre mis piernas, pareciera que liberara un suspiro y tuviera vida propia suplicando que una mano amiga le seque las lágrimas que corren por su cabeza sin cesar. Oh, nena, nena, nena, estoy tan caliente que tengo que cerrar los ojos mientras mi mano se cierra sobre mi miembro fundiéndose en un solo conjunto. Qué ganas de clavarte hasta el fondo que tengo, que ganas de cogerte hasta que me digas que no puedes más. Más, más, más, ahhhhh. Abro los ojos y levanto el rostro, mientras no dejo de meneármela con escalofriante suavidad; me miro al espejo y me veo descompuesto de placer y como en un espejismo allí te presentas, desnuda como una muñeca de nácar, con tus pechos blancos, llenos, antojables. Dámelos que quiero saciar mi sed y llenar tu fuente porque también quiero perderme entre tus piernas amor… Me estoy volviendo loco, me muero por beber de tu cántaro de vida. Pásame la lengua, me dices y te me ofreces en el total abandono y la calentura que tengo te obedece. No me digas eso, que estoy al palo, no quiero hablarte así muñeca, ¿pero no ves que tengo la pija como un hierro que no quiere fundirse a no ser en tu chorreante gruta? Te la metes en la boca como una posesa, porque tú también me deseas y te enloqueces, la sorbes, la chupas, la saboreas, pero me la aprisionas en la base junto a mis repletos testículos en el momento justo que iba a eclosionar en tu dulce boquita. Quieres más y te lo doy….

Te acaricias para mí, porque sabes que eso me enloquece. Me anticipa la delicia de tus jugos bañándome el falo. No quieres derramarte a no ser que me tengas dentro tuyo y me lo pides y no puedo negártelo porque me tienes absolutamente postrado a tus pies mi princesa. Empiezo a cogerte con cadencia precisa, con sugerente fuerza porque quiero que acabes de una vez y yo también, tus jugos me empapan, tu aroma me enloquece, grito tu nombre y me invades la boca con tu lengua abrasadora, caliente, mojada, exquisita. No creo que pueda aguantar mucho más.

No te rías chiquita, mira a este hombre cómo está por tu causa. Ven, dame un poco de alivio y llévame contigo adónde quieras. Se mi amazona… Me montas, me cabalgas, gimes en tu plenitud de hembra bestial, no hay nada que calme tu calentura excepto mi leche caliente que pugna por salir y te inunda. Ruego en mi interior que hagas tu conjuro y tu cuerpo adorado me ordeñe o tendré que echarle un polvo de campeonato a mi esposa esta noche. ¿Pero que estoy diciendo si al hacerlo con ella te veo a ti? Oh, así, así, me voy, me acabo, me acabo… ssssiiiiiiii.

¡¡¡Oh Dios!!! Las últimas gotas de mi simiente espesa caen al suelo al calmarse el último estertor de mi pene. Abro los ojos y veo que te has ido, volviendo a la secreta morada de mi alma, ese sitio que has reclamado para ti de modo imperativo y solemne. Te quiero, te deseo, me muero por ti, hembra adorada. Debería contarte esta experiencia, pero te perdería, me muero por verte de nuevo y soñar por un instante que me tienes en tus lúbricos sueños. Oh, mi tesoro, no hay nadie en este mundo que te idolatre tanto como yo….