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La madura y el chaval

en No Consentido

Para una mujer florero no hay mayor tormento que envejecer. El intentar poner barreras al tiempo mientras se contempla como su inexorable paso te va marchitando el cuerpo. Miriam González era el perfecto ejemplo de ello.

De joven hizo sus pinitos en el mundo de la moda y, gracias a su belleza y a un físico privilegiado, no tardó en cazar a un empresario de prestigio que la sacó de las pasarelas para casarse con ella.

Ahora el tiempo había pasado y, a sus cuarenta y nueve años, dedicaba gran parte del día a intentar mantenerse joven, entre duras dietas y largas sesiones de gimnasio. Había pasado tantas veces por quirófano que su imagen, si bien imponente con su casi metro ochenta de altura y su pelo rubio platino, lucía completamente artificial.

Se había retocado la mayor parte de su cuerpo. Primero fue la liposucción, luego la operación de nariz, después el botox y, por último, los implantes de silicona, con los que indudablemente se había pasado. Los labios le habían quedado demasiado hinchados y eso, unido a que tenía la boca bastante grande, como se dice vulgarmente le daba un cierto aspecto de come pollas. El aumento de pechos también fue excesivo. No hizo caso a las recomendaciones del médico sobre estética y posibles problemas de espalda y se había puesto unas tetas de tamaño exagerado, en las que era imposible no fijarse nada más verla. La única parte natural que le quedaba era su trasero que, si bien lo tenía bastante amplio, a base de carísimas cremas y duro ejercicio lo había conseguido mantener firme y erguido. En definitiva, era lo más parecido a una vigilante de la playa de cincuenta años.

Su matrimonio con Juan había sido provechoso. Pese a que ahora el hombre andaba cerca de los setenta y la diferencia de edad empezaba a pesar, siempre le había proporcionado todo lo que había necesitado y de su brazo se había codeado con las más altas esferas de la ciudad.  No habían tenido hijos, Miriam nunca los quiso. Primero por el sacrificio que implicaban pero, sobre todo, por no estropear su estupenda figura. Juan tampoco insistió, le bastaba con Jorge, que era fruto de su primer matrimonio y más que suficiente para perpetuar su legado. Jorge vivía con su familia en Londres y llevaba la sucursal de la empresa en aquella ciudad, a la espera de hacerse en un futuro con el negocio familiar.

En la misma urbanización vivían los Ruiz, un matrimonio de unos cuarenta años con un hijo, Alberto, de trece. Alberto era un chaval preadolescente tímido e introvertido, que no encajaba con los chicos de su clase y vivía permanentemente encerrado en su mundo de fantasía y ordenadores. Era muy bajito, lo que hacía que incluso aparentara menos años de los que tenía. Como a casi todos los chicos de esa edad le gustaban las mujeres maduras y voluptuosas y Miriam, con su imponente cuerpo neumático, se había convertido en la inspiración de todas las pajas del muchacho.

La urbanización era muy tranquila. Estaba formada por un conjunto de doce chalets y en el centro, sólo accesible a través de cada una de las casas, una zona ajardinada con piscina. La mayoría de la gente que vivía allí era bastante mayor y con hijos ya emancipados, por lo que no había más niños que Alberto.

Por fin llegaron las vacaciones de verano y con ellas el tiempo de piscina. Alberto había esperado aquel momento todo el año. Era durante ese último curso cuando su obsesión por Miriam había comenzado a desarrollarse y, por más que trataba de hacer memoria, no tenía ningún recuerdo de ella en bikini el año anterior.

Aquella mañana, como era su costumbre, se levantó tarde. Sus padres se habían ido hacía horas al trabajo y desayunó solo en la cocina. Después se pasó el resto de la mañana jugando al ordenador en su cuarto. De cuando en cuando paraba para echar un vistazo por la ventana y ver si estaba Miriam en la piscina.

A eso de la una de la tarde por fin la vio aparecer. El chico cogió su toalla y se dirigió a toda prisa escaleras abajo. Cuando llegó, Miriam se había desprendido de su vestido piscinero y estaba colocando sus cosas junto a una tumbona. Estaba espectacular en bikini, incluso mejor de lo que se había imaginado, con esas dos enormes tetazas escondidas detrás de la diminuta tela del bañador.

Alberto pasó junto a ella y se saludaron. Pese a que apenas habían cruzado unas pocas palabras en su vida, al ser una comunidad pequeña todos los vecinos se conocían y se saludaban al verse. Entablaron una conversación trivial sobre el colegio del niño y las vacaciones. Mientras hablaban, Alberto no perdía detalle de la anatomía de su vecina.

Miriam notó al instante las miradas de su joven vecino y, aunque estaba acostumbrada a que se fijasen en ella, sí que le sorprendió despertar ese interés en un niño tan pequeño. Durante años había recibido las miradas de jóvenes y musculosos hombres de gimnasio, con los que había disfrutado tremendamente provocándoles y mostrándose inalcanzable para ellos. Ahora era distinto, aquellos hombres a los que siempre dejaba con la miel en los labios preferían fijarse en chicas más jóvenes, y ya solamente captaba la atención de babosos y viejos decrépitos.

El cotilleo favorito de la urbanización era el matrimonio González, él un empresario de éxito y ella una aspirante a modelo veinte años menor. Incluso se decía que habían firmado algún tipo de acuerdo prematrimonial que, en caso de divorcio o infidelidad por parte de ella, la dejaría en la calle con una mano delante y la otra detrás. Miriam sabía que su pasado era conocido por todos los vecinos, por eso no se sorprendió de que, con la inocencia propia de un niño, Alberto le preguntara por él.

-¿Es verdad que fuiste modelo cuando eras joven?-

-¿Cómo que cuando era joven? ¿Tan mayor te parezco?- Contestó en tono de broma la mujer.

-Bueno, no quería decir eso. Estás estupenda. A decir verdad eres la mujer más guapa que conozco.-

Pese a que sólo era un mocoso, a Miriam le gustó la sensación de sentirse adulada nuevamente por alguien que no fuera repugnante o pasara de los sesenta. Se sintió tremendamente satisfecha de que, a sus casi cincuenta años, todo su esfuerzo por mantenerse joven tuviera éxito y pudiera seguir provocando ese efecto en los hombres. Llena de orgullo la mujer empezó a contarle su experiencia en el mundo de la moda, mientras que el chico la escuchaba entusiasmado.

Miriam le dijo a Alberto que dejara sus cosas y se sentase en la tumbona de al lado.  En cualquier otra circunstancia la mujer se habría librado de él rápidamente, para tenerlo lo más lejos posible y disfrutar de la tranquilidad que reinaba en la piscina a esas horas. Aunque ese día, viendo el efecto que le estaba causando, prefirió tener cerca a su joven admirador.

Continuaron hablando durante casi una hora y Miriam se lo pasó como hacía años que no lo hacía, con aquel preadolescente con granos en la cara cayéndosele la baba sólo por estar al lado de una mujer de bandera como ella.

Los días siguientes, cuando el Alberto aparecía en la piscina, su vecina le llamaba para que se pusiera  a su lado. Le resultaba increíble haber encontrado en aquel niño el compañero perfecto para salir de su rutinaria vida. Se divertía enormemente contándole sus historias y, notando cómo el chico la devoraba con los ojos. Se sentía rejuvenecer por momentos. Así, poco a poco, fueron ganando en confianza e incluso intercambiaron teléfonos para avisarse de cuando bajaban a la piscina.

A la mujer le gustaba cada vez más aquel juego y empezó a provocarle descaradamente. Aprovechando que por la mañana siempre estaban los dos solos en la piscina y que el chico era un pardillo inofensivo, empezó a animarse a hacer cosas cada vez más descaradas. En ocasiones dejaba caer algún objeto cerca de Alberto y se agachaba para recogerlo poniendo el culo en pompa, de manera que el chico pudiera tener una buena perspectiva de él. Otras, cuando tomaba el sol boca abajo, se desabrochaba la parte de arriba del sujetador, de tal forma que el chaval pudiera ver con claridad el lateral de sus pechos. En definitiva, una serie de gestos aparentemente inocentes que mantenían al chico en un estado de constante calentura.

Una mañana dio un paso más y le pidió que le echara crema. Alberto se acercó a ella y se sentó en su tumbona. Torpemente le echó una gran cantidad de bronceador en la espalda y, con ambas manos, fue extendiéndolo desde el cuello a la rabadilla. Pese a que el masaje era inexperto, para Miriam resultó tremendamente placentero. Había conseguido adivinar la calentura del niño y sus dudas interiores sobre si seguir avanzando al llegar a la zona más cercana a sus pechos. Estuvieron casi diez minutos hasta que Alberto se levantó y se fue rápidamente al agua con la excusa de quitarse la crema. Miriam se quedó tumbada sonriendo, sabiendo que el verdadero motivo era la necesidad del chico de bajar su calentura con el agua fría.

Una mañana volvió a salir el tema de la carrera de modelo de Miriam y esta le ofreció al chico si quería pasarse al día siguiente por su casa para ver las cosas que guardaba de aquella época. Pensó que sería una buena ocasión para seguir provocando al chaval. A la mañana siguiente, a las diez en punto, Alberto estaba frente a la puerta de la casa de su vecina en ropa de piscina y con la mochila que solía llevar con sus cosas de baño.

-¡Hola Alberto! ¡Qué prontito has venido! Me pillas desayunando- Dijo mientras abría la puerta corredera de cristal que comunicaba la casa con el patio trasero.

-¿He venido demasiado pronto? Si quieres puedo volver más tarde.-

-No, no te preocupes. Pasa.- Le contestó Miriam, que intencionadamente había esperado a su joven vecino con aquel camisón blanco, de tela muy fina que le quedaba por encima de las rodillas.

Se sintió tremendamente orgullosa al ver la cara que puso al chico al verla. No es que el camisón fuera trasparente pero, debido a lo liviano de la tela, se distinguían claramente los pezones a través de la misma.  Una vez dentro, Alberto siguió a su vecina hasta la cocina mientras embobado miraba el bamboleo de su culo. A través del tejido podía verse claramente el tanga negro que llevaba puesto.

La mujer estaba desayunando un café con leche de soja, un zumo de naranja y unas galletas integrales. Estuvieron charlando un rato mientras ella terminaba de desayunar y Alberto se bebía un zumo recién exprimido.

Después pasaron al salón. Miriam sacó una carpeta de un cajón y se sentaron uno junto a otro en el sofá para ver su contenido. En su mayoría eran recortes de catálogos de ropa y de alguna revista. La mujer le iba explicando una a una todas las fotos que iban apareciendo mientras el chico la escuchaba extasiado. En uno de aquellos recortes aparecía una foto de Miriam en bikini, tenía los pechos más bien pequeños y nada comparables a las dos tremendas tetazas que ahora lucía.

-Qué guapa sales ahí. Aunque no sé, te veo distinta. Antes tenías como menos pecho ¿no?- Le dijo Alberto con la inocencia propia de un niño de esa edad.

-Esto…sí bueno…es que con los años me he ido haciendo algunos pequeños retoques.-

-Pues si te digo la verdad, a mí me parece que estás mucho mejor ahora que antes.-

-¡Muchas gracias cielo!- Le contestó la mujer henchida de orgullo. –Si quieres te enseño ahora lo que tengo guardado en el ordenador y luego nos vamos a la piscina.- Continuó.

-Por mí genial.-

Alberto siguió a Miriam escaleras arriba. La mujer sabía que, desde aquella posición, el chico podía verle casi todo el culo y pudo sentir la mirada del joven clavada en su trasero mientras iba pensando cómo aquel juego le gustaba cada vez más.

El ordenador estaba en el dormitorio principal. Se sentaron en un pequeño banco sin respaldo que había junto a la mesa en la que estaba situado. Durante un rato estuvieron viendo el contenido de una carpeta en la que ponía “MODA”, donde Miriam guardaba algunos reportajes y fotos digitalizadas.

Durante ese tiempo, la mujer no paró de fingir roces fortuitos con su pequeño vecino con la intención de irle poniendo a tono. Cuando creyó  que, entre las fotos y el estar tan cerca de ella, tenía que estar a punto de explotar, se dispuso a darle el golpe definitivo. Pensaba dejarle tan caliente que, antes  de ir a la piscina, tuviera que volver a su casa para aliviarse. Desde que vio como la miraba el primer día, supo que se había convertido en la inspiración de las pajas de aquel chaval, pero ahora sabría justo el momento en el que pensaba masturbarse pensando en ella, y eso le resultaba muy excitante.

Después de terminar con la carpeta de moda, le propuso ver algunas otras antes de irse. Le fue enseñando las fotos que tenía de los distintos sitios a los que había ido con su marido de vacaciones. La mayoría de ellas eran poses en puntos turísticos, pero también había otras en la playa,  en las que Miriam aparecía en bikini. En un momento dado, como quien no quiere la cosa, apareció una en la que Miriam estaba en una playa desierta, desnuda de cintura para arriba.

Al ver aquella imagen, a Alberto se le pusieron los ojos como platos. Las tetas de Miriam eran enormes y el chaval se quedó mirando la pantalla embobado. Cuando la mujer vio la expresión del chico al ver sus pechos, sintió una punzada de orgullo y vanidad.

-¡Uy! Ni siquiera recordaba esta foto. ¡Qué vergüenza!- Dijo Miriam fingiendo estar sorprendida y ruborizada. -Bueno, será mejor que apaguemos el ordenador y nos vayamos a la piscina.- Continuó diciendo al ver que el chaval estaba completamente colorado y no decía nada.

Una vez se apagó el ordenador, Alberto se levantó de la silla sin poder ocultar la erección que se le adivinaba debajo del bañador. Al verlo, Miriam no pudo evitar soltar una carcajada. Había conseguido dejarle donde quería.

-Pero bebé ¡Cómo te has puesto!- Dijo en tono burlón.

-No te rías Miriam, que me duele mucho.- Contestó Alberto angustiado.

-¿Cómo que te duele?- Preguntó la mujer preocupada.

-Si bueno ….es que me da vergüenza hablar de ello…-

-Puedes contármelo, somos amigos ¿Qué es lo que te pasa? ¿Te duele habitualmente?- Le dijo Miriam mientras empezaba a pensar que tal vez se había pasado con sus provocaciones.

-Bueno sí…es ahí, en los huevecillos…..me pasa cuando se me pone el pito así.-

-Pero tú nunca te….bueno ya sabes…tu nunca te tocas tu cosita para aliviarte.-

-No, algunos de mis amigos si lo hacen pero yo no. Es que no sé cómo hacerlo. Además, a veces me levanto mojado por las mañanas y durante unos días ya no me duele.

-Por supuesto, qué tonta he sido, cómo te vas a tocar si sólo tienes trece años.-

Miriam no sabía qué hacer. Al igual que años atrás con los hombres de su gimnasio, se había estado comportando como una auténtica calientapollas, con la diferencia de que Alberto era sólo un crío y esta vez se había pasado de la raya. Se dio cuenta de que el pobre chaval ni siquiera había entrado en esa época en la que los niños se pasan el día pajeándose constantemente.

-Mira, ¿Por qué no te cierras en mi cuarto de baño y te haces una pajilla? Ya verás cómo te sientes mucho mejor. Lo único que tienes que hacer es cogértela como si fuera el mango de una raqueta y moverla de arriba a abajo.- Le dijo para intentar salir del atolladero.

-Está bien, pero no entres ¿eh?- Contestó el chico mientras cogía su mochila y se metía en el cuarto de baño cerrando la puerta tras de sí

-Tranquilo que te dejo solo. No tengas prisa.-

-Miriam, no puedo. Por favor ven.- La llamó Alberto pasados un par de minutos desde el otro lado de la puerta.

-A ver, no pasa nada. Voy a entrar.- Le contestó Miriam mientras abría la puerta.

-Es que no soy capaz.- Dijo Alberto girándose y mostrándole su polla en erección.

Miriam se sorprendió con el tamaño del pene de aquel niño. Por la manera de comportarse y la impresión que le estaba dando, se había imaginado algo mucho más pequeño y sin pelos. Aunque no se podía comparar con el de un adulto, si mediría unos doce centímetros con un grosor aceptable y estaba apuntando directamente hacia el techo.

Al verlo así, a la mujer le empezó a entrar el pánico. No podía decirle simplemente que se fuera, podía verle cualquier vecino al salir de casa e incluso, si aquel dolor iba a más, Alberto podría terminar contándoselo a sus padres, por lo que se metería en un problema de los gordos.

-No te preocupes cariño. Como es tu primera vez, si quieres puedo enseñarte yo. Pero tendrá que ser nuestro secreto. No puedes contárselo a nadie. ¿De acuerdo?- Dijo Miriam dándose cuenta de que la única solución que tenía era hacerle una paja a aquel mocoso.

-Vale. No se lo diré a nadie. Lo único que quiero es que me deje de doler.- Gimoteó.

Miriam se acercó a Alberto y, como era muchísimo más alta que él, para poder masturbarle más cómodamente, cogió una banqueta que había en el baño y se sentó en ella.

-Tranquilo.- Le dijo al sentir cómo se estremecía mientras le sujetaba el miembro con una mano.

Miriam se sorprendió de la dureza de aquel pedazo de carne. Con los años, las relaciones con su marido se habían convertido en algo esporádico y el vigor de Juan ya no podía compararse con lo el de un joven. Se dio cuenta de que había olvidado por completo lo que era tener en sus manos una polla en todo su esplendor.

Suavemente descubrió el capullo. Era de color morado oscuro y estaba completamente hinchado. Comenzó un suave movimiento de arriba abajo y la polla de aquel chaval empezó a desprender un olor fuerte y penetrante. Los líquidos preseminales  empezaron a fluir, empapando completamente la mano de Miriam y haciendo que el movimiento de la misma fuera acompañado de un ruidoso chapoteo.

Alberto cerró los ojos y empezó a resoplar. Al poco rato puso su mano sobre una de las tetas de Miriam y la apretó ligeramente. Esta le miró y, pensado que lo hacía para no perder el equilibrio, consideró el gesto como fortuito y no le reprendió.

A los pocos segundos Alberto empezó a gemir y  la mujer, al notar que el chico se iba a correr, incrementó el ritmo hasta que vio cómo de su pene manaba una corrida mucho más copiosa de lo que esperaba. Dos grandes chorros de esperma salieron disparados, cayendo en el suelo del baño, y un tercero mucho más suave se quedó en la mano de Miriam.

-¿Te ha gustado?- Preguntó Miriam mientras se levantaba para lavarse las manos en el lavabo.

-Sí- Contestó Alberto completamente sofocado.

-Bueno, ahora que ya sabes cómo hacerlo, puedes practicar en tu casa todo lo que quieras.- Dijo Miriam en tono de broma mientras se empezaba a reír.

Después de aquello Alberto se marchó apresuradamente. Dijo que había olvidado que tenía algo que hacer y que ese día no podía ir a la piscina. Miriam pensó que probablemente se sentiría avergonzado por lo que había pasado o que incluso, ahora que había descubierto cómo hacerlo, pensaba pasarse el resto de la maña practicando.

En cualquier caso, aunque se sintió aliviada por haber podido solventar la situación, decidió que a partir de ese momento lo mejor sería que dejara de tener tanto contacto con el chaval. Se había pasado de la raya calentándolo y ahora el chico se había obsesionado con ella. Además era sólo un niño y podía meterse en un grave problema si sus padres se enteraban de lo que estaba pasando

Al llegar a casa Alberto subió a su habitación. Sacó el móvil de su mochila y lo conectó al ordenador. Una mueca de satisfacción apareció en su cara cuando comprobó que había podido grabar perfectamente la escena del cuarto de baño.

Pese a su apariencia de niño tímido e introvertido, Alberto era extremadamente inteligente. Durante el tiempo que había pasado con su vecina, además de disfrutar de la visión de su escultural cuerpo, el chico se había dedicado a estudiarla. No le había costado demasiado darse cuenta de lo corta intelectualmente que era. No es que fuera tonta, pero sin duda rozaba el límite. Además era bastante simple, la clásica mujer florero sin ningún tipo de inquietud.

Engañarla le había resultado extremadamente sencillo. Miriam era tan fácil de descifrar que no había tenido problemas para manejarla a su antojo. Haciéndose el tímido e inocente, le había dejado que creyera que sólo era un mocoso idiota al que tenía en la palma de la mano. Así, mientras ella se iba confiando y le provocaba cada vez más y más, él seguía avanzando con paso firme hasta el objetivo que por fin había logrado aquella mañana.

Alberto dejó pasar unos días sin dar señales de vida. Quería que su vecina se confiara y pensara que estaba avergonzado y prefería no cruzarse con ella. Para su próximo paso debía pillarla con la guardia completamente baja y esa era la mejor forma de hacerlo.

Así pues, una semana después de ir a su casa por primera vez, Alberto apareció a la misma hora en la puerta trasera de los González. Unos segundos después de llamar su vecina le abrió. Esta vez no iba en camisón, sino que llevaba puesta la ropa de piscina.

-¡Hola Alberto! ¿Qué haces aquí?- Le preguntó Miriam sorprendida.

-¿Podemos hablar?-

-Sí claro, pasa. A decir verdad yo también quería hablar contigo.-

El chico siguió a su vecina al salón y se sentaron uno enfrente del otro.

-Mira cielo.- Estos días contigo me lo he pasado muy bien, pero no creo que sea buena idea que estemos tanto tiempo juntos. Deberías buscarte amigos y chicas de tu edad con los que estar...-

-Disculpa un momento Miriam. A decir verdad tengo un poco de prisa.- La interrumpió Alberto. -Sólo he venido a entregarte esto.- Le dijo mientras sacaba un USB de su bolsillo.

-A ver dame ¿Qué es?- Le contestó mientras alargaba la mano para cogerlo.

-Es igual que el que he mandado esta mañana a la oficina de tu marido. Su contenido es muy importante y te recomiendo que lo veas ahora mismo.-

En contraposición con la timidez que había mostrado desde que le conocía, a Miriam le sorprendió tremendamente la seguridad con la que se manejaba ahora Alberto. Le había cambiado incluso la expresión de la cara y tenía una mirada tan penetrante que empezaba a hacerla sentir incómoda. Sin saber bien por qué no preguntó más, simplemente se levantó y, dejando al chico sentado en el sofá, se fue escalaras arriba.

Cuando encendió el ordenador y conectó el USB se quedó petrificada, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. No entendía cómo aquel pardillo podía haber tenido el valor de hacer eso. Completamente enfurecida, quitó el pincho del ordenador y bajó vociferando escaleras abajo. Al llegar junto al chico le agarró de una oreja y le levantó del sofá.

-Escúchame mocoso de mierda. Ahora mismo vas a llamar para anular lo que quiera que hayas enviado a mi marido. Después cogerás esto y te irás de mi casa para no volver ¿Entiendes? Y no quiero que me vuelvas a dirigir la palabra nunca más.-

-Está bien pero suéltame por favor. Me haces daño.- Le contestó el chico con lágrimas en los ojos.

-Niño idiota ¿Qué intentabas? ¿Chantajearme con esta porquería? Pues vas listo si piensas que voy a dejar que me la juegue un crío estúpido como tú.- Dijo Miriam mientras Alberto cogía su teléfono y llamaba a la empresa de transportes.

-Sí……de acuerdo…..que sólo tengo hasta dentro de una hora para anularlo……perfecto…..le volveré a llamar….Adiós…Gracias a usted.-

-¿Pero qué haces? ¿No te he dicho que la anularas?-

-Sí, eso has dicho. Pero aquí no eres tú quien dicta las normas.-

-¡Serás hijo de puta! Te voy a…-

-¡Cállate zorra!- La cortó bruscamente Alberto. –Ya has visto que sólo te queda una hora  así que, si quieres que llame para anular el envío, cerrarás la puta boca y harás lo que yo te diga.-

Miriam se quedó perpleja ante el grito del chaval. Se había quitado completamente la careta y descubierto el monstruo que se ocultaba detrás de aquella cara amable, que le había venido mostrando durante días. Estaba claro que tenía que conseguir que llamara de nuevo, así que pensó que lo mejor sería ver qué pedía a cambio.

-Está bien ¿Qué quieres? ¿Dinero?- Le preguntó.

-¿Dinero? Más te gustaría a ti.-

-¿Entonces qué? ¡Dime!-

-¿Pero todavía no lo sabes? Definitivamente eres más corta de lo que pensaba.-

-¡Basta de juegos niñato!-Dijo Miriam mientras sacaba un billete de doscientos euros del bolso. -Toma esto y lárgate inmediatamente de mi casa ¡Y da gracias de que no llamo a tus padres para contarles lo que estás tratando de hacer!-

-Ya te he dicho que no es esto lo que quiero, aunque bien pensado lo consideraré como una ofrenda de buena voluntad- Dijo Alberto cogiendo el billete. -Toma, aquí tienes mi teléfono. Si quieres  llamar a mis padres hazlo, pero no olvides que ellos también verán lo que me obligaste a hacer.  Eso sí, date prisa porque el tiempo corre y quedan sólo cincuenta minutos para que me sea imposible evitar que el vídeo le llegue a tu marido.-

Miriam se dio cuenta de que el chico no iba de farol y de que no sería tan fácil salir de aquella situación. Además, el tiempo jugaba en su contra y no parecía que pudiera convencerlo con amenazas. Lo primero que tenía que hacer era conseguir que llamara a la empresa de transportes y luego ya vería cómo darle una lección a aquel niñato.

-Está bien, tú ganas. Dime que es lo que quieres.-

-Muy sencillo. Desde que te vi por primera vez lo único que he querido de ti es una cosa, una mamada. He soportado tu presencia durante días y aguantado todo tu rollo de modelo fracasada con un único objetivo, conseguir que me chupes la polla. Y ahora, por fin, he conseguido mi objetivo.-

-¿Cómo dices? ¡Ni hablar! Debes estar soñando si piensas que se la voy a chupar a un pringado como tú.- Grito Miriam enfurecida.

-Puedes ponerte como quieras pero al final los dos sabemos que terminarás haciéndolo.- Dijo Alberto con una sonrisa en la cara mientras se levantaba y se iba directamente hacia la puerta. -Mira, sinceramente estoy cansado de tratar de convencerte y no quiero seguir discutiendo más. Me voy a mi casa y dejaré la puerta de atrás abierta. Estaré en mi cuarto, es el primero a la derecha subiendo las escaleras. Mis padres no están, así que no tienes de qué preocuparte. Eso sí, no quiero oírte decir ni una sola palabra más, estoy harto de tu impertinencia. Si lo haces no habrá trato. Simplemente entrarás, me la chuparás y te irás por dónde has venido sin abrir el pico.- Y diciendo esto salió de la casa.

Miriam se quedó totalmente petrificada. No esperaba eso de aquel niño. Le había tomado por un pardillo ignorante y se había equivocado de lleno, desde el principio la había engañado por completo. Se escandalizó sólo de pensar que un crío de trece años pudiera hacer esas cosas.  En cualquier caso tenía que hacer algo, se le agotaba el tiempo y sólo le quedaban dos opciones…

Cuando Miriam se detuvo delante de la puerta de la habitación de Alberto estaba extenuada. Había venido corriendo desde su casa y tuvo que esperar unos segundos para tomar algo de resuello.

Después de meditarlo durante media hora había llegado a la conclusión de que no tenía otra alternativa que hacer lo que el chico quería. Tendría que pasar ese mal trago para luego poder devolverle el golpe con toda su fuerza.

Así pues, giró el pomo de la puerta y traspasó el umbral. Al hacerlo, no pudo evitar sorprenderse al encontrárselo completamente desnudo y empalmado, sentado en un pequeño sillón que había junto a la cama.

Alberto miró a su vecina con una mueca de satisfacción que hizo que en los ojos de ellas se reflejase aún más si cabe el odio que sentía por él. Dispuesta a terminar con todo aquello, Miriam se acercó a él y, viendo que no tenía otra forma de hacerlo, se arrodilló y se situó entre sus piernas.

Al acercarse a aquella pequeña polla pudo comprobar que ya estaba mojada. Los líquidos preseminales habían empezado a salir y eso le provocó que metérsela en la boca le diera aún más asco de lo que pensaba. Aunque nunca le había gustado hacerlo, de joven tuvo que mamar más de un rabo para conseguir alguna oportunidad en el mundo de la moda. Después, al principio de su matrimonio, para tener contento a Juan se lo había hecho varias veces, pero poco a poco consiguió disminuir la frecuencia hasta llevar más de diez años sin hacerlo. Pero esa vez era distinto, se la estaba chupando a un niñato y no por conseguir nada a cabio, sino simplemente porque estaba sucumbiendo a su chantaje.

Cuando Alberto vio cómo su vecina se arrodillaba ante él y agachaba la cabeza para introducirse su polla completamente en la boca, se recostó hacia atrás del asiento para saborear su victoria. Era la primera vez que se la chupaban y encima había conseguido que lo hiciera su vecina, esa madura cachonda por la que llevaba tanto tiempo suspirando. El chico cogió su móvil y empezó a grabar la mamada.

-Mírame Miriam.- Dijo tirando del pelo de su vecina hacia atrás para que levántense la vista.

Al hacerlo Miriam contempló con horror cómo el pequeño degenerado de su vecino la apuntaba con el móvil. No dijo nada, no le quedaba tiempo. Tenía que conseguir que el chico se corriera cuanto antes y que llamara a la empresa de transportes para anular el envío del vídeo a su marido. Volvió a inclinarse sobre el miembro del chaval e incrementó la intensidad de su mamada.

-Te he dicho que me mires.- Volvió a repetir Alberto tirándole nuevamente del pelo. –Y ahora sonríe, quién sabe si en un futuro tu marido verá este video.-

Miriam obedeció y sonrió mientras una lágrima se le escurría por la mejilla. Alberto, imitando lo que había visto que hacían en las películas porno,  sacó la polla de la boca de su vecina y empezó a golpearle con firmeza la cara con ella. Luego volvió a introducírsela y le dijo que continuara. Miriam obedeció y  a los pocos segundos notó cómo el chico se ponía rígido, señal inequívoca de que se iba a correr. Trató de sacarse la polla de la boca pero Alberto le puso la mano en la nuca,  sin hacer presión pero indicándole que no lo hiciera.

Acto seguido el niño se corrió, vaciando el contenido de sus pelotas en la garganta de la mujer, mientras esta tenía que tragar hasta la última gota para evitar atragantarse. Acto seguido Miriam se levantó tosiendo y con la cara completamente sofocada.

-Bueno, he cumplido. Ahora llama para anular el envío.- Dijo cuándo se hubo recompuesto.

-¿Llamar? Nunca ha habido tal envió.- Y con una sonora carcajada se empezó a reír. –Sólo quería ver hasta dónde eras capaz de llegar.- Continuó mientras dejaba el móvil encima de la mesa.

Aquello fue demasiado para Miriam, que se lanzó a por él encolerizada y comenzó a golpearle una y otra vez. Alberto no se defendió, simplemente trató de cubrirse la cara lo mejor posible sabiendo que, al estar grabando la paliza que le estaba dando su vecina, la tendría en sus manos para siempre. Ya se cobraría con creces aquellas magulladuras.

Cuando hubo descargado toda su rabia contra él, Miriam le quitó su teléfono móvil y salió de la habitación. No pensaba dejar que el chico se quedara con lo que había grabado ni ceder nuevamente a su chantaje. Bajó a toda prisa las escaleras pero, cuando estaba a punto de llegar abajo, sintió un empujón por la espalda y perdió el equilibrio.

El golpe fue bastante grande y, mientras aún estaba tumbada en el suelo, Miriam observó cómo Alberto recuperaba  su móvil. Acto seguido el chaval le pegó una patada en el estómago y la dejó sin respiración.

-Zorra estúpida ¿Creías que podrías irte de rositas? Esto te costará caro. Lárgate de mi casa antes de que te de otra patada.-

Cuando pudo retomar el aliento, Miriam  se levantó y a duras penas salió de la casa.

Alberto estaba dolorido pero satisfecho por cómo se había dado todo. Por suerte se había cubierto bien el rostro y la mayoría de los golpes se los había llevado en el cuerpo. Sólo tenía un pequeño corte en el labio, que no le sería difícil justificar ante sus padres como un golpe fortuito con una puerta.

Cuando Miriam llegó a su casa rompió a llorar. Aquel mocoso no sólo la había humillado sino que ahora tenía un vídeo de ella chupándole la polla. La situación se le había escapado de las manos y ahora, en lugar de pensar en vengarse de él, lo único que podía hacer era esperar a que se sintiera satisfecho con lo que había conseguido y la dejase en paz.

Pero Alberto no sólo no estaba satisfecho sino                que pensaba sacar todavía mucho más de su vecina. Pasó el vídeo al ordenador y lo editó para dividirlo en dos, uno en el que simplemente se veía la mamada y otro en el que sólo aparecía la paliza que le había dado Miriam. Sabía que la mujer, si no lo había hecho ya, tenía que estar a punto de quebrarse, y no pensaba dejarle tiempo para recuperarse. Así pues le envío el vídeo de la paliza por whatsapp y esperó a que le respondiese.

-¿Qué es esto?¿Es que no te has divertido ya bastante?- Le contestó a los pocos minutos.

-¿Bastante? Si acabamos de empezar…-

-¿Por qué me haces esto? He sido buena contigo.-

-Sólo quería que me hicieras una mamada. Si no hubieras tratado de revelarte, después de eso te habría dejado en paz.- Mintió.

-Por favor perdóname, siento haberte pegado. En serio.- Dijo Miriam a la desesperada.

-Ahora ya no se trata de sentirlo, me has hecho mucho daño y tienes que pagar.-

-¿Y de qué se trata entonces?-

-De ver si te denuncio a la policía o no.-

Miriam se puso lívida. Ni siquiera había considerado esa posibilidad. Si ya era suficientemente grave el hecho de que su marido pudiera enterarse y la echara de casa dejándola sin nada, se dio cuenta de que aquello podía tener consecuencias mucho más graves.

-No lo hagas por Dios. Haré lo que sea.-

-De momento abre la puerta trasera de casa.-

Miriam obedeció y, al hacerlo, encontró a su joven vecino esperándola con su mochila al hombro. Alberto entró en la casa como si fuera suya y la mujer le siguió hasta la cocina.

-Espero que hayas disfrutado con el vídeo. No entiendo mucho de leyes pero creo que con esto podrías ir una temporada a la cárcel. Además, les enseñaré también el del día del cuarto de baño diciendo que me forzaste a hacerlo  y que, como no te he dejado volver a repetirlo, me diste la paliza. En definitiva, unos añitos a la sombra no te los quita nadie. Además, cuando salgas, no tendrás nada, tu marido y amistades te darán de lado por lo que has hecho y no tendrás donde caerte muerta.-

Miriam estaba en estado de shock. Era demasiado para poder digerirlo de golpe y no fue capaz de reaccionar cuando Alberto se acercó a ella y empezó a levantarle el vestido piscinero. La diferencia de altura era tal que el chico tuvo que subirse a una banqueta para poder sacarle la prenda por la cabeza. La mujer se quedó únicamente con las sandalias y el bikini puesto, aunque la parte de arriba no le duró mucho. Aprovechando su posición de  ventaja, Alberto cogió la prenda con ambas manos y tiró de ella firmemente hacia abajo, dejando por fin al aire aquellas tetas con las que tanto había soñado. Las había visto en foto pero al natural lucían muchísimo mejor. Eran enormes, como las de esas actrices porno que el chico solía ver en internet.

-¡Sujétame!- Le ordenó a su vecina mientras se abalanzaba sobre ella, enganchándose a su cintura con las piernas y llevándose a la boca uno de aquellos enormes y oscuros pezones.

La mujer se sentía ridícula y humillada. En aquella postura era como si estuviera amamantando a un bebé, pero en lugar de eso estaba sujetando con las manos por el culo a un niño de trece años mientras éste se divertía devorándole las tetas. El chico las estrujaba con saña y, mientras mordisqueaba uno de sus pezones, con los dedos de una mano pellizcaba el que quedaba libre. Miriam trataba de aguantar el castigo estoicamente pero le resultaba inevitable que se le escaparan pequeños quejidos de dolor.

Cuando por fin Alberto se desenroscó de su cintura y se deslizó hasta el suelo Miriam respiró aliviada. Tenía los pechos completamente enrojecidos y los pezones erectos y cubiertos de la saliva del chico. Esta vez no protestó cuando el chaval cogió su móvil y comenzó a sacarle fotos. No había nada más que pudiese obtener de ella que no tuviese ya.

El chico abrió su mochila y sacó un bote de lubricante y una caja de preservativos. La mujer se dio cuenta horrorizada de cuál sería el siguiente paso.

-Por favor no lo hagas. Casi te cuadruplico la edad  y todavía eres demasiado pequeño para esto. Además debes dejar para alguien especial tu primera vez.- Suplicó Miriam a la desesperada para intentar disuadirle.

-No te preocupes por eso, para mí no hay nadie más especial que tú. Además no seré yo el que lo haga, lo harás tú.- Contestó el chaval mientras le bajaba con ambas manos el bikini.

Por fin tenía el cuerpo de su vecina desnudo ante él y era sencillamente espectacular. Tenía el pubis completamente depilado y el culo firme y prieto. No aguantó más y se acercó para tocar aquel trasero que tan loco le volvía, deleitándose por unos segundos magreando a conciencia aquellos grandes cachetes. Luego tomó el lubricante, se puso un poco en el dedo índice y lo fue extendiendo por el exterior de la vagina de la mujer. Después tomó un poco más y, con dos dedos, introdujo el gel en su interior. Sintió la calidez de su gruta y cómo reaccionaba positivamente al contacto con el líquido.

Poco después se retiró y aprovechó para tomarle algunas fotos más. Obligó a Miriam a que se agachara para poder fotografiar su culo en pompa y luego le hizo sentarse en una banqueta con las piernas completamente separadas para capturar su coñito abierto y resplandeciente. Después se bajó los pantalones y se tumbó en el suelo.

-Ahora súbete encima y fóllame.-

Miriam, totalmente resignada a su suerte no dijo nada, no quería continuar humillándose suplicándole clemencia inútilmente. Tomó un preservativo de la caja, lo sacó del envoltorio y lo fue desenrollando suavemente sobre la polla de su joven chantajista. Acto seguido pasó una pierna por cada lado del cuerpo del chaval y empezó a bajar.

-Aguanta un momento.- La interrumpió Alberto, que había empezado a grabar un vídeo. –Ahora ya puedes bajar, ya te tengo bien enfocada.- Continuó cuando hubo hecho un zoom del coño de su vecina.

Poco a poco la mujer fue sentándose sobre el miembro del chiquillo hasta introducírselo por completo y quedarse en cuclillas sobre él. Se sintió plenamente llena. La polla del chaval no era muy grande, pero llevaba tanto tiempo sin follar que no estaba acostumbrada a tener nada dentro. Pensó que, dentro de lo malo, en el fondo era una suerte que al menos le hubiera puesto el lubricante. Empezó a moverse arriba y abajo lentamente mientras el él se retorcía de placer.

Como era su primera vez Alberto sabía que no aguantaría mucho pero eso no le importaba, sabía que iría mejorando con el tiempo. Además, de momento, no pretendía satisfacer a Miriam y sólo quería disfrutar del instante lo más posible.

-Vamos puta sigue moviéndote.- Le dijo imitando lo que el tipo le había dicho a la mujer en la última escena porno que había visto.

Miriam sólo deseaba que aquello terminase lo antes posible y no hizo caso del insulto. Continuó subiendo y bajando cada vez más rápido hasta que consiguió que el chico se corriera entre bufidos. Una vez sintió que el chaval hubo terminado, se puso en pie como un resorte y cogió la braguita del bikini para vestirse.

-¿Qué haces? ¿Acaso te he dado permiso para que te cubras?-

-Bueno, yo pensaba…-

-Tú no pienses, que no se te da bien. Sólo obedece.-

-Está bien ¿Qué quieres que haga ahora?- Contestó Miriam hastiada, resignándose a cumplir su voluntad  para intentar que el infierno en el que se encontraba inmersa terminase cuanto antes.

-Inclínate y apóyate sobre esa banqueta.-

Miriam obedeció y Alberto se dirigió al frigorífico. Abrió el cajón de la verdura y sacó un calabacín, no muy grande pero sí de un tamaño considerable. Le colocó un preservativo y lo untó con abundante lubricante. Desde su posición, la mujer no podía ver lo que hacía el chico pero sí le oía trastear en la nevera. La incertidumbre por saber lo que le espera le hizo ponerse cada vez más nerviosa hasta que sintió una mano en su trasero.

-Ahora relájate.- Dijo Alberto mientras colocaba la punta del calabacín en la entrada del coño de su vecina.

Miriam se giró bruscamente y se dio cuenta horrorizada de las intenciones del chaval.

-Por favor, no lo hagas. Ya te has divertido suficiente.- Le suplicó.

Pero el chico no le hizo caso. Colocó una de sus manos sobre la rabadilla de la mujer y poco a poco fue empujando su improvisado consolador dentro de ella. Miriam gemía de dolor. Pese a que el chaval actuaba con suavidad, llevaba tantos años sin sentir algo de esas dimensiones en su interior que le costaba que le entrase. Cuando se lo hubo introducido casi por completo, Alberto esperó unos segundos para que su vecina tuviese tiempo de acostumbrarse a él y empezó un lento movimiento de dentro a afuera.

A los pocos minutos Miriam comenzó a relajarse y los quejidos de dolor fueron sustituyéndose por gemidos de placer. El lubricante había hecho su efecto y había empezado a sentir una creciente sensación de calor en su interior. Pese a que no quería darle al mocoso el gusto de verla disfrutar, cada vez le era más difícil contenerse y no pudo evitar subir el tono de sus gemidos.

Alberto, animado por las muestras de placer de su vecina, empezó a incrementar la velocidad de sus movimientos. El ritmo comenzó a ser endiablado y, aunque Miriam se mordía el labio con fuerza para no gritar, no cabía la menor duda de estaba gozando tremendamente.

El chico empezó a pellizcar uno de sus pezones mientras que, con la otra mano, seguía metiendo y sacando lo más rápido que podía aquella hortaliza. Al poco rato Miriam no aguantó más y estalló en un tremendo orgasmo, inundando la casa de gritos de placer que se mezclaron con las risas de su joven vecino.

-Al final no ha sido tan desagradable como pensabas ¿Eh?- Dijo Alberto entre carcajadas. –Ya sabía yo que el vejestorio de tu marido no te daba lo que te hace falta y estabas necesitada.-

Miriam no contestó. Se había desplomado extenuada contra la banqueta y trataba de ubicarse y recuperar la cordura después de aquella explosión de placer.

Alberto aprovechó para sacarle algunas fotos con el calabacín todavía en su interior. Luego lo fue sacando poco a poco, provocando que Miriam emitiese unos leves quejidos de dolor. Cuando por fin lo extrajo del todo, contempló entusiasmado el agujero del coño de su vecina completamente dilatado y volvió a tomar su móvil para fotografiarlo.

-Bueno, yo ya me voy.- Le dijo mientras le daba una sonora palmada en el culo.- Espero que te lo hayas pasado bien porque vas a tener que acostumbrarte a que te use como me dé la gana.-

-¿Pero es que no has tenido suficiente? ¿Cuándo terminará esto?- Preguntó Miriam, que no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas.

-Si te portas bien te prometo que todo terminará pronto e incluso puede que lo disfrutes pero, si vuelves a revelarte, te aseguro que convertiré tu vida en un auténtico infierno. Está en tus manos, así que tú decides.

-Me portaré bien, lo prometo.- Contestó la mujer resignada.

-Entonces no tienes de qué preocuparte.- Y diciendo esto Alberto se marchó por la puerta.

Una vez consiguió asimilar todo lo que había pasado, Miriam subió a ducharse. Debajo del agua rompió a llorar. Se había metido en un callejón sin salida del que no sabía cómo salir. La única certeza que tenía era que tendría que aguantar someterse a las perversiones de aquel mocoso y confiar en que cumpliera su palabra y la dejara pronto en paz.

Cuando Alberto entró en su habitación empezó a dar gritos de júbilo. Todo había salido como tenía planeado. Había conseguido subyugar sin problemas a su vecina y ahora la tenía a su merced. Encendió el ordenador para descargar el contenido de su móvil y, después de hacerse una paja con lo que había grabado, empezó a planear su siguiente jugada…