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Mi hermanita Silvia

en Amor filial

 Al llegar a casa, pude ver a través de la puerta entreabierta y con gran estupor, como mi hermana Silvia le estaba practicando una felación a nuestro perro Jack en el sofá. Silvia tenía diecinueve años y había estado con pocos chicos, al menos que yo supiera. Pero estaba de buen ver. Tenía un buen par de tetas y un culito respingón. Y una cara de tontita de no haber roto un plato en su vida que también tenía su morbo. Una vez que fuimos a la playa la pude ver en bikini y estaba muy sexy, me puse todo burro con mi propia hermana. A partir de aquel día me había pajeado más de una vez en la intimidad de mi alcoba imaginándomela follando conmigo o con varios tíos a la vez. Era una de mis fantasías sexuales más ocultas. La más oculta era que me follaba a mi madre y me corría dentro de ella. Le debía de haber venido un poco de calentón al parecer, y no habría podido resistirse al colosal miembro del can. Silvia se metía con pasión todo aquel trozo de carne negra en la boca mientras acariciaba cariñosamente las duras pelotas del ávido dogo con sus delicadas manos, que parecía disfrutar de lo lindo de la espectacular mamada que le estaba regalando mi cachonda y perversa hermanita. Me quedé mirando a hurtadillas aquel fantástico e inesperado espectáculo que se presentaba ante mis ojos. Estaba totalmente excitado. Después de pegarle unos apasionados lametones al morado capullo del animal, Silvia empezó a meneársela moviendo enérgicamente su mano. Jack se relamía de gusto, totalmente entregado a la paja. Tenía la mirada perdida, como si le hubieran hipnotizado. De vez en cuando, Silvia acercaba su lindo rostro a la cara del animal para que éste se la chupara con ímpetu con su larga y húmeda lengua. Ni corta ni perezosa le acabó dando el pecho al afortunado can. Ella le acariciaba la cabeza mientras el perro jugaba con sus pezones. Silvia volvió a mamársela con ganas y esta vez se acabó metiendo uno por uno los huevos peludos del perro en la boca. Parecía una experta en mascotas en celo. A ésta le estaba dando un meneíto de aquí te espero que no iba a olvidar en días. Acto seguido, mi hermana se quitó los pantalones quedándose en tanga y le ofreció al dogo su tesoro más preciado: su húmedo coño. El perro se puso a pegar lenguetazos al humeante chochito de Silvia, sin pensárselo dos veces. Silvia se mordía la lengua para no gritar. Gemía de puro placer. A mí me estaban poniendo cachondo todos aquellos sollozos. Empecé a palpar mi tiesa polla por encima del pantalón.  Se me había puesto dura como una estaca. Estaba tiesa hasta límites insospechados. No pude aguantarme más, y me la tuve que sacar para cascarme una paja con aquella sesión de pura zoofilia. Me la empecé a menear con ímpetu viendo a mi perversa hermanita montándoselo con la mascota de la familia.

-Que hambre que tienes, Jack -le íba diciendo Silvia al dogo con voz cariñosa-. ¿Te gusta el menú que te ha preparado tu dueña Silvita?

El can continuaba chupando sin descanso la jugosa almeja de Silvia con cara de oso mimoso mientras ésta volvía a cascársela. El animal se acabó corriendo, haciendo brotar su espesa y blanca leche y salpicando a mi hermana. Silvia tenía la mano llena de semen. Entonces se la empezó a chupar degustando el líquido caliente y viscoso del chucho. En ese momento, me corrí como un cabrón. Me salió más leche que nunca. El esperma salió a presión brotando de mis huevos gordos y peludos. Debí de hacer algún ruido, por que Silvia se giró bruscamente hacia la puerta donde yo me encontraba parapetado, pillándome in fraganti en plena faena. Me fui pitando abochornado. Durante los días siguientes no comentamos nada, como si nunca hubiese sucedido. Silvia parecía sentirse culpable por sus actos impuros. Una tarde que estábamos solos en casa, Silvia se presentó en mi habitación. Parecía algo nerviosa.

-Hola hermanita.

-Hola.

 Estuvimos hablando de cosas banales durante un rato. Finalmente, me armé de valor, tragué saliva y le espeté directamente:

-Tengo envidia de Jack. Conmigo no te deshaces en atenciones como con él.

Silvia se puso muy roja. No esperaba esa salida de tono por mi parte. Al ver que no decia nada, insistí:

-Yo no la tengo tan grande como el, pero te puedo asegurar que también es muy juguetona.

-Es que tú eres mi hermano...-contestó finalmente ella con voz inocente y una sonrisita contenida.

-Si eres capaz de follarte al chucho, no me digas que no lo harías con tu querido hermanito. Venga, no te hagas la estrecha, que se que follarías hasta con papá.

Se puso roja. Entonces le confesé que me la había pelado pensando en ella muchas veces. Ella también acabó reconociendo que se había estado metiendo el dedo en el chirri más de una vez imaginándose lamiendo mi tieso y prominente pollón. Y que luego la penetraba por coño y culo corriéndome dentro de ella, llenando sus entrañas de líquido caliente. Ya no habia vuelta atrás. Los dos nos habíamos confesado nuestra atracción mutua. Tras unos momentos de inseguridad, Silvia empezó a palpar mi rabo por encima de las sábanas, mirándome con cara de viciosa.

-Que cariñosa que eres, hermanita. Eres una putita -sentencié acariciando sus negros y suaves cabellos.

A ella le encantaba que la insultase, desde que eramos críos. Se ponía más cachonda todavía. Parecía una gatita en celo dispuesta a entregarse a mi erecto rabo. Nos empezamos a morrear acaloradamente. Nuestras lenguas húmedas jugueteaban intercambiando saliva. Me ponía súper cachondo estar liándome con mi propia hermana. Tenía la picha más empalmada que un caballo. Empecé a tocar sus grandes tetas por encima de la ropa.

-¿Te gustan mis tetillas, eh? Ya me he dado cuenta como me las miras de reojo de vez en cuando, desde que me empezaron a crecer.

No se hizo de rogar demasiado. Se quitó la blusa quedándose en sujetador. Tenía un escote precioso. Empecé a tocarle los pechos por encima del sujetador con suavidad, pero poco después acabé metiendo toda la mano dentro de estos acariciando sus preciosas tetas directamente. Estaba en la gloria.

-Que blanditas... -observé magreándoselas como un obseso-. Quiero que me des el pecho, hermanita.

Silvia me miró fijamente con sus ojos grandes y penetrantes, con una sonrisa picarona. Se quitó el sujetador lentamente con un estilo muy sexy, descubriéndome poco a poco sus encantos más íntimos y secretos. Pude ver por vez primera sus grandes y estupendas mamas. No me defraudaron; eran fantásticas. Estaban muy bien para su edad. Se las magree un poco y a continuación empecé a pasar la lengua por uno de sus erectos pezones. El calzoncillo iba a estallar. Había algo tras estos que pugnaba por salir al exterior.

Mi hermana empezó a acariciarse el chumino entregada a mi comida de entreteto. Por la cara que ponía parecía que le gustaban mis atenciones hacia ella. Yo no me soltaba de sus melones, chupándoselos de buena gana. Ella me cogía por la nuca apretándola con fuerza.

-Como le gusta al nene que le den el pecho. Uy, que niño más glotón!

Estuve varios minutos amorrado a sus tetas, sintiéndome como pez en el agua y dichoso de tener una hermana tan pechugona y cachonda.

-Quiero que me des biberón, hermanito -me susurró Silvia al oído con un tono muy sensual -. Quiero un poco de leche calentita.

Me bajó los pantalones y me sacó la tiesa polla del calzoncillo. La empezó a menear pausadamente con su delicada mano mientras me miraba con cara de gatita en celo. Nos morreábamos como dos amantes entregados a la causa. Le estaba metiendo la lengua hasta la campanilla mientras apretaba con fuerza su prieto y goloso culito. Silvia no pudo contenerse más y empezó a lamer con ardor y devoción mi tieso palo. La mamaba que daba gusto, tenía una boca grande y cachonda preparada para comer todas las pollas que se le pusieran a tiro. Pasaba su húmeda lengua por el capullo y luego bajaba lentamente. Luego se la volvía a introducir dentro de la boca hasta sentir mi capullo en su garganta.

Tras aquella fantástica felación, yo quise probar su peludo y tierno chochito. Le pasé toda la lengua haciendo retorcer de placer a mi hermanita cachonda y salida. Tenía un buen conejo, húmedo, caliente y sabrosón. Estaba en su jugo.

-Como me gusta el marisco, hermanita. Tienes una almeja jugosa y deliciosa, además de calentita.

Le metí todo el miembro en el coño sin contemplaciones y empezé a clavársela de forma salvaje. Parecía que estubiera dándole a una zambomba. Silvia gemía retorciéndose de placer. Luego probé su delicioso culito que, lógicamente tampoco me defraudó. Era estrecho, profundo y oscuro. Acabé eyaculando sobre su lindo rostro y sus tetas. El semen brotó en abundancia de mi empinada picha con ganas de salpicar a mi hermana calenturienta. Silvia acabó de rechupar mi tranca para saborear hasta la última gotita de mi semen.

-Que golosa que eres, hermanita -comenté encantado con la voz entrecortada por los jadeos-. Contigo no necesitaré ir de putas ni cascármela como un mono. Ya tengo una en casa y gratuita.

Silvia no se molestó con mi comentario, al contrario. Le encantaba que la humillasen. Se restregó la leche por todo su rostro como si de una crema hidratante se tratara.

 Tenía un amigo en el instituto que le molaba mucho a mi hermana. Una tarde lo traje a casa. Silvia se sentó en el sofá junto a él y lo sedució. Mi amigo Toni empezó a meterle mano. Poco después se estaban dando el lote acaloradamente. Mi hermanita le sobaba el paquete por encima de la ropa. Me saqué el rabo a la intempérie y me la comencé a cascar como un mono contemplando aquel maravilloso espectáculo. Cuando Toni me vió con el pajarito fuera, se sorprendió sobremanera de que me hiciera una paja delante de mi hermana sin inmutarme.

-Tengo que desvelarte un secreto -le dije a mi amigo incorporándome y dirigiéndome hacia ellos-. Pero tiene que quedar entre nosotros.

Me planté delante de Silvia con la polla tiesa. Ésta me la agarró con ganas y comenzó a masturbarla lentamente. Toni estaba patidifuso. No esperaba presenciar aquel espectáculo de incesto; de amor y cariño mútuo entre dos hermanos. Mi preciosa hermanita le miraba sonriente mientras me la meneaba. Poco después me la mamó con su húmeda, cachonda y ardiente lengua. Yo le acariciaba cariñosamente su suave cabello sintiéndome flotar en una nube.

-Has visto que hermana más cariñosa que tengo? -pregunté orgulloso a mi amigo, que nos observaba atónito-. Si tú tuvieras una hermana así, no te la follarías?

Toni no contestó. Estaba muy impactado.

-No te gustaría probar a tí también a mi hermanita? Te aseguro que no te arrepentirás. A ella le gustas mucho, además. Verdad, Silvia?

Mi tierna y dulce hermana se puso un poco roja y asintió con la cabeza. Toni estaba todavía muy cortado, pero finalmente se acabó decidiendo y se acercó a Silvia después de incorporarse del sofá. Ésta le bajó los pantalones y palpó el erecto rabo de mi amigo por encima de los calzoncillos. Mi querida hermana estaba algo nerviosa y ruborizada con mi compañero, seguro que había estado pensando en el más de una vez mientras se masturbaba en la intimidad de su alcoba. Nos la acabamos follando los dos a la vez. Toni hundia su erecta verga en el coño de Silvia mientras yo la enculaba sin piedad clavándosela hasta los huevos. Mi amigo eyaculó dentro de ella, yo me corrí sobre su lindo rostro y sus preciosas tetas.