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Una chica francesa.

en Hetero: General

Capítulo 1: Una Chica Francesa

Habían sido unas largas vacaciones… ocho meses en Córcega, descansando a sus anchas; disfrutando de los maravillosos atardeceres que le regalaba la pequeña isla incrustada en el mar mediterráneo entre Francia e Italia. Degustando los placeres y lujos que podía permitirse gracias a la solvencia económica que ostentaba, y al patrimonio familiar que tan cuidadosamente velaba su padre.

Christophe Lazard, había pasado de la clase media alta, a la acaudalada portentosa alta sociedad, por su propio merito, trabajando muy duro día tras día, tras día, tras día… y todo  para poder gozar de los placeres del lujo y el confort. Enviudando prematuramente, tuvo que hacerse cargo de su única hija: Camille, cuando ella tan solo tenía nueve; a lo mejor por eso se había esforzado en consentirla, y brindarle únicamente de lo bueno <>.

A sus casi 27, Camille tenía post grado y máster en niña mimada y consentida; siempre haciendo su santa voluntad. Y no solo porque quería y podía; además de tener dinero la mujer había nacido con buena estrella... llegando al mundo por casualidad en la glamurosa Montecarlo, en medio de una tormenta, al inicio de una mañana lluviosa, las enfermeras se habían apresurado a envolver a la bebita en mantas y entregárselas al matrimonio Lazard que tan afanosamente  esperaban  por aquella bola de carne rosa, con una mota rubia por pelo, –es de buena suerte nacer en días de lluvia- se había apresurado a comunicar la enfermera, cuando le vio abrir los parpados en brazos de su joven madre, enseñándoles a todos los brillantes ojos plata –su vida será prospera, no conocerá el lado malo del mundo. Es una niña muy bendecida… atraerá la fortuna, no necesitara salir a buscarla.-  y era cierto, porque Christophe, fiel creyente de las leyendas monegascas, se apresuró ese misma noche a cumplir con las costumbres de esa particularmente famosa zona del principado: apostar en los casinos, duplicando y hasta triplicando el monto invertido. Ventura=hija. Comparaba el hombre francés, que por aquel entonces contaba con 30 años.

Y no paraba allí. Camille atraía el dinero a su vida, de maneras que muchos solo soñarían. Siempre encontraba billetes cuando caminaba, una vez, incluso llegó a descubrir un maletín repleto de euros. Pero no solo era la economía la beneficiada; en su niñez nunca se había enfermado de gravedad, solo los típicos resfriados e infecciones propios de la infancia; ni un solo hueso roto, ni cicatrices ni lesiones; y a medida que iba creciendo atraía a los hombres como abejas a la miel; claro que influía el gran atractivo físico que poseía desde el inicio de su adolescencia, habiendo alcanzado su estatura máxima a los 12, era bastante alta para su edad, y cuando llegó a su juventud lo seguía siendo en general.

Tan rubia como cuando llegó al mundo, era dueña de un ovalado rostro de finas facciones; nariz pequeña y con una curiosa bolita en la punta, cubierta de claras pecas que le llegaban hasta las rosadas mejillas; unos carnosos y definidos labios en forma de corazón; un mentón con un delicado intento de hoyuelo; y sus ojos inicialmente grises ahora eran color mercurio; Camille era un metro 72 de magnetismo y carisma puro.

Impulsada por Christophe a seguir sus pasos; a sus 19 años, después de dos años sabáticos tratando de decidir si hacerlo o no,  Camille había empezado a estudiar la carrera de administración bancaria, algo muy aburrido y monótono para ella, pero le gustaba ver feliz a su padre. Y al final de todo, había conseguido algo bueno de eso; un maravilloso día, tan solo empezando el semestre; uno de los profesores de la facultad de artes, embelesado con su belleza, se había acercado ofreciéndole el cielo y las estrellas por intermedio de una carrera de modelaje; ni corta ni perezosa había accedido. Así se ganaba la vida está el día de hoy, haciendo lo que más le gustaba, posar para la lente de una cámara. Con un nombre de peso hecho en menos de cinco años, podía darse el lujo de declinar o escoger cuanta propuesta aparecía.

Y esa era la razón por la que llevaba ocho meses en Córcega, era más que justo disfrutar de un merecido descanso, entre las playas del costa azul y el mar mediterráneo. Pero ya era hora de volver a casa, junto a la única familia que conocía: Christophe y sus dos mejores amigos,  a seguir gozando de las comodidades que se le ofrecían.

Caminando a la salida del  aeropuerto de Ciudad Capital, montada en las sandalias amarillas con perforaciones circulares que le regalaban diez centímetros a su estatura, sobresalía por entre la multitud curiosa que se giraba cuando la veía, y ella era consciente de eso, y le gustaba sentirse admirada; por eso se pavoneaba agitando el poncho negro que tan elegantemente caía por sus hombros, adornando su delgada figura.  

Llegó hasta la zona de parqueo donde se suponía ya debía estar esperándola el chofer enviado por su padre, sintiéndose frustrada y molesta por la falta del mismo… abrió su cartera con forma de baúl, del mismo color de los zapatos, buscando su móvil, revolviendo en el interior hasta que por fin dio con el aparato. Marcó el numero de su progenitor, dispuesta a pegar el grito en el cielo por la falta de puntualidad; pero tuvo que cortar al verse interrumpida por unas callosas manos cubriendo sus ojos por sobre los grandes lentes de montura de pasta.

— ¿esperas a alguien?

Camille se giró al escuchar la melodiosa y masculina voz, reconociéndola inmediatamente como la de una de sus dos mejores amigos — ¡Gabriel! — exclamó emocionada abrazándose al cuerpo del hombre, sintiendo los fuertes brazos rodear su espalda. — ¡idiota! No sabía que vendrías

—le pregunté a tu papá si podía hacerlo y el accedió— repuso con una sonrisa enorme, plantándole un enorme beso en los labios.

—pues qué bueno que lo hiciste, así puedo hablar con alguien durante el trayecto a casa—  acordó mientras retiraba los lentes y limpiaba la grasa de los dedos del hombre, con la punta del poncho.

—en realidad vamos al banco. Tu papá te está esperando.

*

 

El pesado trafico de la ciudad, se acentuaba al medio día; lo que generalmente tardaba unos cuarenta minutos, perfectamente podía convertirse en hora y media de trayecto, tiempo absurdamente perdido en las avenidas. Por eso Camille aprovechaba para contarle un poco sobre lo que había hecho mientras estaba en Francia. Aunque Gabriel ya lo sabía puesto que hablaban por lo menos cuatro de los siete días de la semana, pero no era lo mismo comunicarse por teléfono o chat, como tener al lado a la persona para apreciar los gestos y el manoteo emocionado.

La de ellos era una amistad de casi una década, habiéndose conocido por intermedio de Pablo, el hermano menor de Gabriel, cuando Camille había ido al local de tatuajes donde trabajaba el menor de los Garay, -como era el apellido de los hombres- a realizarse unas coloridas estrellas en el hombro izquierdo. Los tres habían hecho clic casi que de inmediato, encontrando similitudes en sus personalidades pese a la diferencia de clases sociales y de culturas. Gabriel y Pablo hispanos mientras que Camille era francesa de nacimiento, de padres franceses también, pero criada en varios de los países de ascendencia latina. ¿Por qué? Bueno, Christoph era un hombre de negocios, enfocado en gerencia bancaria, y por todos los países era bien sabido las altas tasas de interés que se presentaban en este lado del mundo.

—esta como feo el ambiente ¿no? — señaló la rubia mujer, apuntando a un choque de autos que se divisaba seis vehículos adelante.

—Por lo menos ya sabemos a qué se debe este endemoniado atolladero— sonrió él, enseñándole sus bonitos dientes blancos.  

—… ¿y pablo?

—en el local, ya sabes. Hasta ahora empezando con uno propio pero muy contento.

— ¡genial! Quisiera ir.

—en la noche, nena— guiñó el ojo en señal de complicidad. Mientras avanzaba medio metro en el camino. —por ahora vamos con tu papá.

— ¡Dios! ¡Te volviste tan responsable! Antes eras chévere, ahora eres todo un hombre de negocios— se quejó a manera de broma.

Del tiempo que conocía a Gabriel, sabía que con mucho esfuerzo se había pagado él mismo la carrera universitaria, trabajando de día y estudiando de noche. Con muchas ambiciones para un joven; él mismo se había conseguido una oportunidad en una de las sucursales bancarias que administraba Christophe, y ahora a sus 30 años había logrado obtener el puesto de ejecutivo junior. Por eso lo admiraba, por su perseverancia y valía.

Por el rabillo del ojo pudo ver como el hombre se acomodaba el pene bajo los pantalones. Esto generó su risa y de paso aumentó su ego; Gabriel y ella solían mantener sexo casual, y al parecer él, o su miembro viril, o los dos, porque con lo mujeriego que era el hombre, no podía más que separarlos como si fueran personas independientes, la habían extrañado, y ahora reconocían su presencia.

Físicamente Gabriel le agradaba. De cabello castaño y corto, aun conservaba la rebeldía de antaño. Impresionantes ojos color chocolate; tez blanca casi pálida y por lo que conocía era velludo en los brazos, en las piernas, ascendiendo hasta el estomago y cruzando la línea media de los abdominales hacia el pecho impregnado también de pelo. En su varonil rostro ya no había barba como en las viejas épocas, pero a pesar de eso se notaba una sombra azul verdosa, que amenazaba con crecer rápidamente.

— ¿necesitas ayuda con eso? — inquirió jugueteando con los dedos sobre la tela gris del pantalón ejecutivo que cubría el muslo.  El castaño sonrió a modo de respuesta.

Camille siguió su camino subiendo hasta el abdomen, metiendo mano rápidamente en el interior, tanteando el paquete, sintiendo la calidez debajo de la lanilla del bóxer.

— ¿te diste cuenta? — preguntó el hombre con una risita no tanto nerviosa como excitada por el morbo que le generaba el saber que estaban en medio de la avenida, probablemente siendo observados por otros, aunque nunca se sabía, con los afanes que traía la gente, ni por enterados se daban de lo que acontecía alrededor.

—No soy estúpida— sonrió. Bajando con la mano libre, el cierre, y desabotonando el pantalón.

El blanquecino pene cubierto por una mata de pelos en los huevos quedó al descubierto. Como Camille lo había supuesto, estaba erecto. No era muy grande ni muy chico, apenas lo suficiente para abarcar con ambas manos, 12 cm por mucho, pero bastante grueso eso sí. Las venas se marcaban dolorosamente en el tronco, y la punta roja dejaba ver una gota transparente.

 Camille pasó saliva, sintiéndose excitada ante la visión. Pasó la lengua por sus labios y después descendió lentamente hacia el miembro, dando un lengüetazo al glande, degustando el sabor salado que tanto le encantaba.

Siguió bajando hasta alcanzar las pelotas lamiéndolas ambas en el proceso, mientras con la mano derecha empezaba a masajear suavemente el falo, subiendo y bajando.

Los gemidos de Gabriel comenzaron a hacerse audibles. Encendió la radio para poder disimular un poco, y echó la cabeza hacia atrás acariciando la cabeza de la mujer incitándola a continuar con la felación. Camille volvió a subir repasando las moradas venas con la lengua y después chupeteo el glande para después finalmente engullir el pene. Comenzó a salivar más de la cuenta, después de toda la polla aunque no muy grande lo compensaba en grosor. Pero a ella no le importaba, continuaba tragándose la sabrosa y gorda verga casi hasta que tocaba la campanilla. Con una mano jugueteaba con los huevos halando el vello en el proceso. Los fluidos del pene se mezclaban con la espuma generada por su propia baba. Se separó un momento solo para poder respirar, pero seguía masturbando para deleite del hombre, quien no desaprovechó la oportunidad y le devoró la boca en un beso. Obligándola abrir paso a su desesperada lengua, hurgando en la cavidad bucal, mordisqueando los femeninos labios y después induciéndola a continuar con la mamada.

Camille volvió a tragar la gorda polla siendo alentada por una palmada en el culo. Chupaba rápidamente, jugaba con los testículos, lamía desde la base hasta la punta y luego volvía a devorar el delicioso miembro. Sintiendo las pulsaciones y el bombeo de la sangre avisándole que el hombre estaba a punto de descargar. Entonces disminuía el ritmo para volver a masturbar, a besar, a jugar y hacerlo enloquecer.

—Creo que ya deberías arrancar— sugirió ella con una malévola sonrisa, cuando escuchó la bocina de los demás autos avisando que se habían quedado de la cola.

Gabriel resopló enardecido, rojo de frustración y odiando a Camille porque sabía que ella se estaba burlando.

*

 

Al llegar a la oficina de Christophe, Gabriel continuaba con la calentura, y Camille no hacía más que sonreír con satisfacción sabiendo que lo tenía en la palma de la mano.

Luego de los interminables saludos a su adorado y rubio padre, además de a varios de los miembros del personal a cargo. Vinieron las atosigantes preguntas del progenitor acerca de la estadía en el país natal, del trato de la gente, de la comida, de cómo la había pasado, si sentía bien, que cuando dejaría el “mundillo del modelaje” para unirse a él en el manejo bancario, porque según él para eso había estudiado…

Vinieron mas presentaciones a la  junta presente; y como era de esperarse todos se asombraban por su belleza. Notaba las lujuriosas miradas de los ejecutivos en ella, pero ella solo tenía una cosa en mente por el momento; terminar lo que había iniciado minutos antes en medio del trafico.

*

 

—Tu me debes algo— acusó Gabriel cuando vio que la rubia se había quedado sola al fin. Agarrándola desde atrás y restregando su polla en el culo femenino.

Camille rio sugerente. Tomándolo por las manos que permanecían apoyadas en sus caderas y ascendiéndolas al vientre. —no me digas— se mofó.

—si te digo. Y me lo voy a cobrar— declaró en el oído más sensible de la mujer, el izquierdo; chupando el lóbulo en el camino.  —Vamos a mi oficina— ordenó llevándosela prácticamente a rastras, mas por el afán que acrecentaba que por la oposición –nula- de ella.

Fue cruzar el umbral de la puerta, pasar el pestillo y bajar las persianas, para que Gabriel se abalanzara salvajemente a devorar los gruesos labios de Camille. Deshaciéndose torpemente de las prendas hasta dejarla en ropa interior. Haciéndola subir por su cuerpo mientras ella entrelazaba las piernas alrededor de la masculina cadera, estrellándose afanosamente contra el escritorio, tirando todo al paso. Con ella clavándole las uñas en el cuello continuaban besándose calientemente.

Él bajó los labios, salivando hasta la delicada piel del cuello, oliendo su perfume florar, suave y dulce pero para nada empalagoso, haciéndola jadear de deseo. Él se devoraba a esa mujer como si no hubiese un mañana, necesitaba comérsela...

Desabrochó el sostén como pudo dejando al descubierto los voluptuosos pechos, de pezón roza y aureola grande. Pellizcó los picos con ansias haciéndola revolverse a su contacto. Volvió a besarla. Ella permaneció con los ojos cerrados cuando él repasó con la lengua desde el mentón hasta el vientre. Arqueándose para él, ofreciéndole su cuerpo para ser cogida con fuerza como él tan bien sabía hacerlo.

Mordisqueó hasta la piel de los muslos, lamiendo la tersa y bronceada piel, oliendo sobre la telilla del calzón el delicioso aroma femenino. Apurado corrió la tanga para darle un lametón, y después bajó la fina tela olisqueando y guardándosela en el bolsillo. Apreciando el cambio de tono de piel, pálido en la vagina y el busto y más oscuro en el resto del cuerpo, gracias a la marca del sol sobre el traje de baño-

Estaba muy excitado, por su olor, por su sabor, por los jadeos de esa rubia y sensual  mujer. Bajó el cierre de su pantalón dejando a la vista el excitado miembro; se abalanzó sobre los rosados pezones empezando a juguetear con ellos, mordiéndolos, chupándolos, mientras se restregaba la polla en el vientre y concha. Haciéndola gemir, y perdiéndose en su sonido. Apretujaba una teta y lamia la otra, intercambiando cada tanto porque le fascinaban su sabor y textura; ella lo atrajo nuevamente para besarlo y él entendió la indirecta. Se acomodó la verga para dejarla en la entrada caliente y hambrienta; se soltó la corbata y la camisa levemente dejando a la vista su velludo pecho, con ella arañando las tetillas e hincando el diente en el cuello. Se sujetó a la espalda masculina cuando Gabriel la penetró salvajemente, abriendo las paredes vaginales, sintiendo como se pegaban a la tersa piel de su falo, calentándolo, apretándolo deliciosamente. Moviéndose sobre ella cual loco desenfrenado falto de hembra.

Quería partirla en dos, clavarle la polla hasta lo más hondo. Se abría paso con el pene. Respiraba pesadamente y chupaba el pezón a la vez que ella le agarraba las nalgas. Golpetear de cuerpos y gemidos ahogados era lo único que se escuchaba…

—umjjjjj

—Ohhh, si, ohhh, si...

—Ummmm, siii, siii

Él quería enterrarse profundamente en ella, provocando que el ritmo fuera en aumento, al igual que los  jadeos, quejidos  y suspiros de ambos. A ella le parecía que la mesa se partiría en cualquier momento a causa del desenfrenado ritmo impartido por él. La fricción del vello sobre los pezones le generaba mas excitación, y eso provocaba que le clavara violentamente las uñas. Gabriel agradecía no haberse quitado completamente la camisa, pero aun así estaba seguro que le quedarían marcas. En el pasado había sucedido.

No iba a aguantar mucho mas... ella instándolo a continuar con sus gemidos de placer era algo indescriptible. Los labios entre abiertos, las mejillas sonrosadas… metió la lengua tan adentro de esa boca como pudo, y ella correspondió con ahincó. Camille empezó a convulsionarse, a correrse abundantemente empapándole el pantalón de fluidos, de jugos. Llevándoselo a él consigo. La sensación fue casi dolorosa; sintió el esperma ascender desde los testículos hasta el glande; se salió de su interior solo para explotar copiosamente en la vulva y vientre, salpicando un poco hasta las tetas… el blanquecino semen se extendía por el maravilloso cuerpo de la rubia. Solo quedaban respiraciones entrecortadas entre ambos.

*

.

—mira como me dejaste— dijo burlona mientras limpiaba de el semen de su ombligo con ayuda de un pañito de papel.

—tú me provocaste— continuo con el mismo tono de ella acomodándose la ropa. Se acercó para darle un mojado beso, gesto que fue correspondido —ha estado genial, como siempre— sonrío extasiado.

—Solo espero que no hayan oído nada allá afuera— se carcajeo la rubia

—Lo dudo mucho— soltó una sonora risa. —pero si llegan a preguntar algo, puedo decir que alguien se metió en mi oficina.

—como quieras— le restó importancia, mientras se ajustaba el sostén, y él le propinaba un bofetón en el culo.