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La voyeur merece un castigo

en Voyerismo

Hola. Yo soy Ana. Y si quieres conocerme un poco mejor, puedes leer más sobre mi aquí: http://www.todorelatos.com/relato/127824/

Era una mañana sin demasiado movimiento en la oficina. Seria porque aquella era una primavera inusualmente cálida y la gente se sentía perezosa y con ganas de vacaciones. Para mi era terriblemente aburrido. En contra de lo que la gente suele creer, se folla menos con el calor, aunque el aire acondicionado estuviera funcionando a toda máquina. Y si la gente no follaba, yo no encontraba diversión ni aliciente alguno en mi aburrido trabajo de administrativa. No podía espiarlos, no podía servirme de ellos para mis propias fantasías y masturbaciones. Estaba atenta para intentar pillar las señales que solían enviar, pero nada. Así que me limitaba a rellenar los expedientes que se suponía que tenía que rellenar.

Tal vez porque Carmela también se aburría, empezó a zorrearle a don Ignacio, el vicepresidente. O tal vez porque presentía que el viejo estaba ya para pocos trotes y serían ya pocas veces las que acudiera a su llamada. El caso es que al principio sutil, un roce por aquí, una palmadita por allá, Carmela sobaba a don Ignacio a su antojo. A don Ignacio se le ponía dura solo con imaginarse a Carmela arrodillada ante él. Bueno, ante su polla de capullo morado. Creo que se corría solo con el hecho de pensar en esos labios colagenados alrededor del glande, de la lengua traviesa lamiendo el liquido que saliera. Así que don Ignacio, pese a saber que Carmela era la puta oficial de su suegro, el presidente de la empresa, don Francisco, y que si se le ocurría tocarla, el viejo le echaría sin miramientos y probablemente obligaría a su hija a divorciarse (con lo que él se quedaría en la calle con el culo al aire) no pudo resistir la tentación de magrearle bien el culo cuando creía que nadie más le veía (no contaba conmigo, claro) y de restregarle su erección con cualquier excusa.

Como una ya tiene experiencia, un día, de repente, supe que esos dos acabarían follando en el despacho de don Ignacio. Que era cuestión de esperar en mi escondite del baño de señoras de la 5ª, desde donde veía su ventana. Y allí que me fui. Efectivamente, no había pasado un minuto cuando Carmela hizo su aparición en el despacho. Solo podía ver su falda y parte de las piernas. Permanecía de pie junto a don Ignacio y le acariciaba la espalda y los hombros. En un momento dado, sonriente y zalamera, se sentó en sus rodillas. Pasó una pierna por encima del regazo del vicepresidente y se sentó a horcajadas, poniendo sus tetas operadas en la cara del baboso. Don Ignacio las empezó a apretujar como si nunca hubiera tenido unas tetas en la mano. Las sacó del sujetador negro de Carmela, y las tetas salieron tiesas y juguetonas por el escote. Carmela hacía como que todo eso le divertía mucho, porque empezó a reírse.

Don Ignacio empezó a comerle las tetas, primero una, después otra. La cosa se estaba poniendo interesante. Carmela seguía haciendo aspavientos y riéndose a carcajadas echando la cabeza para atrás.

Fue entonces cuando ocurrió. Me vio. No sé cómo, pero me vio. Se quedó mirando fijamente al punto desde el que yo la observaba y supe que no solo me había visto, sino que me había reconocido. Pero no le debió decir nada a Don Ignacio porque aún le dejó magrearla un rato más. Ella miraba de vez en cuando al punto donde yo estaba. Ya no se reía, estaba seria. No sé qué era lo que hablablan, pero ella se había quedado de pie con las tetas fuera, junto al vicepresidente. Entonces vi claramente como el gilipollas se la estaba meneando, y que no tardó ni medio minuto en correrse en las tetas y la ropa de Carmela. Sé que hubiera sido mejor marcharme, pero el hecho de ser descubierta me aterraba y me excitaba a partes iguales. No creia que Carmela fuera a tomar represalias, ella era la primera interesada en que aquello no se supiera. Pero me equivocaba...

Después de que Carmela saliera del despacho de don Ignacio, yo aún me quedé un rato encerrada en el baño. Me masturbé allí mismo, con un pie apoyado en cada lado de la puerta de uno de los retretes. Me costó muchísimo correrme porque algo me decía que todo iba a cambiar, y me distraía de la imagen que había grabado en mi cabeza de la lefa del vicepresidente en las tetas de Carmela. Cuando finalmente me corrí, fue corto y en parte, doloroso. Hubiera necesitado más. Pero tenía que ir a mi mesa, o sería peor.

Durante lo que quedaba de jornada, Carmela no dio muestras de que me hubiera visto espiarla. Siguió ignorándome como siempre. Esa tensa espera me estaba haciendo polvo, así que en cuanto pude, me puse a recoger mi mesa para marcharme.

  • “Espera, no te vayas todavía” - Me dijo Carmela con la más falsa de sus sonrisas y su tono de voz más frío. Lo más sorprendente es que le acompañaba Rosa, que era también objeto habitual de mi espionaje cuando se follaba al informático, cuando los dos creían que todos se habían marchado de la oficina.

  • “Claro, mujer” - Dijo Rosa, en tono neutro - “Hace una tarde estupenda, vamos a tomarnos unas cervecitas las chicas de la oficina” - Pero en la oficina hay muchas más chicas, es una empresa grande, y no parecía que las demás estuvieran invitadas. En todo el tiempo que llevaba trabajando allí, ni Carmela ni Rosa me habían dirigido la palabra. Nunca. Sentí miedo y les dije que no podía ser.

  • “Claro que si, Anita” - Dijo Carmela - “Si nos lo vamos a pasar bien, una tarde de chicas... y además seguro que no querrás que le diga al viejo que me has hecho un feo... tu que bien sabes lo persuasiva que puedo ser con el viejo, ¿verdad?”

No tuve escapatoria. Tuve que irme con ellas. Rosa me indicó que me subiera a su coche. Un monovolumen con sillitas para niños en los asientos traseros. Carmela iba también detrás. No me dijeron nada. No hablaron, ni siquiera pusieron la radio. Yo me estaba mareando.

Llegamos enseguida a la casa de Rosa. Una casita muy mona, con jardín. “Los niños están con mi hermana” dijo Rosa, como disculpándose. Luego se dio cuenta de que no tenía que dar explicaciones de nada y se quedó callada con el ceño fruncido.

No sé cómo es la casa de Rosa, porque no salimos del garaje. Una vez allí, me indicó que me bajara y que me sentara en una silla plegable que colocó sobre el suelo de cemento. Carmela empezó su discurso.

  • “Así que a nuestra pequeña Anita le gusta mirar, eh? Le gusta espiar como follamos los demás... ¿Qué pasa, Anita, que tu nunca has follado y quieres aprender como se hace?”

  • “Yo no...”

  • “Y dime, Anita... ¿qué te gusta más, el rabo enorme del informático, la polla morcillona del viejo? ¿Qué es lo que más te pone? ¿Sabes qué pasa? Que espiar a los demás está feo. Entiendo que todo esto lo haces porque no sabes lo que es que un tío te la meta hasta los huevos, pero no te preocupes, que todo tiene solucion”

Rosa empezó a tirar de mi ropa. Como hacía calor, llevaba solo un vestido fino que se desgarró. “Abre las piernas” me dijo. Yo me resistí. “Abrelas, hostia!”

Y sin más, me metió de golpe un falo de dimensiones monstruosas por el coño. Aullé de dolor. No estaba mojada y por supuesto no usó lubricante.

  • “¿Ves que bien? ¿Has visto que gustito, Anita? ¿A que te gusta? No es como las de verdad, pero se le parece. Al menos esta dura tiesa todo lo que tu quieras. Aunque igual tu eres de gustos distintos, verdad?”

  • “Por favor, dejadme, yo no le voy a contar a nadie nada, de verdad...”

  • “Callate, coño!”- Respondió Carmela. Me dio una bofetada y me metió otro falo por el ojete. Empecé a sangrar, creo que desgarro parte del ano al penetrarme de una forma tan bestia.

  • ¿Te gusta que te den por el culo, Anita? - Me decía Rosa – A mi si, me encanta como me folla Rafa el culo, sabe hacerlo como nadie.

Empecé a llorar, aunque no tenía fuerzas. Yo no le había hecho daño a nadie, y no pensaba ir con el cuento a nadie, no me merecía algo así.

  • “Parece que no termina de gustarle, Carmela” - Dijo Rosa - “Pero tranquila, la primera vez siempre duele un poquito. Luego ya te empieza a gustar”

Y me acercó un vibrador en marcha al clitoris. Las vibraciones hicieron que empezara a lubricar y aquello cambió totalmente de rumbo. Me estaba gustando. Me estaba gustando mucho. Me iba a correr con toda la violencia del mundo.

  • “Ahora cómeme el coño, Anita” - me soltó Rosa. Carmela la miró sorprendida, igual no era lo que habían planeado. “¡Que me lo comas, joder!” Y me dio otra bofetada. Se levantó la falda y puso delante de mi nariz su coño bien rasurado que olía al sudor de todo el día. Se empezó a frotar contra mi cara, dejándomela pringosa de sus fluidos. “¡¡Que me lo comas, hostia!!”

No me gustan las tías, comerle el coño me daba mucho asco, pero ella no dejaba de frotarlo contra mi nariz y mi boca, así que opté por la estrategia de Carmela con el viejo: comérselo para que se corriera cuanto antes y aquello terminara pronto. Saqué la lengua y empecé a abrirme paso con ella entre los labios de la vulva rasurada de Rosa. No tardé en encontrar su botón, que parecía a punto de estallar. Para mi sorpresa, la suavidad de aquel coño no me desagradaba, tampoco el sabor. Di golpecitos con la lengua sobre ese clítoris reventón. Volví a ser consciente de mi propio coño, de las vibraciones que sentía, de las pollas incrustadas en mis agujeros, y de mis propios fluidos resbalando entre los muslos. Fue entonces cuando enloquecí y le comí aquel coño como una loca. Saboreando cada gota de fluido. Recorriendo cada pliegue. Llevando mi lengua hasta su culo, reconociendo el sabor acre. Ella no paraba de frotarse contra mi cara y de hacer un ruido parecido al de un gorila.

Me corrí mientras le daba los últimos lametones al botón mágico de Rosa, que también se vino con un grito ensordecedor. Me mojó tanto la boca y la cara que por un momento creí que se me había meado encima, pero era solo su flujo saliendo a raudales.

Estaba agotada, pero Rosa quería más, porque se dirigió a Carmela y le dijo “ahora me lo vas a comer tu, porque si no, le diré al viejo que también se la chupas a su yerno, ya verás que contento se pondrá”

Carmela estaba horrorizada. Creo que tenía la misma aprensión hacia los coños que yo misma, pero no podía permitirse que el viejo dejara de pagarle sus caprichos, o aun peor, que la despidiera.

  • “Fíjate bien, Anita” dijo Rosa “porque ahora vas a ver esto en primera fila, qué suerte”. Y allí estuve yo, de espectadora de excepción, disfrutando del show que me ofrecían esas dos putas de la oficina, Rosa restregando su coño contra la cara de Carmela, la chupapollas, con mis pollas de plástico tapándome los agujeros, y un vibrador que ahora manejaba a mi antojo. Rosa volvió a correrse, la cara de Carmela brillante por los fluidos de su amiga. Tuvo el tiempo justo de volverse y vomitar.

Rosa tardó unos minutos en recuperarse. Sacó los dos cipotes de plástico de mis agujeros con gestos bruscos, que volvieron a dolerme. Aún chupó un poco la punta de cada uno con cara de perra viciosa, antes de meterlos en una bolsa.

  • “ahora fuera de aquí. Las dos” - Nos dijo.

Yo tenía el vestido roto y Carmela me prestó un chal que llevaba para cubrirme hasta el taxi que me llevó a casa.

Las cosas en la oficina siguen igual, Carmela y Rosa siguen ignorándome y ni siquiera me hablan, siguen tirándose a quien les apetece. Pero cuando visitan el despacho del vicepresidente, siempre miran por la ventana hacia el ventanuco del baño de la 5ª planta. Y sé que ese polvo, de alguna manera, me lo dedican.

Todavía puedo contarte más cosas de la vida de una viciosa voyeur, ¿quieres que siga?

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