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El regalo (II)

en Grandes Series

Había pasado casi un año desde el cuarenta cumpleaños de mi mujer y, recostándome en el sillón de mi despacho, eché la vista atrás para recordar cómo habían evolucionado las cosas desde entonces…

Unas horas después de haberme escabullido de casa  y, tras caminar sin rumbo durante kilómetros por la ciudad, comprendí que no tenía otra opción que encarar mis miedos y regresar sin posponer por más tiempo el reencuentro con Isa. Así, sin más dilación, cogí el primer taxi que vi y puse rumbo de vuelta al hogar.

Al cruzar la puerta me encontré todo a oscuras. Supuse que mi mujer estaría en casa de mis suegros con los niños.  Después de lo sucedido no habría querido irse con sus amigas y allí no parecía haber nadie. Cuando llegué al pie de la escalera comprobé aliviado que, tal y como había estado pensado, podía tener una oportunidad. Sólo debía jugar bien mis cartas. Después de pasar por el cuarto de los niños y ver que no estaban en sus camas, me fui directamente a nuestro dormitorio. Al entrar me sobresalté, Isa estaba allí. Tumbada, en silencio, con la luz apagada y mirando hacia su lado de la pared trataba de aparentar que estaba dormida, aunque yo sabía que no podía estarlo, no después de lo que había pasado.

-Isa, ¿Estás despierta?- No contestó. –No podemos esconder la cabeza bajo el ala. Tenemos que hablar de lo que ha pasado.- Continué.

-¿Y de qué vamos a hablar? Estoy hecha polvo.- Contestó con la voz mocosa, síntoma claro de que había estado llorando.

-Tenemos que afrontarlo Isa, no entiendo que…-

-¡Cómo pudiste estar ahí parado mirando sin hacer nada!- Me interrumpió girándose bruscamente.

Aunque no había casi luz, en la penumbra se podía vislumbrar que tenía el pelo revuelto y los ojos hinchados. No pude evitar sentirme mal por lo que iba a hacer.

-¡Encima no me eches la culpa a mí!- Le dije, comenzando a poner en práctica el plan que había ideado.

-¿Es que no tienes sangre?- Continuó vociferando.

-Escucha…-Intenté continuar.

-¡Te encuentras a tu mujer con otro en el salón y no eres capaz de decir nada!- Volvió a cortarme.

-Por favor, no me interrumpas y déjame que me explique. Luego hablas tú.-

-A ver sí, ¡Explícate! ¿Qué tienes que decir?-

-Mira, lo que paso fue lo siguiente… Al final la reunión con el cliente terminó antes de lo previsto y, como era lo único que tenía para hoy en el trabajo, decidí coger el autobús y volver a casa.  Venía escuchando música y, si te soy sincero, no recordé que tenías el masaje. Al no verte en la cocina, pensé que estarías arriba y fui hacia el dormitorio. Desde abajo de las escaleras, como puedes comprobar, no se ve la parte del salón donde estabais y, como venía con los cascos puestos, tampoco os oí. Como no te encontré arriba decidí bajar otra vez y, al llegar de nuevo a las escaleras y mirar hacia abajo, fue cuando te vi.-

Mi mujer me escuchaba con atención, prueba de que al menos la historia le estaba pareciendo verosímil. 

-No me preguntes por qué pero instintivamente me agaché.- Continué. –No podía dar crédito a lo que acababa de ver y separé las telas para cerciorarme. Fue en ese momento cuando me viste.-

-¿Y por qué no hiciste nada?- Me preguntó entre sollozos y ya con un tono mucho menos agresivo.

-Pues la verdad que no lo sé. No podía creerme lo que estaba viendo y me quedé como en shock. En cualquier caso, ¿Qué querías que hiciera? La situación hablaba por sí misma.-

-Yo….no sé… Lo siento mucho… ¡Todo es culpa mía!- Dijo rompiendo a llorar.

-A ver….tranquila….cuéntame qué pasó.-

-Eso es lo que me está matando, que no paro de darle vueltas y no alcanzo a comprender cómo pude terminar así. El masaje era normal y el tipo muy profesional pero en un momento dado, casi sin darme cuenta, la cosa fue subiendo de tono. Poco a poco fui entrando en una espiral de sensaciones que me hizo perder la cabeza por completo. El resto ya lo conoces.-

-Las que tampoco tienen justificación son tus amigas, no entiendo cómo te regalaron ese tipo de masaje.- Dije para trasladar hacia ellas parte de la presión y darle a Isa una válvula de escape.

-¡Yo tampoco! ¡Todo es culpa de la zorra de María! Estoy segura que lo tenía todo planeado para jugarme una mala pasada.-

-La verdad es que no sé qué decir. Estoy muy dolido por lo que has hecho y me va a ser muy difícil olvidarlo. Aun así, no podemos cambiar lo que ha pasado y hay que mirar hacia delante. No podemos volvernos locos y tomar una decisión en caliente, tenemos que pensar en nuestra familia y hacer lo que sea más conveniente para ella. No será fácil, pero juntos podremos superarlo. Lo mejor será que nos vayamos a dormir y seguro que mañana veremos esto de otra manera.-

Isa se abalanzó sobre mí abrazándome fuertemente y, aunque lo sentí por ella, me invadió una sensación de completo alivio.  Había conseguido resolver la situación de manera brillante. Por suerte, cuando me descubrió observándola, sólo me vio la cara y no lo que estaba haciendo detrás de las telas. Mi mujer no habría podido asumir que yo hubiera disfrutado con aquello e, independientemente de lo que ella hubiera hecho,  me habría culpado a mí por lo sucedido. Ahora había conseguido revertir la situación,              quedando ella de mala y yo de víctima.

Pasaron los días y no volvimos a sacar el tema. Isa se mostraba bastante esquiva y cada vez que nos encontrábamos en la misma habitación se marchaba con cualquier excusa. Durante las comidas se dedicaba a atender a los niños y apenas cruzábamos palabra. Así fue pasando el tiempo y con él fuimos dejando atrás el incidente. Aunque recobramos una aparente normalidad, nuestra relación había perdido naturalidad. Seguíamos llevándonos bien y de cara al exterior nadie podría haber adivinado que pasaba algo entre nosotros, pero ya no teníamos esa complicidad que nos hacía diferentes. Traté de que las cosas cambiaran, pero todos mis intentos de acercarme a ella fueron vanos.

De sus amigas del colegio no volví a saber nada. Desconozco si Isa las llamó para montarles un pollo o si simplemente las ignoró por completo, pero el caso es que no volvieron a aparecer por nuestras vidas.

En cuanto a mi mujer, pese a que había conseguido aprender a vivir con lo sucedido, no había logrado borrarlo de su mente. Lo que no había podido perdonarse no era el hecho de la infidelidad en sí, sino el haber dejado a un lado todas sus estrictas convicciones morales para abandonarse al placer. Aunque, sin lugar a dudas, lo que realmente la estaba mortificando era el temor a haber despertado un volcán en su interior que no pudiera contener, el haber liberado algo que llevaba reprimido cuarenta años y que ahora no pudiera volver a encerrar en lo más profundo de su ser.

Yo desconocía la lucha interna en la que se hallaba mi mujer y únicamente era consciente de que estaba tremendamente arrepentida por lo que había hecho. Pensaba que nunca conseguiría poner a Isa en una situación similar a la que vivió el día del masaje y que, aunque pudiera hacerlo, para no volver a repetir su error se mostraría mucho más cautelosa y no se dejaría embaucar nuevamente. A mi pesar, lo único que podía hacer era conformarme con el recuerdo de lo sucedido.

Nuestra rutina nocturna también cambió. En lugar de quedarnos viendo la tele como solíamos hacer cuando se acostaban los niños, Isa se iba a la cama a leer y yo a mi despacho donde, con la excusa de repasar algún documento, encendía el ordenador y me dedicaba a ver porno por internet. Sobre todo cualquier cosa que tuviera que ver con la temática de la infidelidad y, más concretamente, con mujeres casadas folladas por otros tipos distintos a sus maridos.

Un día, buscando material de ese estilo, me tropecé por casualidad con un foro. No sabía de la existencia de foros con este tipo de contenidos y, cuando lo descubrí, me resultó súper morboso. En él los maridos compartían experiencias, fotos y videos de sus esposas para su disfrute y el del resto de usuarios.

No tardé en hacerme asiduo al foro y, poco a poco, me fui dando cuenta de que lo que realmente me excitaba no era el contenido en sí, sino el anhelo de participar en él. Sólo pensaba en compartir mis experiencias, aunque una especie de culpabilidad y miedo a ser descubierto me atenazaba y no terminaba de decidirme.

Después de un tiempo conseguí dejar atrás mis temores, me hice un perfil y me decidí a contar lo sucedido el día del masaje. Mi relato tuvo muy buena aceptación y recibí bastantes comentarios del resto de usuarios, la mayoría de ellos se morían de ganas de ver cómo era Isa y me solicitaban que pusiera fotos de ella. Movido por la tremenda calentura que me produjeron todos aquellos comentarios no me lo pensé y, sin valorar las posibles implicaciones que pudiera tener, me puse a revisar todas las fotos que teníamos en el ordenador. Me centré fundamentalmente en las que pensé que saldría mejor, como las de vacaciones, bodas y otros eventos. De entre todas ellas seleccioné unas veinte que me parecían adecuadas. Había varias de mi mujer vestida de fiesta y otras en  traje de baño, tanto en la playa como en la piscina. Incluso había alguna que otra en bikini de cuando era más joven.

Me llevó varios días editarlas correctamente. Tenía que recortar su cara para que no fuera reconocible y eliminar también todos los elementos que pudieran ser identificables, incluyéndonos  a mis hijos y a mí. Tengo que reconocer que cortar al pequeñín de una foto que salía junto con su madre, haciendo un castillo de arena en la playa, me hizo sentir como un villano. Era un recuerdo súper feliz de mi familia y yo lo estaba mancillando para el disfrute de una panda de desconocidos.

Finalmente, cuando tuve todas las fotos listas, las colgué en el foro.  Hubo multitud de reacciones, en su mayoría comentarios bastante subidos de tono. Como no podía ser de otra forma, las tetas de mi mujer causaron sensación y resultó inevitable que, después de descubrir cómo era ella, aquella jauría de lobos empezase a insistirme más y más para que pusiese fotos de Isa desnuda.

Aunque me moría de ganas de hacerlo, era consciente de que lo que aquellos tipos me pedían era algo muy serio. Exponer a mi mujer para cientos de personas pudieran cascársela contemplando sus encantos, sin su consentimiento y traicionándola de la manera más vil, era cruzar una línea roja que no tendría retorno.

En cualquier caso, aunque tratara de engañarme a mí mismo, sabía que lo único que me detenía no eran las posibles implicaciones morales, sino el hecho de que sería complicado hacerle una foto en pelotas sin que se diera cuenta. Sólo estaba completamente desnuda cuando se metía en el cuarto de baño para ducharse y  no podía simplemente entrar y hacerle una foto con el móvil. Si lo hacía, a buen seguro me descubría y montaría en cólera.

Poco a poco aquello se fue convirtiendo en una obsesión y sentía que tenía que realizarla sí o sí. Cuando finalmente acepté lo inevitable, compartí mi problema en el foro y uno de los usuarios me dio la solución para poderla fotografiar sin que se diera cuenta.

La idea me pareció tan buena que decidí ponerla en práctica el siguiente sábado. Ese día, después de desayunar, cuando Isa se metió en el cuarto de baño para ducharse, la seguí hasta nuestro dormitorio y esperé junto a la puerta. Después de un rato, entré con el móvil en la mano haciendo bastante ruido y me senté sobre la tapa del wáter.

-¿Carlos? ¿Eres tú?

-Sí, soy yo. Oye, ¿has visto el terremoto que ha habido en Italia?- Le dije haciendo referencia a la noticia más impactante que había encontrado minutos antes en el periódico.

-Joé ¿y qué ha pasado?- Preguntó mientras descorría la cortina de la ducha y se envolvía en una toalla.

-Ha sido cerca de Nápoles y,  por lo visto, bastante fuerte. Gracias a Dios no ha habido víctimas, aunque sí bastantes daños materiales.- Le dije haciendo como si estuviera leyendo algo en el móvil.

Pero en la pantalla del móvil no aparecía ninguna noticia, sino la cámara del teléfono con el disparador automático activado y previamente silenciado. Mi mujer apenas se descubrió una fracción de segundo antes de taparse con la toalla y, por un momento, me sentí frustrado.  Pese a que la estrategia había sido buena e Isa no sospechaba lo que estaba haciendo, me dio la sensación de que no había conseguido obtener ninguna foto clara.

De pronto, sin previo aviso, Isa se quitó la toalla y empezó a secarse tranquilamente una a una todas las partes del cuerpo. Vi el cielo abierto y, mientras continuaba contándole cosas de aquel suceso, iba dirigiendo el objetivo de la cámara para poder captar todos los rincones de su cuerpo. Me di cuenta de que se había vuelto a dejar crecer el bello del pubis, aunque ahora llevaba un triángulo algo más pequeño y mejor cuidado.

El resto del día lo pasé muy nervioso, esperando a que llegara el momento de poder revisar las fotos en la tranquilidad de mi despacho. Aunque deseché muchas por estar movidas o no mostrar nada, había conseguido obtener casi un centenar de bastante buena calidad. Las había de todo tipo, de cuerpo entero, primeros planos de sus tetas, de espaldas, y también una agachada con el culo en pompa que me volvía loco.

No pude esperar más y, tras retocar las primeras diez fotos, las subí a internet.  Un aluvión de comentarios empezó a sucederse. La que más recibió fue una en la que mi mujer aparecía de perfil, agachada secándose las piernas. Colgando, en esa posición, sus gigantescas tetas parecían aún mucho más grandes.

En una semana ya las había subido todas y, día tras día, esperaba con ansia que llegara la noche para abrir el ordenador y ver los nuevos comentarios que iban apareciendo. Recibía mensajes de todo tipo, incluso privados de gente que quería follársela y se me ofrecía para ello. Algunos de esos hombres me enviaban fotos para que viera el tamaño de sus penes y fuera consciente de lo que podría gozar mi mujer si decidía entregársela. Aun así, sin lugar a dudas, lo que más me excitaba era cuando alguien colgaba alguna de mis fotos manchada con su propio semen. En especial había una que me encantaba y había perdido la cuenta de las veces que me había masturbado con ella. Era un primer plano de las tetas de Isa con sus enormes y oscuros pezones cubiertos por una copiosa corrida blanca. Me la había descargado para volverle a poner la cara de mi mujer y se había convertido en la foto con la que me masturbaba cada noche.

Poco a poco, pasados unos días desde que subí la última foto, el interés por mi hilo empezó a decaer. Aunque fuera cuestión de tiempo que, dada la imposibilidad de aportar nuevo material, tarde o temprano la gente abandonase mi hilo y se centrasen en otros, no pude evitar sentir una gran frustración al comprobar cómo dejaban de aparecer nuevos comentarios. Seguía entrando en el foro pero ya no era igual, echaba de menos disfrutar con lo que decían de ella. Podía haber intentado hacer nuevas fotos, pero no hubiera dejado de ser más de lo mismo y el desenlace también habría sido el mismo.

Y allí me encontraba yo, casi un año después del incidente del masaje, sentado en mi despacho dándole vueltas a lo que había sucedido y a cómo podía seguir avanzando en aquella espiral de depravación...

Se acercaba el verano y, después de meditarlo mucho, concluí que si quería darle un giro a la situación, esa era la época más indicada. Con algunas ideas en la cabeza pero sin un plan muy definido, llamé a mi cuñada y le comenté que si no le importaba quedarse con Juan, el mayor de nuestros hijos, un par de semanas. Se mostró entusiasmada, su marido y ella pensaban irse a la sierra y, como Juan y su primo estaban tan unidos, sería estupendo para los dos. Para colocar al pequeño Pedro hablé con mi suegra, la cual también se mostró encantada de que se fuera con ellos al pueblo. A las dos les dije que quería darle una sorpresa a Isa y que era mejor que pareciera que lo de quedarse con los niños era cosa de ellas. La realidad era bien distinta, decidí hacerlo así para evitar que Isa pudiera negarse con cualquier excusa si veía que la idea venía de mí.

A mi mujer no le hizo mucha gracia que los niños se fueran esas dos semanas. No por el hecho de que se marcharan, sino porque tendría que pasar más tiempo conmigo a solas. Encima coincidiría con el comienzo de mis vacaciones, por lo que estaríamos juntos día y noche. Supongo que temía que, al pasar tanto tiempo juntos, pudieran surgir situaciones incómodas o resultaran tan evidentes las carencias de nuestra relación que nos viéramos obligados a tener que afrontarlas, y en aquel momento no se veía preparada para hacerlo.

Por ello, cuando le propuse marcharnos dos semanas a la playa, acepto al instante. Sabía que a mí no me gusta la playa en sí y que me pasaría el día entre el chiringuito y el campo de golf. Nos veríamos fundamentalmente durante las horas de las comidas, por tanto mucho menos de lo que lo haríamos si nos quedábamos en la ciudad.

Por fin llegó el día de la partida. Nos levantamos el sábado temprano y, después de dejar colocados a los niños, pusimos rumbo a aquella localidad de la costa andaluza donde pasaríamos las próximas dos semanas. Isa estaba preciosa, se había puesto un vestido veraniego blanco. Aunque no tenía apenas escote y le cubría hasta debajo de las rodillas, le quedaba realmente bien, realzándole el busto y haciéndole muy buen culo. Las gafas que llevaba no le afeaban en absoluto, sino todo lo contrario, le daban un aire muy interesante. Debido al estrés de los últimos meses, había sufrido una especie de hipertensión ocular y le habían recomendado que dejase de usar lentes de contacto y se pusiera gafas. Había jubilado las antiguas y se había hecho unas normales y otras de sol graduadas.

A mitad del camino paramos para estirar las piernas y tomar un café.

-Voy a aprovechar para echar gasolina.- Le comenté mientras detenía el coche junto al surtidor. -Si quieres ve entrando tú.-

-Ok, así paso un momento a hacer pis. ¿Te pido algo?-

-Un café y un pincho de tortilla. Gracias.-

-Vale, nos vemos ahora.- Y se marchó cerrando la puerta.

Después de repostar aparqué el coche en el lateral del restaurante, fuera de la vista de la gente que estaba en el interior.  Abrí la maleta de Isa procurando no descolocar nada mientras sacaba sus trajes de baño. Acto seguido la cerré, metí los bañadores en una bolsa y los tiré a una papelera cercana. Después de la parada continuamos el viaje sin incidentes.

Cuando llegamos nos recibió el casero. Era un tipo bajo y gordo, de aspecto descuidado y sucio, que trataba de tapar inútilmente su calva con un mechón de pelo grasiento, que era el único que  conservaba.  Mientras nos daba la bienvenida, no tuvo ningún reparo en pegarle un repaso de arriba abajo a mi mujer. Isa se sonrojó al sentir su sucia mirada clavada en su cuerpo pero yo no pude evitar sentir cierta excitación. Lo que un año atrás me hubiera molestado sobremanera en aquel momento constituía un gran comienzo para mis vacaciones. Antes de despedirnos le dije que necesitaríamos un segundo juego de llaves y quedé en llamarle por la tarde para que me lo diera. Realmente no nos iba a hacer falta, pero necesitaba escabullirme un momento de mi mujer y aquella sería una excusa tan buena como cualquier otra.

Con todo, la casa estaba bastante bien. Era un pequeño chalet de dos plantas, en una zona muy tranquila a las afueras de la urbanización pero muy cercana a la playa. En la parte de abajo estaba el salón comedor, la cocina y un aseo. En la de arriba había dos dormitorios y un cuarto de baño. Tenía un porche delante y una pequeña piscina en la parte de atrás. Para nosotros dos era mucho más que suficiente.

-¡No me lo puedo creer!- Escuché maldecir a Isa desde nuestro dormitorio.

-¿Qué pasa?- Le pregunté mientras entraba corriendo en la habitación.

-¡Pues que mis trajes de baño no están!-

-Ah, qué susto. Pensé que te había pasado algo más grave.-

-¿Más grave? A ver qué hago yo en la playa sin bañadores.-

-Bueno, no te preocupes. Esta tarde compramos otros y no hay mayor problema.-

-Ya, pero me da rabia. Además estoy seguro de que los metí en la maleta.-

-¿Cómo los vas a haber metido si no están?-

-Te repito que los metí.- Me dijo Isa fulminándome con la mirada. -Los habrá sacado alguno de los niños haciendo una travesura.-

-Sí, a lo mejor ha sido eso. En cualquier caso ya no podemos hacer nada. Vámonos a comer y después iremos a comprar unos nuevos.-

Nos acercamos con el coche a un centro comercial que nos había indicado el casero y, después de comer, fuimos hacia la zona de tiendas. Había bastantes pero, debido a la hora, casi todas estaban cerradas.

-Si quieres podemos ir ahora al supermercado y volver más tarde, que estarán todas abiertas.-

-Tú siempre intentando librarte de las compras. Además luego tendríamos que pasar por casa para dejar las cosas y ya se nos haría muy tarde.- Me contestó Isa. -Mira, allí hay una abierta y parece que tienen bañadores. -

Era una especie de tienda con artículos de todo tipo, bastante grande pero demasiado recargada y poco iluminada. Como apenas había espacio para pasar entre los diferentes pasillos, no pude evitar pensar en que hace algunos años, con el carrito del niño, no me habría podido mover bien por allí. Nos llevamos una sorpresa al ver al vendedor, era un chaval de unos dieciséis años, el típico adolescente gordito, con gafas y granos en la cara.

-Mi madre no está, volverá en una hora o así. Yo puedo atenderles, me ocupo de la tienda a la hora de comer.-

-Estamos buscando bañadores para mí. Hemos visto algunos bikinis en el escaparate pero queríamos saber si tenéis trajes de baño.- Intervino mi mujer.

-Sí, en aquella zona de allí está todo lo que hay.-

-No entiendo que sólo tengan estos dos bañadores. Son horribles.- Dijo Isa después de rebuscar un rato entre la ropa.- ¡Chico! ¿Sólo tenéis estos dos trajes de baño?- Le llamó alzando la voz.

-Sí, es que los bañadores casi no se venden.- Dijo el chaval llegando a nuestra altura.

-Qué rabia, con lo bonitos que tenéis los bikinis y la verdad es que los bañadores no me llegan a convencer.-

-¿Por qué no se prueba algún bikini a ver si le queda bien? Total no pierde nada. Además ya le digo yo que todas las tiendas de por aquí tenemos más o menos lo mismo y que trajes de baño va a ser difícil que encuentre.-

Sin esperármelo había encontrado en aquel panoli a un gran aliado. Me estaba haciendo todo el trabajo, sin tener que decir yo lo más mínimo. Si hubiera sido yo el que insistiera con los bikinis, Isa se habría puesto a la defensiva y no se los habría querido ni probar. Aunque cualquier traje de baño que se comprara me serviría para mis propósitos, si era un bikini mejor que mejor.

-Sí, quizá tengas razón. Ya que estamos aquí tampoco pierdo nada probándomelos. Aunque no sé si me sentiré cómoda después de tantos años ¿Tú qué opinas?- Me preguntó.

-No sé. Lo que a ti te parezca.- Le contesté fingiendo desinterés.

-Por Dios, qué falta de entusiasmo. Sé que estás aburrido pero son cosas que hay que hacer. Sabes lo que te digo, que me voy a probar alguno a ver qué tal.-

Isa cogió tres bikinis, a los que les había echado previamente el ojo, y se dirigió a la zona de probadores.

-Entre mejor en aquel.- La interceptó el chico señalándole un probador que había en el otro extremo de la tienda, mucho más apartado del resto. -Está más lejos de la puerta y es más tranquilo. Además tiene más cerca la zona de los bañadores, por si quiere coger algún otro o lo que sea.-

-Qué chico tan majo.- Me susurró mi mujer mientras se encaminaba hacia el probador.

-Sí, muy majo.-Le contesté.

-Tenme esto, que aquí está muy oscuro y no voy a poder ver bien.- Me dijo Isa acercándome las gafas de sol.

-No se preocupe que yo se las guardo.- Se adelantó el chaval, que acto seguido se fue con ellas hacia el mostrador de la entrada de la tienda.

No sabría decir por qué pero su actitud me estaba resultando un poco sospechosa, tal vez demasiado servicial y pendiente de todo. En cualquier caso, no fue hasta que vi cómo echaba la llave de la puerta de la tienda y ponía el cartel de cerrado, que realmente no me di cuenta de que tramaba algo. - ¿Por qué lo habría hecho y por qué le habría dicho a Isa que fuera a aquel probador y no a alguno de los otros?- Pensé.

Cuando mi mujer cerró tras de sí la cortina, el interrogante se resolvió por sí mismo. No corría bien y se quedaba enganchada al final del recorrido, dejando una abertura no muy grande pero sí suficiente para las intenciones de aquel pillo. Pese a que seguro que las clientas podían notarlo, al estar la tienda vacía a esas horas y el probador tan apartado y fuera de la zona donde se encontraba el vendedor, la mayoría de ellas no se cambiarían a uno de los de la entrada, convirtiéndose de esta manera en víctimas perfectas de ese pequeño depravado, que se pondría las botas todo el verano disfrutando de los cuerpos de sus ingenuas clientas.

Un montón de cajas vacías, estratégicamente situadas a pocos metros del probador, constituían un refugio seguro para que el joven dependiente se ocultase a la vista de sus víctimas. Un ligero movimiento de una de ellas me confirmó que el chico ya estaba en su sitio, dispuesto a comprobar qué se escondía debajo de la ropa de mi mujer.

-Carlos, vigila que no venga nadie, que la cortina no corre bien y se queda un poco abierta.- Me pidió mi mujer ingenuamente.

-No te preocupes que el chico está en la entrada y no hay nadie más en la tienda. Si se acerca alguien te digo.-

A través de la abertura se podía ver perfectamente como Isa se iba despojando poco a poco de su ropa hasta quedarse completamente desnuda. Me retiré un poco para que el chaval pudiera tener una completa visión de lo que sucedía dentro del probador. Con sólo pensar en cómo habría tenido que alucinar al ver las tetas de mi mujer al natural, casi me corro sin necesidad de tocarme.

-¿Qué tal me queda? ¿No me hace gorda?-Preguntó descorriendo la cortina una vez se hubo puesto el primero de los bikinis, uno blanco con lunares rojos.

-A mí me gusta. Le contesté.-

-Tú siempre dices que me queda todo bien. No eres nada objetivo. Aunque es verdad que creo que no me sienta mal. Quizá lo único es que la braguita es un poco pequeña para mi gusto y enseño mucho trasero.- Dijo girándose para que le pudiera ver bien el culo.

-No sé, yo lo veo bien. Pero si no te sientes cómoda no lo cojas. Eso ya como tú veas.- Me di la vuelta y cerré la cortina tras de mí, pero esta vez dejándola aún más abierta para que el dependiente tuviera todavía mejor visión.

-Bueno, ya veré. Voy a probarme otro.- La escuché decir desde el otro lado.

Tenía toda la ropa colgada de la única percha que había  y, cuando fue a coger otro modelo,  tiró sin querer el resto de cosas al suelo. Se agachó a recogerlas una a una y, mientras lo hacía, iba poniendo el culo en pompa, dejándonos una visión perfecta desde atrás de su trasero con su coñito entre medias. 

Durante casi un cuarto de hora se estuvo probando bikinis. Primero los tres que tenía, luego me pidió que le trajera otros modelos que había visto, después los primeros pero en otras tallas para, finalmente, terminar quedándose con los que inicialmente había cogido. En definitiva, un continuo poner y quitarse ropa del que mi joven cómplice no perdía detalle.

Cuando Isa terminó, mientras acababa de vestirse, me fui hacia el mostrador de la entrada. El chaval ya estaba allí. Completamente colorado intentaba mantener la compostura. Me pregunté cuántas veces se habría pajeado. Sin mediar palabra, cogí una caja bastante pesada que había en el suelo y la deposité sobre el lugar donde había dejado las gafas de Isa, destrozándolas al instante. El chico me miró asombrado y sin saber qué decir.

-Cuando mi mujer pregunte dirás que has sido tú. Así no me veré obligado a decirle a ella y a tu madre lo que estabas haciendo detrás de las cajas.- Le dije mientras le acercaba un billete de cien euros que había sacado de mi cartera.

Al ver lo que había pasado con las gafas Isa montó en cólera. El chico estaba tan asustado por lo que le había dicho que asumió la culpa sin rechistar. Pese a que trató de disculparse innumerables veces, no pudo aplacar la cólera de mi mujer y tuvo que terminar regalándole los bikinis. Aun así salió ganando, descontándolos de los cien euros que le había dado todavía le sobraban diez. Además, el rato que había pasado espiando a mi esposa no tenía precio.

Una vez fuera de la tienda, sin poder aguantar más, le dije a mi mujer que necesitaba ir al servicio y me masturbé en los aseos públicos del centro comercial. Estaba tan caliente que no tardé ni un minuto en descargar dentro de aquel sucio wáter.

-Menudo inútil el puñetero niño. Si no está capacitado para atender no deberían dejarle hacerlo. A ver qué hago yo ahora sin gafas.- Me comentó Isa una vez en el coche.

-La verdad es que sí.- Contesté pensando que de inútil no tenía nada. -Bueno, al menos tienes las otras gafas y los bikinis nos han salido gratis.-

-Ya, eso sí. Lo malo es para ir a la playa. Ya sabes que el sol me hace daño y que sin gafas de sol no puedo estar.-

-Puedes ir con las de ver y cuando llegues allí usar tus gafas de sol antiguas.-

-Ya, pero con la miopía que tengo no voy a ver un pimiento.-

-Bueno chica, si lo vas a poner todo tan negativo y vas a dejar que unas gafas te estropeen las vacaciones, hacemos las maletas y nos vamos.-

-No bueno, no es eso. Es que estaba tan contenta con los bikinis que lo de las gafas me ha molestado bastante. En fin, qué se le va a hacer, tampoco es el fin del mundo.-

Una vez llegamos al supermercado le pregunté a Isa si no le importaba ir haciendo la compra mientras yo llamaba al casero y me acercaba a por las llaves. A mi mujer le pareció bien, así ganaríamos tiempo y no tendría que volver a aguantar las miradas de aquel baboso. Una vez me despedí de ella me dirigí a toda prisa de vuelta al centro comercial. Le llamé de camino para que me esperara allí con las llaves. Cuando llegué ya estaba. Apenas cruzamos palabra, aunque por la expresión de su cara me quedó clara su decepción al no ver a Isa.

Después volví hacia la tienda de bañadores. El chaval ya no estaba y me atendió una señora de mediana edad, que supuse sería su madre. Le dije que había estado antes con mi mujer y que, una vez en casa, al volverse a probar los bikinis, se había dado cuenta de que tenía que haber cogido una talla menos. La señora me dijo que solía pasar, que tampoco había mucha diferencia entre una talla y otra. Me los cambió sin problemas y regresé a toda prisa al supermercado.

A la mañana siguiente, estaba desayunando en el salón cuando oí que Isa me llamaba desde la parte de arriba.

-Carlos ¿Puedes venir un segundo?-

-Ya voy.- Le di un sorbo al café y subí por las escaleras

-Ahora que me los veo otra vez puestos no sé si me quedan un poco pequeños ¿no? Parece que se me van a salir las tetas. Además la braguita se encoge y se me mete mucho por detrás. ¿A ti qué te parece?-

-No sé, yo te sigo viendo igual de bien que ayer.- Le dije intentando disimular la sorpresa que me había producido verla embutida en aquel bikini blanco de puntos rojos.

Pese a que la diferencia de tamaño entre las tallas era tan poca que mi mujer no se había dado cuenta del cambio, era la suficiente para que el bikini pasase de quedarle bien a apretado. Las tetas le rebosaban por arriba y parecía que le iba a estallar. En cuanto a la braguita, era verdad que se le metía bastante por la raja del culo y tendría que estar constantemente colocándosela. Si tuviera que definir el aspecto de mi mujer con una palabra, esta sería basturrona.

-La verdad es que no entiendo cómo pude verme bien ayer con esto. La parte de arriba me queda muy justa y la de abajo, entre que ahora las hacen tan minimalistas y que también me queda justa, no me cubre nada y tengo la sensación de ir enseñando todo el culo.-

-Con contenta que estabas cuando te los probaste. De todas formas, si no te ves bien,  podemos ir a la tienda y cambiarlos.- Le dije, al ver las etiquetas sobre la cama, a sabiendas de que era imposible.

-Acabo de cortar las etiquetas y ya no se pueden cambiar. Además, como al final nos los dieron gratis, no tenemos ni el ticket ni nada. No creo que nos los cambiaran aunque no se las hubiera cortado.-

-Entonces tú dirás. Podemos ir a comprar otros.-

-No sé, me da la sensación de que nos va a pasar más o menos lo mismo. Todos tienen la misma forma y recuerdo que la talla mayor me quedaba grande.-

-Pues no le des más vueltas. De verdad que debe ser una impresión tuya al vértelos hoy  en casa. Yo te veo estupenda.  En cualquier caso a la playa bajas con un vestido y una vez allí todo el mundo va igual ¿no?-

-Pues tienes razón. Además aquí no nos conoce nadie y no me sentiré incómoda. Así puedo ir ya esta mañana a la playa que, desde que hemos llegado, no hemos parado de hacer cosas.  Estoy deseando ver el mar. Me voy a duchar.- Dijo quitándose el bikini y dejándolo sobre la cama.

Una vez mi mujer se metió en el cuarto de baño, cogí la parte de arriba del bikini y bajé a toda prisa a la  cocina. Con un cuchillo hice un ligero corte en la parte de la tela que unía las dos copas del sujetador. Confiaba que, al estar tan tirante, tarde o temprano terminaría rompiéndose. Acto seguido lo volví a dejar sobre la cama.

Cuando salió del cuarto de baño, Isa se puso el bikini y encima un vestido veraniego estampado. Estuvo trajinando en la casa un par de horas y por un momento temí que, con tanto movimiento, el bikini no aguantase y se rompiese en casa.

Después de dejar todo recogido y la comida preparada, Isa me dijo que se iba a la playa. Aunque en un principio no quería, insistí tanto que no pudo negarse a que la ayudara a llevar las cosas. Le dije que después me iría al campo de golf a informarme sobre lo que tenía que hacer para poder jugar.

-¿No te pones las gafas de ver para bajar?- Le pregunté.

-No, como estamos al lado, mejor ya bajo directamente con las de sol. Aunque no vea casi nada de lejos, como sólo es para un momento, prefiero dejarlas en casa. Así no se me pierden ni se estropean, que sólo me faltaba quedarme sin ningunas gafas graduadas en dos días.-

Una vez en la arena, fui caminado hasta encontrar el sitio indicado donde situar a mi mujer. Vi un grupo de unas siete u ocho toallas y, a lo lejos, a unos chavales jugando al futbol. Supuse que las toallas serían suyas y me detuve a unos metros de donde estaban. El sitio era perfecto.

-¿Te parece bien aquí cielo?- Le pregunté dejando en el suelo la silla plegable.

-Sí, aquí mismo está bien. Con tal de dejar de andar. No entiendo por qué nos hemos alejado tanto de la entrada- Me contestó soltando la bolsa que traía.

-Lo he hecho por ti. Como comprenderás a mí me da igual. Aquí no hay casi gente y estarás mucho más tranquila.  Bueno, si no necesitas nada más, yo me marcho ya al campo de golf. ¿Te vengo a buscar o quedamos en casa para comer?-

-Pues quedamos en casa si quieres. Aunque tú digas que vengo súper cargada, sólo traigo la bolsa y la silla. Puedo con ellas de vuelta perfectamente.-

-De acuerdo entonces. Adiós.- Me despedí dándole un beso en la mejilla.

Me dirigí a casa a toda prisa. Me cambié de ropa y me puse unas gafas de sol y una gorra que había comprado para la ocasión. Me miré al espejo, entre que iba vestido completamente distinto, que las gafas de sol no me las conocía y que nunca usaba gorra, era imposible que mi mujer me reconociese aunque me viera de frente. Además, con la miopía que tenía, podría ponerme bastante cerca y ni se daría cuenta.

Volví lo más rápidamente que pude a la playa y clavé la sombrilla a escasos metros de Isa, situándome como el vértice superior de un triángulo que completaban las toallas de los chavales. Nadie reparó en mí. Me senté a la sombra en mi silla de playa, cogí el periódico y fingí empezar a leerlo.

Los chicos habían terminado el partido y se estaban bañando. Salieron del mar y, mientras se acercaban, pude comprobar que eran ocho chavales de entre unos quince y dieciséis años. Venían distraídos, hablando y riendo entre ellos, pero eso no evitó que, al pasar por al lado de mi mujer, la mayoría se girara para mirarla.

-Joder ¡Cómo está la tía esa! ¿La habéis visto?- Dijo uno de ellos.

-Pero si es una pureta. Y además está gorda.- Contestó otro.

-Gorda tu puta madre. ¿No has visto las tetas que tiene?- Le recriminó un tercero.

-Jajaja. Ni que pillara con modelos el tío, no te jode. Vamos tronco, no podrías estar con una tía así en tu vida.- Intervino otro chaval.

Los comentarios sobre mi mujer se siguieron sucediendo. La mayoría se referían al tamaño de sus tetas y a lo apretada que iba. Si yo les estaba escuchando con bastante claridad, estaba claro que Isa, que se encontraba más o menos a la misma distancia, también les estaría oyendo. Pese a todo no decía nada y se mantenía tumbada como si aquello no fuera con ella.

Al cabo de un rato se levantó con intención de irse hacia el mar. Su cara sonrojada denotaba que, no sólo había escuchado lo que decían de ella, sino que no había podido evitar  ruborizarse al hacerlo. No reparó en que el elástico de la braguita se le había encogido, como esa mañana cuando se la probó en casa, y le dejaba medio trasero al aire.

-¡Mirad tíos! Si se le ve todo el culo.- Gritó uno de los chicos al verla levantarse, señalando con el dedo a mi mujer. -Está claro que le gusta que le miren. Mirad cómo va provocando con ese bikini tan apretado.- Continuó.

Al escuchar aquello Isa se dio la vuelta bruscamente, con la intención de llamarles la atención, con tal mala suerte que, con la fuerza del movimiento, terminó de rompérsele la tela que unía las dos copas del sujetador y sus dos enormes tetas volaron libres.

Al principio mi mujer no se dio cuenta de lo que sucedía y no fue hasta que empezó a escuchar las carcajadas de los chavales que no se percató de lo que estaba pasando. Muerta de vergüenza trató de taparse las tetas como pudo mientras los chicos gritaban entusiasmados.

-Ya os dije que a esta le gusta que le miren. Seguro que estaba deseando que le viéramos las tetas y las has sacado a propósito.- Volvió a decir el mismo chico.

-¡Joder! ¿Habéis visto sus pezones? Son como dos DVD's.- Grito otro al darse cuenta del tamaño de las areolas de mi mujer

-Jojojojo….Son grotescos tíos. Y mirad cómo están de duros ¡Está cachonda!- Se burló otro más.

Los chicos, envalentonados al estar en grupo,  seguían riéndose y mofándose de mi mujer cada vez con más saña, como sólo los adolescentes saben hacer. Ella, completamente superada por la situación, permanecía inmóvil sin poder reaccionar.

No sabría decir si sería por el roce previo de la tela del bikini, la brisa marina que soplaba o si de alguna manera aquella situación la estaba excitando, pero el caso era que el chaval tenía razón e Isa tenía los pezones tan duros como pocas veces se los había visto.

Mi mujer sólo salió de su ensoñación cuando se dio cuenta de que uno de ellos había sacado su móvil y la apuntaba con él. No podría decir si hacía vídeo o sacaba fotos pero estaba claro que, de una manera u otra, la estaban inmortalizando. Isa por fin reaccionó y trató de abalanzarse sobre él para arrebatarle el móvil, pero éste la esquivó sin problema alguno. Ella continuó persiguiéndole enrabietada, pero él fue librándose uno a uno y sin esfuerzo de todos sus intentos de alcanzarle. Finalmente, cansada y derrotada, mi mujer se detuvo y se inclinó hacia delante, apoyando sus manos sobre sus rodillas para descansar.

Otro de los chavales aprovechó ese momento para acercarse por detrás y, de un tirón, bajarle la braguita hasta los tobillos, dejando a mi mujer con el culo en pompa y la cara colorada. Antes de que Isa pudiera reaccionar y subirse el bikini, el chico le dio una palmada en el culo provocando las carcajadas del resto.

Yo contemplaba la escena absorto. En ningún caso podía haberme imaginado que los acontecimientos se iban a desarrollar de aquella manera. Mi intención inicial había sido disfrutar viendo cómo ese grupo de adolescentes hormonados se calentaban mirando como mi mujer se tostaba al sol y, con suerte, que el bikini se rompiese en algún momento de la mañana para que pudieran verle las tetas. Pero al final todo se había ido de madre.

Viendo lo ruborizada que estaba no me quedaba tan claro que Isa estuviera pasando un mal rato. No sabía si realmente estaba enfadada o si por el contrario se mostraba así en un vano intento de ocultar que estaba encontrando algún tipo de placer al sentirse admirada y humillada al mismo tiempo.

Sea como fuere la situación no podía resultarme más morbosa. Miré a mi alrededor  y, como no había nadie que pudiera verme, me eché la toalla por encima de las piernas y empecé a hacerme una paja.

-¡Cuando venga mi marido os vais a enterar!- Gritó mi mujer mientras que, consciente de que poco podía hacer contra aquellos chicos, salía corriendo hacia el mar con las manos tapando sus pechos.

-Jajajaja…Mira como temblamos.- Se oyó decir.

-Venga tíos, larguémonos de aquí. No vaya a venir el marido de esta y vayamos a tener un problema.- Dijo otro una vez mi mujer se hubo metido en el agua.

Los chicos recogieron a toda prisa y se marcharon, ajenos a que el marido de aquella mujer estaba a escasos metros y no solamente no les haría nada, sino que les agradecía tremendamente lo sucedido.

Una idea me cruzó por la cabeza. A toda prisa y sin apenas meditarlo, cogí las pertenencias de mi mujer y las guardé en mi mochila. Sólo le dejé la silla de playa.  Me moría de ganas de ver cómo se las apañaría para llegar a casa de esa guisa. Pensé que lo primero que haría al salir del agua sería pedir ayuda a la persona más cercana, por lo que recogí mis cosas y me fui de allí lo más rápido que pude. No me paré hasta que interpuse un par de grupos de personas entre nosotros.

Una vez en el agua, mi mujer intentó inútilmente arreglar el bikini. Se dirigió hacia donde había dejado sus cosas y, cuando llegó hasta la silla, comprobó con asombro cómo se habían llevado todo. Dejó la parte de arriba del bikini sobre la silla y se puso a buscar en vano por los alrededores. Finalmente se dio por vencida  y, con las manos cubriéndose los pechos, se acercó a la sombrilla más cercana,  en la que se encontraba un matrimonio con su hijo de unos diez años.

Desde la posición en la que estaba no pude oír nada, pero sí ver cómo la señora miraba a mi mujer con cara de pocos amigos mientras el marido hablaba con ella y el niño no le quitaba ojo. Al poco rato el hombre alargó la mano entregándole una camiseta. Para cogerla, mi mujer tuvo que soltar uno de sus pechos y, para delicia de padre e hijo, quedarse expuesta ante ellos mientras torpemente trataba de taparse las dos tetas sólo con un brazo y una mano.

Isa se dio la vuelta y se puso la camiseta. Acto seguido cogió unas cangrejeras que le ofreció el niño, les dio las gracias y se fue hacia la entrada de la playa, dejando olvidadas la silla y la parte de arriba del bikini. Salí a correr para llegar antes que ella a casa. Al pasar junto a aquel matrimonio, pude escuchar como la mujer le estaba echando una tremenda bronca al marido. -Pareces tonto, encima le has dado las zapatillas del niño, sólo te ha faltado darle la cartera también. Se te caía la baba mirándole las tetas a esa desvergonzada.- Le oí decir mientras pasaba.

Por el camino tiré las cosas de Isa a una papelera. Al llegar a casa me puse la ropa de golf y me senté a esperarla en el porche. Llegó a los pocos minutos.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué vienes así vestida?- Le pregunté haciéndome el sorprendido.

-No te lo vas a creer, al volver de bañarme me he encontrado con que alguien se había llevado todas mis cosas.-

-¡Hay que ser mala persona! Total para llevarse cuatro tonterías.-

-Sí, pero es un fastidio. Sobre todo porque me han quitado el móvil y las llaves de casa.-

-¿Estas bien?- Le dije mientras la abrazaba.

-Sí, no te preocupes. Un matrimonio muy majo me ha dado la camiseta y las cangrejeras.

No pude evitar ponerme caliente al notar el contacto con sus pechos a través de la tela.  Si bien perder sus cosas la había fastidiado, parecía que todo lo sucedido aquella mañana la había excitado. De otro modo no podía explicarse que pudiera sentir sus pezones, todavía duros, clavados contra mi cuerpo mientras su cabeza reposaba en mi hombro.

-¿Por qué no me había contado la verdad?- Pensé. Tal vez no hacerlo era la mejor forma de olvidarlo y no tener que reconocerse a sí misma que en el fondo había disfrutado exponiendo su cuerpo ante toda esa gente en la playa.

No estaba dispuesto a que la conversación terminase ahí. Así que, sin previo aviso, le pregunté por qué no llevaba puesta la parte de arriba del bikini.

-Esto yo…bueno…también me la robaron.- Balbuceó.

Quería saborear el momento y decidí seguir apretándola para ver cómo reaccionaba.

-¿Estabas haciendo topless?- Le pregunté a sabiendas de que tanto ella como yo siempre nos habíamos mostrados contrarios a aquella práctica.

-Ehhh….sí es que….como no había nadie alrededor y me apretaba el bikini decidí quitármelo un rato.- Mintió. – Bueno, basta de charla que es tarde. Me ducho y comemos.-

Al cabo de un rato, al ver que tardaba, decidí subir las escaleras para ver qué pasaba. Seguía en el cuarto de baño pero no se oía el agua de la ducha caer. Me acerqué a la puerta y escuché un leve gemido proveniente del otro lado. No me lo podía creer, mi mujer se estaba masturbando. Si necesitaba alguna prueba de que lo sucedido aquella mañana le había excitado, aquella no dejaba ninguna duda de que así había sido.

-¿Estás bien cariño?- Le dije con intención de interrumpirla

-Sí, un momento. Ahora salgo. ¿Qué pasa?- Contestó con la respiración acelerada.

-No nada, sólo es que como tardabas tanto he subido a ver qué ocurría.-

Acto seguido abrió la puerta y salió envuelta en su toalla. Tenía la cara sofocada y una mueca de frustración que denotaba que la había cortado en el mejor momento. Para evitar que pudiera terminar lo que había empezado, me quedé dándole conversación hasta que se vistió y vino conmigo escaleras abajo.

Desde el día del masaje, Isa y yo no habíamos vuelto a tener ningún tipo de relación sexual. Conociendo sus convicciones, incluso era muy probable que ella tampoco se hubiera masturbado. Ahora todo parecía distinto, era como si aquel volcán interior que André había despertado en mi mujer y que ella trataba de contener, estuviera a punto de entrar en erupción. Debía actuar inteligentemente para sacar provecho de aquella energía que estaba próxima liberarse y no dejar que mi mujer la liberara por su cuenta.

Poco después de comer, mi mujer decidió bajar de nuevo a la playa. Siempre le ha gustado bajar a esa hora a tomar el sol. Es cuando más pega y además no hay casi nadie. Cuando salió por la puerta de la calle me levanté como un resorte, volví a ponerme la indumentaria de aquella mañana y salí a toda prisa. No tardé en alcanzarla y situarme a unos metros detrás de ella. Su silla seguía en el mismo lugar donde se quedó esa mañana, por lo que se puso en el mismo sitio y yo hice lo propio.

Plantó sus cosas en la arena y se quitó el vestido. Llevaba otro de los bikinis que se había comprado, uno completamente azul marino. Después de clavar la sombrilla, me senté debajo y, cubriéndome con el periódico, me puse a observarla. Mis ojos se abrieron como platos cuando se llevó las manos a la espalda para desabrocharse el bikini. Acto seguido sus tetas quedaron libres, cayendo varios centímetros por la falta de sujeción. Después empezó a echarse crema por todo el cuerpo. No se molestó en sentarse para hacerlo, la única persona que había a su alrededor era aquel tipo de la sombrilla que, ensimismado en su periódico, no parecía prestarle la mayor atención.

Una vez hubo terminado con el bronceador, se tumbó sobre la toalla a tomar el sol. A los pocos minutos se levantó y se dirigió hacia la orilla. Entro en el mar y comenzó a avanzar hasta que el agua le cubrió un poco más arriba de los pechos. Miró hacia todos lados y, al no ver a nadie cercano, introdujo sus brazos debajo del agua.

Era increíble, había empezado a masturbarse nuevamente. Por mucho que nadie pudiera verla, que pensara hacerlo en la playa, era un síntoma claro de mi mujer necesitaba urgentemente un orgasmo y estaba empezando a perder la compostura. No me lo pensé dos veces,  me levanté y me dirigí hacia la orilla andando lo más rápidamente que pude. Cuando Isa reparó en mí, hizo un movimiento apresurado para subirse la parte de abajo del bikini y salió del mar. No sabía por cuánto, pero había llegado a tiempo para detenerla.

Pasó por mi lado a escasos metros y al cruzarnos, contrariamente a lo que hubiera pensado, se giró hacia mí con una mirada que me dejó descolocado.  A esa distancia, con sus problemas de miopía, era imposible que me hubiera reconocido pero había algo distinto en la expresión de su cara, como si hubiera tratado de coquetear conmigo.  

Cuando estuvo lo suficientemente lejos, me quité la gorra y las gafas de sol para darme un chapuzón. La situación empezaba a preocuparme, no podría contenerla por mucho más tiempo y, si quería que pasase algo más que una simple paja, debía actuar rápido, pero no sabía cómo.

Estaba ensimismado en mis pensamientos cuando vi aparecer a lo lejos a uno de esos vendedores ambulantes que venden su mercancía en la playa. Iba directo hacia donde estaba Isa. Salí rápidamente del agua y, después de volver a ponerme las gafas de sol y la gorra, me fui a toda prisa hacia mi sombrilla y me senté en la silla.

En esa ocasión hice un par de agujeros en el periódico para poder mirar a través de ellos. Mi mujer no veía bien, pero no quería que aquel tipo me descubriera. Era un marroquí de unos cuarenta y pico años, muy alto y delgado. No pude evitar preguntarme cómo aquella gente no se asfixiaba bajo esas túnicas blancas.

Isa estaba tumbada tomando el sol y no reparó en él hasta que llegó a su altura, situándose a menos de un metro e interponiéndose entre el sol y ella.

-¿Vestido?- Le preguntó mientras dejaba en la arena su mercancía.

-No, muchas gracias. Además no me he bajado dinero.- Contestó mi mujer incorporándose un poco sobresaltada al verle.

La presencia de aquel tipo pilló a mi mujer por sorpresa. Como había dejado la parte de arriba del bikini dentro de su bolsa de playa, para no enseñar demasiado, se tapó con un brazo y mantuvo el otro apoyado en el suelo para sostenerse erguida.

Aunque de aquella manera consiguiera taparse algo, desde su posición el tipo conseguía ver gran parte de las tetas de mi mujer. Sabedor de que ella no podría mirarle sin deslumbrarse con el sol, la contemplarla descaradamente con deseo, como una persona hambrienta miraría una tarta a través del escaparate de una pastelería.

-No importa tú no tener dinero. Tú poder pagar mañana.- Dijo el vendedor, no sé si tratando de apurar sus opciones de venta o si intentando mantenerse el mayor tiempo posible junto a mi mujer.

-No de verdad, te lo agradezco pero ahora mismo no me hacen falta más vestidos.- Contestó Isa, que no sabía cómo desembarazarse de él.

-¿Tú no querer mirar? ¿No gustar mis vestidos?-

-No, no es eso. Sólo es que tengo muchos y no tengo días para ponérmelos todos.-

-Seguro que tú no tener ninguno como estos.- Insistió mientras levantaba del suelo una especie de barra de la que colgaban todas sus prendas. -Venga, venir a mirar.-

Convencida de que aquel tipo no se marcharía hasta que al menos le echase un vistazo a su género, mi mujer se levantó y se acercó a él. Al hacerlo, no sólo dejó  al descubierto sus pechos, sino que también pudo ver la expresión de lujuria que se dibujaba en el rostro del moro.

Con la calentura que llevaba acumulada, no hizo falta más que sentirse deseada por aquel desconocido para que los pezones de Isa se endurecieran al instante. No se lo pensó y empezó a curiosear entre la ropa, recreándose mientras el tipo se deleitaba mirando su anatomía.

-¿Tú haber visto alguna vez algo como esto?- Dijo el vendedor mientras cogía una especie de tela verde con un agujero del tamaño de una cabeza en un lateral.

-No, nunca. ¿Qué es?-

-Con él poder hace distintas prendas. Déjame mostrar.- Y diciendo esto se situó a la espalda de mi mujer e introdujo su cabeza por el agujero.

Desde detrás de ella  se puso a doblar a aquella tela, anudándola en su cintura y convirtiéndola en una especie de vestido playero. Durante el proceso no tuvo reparo en pasar descaradamente sus manos por todo el cuerpo de Isa.

Mi mujer permanecía inmóvil sin decir nada. Ignoro si pensando que todo aquello era normal y que el tipo únicamente le estaba enseñando cómo usar la tela o si, consciente del magreo que le estaba dando, le dejaba hacer para que de esa manera los dos saciaran su calentura.

-Bueno, ya es suficiente.- Dijo Isa recuperando la cordura y retirándose al sentir las manos del tipo sobre sus pechos.

-Yo enseñar sólo una forma más de poner y marchar.-

-Está bien pero rapidito, ¿Eh?-

El moro  no dijo nada. Volvió a acercarse, deshizo lo que había hecho y comenzó nuevamente a doblar la tela hasta darle la forma de un traje de fiesta. Iba anudado al cuello y con una franja de tela tapando cada uno de los pechos. En esta ocasión se situó completamente pegado a ella, haciendo que su miembro entrara en contacto con el culo de Isa. Sin darle tiempo a reaccionar, metió sus manos por debajo de la tela y empezó a sobarle descaradamente las tetas. Isa se puso tensa e intentó separarse de él, pero el vendedor la sujetó firmemente sin problemas.

-Por favor, suélteme.- Suplicó mi mujer sin mucho convencimiento.

Pero el tipo no tenía intención de soltarla y continuó magreando sus pechos. Cogió sus pezones con sus dedos pulgar e índice y empezó a rularlos, apretándolos ligeramente también.

-¿Pero qué está haciendo? Nos van a ver.- Dijo mi mujer que, abandonándose al placer, reclinó su cabeza hacia atrás hasta apoyarla en el cuerpo del marroquí.

Pero allí no había nadie que les pudiera ver salvo yo que, sujetando el periódico con una mano, me había vuelto a poner la toalla sobre las piernas y había empezado a tocarme.

El tipo soltó uno de sus pechos y fue bajando su mano por todo el estómago hasta meterla por la parte delantera de la braguita del bikini. Estuvo jugueteando un rato por su pubis, mientras que con la otra mano seguía estimulándole el pezón. Isa empezó a gemir y a moverse buscando el máximo contacto posible, por lo que intuí que el vendedor había introducido al menos uno de sus dedos en la cálida y húmeda gruta de mi mujer.

Ella estaba súper caliente y el tipo lo sabía. Soltó el otro pecho y, con las dos manos, le fue bajando la parte de abajo del bikini hasta dejársela por debajo de las rodillas. Después, presionando firmemente con una mano su estómago y con otra  su cuello, consiguió que Isa se arquease hacia delante. La fue empujando contra la silla hasta que ella se agarró con ambas manos al respaldo. Acto seguido el moro le fue remangando la tela del vestido hasta dejarla enrollada completamente en su cintura.

Mi mujer, consciente de lo que iba a pasar, empezó a mirar nerviosa en todas direcciones para cerciorándose de que nadie pudiera verles. También lo hizo hacia mi posición, pero como me había reclinado hacia atrás y me había puesto el periódico en la cara, pensó que estaría durmiendo y ni se inmutó por mi presencia.

El vendedor se subió la túnica y los ojos de mi mujer se abrieron como platos al sentir que empezaba a penetrarla. Desde mi posición no podía ver el miembro de aquel tipo, pero debía tener un tamaño considerable a juzgar por la expresión de la cara de Isa, que se mordía el labio fuertemente mientras uno por uno le iba enterrando cada uno de los centímetros de su herramienta.

El moro la sujetó firmemente por las caderas y empezó a follársela. Desde el principio le imprimió un ritmo rápido a sus embestidas, como queriendo terminar pronto para que ningún imprevisto pudiera impedir que se follara a aquella señora blanca. Mi mujer, que ya estaba súper caliente, empezó a retorcerse de placer. No pude evitar correrme viendo cómo gozaba siendo follada por aquel tipo.

-Por favor no te vengas dentro, por favor no te vengas dentro, por favor...- No paraba de suplicar, entre gemidos de placer, mientras él le daba cada vez más y más fuerte.

Isa no aguantó mucho más y se corrió con una tremenda explosión de placer. Liberar toda aquella energía acumulada la dejó completamente vacía y sin fuerzas. Sin ser capaz de sujetarse a la silla, se quedó colgando como un muñeco. El moro la agarró fuertemente del pelo con una mano, tirando de su cabeza hacia arriba, mientras que con la otra seguía sujetando firmemente su cintura para seguir cabalgándola.

El tipo empezó a moverse a un ritmo endiablado y, consciente de que se iba a correr, soltó a mi mujer y se separó de ella, dejándola caer como un trapo sobre la silla. Se agarró la polla con una mano y descargó toda su leche sobre el culo de mi mujer, mientras ella sentía como uno por uno impactaban todos aquellos chorreones de esperma y aquel líquido blanquecino y viscoso empezaba a resbalar por sus piernas hacia el suelo.

-Tú poder quedar con el vestido.- Dijo el vendedor mientras se colocaba la túnica. Acto seguido cogió sus cosas y se marchó sin decir nada.

Mi mujer, aún extenuada por la tremenda follada que le habían dado, se quitó la tela y se limpió con ella, dejándola después hecha un burruño junto al resto de sus cosas. Después se dirigió hacia el mar y se metió en el agua para terminar de limpiarse.

Extenuado de tanta paja, recogí mis cosas y me fui a casa. El resto de la tarde la pasé en el campo de golf, completamente satisfecho por la experiencia que había vivido y tratando de imaginarme cuál sería la siguiente aventura de mi mujer.