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Silvia Juliana (0) Preámbulo

en Autosatisfacción

Quiero avisar que este relato sirve como preámbulo a la historia de Silvia Juliana, no contiene casí escenas sexuales y sirve como información, si les molesta o así lo prefieren, pueden evitarlo y pasar a la parte 1 dírectamente, pero creo que, como a mí, a muchos les gusta conocer a los personajes no únicamente por su vida sexual. Si es el caso suyo, amigo lector o amiga lectora, siga leyendo; de lo contrario sientase libre de pasar a la primera parte que contiene mayores escenas sexuales y mucha más emoción.

Soy Silvia Juliana, y me dispongo a contar la historia de cómo llegue a ser lo que soy ahora, una mujer deseosa de sexo y todo placer sexual que se le cruce por enfrente.

Para empezar esta historia tengo que remitirme a lo que era antes, una niña de 7 años jugando con su papá en el jardín mientras mamá no estaba en casa. Mi padre biológico solía beber y eran pocos los momentos de sobriedad que tenía, en esa ocasión, jugando en el jardín era uno de esos extraños momentos. Aunque intento no puedo recordar que jugábamos antes, sé que llevábamos un buen tiempo antes de jugar al escondite. Cuando me tocó contar a mi pude ver claramente a mi padre biológico escondido y fui a buscarlo entre risas. Risas que serían las últimas en salir de mi boca por tres años. Jaime (ese es el nombre de mi padre biológico) me atacó a cosquillas y después procedió a tocarme indebidamente, momento en que mis risas se acallaron. Lo que pasó después no tiene sentido contarlo, el punto es que corrí con la suerte de que mi madre me creyera lo que le conté y que tomara cartas en el asunto.

Después supe que mi hermosa mamá ya planeaba el divorcio cuando esto sucedió. La familia de mamá siempre había sido una mujer sencilla, con apenas dinero justo, Jaime ganaba dinero para sostenerla y gracias a un matrimonio temprano se había quedado con un solo sustento: su marido. Pero cansada de esa vida y sabiendo que tenía pocas oportunidades laborales se enfrascó en uno de sus hobbies, la lectura y después la escritura. En el momento en que ocurrió el incidente con Jaime, Mamá ya había publicado una novela policial que, a pesar de las burlas constantes de Jaime, tenía bastante éxito en el mercado, tanto así que le ofrecieron pagarle los derechos para hacer una película. El dinero que tenía pensado usar en el mejor abogado de divorcios que pudiera costear, pasó a un abogado que se encargó no solo del divorcio, sino de garantizar que Jaime recibiera una condena de por vida en la cárcel.

Por tres años no tuve padre, ni recuerdo haber sido feliz. Mamá me consentía y me sentía contenta en los momentos que pasábamos juntos, pero a pesar de la gama de psicólogos que tuve, no puedo decir haberme sentido feliz.

En mi cumpleaños número diez cambiaría mi vida. Mamá era ya una escritora de renombre y tenía bastante dinero para sostenernos a las dos de manera holgada, en esos años de mi vida, y en todos los que seguirían no volvieron a existir problemas económicos en mi vida, así y todo, no me sentía feliz sin importar qué juguete tuviera y cuanto pudiera costar. Eso, como dije, hasta mi decimo cumpleaños. Ese día conocí a Salvador, nombre apropiado para ese hombre. Salvador llevaba más de un año saliendo con Mamá, pero ella, siempre preocupada por mí y por mi poca evolución para mis tempranos problemas se negaba a presentarme, al menos hasta que el psicólogo le recomendó hacerlo para evitar que yo tuviera una desconfianza a los hombres de por vida.

Cuando lo conocí eso ocurría, cada tacto y cada mirada me parecían sospechosas y hasta sentía miedo. Como ocurría siempre que un hombre me hablaba, me refugiaba abrazando a mi mamá, usándola como escudo entre lo que yo consideraba maligno y ella. A Salvador no le importó, solo sonrió y me dio mi regalo. En las semanas siguientes fui poco a poco intercambiando palabras con él, pero me sentía insegura y desprotegida si mi mamá no estaba en la habitación.

Un día mamá tuvo que salir de improviso, y quedé sola con su novio, él intentó hablarme y yo me encerré en mi habitación mientras lagrimas bajaban por mis mejillas. Una hoja pasó por debajo de la puerta: “Hola, si no te gusta hablar conmigo, pensé que así podíamos hablar”

Cuando terminamos de “conversar” tenía en mi cuarto decenas de hojas escritas. Poco después oí llegar a mi mamá y abrí la puerta para abrazarla.

Al día siguiente escuché llegar a Salvador y me apresuré a entregarle una página que solo tenía escrito: “Quieres hablar?”

Meses después Salvador y yo éramos amigos, estábamos en el parque con Mamá y jugábamos con una pelota que él me había regalado. En un punto intenté patearla de mala manera y resulté en el piso, lloré con fuerza y a viva voz, lo que sorprendió a mi mamá; desde mis 7 años nunca había llorado así. No puedo explicar porque lo hice, creo que más que el golpe, quería algo de atención y de cuidados. Salvador, preocupado corrió a mi búsqueda y me levantó del piso mientras yo lloraba más aún. Lagrimas bajaban por el rostro de Mamá, era la primera vez que aceptaba un contacto físico con alguien que no fuera ella. Salvador entonces me dijo que el golpe en mi rodilla no era nada grave, y que no debía llorar por eso. Seguí en mi escandalo exagerado.

-¿Sabes qué pasa si sigues llorando?

- ¡No me importa!

-Debería, porque tengo un amigo que lloró demasiado y le quedó la cara así:

Salvador procedió a hacer una mueca en extremo graciosa y yo en un instante deje de llorar y estallé en risotadas.

Mamá emitió un grito espantada, Salvador la observó, ya la niña no lloraba, ahora lo hacía la mujer que se lanzó hacía mi abrasándome. Salvador un poco entendía lo que pasaba, Mamá llevaba años sin escuchar mi risa infantil. Salvador se agachó con cuidado y secó las lagrimas de mamá que seguía arrodillada.

-¿Tendré también que decirte a ti, Juliana, como quedarás si no paras de llorar?

Mamá rió, Salvador se puso de pie y exclamando “Vamos por un helado” y se propuso a caminar llevándome de la mano, pero Mamá solo se movió para quedar arrodillada solo con una rodilla en el piso, Salvador se dio la vuelta y la observó confundido. Ese fue el momento en que mi mamá, si, mi mamá le pidió matrimonio a Salvador. El helado nunca ha tenido mejor sabor que ese día.

Las cosas cambiaron para bien a partir de que Salvador entró a nuestras vidas, fui feliz de nuevo, constantemente. Pasaba mis días de infancia con Salvador, al que no me tomó demasiado tiempo en llamar “Papá”. Aquel episodio que tuve a los 7 años se convirtió en una especie de mal sueño, con la ayuda del psicólogo, de Mamá y de Salvador superé cualquier obstáculo que el malnacido de Jaime pudo haber causado en mi vida.

A los trece años, incluso, al recordar ese incidente sentía apenas una especie de vacío que superaba con facilidad, no era más grave que el monstruo en el armario o la bruja que en algún momento pensé vivía dos casas más allá de la mía.

Fue justo a los trece años, siendo una pre-adolescente que apenas empezaba a caminar en el recorrido de la coquetería y de los chicos y sus labios que llegué a casa más temprano de la habitual y notando movimiento, observé en una pequeña apertura de la habitación de Mamá y Salvador. Los vi desnudos, escuché a Mamá gimiendo de placer y a Salvador moviéndose rápidamente. Estaban teniendo sexo. Mamá gemía de placer mientras Salvador entraba y salía de ella con maestría, Mamá se apretaba los senos y pedía más y Salvador se lo daba. En un punto Salvador se retiró un poco y mi mamá se puso en cuatro, ofreciéndosele por completo, Salvador se acomodó y continuó la faena. En ese momento salí espantada, había observado cerca de cinco minutos de sexo. Una sensación de calor me empapó. Con cuidado me alejé de la habitación y me encerré en la mía. Ese día descubrí lo bien que me hacía sentir la masturbación.

Con el pasar del tiempo fui perfeccionando mi técnica, y lo hacía repetidamente, fue mi primer vicio, y me llevó al segundo. Buscando nuevas excitaciones empecé a buscar pornografía por internet y podía pasar horas dándome placer viendo videos, hasta quedar extenuada. Me encantaba llegar a casa, encerrarme en mi habitación, quitarme la ropa lentamente, disfrutando cada tacto de mis propios dedos, luego buscar mis senos y acariciarlos suavemente, después ir bajando mi mano y empezar a rozar mi clítoris luego pasar mis dedos por mi rajita despacio, sintiendo como mis labios vaginales empezaban a humedecerse, luego penetrarme con mi dedo corazón hasta hacerlo rápido y llegar al orgasmo. Descansaba un poco y luego, en mi mente, dejaba de ser la chica a la que le hacían el amor y me convertía en una zorra como las que veía en los videos pornográficos, me masturbaba metiendo dos dedos con fuerza y en cuatro.

Además de la masturbación mi vida era perfecta, desarrollé un par de senos que eran el objeto de deseo de los chicos del colegio y la envidia absoluta de las chicas y mi cuerpo empezó a desarrollarse de buena manera, a los 16 años era una chica hermosa, rubia, ojos negros, algo bajita, con un escote espectacular, con piernas de infarto. Si un error podía encontrarse en mi figura, tendiendo en cuenta los estándares de belleza, es que no era una chica flaca, no es que fuera gorda tampoco, pero tenía mis curvas. Yo pretendía molestarme cuando notaba a los chicos mirando mis senos, o cuando notaba que hablaban de ellos con deseo. Secretamente me encantaba pensar que yo era su objeto de deseo, que me imaginaban desnuda y se masturbaban diciendo en voz baja mi nombre.

Pero más allá de ciertos contactos no tendría sexo por tres años más.

Una tarde en la que mi papá (Salvador) estaba de viaje, después de salir con mis amigas volví a casa, al entrar subí las escaleras y escuché como mi mamá se paraba rápido, fui hasta su habitación y la encontré acalorada y agitada, con una toalla envolviendo su cuerpo. Dijo que iba a tomar una ducha cuando me escuchó entrar y se encerró en el baño. No sé si otras chicas de 16 años hubieran creído esa historia, pero yo sabía muy bien como se ve y como huele una mujer después de masturbarse, me sonreí y me dispuse a salir cuando vi el cajón de la ropa interior de Mamá mal cerrado, lo exploré y encontré un vibrador, como los que había visto tantas veces en mis películas. No era muy grande, era de color morado y vibraba. Lo dejé donde lo encontré.

Apenas tuve la oportunidad de estar sola en casa, entré al cuarto de mis papás y me hice con el vibrador y lo llevé a mi cuarto. Lo observé y empecé a hacerlo vibrar pasándolo por mis senos, me desnudé y lo llevé a mis labios vaginales y lentamente lo fui insertando hasta encontrar una resistencia, empecé a masturbarme con él hasta que llegaba a mi himen, y cerré los ojos disfrutando el momento. A pesar de haber visto miles y miles de películas porno, en mi mente se dibujó la escena de mis padres teniendo sexo y mi imaginación se fue a volar. Primero me imaginé observando la escena y masturbándome. Luego era mayor y teniendo sexo con mi esposo mientras mi hija no estaba en casa. Finalmente fui Mamá, gemía diciendo “Salvador” y podía imaginar a Salvador diciendo “Si, Juliana, que rico te mueves”. Pero ese “Juliana” fue mutando, y de pronto era Silvia; me masturbaba en cuatro imaginándome en la misma posición con mi padre adoptivo atrás mío gozando con el cuerpo adolescente de su hijita. En un momento, embriagada de placer y perdida en mi imaginación forcé al vibrador a vencer la resistencia en mi vagina. Físicamente un vibrador se llevó mi virginidad, mentalmente lo había echo mi papá adoptivo, Salvador.

Mi vida continuó como siempre, pasaron dos años y fui, increíblemente, una de las pocas chicas de mi curso que no tuvo sexo con un hombre antes de la graduación. Tuve uno que otro noviecito, pero no llegue lejos con ellos. Me gradué de la secundaria con excelentes calificaciones y había decidido estudiar literatura. Mamá era famosa en los círculos literarios y ya tenía cinco de sus libros llevados al cine. Cumplí 18 años y mi vida era perfecta.

Perfecta hasta la noche en que sonó el teléfono y una voz me dijo que mis padres habían tenido un accidente en el auto.