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Paseo de Otoño

en Lésbicos

Ella y yo caminamos entre los pequeños y cortos paseos, vericuetos que el balneario de Alhama tiene en Granada, solo somos dos amigas que caminan dando saltos entre risas, en realidad es un lugar lleno de viejos, pensionistas jubilados, paseos de Olmos y Castaños que manchan con las hojas del Otoño los caminos de tierra, una ligera y torpe llovizna ha librado los caminos de paseantes, a escondidas, salidas del camino, su vestido y mis pantalones revueltos entre maleza. Hay un pequeño muro de piedra lleno de hiedras adherido a una ermita en ruinas, ella sonrie con una magia inaudita, con preciosa boca de niña puta, entre risas recordando que hace apenas una hora la he masturbado, le he hecho un dedo como le gusta decir a ella, y ahora de nuevo la revuelco, le muerdo el labio en un beso, muerdo fuerte queriendo que brote la sangre y ella llore, abrazo sus caderas levantando su falda para que los trozos de romero, tomillo y espinas arañen sus blancas nalgas, hace apenas una hora gemía pegada a la pared de los aseos, repiraba hondo y callada con mi mano, volcando toneladas de jugos estériles desde su coño sobre mi mano.

Es la misma escena, la misma mirada que hace apenas cuatro meses existía de modo auténtico, certero, verdadero, en nuestra seguridad de un piso pequeño de luces y sol bañado al abrigo de los visillos de mañana, la misma mirada que no necesitaba decirme "te amo" para sentirla, para amarla, para deshacer como el peor terremoto en un solo día todo lo levantado, todo el trabajo que juntas pusimos en nuestra vida futura, simplemente destrozado como el capricho de un loco un buen día llegó y se llevó su maleta "Regreso con Paola" sin más razón, sin más consuelo, sin más orgullo que dejarme la corta dignidad de quedar entera, y ahora cuatro meses después regresa al menos con la suficiente dignidad de no pedir perdon ni dar excusa tonta que insultara mi credo o mi inteligencia, ahí estamos, en ese pequeño pero gran lugar de Granada a la sombra de los poetas.

Le hago daño, empieza a llorar, los pinchos se clavan en sus nalgas, no es un llanto amargo o de dolor, de sufrimiento, es ese pequeño llanto falso y lastimoso quejido que la niña puta que lleva dentro saca de cuando en cuando. Miro bien alrededor, no hay nadie, la pequeña lluvia nos ha dejado solas en el campo y entonces ella lo adivina, mis ojos se vuelven sádicos y sabe que toda su actuación no servirá de nada porque detrás de ese aparente paseo feliz existe el recuerdo de su abandono, de volver con la cabeza agachada rechazada por su amante. Ella entonces se ofrece espontanea, martir que levanta sus faldas sin bragas.

-Castígame y hazme daño, soy tuya, lo merezco.

-Cierra los ojos puta y espera.

Y su invitación acepto, la dejo semidesnuda tumbada en el campo, aun con el sabor de sus jugos en mis dedos y corro lejos, lejos, a toda prisa mientras ella aun sigue con los ojos cerrados, solo rezo y rezo para que no hayan huido los jubilados y quede alguno que pueda verla asi desnuda y ofrecida, es su castigo, y yo sigo huyendo, escapada, ella debe buscarme ahora. Cuando arranco mi coche miro por el espejo y ni su sombra se atisba a lo lejos, rezo para que siga desnuda y esperando que la castigue, Alhama queda a trescientos kilómetros de casa.