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Un tio normal (2)

en Voyerismo

Un tío normal (2)

“EL VIERNES QUE VIENE TE DEJARÉ MIRAR MÁS DE CERCA”.

-¡Julián!¡Julián! –Pepe, a quien su mujer llamaba por su nombre de pila y no por su apodo, reaccionó. Se había pasado todo el lunes pensando en la noche anterior, en el espectáculo que la rubia y la otra mujer morena le habían ofrecido, en la nota que le había dejado. Durante la cena estaba distraído, y eso fastidiaba a su mujer.

-¡Eh! Sí, ¿qué decías Asun?

-Dios mío, si es que no me escuchas, te estaba diciendo que mi hermano está pensando en comprarse un apartamento, no saben si por la zona de Cádiz o más hacia Huelva. Me ha contado mi cuñada Sonia que…

Pepe volvió a desconectar. Le importaba bien poco lo que el pedante de su cuñado estuviese pensando comprarse. Fuese lo que fuese, para su mujer sería infinitamente mejor que cualquier cosa que ellos tuviesen y aprovecharía para recordarle lo insignificantes que eran sus logros comparados con los de su hermano.

-¡Julián!¡Pepe! –exclamó la mujer, que solo usaba ese apelativo cuando empezaba a perder los nervios-. Dios mío, si es que así te va, no me escuchas, ni haces caso a lo que te…

-¡Qué sí, mujer, que sí, que tu hermano se compra un apartamento! –cortó Pepe-. Pues ya le diremos que nos lleve, o mejor os vais tú y el crio y me dejáis un par de semanas tranquilo.

Asunción, que no estaba acostumbrada a desaires por parte de su marido, puso un gesto de indignación:

-Yo no sé qué te pasa últimamente pero estás tú muy subido, ¿eh? Me parece que la vamos a tener como sigas así de respondón, Julián. Mira como mi hermano es más educado que tú, y no que te vas de la conversación ni escuchas ni…

Pepe se había vuelto a ir. El resto de la cena transcurrió en paz, al menos en la mente de Pepe, que estaba más en el recuerdo del show lésbico y en las implicaciones de esa nota que en el sermón de su señora. Fuera, su mujer seguía regañándole, a lo que él contestaba con monosílabos. Solo cuando Asunción cambió de tema para quejarse de lo mal que se le quedaba últimamente el pelo por las noches, y su intención de cambiar de laca, Pepe volvió a la realidad y sonrió torciendo la boca. Recogieron los platos y se fueron al salón a ver algún absurdo programa de televisión, hasta que a las diez y media su mujer mandó al niño a la cama y quince minutos después, ella también.

Pepe sospechaba por la nota que hasta el viernes no volvería a aparecer el utilitario rojo, pero el ansia le podía, así que esa noche montó guardia también hasta las tres de la noche, hora que decidió acostarse. No obstante, el recuerdo de la noche anterior seguía vigente en su memoria, y le asaltaba constantemente, así que antes de irse a la cama se marcó una paja en honor a la rubia, a la morena, y, por qué no, en honor a su mujer, a la que volvió a bautizar con su semen como cada noche de onanismo.

La semana transcurrió apaciblemente para Pepe, aunque en un estado de total excitación anímica y sexual. Los nervios por lo que podría pasar el viernes por la noche actuaban como escudo protector, aplacando sus brotes de ira contenida, haciendo más llevaderos los desplantes de todos los que día a día le humillaban o ignoraban. Todos los días se levantaba cachondo y se acostaba cachondo, imaginando la escena del coche, así que todos los días se masturbaba. Innovó en su lado rebelde, depositando el fruto de sus pajas en sitios alternativos a la cabellera de su señora. Encontró que el potingue que se untaba su mujer todas las mañanas en la cara tenía una consistencia y color muy similares al producto de sus huevos, y se mezclaba muy bien.

Llegó el viernes y a Pepe no le llegaba la camisa al cuello. Estaba tan nervioso que antes de ir a trabajar decidió tomarse un Valium de los que su mujer tomaba para dormir mejor (gracias a ellos su mujer no había descubierto aún sus fechorías). Durante la jornada laboral estuvo relajado y sosegado, realizando su labor con eficiencia y precisión. Su jefe tenía por costumbre soltar a sus empleados broncas aleatorias e injustificadas, “para mantenerles motivados y al loro”, solía decir. Ese día le tocaba a Pepe, pero se encontró que Pepe ni agachaba la cabeza, ni temblaba, ni sudaba, ni se ponía de ningún otro color que no fuese su color de piel habitual. En lugar de eso, Pepe supo contestar calmadamente a todo cuanto su jefe le reprochaba. El jefe se dio la vuelta, sorprendido por encontrarse a Julián García José, que normalmente era un ser apocado y recogido, como un tipo cuadrado y firme.

Según pasó la mañana, y después la tarde, el efecto del Valium dejó de notarse, y volvieron los nervios, pero no en forma de temblores y sudor, más bien estaba en un estado de alerta, de adrenalina. Sentía que algo grande pasaría esa noche. Pensó también en el episodio con su jefe: ese era el Pepe que él quería ser, un tipo firme y estoico, capaz de responder con decisión y llevar la contraria cuando su contrincante no tuviese la razón. Se preguntó si sería capaz de cambiar, de convertirse en ese Pepe sin necesidad de ir medio drogado.

Al llegar a casa tuvo su primera oportunidad de tantear su nueva determinación. Se encontró a su hijo solo en casa (Asun estaría en la peluquería, haciéndose la permanente y poniendo a parir la laca ante sus amigas). Había traído a casa una nota del instituto, notificando a sus padres el mal comportamiento del chaval, que ese día había insultado a un compañero de clase y al profesor que le expulsó del aula. El crio, que se llamaba Andrés, como su abuelo materno, no era tonto y sabía que su padre no increparía muy duramente por aquello.

Pepe decidió probar su suerte. Después de leer la nota sentado en el sofá, miró fijamente a los ojos de su hijo durante cerca de un minuto. En ese lapso de tiempo, el chaval fue perdiendo progresivamente su sonrisa confiada y una sombra de duda apareció en su cara. Su padre normalmente no lo miraba así.

-Dame la  videoconsola –soltó de pronto Pepe, tendiendo la palma de la mano hacia su hijo-, ya.

El chaval se quedó boquiabierto, durante unos instantes. Luego balbuceó:

-Pe-pero papá, si yo no…

-He dicho que me traigas la videoconsola. Y ya.

-¡Pero que yo no he hecho nada! -respondió el preadolescente, atónito. Pepe seguía de piedra, mirando fijamente a su hijo. Le estaba gustando. Se estaba encontrando a gusto en esa nueva posición de padre disciplinante.

-He dicho que ya. Vas a estar sin tocar el cacharro hasta que a mí me dé la gana o hasta que traigas una nota como ésta diciendo que te comportas correctamente –En vista de que el chaval no se movía de su sitio, Pepe remató con un grito-, ¡YA!

El pequeño Andrés echó a andar hacia el armario de debajo de la tele, con los ojos llorosos, cogió la Nintendo portátil y se la entregó a su padre, que permanecía sentado siguiendo con la mirada sus movimientos.

-La otra también, que sé que tienes dos. Vamos.

El crio abrió la boca pero no encontró palabras. Con un aspaviento y pisando furiosamente, volvió al armario para darle la PSP a su padre, y echó a andar sin poder evitar que le cayesen las lágrimas por el pasillo. Al llegar su habitación gritó:

-¡Se lo pienso decir a mamá!

Y acto seguido pegó un portazo. Pepe no había previsto esa eventualidad. Sabía que su hijo era un niño malcriado, consentido y mimado por su madre, y él, tan pasivo como era, no había influido en su educación. Se consideraba en parte responsable, pero la que le mimaba, consentía e incluso reía ante las trastadas del  crío era Asun. El niño ya tenía trece años, pensó Pepe, sería preocupante que siguiese con ese comportamient.

Cuando Asunción volvió de la peluquería, su retoño corrió a abrazarla, y atropelladamente le contó, delante de Pepe, la tropelía de la que había sido víctima y como su padre le había humillado con el castigo tan severo. Asun regañó a su marido, que seguía dispuesto a mantener su nueva faceta. Durante la bronca no dijo ni una palabra, pero mantuvo el rostro crispado  y la mirada fija en los ojos de su mujer. Aquello le había funcionado con su jefe y  con su hijo, pero no fue así con su esposa. La mujer ganó la discusión cuando tendió la mano hacia su marido como este había hecho con el niño y le exigió que devolviese las consolas al churumbel, que sonreía detrás de su madre. Pepe no tuvo más remedio que sacar los aparatos de donde los había escondido y entregárselos a su cónyuge, quién se los devolvió mimosamente a su hijo. Pepe no pudo evitar una punzada de rabia al ver como su esfuerzo quedaba en balde, y más aun, su posición como padre en entredicho. Se sentó en el sofá, y el resto de la tarde y la cena transcurrieron en silencio. Ese silencio no presagiaba nada bueno, normalmente su mujer rumiaba los dilemas y Pepe sabía que aun no había dicho su última palabra. Pero hoy no era el día, hoy necesitaba especialmente que el crio y la madre se fueran a dormir, hoy era el día que la rubia le había convocado para disfrutar más de cerca de un espectáculo.

Los Valium le fueron útiles una vez más ese día. Antes de terminar de cenar, mientras su mujer se levantaba a la nevera y el niño jugaba obsesivamente con la PSP, Pepe se sacó del bolsillo un botecito en el que había machacado una pastilla y simulando llenar el vaso del crio con leche, vertió el fármaco. Tampoco le tembló el pulso cuando su mujer se preparó una infusión y vertió a escondidas otras tres pastillas machacadas, era preferible pasarse a quedarse corto.

Efectivamente, su odiosa mujer y su odioso retoño sucumbieron al efecto somnífero y antes de las diez, la madre mandó al niño a dormir, balbuceando. Antes de irse ella también se volvió hacia su marido, levantando un dedo, pero se lo pensó mejor, y  arrastrando los pies, se fue al dormitorio matrimonial. Pepe oyó un golpe seco y se acercó a mirar, y sonrió con total satisfacción al ver que su mujer había caído roque en la cama sin siquiera ponerse el camisón de dormir, tirada transversalmente en el colchón.

Comprobó que su hijo también dormía, y se sentó en su butaca al lado de la ventana a esperar. Se avecinaba el gran momento. Vería de cerca a su objeto de deseo, a la joven rubia, con la que soñaba todos los días. Volvieron los nervios y le asaltaron las dudas. ¿Qué se supone que debía hacer? La nota decía “TE DEJARÉ MIRAR MÁS DE CERCA”. ¿Debía bajar a la calle?¿El (o la) acompañante sabría que tendrían público?¿Y si no venían al final?

Los nervios siguieron atormentándole, sentía el nudo en la garganta, hasta que cerca de la una, vio la luz de unos faros penetrar en el callejón, seguidos del utilitario rojo. Pepe suspiró de alegría. La rubia, su rubia, su obsesión, ahí estaba ella, conduciendo el cochecillo, con la ventanilla bajada. Aparcó en la acera de enfrente como siempre, y Pepe pudo comprobar que esta vez su acompañante volvía a ser un hombre, aunque con la oscuridad interior del vehículo no podía verle la cara muy bien. La rubia miró a la ventana de Pepe y sus miradas se volvieron a encontrar. La rubia sonreía, como siempre, pero no hizo ningún gesto ni nada que indicase a Pepe que curso seguir. La chica se volvió a su acompañante, y Pepe se vio forzado a usar sus prismáticos. Desde su posición, Pepe pudo ver movimiento, parecía que hablaban, tal vez se acariciasen, pero la rubia seguía vestida, y las cabezas de ambos separados. El asiento del copiloto se reclinó y a chica llevó las manos a la cabeza del varón, Pepe no pudo ver que hacía con ellas pero después de unos segundos, la chica se apartó de la línea de visión de Pepe y volvió a mirar a la ventana. El hombre llevaba un antifaz en la cara que el impedía la visión. Pepe miró a la chica que le miraba fijamente y mantenía su media sonrisa, una sonrisa morbosa de chica traviesa. Hizo al mirón un gesto con el dedo, que claramente quería decir “ven”. Pepe dudó unos instantes, pero la chica seguía haciendo el mismo gesto y se decidió. Se apartó de la ventana y se calzó con las primeras zapatillas que encontró a mano.

Ese día no se había puesto el pijama, y su ropa de estar por casa no era especialmente zarrapastrosa, así que bajó el portal decididamente, salió a la calle y recorrió los veinte metros que separaban su puerta de la entrada al callejón. Desde la acera de su fachada se fue aproximando lentamente al coche, hasta que lo tuvo enfrente al otro lado de la calle. La chica miró hacia él y le volvió a indicar con el dedo que se acercase. Pepe cruzó la calzada, agachado, aunque cualquier vecino que estuviese asomado hubiese visto a un tipo en pantalones de chándal y camiseta aproximarse acechante a un coche rojo. Poco a poco se aproximó, temblando de emoción y de excitación, hasta que estuvo a apenas un metro del coche. La chica subió entonces la ventanilla del conductor, y dijo algo que Pepe no pudo oir, pero sin dejar de mirarle. Pepe no veía que hacía con su mano izquierda, pero la derecha ahora indicaba a Pepe que rodease el vehículo. Pepe rodeó el coche por delante y por fin vio de cerca al chico y la mano de la rubia: este tenía los pantalones a medio bajar, la camiseta a medio subir, y la polla apuntando al techo, mientras la chica se la agarraba, y la subía y bajaba, mostrando el capullo del chico. Pepe alternaba su mirada entre la cara de la chica y el masaje que  hacía al pene del varón, que ahora de cerca, parecía un chaval de unos veintitantos años, bien formado, delgado. La chica seguía sonriéndole: tenía su pelo como siempre, rubio, media melena y el lado derecho de la cabeza rapado; sombra de ojos oscura, y llevaba una camiseta blanca y ancha, que dejaba los brazos y una parte del sujetador a la vista, y una falda negra acompañada de un cinturón a juego.

Pepe llegó al otro lado del coche, que quedaba más a oscuras que el centro de la calle, y se encontró la ventanilla del conductor bajada unos cuantos centímetros, suficiente para oír el interior del habitáculo pero sin hueco para meter la mano, aunque hacer algo así no estaba en sus planes. Solo contemplar aquella paja ya le tenía obnubilado.  A pesar del corto paseo, su erección ya era patente, pero en ese momento toda su atención era para la chica. Cuando estuvo posicionado, la rubia dejó de hacerle gestos y se centró en el joven. Soltó su pene, se puso de rodillas en el asiento del conductor miró por última vez a Pepe, y desde ahí fue bajando la cabeza hasta que su boca engulló esa polla, que a Pepe no le pareció más grande que la suya. Había imaginado un espectáculo con un pollón inmenso, pero tampoco era una parte fundamental de su fantasía.

A través de hueco oyó los movimientos de la chica y los rechupes que esta le hacía la polla. Pepe estaba cada vez más excitado y ahora sí empezó a acariciarse el paquete por encima del pantalón. El chaval agarró de la cabeza a la rubia, y la obligó a aumentar el ritmo. Ésta a su vez aumentó la fuerza de succión, a juzgar por el sonido, y así estuvieron por espacio de unos minutos, hasta que la chica se irguió, de la boca le colgaban hilos de fluidos, y volvió a mirar a Pepe. Sin limpiarse siquiera, habló:

-¿Sabes lo que voy a hacer ahora? –las palabras iban dirigidas al joven, pero los ojos clavados en los de Pepe.

-¿Qué? –respondió el amante.

-Voy a desnudarme y te voy a follar. Y luego te la pienso volver a chupar –mientras decía esto, sacó un condón y se lo colocó al chaval. Comenzó a quitarse la camiseta, que rápidamente dio vista al sujetador, e instantes después, dejó libres sus tetas, con el aro en el pezón derecho que tanto atraía a Pepe, que se relamió con esa visión.

-¿Puedo quitarme esto? –preguntó el tipo, acerca del antifaz.

-No, aun no –y guiño un ojo hacia Pepe.

 La chica se colocó encima del joven, y Pepe pudo ver en primer plano el perfil, sus  pechos resaltando frente a su delgadez, sus labios aun viscosos. La rubia empezó a desabrochar el cinturón y al mismo tiempo a restregarse sobre el hombre, que alzó sus brazos para agarrarle las tetas. Continuó con la falda, dejando a la vista un culo perfecto, redondo, carnoso, firme. Pepe pensó “a la mierda” y se sacó la verga del pantalón, para empezar a meneársela mientras miraba. La rubia acercó su cara sonriente al cristal para ver el aparato de Pepe, y después de comprobar su tamaño, miró a Pepe y se relamió. Volvió a centrar su atención en copiloto, que empezaba a realizar movimientos pélvicos. La joven se agachó, levantó el culo, agarró por detrás la polla y la dirigió a su coño. Pepe no perdió detalle, pero aun así no consiguió verle el pubis, que quedaba oculto.  La chica bajó, clavándose la barra de carne en su interior, exclamando un alargado “¡Oh, sí!” que duró hasta que sus nalgas chocaron con los muslos del tipo, que también gimió.

La rubia acercó su cara a la del tipo y se fundieron en un morreo, el morreo más cerdo que Pepe había visto en su vida, y enseguida comenzó a moverse, levantando la cadera y volviendo a bajarla, al principio despacio, en cada bajada repetía uno “¡Oh, sí!”, y el chico la agarraba con fuerza, del culo, de la tetas, por la nuca.

-¡Joder sí, tío, qué bien! –soltó en un momento la chica, mientras se balanceaba.

-¡Muévete así, Dios!¡Qué bien follas tía! –exclamó el tipo, que empezaba a bufar por el esfuerzo de levantar su pelvis.

-¡Joder, clávamela bién!

La rubia botaba cada vez más rápido, los “¡Oh, sí!” dejaron paso a los “¡Sí!” a secas en cada vaivén, hasta que dejo de moverse arriba y abajo, se la clavó hasta el fondo, arqueó la espalda despegando su cuerpo del joven e inició un feroz movimiento con la cadera hacia delante y hacia atrás, restregando su entrepierna contra el pubis del tipo, que cambió su expresión por una de dolor. La chica le agarro de las muñecas y le quitó las manos de su caderas, aceleró sus embestidas que cada vez eran más violentas, torció su cabeza para mirar a Pepe y paró en seco, poniendo los ojos en blanco durante unos segundos, y se derritió en 6 o 7 convulsiones, que fueron acompañadas de un gemido largo y quedo, y por último un “¡Uf!” hasta que volvió a derrumbarse en el pecho del joven.

En los escasos 30 segundos que duró el movimiento final y la corrida de la chica, el tipo debió de padecer un serio dolor al sentir los envites, y trataba de zafarse del agarre de la chica, que lo sujetaba todavía, y se quejó un par de veces. La rubia no tardó en recuperarse, soltó las muñecas del hombre y corrió a impedir que se quitase en antifaz.

-¡No, no, no!¡No te lo quites aún! –dijo exhausta.

-¡Joder tía, qué daño me has hecho!

El tipo cesó en su empeño de quitarse el antifaz, pues la rubia volvía a comerle la boca con hambre y lujuria. Cuando sus labios se despegaron respondió:

-Te he dicho que primero te follaría y luego te haría una mamada, ¿no? –la rubia rió, una risa que sonó para Pepe a música celestial-. No te quejes, que lo mejor está por venir –y  miró a Pepe de nuevo, pasándose la lengua por el labio superior.

La rubia descabalgó del joven, que había perdido algo de erección a causa del dolor, y volviendo a su posición de rodillas,  y tras quitarle el preservativo, inició de nuevo su mamada, ésta vez de manera aún más provocativa. El tipo tardó poco en recuperar el tamaño inicial de su pene. Alternaba profundas penetraciones de la polla en su garganta, para después levantarse, mirar a Pepe dejando caer una ingente cantidad de saliva, y de nuevo volver a embutírsela en el fondo de su garganta. Luego se la sacaba, la relamía, chupaba el glande con desesperación y volvía a repetir el proceso. Pepe estaba también a tope, sin pegarse demasiado al coche para evitar cualquier ruido accidental, se la machacaba con fuerza, prácticamente le dolía por la fricción. La rubia siguió con su mamada, el chico gemía con potencia, aunque esta vez no agarraba la cabeza de la feladora, grito:

-¡Dios, me voy a correr tía, Dios que mamada!

La chica por toda respuesta gimió, sonó algo como “¡Mmmmmh!” y aceleró las succiones, hasta que el tipo se corrió, levantando brevemente la espalda del asiento, hacia delante, para volver a caer rendido y sacudir un par de veces la cadera, soltando un gruñido tosco. La chica mantuvo en todo momento los labios pegados a la verga que estaba mamando y se ayudó de una mano para exprimir de esa polla hasta el último jugo.

Pepe se corrió al mismo tiempo, solo que él no profirió ningún sonido, se machacaba con fuerza, y su leche salió despedida, parte a la puerta del coche, parte al suelo, y parte se quedó impregnada en su mano.

La rubia por fin separó sus labios de la polla, pero los mantuvo cerrados, no dejando escapar ni una gota. Miró a Pepe. Este la miró expectante, tocaba el ritual, bajar la ventanilla y escupir la corrida fuera. Pero la chica tragó, mientras abría bien los ojos para Pepe, que tenía la boca abierta en forma de “o”. Volvió a tragar y abrió la boca, enseñando a Pepe la profundidad de la misma, y como en ella no había ni rastro de semen.

-¡Joder, tía, Dios, pero que guarra!¡Que puta mamada! –dijo de pronto el chico, del que Pepe casi se había olvidado, que se llevaba las manos a la cabeza, señal de que se iba a quitar la venda

La rubia hizo un gesto de ahuyentar a Pepe, que rápida mente se movió hacia la parte trasera del coche y por debajo de la línea de las lunas, saliendo de la vista del hombre. Dejó de ver lo que pasaba pero siguió escuchando.

-Joder, ¿te lo has tragado?

-Te lo has ganado por cómo me he corrido. Venga, vístete que tenemos que irnos –respondió la rubia, y mientras decía esto último, ruido de ropajes en movimiento. El chico bufó:

-Vaya mamada, en serio Laura, vaya mamada.

-¡Una que tiene talento! –la rubia rió, sin duda halagada.

Pepe oyó el ruido de la ventanilla bajarse, y luego el de un papel caer al suelo, pero desde donde estaba no tenía visión del lado izquierdo del coche. Sin embargo, al perder durante unos instantes la concentración en oír la conversación, se dio cuenta de que aun tenia la morcilla colgando por fuera del pantalón y goteando semen, y la mano llena  del mismo. No tenía que con qué limpiarse, y el pelo de su mujer estaba a cuarenta metros y un piso de distancia, así que se tuvo que restregar la mano contra la camiseta.

-Venga, termina de vestirte que nos vamos –oyó decir Pepe a la chica, y acto seguido se encendió el motor y las luces. Pepe se parapetó mejor detrás de otro coche, y el utilitario rojo se movió, salió del hueco y dio media vuelta al final del callejón, para salir y finalmente marcharse. Pepe buscó el papel que la rubia había tirado, y acabó encontrando otra nota como la primera, esta vez decía: “MIERCOLES. UNA SI, UNA NO, REPETIMOS EL SHOW, ¿OK?”

Pepe volvió a casa, aferrándose a esas palabras como a un salvavidas. Seguía cachondo, a pesar del intenso orgasmo que había vivido hacía unos minutos. La imagen de la chica con la boca abierta después de tragar seguía en su cabeza, y se volvió a empalmar mientras entraba por su casa. Entonces se acordó de que su mujer seguía roque en la cama, víctima de los diazepanes. No tuvo que pensar mucho. Se encontró a su esposa exactamente igual que como la había dejado, solo que ahora roncaba. Pepe la sacudió un par de veces, buscando signos de vigilia, y al no encontrarlos, procedió. La colocó bocarriba, se quitó el pantalón y empezó a meneársela de nuevo. Abrió con la mano la boca Asun, y por primera vez en su vida, dicha boca alojó una polla en su interior. Siguió pajeandose e introduciendo de vez en cuando su verga en la boca de su parienta. En algunos momentos dio con los dientes de su mujer y le dolió, pero la humillación de verla así lo compensaba. Siguió con la paja hasta que a punto de correrse, abrió la boca de Asun todo lo que pudo y dirigió el chorro dentro. Se acababa de correr escasos 15 minutos antes, por lo que no salió gran cantidad de leche, pero sí lo suficiente para ver cumplidas sus perversiones y la boca de su esposa toser y rezumar el blanco semen. Pepe rió, por primera vez en años, rió, de alegría, de ver vengadas las humillaciones diarias con una humillación sexual.

Pepe se levantó de encima de su señora, que seguía durmiendo, ahora con la cabeza ladeada y babeando su jugo. Con los dedos cogió un poco de lo que le quedaba dentro y de lo que se había salido y se lo extendió de nuevo por el pelo, como siempre. El resto lo dejó, al día siguiente se levantaría con buen sabor de boca. Por último, se puso un pijama limpio y pensando en su musa rubia, se acostó con una sonrisa de satisfacción sexual.

Continuará.

PD: agradezco los comentarios de nuevo. Esta vez la historia dejaba meter diálogos y he intentado hacer menos forzada la prosa.