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Me masturbo en la biblioteca

en Voyerismo

Era un día caluroso; no obstante, dentro de la biblioteca podría montarse un iglú. Me acomodo los vaqueros cortos, los cuales no dejan de subirse enseñando más de lo que debería. Arriba llevo un top corto que acentúa aún más el gran tamaño de mis tetas. Aunque venga a la biblioteca, me gusta arreglarme para provocar miradas. Es algo que siempre me ha gustado: llamar la atención. Sin embargo hoy somos pocos los que estamos estudiando y, a simple vista, nadie lo suficientemente interesante.

Intento concentrarme, pero no dejo de pensar en lo que me espera a la noche. Mi novio y yo no es que estemos en nuestro mejor momento, pero, ¿quién se niega a una noche de sexo? Además, llevo un nuevo sujetador que habrá que estrenar. No tiene copa, solo una tela fina de encaje negro trasparente. Las tirantas, también negras, son muy finas. Por tanto, a primera vista, sin habérmelo quitado, se pueden ver perfectamente mis tetas. No es porque sean mías, pero son preciosas. Los pezones son pequeños y rosados. En el izquierdo llevo un pircing, que además de bonito, hace que el pezón sea increíblemente sensible. Aún recuerdo lo cachonda que me puse cuando me lo hicieron.

El frío aumenta en la biblioteca, y sin copa en el sujetador, los pezones se me empiezan a notar a través del top. Inconscientemente empiezo a balancearme suavemente sobre la mesa, haciendo que los pezones me rocen con el filo. El balanceo empieza a ser más constante, más fuerte, y el tanga comienza a mojarse. Intento concentrarme en los apuntes, pero es imposible al estar cachonda. Una de las veces no puedo evitar gemir. Asustada miro a la sala, pero nadie parece haberse dado cuenta. Continúo con el balanceo, y a la vez comienzo a frotar suavemente las piernas. Los shorts vaqueros se vuelven a subir, pero esta vez me da igual. Sé que el que está detrás de mí debe de verme las cachas del culo, pero el roce producido por el pantalón me importa más que eso. La costura del pantalón se me acomoda dando justo en mi centro. Ya no tengo frío, es más, tengo la piel brillante, perlada por finas gotas de sudor. Sin verme en un espejo sé perfectamente que debo de estar ruborizada.

Vigilo la sala, a los demás estudiantes, y disimuladamente bajo mi mano izquierda a mi entrepierna mientras que la derecha continúa dándole vueltas al boli. Nadie parece haberse dado cuenta de mi movimiento. Por encima del pantalón empiezo a acariciarme, apretando la costura contra mi vagina. Intento no gemir, pero jadeo suavemente inevitablemente. Froto cada vez más fuerte y cómo puedo, meto la mano por dentro del pantalón. Toco por encima del tanga que está empapado. Lo aparto a un lado y toco mi vagina directamente. Estoy basstante caliente y mi cuerpo me pide más. Con dificultad, soy capaz de meterme un dedo. Empiezo a sacarlo y meterlo suavemente, concentrándome en lo bien que se siente al tener algo en mi interior. En este momento, levanto la vista cuando veo al hombre de enfrente mirarme fijamente, con rudeza, con ansia en sus ojos. Es en ese momento cuando me corro, cuando siento mi vagina contraerse alrededor del dedo mojándome toda la mano. Con la mano derecha me tapo la boca evitando así que se escuche en la sala mi gemido de satisfacción. Acbo mordiéndome la mano, mientras algunos hilos de saliva resbalan por estas. Él sigue mirándome mientras sonríe. Saco la mano izquierda de mis pantalones y empiezo a lamerme la mano, dedo por dedo, metiéndolos en mi boca de forma sensual y saboreándo mis jugos. Hago succión de cada uno de los dedos. No sé por qué lo hago, pero me excita a niveles inimaginables. Sin dejar de mirarme arrastra un folio hasta mi dónde se puede leer ‘’sígueme’’. Se levanta muy despacio, de manera sensual. Me fijo en que es alto y fornido, de espalda ancha y bastante imponente. Sale de la sala y sin saber por qué, voy detrás suya.