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El Cómplice 1

en Hetero: Infidelidad

El Cómplice

Llevábamos más de diez años casados y el matrimonio no iba demasiado bien.

Eva no podía tener hijos y eso le causaba un trauma difícil de superar. Ya había estado en varios psicólogos y no lograba levantar cabeza.

Como pareja, congeniábamos bien, era buena compañera y mejor amiga, pero el sexo no era importante para ella y yo no era papaz de despertar en ella demasiado interés.

Yo siempre he tenido muchas fantasías pero Eva no las compartía y siempre acabábamos en lo mismo, un polvo a la semana y a dormir.  

Me iba obsesionando cada vez más la misma fantasía, imaginarme a mi mujer con otros. Amantes dotados que supieran darle a mi mujer lo que yo no era capaz.

Empecé a frecuentar chats y a conversar con gente en parecidas situaciones, algunos con experiencia, y otros como yo donde no pasaban de masturbarse en solitario.

En uno de estos chats coincidí con alguien diferente, culto, con experiencia, con una fuerte personalidad y realmente interesante.

Me sorprendió que fuera de mi misma ciudad y sobre todo, que su interés complementaba al  mío. Lo que realmente buscaba era ser cómplice de maridos para follarse a sus mujeres.

Cuando le confesé con algo de vergüenza que siempre me había imaginado a mi mujer con otros hombres, me dijo que eso era bastante común y que no tenía más que mirar en internet la cantidad de páginas pornográficas donde el tema principal trataba de cornudos o como se dice en inglés, “cuckold”, corneadores y de mujeres sumisas que sucumben a estos.

Era cierto, estuve mirando varias páginas de relatos, videos y contactos donde los maridos ofrecían a sus mujeres a otros hombres.

Decía que los hombres con ese tipo de fantasía teníamos muchas cosas en común, falta de autoestima, pene pequeño, éramos mal amantes, teníamos eyaculación precoz y dejar siempre a tu mujer insatisfecha.

Volvía a tener razón, coincidía exactamente  con mi perfil. Conforme él me hablaba, me iba rindiendo a su arrogancia y a su autoridad. Realmente era un macho alfa.

 

Entonces empezó a interrogarme sobre mi mujer, le dije que tenía 39 años, que se conservaba bien y que no podía tener hijos.

-“mejor para mí, así me la podré follar a pelo”

Ese comentario hizo que se me erizara la piel y de repente, una incontrolable erección.

 Ya daba por hecho que se la iba a follar, tenía tanta seguridad en él mismo y en sus habilidades, que por un momento vi que había una posibilidad de que lo consiguiera.

No entendía muy bien que me estaba pasando, estaba ante alguien que me estaba menospreciando como hombre y sin embargo sentía respeto y admiración por él, aunque supiera que solo me quería como vehículo para follarse a mi mujer.

Nos intercambiamos los correos y seguimos en contacto. Nuestras conversaciones eran cada vez más frecuentes y más profundas. Me tenía aturdido, no podía dejar de pensar en él, en lo que me decía y en lo que quería llegar a conseguir.

El sexo con Eva empezó a ser más intenso, cada vez que lo hacíamos me la imaginaba con otros y eso me proporcionaba una excitación extra que nunca antes había conseguido y eso produjo una reacción en ella mostrándose más abierta y más receptiva aunque cuando terminábamos ella lo olvidaba.

En una de nuestras conversaciones me pidió una foto de Eva y aunque me daba miedo mandar fotos de mi mujer a desconocidos, accedí y le mandé una de cara y otra que le hice en una boda con un vestido muy sexi.

Eva siempre lleva gafas y aunque no es guapa, tiene cara de niña a pesar de su edad. En cuanto las vio dijo,

-Estas mosquitas muertas son las peores, parece que nunca han roto un plato y después son las más putas.

-Quiero follármela ¿me ayudarás?

-¿Por qué crees que quiero ayudarte?

-Porque lo estás deseando, llevamos ya hablando de esto mucho tiempo para que me vengas con gilipolleces.

-¿Me vas a ayudar o no?

-¿Qué he de hacer?

Tenía razón, no paraba de imaginármelo con mi mujer y me acababa de rendir, estaba dispuesto a colaborar.

-Por lo pronto quiero que cada vez que folléis le hables de otros, que se imagine a otros, que le hables de pollas grandes, de machos; que el sexo empiece a formar parte de vuestras vidas con más intensidad y más asiduidad.

Tal como me lo había ordenado, empecé a hablarle de otros, ella se sorprendía y se lo tomaba a broma. Me pareció buen principio ya que temía que se enfadara, pero me seguía la broma. El problema era que para mí ya no era broma.

Aproveché que era principio de verano y vivimos cerca del mar, para llevarla a una playa nudista, una playa discreta donde pudiera hacer topless.

Ya lo había hecho antes y no me costó trabajo convencerla, pero cada vez que pasaba alguien se tapaba.

Como toda playa nudista, ésta también tiene mirones y lo que en un principio podría ser un inconveniente, para mis objetivos era una ventaja. Cuando pasaba alguno que tenía una buena polla, le decía a mi mujer…

-¿Has visto que pollón tiene ese?

Ella se reía y decía…

-¿Qué pasa? ¿Ahora te gustan las pollas?

No sé muy bien porque lo hice pero le dije que sí, que me gustaban para ella.

Ella cambió la cara y me dijo,

-¿esto es una broma verdad?

-Eva, yo te quiero con locura y esto no tiene nada que ver con nuestra relación de pareja, pero sé que no termino de satisfacerte y cada vez pienso en verte con otros que sí lo hagan.

-Pero mi vida, si nunca he protestado y para mí eres suficiente.

-Ya sé que nunca has protestado ¿pero porqué has de renunciar a un placer que nada tiene que ver con nuestro matrimonio? Es solo sexo, nada de amor. Es como si jugas al pádel con otro. Una vez terminada la partida vuelves a casa conmigo.

-Dime la verdad, ¿acaso nunca has llegado a pensar que estabas con otro?

¿Nunca te has masturbado pensando en otro?

-Sí

Nos quedamos callados, esa afirmación me producía una doble sensación, por un lado sentía celos  de que mi mujer se masturbara pensando en otros, pero por otro lado me excitaba terriblemente saber que en el fondo deseaba a otros.

Le sonreí, la besé, empecé a acariciarla y a decirle que me excitaba saber eso, que tuviera confianza conmigo, que dejara a un lado la vergüenza y el pudor y se mostrara ante mí tal y como era y como sentía.

Era la primera vez que hablábamos en serio de ello y tenía miedo, pero me alegré que ella tuviera la confianza de confesarme sus fantasías.

La estaba masturbando fuera de nuestra cama e incluso delante de algún mirón. Estaba como poseída, se contorsionaba, gemía, temblaba y se corría como hacía años no la veía.

 

Estaba deseando contarle a mi cómplice mis progresos, me conecté con la esperanza de verlo. Sentía ansiedad, nervios y satisfacción por haber cumplido con creces las órdenes que me había mandado.

Pero… ¿qué me estaba pasando? ¿Cómo podía estar contento por satisfacer los caprichos de un desconocido que lo único que quería era follarse a mi mujer?

Me paré a pensar sobre lo que sentía por ese desconocido, respeto, envídia y admiración por su seguridad, por su osadía y por su arrogancia. Se atrevía a darme órdenes y lo peor de todo era que me excitaba obedecerlas.

Cuando me saltó el aviso de que se acababa de conectar se me aceleró el corazón y pronto le conté mis progresos, me sentía orgulloso de hecho bien lo que me encomendó y a partir de ahí, él cambió el tono en que me hablaba y me trataba.

-Bien hecho cabrón, te vas a convertir en un buen cornudo.

-Muchas gracias

-¿Me estás dando las gracias? Jajajaja eres peor de lo que pensaba

Entonces me di cuenta de la barbaridad que había dicho, le estaba dando las gracias, entonces quise rectificar y le dije…

-Perdón, no quería decir eso

-Eso es lo peor, que sí querías decirlo, el subconsciente te ha traicionado amigo.

-Ahora quiero que des el siguiente paso, quiero información detallada las rutinas, costumbres y gustos de tu mujer.

-Quiero saber donde trabaja, donde desayuna, donde come, donde toma café.

-Horas de entrada, de salida.

-También quiero que fotografíes todo su vestuario, incluida su ropa interior.

-¿Podrás hacerlo?

-Lo intentaré.

-No es esa la respuesta que esperaba.

-Lo haré.

-Eso está mejor.

-También quiero que tú y yo nos conozcamos, que tomemos café y charlemos, quiero que me des esa información en persona.

Le contesté que me encantaría conocerlo. Me dijo el día, hora y sitio y me recordó que debía seguir hablándole a mi mujer de la posibilidad de follar con otros.

Aproveché la primera ocasión que me quedé solo para empezar a fotografiar la ropa de Eva empezando por la interior. Lo grabe todo en un pen y me dispuse a esperar el día de la cita.

Llegué diez minutos antes de la hora, escogí el rincón más discreto y me dispuse a esperar.

Cuando apareció supe que era él, más joven que nosotros, alto, cuerpo cuidado, muy moreno, elegante, con la cabeza rapada, bastante feo pero con atractivo. Si no fuera por la chaqueta y los vaqueros de marca, hubiera desconfiado de él.

Charlamos bastante rato, él hacía preguntas y yo las respondía. Lo quería saber todo de mí y de ella y yo le iba facilitando toda la información que me pedía.

 

-¿Te has preguntado por qué haces esto?

-La verdad es que sí

-Y entonces?

-No lo sé.

-Sí que lo sabes pero te lo voy a decir yo, porque soy todo lo que tú no eres, porque tengo lo que tú no tienes

-Y porque ahora tengo en mis manos lo que tú más quieres.

-Y la tengo porque tú me la vas a entregar.

Asentí bajando la cabeza y comprendiendo que estaba allí para entregársela.

 

Pagamos y cuando nos disponíamos a salir me dijo…

-Ven quiero enseñarte algo.

Le seguí y cuando entró en el servicio me preocupé. No sabía que pretendía. Abrió uno de los reservados y me dijo que pasara. Miré a ambos lados por si había alguien y pasé.

 

Una vez dentro me dijo al oído…

-Quiero que veas lo que muy pronto volverá loca a tu mujer.

Se desabrochó el cinturón, se abrió el vaquero y se la sacó.

Cuando se la vi, un escalofrío recorrió mi cuerpo, realmente era hermosa, grande, muy grande. Bien formada, estaba rasurado y tenía unos huevos enormes.

Me ordenó que me sentara en la taza del wáter y después me dijo que se la acariciara. Nunca había tocado la polla de otro hombre, pero esta la deseaba.

Estaba caliente, pesaba en la mano y crecía cada vez más. Una vez estaba erecta, me dijo…

-Bésala.

Obedecí y se la besé, sentía una verdadera adoración por ese miembro.

Me paró y me ordenó que me sacara la mía. Cuando lo hice se rió al verla y me dijo…

-¿Entiendes ahora porqué tu mujer me ha de pertenecer?

-No la mereces.

 

Entre toda la información que le di, le dije que ella trabajaba en un despacho con otra compañera y por lo tanto no podían salir las dos juntas a desayunar.

Le dije la hora y el sitio donde va todas las mañanas.

-Ya tengo por dónde empezar, es cuestión de tiempo y sé tener paciencia.

A los pocos días me dijo que ya había conocido personalmente a mi mujer. La había esperado en la cafetería y que solo había tenido un pequeño intercambio de palabras. Intranscendentes pero simpáticas y suficientes para cuando la volviera a ver, entablar una conversación.

-Tu mujer está muy buena amigo, cuanto más la miro, más ganas tengo de fallármela.

 

Sentí miedo, pensé que había llegado demasiado lejos y que ahora había perdido el control. Él ya sabía muchas cosas de ella e iba a por todas.

Pasaban los días y me iba contando sus progresos. Iba teniendo más confianza con ella y poco a poco iba seduciéndola. Ya se sentaban juntos a desayunar y lo que más me preocupaba era que mi mujer no me contaba nada.

Él me decía que esa era la mejor señal para pensar que ella era consciente de que estaba haciendo algo que no debía.

Pasaba el tiempo y notaba que cada vez se arreglaba más para ir a trabajar. Algo estaba pasando en su cabeza.

Me jodía que todos los días desayunara con él y no me contara nada, le preguntaba aposta que tal le había ido el día y siempre me decía igual, como todos los días.

Precisamente había sido yo el que había propiciado la situación y ahora estaba realmente acojonado, pero muy excitado, no lo podía evitar.

 

-Amigo, hemos llegado al momento más transcendente, ahora necesito que le des el último empujón.

-Este fin de semana quiero que vuelvas a sacar el tema y le repitas que deseas verla con otros.

-Llévala otra vez a la playa y no me defraudes.

 

Siguiendo sus órdenes, nos fuimos a nuestro rincón en la playa nudista y allí volví a hablarle.

Mirándome muy seria me dijo…

-¿Realmente quieres que folle con otro?

-Sí.

La besé y empecé a acariciarla y a masturbarla. Sabía que los dos estábamos pensando en el mismo hombre, en la misma polla. Sentía que ella acababa de tomar la decisión.

Continuara...