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Una noche con sorpresa

en Trios

 

Mi día había resultado largo. La sensación de tedio e insatisfacción no me abandonó desde bien temprano, y el trajín de la oficina me había parecido interminable. Deseaba llegar a casa, abrazar por la espalda a Sara, mi novia, y relajarme. Pensaba en el placer de acomodarme en mi habitación, dejar la desazón de lado y vestirme con un pantalón suelto y una camiseta fina. Así, aceleré mi motocicleta para ver pasar con rapidez la carretera. Me gustaba esa sensación. Empuñar con fuerza el manillar, tensionar las piernas alrededor del depósito y acelerar. El gruñido del motor me hacía dibujar una sonrisa. Ya estaba cerca de casa, cerca de Sara.

Tras llegar a mi casa, aparqué la motocicleta, me quité el casco y desabroché ligeramente la cremallera de la chaqueta. Con el motor aún en marcha, y su ronroneo acariciándome el trasero, disfruté del momento. La casita era encantadora.  Blanca, pequeña, a unos metros de la playa y con un paisaje verde rabioso alrededor. El pueblo, típico del norte de España, era tranquilo y acogedor. Y ofrecía a mi casa un entorno fantástico. Montañas verdes detrás, con vacas recostadas recreando la vista, y el mar azul delante, inmenso y seductor. Para completar mi felicidad, solo restaba una chica. Apagué el motor y, mirando el cielo morado y naranja –estampa trágica la que ofrecía el sol al ponerse-, pensé en ella. De aspecto agradable, tenía proporciones equilibradas y rostro atractivo. Pero tenía un par de rasgos físicos y una manera de ser que me volvía loco. Deseé verla cuanto antes y entré en casa.

Lo primero que percibí fue una ambiente mágico. La oscuridad solo estaba rota por unas velas en el suelo, formando un camino hacia el interior del pasillo. Al instante me invadió una mezcla de aromas: incienso suave por un lado y colonia de mujer por otro. La mezcla resultaba sensual. Y, de fondo, se escuchaba música ligera, agradable. El misterio me gustó.

               -Hola, ¿hay alguien? ¿Sara?

Una figura apareció de la oscuridad. Con una sonrisa, el pelo recogido en un simpático moño y con los labios de un rojo oscuro, se presentó Sara. Se acercó, posó un dedo en mis labios y me pidió silencio.

               -Esta noche mando yo. Y tú obedeces. Olvida la oficina y el cansancio. Y quítate la ropa.

Me encantaban estas cosas. Miré a mi novia, sonreí y disfruté con lo que veía: unos vaqueros ajustados que presentaban un culo redondo y unas piernas llenas, bien dibujadas; y una camiseta blanca, prieta, de botones, que dejaba un canalillo profundo y visible. Y aquí detuve la mirada. Porque esas dos tetas eran un sueño. Y eran el sello personal del físico de Sara. Grandes, pesadas, carnosas. Se mantenían turgentes y bamboleaban al andar. Resultaba un placer jugar con ellas, meter la cara entre ellas o lamer despacio sus marrones pezones.

               -¿Ya has acabado la revisión? Puedes mirarme a la cara, que estas no se van a ir.

Con sonrisa pícara, Sara se acarició el canalillo y se mordió la punta de la lengua. Me quitó la chaqueta y la camiseta y me bajó los pantalones.

               -Sígueme.

Seguimos la luminosa línea trazada por las velas hasta llegar a la puerta del baño. Sara la abrió y me cedió el paso. La imagen era la deseada por cualquiera tras un agotador día de trabajo: el ambiente humeante dejaba entrever una bañera repleta de espuma blanca, algodonosa y suave. Las velas titilaban, creando anaranjados rincones. Sara me abrazó por la espalda y me mantuvo mirando al frente. Bajó las manos por mis costados y las posó en mi cintura. Después, me bajó el ajustado bóxer y puso las manos en mi culo. Yo seguía de espaldas, y notaba el despertar de mi entrepierna y las tetas calientes y abundantes de Sara en mi espalda.

               -Entra en la bañera. Ahora vuelvo.

Sara se evaporó con un movimiento ágil. Yo quedé solo, expuesto entre la penumbra y el vaho. No lo pensé y me sumergí en el agua. Mi cuerpo, delgado y algo fibroso, percibió el placer. La sensación era sedante. El calor y la sensación de bienestar me recorrían cada centímetro del cuerpo. Podría estar así el resto de la noche. Pero Sara tenía otros planes. Y los planes de Sara nunca eran aburridos.

Tras dos suaves golpes, la puerta del baño se abrió. Entre la neblina apareció Sara, envuelta en una batita fina, suave y corta. Era de color púrpura, y resultaba una belleza. Ocultaba a duras penas el escote y dejaba libres las piernas. Se situó delante de la bañera, ante mi mirada desbocada.

               -No tienes que hacer nada. Deja que te proponga un buen plan para esta noche.

Tragué saliva. ¿Qué plan podía ser ese? Así, repentinamente, nada se me ocurrió. Percatándose de mi confusión, Sara se inclinó levemente y susurró:

               -No te preocupes. Yo me encargo de todo. Déjate llevar.

Tras estas palabras, retrocedió un par de pasos y se giró. Seguí el movimiento con la mirada. La bata era corta y el inicio del culo se perfilaba sin dificultad. El morbo me estaba ganando, y necesitaba salir de la bañera y abrir esa bata. Pero decidí que lo mejor era esperar. Entre otras cosas, porque a Sara nadie la gana en morbo. Mientras sonreía pensando esto, la puerta se volvió a abrir. Mi novia entró sosteniendo una bandeja. Sobre ella, una copa de vino tinto y un plato con jamón serrano. Sara se acercó, se situó en cuclillas y presentó la bandeja. Mi visión era escandalosa: una copa de vino, jamón serrano en finísimas lonchas y, detrás, el escote vertiginoso se mi novia. Todo se fundía y se confundía: el vaho humeante, la espuma suave y perfumada, los tonos cálidos de las velas, los reflejos en la copa de vino, el canalillo eterno y sabroso de Sara, la excitación  que sentía bajo el agua… Alargué la mano y me hice con el caldo rojo y el jamón. Mientras, observé que la bata se abría ligeramente por la cintura y divisé, como un destello, el blanco de un tanguita. ¿Cómo sería su sujetador? Me estaba calentando. Pensé que con el vino no iba a aguantar. Le abriría la bata y le arrancaría de un mordisco el sujetador. Deseaba que le restregara las tetas por la cara. Pensé que no existía una sensación parecida a esa.

Sara se levantó y salió del baño, no sin antes dejarme sin respiración con estas palabras:

               -Come y bebe, Hugo. Lo vas a necesitar.

¿Qué querría decir? Mientras yo daba buena cuenta del jamón y me recreaba con el vino, pensé que era el chico más afortunado del mundo. Con esta mujer uno podía dejarse llevar y gozar despreocupadamente. Recordé una anécdota que aún hoy me excitaba. En uno de sus encuentros en el coche, cuando no teníamos una casa en común, tuvimos un simpático percance. Mientras estábamos desnudos en el asiento trasero, ella encima de mí, me percaté de la indiscreta mirada de unos adolescentes. Estaban jugando al fútbol pero, al vernos, abandonaron el juego y, medio escondidos tras un banco, nos observaban. Les estábamos dando un buen espectáculo. Sara se movía encima de mí y sus tetas bamboleaban sin perder el ritmo. Cuando Hugo me percaté de las miradas, intenté advertirla. Pero sabiendo el gusto de Sara por el exhibicionismo, supe lo que iba a decir.

               -Sara, creo que unos chicos nos están mirando.

               -¿Cómo? Vaya, ahora que lo estábamos pasando bien. Bueno, no te preocupes.

               -¿Seguimos follando?

               -Claro, déjales que disfruten. Lo van a recordar por mucho tiempo.

Sara ralentizó el ritmo, haciendo movimientos más lentos y más sensuales. Me besaba sin pudor y, en cierto modo, actuaba para los mirones. Al acabar, descansamos unos segundos y pasamos a los asientos delanteros. Los adolescentes seguían allí, apostados tras su particular refugio y con la boca aún abierta. Me vestí y arranqué el motor del coche, no sin antes presenciar el final del show: mi novia miró a los chicos y, balanceando sus imponentes tetas, los despidió lanzándoles un beso.

Estaba recordando esta escena, con cara de felicidad y empalmado bajo la espuma, cuando Sara entró sigilosa en el baño. Ocultaba algo tras ella, y se presentó misteriosa.

               -Te traigo algo. Espero que te guste. Lo conseguí ayer.

Descubrió un pequeño libro envuelto en papel de regalo. Yo, tras mirarlo curioso, me deshice del papel y observé. Se me iluminó la cara. Era un cómic anime. Gantz, de Oku Hiroya. Era el volumen 3, que buscaba hace semanas. Sara se inclinó y me besó. Abrió la boca y las lenguas se mezclaron. Era un beso ansioso, desmedido, de los que calentaban a cualquiera. Busqué el culo de Sara bajo la bata. Y lo encontré. El tanga era de hilo y dejaba los cachetitos descubiertos.

               -Espera, guapo. Un momento. Cierra los ojos.

Protesté pero cerré los ojos. Esperé, intentando prestar atención. Me pareció que Sara salía del baño y, al poco, volvía a entrar. Y escuché una vocecita que me saludaba.

               -Hola, Hugo.

 

No era la voz de mi novia. ¿Qué pasaba aquí? Abrí los ojos. Y me encontré una imagen sorprendente. Sara, sonriente, agarraba por la cintura a su amiga Mitsuki. Las dos vestían batas similares, y las dos llevaban el pelo recogido en sendos moños. Sara explicó la situación.

               -¿Pensabas que eras el único afortunado hoy? Yo también quiero pasármelo bien, mi amor. Hacía tiempo que Mitsuki y yo queríamos… no sé… dejarnos llevar. Intimar. Y no encuentro mejor manera que contigo, a nuestro lado.

Yo sonreí, complacido. Me encantaba la sensibilidad y tacto con que actuaba Sara.  Conseguía lo que deseaba sin dramas, siempre de la mejor manera, intentando que yo también saliera beneficiado. Mitsuki era una buena amiga de Sara. Se conocieron en una escuela de idiomas y, como su nombre indica, era japonesa. Bajita y delgada, la chica era guapa y agradable. Los rasgos eran típicamente japoneses, con ojos rasgados, labios gruesos y piel clara y suave. Y hablaba castellano con un acento delicado. Yo sabía que se gustaban, que tenían química y que las dos disfrutaban con su bisexualidad. La situación puede parecer extraña, pero a mí nunca me molestó que mi novia tuviera estas experiencias con alguna amiga. Parte de la personalidad morbosa y atractiva de Sara tenía que ver con esta visión abierta, natural, con la que se tomaba el sexo incluso con las propias chicas. Reconozco que me atraía esta forma de ser y de ver la vida. Ella ya me había contado un par de experiencias con su amiga:

La primera fue sugerente: tomando café y charlando animadamente, Mitsuki notó que Sara miraba discretamente su boca. Tras seguir la conversación, mi novia no se cortó y piropeó sus labios. Le parecieron sensuales, redonditos, carnosos y, suponía, muy jugosos. Mitsuki no se incomodó y contestó que era un placer que una chica tan morbosa como Sara la piropeara. Sonrieron, pero sus miradas se iluminaron. Ahí quedó la cosa.

La segunda experiencia resultó abiertamente excitante: Sara consiguió unos cupones por Internet para dos masajes. Se lo contó a Mitsuki y decidieron darse el gusto. Tras llegar al centro de masajes y pasar a la habitación, la chica encargada explicó lo que tenían que hacer: desnudarse, ponerse unos tangas especiales y tumbarse en las camillas. El masaje era en la misma habitación. 2 personas masajistas acudirían de inmediato. Cuando se quedaron solas, se produjo un momento de tensión excitante. Tenían que desnudarse. Se miraron y sonrieron. Con naturalidad, empezaron a desvestirse. El físico voluptuoso de Sara impactó a Mitsuki. No tuvo reparo en comentarlo, con toda la sensibilidad propia de las chicas. Sara se sintió halagada y se tumbó en la camilla. Tras los masajes, volvieron a quedarse a solas. Sara estaba excitada y sabía que su amiga también. Con voz sugerente y sin dejar de sonreír, invitó a Mitsuki a tocarle las tetas. “¿Te gustan? ¿Quieres tocarlas?” Su amiga se acercó despacio y aceptó gustosa. Las acarició despacio, palpando su tamaño y su peso. Los pezones de Sara se endurecieron inmediatamente. La situación era morbosa. Mitsuki besó y lamió sutilmente un pezón y acarició el otro. Después, levantó la cabeza y sonrió a mi novia. “Gracias”. Como muestra de este agradecimiento, acercó sus labios a los de Sara y la besó. Fue un beso de unos 15 segundos, con lengua, muy erótico. Fue su primer contacto sexual.

Y ante estas dos mujeres estaba yo, desnudo en la bañera y con cara de alucinado. Mi novia tomó las riendas de la situación. Dijo que Mitsuki era una seguidora de Gantz y conocía toda la saga. Yo no sabía ni qué decir. Ni falta que hizo. Mitsuki se situó tras de mí y comenzó a acariciarme el cuello y el cabello. Y habló.

               -¿Sabes que hay un capítulo muy interesante en este volumen? Tiene que ver con la protagonista, Khisimoto. ¿Quieres que te lo cuente mientras le masajeo… los hombros?

Mientras la chica hablaba, Sara se acercaba a la bañera y se sentaba en el borde. Su cara picarona era elocuente. Estaba disfrutando sorprendiéndome. Metió una mano en el agua y comenzó a moverla despistadamente, sin tocarme.

Mitsuki continuaba hablando, con ese delicioso acento y el tacto de sus suaves manos acariciando mis hombros.

               -Khisimoto no tenía dónde dormir. Le perseguían unos mafiosos y no podía regresar a su casa. Y se acordó de un compañero de instituto. Decidió acudir a su apartamento y esperarlo en la puerta. La chica era guapa, muy llamativa. Como todas las chicas anime y hentai, tenía curvas muy… apetecibles. (Mientras decía esto, Mitsuki bajó un poco las manos hacia mi pecho. Lo acarició suavemente y volvió al cuello). Su compañero se sorprendió pero permitió que pasase la noche en su apartamento. Pero, ¿sabes?, Khisimoto tenía una costumbre. Debía ducharse todas las noches.

En este momento, Sara acercó su mano hacia mí. Me tocó la cintura, y me sobresalté. Avanzó hacia mi entrepierna y, mientras su amiga hablaba, me agarró la polla con toda la mano. Respiré hondo y me dejé llevar. La japonesa seguía la narración, acariciando mi cuello y mis hombros.

               -Khisimoto entró en el baño y se desnudó. Cuando se quitó el sujetador, sus tetas quedaron colgando. El peso hacía que se movieran de un lado a otro, redondas, llenas. Se quitó las braguitas y abrió la llave del agua. Y, ¿sabes lo que estaba haciendo su compañero? La estaba… mmmm, espiando. Qué guarrete, ¿eh? Pero espera, porque la mala de Khisimoto había dejado la puerta un poco abierta. Quería agradecerle así su amabilidad. La chica le ofreció su baño.

Mientras Mitsuki hablaba, mi novia me hacía una suave paja. Me la meneaba al compás de las palabras de su amiga, acelerando o ralentizando según la intensidad de la historia. La escena era fantástica. Yo estaba en el séptimo cielo. Pero lo mejor, como en la vida misma, estaba por llegar. Mitsuki se levantó y se acercó a Sara. Esta no paró de menearme el rabo cuando recibió la boca de su amiga. Se dieron un beso dulce, cálido y sonoro. Yo no podía creer lo que veía.  La mano de Mitsuki bajó despacio, sin prisas, al escote de Sara. Abrió ligeramente el cinturón que cerraba la batita y pude ver el sujetador blanco, de encaje, semitransparente, de mi novia. Con las tetas a punto de desbordarse. El beso acabó y las dos amigas miraron me miraron. La paja de Sara estaba a punto de hacerme culminar. Ya no iba a aguantar más. Pero Sara se detuvo. Mi cara se volvió un poema. No me hagas esto, parecía decir.

               -¿Qué te parece, Mitsu? Nuestro amigo Hugo ya ha tenido bastante, ¿no? Ahora, ¿nos divertimos tú y yo?

 

Sara se levantó y posó su mano en la cintura de su amiga. La bata de Mitsuki, parecida a la de Sara pero de un color negro brillante, se deslizó hacia el suelo. Y apareció su secreto. Era un corsé morado, precioso, ajustado y con los costados de un tono más oscuro. Una cinta negra recorría, enlazada y formando graciosas curvas, la distancia que iba del ombligo al escote, acabando en un lazo anudado. Por detrás, el corsé cerraba con una cremallera negra y un botón superior. Redondeando el espectáculo, unas braguitas negras de encaje, semitransparentes. A mí solo me faltaba aplaudir. Admiro la sensualidad que puede desprender una mujer con los complementos que tienen a su alcance. Tiene múltiples recursos para jugar, seducir o, sencillamente, sentirse bien. Sara se situó tras su amiga y la miró. Yo me propuse disfrutar del espectáculo, y sabía que eran ellas las que querían disfrutarse, quererse. La mano de Sara empezó a recorrer el hombro de Mitsuki, bajó por el brazo y se detuvo en la cintura, jugando con la cinta. Con su otra mano, mi novia bajó la cremallera posterior. El corsé se abrió. Y yo abrí más aún mis ojos. Sara, aún situada tras su amiga, la abrazó completamente. Fue subiendo sus manos y llegó, dulcemente, a sus tetas. Eran pequeñas, bonitas y con los pezones de color oscuro. Las manos de mi novia las acariciaron unos segundos, jugando suavemente con los pezones. Después, sus manos bajaros hasta las braguitas. Yo iba descubriendo el cuerpo de Mitsuki siguiendo las manos de Sara. Era todo un placer. No quería interrumpir el momento, sabía que lo estaban disfrutando. Mi novia se agachó hasta quedar en cuclillas. Con una suavidad mágica, bajo las braguitas. Ante mí apareció un tesoro muy excitante. Un pubis negro, oscuro, bien recortado y cuidado. Pero con vello. La rajita estaba despejada, limpia, a la vista. Pero la parte superior gozaba de un vello compacto, atractivo, atrayente. Tenía que dar gusto comerse ese coño en condiciones, sin prisa alguna, durante horas si fuera necesario. Sara, sin duda atraída por esa visión, pasó su mano por el vello del pubis y lo besó. Yo hubiera querido inmortalizar esa imagen. Mitsuki de pie, con los ojos cerrados, desnuda; y Sara en cuclillas, besando el monte negro de su amiga.

Era la primera vez que Sara tocaba en profundidad el cuerpo de una mujer conmigo delante. Yo me sentía bien, algo extraño –no celoso- pero sumamente excitado. Ver a mi novia disfrutando el cuerpo de otra chica me hacía alegrarme por ella y, por qué no, excitarme por lo que yo podía disfrutar. Sara estaba concentrada, gozando cada caricia. Se levantó, acarició las caderas de su amiga y subió sus manos hasta taparla las tetas. Me miró y me ordenó salir de la bañera. Llevó consigo a Mitsuki y salieron del baño.

Me levanté cubierto de espuma. Mis músculos estaban tensos por la repentina sensación de frío. Me sequé y salí del baño con celeridad. Entré en mi habitación y otra imagen volvió a impactarme: Sara sentada en un extremo de la cama, ya sin bata y con su sujetador y tanguita blancos a la vista. Su amiga tumbada a lo largo de la cama, completamente desnuda. La luz era tenue, cálida, e iluminaba perfectamente los cuerpos de las chicas. El edredón de la cama era blanco puro, con lo que sus cuerpos contrastaban y quedaban bien definidos. Una pequeña estufa se encargaba de caldear el ambiente. No existía el frío ni el calor, ni existía nada más fuera de esa habitación. Solo ganas de enlazarse, acoplarse, conectarse. Sara se incorporó y se situó, de pie, a los pies de la cama. Puso los brazos en cruz y, con gesto simpático, nos ordenó que la desnudáramos. Yo me coloqué detrás de mi novia y Mitsuki delante. Desabroché el sujetador y Mitsuki lo sacó cuidadosamente. Las tetas de Sara se desplomaron pesadas, grandes, jugosas. Yo me agaché y bajé el tanguita de mi novia. Era una lencería deliciosa. Me encantan los tangas de hilo. La amiga de mi novia descubrió el pubis de Sara. Limpio, despejado, sin vello. Daba gusto olerlo y saborearlo.

Así, Mitsuki delante y yo detrás, comenzamos a saborear el cuerpo erguido de Sara. Yo acariciaba las piernas hasta llegar al culo, al que besé con ardor. Mitsuki besaba los muslos de mi novia hasta llegar a su coño, en el que se detuvo para besar, lamer y acariciar. La escena se calentaba por momentos. Sara de pie, gozando cuatro manos y dos lenguas, unas por delante y otras por detrás. Mitsuki continuó su camino y besó el ombligo de Sara, plano, casi sin profundidad. Yo lamía su espalda hasta llegar al cuello. Y Mitsuki atacó la boca de mi novia. El morreo se notó caliente, deseoso. Sara devolvió el beso y las lenguas jugaron juntas. Después, Sara detuvo nuestras caricias y besos y nos situó delante, sentados en la cama. Sus tetas, cálidas, enormes, tomaron protagonismo. A Sara la encantaba jugar con ellas. En esta posición, ella de pie y ellos sentados, nos las ofreció. Cada una a uno. Mitsuki abrió la boca y lamió su teta. Yo me apliqué con la misma ansia a la mía. La imagen era salvaje. Sara gimiendo suave, bajito, mientras dos bocas se ocupaban de cada una de sus enormes tetas.  Yo sentí mi leche recorrer mis huevos y lanzarse a la aventura. Tuve que aguantar.

Sara nos tocó el pelo y nos dijo, con voz melosa:

               -Ya basta, mis amores.

Dejamos libres sus dos tetas y esperamos. Sara me tumbó en la cama. Después, se situó entre mis piernas de Hugo, se inclinó y abrió su bonita boca. Empezó una mamada lenta, especial, riquísima. Sin tiempo para el gozarla, Mitsuki subió a la cama. Se acercó y se sentó sobre mi cabeza. No desaproveché el manjar y comí el regalo lo mejor que supe. La delicadeza y suavidad que emanaban del coño de Mitsuki eran extraordinarias. Parecía que olía a perfume. De pronto, noté  cómo dos tetas calientes recorrían mi polla y mis huevos. Qué placer.  Sara estaba caliente y se montó directamente sobre mi duro falo. Gemí. La penetración fue profunda y consistente. Mitsuki se levantó y se tumbó al lado de la pareja. Se dedicó a observar cómo follábamos. Los dos gemíamos y las tetas de Sara botaban libres. Se volvió a incorporar y, de frente a Sara, la besó en la boca. Sara agradeció el beso desmontándose y tumbando a su amiga. Abrió sus piernas y lamió con sumo gusto. Su lengua jugueteaba, entraba, salía, buscaba el clítoris. No paró hasta que Mitsuki se corrió, con unos gemidos maravillosos, musicales, muy eróticos. Sara se limpió lascivamente la boca y subió hacia la cara de su amiga. Se puso a cuatro patas. A perrito. Con un gesto, me indicó que estaba esperando. No me lo pensé y busqué su clítoris con mi lengua, desde detrás. Lo lamí un rato, metiendo y sacando dos de mis dedos. Mientras, Mitsuki metió su cabeza entre las bamboleantes tetas de Sara, que colgaban y se movían por su propio volumen. Las acarició y lamió hasta escuchar el gemido sonoro de su Sara, que indicaba que volvía a estar follando conmigo. Embestí con fuerza, gozando con los sonidos de las chicas y con sus movimientos. Me encantaba entrar en Sara y escucharla gemir. Me corrí, la noche estaba siendo emocionante y uno no es Superman. No aguanté más.

Me recosté y observé a las amigas. Ahora estaba tumbada mi novia, y Mitsuki lamía su coño con delicadeza pero con firmeza. Saboreaba el interior de Sara, escondía dentro su lengua, lamía, acariciaba… y subía de vez en cuando a disfrutar del volumen de las tetas. Las amasaba, las acariciaba, las besaba… y volvía a bajar. Cuando se centró en el clítoris de Sara, se esmeró especialmente. Lamía sin descanso, con los ojos cerrados, respirando por la nariz y jugueteando con la lengua. Sara tensó el cuello, agarró del pelo a su amiga y gimió. Primero con fuerza, luego de manera sorda, casi inaudible, y acabó con unos gritos que resonaron en toda la habitación. Me hubiera quitado el sombrero si lo hubiera llevado.  

La noche acababa así, con tres cuerpos durmiendo enlazados, conectados y bañados por la luz de la luna que entraba, indiscreta, por la ventana.

La mañana siguiente desperté confuso. Recordaba la noche anterior como un sueño. Estaba solo en la cama y me pregunté dónde estaba Sara. Iba a incorporarme cuando la puerta se abrió y aparecieron las chicas, vestidas con vaqueros y camisetas ajustadas. Mitsuki, sonriente, habló con su acento dulce y meloso:

               -Anoche me quedó algo pendiente.

Las dos amigas retiraron el edredón y mi cuerpo apareció allí, desnudo y somnoliento. La amiga de mi novia se sentó y, tras mirar con complicidad a Sara, me besó con toda la lengua. Era fantástica. Su dulzura contrastaba con unas maneras decididas y muy sexuales. Me agarró el rabo y me lo empezó a menear. Sara se sentó junto a mí tranquila, mirándonos. Mitsuki aceleró el ritmo y bajó la cabeza. La mamada fue sabrosa y larga, elaborada. A los pocos minutos me dejé llevar y no opuse resistencia. Sentí un calambre en la espalda que llegaba a mis testículos y se alargaba hasta el final de mi exhausto rabo. Mitsuki se percató y me acabó con una vigorosa paja. Mi leche saltó por los aires y las dos chicas siguieron su trayectoria. Tras dos o tres disparos más, se acabaron las reservas. La mano de Mitsuki se cubrió de leche. Con un gesto lascivo, se llevó un dedo a la boca y lo saboreó. Me guiñó un ojo y se despidió.

Amaba a Sara y, desde hoy, amaba Japón.