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Tango sensual.

en Hetero: Primera vez

Clases de tango. Woo hoo! Acababa de salir de mi primera clase de tango para principiantes. No sé si era por ganar estudiantes, pero una de las profesoras se me había acercado al final para preguntarme si había tomado clases antes, si había bailado con anterioridad. En esta primera clase sólo nos habían enseñado a las chicas a caminar hacia adelante, caminar hacia atrás, y el paso básico del tango: Uno adelante, uno al lado, dos atrás, cruce, uno al lado, cierre. Me había felicitado especialmente por mi caminada "con intención", esa mezcla de sensualidad y decisión tan características de este baile argentino.

Esperé a que Daniel llegara por mi. Era sábado por la mañana, y planeábamos pasar el fin de semana en la finca de la familia de él, en un pueblo a las afueras de Bogotá, la ciudad en donde vivimos. Este sería nuestro primer "paseo" juntos, solos. Después de ya más de un año de relación estable, y de muchos intentos frustrados de hacer el amor (y de paso, tratar de perder mi virginidad), tendríamos finalmente la oportunidad de estar a solas, de no ser interrumpidos. Casi podía saborearlo. Daniel no había tomado la clase conmigo porque es un poco tímido, y le da mucha vergüenza bailar en público, y yo no le insistí mucho, aunque sé que el tango es un baile tan sensual que sólo puede reforzar las relaciones en una pareja. 

Me recogió, y nos dirigimos a la finca de su familia. Desayunamos en un parador y seguimos nuestro camino, para luego parar en el pueblo a comprar provisiones para el fin de semana, y finalmente llegamos al lugar. La casa de la finca era una especie de chalet, grande, amplio, muy bien decorado. La finca también era grande, y un río alcanzaba a atravesarla. También había un jacuzzi, y una piscina con agua climatizada. Parecía un paraíso.

-Ahhhh! Qué delicia!- salí de la casa muy emocionada por lo que sería nuestro fin de semana. Daniel estaba cerrando el auto, después de sacar los víveres, cuando se detuvo para responderme con una sonrisa.

-Esta muy bien, ¿no? Hace tiempo que no venía. ¿Ya escogiste nuestra habitación?  

-¿Es que vamos a dormir juntos?- le respondí con una mirada pícara en la cara, acercándome para abrazarlo.

-No voy a permitir nada menos, jovencita. Estoy dispuesto a violarte, si es necesario.- me dijo apretándome entre sus brazos.-Ya no aguanto más- me susurró al oído, para rematar con un pequeño mordisco en mi oreja.

-No estoy segura de que sea un "acceso carnal violento", señor abogado- dije contra su boca, rematando la frase al lamer su boca. Me zafé de su abrazo, y salí corriendo hacia la casa.

 

**********

 

Pasamos la gran parte del sábado caminando por la plaza del pueblo, luego fuimos a almorzar a un pequeño restaurante típico con comida típicamente colombiana, deliciosa, para que luego Daniel me diera un tour personalizado por la zona colindante con el río. Nos sentamos a la orilla del río, nos besamos y nos dijimos cursilerías por un rato, y como ya se estaba haciendo de noche, volvimos a la casa. 

El sitio estaba congelado, así que prendimos el fuego en la chimenea, nos abrigamos, y nos dispusimos a beber vino frente a ella. Encendimos un antiguo equipo de sonido, pusimos música, y me invito a bailar.

-Me encanta estar entre tus brazos- susurré contra su pecho.

-A mi me encanta tenerte entre mis brazos- me contestó sumergiéndose en mi cabello. El ritmo de la música era lento, suave. Nos mecíamos de un lado para otro,  cada vez mas cerca el uno del otro. Entonces sonó un tango, también lento, pero con su característico violín de fondo. Levante la vista, y su mirada no indicaba timidez o vergüenza, indicaba culpa. Le devolví una mirada inquisidora -¿Qué pasa, por qué me miras así?- mientras sentía como me guiaba con movimiento expertos, poderosos. Yo, con unos básicos movimientos recién aprendidos, me dejaba llevar, con la inquietud todavía en la punta de la lengua. Pensaba que sería un tango tranquilo, pero súbitamente el ritmo cambió, volviéndose apasionado, duro, arrollador. El ritmo de Daniel también cambió. De un momento a otro comenzó a llevarme de un lado para otro, con decisión y un manejo que definitivamente no eran propios de un principiante. De no ser por esas clases básicas que había recibido en la mañana, no habría podido seguirlo. 

Era tan sexy. Por dios, cuanto quería besarlo, pero de haberlo hecho, se habría roto esa magia en la que estabamos inmergidos. Tanta seguridad, aunque propia de Daniel, se veía renovada por el aire de seducción del baile. Lo sentía fuerte entre mis brazos, y él debía de sentirme maleable en los suyos, aunque para bailar el tango apropiadamente, es necesario que ambas columnas de la pirámide realicen la misma fuerza, de tal forma que la energía fluya entre ambas partes, entre ambos bailarines. Yo trataba de seguirlo lo mejor que podía, aunque estaba embelesada con esta nueva imagen suya. Ni me di cuenta de los pasos que dábamos. Me pareció el tango más largo del mundo, aunque no duraría más de 5 minutos. Terminamos con un giro extraño, y una inclinación profunda de Daniel sobre mis pechos. Sentía su respiración agitada entre ellos, y eso sólo podía revolucionar mi ritmo cardiaco.

 

Yo no pude resistir más, y sujetándome mejor de su cuello, subí mi boca hasta la suya, con mi lengua rosada la vista. Yo no era la única excitada por la situación, pues Daniel atrapo mi lengua entre sus labios a medio camino. Dios, nunca había estado tan excitada en mi vida. Sentía un deseo primitivo crecer en mi interior, explayándose por cada una de las fibras de mi ser. Hacia tiempo que se me había pasado el frío, pero ahora parecía que una fiebre se apoderaba de mi razón. Nos besábamos y mordíamos como locos, dejando de percibir el mundo, para solo sentirnos a nosotros mismos. Todo esto, en una posición que comenzaba a ser incómoda después de un rato.

-Espera, espera.- le dije, apartándolo, y tratando de adoptar una postura erguida.

-¿Qué pasa, amor?- Él estaba tan aturdido con yo misma.-¿Estamos yendo muy rápido?

-Si, un poco. Pero sobretodo, tu vas a tener que explicarme por qué no me habías dicho que eras un experto con el tango!- le respondí, sentándome en el sofá, y arrastrándolo con migo. Daniel tiene esta característica mirada cuando se siente culpable, que yo aprendí a identificar después de las primeras semanas de nuestra relación. Lo primero que hace, es desviar la mirada. Luego vuelve a mirarme a los ojos, pero arrugando un poco el entrecejo, pero no lo suficiente para parecer enfadado. Por último, humedece sus labios resecos. Todo esto pasa en menos de dos segundos. Y todo eso pasó después de mi pregunta.

-Me obligaron a tomar las clases cuando era pequeño- respondió, mientras se me acercaba todavía más, sigiloso.-No te conté porque me da pena.

-Hace un rato no te ha dado pena!- cada vez más cerca. Ya sentía más su olor, con los sentidos más sensibles (valga la redundancia) que de costumbre.

-No sé, no pude manejarlo. Pero no puedes decirle a nadie. ¿De acuerdo?

-¿Por qué? quiero exhibirte, amor mío!

-Me lo supuse, esa era otra razón para no decirte!- atrapó uno de los lóbulos de mis orejas entre mis dientes-

-Falso!- le dije -No te amo solo por tus habilidades de baile!- También me gustan otras cosas tuyas- le constesté, mientras recorría suavemente sus brazos con mis manos. -¿Ah, si? ¿qué más te gusta de mi?

-Mmmmm. Me gusta mucho esta boca- acariciando su boca.- Y tus manos... y, esto que tenemos por aquí- rápidamente pase de acariciar su boca, a su paquete, por encima de su vaquero, que ya estaba sorprendentemente abultado.

-Si, si. Ya sé que solo me ves como a un objeto sexual!

-Mmmm, eso sería posible, si..- me corté de pronto -¿si que?- me desafió Daniel, así me acerqué todavía más, y le susurré al oído -Si ya te hubiera usado como objeto sexual.

Ese desafío mutuo fue más de lo que ambos pudimos soportar. La intensidad volvió a nosotros como un rayo golpeando el mismo lugar dos veces, y sin embargo, esta vez estabamos dispuestos a tomarnoslo con calma. -Jajaja- se rió Daniel- Vas a hacerme pedirte que me uses, ¿no?- Nos miramos unos segundos, y de repente, toda la broma de la noche se esfumó. Solo quedaba entre nosotros una electricidad lujuriosa que nos envolvía, electrocutante (de nuevo perdonaran la redundancia, que no encuentro palabras), cuando nos lanzamos al tiempo por nuestras bocas, aunque gané yo. Pasé una de mis piernas por encima de las de él, quedando encima suyo. Aunque ambos seguíamos completamente vestidos, podía sentir lo que en ese momento era una verga pugnando inconsciente por entrar en mi.

Solo podía pensar en lo mucho que lo quería, y en el placer que quería darle. Quería torutrarlo y alabarlo a la vez. Comerlo, y dejar que me devorara bocado por bocado, todo al mismo tiempo. Aunque no tenía experiencia de campo en cuanto a la penetración, si la tenía en otras áreas, como el sexo oral, y los deliciosos besos que habíamos compartido tantas veces. También había leído muchas páginas sobre sexo, y todavía más literatura erótica, por lo que tenía una idea bastante formada de lo que tendría que sentir, de lo que tendría que hacer para que Daniel supiera que yo era una diosa del sexo, de la que nunca querría apartarse. Y mientras pensaba en toda esta "teoría", Daniel ya estaba actuando. Sentía sus manos por todo mi cuerpo, para luego concentrarme en ellas levantando mi sweter, electrificando mi vientre con sus manos a temperatura ambiente. Su boca en mis párpados, mis mejillas, mi nariz. Apenas podía enfocarme en las diferentes sensaciones. Con una de sus manos bajó hasta la cinturilla de mis vaqueros, desabrochando el botón y bajando la cremallera, para después meter su mano dentro de ellos, y acariciar mi vulva por encima de mi ropa interior.

Eran caricias suaves, pero decididas a darme todo el placer posible. Apartó mi tanga hacia un lado para tener contacto directo con mi coño húmedo por él. Comenzó a rozarme el coño entero con la palma de su mano, provocando en mi fuertes sacudidas cuando tocaba mi clítoris hinchado y colorado, mientras con su boca se dedicaba a comerme la piel sensible de la garganta, sintiendo las vibraciones de mis gemidos en sus propios dientes y lengua. Descendió luego por mis pechos, concentrándose primero en uno, después en el otro. Acechándolos como un tiburón a su presa. Bajó por mi vientre intervenido, rozando con sus dientes la cicatriz, y con su lengua sumergiéndose en mi ombligo. Nunca se había demorado tanto en esa parte de mi anatomía antes, y yo nunca había notado tanto el deseo contenido. Finalmente se detuvo, y me hizo levantar las caderas para terminar de quitarme el vaquero y el tanga. Sopló los vellos desordenados de mi pubis, y dio inicio a una de las mejores comidas de coño que me ha hecho nunca. Su lengua no se cansaba nunca de beber mi humedad, y entraba lo más hondo que le era posible. Acercaba mi coño a su boca apretando mi culo entre sus manos, dándome más placer todavía. Yo estaba al borde del orgasmo, pero lo quería a él dentro, por más que tuviéramos toda la noche. Estaba cubierta de sudor, y ya no quería esperar más. Tomé una de sus manos, subiéndola a mi boca, besando, mordiendo. Tomé entre mis labios su dedo corazón, haciendo círculos con mi lengua, succionando suave y después fuerte. Siempre me ha gustado sentir mi boca llena, y chupar su dedo me hacía imaginar otras partes de su cuerpo mucho más agradecidas al recibir placer. Esta "succión" distrajo un poco a Daniel de su tarea, y aproveché para hacerlo subir a la altura de mi boca.

 -Te quiero adentro. Ya.- le ordené con la vista fija en sus ojos. Me habría encantado tener una camarita a la mano para tomarle una foto a su expresión. Fue como si se hubiera ganado la lotería. Él tampoco aguantaba más, y eso que él solo me había besado y comido el coño. Se apresuró a quitarse los vaqueros, los boxers, y yo me quede de una pieza al sentir la polla de Daniel jugando con mi entrada. Su glande grueso rozaba mi clítoris guiado por la mano de Daniel, tratando de ponerme lo más mojada posible. Y no es que tuviera que esforzarse demasiado. Finalmente sentí su verga en la entrada de mi coño, empujando despacio, controlado, para penetrar en mi. No paraba de besarme la cara. Los párpados, las mejillas, la nariz. De sostenerse con su mano libre para no apoyarse en mi por completo. Estaba preparada para el dolor que vendría, cuando tuviera que atravesar la barrera de mi himen intacto. Entraba muy lento, permitiéndome  adaptarme a su grosor, hasta que se topo con aquella telilla. Me advirtió del dolor, pero me prometió que pasaría, y que el placer que vendría sería mucho mejor, hasta que finalmente su caderas se impulsaron hacia adelante, y un profundo grito salió de mi garganta. Sentía una quemazón envolvente, y a su vez gotas de placer en mis hombros, mis orejas. Daniel me besaba y me lamía. Me susurraba palabras de amor, me tranquilizaba. Comenzó a moverse muy lento, saliendo un poco de mi, para entrar nuevamente. La velocidad fue en aumento y yo solo podía pensar en que el dolor se esfumaba, y que el placer crecía.

Una y otra vez, y de nuevo. Estaba tan duro, y la fricción era tan placentera. Su aliento en mi pecho me excitaba cada vez más, hasta que volvió a mamar de mis pezones oscuros. Parecía un poseso, lo hacía cada vez más fuerte, como si realmente tratara de sacar leche de mis pechos. Esa mezcla de placer y dolor me estaba matando, mientras dejaba que la confusión se alejara de mi. Yo lo espoleaba con mis manos, tomando su culo con mis manos. Lo quería más dentro, que alcanzara mi alma. No dejaba descansar su peso sobre mi cuerpo, apoyándose en sus antebrazos, impulsando sus caderas cada vez con más fuerza, tratando de entrar más y más, hasta tocar mi útero. El olor de nuestro sudor impregnaba el ambiente, y el calor que había surgido de nuestros cuerpos se confundía con el que generaba la chimenea encendida.

Casi podía ver el orgasmo que se avecinaba, completamente blanco y luminoso. Sólo tenía que estirar mis brazos y alcanzarlo. Obligué a Daniel a levantar su cara de mis pechos hasta mi boca, y nos derretimos juntos en un beso rápido y voraz que terminó por llevarnos a una pequeña muerte, que bien pudo habernos traído de vuelta a la vida. Me corrí yo primero, y enseguida me siguió Daniel. Si bien no pude sentir su semen llenándome, por el condón, si alcancé a sentir el calor que se extendía dentro de mi cuerpo. Pensaran que soy una loca, que piensa en hijos cuando el mundo está sobre poblado, pero en ese momento solo deseaba deshacerme de ese horrible condón que evitaba que el blanco semen se expandiera en mis extrañas, y me llenaran de la vida de Daniel. Y si. Estoy loca.

Debo admitir que aunque yo había tenido ya muchísimos orgasmos, masturbándome, o mientras otro me masturbaba, sentirme llena por una polla real, la fuerza que se creaba, la energía que se transformaba, era una sensación completamente diferente y reveladora. Y seguiré siendo cursi, porque además sentía que no era cualquier polla la que me conduciría una y otra vez a paraísos terrenales. No. Sería la polla de Daniel. Venosa, gorda, no tan larga. Sonrío en este momento pensando en todos los momentos de placer que me ha dado, en este objeto sexual que se ha convertido para mi, en el que yo me he convertido para él. No solo eso, claro. Él es mucho más. Somos mucho más.