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Follando con perros

en Zoofilia

 Una tarde, al llegar a casa, mi perro Terry me recibió muy contento, tirándose sobre mi. Meneaba el rabo y ladraba recibiéndome. Parecía que quisiera follarme.

-¡Para, Terry! ¡Qué loco que estás! -le dije riendo.

Terry era muy vivaz, pero en aquel momento parecía estar en celo. Me di cuenta enseguida que tenía una erección descomunal. Su miembro era de grandes dimensiones y tenía el capullo totalmente abierto.

-A ver si te busco una perrita que te de cariño -le dije afectuosamente, acariciándole el lomo.

El dogo me miraba con deseo. Sentí lástima por él. El pobre estaba muy salido y necesitaba sexo urgentemente. Una idea perversa recorrió mi mente. ¿Y si le complacía yo misma? El chucho estaba de buen ver y lo tenía muy bien cuidado, casi cada día lo lavaba. Sin dejar de acariciarle con una mano, con la otra le agarré el cipote duro con decisión. Pareció gustarle mucho porque se abalanzó sobre mi y me chupó toda la cara con su larga lengua. Me puse como una moto. Estaba muy cachonda. Mi deseo hacia el dogo empezó a crecer desmesuradamente. Le acaricié suavemente los gordos y peludos huevos mientras él seguía lamiendo mi lindo rostro en señal de gratitud. Me saqué una tetilla del vestido y Terry me la chupó cariñosamente. Tenía cara de oso mimoso.

-¡Mmmh, esto es mejor que un masaje! -le decía mordiéndome la lengua y acariciándole la cabeza en señal de gratitud-. ¡Qué lengua que tienes, cabrón! ¡Eres muy ardiente!

Me moría de ganas de comerle la polla. Se la casqué un poco y acabé introduciéndomela en la boca, al principio con un poco de asco y resquemor. Le practiqué una felación tremenda. Succionaba su inmenso aparato, luego me lo sacaba de la boca y le pegaba apasionados lenguetazos en todo el capullo morado. Me sentí como una ninfómana depravada. ¡Me estaba tirando al perro! Le llegué a comer hasta las pelotas peludas.

Ya no había vuelta atrás; estaba totalmente entregada a él. Necesitaba que me follara. Me desnudé y el can me comió el chumino con gran voracidad, proporcionándome un torrente de placer. Terry me montó clavando su tieso miembro en el conejito. Me trincaba de forma salvaje. Aquello era brutal. Aquel cachondo can estaba proporcionándome un placer increíble, mucho mayor que cuando lo hacía con mi novio Hector. Me sentí dichosa de tener un dogo tan cariñoso y bien dotado.

-¡Fóllame, peludo! ¡Soy tu perra insaciable! -le gritaba alentándole a que siguiera alimentando mi chochito glotón con su descomunal y erecta verga.

Terry acabó eyaculando dentro de mí, llenando mis paredes vaginales con su esperma cachondo. Quedé tan satisfecha de aquella sesión de zoofilia perversa, que acabé comprando otro perro para follar con los dos a la vez. Mientras le mamaba la picha tiesa a Terry, que ya estaba acostumbrado a hacerme el amor día sí y día también, el otro chucho me la clavaba en el chumino a saco. Los dos canes acabaron eyaculando sobre mi lindo rostro y mis tetas guarras, empapándome con su leche zorra. Luego me chuparon todo el cuerpo tragándose su propio esperma. Me sentí como una diosa de los perros en celo.

Hacedme caso, amigas; el perro es el mejor amigo de la mujer. Y un amante perfecto. Dejad que os la metan en todo el potorro. Seguro que repetís.