miprimita.com

Pasión matutina

en Erotismo y Amor

Serían las siete de la mañana cuando desperté, si aquello fue despertarse realmente, en aquella tranquila mañana de agosto. Miré hacia la izquierda en la medida que mis ojos entreabiertos (o entrecerrados, según el punto de vista) me lo permitieron; allí se encontraba la ventana, completamente abierta para que durante la noche entrara todo el frescor de la brisa nocturna, pero ahora dejaba que la luz solar, aún tenue, invadiera mi habitación. 

La tranquilidad era tan densa que casi podía palparse con los dedos, pues ya apenas quedaba brisa y todo el vecindario que no había salido a trabajar seguía durmiendo. Respiré hondo inhalando aquel mar de calma como si no existiera el tiempo. Entonces miré hacia mis pies, que todavía no respondían bien a mis órdenes, y allí estaba ella, con esa sonrisa de niña pícara que tan loco me volvía. Lo único que vestía, cosa rara porque dormimos desnudos, era una camiseta mía que le quedaba ancha y unos culottes con dibujos semitransparentes. Por Venus, no podían gustarme más los culottes. Y todavía más si los llevaba ella; por alguna razón le quedaban perfectos, eran de esas cosas que van unidas a otras necesariamente, que no podrían ir separadas jamás y que juntas hacen algo completo y maravilloso, como Mortadelo y Filemón o la Tierra y la Luna.

-Parece que alguien se ha levantado antes que tú, Fede, y no me refiero a mí.

-Coño, es verdad, tengo una buena tienda de campaña.

-Sin duda es mejor que las del Decathlon.

Dicho esto, posó sus manos y rodillas en los pies de la cama sin dejar de esbozar su preciosa y pícara sonrisa. Ahí ya comprendí lo que pretendía, y simplemente me limité a contemplar, aunque se acercaba más a la adoración, su cuerpo. No era ningún cuerpo diez de esos que salen en anuncios de crema solar; por contra, pese a ser de complexión delgada, era de estatura media y sus pechos no eran de un tamaño grande, sino más bien entre mediano y pequeño. Sin embargo, su tripa sí que era plana, algo musculada de hecho, y junto a su belleza facial me encantaba toda ella. 

Ella siguió su escalada horizontal hacia mi cara muy pegada a mi cuerpo. Cuando hubo llegado me besó con breves contactos en la frente primero, el pómulo después y finalmente la boca. Me susurró algo al oído, tan flojito que no estaba seguro de qué era, pero tenía la sensación de haber oído un "me encantas" de esos que te cortan la respiración y te ponen la piel de gallina. 

De nuevo se dirigió, sin dejar de mirarme a los ojos, hacia el pie de la cama. Allí hizo algo que no esperaba, y es que empezó a frotar su cara por toda la zona interior de mis muslos y mis genitales.

-¿Qué haces, tía? Pareces un jabalí buscando trufas. 

-Calla, tonto, que rompes toda la magia.

Ella siguió a lo suyo hasta que decidió, por fin, tirar de la manta, descubriendo así mis testículos y mi pene, que se erguía duro e imponente. Su sonrisa pícara dejó de serlo para pasar a ser una sonrisa lasciva, agachó la cabeza y empezó a darle besitos al "dúo dinámico", que los llamaba ella cariñosamente. Pasó a mayores cuando sacó la lengua y dio varios lametazos a cada uno de mis huevos. Sabía cómo excitarme hasta el infinito, por lo que lo hacía todo muy suave, jugando así con mis ganas de sentir su boca por fin en mi hinchado miembro. Cuando vio la mezcla de excitación, placer y desesperación en mi cara supo que era el momento del segundo entrante, de modo que empezó a lamer la punta de mi falo con suma cautela y después bajaba, sin despegar la lengua, hasta la base. Después introdujo mi polla en su boca, la punta primero y un poco más después.

Ambos sabíamos que aquello no era su máximo, pero como ya he dicho a ella le gustaba jugar con mis ganas  y yo no estaba en posición de pedir. Mi miembro empezaba a sentir un cosquilleo persistente y muy placentero, su boca hacía las delicias de mi miembro viril. Cuando me di cuenta ella ya estaba subiendo y bajando toda la cabeza, con una mano sujetándomela y guiándola, introduciéndosela entera en su mojada boca. Era maravilloso, sin duda alguna.

Entonces, cuando ya me había acostumbrado a que su boca recorriera mi virilidad, volvió a sorprenderme alejándose y levantándose para acto seguido quitarse mi camiseta dejándome ver sus preciosas tetas. Esta chica sabía muy bien cómo jugar conmigo. Además, se quitó los culottes poco a poco y de espaldas a mí, como si se tratara de un striptease, y me los tiró al pecho. La cara que puso justo después de darse la vuelta fue de morbo total: era el momento.

Volvió a subirse sobre la cama con un salto potente pero no exagerado, se movió por ella usando las rodillas hasta que llegó a la altura de todo el asunto (cabe destacar que daba la sensación de estar cerca de reventar). Así, poco a poco fue introduciéndose a Billy (le encantaba llamarlo así) en su estrecha vagina. Aquella sensación debía ser parecida a la de un rompehielos cruzando el Atlántico o la de un zorro introduciendo gran parte de su cuerpo en la madriguera de un conejo. 

Poco a poco bajó hasta la base uniendo nuestros pubis semi rasurados y se mordió los labios con deseo. Subía, bajaba, subía, bajaba. Sin prisa, disfrutando el momento. Nos mirábamos a los ojos y sentíamos una conexión especial, casi mística. Aceleró el ritmo y con él nuestros sordos gemidos, pues no podíamos despertar a su familia pero era imposible permanecer callados al cien por cien. Durante la cabalgada acercó varias veces su cara para besarnos y sus tetas para que las mordisqueara, hasta que llegó el punto de no retorno. 

Nos cogimos de las manos, ambos sabíamos lo que estaba a punto de suceder. Ella empezó a gemir con un volumen algo más elevado que un susurro y yo empecé a notar un intenso y placentero cosquilleo por todo el pene, el pubis y parte de las piernas y entonces sucedió: ambos nos corrimos casi a la vez, ella empezó un poco antes que yo bombardeara mi gran carga de semen ardiente en su interior y se dejó caer cansada sobre mí. Tras unos segundos de descanso, se levantó y me limpió con su boca los restos que quedaban en Billy.

Hecho esto, volvimos a taparnos con las sábanas, testigos de aquel acto pasional, y a quedarnos dormidos. Fue una madrugada de ensueño.