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Historias de mi matrimonio 1

en Intercambios

María y yo formamos un matrimonio normal, ella tenía 32 años y yo 34 cuando comenzamos a tener experiencias liberales. Físicamente somos normales, de constitución delgada ella y yo más bien fuerte. Ella tiene una corta melena de color castaño claro, y un cuerpo bonito, no presume de cuerpo diez, pero estaba muy bien, lo bastante para que los hombres se fijen mucho en ella. Sus pechos no son grandes pero si muy firmes, coronados por dos pezones de color rosa pálido, y aunque no es muy alta, sí que tiene unas piernas muy bonitas, y si puede presumir de algo es de tener un buen culo. Yo me conservo también, no presumo de ser un guaperas pero creo que no estoy nada mal, procuro mantenerme en forma en el gimnasio.

Todo empezó de forma casual, aunque teníamos en mente empezar algún día en el mundo liberal. Esto pasó hace un par de años, como dije antes, teníamos 32 y 34 años respectivamente cuando ocurrió este episodio.

Era sábado por la mañana, mi mujer había ido a comprar al mercado, ya de regreso me comentó que se había encontrado con un amigo de su padre, del que hacía años no sabía nada. Según me dijo, el tipo le comentó que se había enterado de que estaba casada, y que por lo que veía el matrimonio le sentaba muy bien, porque ahora se la notaba más mujer, y también mucho más guapa, ella me hizo el comentario muy orgullosa. Aquello me pareció un flirteo en toda regla, y por el tono de voz de mi mujer podía notar que aquello le había más que agradado, me parecía que incluso se había dejado cortejar. Inmediatamente sentí mi polla crecer dentro del pantalón, aquello me había excitado, no sabía exactamente porque, pero me había puesto cachondo, había algo que me resultaba muy morboso.

Todo quedó en ese comentario hasta que después del almuerzo, nos fuimos al dormitorio a hacer la siesta. Comenzamos a meternos mano, ella me meneaba la polla mientras yo frotaba su almeja. Mi polla estaba dura, no solo por cómo me la estaba trabajando, sino también por el recuerdo del comentario que me había hecho. María también estaba muy excitada y yo aproveché la situación para sacar el tema a relucir, ya que la idea de que el tipo maduro estuviera flirteando con ella me daba mucho morbo. Le pregunté por el amigo de su padre, quien era y que relación de amistad había entre este y su familia.

Ella me explicó que lo conocía desde que era pequeña, que su nombre era Juan y que había habido una relación de amistad muy estrecha con su familia, pero que tras separarse de su mujer se había ido a vivir al extranjero, concretamente a Holanda, y que aunque había oído comentarios acerca de su regreso, según los rumores porque ya no estaba con su pareja, una holandesa de buena posición, no había coincidido con él hasta esa mañana.

Tras este paréntesis, seguimos a lo nuestro, estábamos cachondos, yo diría que incluso más de lo habitual, se respiraba algo en el ambiente, algo morboso, algo diferente.

Esperé a que María estuviera muy excitada, sabía que llegada a este punto no se echaría para tras y podría llevarla a mi terreno, sacarle información y saber con más exactitud lo le pasaba por la cabeza.

Comencé preguntándole si le habían gustado los piropos del amigo de su padre, pero ella no respondió, su silencio me hacía pensar en un sí. Aumenté el ritmo de mis dedos sobre su clítoris y volví a insistir en mi pregunta, entonces ella por fin confesó que le habían gustado.

A partir de ese momento la situación fue subiendo de tono. Seguí preguntándole más cosas, tales como que si al tipo le gustaba ella, si era consciente de que él la deseaba, que si esto la excitaba, etc. Ella no hacía más que responder que sí a todo y yo fui subiendo el nivel de las preguntas hasta que terminé por preguntarle si le gustaría que el tipo la follara. Ella no contestó, pero un tímido gemido la delató, realmente le apetecía.

Por supuesto yo seguí presionándola, hasta que al final confesó todos sus deseos, y respondía a todas y cada una de mis preguntas. Si, le gustaría que aquel tipo maduro, amigo de su padre la follara, ella, si se diera la situación apropiada, se dejaría. También me confesó que el tipo la había cortejado desde que era una chiquilla, y que incluso en una ocasión, en el transcurso de un asadero, en la finca de su familia, ella lo había pillado mientras orinaba tras un cobertizo, y que él se había girado para que ella le pudiese ver el miembro, y no se cortó en seguir orinando mientras ella miraba. María me confesó que, aun siendo una chiquilla, sabía que él la deseaba y que aprovechó la situación para exhibirse ante ella, pero también me reconoció que le gustó verlo, era un hombre que le atraía mucho, le parecía muy varonil, atractivo e interesante, y quizás por ello permaneció allí, frente a él, mirando su miembro mientras orinaba, y luego regresó a la fiesta. También me confesó que el recuerdo de aquello siempre la había excitado, tras aquel incidente se había masturbado muchas veces pensando en el amigo de su padre y su miembro, una polla grande, pero sobre todo muy gorda, no es que ella supiera mucho de miembros masculinos por aquel entonces, pero si sabía lo suficiente como para tener claro que aquella era especialmente grande y sobre todo muy gorda.

Después de estas confesiones terminó por correrse como una auténtica golfa, y yo me hice una soberana paja, derramando mi esperma sobre sus pechos y su cara. Nos limpiamos y acto seguido nos quedamos dormidos, agotados por tanta excitación. Tras despertarnos volvimos a hablar del tema, al principio ella estaba un poco cortada, pero creo que en esta ocasión no era porque le diera vergüenza reconocer sus deseos, ya lo había hecho hacía un rato, sino más bien por miedo a que yo me pusiera celoso.

Seguimos comentando el tema los días posteriores y follando pensando en su amigo. Tras pensarlo muy bien acordamos tener un encuentro con él, o por lo menos intentarlo. Tengo que reconocer que en el momento de decidir dar este paso yo me sentí algo celoso, habíamos hablando muchas veces del tema liberal, de hacer algún día un intercambio de parejas, pero esto era algo diferente, ahora iba a entregar a mi mujer para que se la follara otro hombre, y no uno cualquiera, sino un tipo de 60 y tantos años, amigo de su padre, que para colmo la deseaba desde que era una chiquilla. Pero el deseo y el morbo que me producía eran mayor que los celos que podía tener.

Para no alargarme demasiado resumo un poco. Dos sábados después de su encuentro, ella volvió al mercado, allí coincidió de nuevo con Juan, este la invitó a tomar un café, tras lo cual ella le propuso venirse a casa para enseñarle el piso.

Sentí el tintineo de la llave, luego abrir la puerta y las voces de mi mujer y su acompañante. Al entrar ella me llamó y yo acudí a su encuentro, se notó que el tipo se quedó entre sorprendido y decepcionado por mi presencia, se pensaba que estarían solos y que de aquel encuentro podría sacar petróleo. El tipo supo recomponerse rápidamente y mi mujer nos presentó, nos sentamos en el salón para charlar, estuvimos hablando un buen rato, tras el cual mi mujer se fue a la cocina a preparar café. Nuestro invitado y yo nos quedamos hablando sobre mi mujer, su familia y la relación de este con ellos. Luego María regresó con el café y nos servimos. En un momento dado, ella dejó que su café se derramara intencionadamente sobre su blusa, y luego comenzó torpemente a intentar limpiarse. Nuestro invitado reaccionó para ayudarla y fue en ese momento, que ya teníamos estudiado, cuando comenzó todo, los acontecimientos se precipitaron.

Ella se desabotonó la blusa, dejando que el tipo viera parte de sus pequeños pero firmes pechos, y a la vez derramó, con disimulo, unas gotas de café sobre la camisa de nuestro invitado. Entonces ella, disculpándose por su torpeza, tomó una servilleta y empezó a frotarle la camisa para limpiarla, mientras sus pechos casi se salían fuera del sujetador, para deleite de Juan. Mi mujer siguió frotando la camisa, para luego desabrocharle varios botones con la excusa de limpiarla mejor.

Pero entonces su mano se deslizó sobre el velludo pecho de nuestro amigo, lo acarició suavemente mientras lo miraba a los ojos. Las intenciones de mi mujer eran más que evidentes, y él dirigió su mirada hacia mí, que permanecía sentado en uno de los sillones individuales, y vio que yo permanecía tranquilo, eso por fuera, porque por dentro estaba echo un flan, producto de una combinación de excitación, lujuria e incertidumbre por lo que podría pasar. Tras comprobar que yo consentía debió sentirse seguro de que podría atreverse a más.

Mi mujer terminó desabrocharle la camisa y él, ya confiando, se despojó de ella. Luego, María, volvió a acariciar su amplio y poblado pecho. Acto seguido, Juan, ya lanzado y despreocupado por mi presencia, la rodeó con sus fuertes brazos.

Sus bocas se unieron, sus lenguas se entrelazaron, saboreaban sus respectivas salivas. Entonces mi mujer hizo algo de lo que hasta ese momento no la creí capaz. Se arrodilló ante el amigo de su padre, le bajó la cremallera del pantalón y dejó que este se lo bajara hasta las rodillas. Luego le bajó los calzoncillos y dejó a la luz una polla ya empalmada. Era más o menos igual de larga que la mía, quizás algún centímetro más, pero era mucho más gruesa. Yo nunca había visto una polla tan gorda, vaya tronco tenía aquel viejo.

María lo tomó entre sus manos, primero lo acarició durante un corto periodo de tiempo, parecía hipnotizada por aquella gran polla. Luego, tirando hacía atrás de la piel de prepucio, dejó a la vista un rosado capullo de forma cónica. Se lo metió en la boca y comenzó a mamarlo, no parecía nada cortada por la situación ni por mi presencia, iba a lo suyo, era evidente que estaba cumpliendo una de sus fantasías, por fin tenía en su boca aquella gorda polla con la que había fantaseado muchas veces de jovencita.

Juan estaba como loco, ni en el más optimista de sus sueños se había imaginado que algún día María le chuparía la polla, que gozaría su pequeña y cálida boca. Tras un buen rato de felación mi mujer se incorporó y ambos se desnudaron por completo, era muy morboso ver el esbelto y pequeño cuerpo desnudo de mi mujer, junto al corpulento cuerpo del amigo de su padre, aunque con algo de tripa se mantenía muy bien para su edad, y en el que la grande y gruesa polla parecía un faro que orienta a los barcos en la noche.

Yo también me despojé de la ropa, pero permanecí en segundo plano, sentado en el sillón como mero espectador. Mi mujer se sentó en el sofá de tres plazas y Juan se arrodilló ante ella, como un súbdito lo haría ante su reina. María, por su comportamiento, me parecía otra persona, estaba no solo muy cachonda, sino que se mostraba totalmente desinhibida, y no parecía importarle que consecuencias podía acarrear aquella situación, ni que podría pensar yo de ella. Se separó los labios del coño para que Juan pudiese tener una visión perfecta de su fruto y lo convidó a que lo catase. Este no se hizo de rogar, se apresuró a catar su coño, por fin sabía cómo ella tenía la almeja, con unos grandes labios que sobresalían por fuera de la raja, ahora podía oler aquel coño tan deseado y catar su sabor. Se lo comió con una intensidad fuera de lo normal, como un animal hambriento que tiene miedo de que le roben la comida que está disfrutando.

Consiguió que mi mujer se corriese. María tenía mucha facilidad para llegar al orgasmo y solía segregar una gran cantidad de flujo vaginal. Este salió a borbotones de su cálido coño y su amante se deleitó bebiendo todo el néctar que pudo, se relamía de gusto saboreando su flujo.

Al final llegó el momento que tanto habíamos imaginado. Mi mujer se recostó en el sofá, se abrió de piernas, y el amigo de su padre se colocó en medio de ellas, entre sus tersos y suaves muslos. Yo me aproximé para ver bien la escena, a ellos no les incomodaba en absoluto mi presencia, estaban pendientes el uno del otro.

Juan colocó su capullo en la entrada del coño de María y empujó suavemente. Su polla fue desapareciendo poco a poco en el interior. Mientras, mi mujer daba muestras de estar algo incómoda debido al calibre de aquella gorda polla, pero en ningún momento rechazó que aquel enorme instrumento entrase hasta el fondo en sus entrañas.

Comenzaron a follar, primero despacio, pero luego el ritmo se hizo más rápido. Era una escena increíblemente morbosa, algo nuevo para mí, ahora disfrutaba de mi mujer desde otra perspectiva, podía ver su cuerpo desde una situación nueva, como se movía, como permanecía bien abierta mientras la montaba otro semental, era algo fantástico. Su cuerpo se veía muy poco porque estaba tapado por el corpulento cuerpo de Juan, me ponía como una moto ver los movimientos de la pelvis de este, metiendo y sacando su polla, su cara de gozo mientras montaba a mi mujer.

María, como ya comenté antes, tenía mucha facilidad para correrse, así que al poco le llegó el primer orgasmo, yo estaba junto a ella en ese momento, sus ojos que me miraban, de pronto dejaron de hacerlo, su mirada se quedó como perdida, se estaba corriendo. Un intenso orgasmo la embargaba, que más podía pedir una mujer, se estaba corriendo follada por el hombre con el que había tenido infinidad de fantasías, mientras su marido complaciente lo presenciaba y aceptaba la situación.

María consiguió correrse un par de veces más antes que el amigo de su padre hiciera lo propio. Parecía que estaban sincronizados, porque Juan sacó su gorda polla y se incorporó. Y María se sentó en el sofá, frente a él. Abrió su boca para recibir la corrida de su maduro amante, este la descargó, posando su polla sobre la lengua de María de manera que esta recibió toda la corrida en el interior de la boca.

Me sorprendió la aptitud de mi mujer, porque nunca había sido muy dada a recibir corridas dentro de su boca, y menos a tragárselas, pero esta vez, no solo lo hizo sin rechistar, sino que parecía desearlo. Incluso repasó el capullo de Juan para recoger las últimas gotas de semen y saborearlas. Yo no pude más, estaba meneándomela junto a ellos, me dolían los huevos de lo caliente que estaba. María me miró, sabía que estaba a punto de correrme, así que acercó su cabeza a mi polla para recibir también mí corrida en su boca. La descargué completa dentro de ella, sentía como bombeaba mi leche, tuve una eyaculación bastante grande, tanto que a María no le dio tiempo de ir tragándola y casi se le derrama parte entre los labios.

Nos sentamos en el sofá, había sido un polvo increíble. Una vez más tranquilos volvimos a entablar conversación, parecía algo surrealista, los tres charlando distendidamente pero totalmente desnudos. Nuestro invitado nos pidió que este no fuera el único encuentro que tuviéramos, que esperaba poder repetir otra velada de sexo igual o mejor. Nosotros nos comprometimos a ello, también teníamos claro que este había sido solo el comienzo de una amistad muy especial.

Terminamos vistiéndonos y Juan se marchó. Habíamos quedado en ir una tarde a su finca para disfrutar de un nuevo encuentro.

Habíamos ejecutado el plan a la perfección, pero en como todos los planes, siempre hay alguna cosa que se nos escapa. En este caso fue que tuvimos sexo sin preservativo, nos dimos cuenta de que no tomamos protección después de despedirnos de nuestro nuevo amigo, por lo menos estábamos tranquilos porque Mari tomaba la píldora y Juan parecía un hombre sano. Lo que si estaba claro que si ya desde el primer encuentro no lo usamos, de ahora en adelante estaría de más.

Próximamente les relataré el segundo encuentro.