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Gisela - 03

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LAS AVENTURAS DE GISELA – 03

ESCENA 07 – LA DECISIÓN.

Al día siguiente, desperté sin el más mínimo sentimiento de culpa. Había gozado de mi cuerpo, disfrutado del mismo, y no entendía que tenía de malo acariciar mi sexo.

Todo el día estuve dando vueltas en mi cabeza a si mi vida hasta entonces no había sido una farsa, preguntándome por qué se me había ocultado la sexualidad hasta entonces.

Sí, conocía la historia bíblica de Onán, de lo que tuvo que hacer para no embarazar a su esposa por su condición de viuda de su propio hermano, lo que entrañaría la pérdida de derechos hereditarios. Pero no conocía yo otros ejemplos en los que Dios recurriera a la muerte como castigo.  A mí, desde luego, no me había castigado.

Podía entender que, en el caso de los hombres, desperdiciar el semen con fines no procreativos pudiera considerarse pecado. Pero, ¿Qué ocurría con las mujeres? ¿Por qué entonces se nos  dotó de un órgano cuya única finalidad parecía ser la de proporcionar placer? Desde un punto de vista bioquímico, la masturbación, como el sexo en general, produce importantes e innegables beneficios para el organismo, tales como mejorar la calidad del sueño, reducir dolores menstruales en el caso de las mujeres, o fortalecer el sistema inmune. Al mismo tiempo, produce la liberación de diversas sustancias químicas, como la dopamina, que incrementa el sentimiento de bienestar. Si Dios nos creó a su imagen y semejanza, ¿Por qué entonces determinó que eso fuera así? ¿No se le ocurrió otra idea mejor para así obligarnos a cumplir su dictado de crecer y multiplicarnos? No. Eso no tenía lógica ninguna.

Además, conocía infinidad de casos de mujeres que habían tenido una vida depravada, se habían prostituido o tenido hijos, antes de tomar sus votos y convertirse en siervas de Dios, y no por ello se les había negado tal privilegio. Así que, tomé mi decisión. Iba a averiguar todo lo que pudiera sobre el sexo y disfrutar de él, y luego, desde el conocimiento práctico y no la ignorancia, determinar si mi voluntad de tomar mis votos y vestir mis hábitos persistía y era libre, sin venir impuesta por una malsana visión del mundo, y, especialmente, del sexo.

Tomada la decisión, faltaba encontrar la vía para alcanzar ese conocimiento. Lo fácil sería ponerme a bucear en internet, plagado de pornografía o discusiones teóricas sobre el sexo, pero intuía que con ello no alcanzaría una visión adecuada, fuera por estar distorsionada o fuera por faltar la parte práctica.

Daba por descontado, dadas las conversaciones y la liberal conducta de Carla, que ella conocía de primera mano las mieles del sexo, y aquí en EEUU era la única persona a la que podría recurrir, porque la otra opción era su madre, la Sra. Williams, y mucho me temía que eso podría ponerme a la velocidad de la luz de vuelta al convento.

Así que, armada de valor, esa noche fui después de cenar a la habitación de Carla que aún permanecía castigada, y me senté en un lado de su cama, mientras ella sentada con su espalda apoyada en el cabecero, hacía como que estudiaba.

-       Carla, ¿puedo preguntarte algo?

-       Si es por lo de la casa de masajes, te pido perdón. Sólo era una broma.

-       No. No es eso, o, bueno, tal vez.

-       Dispara – me dijo mirándome intrigada.

-       ¿Tú eres virgen? – Le espeté del modo más directo que se me ocurrió.

-       No. Pero si le dices algo a mi madre, te mato – Me contestó, dirigiéndome una mirada que hacía dudar si lo decía o no en serio – Aunque, supongo que ella ya sospechará algo – continuó relajando el ambiente, y dándome pie a continuar.

-       Yo sí lo soy, como te dije.

-       ¿Y bien?

-       Pues que, quiero saber. Necesito saber, y he pensado que tal vez tú quieras enseñarme – Dije mirándola fijamente a los ojos, suplicante, para que supiera que iba en serio.

-       ¿Y qué quieres saber?

-       Todo.

-       Yo no lo sé todo.

-       Más que yo, seguro. Por lo menos, cuéntame lo básico, que ya luego me encargaré yo de aprender lo demás – le dije, sonriéndola traviesamente.

-       ¿Te has masturbado alguna vez?

-       No – Le mentí.

Se quedó unos segundos dudando, tras lo cual me pidió que echara el pestillo a la puerta de su habitación, y moviéndose en la cama, se colocó con la espalda en el cabecero haciéndome sitio, ordenándome que me sentara a su lado en su misma posición.

-       ¿Estás segura? – Me dijo.

-       Completamente.

-       Vale. Haz como yo y atiende que empieza la lección.

Dobló las rodillas y levantó sus piernas, despojándose de sus bragas, y dejando libre su depilado sexo, volvió a su anterior posición. La imité.

-      ¡Madre de Dios! ¡La selva negra! – Me dijo divertida al ver mi velludo sexo – Mira al espejo e intenta hacer lo mismo que yo.

Al mirar de frente entendí a qué se refería. Colocado en frente de su cama, un espejo de cuerpo entero reflejaba nuestra imagen, permitiendo ver entre nuestras piernas, abriendo ésta de modo que la visión fuera más nítica. Colocó sus dedos pulgar e índice sujetando la parte superior de sus labios vaginales y los movió ligeramente, permitiendo ver cómo su sonrosado sexo se abría poco a poco, hasta verse su clitoris Bajó su otra mano, y pasó el índice por la entrada de su vagina, dándole varias pasadas muy suaves. Se mojó los labios con la lengua, para luego subir dos dedos y lamerlos, humedeciéndolos con su saliva, indicándome que lo principal era estimular el clítoris y para ello nada mejor que lubricarlo lo mejor posible.

Volvió a bajar ahora su mano, debidamente ensalivada, y apoyó esos dedos húmedos sobre su clítoris, comenzando lentos movimientos giratorios alrededor del mismo. Mientras, yo observaba e imitaba a mi maestra, aunque esa fase ya la conocía de la noche anterior y, conscientemente, se lo había ocultado en mi ejercicio autodidacta.

A medida que nuestras caricias continuaban, noté esa intensa humedad que se iba formando en mi vagina, que en el caso de Carla era más que visible ya, dado que se había abierto bastante más que la mía, aún virgen.

-       Continúa masajeando el clítoris, y verás cómo la vagina empieza a segregar unos líquidos, los fluidos vaginales. Usa ese líquido para lubricarte más, y así evitar que el roce te cause molestias – Me dijo, mirándome con cariño.

Interrumpió sus caricias, y se despojó de la camiseta que llevaba dejando al descubierto sus redondos pechos, comenzando a masajearlos con su mano izquierda y juguetear con sus pezones, mientras su mano derecha volvía a trabajar su clítoris, comenzando ambas a gemir lo más silenciosamente posible, casi al unísono, en cuanto la excitación y el placer de la masturbación progresaba su imparable camino. Giró su cabeza hacia mí, y buscó mi boca con la suya, fundiéndonos las dos en un apasionado beso, mientras su lengua pugnaba por entrar, lo que consiguió sin oposición hasta entrelazarla con la mía.

No pude más. Mi vagina empezó a estremecerse y, como la noche anterior, sentí como me llegaba el orgasmo con furia explosiva, sin poder detener el jugueteo de los dedos sobre mi clítoris, y sin que tampoco mi lengua dejara de relamer aún más ardientemente la de mi amiga, hasta que cesé mis movimientos. Ella se despegó suavemente de mi boca, y me miró dulcemente, mientras yo entrecerraba los ojos presa del placer.

Esperó a que me recuperara un poco, mientras ella continuaba masajeándose ahora más lentamente su clítoris, como evitando que su ardor descendeira, y seguidamente hizo algo que me desconcertó pero no me desagradó. Cesó sus caricias y mojó sus dedos en mi propio sexo, llevándoselos a la boca, deleitándose con mis jugos vaginales, para luego volver a acariciarse.

-       Fue rápido – Dijo – Ahora me toca a mí. Observa y aprende.

Incrementó un poco la estimulación de su clítoris, para luego colocar su pulgar sobre el mismo, y, juntando sus dedos índice y corazón, los descendió hasta su vagina, hurgando en ella, hasta introducirlos, y comenzar un lento y progresivo movimiento, penetrándose con ellos como si de un miembro viril se tratara. Fue incrementando el movimiento hasta que sus gemidos me hicieron temer ser descubiertas en nuestros no tan inocentes juegos.

La entrada y salida de sus dedos se había vuelto frenética, obligándola a cerrar las piernas en el justo momento que su propio clímax llegaba, impidiendo así mi privilegiada visión, pero sin parar el continuo vaivén de sus dedos en el interior de su vagina. Fue reduciendo el ritmo de su auto penetración digital, hasta que paró  entre jadeos, inclinando su cabeza sobre mi pecho, mientras yo acariciaba su pelo siendo yo la que esperaba ahora su recuperación tras el orgasmo. Durante ese tiempo, usé mi mano libre para impregnar mis dedos en mi sexo y tocar la vagina, hurgando como la noche anterior hice y recordando cómo Carla se los introducía, probé de nuevo a hacerlo hasta que las molestias me aconsejaron desistir.

-       ¿Qué tal? – preguntó, una vez transcurridos unos minutos y recobrado el aliento.

-       ¡Maravilloso!

-       Para hacer eso tienes que estar bien lubricada y relajarte un poco más. Mejor esperar a que pierdas la virginidad, ¿Vale? – me indicó al ver como hurgaba con mis dedos en mi vagina.

-       Bien – dije, retirando mi mano de mi sexo.

-       ¡Has pasado la prueba! – exclamó – Seré tu maestra. Pero debes prometerme cumplir dos reglas básicas.

-       Dime profe – Le dije sonriendo.

-       La primera es que mis padres no pueden enterarse de nada, absolutamente nada, de lo que hagamos.

-       Acepto. ¿Y cuál es la segunda?

-       Que acatarás sin rechistar mis instrucciones y seguirás el ritmo que yo te marque.

-       Perfecto.