miprimita.com

Mis inicios en la Universidad (1)

en Fetichismo

Me llamo José, y voy a contaros una historia que me ocurrió en mi primer año de Universidad. Tenía 18 años y me encontraba en una nueva etapa de mi vida, no conocía a nadie de mi nueva clase y por mi carácter tímido me iba a ser difícil hacer nuevas amistades.

 

Me considero un chico normal: mido 1,75 m, delgado y de cara "guapetesegún me han dicho. Se podría decir que soy un tío del montón. Sumando esto a mi carácter introvertido, nunca había conseguido ligar, por lo que era virgen y jamás había besado a una chica.

 

Llegué a clase por primera vez y se distinguían dos tipos de personas: por un lado gente que como yo también estaba desorientada; y había otros que ya se conocían y hablaban en pequeños grupos.

Llegó el profesor de la primera clase y nos dio la bienvenida a la universidad. Nos dio la presentación de su asignatura, nos animó a llevarla al día y nos advertencias sobre su dificultad basándose en los repetidores del año anterior: lo típico que hacen siempre los profesores.  

Hecho esto, dijo que iba a asignar los grupos para las prácticas obligatorias de evaluación continua, que debíamos hacer los alumnos debido al Plan Bolonia. Debían realizarse por parejas, y nos aconsejó usar las mismas para el resto de asignaturas para coordinarnos mejor.  

Enseguida empezaron a formarse los grupos, y el profesor pasó una hoja para que nos fuéramos apuntando antes de abandonar el aula. Como algunos estábamos solos todavía, nos juntó por orden de lista. Llegó a mí:  

  • José Pérez.  

  • Soy yo.  

  • Tú irás con... María del Carmen Rodríguez.  

  • ¡Aquí!  

Me di la vuelta y al verla me dio un vuelco al corazón: era una chica preciosa, con el pelo largo y castaño claro suelto, unos ojos verdes brillantes y una sonrisa digna de anuncio de dentífrico. Como éramos los últimos, el profesor se despidió y salió de la clase. Me acerqué a ella para presentarnos, y ella hizo lo mismo. 

Al levantarse ella pude verla a cuerpo completo apreciarla mejor: era algo más baja que yo, pero tenía un cuerpo realmente atractivo, como podía observarse por un top ajustado rosa que enseñaba un escote que dejaba entrever dos pechos generosos y me permitió distinguir por debajo un vientre plano. También llevaba unos shorts vaqueros que dejaban a la vista las piernas más hermosas que había visto en persona.  

Estaba estupefacto, y tardé en reaccionar cuando se dirigió a mí:  

  • Hola, José ¿qué tal? Soy Carmen.  

  • Esto... Bien, gracias. Soy Jose.  

  • Bueno, ya nos veremos.  

  • Sí, de acuerdo. ¡Hasta luego!  

Tras esta breve conversación se dio la vuelta con un movimiento rápido que hizo girar el pelo permitiéndome aspirar el aroma a flores de su cabello. Bajé la vista y pude observar sus glúteos a través del pantalón, que se balanceaban a cada paso que daba. En la entrada la esperaban dos chicas, también muy guapas, que empezaron a cuchichear y reírse mientras me miraban. Me habían cazado admirando a su amiga, debió ser muy evidente. Me puse como un tomate y me sentí estúpido por haberme comportado como un crío.  

Las clases siguientes del día fueron parecidas: los profesores hablaron de cómo iban a ser sus asignaturas y los sistemas de evaluación. De nuevo, nos hicieron ponernos por parejas y mantuvimos las que ya teníamos hechas. Durante todo el día no me atreví a sentarme al lado de Carmen, estaba intimidado por ella y sus amigas, que siempre iban con ella y me dedicaban una mirada burlona cada vez que me cruzaba con ellas. En lugar de eso, me junté con otros chicos que como yo estaban algo desorientados.  

Al llegar a casa, me metí en Facebook para agregar a los compañeros con los que me había hablado en clase. A lo largo de la tarde fueron aceptando mi solicitud, y ya de noche recibí la notificación de Carmen. Estuve unas horas ojeando su perfil, y averigüé que era de fuera, y vino a mi ciudad a estudiar. Solía frecuentar fiestas y discotecas, y participaba en competiciones de atletismo, lo que explicaba su excelente forma.  

Abundaban las fotos con amigas, y algunas de ella sola. Pero me dolía en el alma ver otras en las que posaba con chicos altos y fuertes, con quienes se posaba luciendo su preciosa sonrisa. Me dolía darme cuenta de que estaba fuera de mi alcance y que no podría aspirar a algo más que un amor platónico. Ya a altas horas de la madrugada me di cuenta de lo tarde que era y me fui a la cama resignado.  

Al día siguiente me despertó mi madre a gritos. La falta de sueño me pasó factura y me había dormidoMe vestí rápidamente y salí de casa tras tomarme únicamente un baso de leche con chocolate. Iba en transporte público y debía hacer dos trasbordos; además, se cumplió la Ley de Murphy y perdí todos por los pelos. Afortunadamente, llegué solo diez minutos tarde a la Universidad.  

Llamé a la puerta y el profesor, con mala cara, me dejó pasar por ser el primer día en su asignatura. Al ser una de las más duras de la carrera, todos mis compañeros se habían sentado delante. Fui avanzando sin ver ningún sitio libre hasta que en la última fila ocupada alguien levantó la mano y señaló un sitio libre a su lado. Llegué, y se trataba de Carmen. Fui hacia ella, y me dedicó una gran sonrisa, que yo le devolví nervioso.  

La clase continuó, y mientras sacaba una hoja y un boli empezamos a hablar.  

  • ¡Josito! ¿Qué te ha pasado?  

  • Bueno... Me he dormido, y después... eh... He perdido todos los buses y...  

  • ¿Al menos el Cola Cao estaba rico?  

  • ¿Eh? ¿Cómo?  

  • ¡Que tienes bigotillo!  

  • ¡Oh! - Me limpié con la mano mientras ella se reía.  

  • A ver, los de atrás, ¿habéis terminado ya la cháchara? - Gritó el profesor, visiblemente enfadado.  

Terminamos la conversación y continuó la clase. Al terminar la hora, el profesor nos mandó el primer trabajo en grupo, que debíamos entregar al día siguiente. Ya empezaba fuerte, habría que ponerse las pilas.  

Las siguientes clases fueron poco interesantes, así que nadie estaba atendiendo al profesor, que leía del proyector con desgana. Tras tratar inútilmente de prestar atención, decidí sacar el móvil del bolsillo y pasar el rato. Aburrido, lo guardé con la idea de retomar la clase. Por el rabillo del ojo vi el movimiento de las piernas de Carmen. Tenía la izquierda apoyada sobre la derecha, así que podía ver cómo jugaba con el pie zurdo, calzado con una sandalia y las uñas pintadas de rojo. Vi cómo se aflojó una correa y dejó el extremo colgando de los dedos. Me excitaban los pieen secreto, y los suyos eran muy hermosos.  

Acabó la última clase y levanté la mirada. La chica que estaba a la derecha de Carmen me estaba mirando fijamente. Me había vuelto a pillar, y no sé cuánto tiempo llevaba observándome, así que posiblemente me había descubierto. Tras un momento de shock, vi a Carmen dirigiéndose a la salida. Recordé el trabajo y me dirigí a ella:  

  • ¡Espera, Carmen! Deberíamos quedar hoy para hacer el trabajo.  

  • Ven a mi casa a las 5.  

  • ¿Tan tarde? Preferiría empezar después de comer, para no ir con el tiempo justo.  

  • Quiero descansar, quedamos a las 5. Ten mi dirección. - La escribe en un papel y me lo da.  

  • Sí, de acuerdo... Tiene sentido, así estaremos más despejados.  

  • Nos vemos, Josito.  

Me fui a casa pensando en las conversaciones que habíamos tenido Carmen y yo. Me di cuenta de lo fácil que le resultó dirigirme y aceptar sus condiciones. Además me había llamado Josito, un apodo que no me gustaba nada en boca de otras personas. Sin embargo, ella había logrado doblegar mi voluntad momentáneamente.  

Después de comer recogí todo y tomé el autobús. Lo bueno de este medio de transporte es que mientras viajo puedo hacer otras cosas, en este caso empezar a hacerme una idea de cómo organizar el trabajo. Me preocupé un poco porque era un poco largo, así que íbamos a tener que quedarnos unas cuantas horas. Me consolé pensando que al menos estaría bien acompañado.  

Llegué a casa de Carmen: era un bloque de apartamentos que parecía para estudiantes, por lo que deduje que era de fuera de la ciudad. Llamé al timbre, me abrió por el telefonillo y subí; al llegar, me abrió la puerta y me llevó a su dormitorio. Le expliqué el guión que había ideado por el camino y ella lo aprobó: empezamos a trabajar, pero tras un hora y media me dijo:  

  • Josito, tengo que irme.  

  • Eh... ¿Cómo? ¿Adónde?  

  • Tengo entrenamiento de atletismo. Puedes esperarme aquí.  

  • Pero... ¡falta muchísimo! Si te vas ahora no sé cuánto tiempo tardaremos. ¿Por qué no me lo dijiste antes?  

  • Venga, no exageres, tonto, que no es para tanto. - Respondió amistosamente. - Si quieres ve adelantándote tú y así avanzamos más rápido.  

  • Tienes razón, será lo mejor. Pero me gustaría que si tienes compromisos de este tipo me lo avisaras antes, para no tener contratiempos. 

  • Te dejo aquí, continúa hasta que yo vuelva. Llegaré en dos horas.  

  • ¡Que tengas un buen entreno!  

Salió de casa y me detuve un momento a analizar la situación. Estaba en casa de Carmen haciendo yo solo un trabajo que nos correspondía a ambos mientras ella se iba a hacer ejercicio. En ese momento me sentía realmente idiota, estaba dejando que esa chica se aprovechara de mí. En ese momento no tenía otra opción que ceder, ya que si no me arriesgaba a perder el último tren. Pero decidí que iba a dejarle las cosas claras cuando llegara.  

  

Continué trabajando y avancé un buen trozo. Carmen estaba tardando más de lo que me dijo, así que no me quedaba demasiado. A las 20:45 oí la puerta abrirse.  

  • ¡Josito, ya he vuelto! ¿Cómo vas?  

  • Ya solo falta el final. Has tardado más de lo que me dijiste.  

  • Sí, al final me quedé a tomar algo con las chicas.  

En ese momento decidí que la situación había llegado demasiado lejos.  

  • Mira, Carmen: no sé qué te habrás pensado pero si esto es un equipo tenemos que trabajar los dos. No voy a consentir que pase esto más veces. ¿Tú te crees que soy tu criado o algo así?  

Carmen se quedó con la boca abierta, y le costó reaccionar. Parece que nunca le habían hablado así.  

  • Ay, Jose, por supuesto que no. Yo termino de hacerlo y te debo una.  

  • Vale, entonces perfecto. Me voy ya a casa que es tarde.  

  • Espera, quédate un rato más y miro tu parte para ver si hay algo que no entiendo.  

  • Bueno... Claro, cómo no.  

Se tumbó en la cama con el portátil sobre su abdomen. En ese momento no podíamos vernos, así que aproveché para recorrerla con la mirada: llevaba unos pantaloncitos cortos de esos que suelen llevar las chicas cuando hace calor, y había cruzado las piernas de forma muy sexy. Tenía las zapatillas todavía puestas.  

  • Oye, ¿cómo fue el entrenamiento?  

  • ¡Uf, agotador! Llevaba todo el verano sin ir y ha sido durísimo. Me duelen un montón los pies.  

  • Si quieres puedo hacerte un masaje, se me dan bastante bien. - Mentí, nunca había dado uno, pero no quería perder la oportunidad de acercarme a sus pies.  

  • ¡Buena idea, adelante!  

Le desaté el cordón de la zapatilla izquierda y se la saqué con cuidado. Después le quité el calcetín. Ahí estaba esa maravilla, que tanto me había embobado antes y que ahora tenía entre mis manos. Comencé a acariciarlo con los dedos y a aplicar cierta fuerza. Tenía un tacto muy suave, estaba en el cielo en ese momento. Intenté que ella lo disfrutara tanto como yo. Tras unos segundos, empezó a suspirar.  

  • ¡Guau! Eres un maestro de los masajes.  

  • ¡Gracias! Me alegro de que te guste. - No tenía experiencia, pero lo compensé con mi gran interés y dedicación.  

  • Vas a tener que hacérmelos más a menudo, Josito.  

  • ¡Sí...! Cuando lo necesites, dímelo. Una cosa, preferiría que me llamaras simplemente Jose.  

  • ¡Qué tonto eres! Si es un mote cariñoso. Prefiero llamarte así. 

  • Bueno, si quieres no me importa. Llámame como más te guste.  

En realidad odiaba ese mote, pero en ese instante habría hecho cualquier cosa que me hubiera pedido. Proseguí con el masaje.  

  • Sigue con el otro. - Ordenó Carmen.  

  • Ahora mismo. - Respondí instantáneamente.  

Repetí el procedimiento con el derecho, y un rato después me dijo con voz melosa:  

  • Parece que no soy la única que está disfrutando.  

  • ¿Eh? ¿Cómo?  

  • Alguien se ha despertado.  

Levanté la cara, y estaba mirándome de frente con el ordenador apartado y señalándome la entrepierna, en la que se distinguía una erección que llevaba allí desde el principio del masaje. No se cuánto tiempo llevaba así, me había quedado embelesado y no me había percatado. No sabía qué decir, quería que me tragase la tierra. 

  • Eh... Yo... No es lo que parece.  

  • ¡Sabía que a los tíos os molan los pies, aunque siempre vayáis de machitos! No te preocupes, Josito, que yo te dejo masajearlos cuando quieras, y no se lo contaré a nadie. Pero seguro que no te contentas con ello, ¿verdad? ¿Te gustaría hacer algo más con ellos?  

  • ¡Vaya! No sé... ¿Qué me dejarías hacer?  

  • Tú prueba, sólo quiero oírte decirlo. - Dijo con una sonrisa pícara, queriendo hacerme sufrir.  

  • Pues, si te soy sincero... Me gustaría... besártelos.  

  • ¡Qué rico eres! Te debo un favor, así que te dejaré dar uno. ¡Disfrútalo!  

Cogí su pie izquierdo con las dos manos y mucho cuidado y le di un suave pero profundo beso en la plantaHabía tenido muchas fantasías, pero era la primera vez que lo hacía y fue algo realmente especial: el suave tacto de la piel con la boca, el sabor ligeramente salado del pie de Carmen debido al sudor... Con cuidado posé de nuevo el pie sobre la cama. 

  • ¿Qué tal ha sido? - Preguntó Carmen, curiosa.  

  • El momento más mágico de mi vida y no exagero, te lo agradezco mucho.  

  • ¡Qué mono! Rió - ¿Quieres más?  

  • ¡Sí! Por favor.  

  • Un simple "por favor" no te va a bastar. Tengo un talento innato para manipularos a los hombres y siempre os tengo comiendo de mi mano, así que tú no vas a ser una excepción. Vasa tener que currártelo.  

  • ¡Claro! ¿Qué quieres de mí? - Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa.  

  • Te diré cómo funciona esto: tú me lo pides con las formas que consideres adecuadas para que yo te haga el favor. Si me gusta, lo consigues; y si no, te largas. Tienes una sola oportunidad, así que aprovéchala bien y mejor no te cortes nada.  

Necesitaba volver a sentir mis labios en esa piel, y lamerla suavemente con mi lengua. Me bajé de la cama, me puse de rodillas, nos miramos mutuamente y comencé a hablar:  

  • Carmen, te ruego... te imploro que tengas compasión de mí y... me des la oportunidad de besar... y adorar tus bellos pies que tanto ansío. Sé que no estoy a la altura de tal honor, pero tengo la esperanza... de que como ser superior a mí tengas piedad de este... pobre desdichado que ha quedado prendado por tus encantos. - Improvisé la frase de la mejor forma posible para que quedara satisfecha. 

Hubo un momento de silencio tras el que soltó una risita.  

  • ¡Ay, me ha gustado! Me encanta teneros a los tíos bien dominaditos. Venga, te lo has ganado. Ah, y quédate de rodillas. Me gusta que estés así.  

Se quedó tumbada y yo levanté su pie derecho. Comencé por un beso corto en el empeine mientras ella me miraba divertida. Fui hacia los dedos y besé cada uno por separado. Después me los fui metiendo en la boca, y metí mi lengua en los huecos entre ellos. Después pasé a la planta con un largo lametón que me permitió saborear un leve sudor salado. Llegué al talón y le di un profundo beso. Tras esto, recorrí con leves contactos el arco del pie hasta llegar de nuevo al empeine.  

Era una curiosa escena: Carmen, una chica guapa y atractiva, tumbada como la diosa que era; y yo, un chico vulgar, a sus pies y adorándola; disfrutando del honor que me había otorgado. Ambos en posiciones muy distintas, pero disfrutándolo al máximo.  

Tras mi repaso general fui recorriendo el pie de forma más aleatoria, disfrutando cada uno de sus rincones. Me hizo pasar al otro pie y lo mimé de forma similar. Tras un largo rato me sacó de mi paraíso.  

  • Josito, deberías irte si no quieres perder el tren.  

  • Sí, claro. Muchísimas gracias, Carmen. Nunca había besado unos pies, y me ha encantado. Me has hecho muy feliz.  

  • Ya lo veo. - Ambos reímos - Pero hay una cosa más.  

  • ¿De qué se trata?  

  • Ahora mismo estarás muy excitado y desearás desfogarte cuando llegues a casa. Pero no quiero que te masturbes, solamente quédate con el recuerdo y vete a la cama directamente.  

  • ¿Cómo? Oye, tengo un calentón enorme y quiero bajarlo.  

  • Antes me has malhablado, y no va a quedar así. Mereces un castigo y he decidido que será ese. Es lo mejor para ti, tienes que aprender modales.  

  • De acuerdo, tienes razón. No lo haré. - Claro que iba a hacerlo, ¿cómo iba ella a impedírmelo?  

  • Así me gusta. ¡Nos vemos mañana!  

Salí y fui a la estación de tren. Durante el viaje fui recordando todo lo que había ocurrido ese día, en especial los últimos acontecimientos. En cómo esa chica había tomado el mando en todo momento y yo no había podido negarme. Pero cuando llegara a casa no estaría ella, y no podría saber lo que hago. Vaya chica más ingenua.  

Llegué a casa y todos estaban durmiendo. Menos mal, porque en caso contrario tendría que haber explicado el gran bulto en mis pantalones. Entré directamente en el baño, me bajé los pantalones y calzoncillos ya manchados de líquido preseminal y me dispuse a empezar a mover mi pene.  

Recreé la situación de unas horas antes, y vi la cara de Carmen cuando me dijo que no me masturbara. Esos preciosos ojos, su hermosa mirada risueña, y esa contagiosa sonrisa. No podía decepcionarla, tenía que cumplir mi promesa. Tras unos segundos de vacile, solté mi pene.  

¿Qué estaba haciendo? Intenté ser racional. No iba a quedarme así sólo porque ella me lo dijera. Tuve una dura lucha interior durante unos minutos, alternando entre momentos dominados por mi lujuria con fuertes agitaciones; otros de sumisión y obediencia intentando bajar la erección con agua fría y manteniendo la respiración. Cada vez movía más lentamente mi miembro erecto, y fue debilitándose gradualmente. Al final se me quedó "morcillón" (como suele llamarse cuando no está ni en reposo ni erecta), pero yo seguía aún excitado. Me puse el pijama y me fui a la cama.  

Allí seguía recordando momentos, y no me podía creer lo que estaba haciendo. Hasta ahora Carmen había conseguido dominarme cuando estábamos juntos, pero ahora había conseguido doblegar mi voluntad a distancia. Y mientras, yo con un dolor en los testículos que no sabía que existía.