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La apuesta

en Fantasías Eróticas

Definitivamente aquella noche estaba de que no.
No ibas a poder dormir.  
No sabías porqué estabas tan tensa.
Llevabas un buen rato repasado mentalmente cada momento del día buscando algún detalle que lo explicase, cambiando continuamente de postura. 
Acabaré despertándole y eso no le gustará, pensaste, y te tensaste más aun, " lo que me faltaba, con la temporada que lleva"
Te levantaste, recordando aquel artículo de la revista del periódico del domingo, que decía que tomar un vaso de leche caliente, ayuda a vencer el insomnio y las risas que provocó el comentario de que, depende de como se tomara, pues igual acababa de desvelarte.
Te abrigaste y fuiste a la cocina, a comprobar cuanto de cierto había en él.
 
Mientras el microondas calentaba la leche, buscaste el teléfono en tu bolso.
Tenias un correo.
Otra vez.
El.
 
No te diste cuenta de que se habia levantado hasta que te puso el vaso entre las manos. - No hay quien duerma con este pitido, protestó, mientras te dejaba un beso en el cuello.  
- ¿Que pasa? Parece que hayas visto un fantasma.
Le entregaste el telefono, como respuesta.
¿Otra vez? ¿No dijiste que nunca más? ¿Que habías desaparecido? ¿Como te ha encontrado? ¿Le has buscado?
 
El portazo sonó como una bofetada. 
El vaso de leche se enfriaba, borroso,  tras las lágrimas. 
Las manos temblaban. 
Otra vez la lucha.
Otra vez sin fuerzas.
Fuiste a la ducha. Tenías que prepararte. 
Para él.
 
Recortaste tus uñas y las limpiaste hasta quitar todo rastro de esmaltes. 
Recortaste el pelo de tu pubis, para depilarlo completamente,  después.
 - Ni un solo pelo por debajo de tus cejas, perrita. Pagarás por cada uno que encuentre. Y los encontrare, no lo dudes.-
Otra lágrima resbaló,  recordando lo divertido que te pareció aquella primera vez, tanto, que ni siquiera lo tomaste en serio. Pero si lo era.
 
La ducha fue larga. 
El agua, casi hirviendo,  se llevo todo rastro que pudiera quedar de tu vida.  
Te hidrataste con su olor.
Te vestiste para él. Medias y ... su collar. Nada mas bajo el abrigo. 
No te despediste.
 
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El coche esperaba afuera. 
Mientras te colocaban el antifaz, te preguntabas como te habría encontrado. Estabas segura de haber borrado tu rastro. 
Entraste al coche. 
Notaste su presencia. 
Cuando aquella voz te ordenó quitarte el abrigo, dejaste de pensar.
También notaste que, el temblor que te acompañaba desde que encendiste el teléfono,  habia parado.
Curiosamente, sentías una paz que resultaba extraña. 
- Ha pasado mucho tiempo,  perrita. ¿Me has añorado? 
   Parece que has olvidado los buenos modales. ¿Como tienes que sentarte para mi? Creo que la noche será muy larga, perrita. Hay mucho que recordar,    pero no tenemos tiempo, lo he perdido buscándote. 
Abriste las piernas todo lo posible, como te habian entrenado.
Notaste como se despegaban los labios mayores. Sentiste el frío que llegaba a los menores. 
Te avergonzaste al notarte húmeda. 
Te avergonzaste al intuir su sonrisa.
- Hoy la partida es de las mejores y mi apuesta debe ser la mejor. Por eso estás aqui, perrita. Hazme quedar bien y puede que sea la última, hazlo mal y ....
Ese silencio, al final, te hizo temblar de nuevo. 
- No podemos seguir, señor. - se oyo la voz de conductor.
 -Está bien,  seguiremos a pie. Vamos, A. 
El tirón de la cadena, seco, te obligó a agachar la cabeza y a ponerte en marcha. 
No había mucha gente en la calle,  normal, con ese frío. 
A pesar de ello no pudiste dejar de oír algunas groserías dedicadas a tu desnudez, siempre hay algún imbecil.
Otro tirón te frenó. Habíais llegado. 
Te estiraste. Tu cuerpo se envaró orgulloso, delgado, musculoso, sin gota de grasa.
Tu culo, perfecto, duro,  apetecible .... preparado.
Tus pechos erguidos, desafiantes, con lo pezones tiesos, listos.
Tus costillas bien marcadas.
Tu cabeza agachada, obediente.
La puerta se abrió.  
El calor llegó de golpe.
El murmullo a tu paso.
Los saludos a El. 
La cadena cambió de mano. Otro tirón. Una puerta. 
Subiste al templete. 
Los grilletes en tobillos y muñecas, bien prietos. 
La puerta que se cierra. 
Silencio. 
Se oyen repiraciones, no estás sola. Ya conoces el juego, no es la primera vez.
Pasa un rato, no sabes cuanto.
Te parece mucho. 
Estás impaciente. 
No te explicas porqué, pero esta sensación, te gusta. 
 
Las puertas que se abren.
Las luces que se encienden. 
Se oyen pasos. 
Ruido de gente buscando su asiento.
- Hola, perra. Eres preciosa. Me va a gustar hacer esto. Soy tu verdugo.
Esa voz, arrastrándose, te provocó un escalofrío. 
 
Se tensaron las cadenas. Sonó una extraña música. 
El templete comenzó a girar. 
El juego empezaba. 
El primer latigazo, en la parte trasera de las rodillas, te avisó de que iba a a ser duro ... y largo.
Te obligaste a relajar todos tus musculos. 
Otro más, este en los pechos, te descolocó. No lo esperabas por delante, no tan pronto. 
Te concentraste en contar los chasquidos.
Te preguntabas cuantas seríais. Eso te daría una idea de cuanto duraría. 
Otro más. Las nalgas ardían. 
El verdugo se tomaba en serio su trabajo. 
Al cuarto, se oyo el primer grito. 
Una menos. 
Era peor lo que le esperaba.
Dejaste de contar. Te abandonaste. 
Buena táctica. 
Los gritos se sucedían, contaste séis más.  
Lo peor era no saber cuantas quedaban. 
Cada vez te costaba más controlar tu garganta. 
Estaba siendo muy duro. El verdugo estaba disfrutando. 
Otro grito. Desgarrador.  
La punta de la tira, impactando sobre tu clítoris, coincidió con el. 
Y con tu orgasmo.
Y con el miedo.
Creiste ser tú la que gritó,  la que no pudo callar su gozo. 
Cuando las cadenas de los brazos se afojaron y caíste al suelo,  te temiste lo peor. 
La caricia de tu verdugo, felicitándote, te hizo ser consciente de tu victoria.
Los otros amos, te presentaron sus respetos. 
A su manera. 
Paseando sus dedos.
Por tu coño ..... húmedo. 
Por tu culo .... ardiente.
El tuyo, dejándote lamer los suyos.
 
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De nuevo en el coche, agotada, la voz sonó contenta, pero dura.
- Has estado a punto de perder, perrita. Eres la mejor, pero te estás haciendo vieja.Te quiero, A,  y no quiero que pierdas, después de tanto tiempo,  no quiero tener que castigarte. En los próximos días recibirás una visita. Tu cuidador sabrá que hacer.
No te vuelvas a esconder, a mi no me gusta jugar. 
Su pulgar bajó por tu cara. Al rozar tus labios, se abrieron para besarlo. 
Atrapó tu barbilla y tiró de ella, levantó tu cara y los besó. 
El coche paró.  Descendiste. 
Se fue.
Cuando giraste para ir hacia el portal, estaba esperándote. 
Como siempre. En silencio. 
Te levantó en sus brazos y te metió en casa. Sin hablar.
Te bañó. Te secó. Curó los cortes. Te dio aquella pomada milagrosa. 
 
Sacó, del microondas, el vaso de leche. Te ayudó a beberlo y  te acostó. 
Se tumbó a tu lado y te abrazó, como siempre,  hasta que te dormiste.