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Un tio normal (3)

en Voyerismo

(AVISO: recomendable leer anteriores capítulos para entender la evolución del personaje)

“MIERCOLES. UNA SI, UNA NO, REPETIMOS EL SHOW, ¿OK?”

Al día siguiente del encuentro cercano con su exhibicionista rubia y su amante cegado, Pepe no podía para de pensar en lo que había visto y en lo que implicaba la nota. Lo de “MIERCOLES” lo tenía claro: el miércoles volvería a aparecer el utilitario rojo en el callejón. El resto, no del todo. Tampoco podía parar de pensar en la manera de practicar el sexo que tenía esa muchacha.

El historial sexual de Pepe era corto y sin variedad alguna. Antes de conocer a Asun, unos amigos le emborracharon y arrastraron hasta un puticlub donde conoció por primera vez las mieles de una hembra. Después, los 2 años que duró el noviazgo tuvo que subsistir a base de revistas guarras y pajas, dado que Asun quería llegar virgen al matrimonio. Una vez casados, su esposa mantuvo el celibato unos meses más hasta asegurarse de querer dar el paso. La primera vez que lo hicieron fue en la más absoluta oscuridad , su mujer se puso debajo, él encima, y como pudo la metió en un agujero más seco que la mojama. La frígida Asun creía que moverse y gozar del sexo era pecado, así que no contribuyó mucho al coito. A ella no le gustó, y a él tampoco mucho, pero Asun quería niños, así que siguieron intentándolo sin mucha mejoría en cuanto a lo que el placer se refiere, hasta que se quedó embarazada de Andrés. Después de eso, Pepe estuvo otros dos años sin volver a pasar por el trámite de acostarse con su esposa, hasta que ésta le comentó que quería otro hijo, más con resignación por tener que volver a pasar otra vez por la cama que con ilusión.

Poco tiempo después, en vista de que no se quedaba embarazada de nuevo, dejaron de intentarlo, y para cuando Pepe se quiso dar cuenta, se le había olvidado la última vez que había practicado el sexo con su mujer. Un sexo que no tenía nada de placentero ni de morboso, era pura copulación rutinaria, con más vergüenza y culpabilidad que otra cosa.

Por todo esto, ver a la rubia tragarse el nabo del chaval de los ojos vendados, verla escupir sobre su polla reluciente, correrse como se corrió, con estertores, y al joven gemir de gozo, le causó una gran impresión.

Aquella mañana, Pepe se levantó primero. Por un momento temió que los Valium hubiesen causado estragos en el organismo de sus parientes, pero por suerte no fue así. Después de sacudir un par de veces a su señora, ésta abrió los ojos y gimió, aun somnolienta; por lo menos seguía viva. Pepe se dirigió al cuarto de su hijo y se lo encontró jugando con la videoconsola. Al ver aparecer a Pepe por el marco de la puerta, el niño malcriado le dirigió una mirada desafiante, sin duda sabiéndose victorioso del altercado del día anterior. Pepe prefirió no discutir. Se fue a la cocina y empezó a preparar el desayuno.

Al rato apareció Asun arrastrando los pies. Se había cambiado de ropa de estar por casa, pues había dormido con la que llevó el día anterior. Traía mala cara, Pepe supuso que tendría resaca de los tres diazepanes que le había suministrado furtivamente la pasada noche. La mujer no saludó, llegó haciendo aspavientos con la boca como si tuviese mal sabor (Pepe se rió malvadamente por dentro) y bebió un vaso de agua.

En ese momento apareció el retoño portando su PSP y se sentó a desayunar mientras jugaba, lo cual molestó a Pepe. No solía hacerlo muy a menudo, pero cuando lo hacía, su madre no le regañaba, y por supuesto, su padre tampoco. Pepe decidió aprovechar la situación de inferioridad anímica de su esposa para amedrentar al crío:

-Andrés, a la mesa no te sientes con eso. Apágalo –y apuntilló-. Ya.

Sin embargo, el que contestó no fue el hijo si no la madre:

-Mira Julián, deja de regañar al crío por todo que al final la vamos a tener, y no está el horno para bollos hoy, ¿eh? –mientras decía esto se llevaba una mano a la cabeza, síntoma la resaca. Pepe no se amilanó.

-Ni Julián ni hostias, Asun, que el niño no se sienta a comer con la maquinita. Que la apagues ahora mismo o sale por la ventana. –Esto último lo dijo levantando el tono de voz, ante lo que su mujer puso un gesto de incomodidad por el volumen. Andrés miró a su madre, que por una vez no tenía ganas de replicar ni de alzarle la voz a su marido, y viéndose falto de apoyos, optó por apagar la consola.

El resto del desayuno y de la mañana transcurrieron en relativa tranquilidad, si bien Pepe sabía que cuando su mujer se recuperase de la resaca, pasaría a la acción. Asun no era de la que dejaba una batalla a medias. Pepe sabía que le tenía en muy baja estima, y que aquella bronca era para ella una afrenta a su superioridad doméstica. Tarde o temprano contraatacaría. 

Llegó la hora de la comida y el metabolismo de Asun iba eliminando las trazas de somnífero de su organismo, por lo que su insidioso cerebro volvía a funcionar poco a poco. Aun así no dijo nada acerca del tema, solo volvió a quejarse de que una noche más la laca le había dejado grumos en el pelo. En algún momento miró a Pepe manifestando un claro desdén por él. Pepe lo veía venir. Estaba cargando la escopeta. Como muy tarde, esa noche su mujer se cuadraría delante de él en el sofá y le cantaría las cuarenta. Pepe cada vez odiaba más a esa arpía.

La suerte se quiso poner por una vez del lado de Pepe. Su cuñado, el hermano de su mujer, llamó a casa para invitarles a tomar café, y por qué no, a cenar después. Quería enseñarles en catálogo con los apartamentos que estaban valorando comprar. Así era él, un tipo pedante hasta dar arcadas. Presumía de lo que aun no se había comprado, y presumiría mucho después de comprárselo.

Cuando su mujer colgó, Pepe lo tuvo claro: él no iba.

-Llévate al niño si quieres pero yo no voy –zanjó.

-¿Cómo que tú no vienes? Tú vienes a casa de mi hermano como que me llamo Asunción. ¿Qué quieres, que quedemos como unos maleducados?

-Mira, Asunción. Yo no voy. Y punto –y acto seguido cambió el programa de cotilleos que estaba viendo su mujer por una película y subió el volumen por encima de la indignación de su señora, que no daba crédito. Dos insubordinaciones en dos días.

La mujer se vistió y mandó prepararse al crío mientras paseaba del salón a su habitación, despotricando contra la falta de educación de su marido, y de cómo este no daba la talla, a lo cual Pepe hacía oídos sordos. Tenía un plan, y era la ocasión perfecta para deshacerse de su mujer y su retoño. La bruja salió por la puerta acompañada de un atónito Andrés, no sin antes levantar el dedo una última vez y advertir a Pepe de que a su vuelta se verían las caras.

Según oyó la puerta del portal cerrarse, Pepe se abalanzó al ordenador. Normalmente su uso estaba restringido, pero esa tarde no había ninguna cancerbera moralista para vigilarle. Conectó internet y buscó todo lo que se le ocurría que pudiese contener sexo, cuanto más exótico mejor. En las 3 horas que se tiró seguidas navegando por los suburbios pornográficos de la web encontró toda clase de páginas que memorizó. Hizo búsquedas como “sexo”, “follar”, “lesbianas follando”, “mamadas”…

Visualizó videos y fotografías. Vio actrices porno engullir rabos, introducirse bates por todos sus orificios, lesbianas comiéndose mutuamente y con todo lujo de detalles. Tríos, orgías, posturas imposibles, jovencitas con maduros, y maduras con jóvenes. Retuvo en su retina las imágenes de tetas, pollas, coños y culos de todas las formas y colores. Y mientras se autoilustraba en las artes amatorias modernas, se pajeaba, pero esta vez calmadamente, tenía tiempo. El final de su tarde de libertad, y su corrida, llegaron mientras veía un video en el que un tipo de su constitución, aunque con el pene más pequeño, se pasaba por la piedra a una jovencilla rubia.

Su mujer y su hijo volvieron. En efecto, a su vuelta trajeron tanta tensión como paz dejaron al marcharse. Asun escupió todo lo que su rencorosa mente había estado cavilando a lo largo de la tarde, puso a Pepe a la altura del betún en comparación con su hermano y se erigió como única tutora con poder de facto para educar al pequeño Andrés. Pepe pasó de todo lo que su mujer le dijo. Había descubierto que la satisfacción sexual era un relajante mucho mejor que cualquier fármaco.

El miércoles llegó, y con él la expectación de que pasaría entre su ventana y el callejón. Las noches anteriores no hizo guardia, sabía que la chica aparecería ese día. Empezaba a tomarse con más calma sus sesiones de mirón. Pepe no tuvo que drogar a su mujer esta vez, ella misma se tomó un Valium para dormir mejor, “por el estrés que me causas, Julián” dijo a modo de justificación y reproche al tomarse la pastilla.

A la una de la noche, Pepe montaba guardia cuando vio aparecer el cochecillo rojo. Su cuerpo se puso en alerta, esperando una señal para volver a bajar. La rubia llevaba la ventanilla bajada, y una vez aparcado el vehículo, miró a la ventana de Julián, donde encontró la expresión expectante de éste. Como siempre, sonrió de medio lado, pero no hizo ninguna señal. La chica centró su atención en su acompañante, un varón joven, y comenzaron a besarse. El polvo transcurrió como solían transcurrir antes de que ella se percatase del mirón, con la única diferencia de que en algún momento, la acción transcurrió en el asiento del conductor, del cual Pepe tenía mejor vista, y que la ventanilla permaneció bajada en todo momento.

El polvo fue todo lo movido que Pepe podía esperar. Hubo besos, morreos, mamadas, incluso el chico lamió el coño de la rubia, aunque Pepe seguía sin tener un primer plano de su pubis, de los labios de ella. En esos momentos, era lo único que echaba en falta de sus sesiones como voyeur (había aprendido esa palabra, “voyeur”, la tarde que pasó frente al ordenador, y al instante se la aplicó a sí mismo).

Siguieron follando, la chica se montó encima y le cabalgó como había cabalgado al de los ojos vendados, si bien esta vez no se corrió con tanta intensidad y violencia. Después, la chica se colocó a cuatro patas en el asiento del copiloto y el chico la penetraba con fuerza por detrás desde el asiento del conductor. Pepe aprovechó como siempre para masturbarse, aunque ahora que dosificaba sus pajas, estas no eran tan furiosas, no eran una liberación de frustración acumulada si no un momento de darse placer, de disfrutar.

El final del polvo y de la paja simultanea llegó cuando el chico se sentó y la rubia se marcó una de sus mamadas, acabando con su boca llena de semen y la mano de Pepe de igual manera. La chica asomó la cabeza por la ventanilla y escupió al otro lado, miró a Pepe y sus ojos se encontraron. Sacó la lengua y volvió a meterse en el coche. Pepe siguió observando, después del sexo la rubia y sus acompañantes no solían dedicarse muchos cariños. Lo más normal era que se vistiesen a toda prisa, al igual que pasó el viernes anterior y se marchasen. Esta vez no fue diferente, aunque la rubia volvió a tirar una nota por la ventanilla. Tampoco fue muy diferente el ritual de Pepe de limpiarse los restos de semen en su mujer, esta fechoría cada vez le causaba más satisfacción.

Pepe bajó a recoger la nota. Esta vez decía: “MARTES. PUEDES BAJAR A MIRAR”. Pepe empezó a entender aquello de “UNA SI, UNA NO, REPETIMOS EL SHOW”. Significaba que una de cada dos veces que la rubia viniera al callejón, se las apañaría para que Pepe pudiese acercarse al coche a mirar más de cerca.

Las semanas del verano fueron pasando, y los encuentros contemplativos entre Pepe y la chica rubia se fueron sucediendo. La chica, a la que sus amantes llamaban Laura, cumplió con la alternancia de polvos a los que permitía acudir en primera línea a Pepe. El coche rojo portaba en el asiento del copiloto amantes, mayoritariamente hombres, aunque en dos ocasiones más trajo a otras dos mujeres, una chica también rubia de la edad de la rubia original,  y otra a una morena con aires de hippy. A la rubia la vendó los ojos, y Pepe pudo vivir a apenas un metro de distancia como la acompañante se corría literalmente a chorros mientras la conductora la masturbaba furiosamente, al tiempo que miraba a Pepe fijamente y se relamía. Ese día además, Pepe pudo ver al fin, con todo lujo de detalle, el conejo de la exhibicionista. Lleva el pubis recortado, sin rasurar. Un triangulo decoraba la parte superior del coño, y los labios los tenía completamente depilados. Pepe contempló esa estampa mientras la otra rubia se recuperaba del orgasmo, y la chica del coche aprovechó para enseñarle en primera plana su conejo, con cara de viciosa.

Sesión tras sesión, la complicidad entre ambos fue aumentando, si bien nunca llegaron a cruzar palabra. Pepe de hecho reducía su participación a mirar lo que hacía la rubia, y cuando ésta se lo indicaba, se erguía para enseñarla como se masturbaba. A la rubia parecía excitarla la visión de Pepe machacándosela. La chica si interaccionaba cada vez más con Pepe, gesticulando hacia el cada vez más, le pedía con gestos que se acercase al cristal, para luego restregar alguna parte de su anatomía contra la ventanilla. En un par de ocasiones, aunque los amantes llevaban los ojos vendados notaban algo extraño en el comportamiento de la chica y a punto estuvieron de descubrir al mirón al negarse a continuar con la venda en los ojos. Cada polvo acababa con una nota en la que informaba a Pepe de qué día volvería.

Al mismo tiempo que las sesiones de espionaje eran cada vez más exóticas, también mejoró la vida de Pepe, aunque poco a poco. No en su casa, donde cada vez la cosa iba a peor, pero si fuera. En el trabajo, su jefe comenzó a respetarle, pues Pepe se mostraba confiado y seguro, y eso influía en un mejor aspecto de sus balances contables. Sus compañeros de trabajo seguían ignorándole, eso sí, pero tampoco los necesitaba. A su cuñado, que finalmente se compró el apartamento, decidió continuar haciéndole el vacío, y llevaba sin verle desde antes de aquel día que se negó a visitarle, lo cual era de agradecer.

Con Asun, la cosa era inaguantable. Asun llevaba 15 años manejándole como un perrito, y un cambio en su actitud era inasumible para su esposa. La convivencia se volvió tétrica, se limitaban compartir espacios, comidas y cenas, y cuando Asun lo consideraba oportuno, broncas. Pepe nunca respondía, ni quería ni podía arreglar las cosas. El odio hacia ella se acentuaba.

 Con Andrés, que estaba de parte de su madre, la cosa tampoco mejoraba. De la nueva vida que llevaba, este era el único aspecto que le dolía de veras. Le afligía ver que, por su inacción, su hijo se había convertido en un vándalo mimado, un rebelde sin causa en el colegio y un desafío en casa.

La última semana de Agosto, Pepe tuvo una de sus sesiones en primera línea, pero algo diferente. Dejó todas las ventanillas bajadas, con lo que Pepe podría incluso haber metido la mano y haber intentado tocar a la chica. Pese a todo, no lo hizo. Después de contemplar durante casi cuarenta y cinco minutos como la rubia y su acompañante cegado follaban, el polvo acabó en un impresionante sesenta y nueve, en el que la chica aplastó la cara del hombre con su coño mientras el tipo se corría, llenando la boca de la rubia de semen. Al mismo tiempo, Pepe se corría. La rubia lo vio y sacó la mano por la ventanilla, tratando de agarrar la polla de Pepe que aun rezumaba semen. Pepe se alzó, la chica se la agarró y terminó de meneársela, sacando el poco jugo que quedaba aún dentro, y acto seguido se lamió la mano entera, mezclando el semen del tipo con el de Pepe, que no daba crédito, aquello le excitó tanto que la erección apenas le bajó. Por último, la chica tragó  el contenido de su boca, y mientras lo hacía gemía de pura excitación.

El chico se fue recuperando del orgasmo, pero seguía con los ojos vendados. La rubia se dio la vuelta y se colocó encima de él, pero cara a cara. Aunque se había tragado el semen de ambos, sus labios aun parecían viscosos, y sin duda su boca sabría a semen, pensó Pepe. La chica besó al tipo de los ojos vendados, y este no puso reparos en corresponderla. Tras un buen rato de besos, en los que debieron intercambiar esencias, la rubia hizo la señal para que Pepe se ocultase, aunque antes le dio directamente en mano a Pepe una nota. La chica quitó la venda de los ojos de su amante y se vistieron, arrancó el coche y se marchó. La nota decía: “JUEVES. ¿QUIERES CONOCERME MÁS?”

Pepe subió a casa, seguía caliente. La chica le había tocado la polla, había recogido su semen y se lo había tragado junto con el del otro tipo. Aquello era lo más. Ese día su mujer no se había tomado ningún somnífero, así que descartó una violación como la del día que bajó por primera vez. En lugar de eso rescató del frigorífico un pastel de crema cubierto de nata que su cuñado le había regalado a Asunción. No había peligro: a Andrés no le gustaban y él mismo se había negado a comérselo desde el primer día. Solo Asun cogía un trozo cada día para desayunar. Se masturbó encima del pastel, y cuando acabó, se fue a dormir.

El jueves llegó. Estaba tan nervioso como la primera vez que pudo bajar a mirar de cerca. De nuevo, esa noche no debía dejar ningún margen de error. No sabía que pasaría, pero presentía que sería colosal. Así que sin ningún remordimiento introdujo otros tres diazepanes en la infusión de su mujer y uno en el Colacao de su hijo. Ese día, sin embargo, su mujer y su hijo estaban especialmente irritantes. Habían tomado por costumbre hacer coalición a la hora de incordiar a Pepe, lo cual significaba que ellos dos elegían que se veía en la tele por la noche, en contra de los deseos del paciente marido. Se empeñaron en quedarse viendo la televisión, pese a que la somnolencia era más que evidente. En la segunda tanda de anuncios, madre e hijo cayeron derrotados. Pepe llevó en brazos a Andrés a su cama, aunque ya era un chaval de 13 años y pesaba lo suyo. A Asun en cambio no se molestó ni en ponerla derecha cuando se deslizó desde la posición vertical hasta tener la frente contra el sofá y un brazo y las piernas colgando fuera. Con su mujer de cuerpo presente, aunque viva (por desgracia, pensó Pepe), se colocó mirando a la ventana.

Apenas eran las 12 de la noche, mucho más pronto que de costumbre cuando el coche rojo apareció. A Pepe se le encogió el corazón: la rubia venía sola. Una vez aparcado el cochecillo rojo, convocó a Pepe con un gesto de su mano. Con el corazón en un puño, bajó, rodeó el coche mientras la rubia seguía sentada, mirándole desde su asiento, y cuando llegó a la puerta del copiloto la chica la abrió desde dentro, invitando a Pepe a sentarse. Una vez dentro, hubo unos segundos de silencio en los que la rubia le contemplaba con su media sonrisa, y Pepe no sabía dónde mirar o que decir. Fue la chica la que rompió el hielo.

-Hola –dijo tendiéndole una mano, sonriendo descaradamente.

-Ho-hola, ¿Qué tal? –respondió un nervioso Pepe, estrechándole la mano.

-Pues mira, hoy no he traído compañía – le dijo jocosamente-. Me apetece conocer al tipo que me espía mientras follo -Pepe no supo que responder-. ¿No me cuentas nada?

-Pues… ¿nada de qué? –Tragó saliva.

-Joder, pues no se… cómo te llamas, por ejemplo.

-Me llamo Pepe –tras unos segundos de silencio y rectificó-. Bueno, en realidad me llamo Julián, pero me llaman Pepe.

-¿En serio? Qué curioso, un Julián que se llama Pepe… -Pepe le explicó el por qué de su mote-. Yo creo que te llamaré Julián, me gusta más.

-Como quieras –respondió Pepe tímidamente.

-¿Y a qué te dedicas?

A partir de ese momento, la conversación fue de un tema a otro, al principio la chica siguió con el interrogatorio. En todo momento mantuvo ese gesto de suficiencia que la caracterizaba, como si tuviese continuamente un plan secreto en mente, pero parecía prestar atención a lo que Pepe contaba. Julián fue ganando confianza, y realizó algunas cuestiones a su interlocutora. Así le confirmó que se llamaba Laura, que trabajaba de enfermera en un hospital (de ahí que sus días libres no siguiesen una pauta), que tenía 25 años y que no vivía muy lejos de allí, aunque no le dio su dirección exacta. Poco a poco se fue relajando, e imitó la postura de la chica: sentado, de medio lado, apoyado entre la puerta y el respaldo, con un brazo por detrás del reposacabezas. La chica le contó que cada día libre que tenía, bien salía a buscar ligues o bien llamaba a algún amigo (o amiga), el caso es que encontraba a quien llevarse al huerto. También le contó que vivía en un piso compartido con dos compañeras, y aunque le daba igual llevar a sus amantes estando estas, a veces lo hacía en el coche porque si.  Había descubierto, el día que pilló a Pepe espiándola, que le daba mucho morbo ser observada mientras follaba.

En un momento dado la rubia comentó:

-Bueno, no me has dicho nada, ¿qué te parece lo que ves? –mientras lo decía se contoneó sugerentemente.

-Pues, eh, muy bonito.

-¿Eso es todo? No se chico, dime algo más, que te pongo cachondo o que te gustaría follar conmigo.

-Eh, bueno, si, claro que me pongo, eh, cachondo, pero…

-Ya veo… -la rubia le miró fijamente, seguía dando esa impresión de tramar algo-. Cuéntame que haces tú cuando follas.

En ese momento, Pepe la miró fijamente, tragó saliva y sin avisar estalló en una carcajada. Acordarse de la última vez que folló le ayudó a liberar la tensión, estuvo riéndose como un minuto, para acabar confesando a la joven que llevaba años sin follar.

-¿En serio? – por un momento la chica perdió su media sonrisa y quedó atónita-. Bueno, al menos se que te haces pajas –y dicho esto recuperó su habitual gesto facial.

-Sí, buenas pajas. ¡A tu salud! –y los dos volvieron a reír. Cuando cesaron las risas, la rubia le miró fijamente y le preguntó más profundamente por su vida sexual. Pepe estuvo un rato desahogándose, contándole su escaso, por no decir nulo contacto con su mujer y sus escasos conocimientos sexuales. Le confesó como el fruto de sus pajas acababa después de cada sesión  en el pelo de Asun, lo cual provocó una risa conjunta que duró unos minutos.

-Bueno, Julián, no hemos venido solo a hablar, ¿no? –dijo la rubia poniéndose seria, una vez que terminaron de reír.

-Pues, yo... –Julián se quedó perplejo. La chica metió la mano por debajo de su camiseta, acariciándose directamente el vientre.

-Tranquilo, no te pongas nervioso. He pensado que hoy, podríamos mirarnos mutuamente, poco más. Ya habrá tiempo de más cosas. Además, he traído algo que quizás te guste. ¿Puedes sacar una mochila que hay debajo de tu asiento? De paso saca lo que hay dentro.

Pepe sacó la mochila, y de su interior extrajo un objeto alargado envuelto en un paño. Lo desenvolvió y en su mano tuvo un consolador, rosa,  de plástico flexible, con una base plana y amplia. La chica extendió la mano y Pepe se lo pasó.

-¡Gracias! –dijo alegremente, alargando la “s” y colocándolo en el salpicadero a su alcance-. Aun no me has dicho que es lo que más te gusta de mi –mientras lo decía, se puso de rodillas encima del asiento y empezó a menearse, pasando sus manos por todo su cuerpo.

-Pues, bueno, me gustas toda tú…

-¡Venga! Sé que puedes hacerlo mejor. No te  cortes en decir cosas guarras, ¿a eso hemos venido, no?

-Pues, bueno, me gustan tus… tus tetas.

-¿Ah, si?

La chica comenzó un striptease,  lentamente se fue subiendo la camiseta, sin dejar de acariciarse, mostrando un sujetador negro que alzaba sus pechos pero apenas los tapaba. Siguió subiéndola hasta sacársela por la cabeza, y se restregó los pechos por encima del sujetador. 

-Seguro que a tu mujer nunca le has quitado el sujetador, ¿quieres probar? –dijo ofreciéndole la espalda a Pepe.

-Esto, claro –Pepe, asombrosamente mantuvo la calma, contempló el mecanismo de gancho unos segundos y lo desenganchó en un santiamén. La rubia se dio la vuelta, sujetando el sostén con las manos, que aun le tapaba los pechos.

-Eh, no lo haces mal. Ves, si estas relajado, los dos lo pasaremos bien –y acto seguido se destapó, enseñando a Pepe esas tetas que le ponían loco. La chica miró el paquete de Pepe, que ya era prominente-, venga, sácatela, no te cortes, y quítate la camiseta –y le guiñó un ojo.

Pepe se quitó la camiseta y se sacó la polla ya erecta por fuera del pantalón y comenzó a acariciársela. La rubia se relamió y siguió con sus sensuales movimientos.

-Nada mal… puede que otro día la pruebe. Hoy solo, relájate y disfruta del espectáculo.

La rubia fue desvistiéndose poco a poco. Se quitó las botas, que dejó en su lado del coche, y poniéndose con el culo en pompa hacia Pepe fue sacándose el pantalón vaquero, mostrando su culo, redondo y firme rodeado por unas bragas rojas.

-¿Quieres acariciar? –preguntó manteniendo la postura. Pepe alargó la mano, y la posó sobre el trasero de la joven. Era suave, terso, su polla sufrió un espasmo de excitación. Pasados unos segundos retiró la mano, y Laura prosiguió su contoneo, deshaciéndose del pantalón por completo, quedando únicamente en bragas, se dio la vuelta mostrando a Pepe su vientre plano, sus tetas redondas, con el aro en el pezón, le miraba con ojos viciosos. La chica volvió a sentarse, mirando hacia su mirón particular, abriéndose de piernas, y con una mano apartó sus bragas a un lado, enseñando a Pepe su raja libre de pelo y brillante. Pasó un dedo de la otra mano por la raja, recogiendo fluidos y se lo llevó a la boca, mirando fijamente a Pepe, que cada vez se la machaba más fuerte. Volvió a pasar un dedo por el conejo chorreante, y de nuevo a la boca, relamiéndose. Acto seguido se quitó las bragas rojas y se las lanzó a Pepe, que las cogió e instintivamente las olió, provocando una carcajada en la rubia, que le comentó:

-Tal vez otro día te deje oler directamente de mi coño…

Laura se frotaba su entrepierna con una mano mientras la otra alcanzaba el consolador y se lo metió a la boca, donde estuvo chupándolo como un minuto, profiriendo intensos gemidos. Cuando el consolador estuvo lleno de saliva, la chica se puso a cuatro patas, dirigiendo su trasero hacia Pepe, que podía ver el coñito de la rubia a menos de medio metro. Podría haber alargado el brazo y tocar donde quisiera, pero no lo hizo. La chica dirigió hábilmente el pene rosa hacia su agujero y se lo introdujo lentamente, soltando un prolongado “¡Si!” mientras entraba, hasta que lo tenía totalmente dentro. Lo volvió a sacar y meter hasta la mitad un par de veces, y en cada ocasión soltaba un gemido al llegar hasta el final.

-¿Te gusta, Julián?¿O Pepe? –preguntó socarronamente, entre gemidos, volviendo ligeramente la cabeza para ver a su interlocutor, que estaba perplejo.

-¡Si, si, me gusta!  Eh, esto, llámame, bueno, Julián –el renombrado mirón veía entrar y salir el pene de plástico en el agujero, reduciendo el ritmo de sus zambombazos para acompasarlos con los de la chica.

-Ahora viene lo bueno –respondió la rubia, colorada por el placer.

La chica se sacó el consolador del fondo de su coño, bajó hasta unos 45 grados el respaldo de su asiento y extrajo un rollo de cinta aislante con el que amarró la base del pene de goma al volante del utilitario. Acto seguido lamió el falo, impregnado de sus propios jugos, y se dio la vuelta, colocándose a cuatro patas, mirando hacia detrás, y se volvió a introducir el pene, ahora fijo al volante. Comenzó un ritmo de vaivén hacia delante y hacia atrás, y en cada inserción sus nalgas chocaban contra el volante, produciendo un sonido de chapoteo al impactar su coño húmedo contra la base del consolador.

El ritmo de la chica fue en aumento, al igual que sus gemidos, y Pepe, que aun tenía en una mano las bragas, se pajeaba, incrementando su ritmo al mismo tiempo que lo hacía la rubia.

-¡Dámelas! –gritó de pronto Laura, que cada vez respiraba más agitadamente.

Pepe le pasó las bragas, la chica se salió del consolador y pasó las bragas por el pene, de manera que estas quedaron colgando de la polla de goma, apoyadas contra el volante. Volvió a ensartarse, y esta vez el ritmo era brutal, en cada inserción profería un ¡Si! corto y grave, y Pepe se la machacaba con fuerza, sentía que estaba a punto de correrse, y la chica también.

-¡Me voy a correr, correte tu también, joder! –gritó la chica, y durante 30 segundos siguió machacando con fuerza su culo contra el volante, ensartándose hasta el fondo, hasta que soltó un “¡Ooooohhh!” largo mientras apretaba con todas sus fuerzas su coño contra la base del consolador, tras lo que sufrió unas cuantas sacudidas.

Al mismo tiempo que ella se corría, Julián no pudo evitarlo y se corrió también, llenando su pecho de semen. No cabía en sí, cada visita de la rubia era aun más excitante que la anterior, y esta vez se había superado. Se derrumbó contra la puerta del coche al mismo tiempo que la chica caía hacia delante, desclavándose parcialmente la polla y apoyando la cabeza contra el respaldo del coche. Al hacerlo dejó a la vista su coño, prácticamente inundado que había dejado el consolador y el volante llenos de fluidos, incluso las bragas parecían empapadas. La rubia miró a Julián y sonrió,  mientras respiraba para recuperarse.

-¿Qué?¿Que te parece? Jaja, menuda corrida nos hemos pegado, ¿eh?

-Pues, puf, ha sido, genial –respondió Julián, que también trataba de recuperarse.

-Venga, joder, ¡más entusiasmo, di más tacos! Di, ¡ha sido la puta hostia! –le apremió Laura.

-¡Ha sido la puta hostia! –obedeció sonriendo Julián, que no estaba muy acostumbrado a decir palabrotas, aunque aquella pareció sentarle bien, como si se liberase-. Oye, ¿con qué me limpio?

-Con el pelo de tu querida Asun –y ambos estallaron en carcajadas.

La rubia le pasó un pañuelo y ella misma se limpió con otro, limpiando también la polla de goma y el volante, dejando las bragas empapadas encima del salpicadero. Comenzaron a vestirse y la chica no se puso las bragas, ayudándole Julián a desmontar el consolador y la cinta aislante. Cuando terminaron, la rubia habló.

-Las bragas son para ti, quédatelas, pero que no se entere Asun, ¿eh? –y le guiñó un ojo-. Y ya que estamos, vamos a ver qué hacemos, porque a mí me pone muy cachonda todo esto, ¿a ti también, no, pervertido?

-Claro, me pone muy… cachondo –y le devolvió el guiño, a la vez que cogía las bragas rojas, sintiendo la humedad de las mismas.

-¿Tienes whatsapp? –Julián negó con la cabeza- Joder, ¿y correo electrónico? –el hombre le dio su dirección de correo de la empresa, a la cual también tenía acceso desde el ordenador de casa- Vale, pues al loro, ¿eh? Que ya te diré que pienso…

La rubia se despidió, haciéndole bajar del coche, y con las bragas en la mano, Julián (acababa de decidir que se desprendería de su apodo de Pepe) se quedó unos minutos viendo como desaparcaba, daba la vuelta al callejón y se iba. Subió a casa, escondió las braguitas (sin lavar) en donde creía que Asun no miraría y se acostó. La experiencia había sido tal que no tenía fuerzas ni para el vandalismo habitual en la cabellera de su mujer, a la cual había dejado durmiendo en el sofá. Se acostó con una sonrisa de oreja a oreja.

Continuará

(De nuevo agradezco a todos aquellos que se toman su tiempo en leer y en dejar comentarios)