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Un encuentro casual (II)

en Erotismo y Amor

 ¿Qué, si no quiero seguir y él sabe que bus cojo, o donde está mi casa? ¿Y si sube y me sigue hasta casa? ¿Me he depilado?

 Y llegué aquí, me apoyé en uno de los pilares que sostienen el techo de la parada y el banco para sentarse, que ya estaba completo. Giré el cuello para mirar por donde ibas, para asegurarme que me continuabas siguiendo. Caminabas lentamente, no hacia mí, pero sí me mirabas. Durante ese momento quiero conservar algo de dignidad y darte la sensación de que, al volverme para mirar al frente, ya me he olvidado de ti. Sin embargo, aunque nuestra aventura hubiera acabado aquí, tus ojos me habían dejado ya marcada.

 Me vuelvo hacia el lado contrario para verte pasar, para fijarme bien en tu andar y en tu trasero si lograba distinguirlo entre tanto negro y suaves ondulaciones, pero no te veo. Me contengo de girarme por completo por poco. Tan, tan poco como el olor de tu camisa.

 No solo te huelo, sino que cuando todo lo demás deja de hacer ruido en la calle, puedo sentir tu respiración y el calor que emana tu cuerpo robando mi parte de aire en mi espacio existencial.

 Un solo paso hacia delante sería suficiente para apartarme de ti y adentrarme en la homogenización con los demás, en sumergirme en la nada que forma el todo.

 Pero para ti ya se han acabado los juegos, ¿verdad? Me has dado margen y yo te he buscado, me has perseguido y me ha gustado. Lo único que necesitabas para tenerme era un no.

 Lo que antes me quitaba tu calor, ahora lo hace el roce de tu ropa. El pánico estalla y si antes el shock no me había hecho reaccionar, esto me va hacer saltar hasta la carretera, pero entonces, justo cuando veo la imagen del alquitrán gris en mi mente, me agarras el hombro y todo se ajusta a la realidad.

 Veo en rojo tu perfil borroso: has inclinado la cabeza poniendo tu respiración en mi oreja y, más abajo, lentamente bajando, hasta el cuello.  Casi estoy experimentando la sensación que produce la piel de los labios con la del cuello, unos tan calientes, la otra tan fina... me hueles. De arriba abajo me pones la piel de gallina.

 Estamos en la calle pero siento como si estuviéramos metidos en un armario, escondidos del resto, donde nadie nos puede ver. Las puertas casi parecen palpables pues la gente pasa a nuestro alrededor como si algo nos acordonara. Estamos medio protegidos por el pilón en el que se apoya uno de los extremos del techo de la parada, tapa lo más tabú para algunos de los que están esperando su autobús: lo que se debe de hacer por la noche de fiesta, en privado o en pareja. Pero está ocurriendo a plena luz del día. Tengo los ojos medio cerrados y mi respiración es superficial, como si mis pulmones ya estuvieran llenos.

 Cojo aire y abro mucho los ojos, me has metido tus dedos dentro del pelo, en la base de la nuca. Mi hombro está libre ahora, pero no mi cuerpo. Mueves los dedos acariciando mi sensible piel. No puedo evitar encogerme un poco, tu roce me produce escalofríos. Me repasas toda la línea recta hasta el hombro izquierdo, para relajarme ante ti. Y vuelves al centro de lo que me mantiene en pie y deslizas un solo dedo  en mi columna y el resto de las yemas abiertas bajando alrededor. Quiero gemir. Cierro los ojos y un sonoro suspiro se escapa desde lo más profundo de mi garganta. Quiero estirarme hacia atrás, como un desperezo de deseo por tus dedos y vacio por mis huecos.

 Pero solo contraigo los músculos de mi espalda y un poco mis hombros. Tengo los ojos cerrados, esforzándome por mantener la cabeza recta. Tú, sin embargo, no te has movido, me da miedo mirarte, siento tus ojos atentos a mis movimientos. A las respuestas de tus caricias. No. Abro los ojos. Me tenso. Con los dedos de tu otra mano estás bordeando la cintura de mi pantalón sin tocar mi piel. Notas el cambio porque  paras de acariciarme la espalda y subes... Subes tus yemas hasta la base de mi nuca y aprietas. Se me contraen los músculos de todo el cuerpo de golpe y abro durante un instante mucho los ojos.

 Sonrío y me relajo. Pero no me sueltas. Y me gusta. Oh, sí que me gusta. Te estás imponiendo, ¿verdad? Lo tomo o lo dejo. ¿A tu manera o a la de ninguna? ¿Vas a llegar hasta ahí? ¿Me lo vas a hacer saber?

 Te inclinas hasta que tu frente toca mi cráneo. Aprietas tu agarre. Sueltas aire de golpe por la nariz. Casi espero un gruñido, pero justo entonces te separas y quitas tu mano de mi cuello para dejarla encima de mi codo. Sí. Me harás hacer las cosas a tu manera, pero, ¿hasta qué punto?

 Abro los ojos, no físicamente sino los que me hacen ver la realidad. Miro alrededor, hay un par de personas mirando y me pongo nerviosa. Te apoyas en el pilón y me sueltas de todas partes, parecía como si me hubieras tenido cogida de todo el cuerpo con sólo 2 manos, pero seguimos muy cerca, mis hombros sienten tu torso, tu pelvis mi trasero. Me giro y estás sonriendo o riéndote de mí, no sé. Me da tal subidón de adrenalina que me bajaría los pantalones y te follaría ahí mismo.

 Me estás dando una segunda oportunidad para alejarme, para recapacitar me digo a mi misma. Viene el autobús, doy un pasito adelante. Ya no te ríes, solo me miras fijamente. Te cojo del antebrazo y te separas de la columna. No voy a dejar pasar esta oportunidad, pocas veces se dan estos encuentros en los que me explotan todas las hormonas del deseo y soy correspondida.

 Me sigues. 

 Y tu sonrisa de lobo también.

*

Me encantaría saber vuestra opinión sobre lo que habéis leído hasta ahora. ¡Muchas gracias!

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