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La Subasta

en Hetero: Primera vez

Para mí las promesas son sagradas, así que cuando a  los 12 años de edad prometí a mi madre que no tendría sexo hasta pasar la mayoría de edad, me lo tomé en serio. Mi primer novio vino a los 15 años y con él despertó el deseo; debí sentarme entonces a hablar con mamá irradiando mi altanería de adolescente: “Madre, cuando te hice esa promesa a los doce años no sabía lo que era el amor de un hombre, la pasión, ni el deseo. Me hiciste renunciar a lo que no conocía y eso sería razón suficiente para anular ese juramento; sin embargo puedo ofrecerte algo en calidad de “lo tomas o lo dejas”.  Te prometo no permitir que ningún hombre me penetre antes de los dieciocho años, pero toda otra forma de contacto sexual será permitida; es mi decisión. Así que ahora tus opciones son dos; permitirme hacer lo que quiera exceptuando la penetración, cuando y donde quiera, y esto incluye nuestra casa. La otra opción es que yo haga todo a escondidas, y cuando digo todo, es todo.”

Mamá lo pensó unos segundos y luego accedió. Yo podría hacer lo que me viniera en gana, exceptuando la penetración, hasta los dieciocho. Las consecuencias no se hicieron esperar. No pocas veces me encontró en uniforme de colegiala, con la falda como cinturón y el panty desplazado a un lado para permitir el paso de la lengua y los dedos de algún chico o, por el contrario, mi boca llena con la polla de alguno de mis amigos.

Fueron buenos tiempos para mí y aseguraría que a los diecisiete ha sido la edad en la que lucía más bella. Entonces encontré que el deseo de los hombres, tanto chicos compañeros de estudio como hombres mayores a los que conocía por diversas razones, les hacía ofrecer lo que me viniera en gana a cambio de esa defloración que se veía venir.

En mi vida llovían invitaciones a los mejores lugares de la ciudad, declaraciones de amor eterno y regalos costosísimos. Entonces vino la idea a mi cabeza. A cada hombre que sospeché que tenía interés en desvirgarme le hice saber de forma más o menos directa que subastaría ese suceso. A partir del día de mi cumpleaños número dieciocho recibiría ofertas por el privilegio de poseerme por primera vez; si una de ellas no era superada en tres días por otra mejor, me entregaría por una noche para que el ganador hiciera conmigo lo que le viniera en gana.

Ese 3 de enero de 2000 estrenábamos milenio, y yo mayoría de edad. Abundaron los regalos de amigos y conocidos, todos acompañados con dulces tarjetas llenas de mensajes cariñosos y, escrita en la postdata, una cantidad. Desde el primer regalo me sorprendí, aún amigos que yo creía que vivían muy cortos de presupuesto superaban los 300 dólares en su oferta, y las cifras aumentaban y aumentaban hasta que encontré el regalo de un profesor de la universidad que había sido mi pretendiente durante el último semestre. Ofrecía 1.200 dólares por ser el primero en penetrarme.

El 4 de enero, desde temprano en la mañana, todos los amigos que habían ofertado el día anterior, llamaban intentando enterarse de qué tan lejos estaban del ganador. Antes de medio día ya había recibido tres nuevos ofrecimientos aumentando la suma que ahora ascendía a 1.500 dólares. En la tarde, Vicente, un pretendiente bastante mayor y multimillonario al que había conocido hace menos de un año en un bar llamó para ofrecer 2.000 dólares. Durante la noche, la ansiedad, el deseo y la sensación de ser una puta costosa me hicieron masturbarme una y otra vez. Estaba insaciablemente hambrienta de sexo.

La oferta de mi amigo el adinerado cumplió uno y dos días sin ser superada. Pero al tercer día una llamada inesperada me sorprendió. Era un hermano de mamá

-Maria Camila, nenita, me enteré de lo que pretendes hacer – me saludó y yo me quedé helada. Yo había sido muy cuidadosa en la gente a la que le había contado y les había advertido que si pasaban la voz les aumentaría la competencia.

-¿A qué te refieres Tio Ramón?- le pregunté haciéndome la tonta con la esperanza de que fuera otro el tema. Si el tío lo sabía y le contaba a mamá, se echaría a perder el plan y me quedaría sin nada.

-A que estás subastando tu primera vez Macami. ¿Estás segura de que es eso lo que quieres hacer? Piensa en que recordarás siempre que en tu primera noche fuiste una perra.- me habló en tono cariñoso pero duro.

- Tío, soy mayor de edad y está decidido. ¿Qué harás? ¿Le contarás a mamá para evitarlo? ¿Y ella qué hará?, ¿Me sacará del país o me matará para que no pueda hacerlo a su espalda?- le contesté desafiante.

- No, no es lo que pretendo Maca. Llamo para ofrecer dos mil quinientos dólares – me quedé estupefacta. Yo sabía que él tenía dinero en abundancia, fruto de su trabajo como ganadero, pero nunca imaginé que me viera con ojos de deseo.

- Tío Ramón ¿Pretendes engañarme?-

- No seas tonta Cami, mañana mismo pondré en tu cuenta del banco el dinero y lo podrás gastar si es que crees que no lo haré. Por tu parte, te conozco desde niña y sé cuánto vale tu palabra, estoy seguro de que no te entregarás a nadie diferente a mi después de que gane.-

-Vale, vale Tío. Tu oferta va ganando, pero ahora debes esperar…-

-Sí, sé todas las condiciones. Tres días sin que la oferta sea superada. A partir de ese momento adquieres el compromiso de entregarte a mí por primera vez y podré hacer contigo lo que se me antoje durante una noche, es decir desde el atardecer hasta que amanezca. Obviamente no podrá haber riesgo de que te embaraces ni contraigas enfermedades de transmisión sexual y eso también es mi responsabilidad y debo comprobártelo con documento firmado por médico. Yo debo cubrir los gastos del lugar en el que será y puedo escoger la fecha para reclamar mi premio. Es todo ¿verdad? – Me sorprendió que tenía el concepto muy claro y se sentía seguro de su triunfo.

- Pues… creo que lo has dicho todo Tío Ramón- aún no salía de mi estupor.

Pasado el tercer día, nadie superó la oferta de mi tío, así que me fui preparando para que él me hiciera suya antes de una semana. El dinero, efectivamente, estaba en mi cuenta y dispuse de una parte de él sólo por comprobar que era real.

Para mi sorpresa, en vez de usar lo que había comprado, el tío Ramón se dedicó a darme de regalo ropa muy costosa y provocativa con una condición. Cada día que me estrenara algo, el me regalaría un nuevo atuendo para el siguiente. Fue un mes vistiendo muy sexy, muy fino y sin que mi tío cobrara su compra.

-¿Hola Tío?- le llamé entonces en cuanto se cumplió el mes. Temí que la idea de comprar mi defloración tuviera por objeto impedirla y no planeaba quedarme virgen por mucho tiempo más.

-Hola Cami. Paso a buscarte el viernes para cobrar lo que compré- me contestó sin darme tiempo a cuestionarlo más.

- Tío el viernes está muy cerca de mi regla y eso podría dañarnos los planes-

- Macami, hasta eso lo conozco en ti y sé que sucederá el domingo. Además un poco de sangre más no me espantará.- No creía que me estuviera hablando así, definitivamente tuve claro que lo haría.

-Vale, así será-

Y de nuevo sobrevino la ansiedad y el deseo, y yo tocándome todas las noches, hambrienta de sexo, imaginando la polla del Tío Ramón perforándome.

Finalmente fue viernes y Ramón me buscó en casa a las cinco de la tarde, era claro que quería poseerme desde el mismo atardecer. Llegamos a su enorme casa y el mayordomo nos abrió la puerta, en el comedor había una deliciosa comida esperándonos.

-¿No es muy temprano para la cena?- Pregunté

- Come ahora, mi bonita, después no tendrás tiempo-

-¡Guau Tío! al parecer eres rendidor y no planeas darme descanso- bromeé riéndome.

-¿Quieres algo más, preciosa?-

-Un Whisky estaría bien – le contesté ufanándome de ahora poder beber sin esconderme gracias a mi reciente mayoría de edad.

-Vale, le pediré al mayordomo que te lleve un par de botellas a la habitación, por si te da sed en algún momento.-

Subí a la habitación cuando aún faltaban diez minutos para las seis. Así fuera vendida y a mi tío yo quería que el recuerdo fuera lo mejor posible, así que bajo mis jeans y mi camiseta tipo polo, me había puesto la ropa interior de encaje rojo más sexy que tenía. De imaginar lo que venía, la humedad ya se había apoderado de mi sexo.

-A lo que vinimos- dijo el tío Ramón mientras se empezaba a sacar el pantalón, me sorprendió que un tipo de tanta clase no llevara ropa interior y dejara ver esa verga más gruesa que larga en camino a la erección.

-¿Así Tío? ¿Sin un besito? – le pregunté coqueta.

- Nadie besa a las putas, Camila. Empelótate que te quiero usar ya – me quedé fría, esto no era lo que esperaba. Siempre supuse que el admirador que comprara este momento me trataría como a una princesa.

Resignada a cumplir mi palabra me quedé en ropa interior, intentando lucir sexy , coqueta y dulce para cambiar la actitud de quien me haría mujer.

Ramón entonces se acercó y en una actitud fría, me giró y me soltó el sujetador. Sin un beso, ni una caricia me pellizcó los pezones. Entonces, girándome de nuevo, me bajó el panty hasta los tobillos. En seguida bruscamente metió su mano entre mis muslos y al descubrir que ya estaba mojada dijo “esto nos ahorrará tiempo” y me empujó sobre la cama haciéndome caer sobre mi espalda, en seguida levantó mis piernas aún unidas entre sí por la tanga que usaba como un lazo para atar mis tobillos. Un segundo después sentí la cabeza de su polla abriéndose paso en mi conchita virgen. Sentí como me rasgaba, el dolor me obligó a cerrar los ojos fuertemente y apretar las sábanas de la cama con mis puños.

-¡Noooo!¡Tio Ramón, no tan fuerteeee!- Supliqué llorando ante un dolor más allá de lo que había podido imaginar.

- Cállate perra – se limitó a murmurar y siguió penetrándome casi con ira, como si tratara de romperme con su verga, y yo sentía que eso hacía exactamente.-

El Tío Ramón me usó como a un animal, me giró para hacerlo de frente, desde la espalda y de lado. No puedo negar que pasado el dolor volvió a mi mente la fantasía de ser la puta más cara de la ciudad por esa noche y terminé excitándome muchísimo, al punto de correrme cuando él me poseía a cuatro patas sobre la cama. Las contracciones de mi concha  le ordeñaron la polla al Tío ramón que eyaculó potentemente dentro de mí sin que pudiera sacarlo o protestar, víctima de mi propio orgasmo.

-Tío, pero dijimos…-

- Estas a tres días de tu regla, zorra, no te embarazarás.- En seguida fue a la mesa de noche y sacó dos hojas de papel. Una era la constancia médica que certificaba que Ramón no padecía ETS (enfermedad de transmisión sexual) alguna. Cuando vi la otra, certificaba lo mismo, pero el paciente era Vicente, mi amigo.

No alcancé a preguntar nada, por la puerta entraba quitándose la ropa el multimillonario mientras Ramón salía. Vicente se acercó y me besó apasionadamente. Por fin un poco de ternura. Sus manos se deslizaron entonces por mi cintura y se aferraron a mis nalgas mientras su boca se apoderaba de la mía. Me recostó con delicadeza sobre la cama y empezó a lamer mi clítoris con intensidad y sin importarle los restos de sangre y semen que había en él. Realmente me hizo sentir amada, deseada. Besó todo mi cuerpo, mis senos, mi cuello y supo hacerme llegar al cielo más de cuatro veces en una hora de delicioso sexo al cabo del cual me dio un beso muy delicado. Entonces golpeó a la puerta y el Tío Ramón abrió mientras Vicente terminaba de vestirse. Desde la puerta se giró y me miró con tristeza, entonces sacó un enorme fajo de billetes y le pagó a Ramón quien le permitió salir. Afuera de la habitación, en el primer piso, se oía música, charlas y risas de hombres.

Entonces mi Tío fue de nuevo a la mesa de noche y sacó una nueva certificación médica y me la tiró a la cara. Era de un viejo amigo que había ofertado 1.200 dólares en mi cumpleaños. En seguida fue a la puerta y lo llamó con un grito.

-Ponte esto para tu siguiente cliente, Puta- me dijo el Tío Ramón sacando del closet de la habitación un uniforme de colegiala.

-No quiero-

-Es mi noche, perra. Te compré y vas a obedecer. Diste tu palabra.- En ese momento entendí para que me había traído tanto whisky y, muy nerviosa, apuré un vaso.

 El nombre del nuevo invasor de mi cuerpo es José David. Me saludó con amabilidad, casi con cariño y me ordenó que le diera una buena mamada.

-Solo obedezco a quien ganó la subasta- le dije intentando evadir la situación.

-Camila, mi orden es que obedezcas a quien esté contigo en la habitación- oí entonces por unos parlantes de música ambiental que había instalados sobre la cama y supe que seguramente además de estar siendo oída, seguramente estaba siendo vista y hasta filmada.

Sin escapatoria, me arrodillé frente a José David, bajé su bragueta y me introduje su miembro en la boca mientras afuera del cuarto se oía una algarabía de hombres como si acabaran de ver un gol de su equipo de futbol favorito. Después de cinco minutos de mamada, José me hizo poner en pie, de espaldas a él, apoyada en los antebrazos sobre la cama, acto seguido sentí como me penetraba despacio, deliciosa y profundamente. Los gritos retumbaron desde la sala y tuve la certeza de que estaba siendo vista. Fue ese día y en ese exacto momento cuando descubrí que soy exhibicionista pues de solo imaginarlos deseándome tuve un orgasmo brutal que dejó empapada la polla de José David quien aprovechó esa circunstancia para utilizar mi propio lubricante y entrar en mi ano muy despacio. Acababa de quitarme otra virginidad, una que no esperaba yo perder. Se corrió en mi ano, pagó y se fue, dando paso a un amigo del Tío Ramón que yo ni conocía, un gordo grasoso y repugnante. Al verlo entrar en la habitación me llené tanto de asco que bebí un sorbo muy largo de Whisky, ya no usando el vaso sino directamente de la botella.

El gordo se me abalanzó como una bestia, su penetración no la sentí, cedida como estaba por mis anteriores amantes, su pene era tan pequeño entre tantos pliegues de manteca que no podría asegurar que entró en mí en algún momento. Sólo sé que pesaba mucho, me ahogaba y su sudor escurría sobre mi cara y me producía náuseas cuando entraba en mi boca. Para mi suerte era eyaculador precoz y antes de 10 minutos se vino sobre mi monte de Venus, pagó y se fue. Yo ya estaba ebria y confundida, al punto de no recordar cuantos fueron. Recuerdo que identifiqué en donde estaba la cámara y frente a ella llegué a bailar masturbándome entre uno y otro “cliente”. Recuerdo a un amigo flaco y alto que me hizo cabalgarlo pero nunca pude sentarme completamente porque dolía de lo profundo que llegaba. Recuerdo a un par de hombres que entraron a la vez; me pellizcaban los pezones haciéndome aullar y llorar y me abofetearon hasta que mis labios se rompieron, me penetraban simultáneamente anal y vaginalmente y recuerdo el alivio cuando se corrieron, pagaron y se fueron. Después la borrachera me hizo dormir, pero por momentos despertaba y tenía a alguien dentro de mi dejándome llena de semen la concha, el culo y la boca repetidas veces.

Sin estar sobria aún, recobré la conciencia y pude ver en un reloj que eran las cuatro de la mañana, el que me poseía ahora era el mayordomo. Eyaculó en silencio sobre mi cara y salió de la habitación. Entonces volvió el Tío Ramón con una maleta llena de juguetes, unos placenteros, otros dolorosos y hasta humillantes. A las cinco de la mañana, contando con que aún le quedaba una hora me dijo “ahora el toque final para que te sientas tan perra como eres. Literalmente” y entró a la habitación con su perro labrador; los detalles de este encuentro final me los reservo porque duele recordarlos.

Antes de dejarme salir, el Tío Ramón me obsequió mil dólares más en efectivo, una parte mínima de sus utilidades, riéndose y agradeciéndome por ser el ganado más productivo que había tenido en mucho tiempo.