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Puto, sumiso e infiel.

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Mi vida era buena, o mejor dicho normal. Tenía mi familia, mi pareja, y mi trabajo. Era tan feliz que hasta me di el lujo de tener una aventura. Él tenía un físico impresionante, pero lo que más me atrajo fue su carácter fuerte y su larga verga.

Nos vimos dos o tres veces en su casa, hasta que en una ocasión que me citó, no sé por qué razón, llegué tarde media hora.

Lo encontré en la sala viendo un partido de futbol y tomando cerveza. Estaba más serio que de costumbre, yo me disculpé y aparentemente aceptó mis disculpas. Pero luego me ignoró y siguió viendo el programa y bebiendo. Yo me empecé a angustiar, tanto porque lo sentí molesto, como por pensar en que se haría tarde y no quería llegar a mi casa después que mi pareja.

Me acerqué e intenté abrazarlo, pero él estiró la lata de cerveza vacía y me dijo que le llevara otra. Se la traje, pero ya no osé acercármele nuevamente y pasamos media hora más en silencio, solo me hacia una seña y yo le llevaba una nueva cerveza.

            Lo miraba ahí, sentado cómodamente viendo tele, emborrachándose e ignorándome. Era la imagen viva de un macho cabrón que hacia lo que se le antojaba, incluyendo el ordenarme que le sirviera las cervezas. Empecé a sentirme molesto y de pronto, como una manera de presionarlo, le dije: pues como no tienes ganas de nada, mejor ya me voy, otro día regreso.

            Él pareció no oírme, estiró el brazo con la lata vacía pidiéndome implícitamente que le llevara una nueva. Me pareció humillante que no me hiciera caso, si quieres una cerveza sírvetela tú, le dije, me levanté y dirigía hacia la puerta, decidido a no volver a verlo nunca.

            No llegué a tocar la perilla siquiera, un dolor inmenso asaltó mi cabeza cuando él me tomó del pelo y jaló hacia atrás. Por instinto, tomé su mano queriendo desasirla de mi pelo, pero era una poderosa garra afianzándome fuertemente. Me jaló mientras caminaba hacia su recámara. Me tiró sobre la cama y cerró de un golpe la puerta.

            Mis ojos estaban arrasados de lágrimas, repíteme lo que acabas de decir imbécil. Mis quijadas temblaban igual que mi cuerpo. Nunca lo había visto tan enojado. Estaba furioso, sus ojos destellaban y sus palabras arrojaban pastosamente su pregunta inundadas de aliento alcohólico. No podía articular palabra cuando él me dio la primera bofetada, quise decirle perdón, pero de mi boca no salió ningún sonido.

            La segunda bofetada me tiró al piso, del que me levantó otra vez del pelo. Esta vez maniobró y mientras me volvía a abofetear, me ordenó, bájate los pantalones hijo de la chingada. Obedecí al siguiente bofetón. También los calzones puto, añadió sin soltarme del pelo con una mano y amenazándome con la otra.

            Una vez que me vió con los pantalones y calzones bajo las rodillas, se sentó en la cama y me acomodó boca abajo, sobre sus piernas. El dolor que me provocaba al jalarme del pelo desapareció de pronto, cuando sentí la primera nalgada.

            Por instinto intenté cubrir mis nalgas, pero él me soltó del pelo, y con una mano sostuvo fuerte  mis dos muñecas por mi espalda, dejando inerme mi trasero. Intenté soltarme, pero me era imposible, su tamaño y fuerza eran superiores a las mías, las nalgadas caían sin cesar haciéndome aullar. No supe cuantas me dio. Tal vez fueron 20 o 30, o quizá fue el número suficiente para que se calmara su enojo. Luego me soltó. Yo permanecí gimiendo y aunque me había soltado no osé moverme.

            Un par de minutos más y él recobró el aliento. Se puso de pie arrojándome al piso, yo estaba en shock, solo conseguí ponerme a gatas. Entonces, él se agachó, y hablándome suave al oído me dijo: tráeme una cerveza y después, vete mucho a chingar a tu madre.

            Mientras caminaba hacia la cocina, pasé por la puerta del departamento. Pude haber escapado en ese instante, pero no sé porqué, opté por llevarle la cerveza a la habitación. Una vez que se la entregué, me repitió, ahora lárgate hijo de tu puta madre.

Me entró una tristeza enorme, una debilidad inmensa, un vacio total. Mis piernas no podía soportarme y sollozando caí arrodillando ante él. por favor, supliqué, perdóname, no volverá a suceder. Las lágrimas caían sin parar como si mi madre hubiera muerto.

El, sentado en la cama, imperturbable me miraba y tomaba de su cerveza. Puse mis manos en sus rodillas mientras decía, te lo ruego, por piedad, no me alejes de ti, te lo suplico. El sonrió burlón  y despectivo se levantó, empujándome de una patada me arrojó al piso. Me aferré a su bota, coloque mi mejilla junto a ella, mientras mis lágrimas mojaban el cuero negro.

Te lo suplico, por piedad, discúlpame, no supe lo que hacía, no me corras, déjame estar contigo, por favor, te prometo que no volverá a ocurrir jamás.

Sentí la garra de su mano otra vez en mi pelo, esta vez el jalón era suave hacia arriba, hasta que su rostro quedó muy cerca del mío y me habló.

            Esta bien cabrón, voy a darte una oportunidad, pero a partir de este momento las reglas cambian puto. Es mi voluntad que a partir de hoy, tu vas a ser mi esclavo y yo tu Amo, tu mi perro y yo tu Señor, tu mi puta y yo tu macho. Y vas a hacer todo lo que yo te mande. Sea lo que sea.

Sus palabras caían como decreto inobjetable en mi cerebro. No tienes permitido hablar, solo lo harás cuando te pregunte algo. Si quieres hacer uso de la palabra, deberás de pedirme permiso. Vas a hablarme de usted y no puedes mirarme a la cara.

            Cerré mis ojos y un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Si Señor. Harás lo que se me hinchen mis putos guevos cabrón. Ya basta de que te comportes como niña bonita. Deja de hacerte pendejo, se que te encanta como te cojo puto. Se que tu pinche noviecito no te quita la calentura cabron. Por eso regresas, porque vienes aquí como puta en busca de la verga de su macho. Crees que no me daba cuenta de que te gusta que te traten rudo pendejo. Se exactamente como necesitas que te traten. O me equivoco hijo de tu chingada madre?

            No, balbuceo sorprendido por la exactitud de sus palabras. Una bofetada enciende mi mejilla, no que?, hijo de la chingada, no, qué? Cabrón. No Señor. Contesté, justo en el momento en que sentí que de mi verga escurría una gota de precum.

            Vas a obedecer todo lo que te mande, cabrón?. Si Señor lo obedeceré en todo. Y si se me antoja darte de nalgadas que harás puto?. Nada señor, dejar que me nalguee. Así me gusta putito, vas aprendiendo muy bien cabroncito.

            Vas a estar a prueba perro, si fallas en alguna orden que te dé, te voy a mandar a chingar a tu madre, entiendes pendejo? Si señor estaré a prueba y si fallo no me dejará ya estar junto a usted. Bien puto, quiero ver que tan bien obedeces, lámeme las botas maricón de mierda.

            Nunca supe si eran sus palabras soeces, o su tono despectivo, o el olor a cuero de su botas, o sentir su dominio sobre mi, pero me puse a lamérselas como si fueran de dulce. Luego, me hizo que se las quitara y chupara sus pies. Jamás había sentido un placer como ese. Oler su aroma, tocar su piel, chupar cada uno de sus dedos, pasar mi lengua a todo lo largo de sus plantas, y sobre todo mirar como mi macho se estremecía de placer sintiendo y viendo como cumplía sus órdenes, fue el principio de algo sublime.

            Ya nada fue igual, ni siquiera la forma en que me penetraba. Pues a partir de ese día, siempre me amarra, me venda los ojos, y me coje como si  me violara. las nalgadas y bofetadas nunca faltan. Le excita apretar mis pezones con fuerza hasta hacerme gemir de dolor. También le gusta hacerme abrir la boca y escupir en ella, mientras me insulta sin cesar. Aunque siempre me taladra el ano con su verga enorme, al final prefiere eyacular en mi boca y que le chupe la verga hasta dejársela bien exprimida, sin gota de mecos, y después, le gusta llevarme al baño, para orinar sobre mi cuerpo. Ante todo eso, yo no puedo decir nada, y siendo sinceros, me gusta mucho complacerlo, el solo hecho de ver su pene duro por causa de mi obediencia, es un pago suficiente para mí.

             Desde ese día, llegamos al acuerdo en que yo seguiré viviendo con mi pareja, pero a él, por fuerza debo verlo el segundo fin de semana de cada mes. Debo estar desde el viernes a las seis de la tarde hasta el domingo a la misma hora. Confieso que visitarlo, se me ha vuelto una adicción.

Mi nuevo dueño no se contenta solo con usarme, sino que debo de lavar y planchar su ropa, limpiar su calzado, asear su casa y cocinar para él. Los sábados por la noche, invita a sus amigos y debo de atenderlos a todos, delante de ellos me humilla y me trata como su puta, también les cuenta todo lo que me hace, incluyo ha llegado a pegarme frente a ellos. Todos se ríen cuando él me exhibe.

Cada día temo más los sábados,  porque toman alcohol como cosacos, y me imagino que un día se le puede ocurrir que sus amigos me usen sexualmente.

Amo a mi novio más que a nada en mi vida, sin embargo los viernes de la segunda semana de cada mes, invariablemente, le doy un beso y le digo que ese fin de semana, “me toca a visitar a mi mamá”.

ESCRIBO ESTE RELATO PARA UN EX ESCLAVO. EL TIENE UNA PAREJA NORMAL A LA QUE AMA, PERO CONOCIÓ A UN AMANTE BIEN DOTADO Y CON LEVES TENDENCIAS DOMINANTES. LE MOSTRARA EL RELATO DICIENDOLE QUE LO ENCONTRO EN LA RED Y QUE AL LEERLO, NO SUPO PORQUE, PENSÓ EN ÉL.... QUIEN SABE SI EL AMANTE ENTIENDA LA INSINUACIÓN.