miprimita.com

Mis inicios en la Universidad (2)

en Dominación

Por la mañana me levanté empalmado, apagué el despertador y fui a la cocina a desayunar. Seguía caliente por mi experiencia del día anterior y tenía ganas de hacerme una paja, pero decidí aguantarme por Carmen. Tampoco quería que mi esfuerzo de la noche anterior fuera en vano. 

De camino a la Universidad fui con mi mochila sobre el regazo todo el trayecto. La erección iba subiendo y bajando por momentos y apenas podía controlarla. Esperaba no tener muchos estímulos cuando llegara a clase. 

Ese día llegué pronto, así que pude entrar el primero. Fue llenándose la clase, y varios chicos se sentaron a mi alrededor, pero yo solo estaba atento a que llegara Carmen con sus amigas. Cuando lo hizo me dio un vuelco al corazón, pero ella me ignoró y fue a otra zona del aula. El chico a mi lado me habló: 

  • Qué buenas están esas pavas, ¿eh? 

  • Sí, son bastante guapas. 

  • La mejor es la del medio. Me han dicho que va contigo en las prácticas, ¿es verdad? 

  • Sí, estamos juntos. 

  • Tío, menuda coña tienes. ¿Os habéis liado? 

  • No, aún no ha habido ocasión. Pero lo tengo en mente. - Reí. 

  • Pues date caña, porque a esta se la calza algún cachas en nada. Y no le veo pinta de tener muchas luces, seguro que tú tuviste que hacer lo que había para hoy. ¿Me equivoco? 

  • Bueno, ella tuvo que irse un rato por un asunto, pero por lo general trabajamos los dos. 

  • La muy guarra lo tendría ya planeado. No seas pagafantas y ponla firme. 

Él tenía razón, ella me estaba utilizando. Y yo no conseguía impedirlo. Pensé que tenía que buscar la forma de cambiar la situación y volver a controlar mi vida. Empezó la clase y atendí a las explicaciones del profesor, increíblemente conseguí concentrarme. La siguiente asignatura la impartíamos en un laboratorio, así que nos fuimos al aula correspondiente. Los sitios estaban asignados según el orden de los grupos, y como el nuestro fue el último en formarse nos tocó al final. 

Llegué y Carmen ya estaba sentada. Empezó a hablar: 

  • ¿Qué tal estás, Josito? 

  • Tengo un calentón tremendo que me dura desde ayer. 

  • Pobrecillo, qué mala he sido. Así que no te has masturbado. - Mientras lo dice me empieza a acariciar suavemente el muslo. 

  • No, no lo he hecho. 

  • Ya lo veo, qué rápido te has empalmado. ¿Y por qué no lo has hecho, si yo no estaba para saberlo? 

  • La verdad es que pensaba hacerlo, pero al final no pude: me dijiste que no lo hiciera, y no habría estado bien. Pero tengo un montón de ganas. 

  • Estoy muy contenta, pronto comprobarás que es lo mejor que podías hacer. - Me guiñó el ojo y prestamos atención al profesor, que estaba a punto de empezar la clase. 

Al ser el primer día de laboratorio no hubo demasiado trabajo y acabamos antes de tiempo. Por ello, apagaron las luces y a los que quisimos quedarnos nos pusieron un vídeo de unos alumnos del año anterior que explicaban la asignatura. Carmen empezó a acariciarme un poco más arriba que antes. 

  • ¿Te gustaría que siguiera subiendo? 

  • Si luego puedo aliviarme, me encantaría. 

  • Claro que sí. Ya has aprendido la lección. - Continuó tocándome por encima el paquete un rato. 

  • Vale, tengo que ir al baño ya, que me corro. - Estaba casi en el orgasmo. 

  • Puedes ir ahora, me parece bien. Pero si esperas un poco y vienes luego a mi casa, yo te haré gozar. - Dijo con una sonrisilla. 

  • ¿Me lo estás diciendo en serio? No sé si puedo aguantarme. 

  • Por supuesto. Tú eliges. 

  • Vale, me quedaré. 

  • Sabía que lo harías. - Dijo, sintiéndose superior - Tienes que aguantarte sin eyacular. Si no, no vale. 

Qué mal me lo estaba haciendo pasar. Yo intentaba bajar la erección manteniendo la respiración, y después traté de no hacer contacto con los pantalones ni estimularme de ningún modo. Pasé el resto del día concentrándome en las distintas materias, y al final de la última clase suspiré aliviado: lo había conseguido. No sabía si me haría una paja, mamada o íbamos a follar, pero todas las opciones eran buenas. Y si tenía suerte podría haber de todo... 

Me dirigí a Carmen y le dije con expresión triunfal: 

  • Bueno, te toca lo prometido. Vámonos ya. 

  • No, hoy voy a comer aquí. He quedado con las chicas. 

  • No, por favor. No sé si puedo aguantar mucho más y me muero de ganas. - La miré horrorizado. 

  • No seas plasta, Josito. Come con nosotras y las conoces. ¿No quieres comer con tres tías buenas? 

  • Vale, como quieras. - Dije, abatido. 

Nos vimos con ellas y me las presentó: una se llamaba Sheyla (la que me pilló mirándole los pies a Carmen): era una chica colombiana. Pelo moreno ondulado, ojos también negros y una piel aceitunada característica de los sudamericanos. Era guapísima, aunque no tanto como Carmen. Su cuerpo no estaba tan definido, pero tenía unas tetas y un culo más grandes. 

Gloria era pelirroja con piel clara y pecas. Su aspecto era más aniñado, y parecía la más tímida de las 3. Su cuerpo estaba bien proporcionado, pero sin grandes cualidades como sus dos amigas; eso sí, era muy hermosa, y tenía un encanto especial. 

Empezamos a hablar y me contaron que las tres venían de fuera: Sheyla y Gloria en un piso compartido entre ellas y Carmen en el suyo propio (aunque esto ya lo había deducido). Se conocieron a principios de septiembre en las fiestas antes del curso y desde entonces eran amigas. También les hablé yo un poco sobre mí. Además, intercambiamos números. 

En cierto momento, empecé a notar un pie tocándome la pierna. Era de Carmen, que me lanzaba una sonrisa pícara. Me empalmé inmediatamente, y el roce con el pantalón me excitó aún más. Su pie subió hasta la rodilla y fue recorriendo mi extremidad; me quedé inmóvil y temblando. Ellas lo notaron: 

  • ¿Qué te ocurre, Paco? ¿Estás bien? - Preguntó Gloria, preocupada. 

  • Eh... sí, gracias. - Carmen rozó un momento mis testículos, y me quedé al límite - Por favor, Carmen, para. 

  • ¿Qué pasa Josito? ¿Te ponemos cachondo? - Hizo una pose provocativa, mordiéndose el labio inferior y mostrando algo de escote. Fue la gota que colmó el vaso. 

Mientras ellas reían con su ocurrencia, me llegaron los espasmos. Me quedé con la boca entreabierta y tuve que morderme la mano para no gemir. Por suerte no llamé la atención fuera de la mesa. Pero ellas sí se habían dado cuenta. 

  • ¿Paco, te has... corrido? - Preguntó Gloria en voz baja. 

  • No puede ser, es imposible. Sheyla, que estaba a mi lado, tocó mi pantalón por la entrepierna - ¡Dios mío, está húmedo! 

  • Por favor, no gritéis. - Susurré avergonzado - No quiero que se entere todo el mundo. 

  • Josito, no lo has conseguido, una lástima. No has cumplido tu parte del trato, así que se anula. - Me miró con cara de decepción. 

Fui al baño intentando que nadie me viera. Allí me quité los calzoncillos y limpié el pantalón lo mejor que pude. Salí, me miré al espejo y rompí a llorar. Había desaprovechado una oportunidad estupenda con Carmen que probablemente no se repetiría; además, había hecho el ridículo delante de Sheyla y Gloria, que me verían como un pardillo eyaculador precoz.

 

Cuando volví a la cafetería a por mis cosas, en mi sitio se había sentado otro chico que debía ser de otra carrera, porque no lo había visto antes. Hablaba muy animado con las chicas, y no me gustaba un pelo. 

  • ¡Josito, te has dejado tus cosas! - Carmen me las dio - Bueno, mañana nos vemos. 

  • Sí... Adiós. - Parecía que quería librarse de mí. 

  • Yo voy a por un libro a la biblioteca - anunció Gloria. 

  • Yo me voy a casa, estoy cansada. - Decidió Sheyla - Te acompaño, Paco. 

Y de esta forma se quedaron Carmen y el chico solos. Esperaba que no tuviera mejor suerte que yo, aunque eso era difícil. Al salir de la cafetería me preguntó Sheyla: 

  • ¿Pero qué ha sido eso? Oye, podrías llevar pañales para adultos. - Se reía, burlona. 

  • Bueno, ¿qué pasa? ¿Has venido a cachondearte? - Estaba ya bastante cabreado. 

  • Mira, es que nunca había visto algo así. Ha sido realmente patético. 

  • Oye, cállate. Ha sido porque tu amiguita llevaba calentándome desde ayer. Normalmente duro mucho más, y cuando quieras te lo demuestro. - La desafié. 

  • ¿Qué tú me lo demuestras? ¿Me has visto bien? ¿Te has visto a ti? Si chasqueo los dedos tengo a tres chulazos peleándose por mí. No te tocaría ni aunque fuéramos las dos últimas personas en el mundo. - Declaró orgullosa. 

  • Si sólo quedáramos nosotros dos, nadie podría impedirme hacerte lo que quiera. - Ya me había humillado bastante, a ver si se le bajaban los humos. 

  • ¿Eso crees? Vente a mi piso y hacemos una pelea. Quien gane podrá obligar al otro a hacer lo que quiera durante el resto del día. ¿Qué te parece? 

  • ¿Que qué me parece tener una esclava sexual? Estupendo, trato hecho. 

Y nos dirigimos a su casa. Yo no soy un gran forzudo, pero tenía suficiente masa muscular para ganar a una mujer media. Y ella era una chica más baja que yo y bastante delgada. No podía perder contra alguien a quien sacaba como mínimo 15 kilos. Era perfecto, iba a beneficiarme a esa tía tan buena como quisiera e iba a bajarle un poco el ego, que le venía bien. 

Llegamos, y me preparé para una batalla cuyo resultado iba a ser determinante en mi vida.