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Una chica del montón (4)

en Confesiones

Ana se levantó con pocas ganas en la mañana de su dieciocho cumpleaños. Era su día soñado tiempo

atras. Dieciocho, su mayoría de edad. Muchos deseos tenía acerca de ese día. Y muchas fantasías que

había deseado tener cumplidas para esa edad. Pero no fue así. Y era culpa suya. Por culpa de sus

miedos no había tenido apenas experiencias, aventuras. Lo más importante, no tenía apenas

experiencia sexual. Era virgen.

Y no solo es que fuera virgen. Es que apenas se había besado con dos chicos. Uno de ellos fue su

único novio, hace años. Un compañero de instituto con el que cortó porque un día, además de los

besos y toqueteos en sus pechos ocultos bajo un matorral en el parque, se había tenido el

atrevimiento de intentar meterle mano en sus braguitas, y le echó de su lado gritando indignada.

Desde ese día no supo nada más de él. Y lo peor, en el fondo si deseaba que le hubiera seguido

tocando, pero sus miedos... ah sus miedos. Siempre ellos.

Con el otro chico si había llegado a algo más, pero le daba (aún mas) vergüenza admitirlo. Había

sido con un primo suyo, en unas vacaciones del pueblo. Este le había descubierto masturbándose en la

habitación, mientras se metía los deditos pensando en su actor favorito del momento, y le había

chantajeado a cambio de mantenerse callado. Primero se conformaba con mirarla mientras se tocaba,

pero un día se encontró con que en pleno orgasmo se había acercado a ella y la había besado. El día

de mayor audacia fue aquel en el que, excitado, se sacó su pene. Era un pene no muy largo (eran

quinceañeros a fin y al cabo), pero a Ana le pareció hermoso. La curiosidad pudo con ella, se acercó

al miembro de su primo, y, con mucho cuidado lo besó. Un besito normal y corriente, como los que le

daba a sus tíos en la mejilla. No se atrevió a nada más, y nada más ocurrió ya porque esa noche fue

la última noche que estuvieron juntos. Cada uno volvió a sus respectivas ciudades y nunca más

llegaron a saber de ellos. Bueno, Ana si sabía de su primo: se había conseguido una novia con la

que, según le había contado su hermano mayor, ya se había acostado. Otra persona que se le

adelantaba. Y en el fondo, deseaba haber sido ella la afortunada.

Pero no había pasado. Como siempre que estaba en una posición en la que podía llegar a satisfacer

algunos de sus más íntimos deseos, su mente se cortocircuitaba y se bloqueaba. Como le paso con

Noelia.

Y hoy, que tendría que ser un día especial, iba a ser un día más de su vida monótona y aburrida. Sin

amigos, sin experiencias. Sin nada especial en su vida.

Pero algo tenía que hacer para rebelarse. Y se propuso intentarlo. Buscó entre su vestuario la ropa

más llamativa que tenía. No era mucha, la verdad, pero sorprendentemente, algo tenía. Era el vestido

que había llevado a una boda reciente. Era un vestido de una pieza que terminaba en forma de falda,

de color rojo. Era precioso, y recordaba que había hecho que algunas miradas de los amigos de la

pareja fueran a ella. Aunque para variar no se atreviera a devolverlos con coquetería, ni a aceptar

un mísero baile.

Pero hoy era un día especial. Le daba igual que no pegara nada llevarlo en la escuela. Se puso su

sujetador más sensual, y, rebuscando, encontró un tanga que ni recordaba cuando lo había comprado,

para rematar el conjunto. Defintivamente no pegaba en absoluto ir a la escuela de esa manera, pero

le daba igual. O si le daba, porque en ese momento la vergüenza le pudo y se buscó un chaquetón

largo que pudiera tapar el traje por completo y no le vieran en la calle andar de esa manera.

Se miró en el espejo y pensó para sí misma "maldición, no soy fea, ¿por qué me hago esto a mí

misma?". Y realmente no lo era, simplemente su mente, su cobardía, le impedía sacar relucir todos

sus encantos. Por ejemplo, su largo pelo moreno estaba puesto de manera que tapaba medía cara,

ocultando toda la belleza de este, y lo poco que no tapaba lo terminaba de afear sus gafas de pasta.

Y ahora la chaqueta se ocupaba de tapar el resto de su cuerpo. Se resignó. Iba a ser así toda su

vida. Frustrada, recogió las cosas de clase y se fue sin despedirse de sus padres.

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Noelia estaba nerviosa. Ese día iba a volver al lugar donde todo comenzó de verdad para ella. Donde

nació la nueva y mejorada Noelia. Al lugar donde Carolina y Carlos la había comenzado a llevar a un

mundo nuevo. El bar.

No sabía mucho de él, ni le importaba. La pelirroja solo le había prometido que sería un día muy

especial. Y estaba deseándolo. Estaba tan deseosa que ni se dio cuenta de que salió a la escuela

directamente con la ropa que le había pedido Carolina: un top y unos pantaloncitos cortos negros, y

unos pantys que le había comprado Carlos (según le había contado Carolina), en un sex shop. Cuando

sus padres la vieron salir así empezaron a gritar escandalizados, pero a la lolita le daba igual.

Había decidido que ya no pensaba aparentar más. Le gustaba ir así, como Carlina le ordenaba, y nadie

se lo iba impedir. Contenta, comenzó a caminar rumbo al instituto, disfrutando las miradas de deseo

que los hombres le iban echando por el camino.

 

 

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Carolina se levantó de mal humor esa mañana. Había pasado la noche con un cliente nuevo, y había

sido muy decepcionante. Era el hijo de un importante político, y aunque de aspecto era todo un

adonis, a la hora de la verdad no había rendido como ella pensaba. Un asco. Estaba claro que no

había pasado su examen y que iba a unirse al selecto grupo de sus habituales. A la pelirroja le

gustaba follar. Si le pagaban mejor, pero sobre todo follar bien. No se prostituía por dinero; no lo

necesitaba, estaba económicamente bien asentada. Pero el dinero era un buen acicate para poder

separar la paja del trigo. Los que tenían el físico que le gustaba normalmente eran los que se

podían pagar el permitírselo y mantenerlo, así que una vez que se quedó solo con los potentados,

solo tenía que ir probando los que eran capaces de resistir su intensidad. Y los que superaban la

prueba entraba a su equipo de elegidos. Y este no era uno de ellos. Ahí estaba, en la cama, desnudo,

¡roncando!

Carolina bufó y se dirigió al armario. Busco un buen traje de batalla. Después de clase tocaba

fiesta con su esclava, y tocaba visitar su negocio. No le hacía mucha gracia.

Su negocio, era aparentemente un bar. Era un antiguo prostíbulo reconvertido. Tenía dos pisos, pero

ahora solo se usaba para el negocio el de abajo. Arriba solo había habitaciones. En sus tiempos

había sido un negocio muy grande, como varios más en la zona, pero una redada y un intercambio de

disparos acabó con la vida de su dueño, el padre de Carolina y Carlos. Ahora, ellos dos lo llevaban.

Por si Carolina fuera, lo hubiera cerrado. El gran problema es que su padre no solo era dueño del

prostíbulo; era uno de los jefes de la mafia de la ciudad. Y su antiguo compañero, ahora jefe en

solitario, les hacía mantenerlo abierto para que fuera su lugar de "negocios". Él les paga una

importante suma y Carlos se encargaba de que todo ello pareciera legal. Carlos era el niño bonito de

Benito, el mafioso, y todo el mundo pensaba que le estaba preparando para ser su sustituto. Carlos

parecía aceptarlo sin problemas, pero a saber lo que pensaba en realidad su hermano. Era un libro

cerrado para ella y para todo el mundo. Solamente le importaba una persona: el mismo. Y se guiaba

por esa idea, sin importarle quien pudiera sufrir con ello. Su hermana era a la única persona a la

que de verdad mostraba cariño sincero, y aun así...

Carolina odiaba el bar y todo ese mundo de negocios turbios que tenía alrededor, pero no podía negar

que era un lugar que le venía de perlas para ciertos clientes que querían más anonimato o tenían

peticiones particularmente extrañas, que no le apetecía hacer en su casa. Y para esas situaciones

las habitaciones del local eran perfectas. Aunque no se usasen de manera regular no era impedimento

para que se cuidaran y se mantuvieran limpias y preparadas para "momentos de necesidad".

 

Por otro lado, no era fácil decirle que no a Benito. No sin salir con los pies por delante. Aunque

eso sí, jamás había permitido que le pusiera las manos encima. Quizás por ser hija de su antigo

amigo. Quizás por ser hermana de Carlos. Quizás por ser la fuerza de la naturaleza que era. Pero la

respetaba. Y más le valía. Por muy peligroso que fuera, si se atrevía a hacerle algo sería él el que

saldría con los pies por delante.

Esa tarde su amante Noelia conocería a Benito. Y a ella tampoco se acercaría. Ya se encargaría ella

de eso.

 

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Esa mañana de clase Carolina se sentó en el asiento de atrás con Noelia, como siempre y echó un

vistazo a la parte delantera de la clase buscando a Ana. Curioso; no había llegado. Era algo raro

porque normalmente era de las primeras en llegar. Algo raro pasaba con ella para llegar tarde a

clase. Y sus sospechas se confirmaron cuando la morena de gafas entro en la clase, se quitó el

abrigo y dejo ver su vestido rojo. Carolina se mojó nada más verlo. No era para nada de su estilo,

pero le quedaba perfecto, eso debía admitirlo. Por primera vez en todo el curso se dejaba ver las

curvas de su cuerpo, y, sin ser las de una top model, no estaba nada mal. Quizás demasiado delgada

para su gusto, aunque eso hacía destacar sus pechos, de tamaño medio. Definitivamente no se

equivocaba con ella: estaba mucho más buena de lo que aparentaba. Pero ¿por qué se había vestido así

el día de hoy? Algo se le escaba...

Pero Carolina no fue la única que vio el cambio de look de Ana. Noelia también lo notó. Y también

notó la cara de la pelirroja al verla. No le gustaba nada. Los celos empezaron a florecer en la

lolita. Ana podría haber sido la niña bonita de Carolina, pero ahora era SUYA. Por eso, nada más

sentarse Noelia hizo algo que meses atrás hubiera sido impensable: la besó. Un beso totalmente

calculado para que todo el mundo, incluida Ana lo viera. Y funcionó. A Carolina la pilló

desprevenida, pero pronto le respondió maliciosamente. Si quería jugar a ese juego, a ella no le

importaba. Es más le gustaba. Su fama no iba a cambiar, pero la de su esclava definitivamente iba a

dar un giro de 180 grados. Noelia estaba dejando un mensaje a toda la clase, pero sobre todo a Ana:

era la puta de Carolina. Y le gustaba serlo.

El ánimo de Ana subió varios puntos en la escala Richter, ¡Carolina la había mirado! ¡Y parecía

haberle gustado lo que había visto! Estaba segura, su mirada hacía ella era de deseo. ¡Lo había

conseguido! Pero la alegría duro poco cuando, de repente, Noelia beso a su voluptuoso objeto del

deseo. No un beso cualquiera. Un beso de los que parecían predecir a un acto sexual salvaje. Era un

beso con significado, uno directo para ella: no te acerques, es MIA. Y de nuevo su depresión volvió

a aparecer. Todos sus ánimos y pensamientos de conquista a Carolina desaparecieron y solo le quedo

una cara de resignación y mutismo. Y le duró toda la clase.

A la salida de clase, Ana vio como las dos jóvenes salían abrazadas, amasándose mutuamente el culo.

Sintió un arrebato de ira por Noelia en ese momento. Ella podía haber sido la afortunada. Ella DEBÍA

ser la afortunada. Pero... ¿Por qué pensaba eso? Por dios, era una mujer de la que estaban hablando.

A ella le gustaban los hombres ¿O no? Daba igual, quería la vida de Noelia para sí. Eso era, quería

atreverse a lo que ella se había atrevido.

Las siguió por la calle nada más salir del instituto. Se había olvidado su abrigo, pero ya le daba

igual. Las vio acercarse a un coche, al que Noelia entro, y Carolina estaba a punto de hacer, aunque

se paró un momento a hablar con el conductor. Y justo en ese momento un taxi se acercaba a ella. Y

tomó una decisión. Lo llamo y se introdujo en él.

- Siga a ese coche

Sonaba como las películas. Bueno, era su película. E iba a ser emocionante. Tenía que serlo.

Los dos coches se dirigieron hacia las afueras, hacia el bar de Carolina. El taxista se giró

preocupado hacía la morena.

- ¿Seguro que quieres ir allí señorita? Eres muy joven... - el taxista la miró de arriba a abajo con

una intensidad que hizo a Ana sonrojar - y no vas vestida de lo más adecuado para esta zona. Corres

peligro.

- Haga lo que le he dicho - Ana estaba decidida.

Y por fin llegaron al destino. Un bar. Se llamaba "el Conclave", y era un nombre muy adecuado para

un lugar donde se reunía lo peor de la ciudad. Aunque eso la morena no lo sabía.

- ¿Seguro que te quieres bajar aquí señorita? – le repitió el taxista. La joven de gafas no le hizo

caso. Le pagó, salió, y se dirigió hasta la puerta, pero se en el último momento se detuvo y se

ocultó en una esquina. Estaba esperando, porque Carolina y Noelia no habían entrado aún. Se habían

parado delante de la puerta, y se estaban dedicando a manosearse un buen rato antes de decidirse a

entrar. Cuando lo hicieron, Ana se dispuso a hacer lo mismo. Pero algo se lo detenía. De nuevo, su

personalidad más introvertida afloraba. Se quedó quieta, de piedra ¿De verdad quería hacer eso? El

taxista se lo dijo, no era un sitio muy recomendable. La aventura había durado demasiado. Demasiadas

emociones para ella. No, tenía que irse ya.

Pero el destino quiso que la decisión no fuera suya.

Cuando se dio la vuelta en busca de otro taxi, cuatro hombres la hicieron frente. Era ya mayores,

sin ser ancianos. Tendrían la edad de su padre, o un poco más. No estaban muy bien vestidos, al

revés, sus ropas estaban medio andrajosas. Uno de ellos le sonreía maliciosamente, y dejaba ver los

empastes de oro de sus dientes. Era afortunado: otro de ellos no tenía ni la mitad de ellos. Y luego

estaba el que parecía el líder de todos ellos. Era muy alto fornido para su edad. Era canoso, y le

apestaba la boca a tabaco, pero a diferencia de los otros, no a alcohol. Se notaba claramente que

era el líder de ese grupo.

- ¿Qué haces aquí pequeña? - le pregunto, mirándola fijamente al los ojos - No es lugar para una

menor como tú.

- Bueno... verá - intentó hablar Ana, que no sabía salir de aquella - Yo... vi a mi amiga entrar

y...

- ¿A tu amiga?

- Si, una chica pelirroja, es mi compañera de instituto

- ¿Carolina?

- Si, exacto, ella.

- ¿Conoces a Carolina? Uh, interesante. Bueno, eso lo cambia todo, cualquier amigo de Carolina es

amigo mío. Mi nombre es Benito, y estos son mis amigos (y de Carolina) Mateo, Sandro y Rogelio.

Benito le dio la mano a Ana, que por inercia la acepto. Este aprovechó para acercársela a su boca y

darle un caballeroso beso, lo cual desconcertó a la morena. Aprovechó para mirarla más atentamente;

era una palomita. No se parecía en nada a las amigas de la pelirroja. Algo extraño había con esta

chica, e iba a aprovecharse de ello.

 

- ¿Quieres entrar pequeña? Normalmente no suelen dejar pasar a menores de edad, pero si vienes

conmigo seguro que no pasará nada - con rapidez le paso un brazo por el hombro de la morena, en modo

paternal.

- V-vale, pero - dijo una Ana molesta porque no le gustaba que usara este tono de padre con ella. -

ya soy mayor de edad, no me trate como una niña

Benito sonrió. La había calado. Era una de las tímidas de su clase. y seguramente virgen. Una

palomita para un buitre como él.

- ¿Ya eres mayor de edad? ¿ En serio?

- Sí... bueno, los he cumplido hoy.

- Oh, entiendo, es tu cumpleaños. Pero eso tenías que haberlo dicho antes. Entremos, yo invito.

Tenemos que celebrar por todo lo alto ese hecho – respondío Benito, con un extraño brillo en los

ojos. Luego les guiño el ojo a sus compañeros. Esta iba a ser una gran noche.