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Yo soy Ana

en Voyerismo

Hola. Me llamo Ana, aunque en la oficina todos me llaman Anita. Bueno, decir “todos”, quizás sea algo exagerado. La mayoría de la gente que trabaja conmigo ni siquiera sabe que existo. Pero eso no me importa, en absoluto. Es más, es algo que me viene muy bien para poder hacer en mi horario laboral (y también en mis horas extras) lo que más me gusta, que es observarlos. Observar sus idas y venidas, conocer al milímetro sus rutinas, y casi diria yo que sus sueños, sus anhelos y sus fantasías. Pero lo que más me gusta es verles follar. Si, esa soy yo. Anita la voyeur. Soy una voyeur experta y muy viciosa. Si tienes paciencia y un poco de buena suerte, nunca faltan ocasiones de ver una buena mamada, un polvo a escondidas en el cuarto de limpieza o incluso una paja (no hay nada que me ponga más que ver a un tío meneándosela... uffff) Y es que, en contra de lo que piensan muchos, la gente folla mucho, otra cosa es que lo haga con el legítimo o la legítima.

Por ejemplo, después de tantos años, sé cual es el tono de voz que emplea don Francisco, el presidente, cuando llama a Carmela, la secretaria de dirección, para que le haga una mamada. Tiene una musicalidad distinta al tono que emplea cuando le llama por asuntos estrictamente laborales. Por eso, cuando lo capto (cosa que ocurre prácticamente a diario), corro a la fotocopiadora que está en el departamento de personal, con la excusa de que la de mi departamento está ocupada o rota, con cientos de papeles que saco de cualquier parte. Y es que esa fotocopiadora está junto a una ventana desde la que se puede ver el despacho del presidente. A veces se acuerda de correr las cortinas del todo y me tengo que conformar con adivinar las siluetas de don Francisco, Carmela, y la polla del presidente follándole la boca a toda velocidad. Otras veces hay más suerte y el viejo se olvida de las cortinas, con el calentón, y puedo verlos perfectamente. Tengo que darme prisa en acudir a ese rincón, porque Carmela siente muchísimo asco por don Francisco y por su polla de viejo rijoso, por lo que ha desarrollado una habilidad increíble chupándola para que el presidente se corra enseguida, cuestión de segundos, así que a veces llego y Carmela ya se está limpiando la corrida de don Francisco de su preciosa boca de chupapollas experta con el dorso de la mano mientras el viejo tiene ahí la polla morcillona colgándole por fuera del pantalón. Cada cierto tiempo, Carmela aparece con un bolso nuevo de marca, o una joya, o unas tetas nuevas, regalos todos del viejo, evidentemente. Y es que si hay algo más grande que el asco que siente la secretaria por la polla del jefe, es el amor que le tiene al dinero, al lujo y a la vida fácil.

Casi por casualidad descubrí que a don Ignacio, el vicepresidente y yerno de don Francisco, también le va la marcha en horario de oficina. Solo que él es un desgraciado que todavía no puede tocar un euro de la empresa y no tiene a nadie que se la chupe. Él sueña con que Carmela vaya un día a su despacho y le haga una mamada como las que le hace a su suegro, ponerle de rodillas delante de él, y llenarle la carita y esas tetas operadas de lefa. Pero claro, hasta que el viejo no la palme, Carmela es un fruto prohibido. Así que desahoga su frustración mirando porno en su ordenador. A mi me parece genial, también me gusta el porno, me pregunto si algún día podría simplemente llamar a su puerta y pedirle permiso para ver algún vídeo juntos, pero de momento me conformo con mirarle a hurtadillas desde el ventanuco del baño de señoras de la planta 5ª, ahí puedo ver los movimientos rápidos de su mano meneándosela (¿he dicho ya que ver a un tío pajeándose me pone muy burra?) mientras ve escenas de sexo anal con el volumen apagado. A veces puedo ver la punta morada de su cipote, brillante y goteando sin parar, pero lo más habitual es que me tenga que conformar con ver sus convulsiones al correrse y algún disparo accidental de semen que se le escapa hacia la pantalla del ordenador. Después de esto, se abrocha los pantalones, se vuelve a poner la americana y sale al pasillo con algún informe en la mano, dispuesto a abroncar a alguien, o a intentar tocarle el culo a Carmela.

Frecuentemente me quedo hasta tarde, así descubrí que Rosa, la de finanzas, tiene un lío con Rafa, el informático. Ellos también se quedan hasta tarde, y cuando creen que ya no queda nadie en la oficina (solo yo, parapetada tras los expedientes que se acumulan en mi mesa), follan en cualquier rincón de la oficina. Los dos están casados, tienen hijos, y además presumen de ser modelo de comportamiento y conducta. Pero Rafa le hinca la polla por el culo a Rosa en cuanto hay ocasión. A estos los puedo ver mejor, porque muchas veces ni siquiera sospechan que estoy y no ponen precauciones para ocultarse. Así que puedo observar perfectamente como Rafa pone a Rosa contra la mesa y después de follarle un poco el coño, escupe sobre su culito y después introduce una polla de dimensiones considerables por su agujero negro, primero despacio, y después cada vez más rápido, agarrado a sus tetas y a su melena de mechas rubias, mientras Rosa aúlla de placer y dolor a partes iguales. Más de una vez me he masturbado viendo a Rosa y a Rafa, corriéndome en silencio para no ser descubierta. Pero no podía resistirlos más, verles así es más de lo que puedo soportar.

Lo mejor de quedarme hasta tarde suele venir después, y es que regreso a casa dando un pequeño paseo por un parque que alberga a un numero considerable de gente rara, algún yonki y sobre todo, parejas demasiado pobres o demasiado calientes como para buscar un hostal para follar más cómodamente, escondidas de mala manera tras cualquier seto o cualquier murete. Y fue allí donde ocurrió lo que os quiero contar hoy.

Caminaba yo muy satisfecha, oliendo mis dedos tras el pajote que me había hecho gracias a Rosa y Rafa, por el parque que os estoy contando. Porque estaba satisfecha, si, pero ya os he dicho que soy muy viciosa y que no pierdo la oportunidad de andar mirando como follan los demás en cuanto esta se presenta. Así que enseguida reconocí los sonidos típicos de una pareja dándose el lote tras los setos que están frente a la arboleda; ramitas y hojas secas que crujen, gemidos ahogados, el golpeteo de los cuerpos que chocan... En silencio me acerqué a observar, quedándome junto al seto, escondida de miradas de otras personas que pudieran pasar por allí. Efectivamente, allí tenía a una parejita follando de una forma muy poco imaginativa (él sobre ella, culeando, las piernas de ella, abiertas en ángulo casi imposible) El tío tenía bastante aguante y ahí estuvo empujando un buen rato. Yo miraba extasiada este espectáculo cuando un ruidito me despistó: el que hace una mano friccionando un cipote bien mojadito. Y es que a solo tres pasos de donde yo estaba, un tío se estaba pajeando descaradamente observando el mismo show que yo. Aquel regalo inesperado hizo que mojara mis bragas al instante y casi que me corriera allí mismo. (Emmm... ya os he hablado de mi pasión por los tios pajeándose)  Me quedé hipnotizada mirando el capullo rojo y brillante del tipo, las gotas de liquido que salian y él extendia por toda la polla rápidamente, el movimiento casi imperceptible de su pelvis empujando, como si se follara su propia mano. Entonces aquel tío se volvio hacia donde yo estaba, y con una sonrisa de cerdo y de cabrón, se corrió, lanzando uno, dos, tres chorros bien potentes de semen hacia el seto, sin dejar de mirarme. Nunca me habían descubierto, y aquello me descolocó bastante, así que a toda velocidad me levanté de donde estaba, salí de mi escondite y me fui pitando, dejando al tio riéndose en silencio y con un chorrito de lefa escurriendo por su mano.

Aquella noche casi no pude dormir, la idea de haber sido descubierta me excitaba y me preocupaba a partes iguales. Me corrí varias veces pensando en el tío cerdo de la polla roja y en su semen cubriendo aquel seto, tenía el clítoris y los dedos entumecidos de tanta caña que les estaba dando. Finalmente, me dormí de madrugada y ese día desde luego, no fue nada fructifero en el trabajo. Me tuve que quedar hasta tarde no porque esperase a ver a Rafa y a Rosa, sino porque realmente no pude acabar con todo lo que tenía que hacer. Así que a la salida, casi sin pensar, volví a mi paseo habitual por el parque, temiendo y deseando encontrarme con el mismo tío de el día anterior. A tan solo unos metros de donde estaba la pareja del día anterior, se había escondido otra, esta vez una chica chupaba con ansia la verga durisima de un tio que parecía estar pendiente de que nadie les pudiera ver (fracasando en esto, por supuesto) Eché un vistazo por si el cabrón de ayer estaba mirando como yo, pero no lo ví. No sé si con pena o alivio, respiré profundo y me dispuse a disfrutar del espectáculo que era ver a aquella chica tragarse con una obediencia devota toda la leche calentita que su novio estuviera dispuesto a darle. Ni una gota se derramó.

Aun estaba la chica recolocándose las bragas cuando alguien me habló al oido “eh, ven”, decía aquel susurro. Si, por supuesto, era el tío de sonrisa cerda. Me quedé helada, el corazón empezó a latirme con fuerza, sentí miedo y pensé en huir, pero el cabrón me agarró de una muñeca y me dijo “Ven, joder. Ahí hay más”. Y con gestos me hizo seguirle en silencio, ocultos tras los árboles.

Efectivamente, a pocos metros, había otra pareja, ella a cuatro patas, el metiéndole la polla desde atrás. El tio era muy torpe y cada dos por tres se le salía, lo que provocaba las quejas de la pava, así que optaron por un cambio de postura en la que ella tomaba las riendas. La verdad es que ya no presté demasiada atención, porque el cabrón se había sacado la chorra y ahí estaba dándole caña. Al principio morcillona, luego cada vez más dura. “¿Te gusta verdad?” me dijo sin dejar de sonreir. Y se colocó de tal modo que me mostraba todo su poderío mientras no dejaba de mirar a la parejita de la arboleda. Dios. Aquello era demasiado. “Tú tienes mucho vicio” me decía. “Seguro que tienes el coño chorreando” Su polla ahora estaba durísima, brillante, y el sin dejar de sonreir. Se corrió enseguida, dejando que la leche le cubriera bien toda la mano. Yo observaba su polla ahora cabeceando y los chorros de semen que escurrian de la mano, con la boca abierta. Ni puta idea de lo que hacía la parejita, yo solo tenia ojos y coño para esa polla que parecía tener vida propia.

Pero el cabrón se recuperó rápido, se levantó y se largó, dejándome allí. Yo tuve que hacer lo mismo, para no ser descubierta. Corrí hacia casa. Necesitaba una ducha relajante.

Volví a pasar una mala noche, a pesar de la ducha y de las muchas veces que me corrí en ella. Y si ese cabrón me veia por la calle y me reconocía? Me preocupaba que pudiera enterarse más gente y yo no pudiera practicar mi vicio como lo hacía hasta ahora. Y aquella polla... dios... aquella forma de menearsela.... nublaba todos mis pensamientos.

Ahora, lo que acudir al parque por la noche se había convertido en mi prioridad y ya no visitaba la fotocopiadora de personal ni el baño de señoras de la 5ª. Acudía allí en cuanto podía, en busca de parejas y de mi nuevo amigo. Siempre acababa encontrándome él, por lo que yo me limitaba a sentarme a mirar casi cualquier cosa. El siempre me llevaba a mirar algo más interesante. Una pareja de gays que se las chupaban. Un marido que observaba a su mujer mientras se la follaba otro. Parejas que follaban de todas las formas posibles. Y por supuesto, a ver como se la meneaba, como se follaba su propia mano. Ya no me daba reparo mirarle, al tío le ponía. Me ponía bien cómoda y me tocaba también por encima de las bragas. Pero aquel día decidí ponerme una faldita más cómoda para esos menesteres y dejarme las bragas en la oficina. En cuanto su polla empezó a humedecerse, abrí mis piernas frente a el y le mostré mi conejo bien abierto, y que yo también era una virtuosa utilizando las manos. Lo de menos era el espectáculo que teníamos al otro lado del seto. Solo teniamos ojos para nosotros mismos. Yo manoseaba mi clitoris, mi dedo dibujando circulos a toda velocidad. El se pajeaba como un loco, cada vez más rápido. Se corrio mucho antes que yo, y eso que yo andaba caliente como nunca.

Con la mano todavia pringosa de sus propios líquidos, tiró de mí y me llevó a otra zona más oscura. No me dio opción a decir nada, me tiró al suelo y colocándome a cuatro patas, empezó a follarme.... mejor dicho, a taladrarme, sin piedad. No recuerdo cuantas veces me corrí así, todo ocurría muy rápido y cada vez era más intenso. Supongo que en algún momento nos olvidamos de donde estábamos porque vimos a dos chicos subsaharianos con sus fardos al hombro, mirándonos, riéndose y señalándonos. Eso me gustó, siii.... les dediqué mi sonrisa más puta. Y a mi nuevo amigo también le debió gustar, porque les hizo gestos y aquellos dos negros se acercaron enseguida. El cabronazo se apartó de mi, con la polla todavía dura, y le dijo con gestos a uno de ellos que se pusiera él. El negro se reia, pero se bajó los pantalones y mostró la verga de mayor tamaño que he visto en mi vida. Nunca me había follado a un negro y dudaba de que aquello pudiera caberme en mi coño de blanca viciosa. Pero a el se le veia con cierta experiencia y si, con movimientos lentos de vaiven, consiguió ensartarme semejante cipote. El otro, para que mis gemidos no alertaran a nadie, tuvo a bien meterme en la boca una polla de dimensiones parecidas. Follada por la boca y el coño, sentía oleadas de placer y de dolor que me llevaban casi al desmayo. Mi amigo, el cabrón, no dejaba de pajearse en mi cara y de reirse con su sonrisa cerda. Hasta que se le ocurrió tumbarse debajo de mi coño y darle unas lametadas al clitoris y de paso a los huevos del negro que tenía detrás con rapidez y delicadeza

No podía soportar tanto. Los movimientos de mi culo debieron hacerse más fuertes o más rapidos, o tal vez fue efecto de la lengua de mi amigo sobre sus huevos, el caso es que el negro que tenía detrás se vino enseguida, llevándome a un ritmo enloquecedor. Yo también me corrí, sé que lo que parecian litros de mis propios fluidos salían a borbotones por mi coño, se que nunca me había sentido así, se que intenté gritar y no pude, tenía la boca llena de polla negra. Me desmayé en ese momento. Debí estar así unos minutos, cuando recuperé la consciencia, el semen me resbalaba despacio entre los muslos, y mi amigo me limpiaba con un pañuelo los restos de lefa que me había dejado el otro por la cara. De los negros, ni rastro.

Nos recompusimos como pudimos y nos fuimos de allí, sin decir nada, mi amigo por supuesto, me dejó sola en cuanto pudo. Yo casi no podía andar, pero en la vida había estado más satisfecha.

Pero el día a día de una voyeur viciosa está lleno de muchas aventuras... si quereis que os cuente alguna más, por favor, decidmelo.