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Si tan solo pudiera morir (1ª parte)

en Fantasías Eróticas

Capítulo 1

Nunca había creído de verdad en lo sobrenatural. Sí, tenía mis dudas. Se podría decir que era “agnóstica” en ese sentido, si se puede emplear ese término para algo que no sea religión.

Poco después de cumplir los 18 y encontrarme un empleo a media jornada, conseguí ahorrar y mudarme de casa de mis padres a un pequeño apartamento a las afueras de la ciudad. Era un piso de una habitación, en el ático de un edificio de seis plantas. Al estar en las afueras pues me lo podía permitir con el sueldo que ganaba. Lo que más me preocupaba era no tener dinero para terminar la carrera, pero mi madre me ayudaba en ese sentido.  

Así que acabé viviendo sola en un piso de 60 m2 y me sentía más libre que nunca. Siendo un ático no tenía muchos vecinos en mi planta y de todos modos ese edificio era un poco solitario, cosa que no me incomodó para nada. Taré menos de dos días en instalarme por completo y después pude centrarme en la universidad. Y ya no me molestaba tener que volver a casa, no había nadie allí que me hiciese replantearme mi existencia, así que pasaba allí bastante tiempo.

Cuando ya llevaba allí algunas semanas me empecé a dar cuenta de que las cosas se cambiaban de sitio, o se caían, o de algunos ruidos raros. Pero no le di más importancia, hasta que me un día mientras estaba en la ducha vi para mi horror como de la nada alguien o algo estaba escribiendo la frase “¿Quién eres?” justo delante de mí, en la cristalera. Me quedé helada y ahogué un grito. Cerré el agua de la ducha, pero no salí, y me quedé allí viendo esas palabras. Cuando pude volver en mi pasé la mano por la cristalera para asegurarme de que aquello era real, pero no conseguía borrar lo escrito, así que decidí contestar. “Alexia”. Y poco después de escribirlo desaparecieron ambas cosas.

“¿Vives aquí?”, fue lo siguiente que vi. “Sí”, contesté ya algo más intrigada que horrorizada. “Bienvenida, compañera”. Y no escribió nada más. Me quedé totalmente estupefacta. Abrí la puerta, cogí la toalla y me envolví en ella. Pero al salir noté estar atravesando una masa de aire fría que me puso todo el bello de punta. También sentí un escalofrío como si alguien estuviese deslizando el dedo por toda mi columna vertebral. Me aferré a la toalla y salí de ahí.

La casa estaba fría en comparación con el baño, pero me ayudó a despejarme.

-Me estoy volviendo loca. Esto… esto es…

Estaba muy confusa acerca de lo que había sucedido en el baño que ni me di cuenta de que no había terminado de ducharme. Todavía me quedaba algo de espuma en el pelo, pero no me atreví a volver allí así que fui a la cocina y me eché una taza de agua para aclararme. Después me vestí deprisa y me fui al salón. Dejé todas las luces encendidas y encendí la televisión. Se supone que tenía que empezar a estudiar, pero ya no podía concentrarme. Tenía la constante observación de estar siendo observada y el hecho de no saber quién o qué era aquello me inquietó tanto que no dormí en toda la noche. Así que cogí el portátil y empecé a buscar cosas acerca de los fantasmas. Mi mayor miedo era que me atacase o que me obligase a mudarme. Pero pasé de buscar cosas sobre cuán peligrosos son a formas de comunicarse con ellos. No quería irme de allí. Me gustaba el apartamento, el barrio, los vecinos… Y entraba dentro de mi presupuesto, por lo que no podía pedir más. Así que decidí defender mi territorio y ver qué quería.

Pero pasaron los días y no volví a sentir nada extraño. Y llegué a convencerme a mí misma de que era proyecto de mi imaginación, por todo el estrés de la mudanza, el trabajo y las clases. Pero un día, mientras estaba escuchando música en la radio (siempre que limpio pongo la radio) empezaron a haber muchas interferencias. Y pude oír con total claridad la voz de una chica salir de mi radio. No entendí nada de lo que dijo la primera vez, pero luego volvió a pasar y las palabras “gracias” y “trabajadora” salieron tan claras como el agua. Me acerqué a paso lento al aparato y puse una de las manos encima. De repente comencé a notar cómo me quedaba sin energía y tuve que ponerme de rodillas delante suya. Entonces la voz tomó control del aparato y comenzó a hablar como si fuera una persona al otro lado de una vía telefónica.

-Siento tener que quitarte energía, pero a mí no me quedan muchas -dijo. Era una voz joven, decidida y con cierto toque melancólico-. Lo siento si te he asustado, pero no tengo otra manera de comunicarme que no sean estas. Y quería saber cosas de ti.

-Qu-quién eres -conseguí farfullar.

-Mi nombre era Elisa. Viví aquí hace algún tiempo. ¿En qué año estamos?

-20017.

-Cómo pasa el tiempo…

-¿Qué haces aquí?

-No lo sé. No recuerdo a penas nada desde…

Y se calló. Sin saber por qué, noté una tristeza tremenda y comencé a llorar. No era llanto desconsolado, sino las lágrimas salían como una fuente y no podía retenerlas por más que me empeñase. Noté como un aire frío en mi mejilla y cerré los ojos. Dejé de estar asustada y empecé a sentir ese aire convertirse en algo más tangible, en algo físico. Algo como una mano. Las lágrimas seguían cayendo, pero dejé de sentir esa presión en el pecho y me fui calmando poco a poco sin abrir los ojos. Esa mano comenzó a acariciarme la mejilla con los dedos fríos y se hacían cada vez más y más tangibles hasta notar perfectamente las yemas de unos dedos recorrerme el maxilar y bajar por mi cuello. Abrí los ojos y por una décima de segundo juraría haberla visto. Una chica morena, con unos ojos muy grandes y casi transparentes, que flotaba y se mezclaba con el aire delante de mí. Estaba tan cerca que juraría que intentó besarme. Pero tan pronto como abrí los ojos desapareció. Volví a sentir como recuperaba mis fuerzas y me levanté. Me sequé las mejillas con las manos y me puse en pie. La música volvía a sonar y dejé de sentir su presencia, pero el sentimiento que me dejó me duró mucho más allá. Y sin explicarme la razón dejé lo que estaba haciendo y fui directa a mi escritorio, saqué mi block de dibujo y empecé a dibujarla lo más rápido que pude para que no se me olvidase. Me acerqué bastante a la imagen que vi, y colgué ese dibujo en la pared al lado de la cama.

No pude sacarme su tacto de la cabeza en todo el día. Cada vez que cerraba los ojos podía notar sus dedos bajando por mi cuello y algo dentro de mí se encendió. No podía evitar querer sentirlo de nuevo.

Llegada la noche seguía sin poder estar relajada y cada vez me sentía más intranquila y de aluna manera excitada. En un momento dado empecé a notar una presencia, pero no hizo nada ni intentó comunicarse conmigo. Pero sabía que estaba observándome. Y eso no hizo más que excitarme de una manera que jamás sentí, sabiendo que seguía todos y mis movimientos.

No era tarde, pero me fui a la ducha. Me desvestí lento y poco a poco noté como estaba en el baño conmigo. Me duché rápidamente, quería terminar cuanto antes. Me envolví en una toalla, me sequé un poco el pelo y me fui directa a la cama. Me metí desnuda en la cama, me topé con la manta e intenté tranquilizarme. No entendía lo que me pasaba, por qué estaba tan desesperada, pero no podía quitarme ese ardor en el abdomen. Así que me dejé llevar.

Cerré los ojos, llevé la mano donde la puso ella antes y empecé a deslizarla hacia abajo por mi cuello. Pasé los dedos por la clavícula y luego bajé las manos lentamente por mi cuerpo hasta rodear cada uno de mis pechos con una mano. Los acaricié con suavidad, pellizcándolos, y bajé una mano intentando aguantar las ganas irrefrenables que me cegaban hasta deslizarla entre mis piernas. Suspiré y separé un poco las piernas. Me sorprendí a mí misma por lo sensible que era a cada tacto.

Estaba tan inmersa en lo mío que no me di cuenta hasta unos minutos después de que las mantas se movieron y cayeron al suelo, dejándome al descubierto. Pero no me importó, simplemente seguí. Estaba tan empapada que mis dedos se deslizaban con total facilidad. Empecé a moverlos en círculos alrededor del clítoris y me hacía temblar cada momento. Separé las piernas un poco más y deslicé un par de dedos dentro de mí. Me movía lento, a pesar de que a cada segundo quería aumentar el ritmo. Se sentía tan bien que no quería terminar. Paraba de vez en cuando, cuando notaba que estaba muy cerca de terminar. Gemía, me retorcía, me mordía el labio, me pellizcaba los pezones hasta un punto de dolor placentero que me derretía. Mis dedos se movían con suavidad, intentaba no excederme. Me torturaba ese sentimiento, pero a la vez me hacía estar en el séptimo cielo, y no podía parar. Me metí tres dedos y los movía despacio, intentando llegar cada vez más profundo, sacándome gemidos cada vez más fuertes. Me estaba volviendo loca y me metí en un trance en el que perdí toda cordura y el control de mi cuerpo, aumenté el ritmo y comencé a moverme más y más rápido, más fuerte. Noté como mi cuerpo se tensaba y se retorcía de puro placer.

Y entonces lo sentí. Me estaba besando. Un beso frío, seco, suave, pero tan real como la vida misma. Y cada vez era más fuerte, más real, más húmedo. Empecé a sentir su melena caer sobre mi cara y mi cuello, y sus manos posarse en mis senos. Ese tacto me llevó a la gloria, y me permití seguir sin límites acercándome rápidamente al clímax. Y justo antes de terminar abrí los ojos, pero ella no se desvaneció, simplemente flotaba grácil encima de mí, y pude llegar al mejor orgasmo hasta entonces con las vistas de la figura más hermosa que jamás habría podido imaginar. Esa explosión de placer me mareó, me dejó sin fuerzas sobre la cama, rendida y sin aliento. Todavía sentía el impacto de ese orgasmo en mi cuerpo, todavía tenía la piel de gallina, y todavía seguía mirándola. Hasta que poco a poco empezó a desvanecerse y yo a quedarme dormida, hasta que todo se hizo negro.