miprimita.com

Siempre he estado desnudo

en Amor filial

Desde que mis recuerdos alcanzan, siempre he sido un poco exhibicionista. En la mayoría de las fotos que hay en mi casa estoy desnudo y pocos son los momentos de mi infancia en los que me vea con ropa. Esto no es algo hereditario ni aprendido por parte de mis padres, puesto que siempre me han reprendido por mis instintos nudistas y hasta me ponían un candado en el cinturón. Tal vez por ello me encantaba ir a casa de mi tia Carmen, una mujer de 60 años a la que siempre le agradó mi desnudez y, de hecho, la fomentó durante años.

Aún recuerdo los veranos que pasaba en su casa cuando mis padres se iban de vacaciones. Cómo esperábamos pacientemente a que todo el mundo se fuese e inmediatamente, con una sonrisa, ella sacaba la llave de mi odioso candado y me desvestía. Recuerdo ese agradable momento en el que el frescor del aire acondicionado refrescaba mi cuerpo y cómo respondía con un movimiento que mi tía llamaba “el baile del soldadito”. Tras eso, ella siempre insistía en bañarme, cosa que yo aceptaba de muy buen grado y secaba todo mi cuerpo sobre su gran cama. A partir de ahí, todo era vida normal. Comíamos, veíamos televisión, jugábamos… y todo lo hacía desnudo. Pero lo mejor venía por las noches. Mi tía me llevaba en brazos a la cama, me tumbaba y me contaba una historia en la que “mi soldadito” siempre era el protagonista. Sobre mi piel, ella dibujaba un mapa y agarrando mi pequeño pene, lo movía de izquierda a derecha, mientras le ponía voces. Así, mi pene atravesó mundos legendarios en los que, normalmente, una horrible criatura interpretada por ella le terminaba engullendo por unos instantes. Era un momento mágico. Nunca movió la lengua y nunca estaba más que unos segundos con mi soldadito dentro de su boca, pero… me encantaba. Deseaba que llegase esa parte de la historia y creo que ella siempre lo supo.

Pasaron los años, pero nuestros veranos siempre eran iguales. Ella fue la que me explicó todos los cambios que sufría mi cuerpo y me hizo entenderlos de manera muy simple y amistosa, por lo que el pudor de mi adolescencia nunca interrumpió mis vacaciones nudistas. Fue así cuando a los doce años, mi tía me preguntó si me importaría que invitase a unas amigas suyas a pasar la tarde con nosotros. Varias veces durante los años que pasé en casa de mi tía, algunas de sus amigas vinieron a casa y me saludaron con gran efusividad, pero debido a mi corta edad no les hice mucho caso. Ahora ya entendía que la gente no suele estar muy de acuerdo con la desnudez, por lo que entendí que en una reunión como esta, tendría que vestirme. Pero mi tía tenía otros planes… Me propuso un juego: yo podría continuar desnudo toda la velada, sólo si hacía de mayordomo para ellas. Tendría que recibirlas a la entrada, recoger sus bolsos, llevarlas hasta el salón, poner el café… así hasta que se fuesen. No tardé mucho en aceptar la proposición y por primera vez en mi vida, sentí que mi, ahora, “soldado” daba un pequeño bote de alegría.  

A las 4 de la tarde, mi tía insistió en ducharme y esta vez perfumó mi pene con una colonia. Empecé a sentirme un poco nervioso, porque ví en mi tía una mirada que nunca antes había visto. Mi tía me había comprado una pajarita, que me abrochó al cuello y me llevó a esperar a sus amigas frente a la puerta. “Una cosa más, dijo” - hoy, no está permitido que hables. “Pase lo que pase, tienes que mantenerte callado. Si hablas… te vistes y te llevo a casa”. La voz y la forma con la que me lo dijo, produjo en mí algo que nunca antes había pasado, una erección, justo en el instante en el que llamaban a la puerta. Mi tia abrió y dejó pasar a sus amigas. Yo no sabía dónde meterme y fue ahí cuando mi tía dijo:

 

 

  • “Mirad que suerte, mi mayordomo os recibe contento por primera vez”.

Una por una, las tres mujeres fueron entrando y mirándome con una sonrisa muy agradable en la cara. Hubo un pequeño silencio, sólo cortado por la señora Sara, quien acercándose a mi me dijo:

  • “Eres un mayordomo muy guapo. Encantado de conocerte”

Y estirando la mano, estrechó mi pene, mientras me daba un beso en la frente. Una por una, todas hicieron lo mismo, mientras dejaban el bolso en mis manos, hasta que finalmente mi tía las hizo pasar. Yo estaba en el éxtasis. Estaba desnudo, delante de cuatro mujeres, a quien no sólo no les importaba que estuviese desnudo sino que… aparentemente contaban con ello. Viendo mi asombro, mi tía se acercó a mí sonriendo y dijo:

  • “¿Te gustan las fiestas de la tia Carmen?”

Sonriendo, asentí con la cabeza y ella me respondió con otra sonrisa picarona. Me agarró del pene y tiró de mí hacia la cocina.

  • “Ahora sirve el café y llévanoslo al salón.”

Mi tía me quiso poner un delantal, pero dado mi “estirón” decidió hacerle un hueco con las tijeras para que pudiese sacar mi lanza por ahí. De esa guisa aparecí en el salón, donde las amigas de mi tia me aplaudieron. Comencé a servirles el café y ellas lo agradecían tocándome lo que más les apetecía. Me acariciaban el pene, me apretaban las nalgas… incluso una deslizó su dedo por mi trasero, ante las risas de todas. Yo disfrutaba de todas aquellas nuevas sensaciones y me dejaba hacer sin abrir la boca y así seguía el ritual durante toda la tarde. Cuando se fueron, mi tía me besó en la frente y me llevó a la ducha. Allí me sacó el delantal y mientras me limpiaba el cuerpo, me dijo que ya podía hablar de nuevo. Me preguntó si me había gustado la experiencia y le dije que me había encantado, que había sentido cosas que nunca había experimentado, pero que me dolía un poco el pene por todas las horas duro. Ella me agarró a mi soldado y mirándome fijamente, comenzó a masturbarme.

 

 

  • “A partir de ahora...” - me dijo - “...vas a ser mi mayordomo en todas las fiestas de mis amigas. ¿Quieres?”.

Rendido a sus toqueteos, acepté con gusto, hasta que todo un escalofrío recorrió mi cuerpo. Mi tía se chupo los dedos y me dijo que lo había hecho muy bien. Me secó y me llevó a la cama, prometiéndome otra fiesta pronto.

  • “Tía” - dije yo - “¿Soy el único mayordomo de tus amigas?” - pregunté.

  • “No” - respondió ella - “Pero si te portas bien, un día serás el de todas.”