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Horas Extras: día 2

en No Consentido

Luego de que mi jefe me fuerce aprovechando el haberme encontrado dormida en horas laborales, me tomé un día de enfermedad. No estaba herida ni nada, exceptuando cierto sangrado en una zona particular, pero no podía volver a la oficina como si nada hubiese sucedido.

Sin embargo después de haber superado el shock inicial (y de hacer algunas cuentas), decidí que no podía darme el lujo de no volver. Pero esta vez tomaría recaudos. En primer lugar, no pensaba echarme ninguna siesta en el trabajo. En segundo lugar, instalaría una cámara en la oficina. En caso que mi jefe decidiera tomarse algún atrevimiento, lo amenazaría con denunciarlo sirviéndome de las imágenes.

El miércoles, entonces, volví al trabajo. Mi horario comienza a las 9, pero estaba tranquila porque mi jefe recién llega al mediodía. Al entrar saludé a los dos muchachos de seguridad, y al hombre de mantenimiento, un tipo pasado en carnes que a veces me mira de una forma que me asquea.

Mi jefe llegó a la hora de siempre y lo noté sorprendido de verme allí. Quizás hasta un poco aliviado (se habría pensado que iba a denunciarlo o algo). No hice ningún comentario. Tomó asiento y me preguntó si me sentía mejor, le dije que sí y que había que chequear el sistema de las obras sociales, porque en Pediatría estaba fallando.

Pasó la jornada y casi pude relajarme y trabajar como siempre. Mi jefe estuvo de reunión en reunión como siempre y tuve la oficina para mi sola, de modo que no tenía que preocuparme.

Cerca de las 18 ya se habían ido todos los administrativos de nuestro piso. Combatí los bostezos jugando sudokus y tomando café, mirando el reloj y alentando a las agujas a que corran. Recordé la tarde de hace dos días, cuando mi jefe había jugado con mi cuerpo como si le perteneciese. El momento en que había metido sus dedos en mi vagina, enredándolos en mi vello y tirándome un poco. La forma en que había violentado mi boca, y luego mi culo y como, aún sintiendo el dolor había logrado que acabe con tanta potencia.

Dejando que mi memoria se entretenga, noté que mi entrepierna se iba mojando y que el sexo me latía, pidiéndome una nueva experiencia. Miré a los costados para asegurarme de que estaba sola, y deslicé mi mano en la silla, entre mis piernas. Cuando llegué al punto crucial noté que mis jugos habían traspasado no sólo la tela de mi ropa interior, sino también mis pantimedias. Quería tocarme pero me sentía incómoda con tata barrera, así que decidí quitármelas y guardarlas en la cartera.

Me quité los zapatos, levanté mi pollera hasta la cintura y me llevé las manos a la cadera para tomar el borde de las medias y tirar hacia abajo. Empecé a bajarlas pero cuando descubrí mi trasero sentí demasiada brisa en mi piel. Entonces me percaté del ruido de la puerta.

Giré tratando de bajar la pollera pero no llegué a tiempo. Mi jefe me tomó de las muñecas, y las levantó sobre mi cabeza, sosteniéndolas juntas con una sola mano.

-¿Entraste en calor? –Me preguntó y me lamió la boca, sin dejarme hablar.

-N-... no vuelva a tocarme. Lo estoy filmando.

-¿De veras? –Me preguntó calmado, mientras su otra mano encerró una de mis tetas. - ¿Qué, además te gusta mirarte?

-¡No! Lo voy a denunciar.

Sólo se rió y, entre dientes, al lado de mi boca, me acusó:

-Si te encanta...

Me besó entonces. Nada de un beso tentativo: era todo lengua, succión y hasta me mordió el labio inferior cuando me negué a abrir la boca. Intente retorcerme para librarme de sus manos pero sumó una rodilla entre mis piernas para impedir que me mueva.

Se deslizó a mi cuello, lamiendo todo el recorrido y bajó mis manos hasta cruzarlas en mi espalda, donde las ató con su corbata.

-A ver, a ver... ¿qué podemos hacer hoy? -Me preguntó. Retóricamente por supuesto. Yo estaba en la misma situación nefasta de cincuenta por ciento miedo y cincuenta excitación. Su rodilla empezó a masajear mi entrepierna, obligándome a mantener las piernas abiertas.

Se agachó frente a mí y en un segundo de valentía intenté pegarle un rodillazo, que no sólo esquivó sin problemas, sino que me valió una cachetada que me dejó mareada.

Me pidió que me porte bien.

Mientras yo trataba de controlar mis sollozos, deslizó mis medias y ropa interior a mis tobillos, me quitó los zapatos y con las mismas medias ató mis tobillos juntos. Me tomó de la cintura y me sentó en el escritorio. Luego, tomó mis piernas, las pasó sobre su cabeza y se puso entre ellas, frente a mi sexo que me latía tan fuerte que casi me parecía verlo moverse.

-A ver a ver qué gusto tienes hoy... -Dijo antes de la primera lamida.

Cubrió toda la zona, haciendo la presión necesaria para que todos mis nervios se pongan a su merced. Subió sus manos y me fue abriendo la camisa mientras su lengua lánguida me recorría, casi haciendo que me retuerza pidiéndole más velocidad, pero sin concederme nada. Arriba, al fin entró en contacto con mi piel, y de un tirón desabrochó mi sostén, que era de cierre frontal. Mis tetas quedaron liberadas con los pezones duros apuntando al frente y sus manos las atacaron sin piedad. Primero las masajeó y las sospesó, pero luego tomó mis pezones entre sus pulgares e índices y comenzó a estirarlos y darles pellizcones. Cada tirón me daba una descarga directa que comunicaba mis tetas con mi clítoris, que él nunca había dejado de lamer y chupar. Al fin comenzó a ponerle más ritmo y bajó sus manos de mis pezones doloridos para agarrar cada cachete de mi culo y empujar mi entrepierna más profundo sobre su boca. A este punto yo ya no podía controlar mis gemidos, pero trataba que, al menos, sean parecidos a la palabra “no”. Sin embargo, la forma en que mi cuerpo se movía, a modo de cabalgata para obtener una mejor experiencia, arruinaban mi actuación. Cuando sentí uno de sus dedos haciendo presión en mi ano, no pude aguantar más y acabé, bañándole la cara de mi lubricación interna, frotando mi vagina y clítoris en su boca, su deliciosa barba incipiente y su nariz, hasta que terminó mi descarga.

Se salió de ahí mientras yo trataba de volver a la realidad. Tomó un pañuelo de papel y se limpió la cara.

-B-... Bueno, ya está. –Dije yo de forma muy estúpida, y su risa me lo hizo notar.

Se quitó los zapatos, el pantalón y el boxer. Me tomó en brazos, me acostó en el suelo y se sentó en mi abdomen, apoyando en mi pecho su pene ya erecto gracias a la previa. Lo puso entre mis tetas, las presionó juntas para aportar fricción, y empezó a cabalgar.

-Sacá la lengua, chiquita. –Me dijo. –Dale besitos cuando te saluda, putita.

Le obedecí porque ¿qué otra cosa iba a hacer? Saqué la legua y la punta de su pene chocaba de vez en cuado con ella, así que traba de moverla de modo de provocarle alguna sensación. Él, de vez en cuando, se salía del túnel de mis tetas y me golpeaba la cara con su pene erecto, para luego volver. Jadeaba, pero aparentemente no estaba contento con mi performance, porque en un momento se adelantó y me puso su verga en la boca antes de darme tiempo a cerrarla. Frenético, la metió y la sacó, dándome arcadas, porque no podía respirar. Me levantó la cabeza con las manos en mi nuca y me cogió como la otra vez, simplemente buscando acabar. A este punto ya supe tragar todo sin esperar que me diga nada en el momento en que explotó.

Se salió de encima mío, con su pene flácido colgando ahí y sin darme tiempo a hacer nada, me giró dejándome boca abajo.

-¿Q- qué hace? –Pregunté asustada.

-Vamos a seguir jugando un ratito, zorrita. Con tu agujerito de acá.

Cuando dijo “acá” metió sin miramientos uno de sus dedos en mi ano, que reaccionó oprimiéndolo.

-Ay... solita ya me lo comés...

-P- por favor, otra vez no, me duele mucho...

-Si acabaste a los gritos, puta barata.

Empezó a mover ese dedo, de adentro a afuera sin sacarlo del todo en ningún momento. Se inclinó y empezó a besarme las nalgas, lamiendo de vez en cuando y mordiendo, haciéndome doler.

De pronto, quitó su dedo y el alivio fue reemplazado por sorpresa cuando sentí su lengua en mi agujero. Primero me lamió la zona externa, pero luego empezó a imitar los movimientos de su dedo, insertándola lo más que podía, quitándola, insertándola otra vez...

Sin darme cuenta empecé a subir las rodillas para poner a mejor alcance mi culo. Entonces, con sus manos fue hasta mi vagina y empezó a acariciarme, logrando que el placer me llegue de ambos frentes. Me daba vergüenza darme cuenta que me estaba meciendo para lograr más contacto, pero el placer era mayor. Él también gemía, y me repetía guarradas: que me de cuenta que me encantaba, que deje de hacerme la difícil y aprenda a entregarme, que se notaba que lo mío era que me cojan por el culo... todas esas palabras me calentaban aún más.

-Ahí voy, chiquita, -dijo entonces y abandonó la tarea. Quise mirar para atrás pero me sorprendió antes la tremenda ensartada que sentí en mi culo. Grité del dolor, pero ya estaba metiéndola otra vez, haciéndome raspar la cara contra el suelo de la fuerza.

-¡Pare! ¡Deténgase! –Grité yo, pero sólo sirvió para que me tome del pelo y me obligue a arquearme hacia arriba. Sin dejar de bombear, puso sus labios en mi oído y me avisó.

-Te traje un regalito hoy.

Fue entonces cuando sentí la segunda penetración. Traté de mirar pero sus manos aferradas a mi pelo me impidieron moverme.

-¡Ah! ¡Ahhh! –Gritaba, abrumada de placer, ahora que tenía mis dos agujeros llenos.

-¿Te gusta puta, te gusta una pija en cada agujero?

No podía formar palabras, estaba demasiado perdida en el placer de la doble penetración. Me di cuenta de que, en mi vagina, lo que tenía era un consolador que vibraba. No duré casi nada. Acabé con un grito vergonzoso y caí rendida antes de que él llegue a su límite. Siguió penetrándome, con el pene en el ano, una mano en el vibrador y la otra dándome palmadas en los cachetes del culo hasta que, en una de las penetraciones, especialmente profunda, acabó adentro mío.

Me dejé caer de costado, exhausta de todo. Me puso la verga en la cara y se la limpie sin esperar que me diga. Mientras se la chupaba, sentí que empezaba a crecer otra vez.

En lugar de quitarme el vibrador, lo tomó y empezó nuevamente a meterlo y sacarlo suavemente, marcando un ritmo destinado a excitarme otra vez. De pronto se salió de mi boca, cortó las medias que me ataban los tobillos y se puso entre mis piernas. Las abrió todo lo que pudo, sin dejar de meter y sacar el vibrador. Entonces se posicionó en mi entrada y, aún sin quitarlo, empezó a hacer presión para meter también su revivida pija.

-No, no, no... me va a romper... –Le dije cuando me di cuenta lo que pensaba hacer. Ni siquiera me respondió, demasiado concentrado en su tarea. De a poco fue logrando que me dilate y fue metiendo su pene por encima del vibrador, estirando mi canal a un extremo inédito. Yo traté de relajarme para sufrir lo menos posible, pero se me llenaban los ojos de lágrimas del esfuerzo. Cuando logró meterla, exclamó un “¡Ja” de triunfo y presionó un botón del vibrador.

Ay Señor. Esa cosa empezó a vibrar más fuerte, dándome placer a mí y a él, por estar acompañando todas su envergadura. Se inclinó sobre mí jadeando como un animal y me apretó las tetas con sus manos, tomando coraje para bombear.

Entonces lo hizo, una, dos, tres veces sentí su pene chocar con mi cerviz mientras el vibrador hacia su magia en todas las zonas importantes. Acabamos juntos, él en un grito gutural que ahogó besándome frenéticamente. Más sorprendente fue que le respondí en beso, chupando su lengua cuando pude atraparla.

Quedamos unidos, agitados, varios minutos hasta que volvimos en nosotros.

Se salió de mí, quitó el vibrador y me ayudó a ponerme de pie, tarea complicada porque no podía dejar de temblar del placer que acababa de experimentar. Volvió a darme un beso cuando estábamos de pie y dejó su frente apoyada en la mía.

-Desde mañana te vienes preparadita, ¿okay? –Me dijo.

Asentí lentamente, sin pensar.

-¿Dónde está la cámara?

Le señalé el lugar y la guardó en su ataché.

-Vístete. Ya puedes irte.