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La Chica Francesa y el Tatuador

en Hetero: Infidelidad

Capitulo 2: La Chica Francesa… Y el Tatuador

(hetero infidelidad)

Camille y Pablo

 

Si alguien le hubiese dicho a Camille que tan solo volver a Ciudad Capital conllevaría a una sesión de sexo con su viejo amigo Gabriel  no habría postergado tanto la vuelta. No era como que no lo esperase, era algo que eventualmente sucedería, solo que no creyó pasara tan rápido, mucho menos en el banco que dirigía su padre, y en las narices de su novio, al que por cierto aun no veía siquiera.

Camille salió de la oficina de Gabriel acomodándose las ropas. Sintió las curiosas miradas de los empleados clavándose en ella, pero prefirió no darle importancia; que hablaran lo que se les diera la gana, al fin de cuentas no eran ellos quienes la mantenían, ella hacía mucho tiempo que era una persona solvente así que las críticas le resbalaban.

Velozmente  subió las escaleras, y siguió el camino por el pasillo hacia al fondo hasta encontrar la oficina de gerencia, es decir la de Cristophe, su adorado padre. Con tres rápidos y certeros golpes hizo notar su presencia.

—Adelante— comunicó el hombre con su suave voz propia de un tenor.  

— ¿demoras mucho? — preguntó ansiosa, cerrando la puerta tras de sí.

—solo un poco, estoy esperando a Fabricio, me acaba de hablar y dijo que tardará casi 40 minutos, parece que hubo un accidente en la autopista— respondió Christophe, dejando de lado el papeleo que tan afanosamente revisaba antes de su hija llegar.

A sus 57 años, Christophe Lazard se veía bien conservado. Conservaba ese aire de elegancia, misterio  y sabiduría que tanto fascinaba a las mujeres en general. De cabello rubio canoso no muy largo, no muy corto, y siempre bien peinado; piel blancuzca lechosa y ojos color plata que asemejaban al mismo tono que Camille tuvo al nacer, Christophe no era un hombre muy alto a parecer del promedio y era algo barrigón, pero eso sí,  era portador de una distinción innata.

—Creo que puedo esperar— correspondió ella con una sonrisa sentándose en las sillas que estaban frente al escritorio del hombre.

 

Fabricio tardó  media hora más de los 40 minutos que había dicho inicialmente, pero cuando finalmente apareció pudieron irse libremente a casa.

Se preguntaran ¿Quién es Fabricio? Y ¿Por qué lo esperan?

Bueno para responder hace falta movernos un poco en el tiempo dos años y medio cuando la joven Camille que por aquel entonces hasta ahora cumplía los 24, decidió acompañar a su padre a una convención Bancaria internacional que se celebraba anualmente en el norte del país, en una de las tantas ciudades costeras que fungían como distrito turístico y comercial. Y aunque en los primeros tres días Camille optó por vacacionar, poco a poco resolvió acompañar a su progenitor en las tediosas reuniones. Un presentimiento la había movido a hacerlo y dichosa ella que así fue porque allí le conoció.

Fabricio Piñeres  no era el típico hombre que se desvivió por ella a la primera, no, y esto quizá logró captar la atención de Camille, quien se esforzó en parecer llamativa para aquel inversionista al que encontró fascinante desde el primer momento. Tal vez el físico de él aumentaba su magnetismo a ojos de la mujer, era dueño de unos impresionantes ojos azules que resaltaban armónicamente al contraste de la morena piel; un hombre al que no se podía catalogar a simple vista como negro o blanco sino como una mezcla entre ambos, dando como resultado un atractivo tono que en épocas coloniales sería mejor llamado mulato. Alto y fortachón daba la impresión de salir bien librado de cualquier batalla que librase. Dedicando a la banca desde muy joven, ahora fungía como capitalista en la bolsa de valores, lo cual generó que Christophe indirectamente inclinara la balanza a favor de la decisión de Camille.

12 años mayor que ella, Fabricio era un hombre hecho y derecho y con mucha cola como para dejarse impresionar por una jovencita, aunque como dicen por ahí, tanto va el cántaro al agua que hasta que al fin se rompe; el moreno cayó en las redes de la rubia, y desde hacía dos años estaban juntos.

El era todo un caballero, muy respetuoso y serio con Camille, del típico hombre con el cual una mujer sueña llegar al altar, ¿material futuro esposo? Totalmente; por esta razón ella se había esforzado en aparentar lo que no era: Una mujer seria y responsable y negada al sexo extramarital rotundamente. Si, el pobre Fabricio aun creía que Camille era virgen y admiraba eso en la chica, es más, la hacía desearla aun mas, y si una boda era el pago que debía hacer por poseerla, estaría dispuesto a llegar hasta esas instancias.

*

 

El padre y el novio de Camille habían organizado una pequeña recepción en casa del primero, para agasajarla y darle una merecida bienvenida.  Solo unos cuantos conocidos de Christophe y de Fabricio, y desde luego los amigos de Camille; en la lista no pudieron faltar Gabriel y Pablo; algo sencillo y cómodo, algo que le expresara lo mucho que había pesado la ausencia en las vidas de aquellos a quienes le importaba.

Durante toda la velada Gabriel no paró de hacerle señas obscenas e invitaciones bastante indecorosas al cuarto, intentando convencerla de continuar lo que previamente habían empezado en la oficina, y ella aunque tentada decidió no ser tan cínica; una cosa era gozar de un buen polvo, y otra cosa era gozar de un buen polvo con su novio merodeando por ahí.

Al final todo terminó en veremos y ella alegando cansancio prefirió irse a su cuarto a reponer energías. Estando ya en la cama cubierta casi hasta los ojos por los edredones –el frio era tremendo, aunque ella de por sí ya era friolenta- Su móvil vibró contra la madera de la mesilla de noche. Con mucho esfuerzo alargó la mano hasta alcanzar el teléfono, que no dejaba de titilar con la típica luz que anunciaba un mensaje.

La imagen con la que se encontró hizo que se calentara inmediatamente; sintió un cosquilleo en el bajo vientre, enviando corrientes eléctricas hasta el clítoris, el pantalón de su pijama rápidamente se impregnó de sus flujos; una delgada mano empuñando una gorda verga de amoratadas venas a causa de la evidente erección, se mostraba vivida en la pantalla.  Gimió de solo verla.

Quizá fue el hecho del aro clavado en el glande, o los anillos incrustados en los testículos; a lo mejor fue el tatuaje con la frase I will fuck U a lo largo del pene; o el simple hecho de haber gozado una y cien veces con el dueño, pero lo reconoció al instante, Pablo susurró mientras con la mano libre comenzó a acariciarse un casi erguido pezón. Cuando los tuvo a punto, se quitó la camiseta y se sacó una foto de los excitados pechos…

  • Uuummhhh mira como me pones-  texteo luego de enviar la instantánea
  • Deliciosa 6.6 Quiero verte- se apresuró en contestar él.
  • Ahora no puedo
  • Por q? estas con el imbécil de tu novio? O repetiste con mi hermano o.O
  • Tonto, no es eso. Estoy cansada, tengo sueño y además mi papá y Fabricio aun están en la sala hablando no se qué mierdas :$
  • :/ … Mañana entonces, ven a verme al local, te estaré esperando con ansias
  • Ahí estaré ♥ [

*

 

Después de la conversación con Pablo, a Camille le había costado bastante conciliar el sueño.  Se sentía caliente y ansiosa…

El día pasó tranquilamente, entre visitas a la agencia para la cual trabajaba y almuerzo con Fabricio; rápidamente fue llegando la noche y el moreno aun no se despegaba de ella, y ella lo único que deseaba era encontrarse con Pablo inmediatamente.

Conocedora de la poca estima de Fabricio hacia sus amigos especialmente a Pablo, ya que el ojiazul sentía desprecio por la profesión del hombre y trataba de minimizarlo cada vez que le veía, Camille le informó que había quedado con él esa noche para ir a cenar. Era consciente que su novio protestaría pero finalmente cedería a dejarle libre por unas cuantas horas.

Fabricio, tan amable como siempre,  se ofreció a llevarla al local, y como ella esperaba, él ni siquiera quiso bajarse a saludar. Solo se despidió con un te amo  te amo y un te llamo al rato y emprendió su camino.

*

 

El local de tatuajes era todo lo que Camille esperaba de Pablo, un lugar pulcro y apto para dicha actividad. Él era un hombre muy dedicado y amaba su arte por sobre todas las cosas.

Las paredes rojas inundadas de pinturas de todo tipo, desde cuadros chinos, pasando por calaveras y figuras abstractas, era un poco cansado de ver. Los pisos en negro y las vitrinas en las que guardaban las joyas para las perforaciones,  con acabados en forma de serpiente.  Una vieja rocola en una esquina que nunca paraba de tocar alguna canción de Heavy Metal; un sofá en cuero negro para hacer esperar a la clientela, que curiosamente hoy era nula. Guitarras pendiendo de  las ventanas y un colgandejo indígena en la entrada para ahuyentar las malas energías.

Se acercó a la joven mujer que aparentemente era la encargada de recibir a los parroquianos que osaban inyectar tinta en su piel. Una bonita joven algo más baja que ella, de cabello y ojos castaños, tenía cara de estudiante y a decir verdad se veía fuera de lugar en aquel sitio.

— ¿está Pablo?

La joven la recorrió de arriba abajo con una mirada que no supo interpretar si era fastidio o deseo —está adentro— contestó señalando la puerta negra, que estaba entreabierta. —Tú debes ser Camille— le dijo con su oscura voz, más propia de una locutora de radio que de alguien tan joven como aparentaba.

— ¿y tu eres? — contrapreguntó arrogante.

—ayudo aquí, pero no te preocupes que ya me iba. Solo estaba esperando a que llegaras.

Camille decidió no seguir intercambiando palabras con ella, lograba ponerla verdaderamente incomoda. Giró sobre sus talones, y caminó hacia la puerta previamente señalada, y como la desconocida había dicho, allí vio a Pablo haciendo lo que parecía ser una limpieza a la indumentaria de tatuado. El ambiente olía a tinta y yerbabuena.

—Hola— saludó coqueta. El hombre volteo a verla y le dedicó una enorme sonrisa haciendo pronunciar los bonitos hoyuelos en las mejillas.

—pensé que no venias

—Pablo— llamó la desconocida parada desde el marco. —ya me voy.

—nos vemos mañana, gracias— si limitó a responder él sin prestarle un mínimo de atención.

Fue oír cerrar la puerta del local para que Camille se arrojara en brazos de su amigo, rodeándolo por la cintura con ambas piernas y devorándole la boca en un ansiado beso. Pablo era dos centímetros más bajo que ella, y evidentemente un escuálido y flacucho muchacho, pero eso no era impedimento para soportar el peso de la rubia.

—te extrañé— comunicó él entre besos.

—y yo extrañé acostarme contigo, ¿se vale? — dijo risueña soltándose de él.

—claro que se vale, de todo eso fue lo que más extrañé

—me parece bien

—bien. ¿Te gustó la foto?

—me encantó. No sabes lo caliente que estoy desde anoche.

Pablo le dedicó una lujuriosa mirada, se acercó a ella y comenzó a amasarle el culo con ambas manos. —esa era la intención— y volvió a besarla con la pasión que lo caracterizaba, haciendo arder el ambiente con cada caricia propinada al cuerpo de la rubia.

Él contaba con la misma edad de Camille, solo mayor por unos cuantos meses. Físicamente era muy agraciado, aunque algo falto de estatura y masa corporal. No se parecía en absolutamente nada a su hermano Gabriel. Pablo era más bien trigueño, de ojos azules y aunque también castaño prefería mantener su cabello casi a ras, solo una diminuta mota intentando salir.  Usaba una desprolija barba; unas sendas perforaciones en ambas orejas, un piercing en la lengua y como buen tatuador, su cuerpo estaba lleno de tatuajes.  

Pablo comenzó por recostar a la rubia en la camilla, prodigándole besos por todo el cuerpo, dedicándole especial atención a los rosados pezones que tanto le fascinaban. Chupaba e incluso mordía porque aquellos provocativos picos hacían que la polla se le pusiera dura.

Camille plantó los pies en el frio cuero elevando la cadera, cuando sintió el roce del vello facial contra los muslos, Pablo lamia y besaba esa delicada porción de piel abriéndose camino hacia los pliegues de su sexo.

Pasó la lengua por la raja de su centro, sintiéndose embriagado por el erótico olor de la mujer. Con ayuda de los dedos índice y corazón separó los labios para de nueva cuenta distribuir lametazos al coño, arrancándole sonoros gemidos a la rubia. No tardó mucho en encontrar el clítoris, al cual le pegó los labios repasándole los dientes mientras intentaba penetrarla con los dedos.

Camille le inundó la mano de jugos cuando el hombre empezó con el típico mete y saca sin desprender la boca del clítoris. Aullaba de placer y se incrementó aun mas cuando Pablo decidió prestar atención al ano, después de las atenciones de la lengua decidió meterle un dedo en el orto intercalando chupones entre el orificio vaginal y el perineo; el placer propinado por las manos y la boca del hombre, y eso aunándole las delicadas caricias que le proporcionaban la perforación de la lengua, Camille no tardó en correrse ni Pablo en beber de ella.

Quería propinarle las mismas atenciones, así que bajándose de la camilla colocándose de rodillas al hombre, tuvo frente a sus ojos la gorda y tatuada verga desde luego empalmada y cubierta de moradas venas. Con la mano izquierda comenzó por masajear los testículos logrando que Pablo perdiera un poco el equilibrio, mientras que con la derecha acariciaba el falo. Con la punta de la lengua repasó las delicadas venas hasta llegar al morado glande adornado por un aro del tipo príncipe Alberto  comenzó a juguetear con él hasta que finalmente lo succionó por completo, una, dos, tres veces... Pablo enredó los dedos en el rubio cabello estirándolo casi al punto del dolor. De una sola estocada hizo que el arillo de la punta tocara la campanilla y los zarcillos de la base del pene chocaran contra la mandíbula y así lo repitió otras dos veces… de la boca de Camille se desprendía una tirilla de baba, el pene estaba enjuagado de su saliva. Pablo golpeteo las mejillas de la rubia con su polla y Camille se desvivió en atenciones a las pelotas, engulléndolas de lleno, succionándolas, chupándolas mordiéndolas, todo a la vez que metía la puntita del índice en el ano masculino en búsqueda del punto g.

— ¡vamos, perra! Trágatela toda— le instaba él con su voz llena de lujuria, y Camille se apresuraba a cumplir órdenes, intercambiando ritmos para hacerlo enloquecer… rápido, lento, rápido, lento, rápido… o simplemente pasaba las uñas por las nalgas a la vez que lamia la velluda piel de los muslos.

Cuando Pablo se sintió explotar, hizo levantar a la rubia quien no podía otra cosa más que tener las rodillas rojas a contraste con la blanca piel, a causa de aguantar su propio peso. Después de darle un mojado beso de lenguas, la recostó de espaldas a la camilla haciéndola arquear la espalda. Una mordida al femenino trasero y sin contemplaciones ni miramientos le clavó la polla en el húmedo coño impartiendo un ritmo salvaje que hizo que ambos, él y ella, además de la camilla, chocaran contra la pared divisoria del estudio. Ambos gemían de placer, sus cuerpos sudorosos exudaban calor; en medio del golpeteo Pablo aprovechó para masajearle el clítoris con rudeza. Y Camille no pudo mas, se dejó ir atrapando la verga en su interior; las palpitaciones del coño sobre su pene casi le hacen perder la cabeza, esa era una de las sensaciones que mas fascinaba a Pablo, cuando una mujer se corría estando él penetrándola aun.  Pablo se arqueo apretujándole los pezones y dando suaves mordidas sudoroso hombro de la rubia, en un intento por calmar los coletazos del espasmo; una vez lo hubo hecho la agarró en volandas aplastando su cuerpo contra la pared, pero esta vez ambos frente a frente. Agarró la pierna izquierda y la sujetó con fuerza, volviéndola a penetrar —afghhhh— gimieron ambos. Esta vez Pablo impartió una invasión mas rítmica, más suave, con ambos cuerpos mas compenetrados. Quería prolongar el momento de su propio orgasmo aunque sabía que pronto llegaría, el picor en la punta y el cosquillear del vientre se lo anunciaban.

Camille por su parte gritaba de placer, la presión del aro en su vagina era inigualable, total y absolutamente placentera, y aunque a ratos le escocía, el deleite era incomparable. La pesada respiración de Pablo y la dura mirada, además del salvaje ritmo que volvía a llevar le anunciaba que el hombre estaba a punto de llegar. Se aferró a él con ambas piernas, clavándole las uñas en la espalda para permitirle un mejor acceso. Pablo la empalaba a lo bestia estrellando su cuerpo contra la pared. Gruñó, y él enterró la cabeza en el cuello… un gemido gutural y sintió los chorros del hombre bañarle el útero,  se afianzó al hombre no queriendo dejarlo escapar llegando nuevamente al orgasmo a causa de la presión de la corrida. El semen le bajaba por la vagina empapando el coño y los testículos. Ambos respiraban audiblemente, ambos pechos rojos subían y bajaban agotados… Pablo levantó la cabeza y besó complacido los labios de Camille, ella le devolvió el beso abriéndole campo a su lengua en la cálida boca masculina.  Había estado bien para empezar… pero aun quedaba noche por delante…