miprimita.com

La bruja

en Sadomaso

Era aún muy de mañana, no había terminado de salir el Sol y una densa bruma cubría el camino del bosque. La niebla impedía que apenas pudiésemos ver unos metros y el frio hacia que la respiración de hombres y caballos fuese perfectamente visible, armaduras y espadas prácticamente congeladas y el silencio de la mañana solo era roto por el tronar de una patrulla de caballería al galope.

Yo, capitán de la guardia y tres soldados más hacíamos el camino lo más rápido que podíamos. Mientras que muy atrás, un cochero nos seguía tirando de un carro con una jaula. Nuestro objetivo, detener a una mujer que había sido acusada de brujería. Yo, personalmente no creía mucho en la existencia de brujas, pero ese era mi trabajo; Detenerlas y llevarlas ante el inquisidor.

Tras un buen rato galopando, al final del camino se vislumbró un claro, un prado entre montañas y árboles y una granja en medio. Se veía a lo lejos un hombre cortando leña y a su mujer recogiendo cosas. Ellos también nos vieron, se apreciaba claramente como el hombre se ponía nervioso mientras que mandaba a su mujer meterse en la casa. Bajamos al galope entrando en la granja. Mis hombres, instintivamente tomaron posiciones rodeando la granja e impidiendo que nadie pudiese escapar. Me acerque al hombre que cortaba leña y sin bajar del caballo me dispuse a comunicarle mis intenciones.

-          Buenos días. En que puedo servirle, capitán

-          Busco a una mujer. Ha sido reconocida como bruja y acusada de practicar magia negra. Tengo orden de detenerla y llevarla ante la inquisición.

-          No…. No sé quién pude ser, capitán. Ni si quiera había oído que hubiese una bruja en este condado.

-          Eso no importa. Nos han dicho que la bruja vive aquí y venimos a por ella.

-          Capitán… Tiene que ser una equivocación, aquí solo moramos mi mujer y yo y ella es una mujer Cristiana, jamás haría brujería.

-          Si tienes algún problema ve a decírselo al inquisidor. Ahora entréganos a tu mujer o nos veremos obligados a entrar a por ella

-          Se lo suplico capitán, mi mujer es inocente de esas acusaciones

En ese momento, La mujer huyo en dirección al bosque. Salió de la casa corriendo sin que mis soldados se diesen cuenta, pero en cuanto la vieron, dos de ellos salieron al galope para interceptarla. No llegó muy lejos cuando uno de ellos cruzo su caballo cortándole el paso mientras que el otro, bajo de él atándole las manos con una cuerda y volviendo a montar, los dos la condujeron hasta donde estábamos. Ella gritaba y pataleaba. Intentaba zafarse de sus ataduras, pero no iba a ser posible.

-          Mi capitán. Aquí está la bruja

-          Buen trabajo. ¿De verdad una mujer inocente saldría corriendo? No lo creo.

-           Capitán por favor no se lleve a mi mujer. Es inocente.

-          Tengo órdenes que cumplir. A sí que no te conviene enfadarme. Aún Queda un rato para que llegue el cochero. Dale agua a los caballos. ¡Vosotros! Meted a la bruja en casa. Esperaremos allí.

-          Si mi capitán.

A la orden, desmontaron de sus monturas, y mientras que uno de ellos ataba los caballos, los demás entramos en casa.

Era una casa. Una casa acogedora con una gran chimenea encendida presidiéndola que hacía que las inclemencias de esa horrorosa mañana fuesen mucho más llevaderas. Mis hombres se sentaron a la mesa para relajarse un poco Mientras que el pobre marido seguía intentando en vano convencerme de que no me llevase a su mujer. Ella por su parte nos servía la mesa. Pero, en un descuido de uno de mis hombres. La mujer desenvaino su espada y le golpeo, de una manera un tanto torpe en la espalda. Apenas araño su armadura. Mi soldado se levantó de la mesa en seguida, desarmando a la mujer he inmovilizándola mientras que los otros dos desenvainaban las suyas para disuadir al marido de reaccionar. Sentado en la silla, una espada cruzaba su cuello  mientras tiraba de su cabeza hacia atrás. No iba a moverse de allí en un rato y además había conseguido enfadarme.

-          Echad a esta perra en la mesa. Voy a darle su merecido.

Dos de mis hombres la tumbaron en el borde de la mesa mientras ella gritaba y se resistia.

-          ¡No! Por favor no le hagáis daño a mi mujer

-          Ya es un poco tarde para eso. Te dije que no me enfadaras. ¡Vosotros! Que no se mueva. Y tu Haz que lo vea todo

Ordene a mis hombres mientras caminaba hasta ponerme tras ella. Ate sus pies a las patas de la mesa y subí la falda de su vestido hasta echársela en la cintura y dejando a la vista sus bragas, que baje hasta sus rodillas. Me quite el cinturón. Un vasto cinturón de cuero ancho con remaches y una gran hebilla de hierro.

-          Esto es para que aprendas a portarte bien, perra.

Agarre el cinturón por la parte de abajo. Lleve mi brazo atrás y descargue un latigazo en su culo con la hebilla. Un grito de dolor invadía toda la sala, mientras que las primeras lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas. Su marido gritaba al ver el espectáculo, maldecía y mientras suplicaba que dejase en paz a su mujer. Otro golpe con el cinturón volvió a caer sobre su culo y luego otro, y luego otro, y luego otro. Hasta que su llanto, sus gritos y sobre todo su culo ya morado me hicieron desistir de mi castigo.

-          ¿Has aprendido la lección? Perra

-          -Si la he aprendido. Por favor no me hagas más daño.

Decía como pudo.

-          Aún queda un rato para que legue el cochero. ¿Qué podemos hacer con esta perra mientras? ¡Ya se! Creo que voy a follarte, puta.

Les dije a mis hombres mientras ellos, como respuesta me devolvían una risa cómplice. Me baje el pantalón y apreté mi polla dura contra su culo dolorido, frotándome. Me agarre la polla y la puse justo a la entrada de su coño. De repente, de una fuerte envestida se la metía hasta el fondo, a la vez que ella gritaba otra vez y seguía llorando. Empecé a follarmela violentamente, metiéndosela hasta golpear con mi abdomen su culo y sacándosela una y otra vez. Hasta que descargue mi leche dentro de ella. Tras de mi mis hombres también se desahogaron con ella. Se follaron su coño, corriéndose ellos también dentro. Apenas el último había terminado de usarla. Escuchamos acercarse el carro con la jaula. Preparamos a la prisionera que seguía llorando y soltamos al hombre. A ella, le atamos las manos a la espalda y la sacamos a empujones y tirones del pelo fuera de la casa.

Allí, ya estaba esperando el cochero. Al vernos salir abrió la puerta de la jaula y uno de mis hombres la metió dentro de una patada a la vez que le decía al marido que no hiciese estupideces si quería que su mujer regresara a casa. Volvimos a montar en nuestros caballos y escoltando al cochero emprendimos camino a prisión.

Tardamos toda la mañana en llegar a la villa. Ya pasada la hora de comer, con un calor insoportable llegamos a la puerta occidental de la muralla, donde estaba la guarnición y la cárcel. Encontrándonos, como siempre, la puerta cerrada.

-          ¡¡¡¡¡¿QUIEN VA?!!!!!

-          Capitán de la guardia. Traigo una prisionera. ¡Abrid las puertas!

Y las puertas de la muralla se abrieron y entramos al gran patio de armas. Una guarnición entera se encontraba desplegada en esa puerta. Donde estaban las cuadras, la armería y el edificio de mando, donde nos dirigíamos. Cruzamos el patio y justo en frente de nosotros se encontraba nuestro destino. Desmontamos de los caballos y dos de mis hombres sacaron a la prisionera de la jaula. Uno de los soldados que estaban allí le coloco en el cuello un grillete metálico y me dio la cadena que tenía enganchada. Y tras eso, otros grilletes esposaron sus muñecas a la espalda. Di el resto del día libre a mis hombres mientras que yo, entre en el edificio, arrastrando a la prisionera y custodiado por otros dos guardias hasta las mismísima puerta del inquisidor. Tras recibir permiso para entrar, abrí la puerta del despacho y entre tirando de la cadena de la prisionera, reacia a entrar.

Nos colocamos delante de la mesa del inquisidor, en un despacho enorme una gran alfombra purpura ocupaba casi todo el suelo, libros por doquier en las paredes y unos grandes ventanales a mi izquierda.

-          Traigo a la prisionera como ordeno.

Tirando de la cadena de su cuello la puse delante del inquisidor.

-          Voy a ir al grano. Has sido acusada de brujería por gente muy próxima a ti que para nosotros son de fiar. ¿Es eso verdad?

-          No, inquisidor. No soy ninguna bruja.

-          Capitán…. Llévese a esta bruja a la mazmorra e interróguela, a ver si es verdad eso que dice.

-          Sí señor. ¡Vamos perra!

Al salir del inmenso despacho y oír las puertas de madera maciza cerrarse tras de mi enfilamos el pasillo en dirección a la mazmorra. Una vez allí, entregue a la prisionera al soldado de guardia. Di orden de que le cambiasen la ropa por los harapos que usaban todas las presas, que le dieran algo de comer y beber, puesto que tendría que estar preparada para lo que le esperaba y por último, ordene que la llevasen a la mazmorra.

Horas después, ya de noche baje a la mazmorra con la intención de comenzar con el interrogatorio de la prisionera. Había dado orden de encerrarla en la mazmorra de aislamiento. Esa mazmorra era la más fría y húmeda de todas y situada en lo más profundo de la mazmorra. Era un agujero de dos por dos  con una reja delante justo delante de la sala de torturas para que la prisionera vaya haciéndose a la idea de lo que allí le esperaba.

Me acompañaba un guardia y el verdugo. Caminamos por el largo pasillo hasta la sala de tortura y llegamos a la mazmorra donde la prisionera intentaba dormir en el suelo. Le pedí al verdugo que me acercara un cubo de agua fría. Al dármelo, se lo tire a ella para despertarla, cosa que hizo de un sobresalto. Al vernos, la pobre muchacha se fue contra una esquina para intentar protegerse de nosotros.

-          ¡Sacad a esa puta de ahí!

El soldado entro en la mazmorra y agarrándola del pello, a tirones la saco de la mazmorra, llevándola al centro de la sala de torturas y tirándola con violencia al suelo. La pobre chica lloraba y suplicaba que no le hiciéramos daño. Con un gesto, di permiso al verdugo para comenzar con su trabajo. Él sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Bajo una cadena del techo con una polea y engrilleto sus muñecas a ella. Volviendo a tirar de la cadena, le subió los brazo hasta ponerla de pie. Tas eso, un grillete a cada tobillo, anclados al suelo para obligarla a mantener sus piernas abiertas.

-          Quitadle esos trapos. Dejadla desnuda, como la perra que es

El soldado, mientras que el verdugo preparaba sus cosas, cogió unas tijeras oxidadas y con los filos rotos. Agarro el cuello del vestido de la prisionera y metiendo las tijeras en él lo corto por la mitad hasta abajo, partiéndolo en dos partes que cayeron al suelo, dejándola completamente desnuda.

Era una chica joven y guapa, morena, con el pelo negro, largo y liso. Mediría un metro sesenta y cinco más o menos y con un buen cuerpo. Solo tenía un poco de vello corto en su pubis. Pero sobre todo, lo que tenía era un buen par de tetas grandes y redondas.

El verdugo, con su capucha vieja  y su torso desnudo, caminaba despacio, sin apartar la vista de los ojos de la prisionera, con un látigo de piel en su mano. Se cruzó por mi lado y siguió caminando hasta colocarse un par de metros a la espalda de la prisionera.

-          Vamos a esta aquí mucho tiempo. A sí que por tu bien espero que confieses pronto. Te ahorrara mucho dolor. Puta. ¿eres una bruja?

-          No, no lo soy. Por favor dejadme ir. Yo no he hecho nada.

Mire al verdugo y asintiendo con mi cabeza le di orden al verdugo para descargar su látigo sobre la espalda de la prisionera. Este llevo su brazo hacia atrás y en un rápido movimiento, el látigo corto el aire y golpeo la espada de la prisionera con un fuerte chasquido. Un grito de dolor lleno la sala. Mire a la prisionera esperando una respuesta. Ella me miro a mí, pero no recibí tal respuesta.

-          ¡Diez azotes más para esta perra!

-          Si capitán

Dijo el verdugo desplegando el látigo otra vez en un gran arco que castigo de nuevo la espalda de la prisionera, mientras que en voz alta el verdugo contaba los latigazos que quedaban. Al terminar volví a hacer la pregunta y como la última, entre llantos de dolor,  vez la respuesta volvió a ser que no. Su espalda ya estaba completamente morada y se veían claramente las trayectorias de los latigazos tatuados en su piel.

Los latigazos no habían conseguido hacerla hablar, así que me puse frente a ella. Agarre su pelo y tire de él hacia arriba para obligarla a mirarme, mientras que con un dedo de la otra mano empecé a acariciar su mejilla y fui bajando poco a poco por su cara, su cuello, su pecho y hasta llegar al pezón, que acaricie primero con un dedo y que luego pellizque y estruje mientras al oído le susurraba lo bien que nos lo íbamos a pasar con ella. Mientras seguía bajando mi mano por su abdomen, hasta llegar a su sexo. Estaba seco. No me extrañaba que estuviese seco, pero me dio un poco igual. Metí dos dedos dentro de ella, hasta el fondo y tire de mi brazo hacia arriba, con violencia.

-          Levantadla del suelo.

El soldado que se encontraba apartado, vigilando. Soltó los grilletes de los pies y el verdugo tiro de la cadena que iba al techo subiendo a la prisionera y dejándola suspendida del techo, a un metro del suelo.

-          Traed el brasero de ascuas.

El brasero, no era más que un gran cubo de metal de medio metro de alto, lleno de brasas ardiendo que el verdugo coloco bajo los pies de la prisionera. En poco tiempo, el calor comenzó a subir por su cuerpo. Se movía y abría las piernas intentando escapar del calor abrasador. Pero lo único que conseguía era quemar sus piernas y su coño. Cada vez que las abría, el verdugo azotaba su coño con una vara. Ella grataba. Al cabo de un rato. Volví a pregúntale, recibiendo idéntica respuesta, entre llantos y suplicas.

Ordene apartar el brasero, no quería estropear su hermosa piel, puesto que, independientemente de cual fuese su destino, yo tenía mi propio plan para ella.

El siguiente paso, fue la mesa de torturas, situada en el centro de la sala. Al soltar a la prisionera de sus cadenas, cayó al suelo y el soldado le agarro el pelo y la arrastro hasta la mesa, la levanto con violencia, Agarrándola por las tetas, estrujándolas y aprovechando la situación para magrearla un poco. La tiro sobre el borde y mientras aplastaba su cabeza contra el tablero de la mesa azoto con fuerza su culo, lo agarro y metió la mano entre sus piernas, llegando a su coño, desde ahí,  tiro de ella para subirla completamente a la mesa y la tumbo sobre ella, boca arriba. Las piernas atadas a la parte de abajo, abiertas y los brazos estirados sobre su cabeza, atados a un torno. Un torno al que el verdugo daba media vuelta con cada negativa de la prisionera a confesar hasta no poder forzar más sus extremidades. Sobre ella. Un esqueleto metálico. Una especie de candelabro grande con seis velas suspendidas sobre el cuerpo de la prisionera que poco a poco iba goteando sobre su cuerpo, llenándolo de cera caliente.

El soldado ya sabía lo que iba a hacer con ella. Puesto que mientras la cera goteaba se dedicó a tocarla por todo su cuerpo. Metía los dedos en su coño y comenzó a masturbarla.

-          ¡Hey, capitán! Parece que tenemos una putita entre nosotros. La muy perra esta empapada. ¡Mira lo zorra que eres!

Le dijo a la prisionera a la vez que metía los dedos en su boca para hacerla lamérselos. Yo por mi parte decidí aprovechar la situación y ordene al verdugo traer la maquina “folladora” y entre risas el verdugo trajo una máquina de madera con un palo largo y gordo, terminado en una punta redondeada y enganchado con una cadena a un pedal que lo hacía avanzar y retroceder. Coloco la maquina entre las piernas de la prisionera y apunto el palo a la entrada de su coño. Lo metió en él y comenzó a girar el pedal, haciendo que ese largo palo entrase y saliese de su coño un y otra vez. Poco a poco, la prisionera empezó a gemir.

-          Tapadle la boca a esta perra. Aquí no se viene a disfrutar.

Y el soldado cogía una de las dos partes de lo que antes fue su vestido, lo estrujo bien y se lo metió en la boca, mientras que el verdugo, cada vez giraba más rápido el pedal hasta hacerlo girar a una velocidad endiablada. Al poco tiempo la prisionera se corrió, con un orgasmo ahogado por la mordaza y comenzó a llorar otra vez. Pero esta vez se podía  ver claramente que lloraba por haberse corrido delante de nosotros mientras la forzábamos con ese aparato, como una puta.

-          Está bien. Pero esto no termina aquí. Perra. Te vamos a colgar de la cruz y te vamos a tener hay un buen rato. A ver si ya te decides a confesar.

Di la orden. Y entre el soldado y el verdugo la arrastraron de los brazos hasta una cruz latina, ya que ella, apenas podía tenerse en pie. La colgaron con sus piernas unidas y los brazos en cruz y para acelerar el proceso, unas pinzas con pesas. Una a cada pezón y otra a su clítoris. Entre los dos, con una fusta cada uno, castigaron su abdomen, sus piernas y muslos y por último, sus tetas, hasta que su cuerpo se puso rojo. Intentaba zafarse de las ataduras que la mantenían sujeta a la cruz, pero estaba muy débil, apenas tenía fuerza para moverse

Fueron dos largas horas las que paso allí colgada ente insultos, humillaciones y tocamientos hasta que de pronto, la prisionera hablo entre sollozos.

-          Está bien….. Lo confieso…… soy una bruja. Ahora por favor dejadme en paz.

-          Muy bien bruja. Podías haberte ahorrado mucho sufrimiento. ¡Bajadla de ahí y traédmela!

En una zona apartada de la sala, pegada a la pared tenía un sillón donde descansaba de las largas sesiones con otras prisioneras. Allí me senté, esperando que me trajesen a la bruja. Vi como la bajaban de la cruz y la arrastraban hasta mí, poniéndola de rodillas, custodiada por mis hombres. Ella me miro a los ojos.

-          Muy bien, bruja. Has confesado los delitos de los que se te acusaba. Ahora, iras a juicio donde se te comunicara tu condena…. Que seguramente, será la hoguera.

-          No. Por favor, la hoguera no. No quiero morir.

-          En serio ¿No quieres que te quemen? Para así expiar tus pecados.

-          Se lo suplico…. No lo hagáis.

-          Está bien, bruja. Veras, yo puedo hablar en el juicio a tu favor y tengo dos testigos de que te arrepientes de tus pecados. Tal vez a mí el inquisidor me escuche y te deje vivir.

-          ¿Haría eso por mí?

-          Claro que sí, pero…. Eso tiene un precio. Tú, a cambio de que yo te defienda también tendrás que hacer algo por mí.

-          Dígame que tengo que hacer, se lo suplico…. Hare lo que sea.

-          ¿Lo que sea? Pues a cambio de testificar a tu favor…. Creo que vas a convertirte en mi puta.

Abrió los ojos como platos mientras que me sacaba la polla, poniéndola frente a su cara. El verdugo le dio un empujón, tirándola entre mis piernas y yo la cogí del pelo, apretando su cara cintra mi miembro erecto.

-          Vamos, puta. Métetela en la boca y chúpamela antes de que me arrepienta.

La muy zorra puso sus labios sobre mi capullo, besándolo tímidamente y lo lamio con la punta de su lengua, luego, hizo lo mismo con el frenillo. Abrió un poco su boca, metiéndose solo la punta dentro. Me la agarro con su mano por la base, pero le di un tirón del pelo y escupiéndole a la cara le dije que pusiera las manos en la espalda y tras eso, de un empujón le hundí la polla entera en la boca manteniéndola así un rato hasta que empezó a dar signos de que se estaba ahogando. Al soltarle la cabeza se sacó la polla de la boca para tomar aire y un bofetón le cruzo la cara

-          Las manos en las espala, zorra.

Asintió con la cabeza y volvió a metérsela en la boca. Esta vez me la chupaba metiéndosela y sacándosela de la boca despacio.

-          Mmmmmmm….. Lo haces muy bien puta. ¡Más rápido! Y cuando me corra procura tragártelo todo.

Me miro a los ojos para decirme que así lo haría. Mientras me la chupaba, el soldado ya había metido la mano desde atrás entre sus piernas, tocándole el coño y el verdugo, hacia lo mismo con sus tetas. Sus mamadas habían subido de intensidad, cada vez eran más intensas y notaba como me acercaba al clímax.

Mientras tanto, el soldado se sacó su miembro también duro y guio la mano de la prisionera hasta él, para que se lo agarrara y le hiciese una paja. Al verlo, al verdugo le pareció que era una buena idea, ya que el hizo lo mismo. La prisionera entonces se encontró arrodillada, con una polla en cada mano y otra metida en la boca. No tarde mucho más en agarrarle la cabeza con mis dos manos y oprimiéndola contra mí, metiéndosela entera en la boca me corrí dentro de ella, llenándole toda la boca de leche. Al sacársela, vi su boca completamente inundada con mis fluidos, que comenzaban a derramarse por la comisura de sus labio, pero que ella no dejo al tragárselos de golpe. Tras eso. El verdugo puso su mano en la cabeza de la prisionera y la giro en dirección a su polla. Ella entendió y se la metió sin soltar la polla del soldado. Iba chupando, primero una y luego otra, intercambiándolas cada poco tiempo hasta que ambos se corrieron también.

-          ¿Qué os parece como la chupa esta perra?

-          Lo hace como una autentica puta. Creo que nos lo vamos a pasar muy bien en su compañía.

-          Ya he hecho lo que queríais. Dejadme por favor.

-          No. Aun no has terminado. Vamos a follarte como la perra que eres y no resistes o nuestro trato se terminara.

La agarre por el cuello y la puse a cuatro patas en el suelo.

-          Voy a follarme el coño. Puta.

Y se la metí dentro, hasta el fondo. Con cada gemido que ella daba la azotaba en el culo una y otra vez. Uno de mis compañeros se puso delante de ella y le metió otra vez la polla en la boca mientras que yo bombeaba pollazos en su coño y el otro jugaba con sus tetas. Se cambiaban de vez en cuando para que se las mamara y luego nos íbamos turnando su coño y su culo que desvirgamos después entre gritos de dolor. Me corrí una vez más, esta vez dentro de su coño y tras de mí, mis hombres también lo hicieron.

Una vez terminamos con ella, di orden de que la prepararan y la metiesen en la mazmorra otra vez a la espera de su juicio.

La metieron en su mazmorra, con un cubo de agua con jabón para que se asease un poco y la dejamos dormir hasta el día siguiente en el que tendría que enfrentarse al inquisidor