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Historias de mi matrimonio 2

en Intercambios

Historias de mi matrimonio 2

 

Después del encuentro con el amigo de su padre, María y yo pasamos el resto del fin de semana en casa. Algo había cambiado en nuestra vida sexual y aún no teníamos claro si afectaría también a nuestra relación. Lo cierto es que permanecimos en casa, haciendo las cosas que normalmente solíamos hacer, pero no hacíamos ningún comentario acerca de la experiencia que habíamos tenido.

Ya el domingo por la tarde, fue María la que dio el primer paso. Se acercó a mí, me abrazó y me dio un beso en la mejilla, luego me susurró al oído: Te quiero cariño, eres mi amor, eres mi vida, ahora sé que tienes plena confianza en mí y que tu interés por el swingers es real.

Sus palabras me hicieron reaccionar. La tomé en mis brazos y le di un profundo beso en la boca, aquella boca que el día anterior había tragado hasta la última gota de la corrida de otro hombre.

Si nos faltaba una chispa para romper el hielo su acercamiento a mí la había producido ese efecto. Seguimos comiéndonos a besos y nos dirigimos a duras penas hasta el dormitorio, mientras nos despojábamos torpemente de la ropa.

Una vez allí nos tiramos literalmente sobre la cama sin casi separar nuestras bocas y nuestras lenguas. Yo no aguantaba más y creo que María tampoco. Tomé mi polla empalmada y busqué desesperadamente la entrada de su coño, ella me tomó la mano y me ayudó a colocar mi capullo entre los labios de su húmedo sexo.

La penetré despacio pero con firmeza, que placer me producía su coño. A ella debía pasarla algo similar porque al notar como entraba mi polla se estremeció y se abrazó fuertemente a mí.

Comenzamos a follar como locos, y por supuesto no tardamos en sacar el tema de nuestro encuentro del día anterior. Fui yo el que lo hice, estaba muy excitado, entre jadeos le dije a María, que me había gustado compartirla con el amigo de su padre. También le dije que quería volver a compartirla con él, estaba dispuesto a ello. Seguí diciéndole: Mi amor, quiero que te disfrute y quiero que goces con él, es algo que me pone como nada me había puesto nunca.

Ella respondía con un sí a todo, me dijo que lo haría, por mí y por ella, por los dos. Lo decía mientras me abrazaba fuertemente y terminaba por correrse. Yo no puede aguantar más y descargué mis huevos en sus entrañas, tras lo cual nos quedamos abrazados, tumbados sobre la cama.

Ya por la noche, durante la cena, sacamos a relucir de nuevo el tema. Decidimos llamar a Juan y quedar con él como habíamos le prometido. Estábamos totalmente decididos y ansiosos por tener otro encuentro. De hecho le telefoneamos nada más terminar de cenar, se sorprendió gratamente por nuestra llamada, creo que no solo no se la esperaba tan pronto, sino que incluso igual pensaba que no volveríamos a contactar con él.

Quedamos en vernos el siguiente fin de semana, de nuevo el sábado, pero esta vez por la tarde. Juan estaba residiendo en una finca en las afueras del pueblo. Nunca habíamos estado allí, pero sabíamos dónde se encontraba, y que tras un periodo de tiempo en que estuvo en venta, alguien la había comprado, este comprador había sido Juan.

Para no extenderme en el relato del encuentro, me voy directamente al día de la cita, ni que decir que durante la semana, María y yo no paramos de follar pensando en lo que estábamos viviendo.

Llegamos a la finca de Juan sobre las cuatro y media de la tarde. Hacía un sol radiante, era verano y el tiempo estaba increíble.

Nuestro amigo nos abrió la puerta y nos convidó a pasar, tras saludarnos, con un apretón de manos a mí y dos sonoros besos en las mejillas a María, nos hizo un recorrido turístico por su casa. Era enorme, con cinco habitaciones y tres baños, dos salones uno en el  piso bajo, donde también se ubicaba una gran cocina, y otro más pequeño en el piso de arriba. Lo mejor era la parte de atrás, tenía un jardín enorme, muy bien protegido de las miradas indiscretas y con una piscina, que si no era especialmente grande, si era suficiente como para darse unos buenos chapuzones y pasar un buen rato.

Allí, en el jardín, nos invitó tomar una copa. Nos sentamos en unos amplios sillones de terraza colocados estratégicamente alrededor de una mesa. Él sirvió un whisky con hielo para él y otro para mí, María prefirió un cubata, eso sí, con ron reserva.

Tras la segunda ronda ya estábamos bastante relajados y nuestro anfitrión nos propuso darnos un baño en la piscina. María le respondió que no habíamos traído bañador y Juan replicó, con una pícara sonrisa, diciéndole que allí no se necesitaba, nadie podía espiarnos.

Si algo tenía María era una gran facilidad para desnudarse en cualquier sitio, ambos estábamos acostumbrados a hacer nudismo. Así que sin mediar una palabra más, se deshizo de su vestido veraniego, se descalzó y terminó quitándose la ropa interior, tras lo cual se dirigió hacia el borde de la piscina.

Era una delicia verla caminar desnuda, de espaldas, admiramos como se contoneaban sus caderas, y como sus redondas nalgas se movían acompasadamente, estaba para comérsela.

Yo seguí  su ejemplo y me fui tras ella, Juan también se desvistió, aunque un poco más despacio, de hecho cuando caminaba hacia la piscina, María y yo ya estábamos dentro. Yo no suelo fijarme en los hombres, pero tengo que reconocer que Juan se conservaba muy bien para su edad, su corpulenta figura podía despertar aún el deseo de cualquier mujer, y sus genitales lucían como los de un toro de liria. Su gran miembro se bamboleaba a cada paso que daba y sus huevos, grandes por cierto, colgaban bastante dentro de un amplio escroto.

Se unió a nosotros en la piscina y nos dimos un buen chapuzón mientras ambos acariciábamos y besábamos a María. Ella también nos acariciaba a los dos, y terminó por tomar nuestros instrumentos, uno en cada mano.

Luego salimos de la piscina, y Juan nos proporcionó unas toallas limpias que sacó de un gran armario de exterior.

Nos estábamos secando cuando María se acercó a Juan por la espalda. Primero lo abrazó y luego comenzó a besarle la espalda, lentamente fue bajando hasta que llegó a sus nalgas. Allí se detuvo, manoseándoselas y besándoselas.

Yo sabía lo que iba a hacer, María era una adicta al beso negro, tanto a darlo como a recibirlo, aunque hasta aquel momento no la creí capaz de hacerlo con el amigo de su padre.

Haciendo un pequeño inciso, tengo que decir que a mí también es una práctica que me gusta mucho, aunque depende de con quién. Siempre he dicho que hay mujeres a las que no me atrevería a hacérselo, otras a las que sí podría, y otras con las que ni te lo piensas y te lanzas de cabeza a degustar su culo y lamer su ojete. María pertenecía a este último grupo.

Volviendo al encuentro, María separó las nalgas de nuestro anfitrión y su cara se adentró entre ellas. Por los movimientos su cabeza era evidente que le estaba lamiendo la raja del culo. Mientras, Juan permanecía apoyado en el armario de exterior, con el trasero en pompa. Un nuevo movimiento de su cabeza, esta vez empujado, me hizo imaginar la lengua de mi mujer entrando en su ojete, explorando su agujero y cantando su sabor.

Del miembro erecto de Juan comenzaban a salir gotas de esperma que caían en el césped. El hombre no pudo más y dándose la vuelta tomó a María por las muñecas y la hizo colocarse a cuatro patas en el suelo. Se colocó tras ella y le devolvió el favor. Comenzó a repasarle el culo como lo haría un perro a otro, primero lamiendo su raja y luego su ojete, para terminar metiendo profundamente su lengua en el interior.

Yo permanecía como espectador, hasta que Juan apartándose a un lado, me convidó a que participara en el festín en el que se había convertido el culo de María. No tuve ningún reparo en ocupar su puesto, aun sabiendo que su boca acababa de estar haciendo lo mismo que yo iba a hacer. Simplemente seguí con el trabajo que él había empezado y degusté el culo de mi mujer como tantas veces había hecho.

Paré de comérselo y la convide a incorporarse, estaba deseando ver como Juan volvía a montarla, me gustaba el sexo al aire libre y quería verlos retozar sobre el césped del jardín. María me susurró al oído si quería ver como el amigo de su padre volvía a follarla, yo le respondí que era lo que más deseaba en aquel momento.

Se tumbó boca arriba sobre el césped. Juan estaba preparado para montarla, se meneaba la polla para tenerla a punto en el momento de penetrarla.

María separó sus piernas y Juan se tumbó sobre ella, fue María la que le colocó la polla en el sitio exacto para que él solo tuviese que empujar hasta el fondo.

Juan emitió una especie de gruñido de placer, al sentir la suavidad y calidez del coño de mi mujer al paso de su polla, y ella apenas se quejó mientras el gordo tronco la empalaba.

Desde la posición que ocupaba podía observarlos mejor que en casa, era una escena de lo más morbosa. María levantaba las piernas para que la polla de Juan le entrara profundamente, y este le propinaba unas embestidas impresionantes, que al poco consiguieron hacerla correrse. Y luego otra vez, así hasta cuatro orgasmos le conté a María antes de que su maduro amante le llenara el coño con su leche.

Cuando Juan se apartó a un lado María reclamó mi presencia. Me convidó a ocupar el puesto de nuestro amigo, y eso hice. Cuando me colocaba sobre ella pude ver como su almeja rezumaba el blanco esperma de Juan, pero me dio igual, coloqué mi polla en posición y se la metí de golpe.

María no se quejó, su coño estaba muy dilatado, en parte por la excitación y en parte por haber albergado la gruesa polla de su amante. También estaba muy lubricada por una mezcla de flujos vaginales y de semen.

Mientras la follaba sentía el chapoteo, sabía que era el esperma de Juan que ahora embadurnaba mi pubis y llegaba hasta mis huevos. Esto no solo no me pareció desagradable, al contrario, me ponía más cachondo. Solo pude conseguir que María se corriera una vez más, antes de llenarle el coño con mi leche.

Nos tumbamos sobre el césped durante unos minutos, luego nos metimos bajo una ducha que había junto a la piscina, y nos refrescamos, por lo menos nos deshicimos del sudor y de los restos de fluidos corporales. Luego volvimos a sentarnos tranquilamente a tomar otra copa y charlar.

Hablamos de muchas cosas, Juan nos puso al día de su situación. No se había separado, seguía casado con Helen, la holandesa que comenté en mi primer relato. Ella tenía 58 años, según nuestro anfitrión era una mujer muy atractiva y de muy buena posición económica en su país, ya que era una empresaria de éxito. También nos dijo que en un par de semanas ella estaría allí, habían comprado la finca porque a él le apetecía tener una casa en su pueblo natal, pero que seguramente más adelante regresarían a Holanda, y solo vendrían a España por cortos períodos de tiempo. Él se había adelantado para tener todo preparado a su llegada, mientras, ella se había ido de crucero con varias amigas.

Luego la conversación fue derivando hacia la relación que estábamos manteniendo. Juan me preguntó si no me molestaba que María estuviera en brazos otro. Su pregunta consiguió que mi miembro comenzara a ponerse en erección, y el caso es que al estar desnudo no era posible disimularlo.

Nuestro anfitrión, se dio cuenta de ello, me cazó al vuelo, y siguió haciendo preguntas picantes. Mi erección era ya más que evidente y sus preguntas muy directas. Preguntas tales como si me gustaba verla tragar polla, o si disfrutaba viéndola correrse con otro.

Él también estaba empalmado, terminó por preguntarme que porque no le acercaba a mi mujer para que le comiera la polla.

Comenzamos a practicar el roll de amo y sumisos, en el que María y yo adoptamos la posición de sumisos y Juan la de amo. Nosotros nunca habíamos jugado así, y en aquel momento me pareció algo muy morboso. Incluso creo que a María también, su expresión delataba que no solo no estaba molesta por la situación, sino que parecía divertirle y excitarla mucho.

Me levanté del sillón y tomé a María de la mano, invitándola a incorporarse. Cogidos de la mano nos acercamos hasta Juan, y una vez ante él, le pedí que se arrodillarse.

Juan separó un poco sus piernas y mi mujer tomó su gruesa polla, lucía enorme entre sus pequeñas manos. Yo fui a retirarme hasta el sillón, pero nuestro anfitrión me pidió que permaneciera allí, de pie junto a ellos.

María comenzó a mamarle la gorda polla, la cara de Juan estaba desencajada por el placer. De vez en cuando me miraba para supiera cuanto lo hacía gozar la boca de mi mujer. A mí me dolían lo huevos de lo caliente que estaba.

Luego María paró, ambos se incorporaron. Juan ordenó a María se apoyara en la mesa con el culo en pompa, y colocándose tras ella le enchufó la polla sin muchos miramientos. Ella dio un pequeño saltito al sentir el duro tronco entrando en sus entrañas, y luego permaneció muy quieta mientras él le bombeaba la polla con rítmicos movimientos de pelvis.

Por supuesto nuestro amigo me hizo permanecer junto a ellos, casi pegado, de vez en cuando volvía a mirarme para que viera su expresión de gozo. La hizo correrse un par de veces y luego él se corrió también, otra vez dentro de su coño. Luego se apartó y me ordenó que ocupara su lugar.

Antes de metérsela a mi mujer, me dio tiempo de ver como su coño chorreaba la corrida de su amante, parte de esta cayó directamente al suelo, mientras el resto resbalaba por el interior de sus muslos. Le enchufé la polla sin miramientos, entró hasta el fondo con facilidad. Estaba tan caliente que no pude aguantar y al poco me corrí, no me dio tiempo ni de hacer que María se corriera conmigo.

Volvimos a ducharnos y de allí pasamos a la piscina, nos relajamos un buen rato. La tarde seguía estando luminosa, y aún nos quedaba tiempo para disfrutar de más sexo.

Luego regresamos a nuestros asientos, Juan entró en la casa y al poco regresó con algo de comida para picar. Había que reponer fuerzas, yo no tenía claro si podría repetir por tercera vez, normalmente con dos polvos iba bien servido, pocas veces había llegado a tres, sobre todo porque casi todos los días terminábamos follando. Lo que me parecía sorprendente es que nuestro anfitrión se hubiera corrido dos veces, a su edad, y según parecía no se quedaría con esas dos.

Pero esta vez el periodo de descanso fue mucho más largo. Una vez que comimos para reponer fuerzas, Juan regresó al interior de la casa para traer una botella de licor, según él, además de digestivo, era afrodisiaco, aunque esto último me parecía que no era cierto.

María y yo nos quedamos solos, nos besamos y acariciamos cariñosamente. En esto, Juan que regresaba con la botella, nos pilló acaramelados y muy sonriente nos comentó que no había nada más bonito que un matrimonio enamorado.

Nos sirvió un chupito de licor y brindamos juntos por nuestra nueva amistad. Luego nos pidió que siguiéramos igual de cariñosos, como cuando nos habíamos quedado solos. Seguimos su consejo, me apetecía que viera como éramos en la intimidad de nuestro matrimonio, que viera lo que nos queríamos y lo bien que estábamos juntos.

Le pregunté a María si quería que la entregara de nuevo a Juan, y ella asintió con la cabeza. Miré a nuestro amigo y le hice ademán de que se acercara. Ambos tomamos a María de la mano y la convidamos a tumbarse sobre el césped, nosotros hicimos lo mismo, uno a cada lado. Comenzamos a acariciarla y besarla y luego Juan me pidió follarla de nuevo. Lo dijo en voz alta y clara para que María lo escuchase perfectamente. Yo le dije que era toda suya, que adelante.

Colocándose sobre ella la penetró. Comenzó de nuevo a darle polla, le decía cosas al oído, pero se las decía con un tono suficientemente alto como para que yo pudiera escucharlas. Le dijo que por fin podía gozarla, que la deseaba desde que era una chiquilla, que se había masturbado muchas veces imaginando que la poseía, que por fin la tenía y podía gozarla, correrse en ella, hacerle tragar su leche, y mejor aún, que yo viera como la follaba. Lo único que le apenaba era no haber podido desflorarla, era algo que le hubiera gustado, estrenar su coño, romper su virgo. Luego prosiguió haciéndole preguntas a ella. Le preguntó si en aquel asadero, cuando él la había enseñado la polla, le había gustado, también le preguntó que si hubiera habido oportunidad por aquel entonces, se hubiera dejado follar por él.

María, que ya se había corrido con los primeros comentarios de Juan, terminó, con estas preguntas de abandonarse al placer. Confesó que sí, no le hubiera importado que él hubiera sido el hombre que la desvirgara. Se corrió, e inmediatamente volvió a correrse otra vez, yo nunca la había visto correrse dos veces casi seguidas. Estaba tan caliente que su vejiga se relajó y terminó orinándose encima. Su mano buscó, y al final consiguió aferrarse fuertemente la mía, estaba en éxtasis. Juan tuvo que parar para que pudiera recuperarse, sacó su polla y se tumbó a su lado. María se abrazó a mí, estaba agotada, pero luego se volvió hacia Juan, no quería dejarlo a medias.

A pesar de estar muy cansada, aún le quedaron fuerzas para arrodillarse ante Juan y recibir su corrida en la boca. Luego se giró hacia mí, yo estaba muy excitado, pero sabía que ella estaba agotada, prefería que parara y descansara, así que me puse de pie para dar por terminada la sesión, pero María, incorporándose también, tomo mi polla en su mano. Se colocó junto a mí, rodeando mi cintura con su brazo izquierdo y agarrando mi polla con la mano derecha. Comenzó a masturbarme mientras nuestro anfitrión observaba la escena con expresión lujuriosa en su cara.

María permanecía pegada a mí, nos besábamos suavemente mientras me meneaba la polla, hasta que consiguió hacerme correr. Tuve un orgasmo intenso que me hizo gemir como un perro, y ella me regaló un beso en los labios como muestra de su satisfacción.

Volvimos refrescarnos en la ducha, pero esta vez no nos quedamos desnudos, volvimos a vestirnos y a sentarnos relajadamente. Nos tomamos la última copa, y hablamos sobre tener otro encuentro. Juan nos comentó que una vez que Helen estuviera allí, sería más difícil quedar, así que le gustaría aprovechar el tiempo y quedar el siguiente fin de semana.

No voy a alargar más la historia contando el resto, ya que es intrascendente. María y yo regresamos a casa después de una tarde de sexo y lujuria, agotados pero satisfechos. Yo me preguntaba que el día que me tocara a mí follar con otra mujer, cómo reaccionaría María.