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Sacrificios por la enseñanza

en No Consentido

Los planes iniciales habían variado ligeramente. Después de dos años de esfuerzo, por fin había aprobado la maldita oposición: ¡ya era oficialmente una maestra funcionaria! Se sentía fuerte, con la satisfacción del deber cumplido, a pesar de que la plaza que le habían asignado a Sara difería mucho de lo que le apetecía: empezaría su trayectoria en una escuela unitaria, que centralizaba la escasa demanda de varios núcleos rurales dando cobertura a alumnos de diferentes edades. Tras la sorpresa y decepción iniciales, decidió tomárselo como un reto, y se empezó a autoconsiderar una pionera, incluso una María Montessori.

Sara no flaqueaba en cuanto a ego. Le gustaba planificar su vida y conseguir sus metas. No dudaba de su capacidad, alimentada su seguridad por unos padres pudientes que la habían tenido ya muy mayores, sin esperarla, y que la habían colmado de protección, caprichos y parabienes. Nunca había tenido problemas, o los había ignorado, pues la mayoría de sus conflictos personales venían de la envidia que sus facilidades y condiciones despertaban en los demás, y que ella no podía negar le gustaba despertar.

Con unas capacidades estándar, pero con un paisaje académico atenuado por las ayudas de su familia, el único esfuerzo real al que se había enfrentado había sido el de la preparación de la oposición, al que decidió dedicar dos años en lugar del curso justo que dedicaba la mayoría de diplomados, puesto que ella no sentía el agobio de la necesidad de independencia económica al que aspiraban la inmensa mayoría de sus compañeros. Su sacrificio había sido relativo, con tiempo más que suficiente para dedicarse a sí misma, para consolidar y cuidar, como había hecho siempre, ese físico afortunado con que la genética le había obsequiado, y del que ella disfrutaba, incluso haciendo sufrir a los tutores que su padre había contratado para asegurar el éxito de la empresa oposicionaria.

Le gustaba, como a todo el mundo, sentirse deseada, y el sexo era una parte importante en su vida. Se justificaba, sin ninguna necesidad y desde la altura de su vanidad, decidiendo que el mundo tenía derecho a disfrutar de un cuerpo como el suyo, y se divertía seleccionando al semental al que colmaría sus deseos. 

Hasta ahora, viviendo en una gran capital, no podía más que agradecer a la vida todo lo que le había regalado pero, conduciendo el coche ya por carreteras comarcales, pensaba en cómo se las iba a ingeniar para darse todos los caprichos a los que estaba acostumbrada en una red de micropoblaciones rurales, destino al que se había visto abocada tras no obtener una buena calificación que le permitiera escoger una capital costera, como siempre había deseado. Se autoconsoló pensando en el ventajoso horario laboral de la docencia, que le permitiría explorar todas las capitales cercanas durante los fines de semana, así como el limitado tiempo que a buen seguro pasaría perdida entre campos áridos de cereales.

En esos pensamientos se perdía cuando avistó una gasolinera. El aviso de reserva se había encendido hacía ya kilómetros, y paró a repostar. Aburrida tras horas de viaje sola, y a pesar del GPS, entabló conversación con el dependiente al ir a pagar:

- ¿Me falta mucho para llegar a Bonín?

- No, unos 40 kilómetros, empezarás a ver las señales al pasar el castillo.

El castillo. Rió para sus adentros cuando vio las ruinas amontonadas desde la carretera, y no pudo evitar un ataque de condescendencia al respecto de lo superior que era la experiencia cuando has vivido de verdad.

Por fin entró en el pueblo. Bueno, aldea, a decir verdad. A ojo, habría unas 40 ó 50 casas; pero aún así era el centro administrativo de 10 agrupaciones más, y donde se ubicaba la escuela, el centro médico, y demás servicios. Aparcó frente al bar y, soportando la bofetada de calor que la golpeó al salir del coche, entró según lo acordado para pedir las llaves y señas de la casa que había alquilado. La recibió una mujer muy amable, que de inmediato se ofreció para ayudarla en lo que conviniera, regalándole una efusiva bienvenida.

Algo cansada y harta de conversación, entraba 30 minutos después en la casa alquilada a las afueras de Bonín. Estaba a unos 20 minutos andando del pueblo, y era pequeña y acogedora. Austera, pero ya se encargaría ella de adecentarla tirando de tarjeta. Rodeada por una pequeña parcela delimitada por muros bajos de piedra, no le gustó demasiado la exposición que tendría desde el camino, pensando en cuánto le gustaba tomar el sol desnuda. O tal vez sí que le gustaría lucirse, rió para sí misma. Se duchó, sacó algunas prendas de la maleta, recorrió la finca y probó luces, agua y demás, y en un par de horas ya había decidido cuáles serían sus primeras necesidades. Navegó por Internet contratando conexiones, compró ya algunos caprichos, y bendijo al smartphone como ángel guardián consumista.  Pero no tenía nada que llevarse a la boca, así que decidió ir hasta el bar para cenar algo y comprar algo para el desayuno del día siguiente. El sol se había puesto, pero aún quedaba luz, y caminando hacia el pueblo pensó en que en invierno no podría estar sin linternas para hacer ese camino, así que decidió comprarlas al volver a casa. 

Sara entró en el bar y la clientela había cambiado. Sólo hombres. Ni rastro de las mujeres de esa tarde, ni de los dos niños que ya le presentaron como alumnos. Hombres mayores, ninguno atractivo, y se dirigió a la barra para pedir algo de cenar. Se decidió por una selección de tapas y un vaso de tinto de verano, y se sentó en una mesa con el periódico. El dueño del bar le voceó que ya estaba lista la cena y señaló a la barra, sorprendiendo a Sara, que finalmente se levantó, fue a buscarla, y volvió a la mesa. Sonrió pensando que claro, no llevaba sujetador, y lo que deseaban era verla mover las tetas bajo la camiseta de tirantes. Le pasaba a menudo, y tampoco le dio importancia. Le gustaba constatar el deseo.

Dio buena cuenta de la cena, y repitió bebida, esta vez sólo vino, mientras leía el periódico y notaba cómo la observaban. Había, contando al que suponía dueño del bar, cinco hombres en el local, y los divisaba a todos. Se divertiría un rato, y se levantó, exagerando el caminar, haciendo botar sus tetas, para preguntar por el baño. Caminó riendo hacia el, y una vez allí, sentada y con el móvil, diseñó la travesura: se pellizcó los pezones hasta endurecerlos, y volvió a su mesa marcando bajo la camiseta. Pidió otro vino, y siguió hojeando el periódico sin leerlo.

Esta vez, el dueño se lo trajo a la mesa y le dio conversación:

- Tú eres la nueva maestra, verdad?

- Sí, me llamo Sara.

- Hola, Sara, yo soy Andrés. Soy el propietario. 

- Lo he intuído. Esta tarde he conocido a tu mujer.

- Ya te habrá dicho, entonces, que aquí somos como una familia, y que nos tienes para lo que necesites. Más aún siendo la maestra - sonrió.

Sara, ante lo que parecía un ofrecimiento sincero, se sintió algo culpable por haber zorreado con el hombre, y compuso una sonrisa lo más modesta que pudo, mientras bebía apresuradamente el vaso de vino sin saber qué responder. Pero mientras bebía, notó como el hombre le rozaba los pezones con los dedos. Dejó el vaso, y se incorporó en la silla de inmediato.

- ¿Qué haces? - chilló Sara, dando un manotazo a Andrés.

- Sssssh... Se te ve venir, eres una guarrilla de capital... No eres la primera, y tendrás lo que quieres... - reía Andrés mientras volvía otra vez a los pezones, esta vez atrapando uno y pellizcándolo.

Sara hizo el ademán de levantarse, pero otro hombre, que se había acercado desde atrás, la sentó de nuevo forzándola a permanecer así con las manos sobre sus hombros. 

- Pero, ¿qué coño os habéis creído - gritó Sara, mirando a los otros tres hombres, que se limitaban a sonreír y asentir.

- Verás, niña - habló el hombre que la sostenía por los hombros - estamos acostumbrados a recibir putillas que se creen superiores, y te aseguro que al final lo vas a pasar muy bien en el campo, ya verás, ¿verdad chicos? - interpeló, dirigiéndose a los hombres más alejados, que empezaban a acercarse.

- Iros a la mierda, no sabéis lo que es el acoso? Os habéis metido en un buen lío, listos - Gritó de nuevo Sara, incorporándose enérgicamente, pero de inmediato inmovilizada con los brazos forzados detrás de su espalda.

- Ssssh.. relájate, niña- siseó otro de los hombres que se habían acercado, y que había sacado su móvil y empezaba a grabar a Sara - te va a encantar, ya lo verás...

Andrés bajó de un tirón la camiseta de tirantes de Sara, y descubrió sus tetas, bailantes por el movimiento.

- Mmmmm... qué rica la maestra, verdad Diego?

Diego, el hombre del móvil, se acercó y atrapó un pezón entre sus dedos, pellizcándolo, y empezó a menear con dureza un pecho, que entrechocaba con el otro. Inmediatamente, otro de los hombres lo imitó con el otro pezón, y se aplicaron bien haciendo palmear las tetas de Sara. Mientras, Andrés reía y el hombre que la sujetaba por detrás le susurraba al oído: - Disfrútalo, cerda... goza... - mientras frotaba su paquete con el culo de Sara.

Sara estaba indignada, cabreadísima y no dejaba de chillar, así que Andrés le dio un bofetón en la cara que la asustó y la dejó a la expectativa. Los hombres pararon con sus tetas, y Andrés se acercó, y le agarró duro la entrepierna - Uuuuh, aún no te has mojado, va a haber que aplicarse, señores...

Sara se vio arrastrada hacia otras mesas, y tumbada a la fuerza boca arriba sobre una de ellas. Le arrancaron las bragas y mientras dos hombres la sujetaban abierta de piernas y totalmente expuesta, otro habló: - Mejor desnuda. Está muy buena como para tener nada que la tape- La incorporaron y entre todos lucharon contra su resistencia hasta quitarle toda la ropa, y la volvieron a tumbar totalmente expuesta, con las piernas flexionadas y bien abiertas, y los brazos sujetos sobre su cabeza.

Diego, el que grababa a ratos con el móvil, volvió a enfocarla, recorriendo su cuerpo, su cara, su coño expuesto, y volvió a su cara mientras le hablaba:

- Dime que esto no es una fantasía, putita, tener a cinco machos calientes deseándote, dispuestos a abusar de ti, a bañarte en sus corridas... - Y mientras hablaba, unos dedos acariciaban su coño, abriéndolo con delicadeza, buscando el clítoris, presionándolo suavemente y dejándolo ir, acariciándolo de nuevo, y haciéndolo responder finalmente. La variación en la expresión de Sara no pasó inadvertida para Diego, que siguió hablando - Siiii, lo ves? Así me gusta, cerdita, disfrútalo, vamos a pasarlo bien todos...

Una lengua acarició los labios de Sara, mientras su coño seguía la misma suerte. El hombre sobre su cara bajó a su cuello, lamiendo y succionando, y jugando de nuevo con los dedos en un pezón. La lengua entre sus piernas pasó a una succión que la excitó sobremanera, y acabó dejando escapar algún gemido. Estaba oficialmente cachonda. Preparada. Una mano rectificó la postura de su brazo derecho, y su mano acabó encontrando una polla erecta. Instintivamente, Sara sonrió y empezó a bascular, meneando, oyendo un suspiro masculino que pasó a gemido cuando empezó a pajearlo duro y despacio.

- Muy bien, putita, así se hace... -consintió Andrés- trabaja y todos lo pasaremos bien.

Y empezó la locura. Dos pollas turnándose en su boca, ella pajeando a dos laterales, y otra follándola. Los hombres se turnaban, y ella disfrutaba como una perra. Se fueron corriendo rápida y alternativamente, todos en su boca, menos uno que prefierió derramarse sobre  su vientre. Ella jadeaba desnuda sobre la mesa, deseando más, quería correrse, y los hombres la miraban satisfechos.

- Dadme más, quiero más - exigió Sara.

Los hombres rieron, y Andrés se retiró unos pasos. Sara empezó a frotarse el clítoris mientras la miraban, deseando correrse, pero atraparon sus manos. Andrés volvió, con dos especies de plumeros entre sus manos, y se los pasó a Sara por la cara.

- Ves esto, putita? Los utilizo para lavar los vasos... son duros y raspan, y ahora te voy a lavar a ti...

Sara empezó a respirar agitadamente, mientras notaba esos cepillos cilíndricos y gruesos raspar sus pezones. Volvieron a sujetar sus piernas flexionándolas y abriéndolas, y todos los hombres se posicionaron frente a su coño para ver el espectáculo. Andrés azotó el coño con uno de los cepillos, y Sara se quejó. Los hombres rieron, y Andrés empezó a buscar la entrada, presionando con el cepillo. Sara estaba muy excitada, y el flujo facilitó la inserción, a pesar del tamaño y la resistencia de las cerdas de plástico. Una vez estuvo dentro, los hombres se incorporaron para observar a Sara, que respiraba agitadamente y se autopellizcaba los pezones, excitada y expectante. Sonrieron y asintieron a Andrés, que empezó a repetir la operación con el ano.

Sara dio un respingo, pero la sujetaron. El dolor era seco y muy agudo, y ella chilló. Andrés hacía sitio con el cepillo, entrando y saliendo de su culo, sujetando hacia arriba el mango del cepillo ya introducido en el coño para facilitar la tarea. Llevaba un cuarto de cepillo introducido cuando paró, dejándolo colgando del culo, para exclamar -No puedo más- y, sacándose la polla de nuevo, se dirigió a la cara de Sara para follarle la boca. Estaba muy excitado, y Diego sacó de nuevo el móvil para grabar una irrumación dura e intensa, que provocaba continuas arcadas a Sara.

Mientras tanto, otro de los hombres retomó el trabajo de Andrés, y volvió a empujar abriendo más el culo de Sara, con más insistencia que Andrés. Sara notaba tocarse en su interior las cerdas de los cepillos, pinchando, y aún sufriendo un agudo dolor, deseaba el movimiento, pero no podía razonar con tantas dificultades para respirar con la boca follada por un animal.

Otro hombre, excitado por la follada de boca de Andrés, se subió a la mesa y, sentándose sobre el torso de Sara, encajó su polla entre sus tetas. Gritó a Sara que las sujetara duro, pero ella no le oyó. Andrés paró y la abofeteó, ordenándole que hiciera la cubana, y Sara apretó sus pechos, mientras el hombre empezó a moverse sobre ella con la polla bien encajada y ayudándola a mantener las tetas juntas pellizcando y juntando sus pezones. El hombre gemía como un cerdo, y Sara notaba su culo áspero por el vello arrastrarse por su estómago, hasta que Andrés la hizo olvidarse de esas sensaciones retomando el ataque a su boca.

Andrés y el de la cubana se corrieron casi al tiempo, pero ambos la obligaron a beberse la corrida, el que estaba sobre ella con más violencia que Andrés, empujando hasta dilatar su garganta y gritando como un animal.

Andrés, algo recuperado y ejerciendo de cabecilla, la obligó a incorporarse y ponerse a cuatro patas sobre la mesa, y observó los cepillos. El del culo aún no había entrado por completo, tal vez faltaba algo más de un cuarto, y Andrés invitó a otro de los hombres a ayudar en la tarea. Era el mayor de los cinco, y, subido a una silla, arrancó el cepillo anal de un tirón, provocando un grito de dolor a Sara, e inmediatamente lo sustituyó por su polla, entrando como un pistón, y quemando hasta el infinito a Sara. Andrés intentó mover el cepillo del coño, pero era imposible con otro hombre follándole el culo a cuatro patas, así que lo dejó estar. Sonrió y empezó a grabar con su móvil.

Sara se concentró en intentar disfrutar de la follada, pero el ritmo del hombre, irregular, no ayudaba. Finalmente, unas manos empezaron a manosear sus tetas colgantes, como si las ordeñaran, con dureza, y le gustó. Al ver su sonrisa, el hombre que se lo hacía sonrió y le habló al oído - ¿Te gusta, vaca? ¿Te gusta que te exprima las peras?- Sara sonrió y asintió, y el hombre le devolvió la sonrisa -Muy bien, cerda, vas a exprimirme a mí también-. Se subió a la mesa y, arrodillado ante Sara, se sacó la polla. -Come, puta, hasta beberte mi lefa- Sara mamó el glande hasta notar como crecía, y empezó a mamársela entera, alternando el ritmo del hombre follándole el culo. El hombre frente a ella la atraía hacia sí ordeñándole las tetas para marcar el ritmo.

Andrés seguía grabando todo lo que veía sobre la mesa, encantado -Mmmm... cómo vamos a pasarlo contigo, maestra. Eres una cerda de las buenas-. El hombre de la parte de atrás se corrió, sacando la polla de Sara y regándole el culo de simiente mientras la azotaba duro y la insultaba. En cuanto se retiró y se recompuso, sustituyó a Andrés grabando con el móvil, y éste volvio a introducir el cepillo en el ano de Sara, ahora más fácilmente pero no sin cierta dificultad.

No tardó tampoco demasiado en correrse el hombre que ordeñaba las tetas de Sara, y ella cumplió tragándose toda la corrida. Sólo quedaba Diego por correrse por segunda vez, y ocupó el lugar del ordeñador mientras Andrés seguía empujando el cepillo. Diego se corrió enseguida, insultando a Sara mientras empujaba su polla gruesa todo lo que podía en su boca, obligándola incluso a perder el punto de apoyo de las manos.

Cuando acabó de comerse la polla de Diego, Sara, Exhausta, apoyó sus codos en la mesa, y también su cabeza, lo que provocó las risas de los hombres, satisfechos por partida doble. -No te relajes, zorra, que aún queda lo mejor- le dijo al oído mientras se recomponía Diego, con un tono entre lo socarrón y lo despreciativo.

Sara respiraba profundamente, intentando relajarse, pero los gritos de auxilio de su recto invadido no se lo permitían. De repente, la voz triunfal de Andrés la hizo dar un respingo: - Ya está, señores, todo dentro!- los aplausos de los otros cuatro hombres la devolvieron a la realidad, y se incorporó algo en la mesa, quedando de nuevo a cuatro patas.

Diego la sujetó por la barbilla, y la elevó, obligándola a sostenerse con las rodillas. Andrés, desde atrás, la obligó a separar algo más las piernas, los otros tres hombres se pusieron frente a ella, sobando sus tetas. Entonces Andrés preguntó a quién le tocaba empezar, y dos hombres se presentaron. Se pusieron tras ella, y notó movimiento en los cepillos. Los hombres estaban expectantes, y empezaron a colocar sus teléfonos en diferentes lugares del bar, Sara supuso que para grabar desde diferentes ángulos.

Y empezó la locura. A un grito de Andrés, los hombres tras ella empezaron a follarla con los cepillos, reventándole de dolor el coño y el culo, mientras los que estaban ante ella abofeteaban su cara y sus tetas, la escupían y la insultaban. Tras el terror inicial, y en cuanto se hubo habituado al dolor, Sara empezó a gritar hasta que un bofetón descomunal la calló y retorcieron sus pezones estirándolos hasta el límite mientras seguían follándola y abofeteándola.

Cuatro orgasmos doloridos y sacrificados después, Sara no podía moverse. Diego la acompañó a su casa, y la ayudó a llegar a la cama, no sin antes prometerle que la bienvenida era sólo el principio.