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Infidelidad frente a mi esposo en el Gimnasio

en Interracial

Acabo de regresar de unas vacaciones por Reino unido y decidí contarles una agradable experiencia para, también así, salir de unas largas vacaciones como escritora.

Mi esposo ha tenido siempre la fantasía de verme con otros hombres, y eso lo conocen quienes ya han leído mis relatos. Si bien la idea me sonaba excitante, siempre temí a los efectos de que algún conocido pudiera extorsionarnos, se enamorara, o sucediera cualquier cosa que trajera problemas a mi matrimonio.

Así las cosas decidí que estar en un país extranjero era la perfecta oportunidad para darle gusto con un extraño que jamás podría encontrarme. La tarea se facilitó cuando llegamos a alojarnos en casa de mi amiga Luisa, en Londres. Ella que es muy conversadora nos contó mil cosas en menos de una hora, entre ellas, que había acudido a un gimnasio cerca de su casa, el cual funcionaba 24 horas y ofrecía gratis la primera sesión. Lo llamativo para mí de su historia, consistió en que el lugar permanecía vacío durante las noches y atendido solo por un enorme hombre de color que no había parado de hacerle insinuaciones sexuales de comienzo a fin de su entrenamiento, y esa había sido razón para no volver.

La idea se cocinó en mi mente y un par de días después le propuse a mi esposo, Javier, que fuéramos a conocer el gimnasio en mitad de la noche. Él aceptó pensando que el entrenador no se atrevería a mucho con una mujer que llegaba acompañada por el esposo, pero quería disfrutar por lo menos de verlo mirándome con morbo.

Salimos de casa de Luisa mientras ella dormía, silenciosos como un par de ladrones y nos fuimos directamente al lugar bajo el silencio de la noche que se rompía solo por el zumbido de su aviso de neón.

Al entrar había muchas máquinas, buena iluminación y muchos televisores. La sorpresa fue grande cuando en vez de la típica música de aeróbicos oímos por los altavoces gemidos y jadeos. La explicación era sencilla; en todos los monitores se reproducía una película pornográfica. Al llegar al mostrador nos encontramos con un hombre corpulento, enorme, que al parecer se masturbaba dándole la espalda a la calle. Mi esposo tosió para hacerle notar que estábamos allí. El negro se puso en pie aún dándonos la espalda, con el pantalón de la sudadera a medio muslo dejando ver unas nalgas firmes y oscuras. Se subió la sudadera despacio y se giró. El pantalón aparecía ante nuestros ojos, tenso bajo un mástil que no podía medir menos de 30 centímetros.

-          Buenas noches – saludé (por supuesto todos estos diálogos se dieron en inglés) – somos nuevos en el barrio y venimos a conocer el gimnasio.-

-          Bienvenidos – saludó con una sonrisa amable mientras, sin la mínima muestra de vergüenza interrumpió la película para cambiarla por videos musicales – primero, por favor, llenen los formatos con su información personal. Como ya sabrán, los nuevos visitantes tienen derecho a una hora gratis que puede extenderse a dos si nos visitan entre la media noche y el amanecer; imagino que es lo que los trae en este horario tan inusual.-

-          Si, por supuesto – contesté mientras mi esposo se encargaba de diligenciar los papeles - ¿En dónde podemos cambiarnos a nuestros trajes deportivos?-

El entrenador me miraba de arriba abajo como queriendo ver a través de mi ropa y Javier lo observaba divertido. Me señaló el lugar de los vestuarios y me adelanté hacia el de mujeres. Soy muy detallista y al ingresar pude ver una pequeña cámara en un rincón del salón y cambié mi jean, blusa y chamarra por una pantalonetita de lycra descaderada muy corta y un top pequeño y apretado en el que el frio de Londres dibujaba mis pezones, haciendo un striptease casual ante ella. Posteriormente Javier me contó que sin importarle que él estuviera allí, el entrenador buscó un canal en su TV en el que detalló todo el proceso de mi cambio de indumentaria.

Cuando yo salí del vestier Javier se dirigía al de hombres y en su rostro era claro que gozaba mucho de lo que estaba sucediendo. El entrenador me puso a hacer un poco de calentamiento en una banda caminadora. Cuando mi esposo venía ya preparado, el entrenador le sugirió calentar en una bicicleta estática, frente al lugar en el que estaban las mancuernas – para quienes no saben de gimnasios, son unas pesas pequeñas de levantar con una sola mano -. En seguida me guió a mí a una banca en la que me ordenó acomodarme a cuatro patas para tomar una mancuerna con mi mano derecha y flexionar el brazo hasta que el codo tocara mi costado.

Para guiarme acerca de cómo hacer el ejercicio correctamente se situó a mi lado derecho apoyando la mano izquierda sobre mi cadera- sus manos eran tan grandes que los dedos alcanzaban al costado de mi cintura- mientras su mano derecha rodeaba mi brazo guiando el movimiento que debía hacer. Después de 3 repeticiones su mano derecha ayudaba cada vez menos con el peso de la mancuerna y la izquierda se iba girando de a poco sobre mi nalga hasta que su dedo corazón quedó entre mis nalgas, esa mano enorme alcanzaba ahora a jugar con mi clítoris estando apoyada en el coxis. Sin poder evitarlo solté un gemido que traté de disimular como si fuera de esfuerzo.

-          Ahora repítelo con la izquierda- me dijo. A estas alturas ya los dos nos habíamos olvidado de mi esposo y él de su ejercicio de calentamiento.

Ahora para “ayudarme” a hacer el ejercicio me pidió que, aún en cuatro patas, apoyara mis rodillas sobre el borde del banco. Él se metió por entre mis pies hasta apoyar su aparato enorme contra mi conchita y con su mano izquierda tomó mi brazo para guiar mis movimientos. Así estuvo restregándose contra mi hasta que completé las 30 repeticiones que él había solicitado.

-          Vamos Javier, tu no necesitarás ayuda. Repite lo que ha hecho tu esposa, ya viste cómo – le dijo con amabilidad Tylor, el entrenador a mi esposo, mientras me conducía a otro banco. -

-          ¿Y yo ahora que haré? –

-          Vamos a trabajar pectorales María Camila – respondió diciendo mi nombre con su entonación inglesa – lo siguiente es el Press de banca.

Me acosté y a cada lado de mi pecho se elevaba un soporte, entre los dos sostenían una barra con un disco liviano. Tylor se ubicó con las piernas a los lados de mi cabeza y me ayudó a levantar la pesa, yo la bajé lenta sobre mi pecho y luego la volví a subir. Entonces repetí el movimiento pero él en lugar de ayudarme a bajar el peso con los brazos flexionó las rodillas hasta poner sus huevos sobre mi boca. La primera vez que bajó simplemente le dejé apoyarse, pero a la siguiente abrí mi boca antes de que llegaran hasta mi y cuando los tuve entre mis labios, los apreté con mucha suavidad

-          Lo estás haciendo muy bien María Camila, espero que Javier no esté perdiendo detalle –

-          No, lo observo cuidadosamente – respondió mi marido desde la banca de mancuernas –

A cada bajada de su cuerpo yo respondía con lamidas y caricias hasta donde la posición me lo permitía.

-          Ahora un poco de remo inclinado, mientras Javier hace el Press de Banca. – dijo el entrenador, guiándome hasta otro banco que estaba en posición diagonal.

La misma distribución de la máquina me llevó a apoyar mi abdomen contra la superficie recostándome hacia adelante para alcanzar una barra que evidentemente debía halar hacia mi pecho.

-          Espera María Camila – dijo el entrenador mientras alteraba la altura del banco poniéndolo un poco más bajo – quiero que hagas este ejercicio con las piernas un poco abiertas para revisar tu tensión muscular en ellas mientras ejercitas tu espalda. –

Así, separé mis pies y empecé a halar el remo hacia mi pecho, esperando en qué momento  me apoyaría la verga en mi coño que ahora se le exhibía marcado bajo la lycra, pero en su lugar sentí sus manos acariciando las caras internas de mis muslos con delicadeza. A veces la sorpresa es más poderosa que lo obvio pero previsto y no pude detener el orgasmo. Aferrada al remo gemía mientras él acariciaba mis muslos muy cerca a las ingles.

-          Ven Javier – dijo entonces Tylor – quiero revisar la tensión muscular de glúteos pero la pantaloneta no me lo permite desvestir a María Camila y ella no debe interrumpir el ejercicio, por favor, desvístela tú. –

Sin dudarlo cerré mis piernas y mi colaborador esposo me sacó la pantaloneta y el panty en un solo movimiento. Ya liberada de estas prendas volví a abrirme a los ojos del entrenador, dispuesta a lo que él quisiera.

El negro se acomodó y empezó a penetrarme despacio, más de lo que yo quería, al punto de que tuve que rogarle que me la metiera toda y él lo hizo. Era tan grande y ancha como correspondía a todas las leyendas que había oído con respecto a su raza y sentía que me iba a partir a la mitad.

-          No suspendas el ejercicio María Camila - me dijo agarrándome por la cintura, sus manos me envolvían completamente – sigue el ritmo que voy a marcarte.

Así, empecé a halar el remo cada vez que él me penetraba y él cada vez lograba más dolorosa y excitante profundidad. Creo que en solo ese ejercicio tuve unos 4 o 5 orgasmos, hasta que él se salió de mí.

-          ¿Y tú? – le pregunté mordiéndome el labio inferior – ¿se va a quedar cargado mi entrenador?

-          Para eso harás un último ejercicio que es excelente para el cuello. Arrodíllate. – obedecí sumisa sin quitar mi mirada de sus ojos mientras ponía la gruesa cabeza de su verga en mi boca – ahora con tu espalda recta me lo vas a mamar hasta que te calme la sed que debes estar sintiendo. Ya sabes, sólo moverás los músculos del cuello y la cabeza.-

Así lo hice hasta que me llenó la boca de su leche, tanto que debí sacármela y recibir los últimos dos chorros en la cara.

Antes de que nos fuéramos nos explicó que cuando llegamos y permanecimos a pesar de encontrarlo masturbándose, supuso que queríamos juego y que había avanzado de a poco y frente a Javier para tener la certeza de que no habría problemas. Durante todo el resto de nuestras vacaciones tuvimos gimnasio gratis y lo aprovechamos casi a diario.