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A Paco y a María ya los conocéis. Os los cruzáis a diario pero jamás os habéis fijado en ellos porque son gente común. María es ama de casa. Ronda los 60 años. Lleva el pelo corto característico de su edad, la cara limpia de maquillaje y suele llevar vestidos modestos. Sale a la calle a diario a hacer la compra. Poca cosa porque vive sola con Paco, su marido. Ya que sus hijos hace años que marcharon de casa. Usa gafas para ver de cerca, mientras cose por las tardes con la tele de fondo.  Paco está jubilado. Lo habréis visto a media mañana, camino hacia el bar. Allí se pasa el día entero, entre vasos de vino, cafés y partidas a las cartas con sus amigos de siempre.

 

Cuando María escucha el ruido de las llaves en la puerta de casa, reza para que su marido no venga bebido. Porque sabe que cuando bebe, no quiere otra cosa más que sexo. Paco se dirige directamente al dormitorio, murmurando un escueto "Hola" y allí se descalza, se quita los pantalones y la camisa y se dirige al salón, donde se sienta en su desvencijado sillón favorito. María le recorre con la mirada. Mira su gruesa cara colorada por el alcohol, su camiseta sin mangas por la que asoma un abundante pelo en el pecho. Una inmensa barriga fruto de la vida sedentaria y de los años pasados sentado en la cabina del camión. Sigue bajando la mirada y el bulto que adivina en sus calzoncillos manchados de orina, le indica que viene cachondo del bar. Lleva cuarenta años con él, como para no saber lo que quiere sin que sea necesario cruzar una sola palabra.

 

Dócilmente se arrodilla ante él. Sabe de lo violento que puede ponerse si no accede a sus caprichos. Le coge uno de sus pies y comienza a masajearlo. No le molesta el olor, ya está acostumbrada. Sólo quiere que todo acabe rápido. Mientras le masajea la planta del pie, se va desabrochando el vestido y quitándose el sujetador hasta quedarse con el torso desnudo. Sabe lo que le gusta y no quiere contrariarle en nada. Paco sube su pie por el pecho de su mujer. Se entretiene pasando la planta por sus grandes tetas caídas. Le gusta jugar a tratar de meter el oscuro pezón entre los dedos. Tras unos segundos, que a María se le hacen eternos, sube su pie hasta su cara. María saca la lengua y comienza a lamer. Con la primera lamida, Paco jadea. Y cuando María comienza a chupar su dedo gordo, Paco saca su polla y comienza a acariciarse lentamente, disfrutando el momento.

 

Con el pie metido en su boca y la visión de su viejo marido despatarrado ante ella, mientras se pajea, no puede evitar excitarse. Su coño le arde. Con gusto metería su mano entre la tela de sus bragas y se acariciaría, pero Paco jamás se lo permitiría. "Eso lo hacen las putas", le diría.

 

Paco no puede más y comienza a pasarle los dos pies por la cara. No trata de humillarla. Simplemente es su mujer, siente que es de su propiedad y sólo busca su propio placer. María saca la lengua y reparte lamidas según van pasando los pies de su marido por su boca. Por un momento Paco deja de pajearse, se incorpora y comienza a sobar las grandes tetas de María, mientras termina de despojarse de sus calzoncillos y camiseta. Agarrándole de los pezones la atrae hacia él. Paco saca la lengua y el aliento a vino inunda el saloncito. Empieza a lamer la cara de su mujer y tras penetrar su boca con la lengua, escupe en su interior. María está acostumbrada a las perversiones de su marido y traga el escupitajo dócilmente. Lo ha hecho cientos de veces antes. Sumisamente María va recorriendo el sudoroso cuello de Paco, y empieza a mordisquear y a lamer sus gruesos pezones. Sabe que eso le fascina a su marido.

 

Paco tiene el glande empapado por la excitación y arrodillándola, se lo pasa por la cara. Inconscientemente está marcando su territorio. Le divierte el rastro que deja su polla en los cristales de las gafas. Agarrándosela por la base, golpea con ella la cara de su mujer, quien completamente cachonda, no puede evitar lanzarse desesperadamente tras ella. Glotonamente chupa el glande, tragándose el líquido preseminal. Se desespera. Quiere inundarse de polla, de su olor y su sabor. Mete su cabeza entre los gruesos muslos de su marido y comienza a chupar sus huevos mientras el olor a sudor le inunda la nariz. Los sujeta con sus manos, mientras trata de metérselos en la boca. Apenas le caben. Ahora empieza a lamer ruidosamente desde la base, entreteniéndose en el frenillo. Sabe que a Paco le encanta sentir la lengua de su mujer en esa zona tan sensible. La descapulla sin dificultad, usando como lubricante su propia saliva. Y se la traga. Levanta su mirada y a través de sus sucias gafas ve a su marido congestionado, gimiendo. María traga, lame, chupa y gime como si no hubiese un mañana. En el pequeño piso de Paco y María, con la tele de fondo, apenas se escuchan los gemidos de ambos y el eco de la mamada. Paco no puede más y levanta las piernas. Las abre todo lo que la edad y el peso le permiten y separándose los glúteos, deja ante María la visión de su ano. Quiere correrse ya y sabe cual es el camino más corto para conseguirlo. María recorre con la lengua el perineo de su marido dirigiéndose lentamente hacia su ano. Apenas siente la ágil lengua de su mujer entre los glúteos, la mano de Paco se dirige a su polla y comienza a pajearse frenéticamente. Tiene su polla empapada por las babas de María y la sensación de la lengua lamiendo y penetrando su ano, le llevan al cielo. Nada le puede causar más placer. En apenas unos segundos siente que va a eyacular. Saca la cabeza de su mujer de entre sus piernas y la dirige hacia su polla, enterrándola en su boca mientras sigue masturbándose. Su mano golpea una y otra vez contra la boca de María, que aprieta la polla de su marido entre los labios, hasta que siente en el fondo de su lengua el primer chorro de esperma. En apenas unos segundos su boca se llena del líquido espeso. No lo traga. No le gusta su sabor. Se limita a acumularlo mientras sigue chupando. En apenas unos segundos la polla de Paco se queda flácida y diminuta, quien la aparta secamente. Paco se incorpora y se vuelve a poner los calzoncillos. Mientras se dirige al dormitorio y si apenas mirarla, únicamente le dice a su mujer "cena tú sola. No tengo hambre".

 

María se levanta. Le duelen terriblemente las rodillas pero en plena excitación ni lo había notado. No contesta a su marido, porque tiene aún la boca llena de esperma. Se dirige hacia el aseo que hay al lado de la cocina mientras se coloca de nuevo el sujetador y se sube el vestido y una vez dentro, escupe el semen en el lavabo. Mientras se enjuaga la boca, se quita las gafas para limpiárselas y levanta la vista hacia el espejo. Se ve sofocada por la reciente sesión de sexo. Pero no se ve fea. Quizás si se arreglase más, sería hasta atractiva. Al menos lo intuye, porque jamás se lo ha dicho nadie. Ni sus hijos ni mucho menos Paco, su marido. Quien apenas ha tenido una palabra amable en sus cuarenta años de matrimonio.

 

Tras limpiarse las cara, se sienta a orinar. Se siente aturdida aún. Cuando se limpia, se nota mojada. El papel higiénico se deshace entre los empapados labios de su enardecido coño y recuerda su excitación de hace un momento. Por unos instantes vuelve a calentarse y cuando se dispone a acariciar su intimidad, el golpe de la realidad en forma de recuerdo, hace que su lívido se esfume. Una vez más - como siempre - su marido ha usado su cuerpo a su antojo. Su boca, sus tetas y su coño han sido los instrumentos de placer de Paco durante años. Jamás Paco ha procurado el orgasmo de ella, sólo el suyo propio. Encerrada en sus pensamientos, cena sola en la cocina viendo el telediario con las noticias de siempre.

 

Se ducha rápidamente, haciendo desaparecer la humedad de su intimidad con el agua y tras ponerse el camisón, se mete en la cama de matrimonio. Antes de apagar la luz que Paco se ha dejado encendida cuando se durmió y de retirarle el periódico deportivo abierto sobre la cama, María le recorre con su mirada. De joven había sido guapo. Recuerda sus mejillas sonrojarse cada vez que de jóvenes, sus miradas se cruzaban. Su cuerpo temblar la primera vez que bailó con él. El lejano día de la boda. La ilusión de la compra del piso donde vivían. Las dificultades para pagar las letras del camión con el que Paco desaparecía durante días mientras ella le esperaba ilusionada en casa. Los hijos que fueron viniendo y los recuerdos de una vida dedicada por completo a su marido y a sus hijos. Volvió a dirigir su mirada hacia su marido. Calvo, viejo, gordo, descuidado. Y mientras le veía roncar, con la boca abierta, sintió náuseas. Su falta de cariño hacia ella. Ningún beso furtivo sin venir a cuento. Ninguna caricia. Ninguna palabra amable. Y sus celos. Por encima de todo, sus terribles celos. Jamás la había dejado arreglarse más de la cuenta. Paco no soportaba la idea de que nadie se fijase en María. Apenas la dejaba maquillarse si no era para una ocasión especial, como mucho en las sucesivas bodas de sus hijos. "Eso es de puta", le repetía constantemente. Las pocas veces que salían juntos, no podía quitarse de encima la mirada vigilante de su marido. Escudriñando a su alrededor, por si algún hombre osaba dirigir la mirada hacia María. Y cuando le sumía la terrible tristeza de ser consciente de haber desperdiciado su vida entera, le vino a la mente esa mirada fugaz que la turbaba cada vez que compraba fruta en el mercado. Tras el brillo de la amable mirada del nuevo dependiente, María había adivinado deseo. Ese hombre, del que desconocía su nombre, le atraía. Hasta hace unos segundos, jamás se le hubiese ocurrido pensar en ello. Pero ahora, por un momento volvió a sonreir y sus mejillas volvieron a sonrojarse, como cuando era una cría. Y en ese momento tomó una decisión.

 

Habían transcurrido varias semanas y a Paco no se le quitaba de la mente el extraño comportamiento de su mujer estos últimos días. Se había comprado algún vestido nuevo y la notaba más sonriente. Mientras volvía a casa, después de la partida en el bar, aún le duraba el cabreo de esa misma mañana, cuando la descubrió maquillándose antes de salir a hacer la compra. "Puta", la llamó. "¿Dónde crees que vas a salir con esa pinta de puta?".

 

Cuando entró en casa, vio todas las luces apagadas. "La muy zorra se habrá acostado sin hacerme la cena", pensó. Pero no, no estaba en la cama. La llamó a voces sin ningún resultado. "¿Dónde cojones está?". Su cabreo iba creciendo, hasta hacerse insoportable. No cabía duda de que había salido. La llamó por teléfono y lo tenía apagado. Cerró la puerta con llave y puso el pestillo, con la intención de que cuando volviese su mujer, no pudiese entrar en casa. Sonrió ante la perspectiva de su mujer durmiendo en el rellano cuando volviese. Pero no volvió. Cuando Paco despertó por la mañana, recordó que nadie llamó a la puerta, no tenía ninguna llamada en su teléfono. Abrió el armario de María, temiéndose lo peor y en él solo encontró en olor del perfume que ella usaba y que le regalaban sus hijos cada Día de la Madre. Ni rastro de su ropa ni de sus cosas. Volvió a llamarla y continuaba con el teléfono apagado. Llamó a sus hijos, pensando que se habría ido con alguno y ninguno sabía nada de ella. "Ya volverá la muy puta", se dijo a sí mismo. Pero no volvió.

 

Una mañana le despertó el sonido del timbre. Paco se levantó pesadamente, maldiciendo. Se puso una bata y abrió la puerta sin mirar. No era María. Simplemente era el cartero que le traía un paquete. Firmó el albarán y una vez volvió a estar solo, comprobó extrañado su contenido. Era un DVD y una nota doblada. La abrió y en ella vio una escueta frase que decía "Ya soy feliz. María". "¡Puta!" gritó. "Toda mi puta vida trabajando como un animal para que viviera como una reina y la muy zorra se va de casa. Que se joda". Dejó el DVD y la nota encima de la mesa del recibidor, se vistió y se fue al bar.

 

Regresó a casa pasado de copas, como venía sucediendo a diario desde que María se marchó. Cuando iba a arrojar las llaves de casa sobre la mesa de la entrada, vio el disco que le había llegado esa mañana y al que apenas había hecho ningún caso.

 

Puso el DVD, arrojó sus zapatos y se dejó caer pesadamente en su sillón. En cuanto pulsó al "play" del mando vio aparecer a su mujer en la pantalla de la televisión. Parecía distinta. Más joven. Estaba realmente guapa. Entonces se fijó en los detalles. Estaba sentada en una cama deshecha y alguien estaba colocando la cámara frente a ella. Llevaba puesto un camisón transparente a través del cual se veía perfectamente sus grandes tetas y no paraba de reirse mirando hacia el que grababa la escena. Una vez la cámara se quedó quieta, lo que le hizo suponer a Paco que la habían dejado encima del algún mueble, vio salir en pantalla la espalda de un hombre completamente desnudo, caminando hacia su mujer. Le impactó la oscuridad de su piel. "¿Qué hace la zorra de mi mujer con un puto negro en pelotas?", pensó Paco completamente paralizado por la escena que estaba viendo. Entonces le vio gateando hacia la cama donde estaba María y vio como la besaba. Vio perfectamente como la gruesa lengua del nombre entraba en la boca de ella y como María la atrapaba, chupándola. Las manos de él recorrían el pecho de su mujer, amasando suavemente sus tetas. Mientras continuaban retorciéndose las lenguas, las yemas de los dedos de él apartaron delicadamente uno de los tirantes del camisón y tirando de él hacia abajo, dejó al descubierto una de sus tetas, que siguió acariciando. Esta vez sin ninguna tela que le estorbase. Poco a poco el hombre fue recorriendo con besos la distancia que le separaba hasta el pecho de la mujer. Cuando atrapó el pezón con su boca reconoció al hombre que estaba con su mujer en la cama. Era un marroquí de unos 50 años que llevaba unos meses trabajando en el puesto de frutas al que solía ir su mujer. Lo recordaba porque alguna vez le había reprochado a María que le comprase la fruta a "un moro" y ahora le veía amamantándose de la teta derecha de su mujer. María gemía con los ojos cerrados, respirando agitadamente, mientras pudo ver la teta derecha brillante por la saliva del hombre, que ahora bajaba lentamente su lengua en dirección a sus muslos. Vio como la oscura mano del hombre levantaba el camisón y apartaba la braga, dejando el coño de su mujer a la vista de la cámara. "¡La muy puta llevaba el coño afeitado!" Paco no creía lo que estaba viendo. Le parecía un sueño, una pesadilla de la que no era capaz de despertarse. Entonces vio la lengua del moro recorrer los rincones del coño por el que hace años salieron sus hijos. Jamás se le había ocurrido a Paco lamer a María en "semejante parte". La humedad de una vagina le producía asco y era incapaz de entender como un hombre era capaz de hacer algo así. Los gemidos de María lo devolvieron a la realidad. Jamás había visto a su mujer gozar de esa manera. Mientras veía las piernas de su mujer estrecharse sobre la cabeza de aquel hombre y escuchaba los gemidos y los chasquidos de lengua, lo entendió todo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se dio cuenta de la mala vida que le había dado a su pobre mujer. Había sido un cerdo incapaz de apreciar la compañera que había tenido durante todos estos años. Se torturó viendo la grabación. Cada gemido que punzonaba sus oídos, eran para él parte del castigo que se había impuesto por todos estos años de desprecio con los que había pagado a María. Vio a su mujer corriéndose. Agitándose con la lengua de aquel hombre clavada en su coño. La vio abalanzarse sobre el oscuro pollón y cuando vio en la pantalla como el glande desaparecía en la boca de María, supo que la había perdido para siempre. Su vista se empezó a nublar, mientras vislumbraba como la madre de sus hijos era salvajemente penetrada. Los gemidos se habían transformado en auténticos gritos de placer. A cámara lenta vio a María tumbada con el coño rebosando semen. Como se besaban. Como se acariciaban mutuamente. Como su mujer se volvía a agachar a chupar aquella polla brillante de semen, con qué delicadeza la lamía. Durante unos fugaces segundos y sin dejar de lamer la polla de su amante, María volvió la vista a la cámara y Paco vio en sus ojos que era cierto. María era feliz. En ese momento un terrible dolor llenó el pecho de Paco y supo que se moría. El aire dejó de llegar a sus pulmones y apretando los puños, notó que su corazón se paraba para siempre.

 

Cuando días después la policía entró en la casa de Paco y descubrieron el cadáver, dedujeron que había muerto de un infarto mientras veía porno en la televisión. Sin sospechar siquiera quien era la protagonista de la película.