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Más de una vez le había pillado mirándome mientras me cambiaba, o cuando salía de la ducha. Pero nunca le dije nada. Saber que le gustaba no era algo que me molestase.

A veces, sobre todo al acercarse el verano, empecé a llevar pantalones cortos y camisetas que, si me agachaba, seguro que podía verlo todo. Hasta llegué a preguntarle si le molestaría que fuese en bragas y su respuesta fue que no, siempre que a mí no me molestara que él hiciese lo mismo. Así que sí, así fue avanzando el tiempo compartiendo piso. Más de una vez le pillé empalmado, y otras veces sabía lo que hacía en su habitación tras verme salir del baño tan solo con una toalla.

Alguna vez me hice la tonta, cuando veíamos alguna película juntos, y no reaccionaba cuando subía la mano demasiado por mi pierna. No reaccioné, porque quería seguir con el juego un poco más.

De hecho, alguna vez me he preguntado si él se había dado cuenta a esas alturas de que yo jugaba con él, pero lo seguía haciendo porque sabía que me gustaba.

En una ocasión, en invierno, nos quedamos dormidos en la misma cama. Me desperté por la noche y me di cuenta de que estaba masturbándose a mi lado, con pequeños gemidos. Decidí ayudarle y me giré de tal forma que mi culo quedaba pegado a su pierna, y como él estaba un poco girado hacia mí, rozaba su pene con él. Paró por un momento hasta que empecé a hacerme la dormida y, después de un par de minutos empezó a rozarse suavemente. Hasta tuvo las agallas de cogerme por la cadera y pegarse a mí.

Juro que en aquel momento iba a rendirme, pero aguanté mis ganas y le dejé seguir torturándome así. Volvió a separarse de mí y siguió masturbándose más y más rápido. Yo decidí vengarme de él y, tras terminar y quedarse casi dormido, hice como que me despertaba.

-¿Estás despierto?

Pero el canalla ni se movió. Y sabía que era mi oportunidad. Cogí una de sus manos, tendida a mi lado, la deslicé suavemente dentro de mi pantalón, y la dejé entre mis piernas dejándole notar lo mojada que estaba. Pero no se movió. Así que saqué la mano y metí la mía. Y empecé a masturbarme yo, con él al lado. Lo hacía tan despacio que por poco me vuelvo loca, pero aguanté el ritmo. Me despegué lo más posible de él, para que se sienta libre de moverse ‘’sin que yo me dé cuenta’’. Cerré los ojos y seguí hasta terminar, imaginándome que me estaba mirando y deseándome. Pero terminé y él no se inmutó. Cerré los ojos, satisfecha, y acabé durmiéndome de verdad. Al día siguiente me desperté boca arriba y notaba mi ropa un poco movida. Apuesto a que me metió mano sin despertarme, porque desperté mojadísima.

Siguió una temporada tranquila, pero un día ninguno de los dos pudimos seguir jugando más.

Era verano. Él había salido y yo llegué a casa pronto. Me hice algo para cenar y me quedé en el salón, viendo una película. Me quedé dormida allí, y me despertó a las doce de la noche.

-Vamos, tienes que ir a la cama.

-Oh, hola.

Me levanté despacio y me fui al baño. No me había duchado y necesitaba quitarme el sudor. Me habré quedado lo suficiente para depilarme todo lo que tenía sin depilar, y salí como siempre, con la toalla. Él estaba en el salón, tumbado boca arriba sin haberse cambiado aún, y mirando al techo.

-¿Te pasa algo?

Al principio levantó la vista deprisa, pero luego la posó en mí, y no la quitó. Me acerqué al sofá, aflojando la toalla aposta, y me lo quedé mirando.

-No es nada -dijo, levantándose y quedándose sentado-. Es solo un bajón.

-Aih, cielo.

Me acerqué a él quedando en frente suya. Podía notar como su humor cambiaba, hasta ponerse tenso, pero no apartó la vista de mí. Yo llevé una mano hasta su cara y le acaricié la mejilla. Notaba como la tristeza se convertía en algo irrefrenable, y contagioso. Me acerqué más a él, ajusté la toalla a mi cuerpo lo suficiente para que aguantase sin sujetar, y le abracé. Su cabeza estaba a la altura de mi pecho, y sus brazos me rodearon por la cintura. Me abrazó fuertemente, y luego me apartó un poco, sujetándome las manos a los lados al darse cuenta de que la toalla estaba cayendo. No me sujetaba con fuerza, pero yo no intenté pararle. Dejé la toalla caer a mis pies y me quedé allí, de pie, delante suyo. Veía como paseaba su mirada por todos los rincones de mi cuerpo, antes de levantarse. Me soltó las muñecas y subió hasta mis hombros, para indicarme que me girara. Y lo hice.

Entonces se pegó a mí, pero yo no me moví. Subió la mano hasta mi cabeza, movió el pelo a un lado dejándole ver mi nuca y espalda. Me empujó suavemente inclinándome hacia delante hasta cierto punto, y bajó la mano desde mi nuca, por la espalda, hasta la cintura.

-Levanta -susurró consiguiendo ponerme la piel de gallina.

Me levanté, me di la vuelta y nos quedamos mirándonos. Me acarició la mejilla y bajó hasta quedar a pocos milímetros de mi cara. Enredé mis brazos alrededor de su cuello y lo acerqué más aun a mi hasta que nos besamos. Y eso solo fue el principio.

Conseguí volver a sentarle en el sofá y me puse encima suyo. No sé cómo describir la mezcla tan intensa de sensaciones que me pasaban por el cuerpo. Tenía que frenarme, porque me veía capaz de arrancarle la ropa en un abrir y cerrar de ojos. Pero no quería desperdiciar el momento. Lo difícil fue frenarle a él.

-Sshhh, más despacio -bajé y empecé a besarle el cuello.

-Tú no ayudas -susurró.

-Pues tendrás que valerte solo, porque no pienso ayudarte.

Le empecé a mordisquear el cuello y él hundió las uñas en mi espalda. He de decir que me divertía en cierto sentido el poder controlarlo así. Pero ese poder no duró mucho. En una fracción de segundo me cogió en brazos, me llevó hasta mi habitación y me dejó de espaldas en la cama. Se quitó los zapatos sin dejar de mirarme. Me quedé de rodillas en la cama, viendo cómo se quitaba la ropa. Me arrepentía bastante de haberle dicho que fuera más despacio. Me estaba matando la sensación que me producía. Pero me tragué las palabras y esperé a que terminara. Alargué la mano hasta llegar a las suyas y le atraje hacia mí. Se apoyó en la cama y volvimos a besarnos. Esta vez fue tan intenso que casi me quedé sin respiración. Me las arreglé para tumbarle en la cama y me puse encima suyo. Le mordí el labio y bajé hasta su cuello. Lo besaba, moría y lamía hasta notar todo lo tenso que conseguí ponerle.

Me hizo sentarme sobre sus piernas y se levantó. Mientras seguimos besándonos bajé la mano por su abdomen hasta llegar a su pene, tan duro que pensaba que iba a explotar cuando la toqué. Noté como se estremecía al empezar a tocarlo. Me llevé la mano a la boca, me ensalivé los dedos, y volví a tocarlo. Me quedaba satisfecha al ver su expresión, y decidí ir a más. Me moví hacia atrás y bajé. Noté su mirada en mi nuca cuando comencé a lamerle la punta, y luego me lo metí en la boca lo más que pude. Lo lamí desde la base hasta la punta y volví a metérmelo en la boca, apretando mis labios a su alrededor. Subía y bajaba la cabeza despacio. En un par de ocasiones me puso la mano en la cabeza, pero sólo le dejé cuando dejó de empujar y se dedicaba a juguetear con mi pelo. Fui aumentando el ritmo hasta que noté que le gustaba demasiado.

Me miró, todavía alterado, y sonriendo levemente. Me tomó por la cadera y en un movimiento me dejó de espaldas en la cama y se puso delante de mí. Se inclinó sobre mí, hasta besarme en la base del cuello. Subió las manos por mi cintura, hasta mis costillas, y subió hasta mis pechos. Los rodeó con las manos y los acarició poniéndome la piel de gallina. Cerré los ojos cuando empezó a besarlos, y me mordí el labio aguantando un gemido cuando los mordisqueaba. Bajó la mano por mi abdomen hasta deslizarla entre mis piernas. Sus dedos se deslizaban sin esfuerzo por lo mojada que estaba, pudiendo meter dos sin esfuerzo, y a esas alturas ya no podía dejar de gemir.

Le oí reír cuando paró unos segundos para observarme.

-Te odio.

-No, no me odias.

Metió los dedos lo más profundo posible y volvió a reírse. Pero esta vez no paró. Bajó y sustituyó los dedos por su lengua. Dios… consiguió hacerme perder la cordura. Me tomó por la cintura, me levantó un poco y aumentó la intensidad. Me mordí un dedo para no gritar y con la otra mano me agarré a sus hombros, arañándole sin poder evitarlo. Paró, me miró y se inclinó sobre mí. Se limpió la boca con el dorso de la mano.

-¿Aún quieres que vaya despacio?

Negué con la cabeza.

-Dime qué quieres.

Llevé la mano hasta la mesilla que estaba en el borde de la cama. Abrí el cajón torpemente y saqué un condón.

-Fino.

-Como si no estuviera.

Lo abrí con los dientes, lo saqué del paquetito y se lo puse yo misma.

-Todavía no me has dicho lo que quieres.

-A ti, dentro de mí. Muy dentro, muy fuerte. Quiero que perdamos los estribos y que sigamos hasta que nos quedemos sin fuerzas.

Tomó mis manos y las sujetó a los lados. Empezó a besarme profundamente. Subió mis manos hasta encima de mi cabeza y las sujetó solo con una mano. Y con la otra subió mi pierna y se ayudó hasta que empezó a entrar lentamente en mí. Mi corazón se aceleró y le mordí el labio, notando como poco a poco entraba hasta lo más profundo de mi ser.

Paró unos segundos en los que nos miramos, ambos alterados. Empezó a moverse lentamente y yo notaba cada movimiento, su respiración agitada sobre mí. Rodeé su cintura con mis piernas y me agarré a sus hombros. Empecé a moverme a su ritmo, mirándole a los ojos. Pero poco a poco, aumentó de intensidad. Aunque no iba muy rápido, era cada vez más fuerte. Me mordió el cuello hasta el punto de hacerme gritar, pero eso solo hizo que lo deseara más aún.

Después, nos giramos, quedando yo encima. Y encontramos un punto en el que el placer era exageradamente bueno. Me arañaba la espalda, pellizcaba mis pezones y me mordía el hombro. Yo no hacía más de seguir moviéndome, más rápido y con más fuerza.

Ninguno de los dos quería acabar allí, así que paramos un segundo. Me dio la vuelta, quedando de espaldas a él. Me acarició la espalda, levantó mi cadera dejándome sobre las rodillas. Me apoyé con las manos en el cabecero de la cama y miré hacia atrás. Se inclinó sobre mí y me acarició el pelo cuando volvió a meterlo completamente dentro. Me hizo gritar y gemir, y no paró de moverse. Solo fue a más y más. Apoyó una mano en la pared y con la otra en mi cadera, aumentando la velocidad y la brusquedad. Yo llevé una mano a mi clítoris y empecé a moverla rápido. Lo necesitaba cada vez más. Y no podía parar. Y notaba que él tampoco.

Era una sensación tremenda, y no quería que terminase jamás. Pero sentía que estaba a punto de explotar. No quería terminar antes que él, pero no podía parar.

-Voy a… -pero no tuve tiempo o fuerzas de decir nada más.

Me mordí el labio y apreté las sábanas entre mis dedos. Él no paraba y la sensación de un orgasmo explosivo que se prolongaba, hizo que me fallaran los brazos y me quedé apoyada en mis codos. Me encantaba todo aquello. Notaba como me ardían las entrañas y como querían más y más. Le oía gemir cada vez más fuerte y sentía como clavaba sus dedos en mis caderas. Y yo sentía como, esta vez sin ayuda, volvía a invadirme otro orgasmo. Pero no fui la única. Con una última embestida, que casi hizo que me chocara contra la pared, supe que también había terminado. Se quedó así un momento, hasta que se dejó caer a un lado y yo quedé boca abajo, recobrando el aliento. Me sentía agotada, por fuera y por dentro.

No hablamos por unos minutos, hasta que me levanté de la cama.

-¿Te vas?

-A por agua -sonreí lo besé, mordiéndole el labio suavemente.

Y eso hice. Fui a la cocina, cogí una botella de agua fría de la nevera, después al baño, y volví a la habitación. Para entonces él ya se había quitado el condón y había sacado otros dos en la mesilla. Me senté en la cama y le di el agua. Le dio un par de tragos y se me quedó mirando.

-¿Qué?

-Quiero más.

-Como qué.

Sonrió ampliamente, me tiró de la muñeca y me hizo tumbarme boca arriba en la cama.

-Cierra los ojos.

Me mordí el labio y lo hice. No confiaba mucho en lo que quería hacer, pero tenía curiosidad. Por unos segundos nada pasó. Pero después sentí una gota fría carme a la altura del cuello. Y cuando empezó a deslizarse hacia abajo por mi pecho, la siguió otra. Me estremecí y se me puso la piel de gallina. Unas gotas cayeron sobre mis pezones y volví a estremecerme.

Si su intención era volver a excitarme, funcionó a la perfección. Noté como volvía a estar mojada, y acabé abriendo los ojos. Se inclinó sobre mí y me besó. Noté como volvía a estar empalmado y aquello no hacía más que mejorar.

Usamos un par de condones más, junto a otras posiciones. La intensidad ni la excitación eran tan fuertes como la primera vez, pero esos meses de juegos nos hicieron insaciables. Lo quería ara mí, quería volverle loco, y lo conseguí. Llegamos a la mañana entre besos y orgasmos, y nos dormimos con el alba.

A pesar de que aquella noche se esfumó el deseo insatisfecho, el deseo en sí no. Los juegos siguieron, y cuanto más sabíamos uno del otro, más nos gustaban. Me seguía cambiando con la puerta entre abierta y él seguía espiándome. A pesar de que más de una vez se coló en la ducha conmigo, y viceversa, seguía aguantándose las ganas porque sabía cómo acabaría aquello. Pasé al siguiente nivel cuando empecé a ponerle cachondo en sitios públicos, solo para que, cuando llegábamos al apartamento, me cogía tan fuerte que se nos escuchaba en todo el edificio.

Nos gustábamos, y nos seguimos gustando. Es algo que no se puede cambiar cuando encuentras a esa persona con la que la conexión a todos los niveles es perfecta. Y todavía, cuando le oigo entrar a mi habitación de noche, me hago la dormida. A veces me besa y se duerme a mi lado, abrazándome. Y otras me quita las bragas y, sin piedad, me lo mete por completo. La píldora, un gran invento.

 Nos quedan muchas cosas por probar, pero todavía nos queda mucho tiempo por delante, y muchas ganas casi insaciables.