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El chico del 4ºA

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Soy la chica del apartamento 4ºC, vivo sola con mi perro y soy antisocial. Hay un chico en el 4ªA, justo enfrente, que todas las mañanas sale a correr. Me gusta, me gusta mucho, pero no me atrevo a dirigirle la palabra. Tampoco él se fijaría en mí ni me hablaría, pasaría totalmente de largo, ignoraría a la chica de la puerta de al lado, nada llamativa, nada social. Sale de casa con una puntualidad digna de un británico: a las 8 de la mañana. Así que me he propuesto madrugar como él para verle. Al principio, abría tímidamente la puerta de casa y le veía pasar, con sus zapatillas Nike, sus pantalones de ciclista negros, su camiseta blanca y sus Rayban. ¡Todo un monumento andante! Bajaba las escaleras y le perdía de vista enseguida, pero en esos segundos me daba un vuelco el corazón. Luego volvía a la cama y soñaba despierta con él.

A su regreso, sobre las 9.30, volvía a la puerta a asomarme y lo veía pasar otra vez. Llegaba siempre silbando. Adivinaba sus pasos porque oía el sonido de sus llaves, jugaba con ellas antes de llegar al portal. ¡Lo que daría por ser yo esas llaves!

Esa fue mi rutina matutina diaria durante largos meses. Hasta que un día decidí dar un paso más.

A días alternos, hacía como que coincidía con él en el ascensor. Mi perro no sé cuántas veces llegó a salir a pasear, llegó a ser mi excusa barata para “salir”. “Es que mi perro tiene siempre mucho pipí y popó”, pensaba como pretexto. Pero daba igual lo que planeara, estaba más que confirmado: no me saludaba, me miraba de abajo a arriba, inclinaba la cabeza y miraba al techo. Yo me tapaba al instante mi cicatriz del pecho, igual me la había visto un poco y le asqueaba y por eso apartaba la vista. Como fuere, en cuanto se abrían las puertas del ascensor, se iba sin inmutarse siquiera. Sin más, era un cero a su izquierda, no tenía (ni tengo) ninguna posibilidad.

Yo, en cambio, sí me fijaba en él: es guapo, moreno, como de 1.85 de estatura y de complexión atlética. Yo no es que sea muy bonita, pero soy mona y alta también, morena como él aunque claro, tímida patológica y de semblante serio. Mi piel blanca tampoco es que ayude al lado de su moreno de piscina. ¿Cómo iba a fijarse en mí? Seguro que él es de esos chicos que les gustan las mujeres atrevidas, llamativas, exuberantes... Pibones.

Aun así, seguí con mi rutina matutina y mis "encontronazos" descarados en el ascensor.

Hasta que llegó la Navidad.

Empecé a recibir visitas de familiares que me impidieron ver al chico del 4ºA cada mañana como yo quería. Siempre me retenía alguien: que si mi madre me pedía tal cosa o mi hermano aquello. Me tenían ocupada; el resto del año sola y en dos semanas de fiestas me ponían tarumba la cabeza. Pero era lo que tocaba. Tenía el árbol listo, los regalos a punto, la carta a Papá Noel escrita y toda la comida preparada. Iban a ser unas Navidades exquisitas.

Y lo fueron hasta el último día. Cuando mi familia ya se marchó, en año nuevo, mi rutina volvió a la carga. El 1 de enero es un día para mí triste porque, de la fiesta de Nochevieja anterior, es fácil que todo el mundo no madrugue el primer día del año. Y mi chico del 4ºA tampoco madrugaba.

Así que me entró una pequeña depresión. Estuve toda la santa Navidad sin verle y todo apuntaba que sería igual, mínimo hasta Reyes. Tenía muchas ganas de volver a coincidir con él, en el ascensor o el rellano de la escalera. Y también volver a verle pasar por el portal de casa a través de un resquicio de mi puerta. Me contentaba con poco. Pero mi chico del 4ºA no aparecía, tendría que aguantarme y esperar a que acabasen las fiestas. ¡Valor, solo eran unos días!

El día de Reyes llegó, mis regalos esperaban bajo el árbol. "Era difícil que me trajeran a mi chico", pensaba para mis adentros. Pero sin ganas me dispuse a desenvolver los paquetes: mis ansiadas gafas de sol graduadas que tanto quería desde hace años (por cortesía de mi hermano) y un conjunto de ropa interior sexy de color negro (por cortesía de mi madre). "Ayy mamá, qué ingenua eres", pensé. “Claro que si mi chico del 4ºA fuera mío, no me importaría enseñárselo a él”. ¡Basta!, fuera pensamientos impuros en estos días...

En ese instante sonó el timbre. Miré por la mirilla, pero no había nadie. Abrí la puerta casi con un absurdo miedo, pero con la misma curiosidad con la que veía a mi chico, asomando apenas la nariz, y ahí estaba: un paquete sobre el felpudo. Venía con una carta que decía, "Para mi chica del 4ºC". Me lancé a abrir la carta y leerla, en la misma puerta, y decía:

"¡Hola! Ninguno de los dos conocemos nuestros nombres, pero te veo la mayoría de los días, cuando salgo a correr. No te he felicitado la Navidad ni el Año Nuevo; te he visto con tu familia que no pensé que quisieras la felicitación de un desconocido. Vivo en el 4ºA, soy tu vecino de enfrente. Nunca tengo el valor de hablarte, pero pienso que eres muy bonita, me gustan tus curvas, también la forma en que te sonrojas cuando me ves en el ascensor, aunque me haga el despistado. Tu piel me recuerda a las nubes, tu pelo negro combina con tus ojos, y ya todo eso me encanta. Me he dado cuenta de que ocultas tu cicatriz del pecho. No tengas vergüenza. Las cicatrices son batallas de guerra y hay que llevarlas con orgullo. Yo quisiera besarlas. Quisiera besarte. Quisiera poder decirte que me gustas. Me encantaría conocerte más, si es que quieres. Ven a verme, también estoy solo. ¡Feliz Año Nuevo, preciosa! Atentamente: El chico del 4ºA".

¡Guau! No podía creer lo que había leído. ¡Toda una declaración del chico de mis sueños! No pensé más ni esperé a nada. Pitando salí a tocar el timbre del 4ºA. Lo que esperé allí de pie en su portal, descalza como iba, me pareció una eternidad. Me dio tiempo hasta de admirar el angelito que tenía colgado en la puerta y que tan feliz tocaba lo que parecía ser una trompetilla. Justo cuando empezaba a ladear la cabeza ante la monería de aquella figurita, se abrió la puerta y ahí estaba él, por fin, cara a cara, frente a mí y sin miramientos: el chico del 4ºA, mi chico. Sonreí tímidamente y enseguida me percaté de mi cicatriz, ocultándola con una mano. Me puse más roja aún y me miré los pies descalzos; de la ilusión de su carta ni pensé que iba sin zapatos. Él enseguida me cogió por la barbilla y me apartó la mano del pecho. Llevaba un jersey fino de escote en V que dejaba entrever mi cicatriz. Me sonrió al verla, una sonrisa limpia acompañada de una mirada igual de nítida, pero nada juiciosa. No supe qué decir, tan solo zarandeé la carta que me escribió y exclamé: "¿Así que sabes que te miro cada mañana cuando sales a correr?" Intenté verbalizar algo más coherente, pero enseguida calló mi travieso balbuceo con un beso. Mientras me besaba me agarraba por la cintura con una mano y con la otra me quitó la carta. Era un beso apasionado, fogoso. No me lo esperaba, pero cuando terminó de besarme me dijo: "Me alegro que hayas venido. Feliz Año Nuevo, preciosa". Y volvió a besarme, arrastrándome al interior de su casa.

Gracias Reyes Mayos por traerme un regalo como este, el amor de mi chico, el amor del chico del 4ºA.