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Cuando la vida te debe tiempo - continuacion

en Grandes Relatos

Me entusiasmó la idea. Y no tanto por una cerveza fría viendo el fútbol, cosa que me encanta, sino por lo de “sorpresa”. Estaba seguro que no me defraudaría. Al fin y al cabo el viaje había empezado muy, muy bien.

Habían pasado unos cuarenta minutos desde que bajé al bar del hotel. De hecho, dio tiempo a más de una cerveza mientras veía el primer tiempo del partido. Apareció espectacular por la puerta del bar; llevaba una minifalda de ante marrón claro, una camisa negra transparente con encajes estratégicos en mangas, pecho y espalda, medias negras de fantasía y una chaqueta de cuero que le daba un toque elegante. En los pies unos zapatos negros de tacón. Yo iba también informal pero elegante con un pantalón chino claro, camisa también negra y una americana.

  • Uaauuuuuu. Cariño, estés preciosa. Ha merecido la pena este rato de espera insoportable. Estaba impaciente. – le dije mientras le daba un beso en los labios.

  • Si, ya, seguro que estabas nerviosito perdido y sin saber que hacer – replicó ella.

La sonrisa burlona del camarero al escucharnos provocó la risa de los dos.

  • Que si cariño, me he tenido que tomar tres cervezas para calmar los nervios, jajajajaja. Ni he visto fútbol ni ná de ná…

  • Que si, que sí, que me lo creo. Anda, vamos ya, que tengo hambre.

Salimos del hotel en dirección a la parada de taxis. Mientras caminábamos decidimos ir a la zona de la Castellana. En esa zona es donde me alojo los días que voy a trabajar a Madrid y conozco dos o tres sitios muy agradables y quería enseñárselos a mi mujer. El primer detalle erótico de la noche lo tuve al montarnos en el taxi, ya que al montarse mi mujer fue inevitable que se le subiera un poco la minifalda y como era corta puede ver las ligas que sujetaban las medias. ¡Llevaba un liguero negro! Bueno, ya quedaba menos para descubrir su ropa interior. Fuimos primero a una cervecería irlandesa que tiene una decoración interior muy chula. Allí nos tomamos dos o tres cervezas. Cuando ya habíamos hecho cuerpo nos fuimos a un restaurante italiano con encanto, donde podíamos tener cierta intimidad y tranquilidad. Cuando estábamos en los postres mi mujer me preguntó:

  • Bueno. ¿Y ahora dónde vamos? – mirándome con una sonrisa nerviosa.

  • No sé. A tomar una copa, ¿no? Es pronto para volvernos.

  • Sí, sí, claro, una copa… pero ¿a dónde? ¿No conoces algún sitio por aquí para tomar una copita tranquila? – su cara ya era totalmente de pícara.

  • Pues sí, sí que se me ocurre algún sitio por aquí cerca. – contesté yo.

Desde hacía algún tiempo ya fantaseábamos con sexo con otras personas. Pero aunque habíamos tenido ciertas situaciones, nunca habíamos tenido sexo con desconocidos. Mientras follábamos nos decíamos uno al otro cosas en ese sentido, pero ya está. Mientras veníamos en el tren yo le había comentado que a lo mejor nos apetecía ir a un club de intercambios, solo a ver el ambiente. Teníamos curiosidad por los que leíamos en los relatos y veíamos en algunos programas de sexo en la televisión. Así que ella me lo comentaba en ese sentido. Y yo lo sabía y me gustaba que hubiera sido ella quien sacó el tema. Yo había sido prevenido y previamente había mirado en internet. Vi que en la zona había un club.

  • ¿Estás segura? – le dije yo.

  • No. Pero tengo curiosidad en saber cómo son. Y tú también.

  • Tienes razón. Tampoco yo estoy seguro, pero me apetece y me da morbo. Además, si no nos gusta el ambiente, nos vamos, ¿vale?

  • ¡Claro! Venga.

Pagamos y salimos del restaurante. Caminamos un rato en dirección al club (había buscado su ubicación en el móvil) para bajar un poco la comida, que a lo tonto, a lo tonto, había sido algo generosa. Al llegar a la puerta nos volvimos a mirar.

  • ¿Sí o no? – le pregunté yo un poco nervioso.

Tardó un poco en contestar. Conozco a mi mujer. Son muchos años ya juntos. Me miraba con una mezcla de excitación y prudencia. Era un “sí, me apetece mucho, pero tengo miedo que no me guste y no sea lo que esperamos y lo estropee todo”.

Yo hice un pequeño gesto de asentir con la cabeza y entonces ella me agarro fuerte del brazo, me giro de nuevo a la puerta y dijo.

  • Venga, vamos.

Nos recibió una chica de nuestra edad más o menos. Nos presentamos y ella nos enseñó el local. La verdad es que era muy agradable y daba confianza.

  • Hoy está tranquilo. Tened en cuenta que es miércoles y además aún un poco temprano (eran sobre las doce). Pero no os preocupéis. Veréis como os gusta y os vais a sentir cómodos.

  • Eso esperamos. La verdad, estamos un poco cortados – replicó mi mujer.

Pasamos a la zona de parejas. Era el día dedicado al trío, según nos dijo. Pedimos una copa para cada uno en la barra. Allí, de pie había dos parejas charlando animadamente. La zona de parejas era chulísima. De paredes blancas y decoradas con visillos blancos semitransparentes, había una piscina en el medio y seis zonas comunes alrededor. Eran como semicírculos que tenían una mesa pequeña con un sofá redondo alrededor y justo detrás una gran cama redonda. La barra estaba separada de la zona piscina por una tapia de media altura con esos visillos blancos. Había dos mesas más grandes con sofás en forma de ele alrededor de las mesas. Los propios respaldos de los sofás hacían de separador de las estancias. A la derecha de la barra había dos puertas. Eran para parejas que querían más intimidad. Y a la izquierda una escalera que daba a un vestuario.

Cogimos nuestras copas y nos sentamos en una de las mesas cercanas a la barra. Ya no estábamos tan nerviosos. Ahora la palabra sería expectantes. Los dos teníamos ganas que se animara el ambiente y así conocer un poco mejor como era el club, como actuaban las parejas, el lenguaje corporal, etc. Para meterme un poco en ambiente acaricié el muslo de mi mujer, desde la rodilla hacia arriba, recreándome en sus carnes y cuando llegué al final de su media y toque la liga, le dije:

  • Ummm me tienes nervioso perdido con el liguero desde que te montaste en el taxi. ¡Me encanta¡

  • Y a mí me encanta que te encante – me contestó ella mientras me daba un lento beso en los labios.

  • ¡Que buena estás! Y qué me gusta que te pongas picantona – dije yo mientras pasaba mis dedos por su tanga, acariciando su raja.

  • Shhhh… ya, ya… que hay gente mirando – me dijo un poco sorprendida.

  • Cariño, es normal que haya gente mirando. Lo raro es que no estén follando – dije yo con un poco de risa.

  • Hijo, ya lo sé. ¿Pero qué quieres? No es fácil acostumbrarse así sin más. Un poco de paciencia.

  • Lo sé, lo sé. Lo decía para reírnos y quitarle hierro – y le di un beso en la mejilla mientras le agarraba las tetas.

  • Buffff… no paras. No empieces que luego ya sabes.

  • Que siiiii. Y me pongo muy cachondo de pensarlo. Lo que pasa es que impone vernos aquí.

En ese momento se abrió una de las puertas que estaban a nuestra derecha y salió un hombre de unos cincuenta y tantos en dirección a la barra. Nos quedamos mirando el interior de la habitación. Una mujer de esa edad más o menos estaba sentada en la cama con la espalda en la pared y las piernas completamente abiertas mientras un hombre que se veía bastante más joven que ellos dos le comía el coño con una dedicación tremenda. Ambos nos quedamos mirando alucinados. La mujer se apretaba los pechos y trataba de llegar son su lengua a los pezones mientras su amante se afanaba en pegar la boca a su sexo y movía los brazos, en señal que le introducía no sabemos si uno o más dedos. No apartamos la vista hasta que el hombre que había salido volvió a la habitación con una botella de champagne.

  • Vaya. Que buen rato están pasando, ¿eh? Cariño – comenté yo.

  • Pues sí. ¿Te has fijado?, él va vestido, como si estuviera solo mirando.

  • Si. ¿Y qué? Ya nos ha explicado Davinia (nombre ficticio para la relaciones públicas del local) que hay gustos de todos los colores.

Mientras charlábamos habían entrado algunas personas en la zona de parejas. Davinia entró acompañando a una pareja con la que se le veía hablando con mucha complicidad por lo que supuse que serían asiduos del club. Ella era morena, relativamente alta, pero se la veía muy alta por los taconazos que llevaba. Me fijé en sus piernas que aparecían esbeltas y firmes enfundadas en un pantalón de cuero muy ajustado. Arriba un top de lentejuelas azules y doradas anudado detrás del cuello. Él con altura normal, ancho, se le veía fuerte y totalmente rapada su cabeza. Iba con un traje negro y camisa blanca sin corbata. Estuvieron charlando mientras bebían. Me dio la impresión que Davinia hablaba de nosotros, lo cual se confirmó cuando se dirigieron los tres a nuestra mesa.

  • Buenas noches, pareja. ¿Podemos sentarnos? – dijo Davinia.

  • Si, claro por supuesto – dije yo.

Después de la presentaciones empezaron a charlar con nosotros con la intención de que nos fuéramos sintiéndonos cómodos ya que Davinia les había comentado que había una pareja nueva y les había pedido acompañarnos para hacernos de introducción. Ellos solían venir a menudo. Según nos iban comentando, solían venir todas las semanas un par de días. Nos fueron contando sus cosas. Habían practicado sexo entre ellos a la vista de los demás, con otras con parejas o introducido a una tercera persona, bien hombre o mujer. Si no les gustaba lo que había, simplemente se iban. Nos explicaron las normas de convivencia. La verdad, fue un rato muy ameno con ellos. Mientras charlábamos nos dimos cuenta que la cosa en el local se animaba. Entraron tres parejas más. Un camarero abrió de nuevo la puerta de la derecha para llevar más champagne y pudimos ver claramente como el chico, que ahora comprobamos que era mucho más joven que la pareja, tenía a la mujer a cuatro dándole unos pollazos tremendos por detrás. Ella apoyaba la cabeza en el colchón ofreciendo por completo su culo al joven. Mientras su ¿marido? Se masturbaba delante de ella. Al mismo tiempo, las parejas de la barra ya se metían mano descaradamente entre risas escandalosas. Al momento se fueron escaleras abajo para el vestuario.

El caso es que a los diez minutos el local tenía cierto ambiente. Nuestros anfitriones nos animaron a coger nuestras copas y acompañarlos a la zona de acción. En una de las camas del fondo las tres parejas que entraron un poco después a nosotros estaban desnudos y tocándose entre ellos. Nos sentamos en la mesa, separados de la cama por el sofá redondo. Al sentarnos, yo me puse a la derecha de mi mujer y enfrente nuestros nuevos amigos.

Las tres parejas estaban ya desnudas jugando sobre la cama redonda. No sé si cada uno con su pareja o ya habían cambiado, pero el caso es que estaban todos ocupados. Dos de los hombres estaban tumbados recibiendo una mamada de sus amantes y la última pareja tenía el papel cambiado y era él quien le brindaba a ella una ración de sexo oral estupenda. Ella jadeaba sin vergüenza alguna y sus grandes tetas se movían entre los brazos de ella misma, los unía, los amasaba, pellizcaba sus pezones. Además, tenía unas braguitas tipo culote con una abertura en su sexo. Y otra de las mujeres no estaba desnuda del todo tampoco, sino que llevaba un body de red azul con la misma abertura y unas medias azules a juego, que con la larga melena rubia de color oro que tenía le daban un toque espectacular.

La verdad es que el espectáculo era de lo más agradable y yo me estaba empezando a excitar. Después de darle un trago a mi copa, pasé mi brazo por detrás de mi mujer y le agarre su pecho izquierdo amasando suavemente y buscando su pezón. No estaba aún en guerra. Se la notaba un poco tensa aún. Me miró con esa misma mezcla de tensión de la puerta. Le gustaba lo que veía, pero no terminaba de relajarse.

  • Cariño, relájate. Disfruta con lo ves. No tienes porqué forzar nada. Déjate llevar – le dije mientras le acariciaba el muslo derecho con la otra mano tratando de suavizarla, aunque realmente también trataba de hacerlo yo.

  • Ya, lo intento. Es excitante. Pero no consigo soltarme.

  • Es normal que te choque un poco – le dijo nuestra acompañante mientras se acercaba un poco en el sofá a ella y le tocaba el brazo con normalidad.

Ya había más personas cerca de la escena. Un hombre solo, con una copa en la mano, esperaba expectante por si hubiera ocasión de algo apoyado en la pared. Una pareja mayor que nosotros, cercana a los cincuenta estaba de pie, apoyada en la valla de la piscina. Él estaba detrás de ella. Había abierto el botón del pantalón que llevaba ella y perdía su mano dentro de las braguitas de encaje blanco que asomaban, lo que hacía que ella estuviera por completo apoyada en su pecho y abdomen. Pero lo mejor era una pareja joven que también estaba de pie, al otro lado del sofá, a pocos centímetros de nuestra pareja que hacía de anfitriona. Ella con vestido negro de licra, muy ajustado y medias de rejilla. Pelo moreno recogida en una cola y con gafas de estilo “secretaria”. Se había puesto en cuclillas, había sacado la polla de su pareja y la chupaba con ansia. En determinados movimientos se giraba y pude ver como no llevaba bragas. Esa visión terminó de acelerar mi excitación y me puso a cien. Mi bulto en el pantalón ya era difícilmente disimulable. Mi mujer se dio cuenta y empezó a sobarlo por encima.

Entre sorbo y sorbo de las copas, nuestra amiga nos miraba a nosotros con un morbo enloquecedor. Él también nos miraba, pero era un poco más frío. Creo que era ella la que dominaba estas situaciones y comenzaron a besarse mientras miraban la mamada de la chica joven. Ella la toco levemente sobre el hombro y la chica alargó la mano para acariciar el muslo de él. Cada vez subía más la mano hasta que comenzó a tocarle la polla por encima del pantalón. Nuestra amiga abrió la bragueta de su marido y sacó la polla para la chica pudiera disfrutarla. Hizo también que el chaval se sentara, así, mientras seguía chupando la polla de su novio (o lo que fuera) con la mano izquierda le hacía una paja a nuestro amigo. Él se dejó caer en el respaldo del sofá y gimió. Para ver el espectáculo mejor nuestra amiga se acercó a mi mujer. Mientras la otra pareja seguía de pie, pero ahora ella quien se masturbaba mientras su marido le daba un magreo a sus tetas después de abrirle la camisa y sacarlas por encima del sujetador. No tardó mucho en correrse y siguieron de pie, mirando.

Nosotros estábamos cada vez más calientes, pero ninguno de los dos se atrevía a dar el paso abiertamente y practicar sexo allí. Y puedo asegurar que los dos lo estábamos deseando, pero todavía había una barrera que lo impedía. No sé lo que era, no puedo explicarlo.

Justo al lado de nosotros las tres parejas se habían convertido en dos tríos. En uno de ellos la rubia del body azul era follada por detrás mientras chupaba la polla de otro de los hombres del grupo. Sus piernas forradas por el azul de las medias estaban los más abiertas posible para dejar su coño a la altura cómoda de su penetrador. Su cuerpo, que brillaba por la tela del body, se adentraba entre las piernas de su otro amante hasta que su cabeza estaba perfectamente encajada con su polla. Ella no se movía, simplemente se dejaba ir por los envites que le proporcionaban desde atrás. De vez en cuando sacaba la polla de su boca, gemía intensamente, respiraba, miraba a la cara del hombre y volvía a la mamada. En una de esas miró hacia nosotros y para que pudiéramos ver lo que hacía recogió su preciosa melena rubia y la dejo caer al lado derecho de su cuerpo. Mi mujer y yo podíamos ver perfectamente cómo se metía la polla en la boca. Detrás, el hombre que faltaba estaba tumbado. Una de las mujeres lo cabalgaba y la otra se había puesto a horcajadas con su coño en su cara. Ambas se tocaban los pechos y se daban besos mutuamente.

Los pezones de nuestra anfitriona estaban a punto de atravesar el raso de su camisa. Se desabrochó un par de botones más. Yo estaba casi de perfil, así que no podía ver su canal con comodidad, pero por la forma tan redonda que ofrecían sus pechos y lo levantados que estaban sin llevar sujetador, me hacían dibujar unas tetas preciosas. Su marido la miraba con morbo y sumisión mientras se dejaba hacer una maravillosa y trabajada paja por una jovencita.

Por mi parte, yo subí la falda de mi mujer, dejando el final de las medias y el liguero a descubierto. Llevaba un tanga negro con la parte delantera transparente. Se le podía ver su raja casi perfectamente y ofrecía una visión muy apetitosa. Estaba inflamado por la excitación y brillante por los jugos que se iban agolpando a la salida de su cueva. Ella estaba colorada, tratando de aguantar el calentón sin dar paso a nada. De repente, nuestra amiga puso su mano en el coño de mi mujer junto a la mía y le presionó el clítoris. Mi mujer la miro entre la excitación y la sorpresa. Se dejó caer en mi hombro y suspiró. Ella se acercó dándole un suave beso en los labios. Luego, se acercó al oído y le dijo algo. A mí me dolía la polla al ver la imagen.

Sin embargo, la mezcla de excitación, sorpresa y morbo esta vez no dio el resultado esperado. Mi mujer amablemente separó nuestras manos de su coño, se enderezó en el sofá y dijo.

  • Lo siento, no puedo. De verdad que lo siento. Es mejor que nos vayamos, cariño – volviéndose a mí para decir esto último.

  • Lo que tú quieras, cielo – le dije yo. Sin problemas, ya lo habíamos hablado.

  • No te preocupes. Siento mucho haberte besado – dijo nuestra anfitriona como sintiéndose un poco culpable de la reacción.

  • No, no, no te disculpes. No has sido tú. El beso ha sido agradable… es, no sé, simplemente no estoy segura – le contestó con una sonrisa mi mujer.

  • Tranquila. Has hecho muy bien al decirlo y cortar. Esto no es algo para hacer incómoda. Otro día será – argumentó ella mientras le cogía la mano.

  • Mañana nosotros volveremos a estar aquí, por si queréis tomar otra copa – y diciendo esto se levantó y vino a darme dos besos a mí.

Nosotros nos despedimos de Davinia agradeciendo su interés. Quedamos en que si mañana estábamos más seguros, volveríamos. Salimos del local y nos esperaba un taxi que amablemente nos había pedido. No hablamos mucho en el recorrido al hotel. Al llegar y meternos en el ascensor, mi mujer me abrazó y me besó.

  • Me da un poco de pena y de rabia a la vez no haber seguido allí, pero de verdad que había algo que no terminaba de soltarme.

  • Tranquila cariño. Has estado muy bien. A mí también me un poco de cosa no haber seguido, pero prefiero que no tengamos ningún reproche y seguir disfrutando a tope de estos días nosotros dos.

  • Te quiero – me dijo ella abrazada a mi cuello – y añadió – También me da mucha pena por tu pequeño amigo, estaba muy contento de estar allí y ver a la rubia del body, que me he dado cuenta – y mientras decía esto me tocaba la polla por encima del pantalón.

  • Hombre, normal. La situación y la visión era muy, muy morbosa. Y a ti te ha puesto a tope ver cómo Paula (nombre ficticio de nuestra amiga) le ha sacado la polla a Darío (nombre ficticio para él) y se la ha ofrecido a esa chiquilla. Y aunque no hayas seguido adelante, no me digas que no estabas caliente, por se notaba la humedad en tu coño cuando te toqué.

  • Caliente no estaba. Caliente estoy. Mira – y llevo mis manos a sus pezones que estaban durísimos.

Salimos disparados del ascensor buscando la habitación. Teníamos claro que íbamos a follar mucho. Y que buena parte se lo íbamos a agradecer a las escenas vividas esa noche. Y efectivamente, follamos mucho y bien.

Me desperté relativamente temprano, pero con unas ganas enormes de actividad. El polvo al llegar a la habitación había sido magnífico. Mi mujer dormía profundamente, así que salí de la cama con cuidado y sigilosamente salí de la habitación en dirección al gimnasio del hotel para hacer media hora de deporte. Había cogido la rutina y la verdad me sentaba muy bien cierta actividad deportiva.

Volví a la habitación y ya estaba ella despierta, aún en la cama viendo la tele.

  • Buenos días leona.

  • Buenos días. ¿Dónde has ido tan temprano?

  • Tan temprano no ha sido. Lo que pasa es que estabas frita. Se nota que te di ayer un buen repaso, ¿eh?

  • Menos lobos, caperucito, todavía pide más – y diciendo esto apartó la sábana con las piernas, las abrió y me dejó ver su coño con los labios grandes y jugosos, deseando ser devorados.

  • Joder nena. Eres insaciable – dije entre risa, pero también con asombro.

  • ¿No dijiste que íbamos a estar tres días de relax? Pues no pierdas tiempo.

Avancé poco a poco por la cama, acariciando sus piernas desde los tobillos, subiendo poco a poco por sus rodillas y sus muslos. Pasé el dedo corazón por toda la extensión de su raja hacia arriba primero y luego poco a poco de vuelta hasta que empujé un poco para meterlo. Sin problemas. Estaba chorreando. Me dejé caer por completo en la cama, pegué mi boca a su coño y empecé a recorrer con mi lengua todos los rincones de su sexo. Lamía sus labios y trataba de follarla con la punta de la lengua, para que su excitación fuera a más, cosa que por otro lado era difícil, pero bueno… cuando sus jadeos se hicieron más continuos y sus manos aprisionaron mi pelo comencé a chupar su clítoris, alternando lametones con succiones. Viendo que pedía más, metí dos dedos en su coño hasta el fondo. Presionaba sus paredes, luego un mete saca con cierto ritmo… lubriqué con sus jugos un dedo más y empujé la entrada de su culo. La verdad entró con mucha facilidad. Tan fácil que presioné con otro dedo y también penetró y aunque se quejó un poco, accedió a seguir así.

  • Ummmm, sigue, sigue, jodeeeeeeer. Cómo me comes el coño¡¡¡

  • Si, si, zorrita, lo que tú quieras… vaya coño rico que tienes. ¡Y que culo!

Con el ritmo constante de lamida más los dos dedos en el coño y dos en culo entrando y saliendo, tardó muy poco en correrse. Tensó su espalda y pego sus muslos a mis orejas, aprisionándome entre los barrotes más dulces que existen para un hombre.

Yo estaba con una erección tremenda, así que nada más que pude zafarme me incorporé, tiré de ella por sus muslos y la puse en el borde de la cama, le abrí bien las piernas, me baje las calzonas y se la metí de un golpe. Como aún no se había repuesto de la corrida, abrió los ojos y emitió un gemido ahogado.

  • Ahhhhhh nooooo, espera cariño.

  • Lo siento, putita. No puedo esperar. Necesito follarte ya.

Levanté una pierna y la puse sobre mi hombro mientras abría con la mano la otra lo que pude. Y empecé a follar como si fuera el último día. No me importaba correrme más pronto que otras veces. Bombeaba con fuerza y mi pelvis golpeaba sin piedad su monte de venus perfectamente depilado. Estaba entregada, totalmente derrumbada en la cama. Me la estaba follando literalmente a mi merced. No tardé mucho en tener la corrida en puertas y cuando lo noté, se la saqué y me senté sobre ella para llenarle las tetas de semen.

  • Ufffff, cómo me gustan estos polvazos mañaneros. Gracias campeón – me dijo guiñándome un ojo.

  • De nada, cariño. Espero que ahora me dejes descansar un ratito – dije yo mientras recuperaba el aliento.

  • Quejica. ¿No querías tres días de sexo? Pues ya está.

Mientras nos reíamos nos fuimos a ducharnos para ir a desayunar. Después del desayuno estuvimos dando un paseo por los alrededores. Después de un buen rato de pasear, volvimos al hotel. Al entrar y pasar por recepción nos quedamos los dos cortados: el hombre apuesto canoso de la tarde anterior en el gimnasio era el gerente o al menos alguien de relevancia del hotel. Estaba dando instrucciones en el mostrador de recepción. Al tratar nosotros de desviarnos para que no nos viera, se volvió hacia donde estábamos y nos saludó muy amablemente:

  • Buenos días, señores.

  • Buenos días– acerté yo a decir mientras trataba que mi cara de circunstancias no se notara demasiado. Mi mujer directamente ni miraba.

  • ¿Qué tal su estancia? ¿Está siendo agradable? ¿Está todo a su gusto?

  • Si, si. Muchas gracias. Todo perfecto – fue lo único que salió.

Hubo unos segundos de silencio que me parecieron eternos. Ahí estaba él, mirándonos con una sonrisa magnífica, esperando algo más.

  • Verá, yo…, bueno nosotros,… queríamos disculparnos si ayer…

  • Por favor, por favor. Nada de disculpas. En absoluto. Son una pareja encantadora.

  • Ya, gracias. Pero no nos imaginábamos que usted…

  • No cambia nada. Si fuera un huésped como ustedes, pensaría lo mismo.

La confianza que daba al hablar nos fue serenando a los dos y pudimos conversar con más soltura.

  • Pues le agradezco su comprensión. No vaya a pensar usted que vamos por ahí… o que mi mujer siempre es… bueno… tan sensual.

  • Ya le he dicho que estoy convencido de que son una pareja encantadora. Y además, no tienen por qué darme explicación alguna.

  • Ya, ya. Pero no quiero que demos una idea equivocada de lo que somos. Creo que hay que ser correctos y educados.

  • Totalmente de acuerdo. Miré, me encantaría que almorzaran conmigo, ¿Qué tal? Si no tienen otros planes, claro está. ¿Les apetece? Sería un placer.

Miré a mi mujer. Ya se había recuperado un poco de la vergüenza y sonreía cordialmente como suele hacer siempre con todo el mundo. Con un gesto me dijo que sí, que por qué no.

  • Si, claro. No tenemos nada planeado. Muy agradecidos por su invitación. ¿Dónde quedamos? O ¿dónde es?

  • Aquí mismo, en el restaurante del hotel. No puedo ir muy lejos. Eso sí, les prometo una sitio reservado y muy agradable. ¿Qué tal a las 14:30?

  • Perfecto. Muchas gracias. Ahí estaremos. Por cierto, ¿por quién preguntamos?

  • Uf, perdón. Que mal educado. Soy Max. Gerente del Hotel.

  • Nosotros somos Lalo y Lola (nombres ficticios). Encantados.

  • Igualmente – dijo mientras le daba dos besos a mi mujer.

  • Nos vemos en un rato. Sigo con mis cosas. Un placer.

Decidimos entonces subirnos a la habitación. Aunque quedaba tiempo dijimos de ponernos cómodos y descansar un rato, ya que cuando uno va a comer con alguien no es solo comer y vamos, sino que se suele alargar en la sobremesa. Estuvimos un rato distraídos entre lectura y televisión. La primera en empezar a arreglarse fue mi mujer. Se metió en el cuarto de baño y luego de un ratito salió en ropa interior, con un conjunto de braga y sujetador negro de encaje. Así se paseó un rato por la habitación mientras ordenaba algunas cosas. Me miraba y sonreía. Yo le devolvía la sonrisa y le preguntaba

  • ¿Qué?

  • Nada.

  • ¿De qué te ríes chiquilla?

  • Nada, nada. Cosas mías.

Llegó la hora y nos fuimos para el restaurante. No queríamos ser impuntuales, aunque eso es más cosa mía, que reconozco que soy un poquito estricto con las horas. Creo que la puntualidad es una muy buena norma de educación. En fin, llegamos al restaurante y preguntamos al metre por Max. Nos acompañó a una mesa en una zona un poco más reservada del jaleo del almuerzo, separada por unas paredes móviles de celosías y con una decoración más exquisita si cabe. Nuestro anfitrión no había llegado aún, pero insistió en que había pedido que nos sentáramos y fuéramos tomando algo mientras esperábamos.

Habían pasado apenas cinco o seis minutos y ya estaba él allí.

  • Disculpadme, por favor. Pero hay veces que me es imposible salir de mi despacho y no tener que atender a nadie. Espero no haber tardado mucho.

  • No se preocupe, apenas hemos pedido algo de beber ante la insistencia del metre por su encargo.

  • Por favor, vamos a tutearnos, si no la comida será un tanto pesada ¿no?

  • Si, si, por supuesto, tienes razón – apuntó mi mujer.

  • Por cierto, estas muy guapa Lola – y se acercó a darle dos besos y de paso tantear las caderas de mi mujer posando sus manos a ambos lados.

Max venía con el traje gris claro, camisa blanca y corbata azul que llevaba un rato antes. Por mi parte, yo llevaba unos pantalones de pinzas azul oscuro y una camisa de rayas finas azules remangada. Sencillo pero con cierto toque. Y mi mujer llevaba un mono estampado con botones en el escote y con cremallera detrás. No era ajustado, pero resaltaba sus curvas, que las tiene, como me gusta en las mujeres, con cierta facilidad de agarre. No me gustan mucho los huesos. Mientras esperábamos a Max me fije que llevaba los botones delanteros abrochados, por lo que no se le veía más que apenas un centímetro de canalillo, cosa rara en ella ya que le gusta lucir escote, que para eso lo tiene. Supuse que era por la vergüenza de la situación del gimnasio, así que no le dije nada para no incomodarla.

Empezamos a comer. Ciertamente fue un rato de lo más agradable para los tres. Max era un perfecto conversador. Al principio, lo típico hablamos sobre dónde vivíamos, las virtudes de la zona, etc. Luego el tema fue al ámbito laboral, que curiosamente desembocó en temas vitivinícolas, ya que Max resultó ser un erudito en vinos y yo tengo mucho trato con bodegas. Max nos comentó que no solo era Gerente del Hotel, sino que también era propietario de un buen porcentaje de participación del mismo. Poco a poco los temas fueron desembocando en aspectos personales y empezamos a hablar sobre nuestra situación familiar y personal del último año, las motivaciones del viaje, la elección del sitio, el deseo de disfrutar de nuestro tiempo propio… En la comida, como era de esperar, no faltó vino en ningún momento. Yo soy más de cerveza, pero teniendo un somelier como Max era una oportunidad de probar caldos excelentes, tanto de nuestra tierra como de otras denominaciones. Todos íbamos cogiendo confianza con la charla, nos abríamos más, éramos más explícitos en comentarios…, lo típico.

  • Pues Lola, según lo que me cuentas de tu salud y teniendo en cuenta las vistas de ayer en el gimnasio tengo que decirte que estás extraordinaria y los médicos han sido auténticos artistas… aunque hoy no dejes que admiremos su obra – dijo Max señalando tímidamente el escote de mi mujer.

  • Verdad, Max. Es que con la vergüenza que pase esta mañana, ya ves, me he cortado un poco. Pero normalmente no voy así. Ni tanto ni tan poco.

  • Me imagino. Ya puedo suponer que lo de ayer tarde fue un poco fruto de este relax propio del viaje y de las ganas sentiros… digamos vivos. Por mi parte no voy a poner ningún pero a tu forma de hacer deporte – dijo Max riéndose.

  • Si, ya me imagino. Ni tú, ni éste ni el señor que salió corriendo – apuntó mi mujer mientras se soltaba un par de botones del escote.

Los tres soltamos una buena carcajada acordándonos del buen señor.

Estábamos ya esperando los postres cuando Max se levantó. Sacó su móvil del bolsillo del pantalón y se disculpó. Tenía que atender esa llamada. Nos quedamos solos en la mesa mi mujer y yo.

  • Oye, se te han “soltado” los botones, ¿no? – le comenté en tono irónico.

  • Upssss, vaya. Si, seguramente la presión de “las pobres” que no están acostumbradas a tan poco aire – replicó ella abriéndose un poquito el escote.

  • No te ha molestado, ¿no cariño?

  • Por supuesto que no. Sabes que me encantan cómo se insinúan tus tetas.

  • ¿Y no habré parecido una descarada? – preguntó con cierta preocupación.

  • Lola, por favor. A estas alturas de la comida y con el buen rollo que hay, por supuesto que no. Además, las cosas como son, Max es un perfecto caballero y no creo que te tome por nada de eso. Más bien al contrario, estoy seguro que está deseando ver más – le dije yo guiñándole el ojo y metiendo mano a sus muslos por debajo de la mesa.

  • Lalo, venga ya. ¡No seas tan salido!

  • De salido, nada. Soy hombre. Y si yo fuera él, lo estaría deseando. Se nota.

Me miró de reojo con una medio sonrisa que se fue acentuando poco a poco dejando ver la cara de una mujer halagada por tener a dos hombres en la misma mesa admirando sus encantos. Se sentía guapa y deseada después de estos meses malos, pero se había esforzado mucho para recuperarse tanto física como anímicamente y la recompensa la saboreaba ahora. Seguía siendo una mujer de 43 años que ha tenido dos niños y con una constitución de cuerpo generoso, pero había conseguido dejar sus curvas en eso, curvas. Y a mí me vuelve loco así.

Max volvió y terminamos de tomar los postres. Estábamos bien servidos, tanto de comer como de beber. Además, el vino no es costumbre en nosotros y habían sido tres botellas, así a lo tonto, que estaban haciendo efecto ya. El camarero le trajo un sobre que lo dejó en la mesa y sin tomar ni una copa nos hizo levantar y nos dijo:

  • Bueno, antes de dar por finalizada este maravilloso rato, me gustaría enseñaros una cosa. ¿Podéis acompañarme un minuto?

  • Sí, claro. Cómo no.

Le seguimos hasta el ascensor. Pulso el último piso. Al salir cogimos un corto pasillo y llegamos a una puerta grande. Sacó una tarjeta del sobre y la utilizó en la cerradura electrónica. Abrió una de las hojas de la puerta y nos cedió el paso

  • Por favor, adelante. Pasad.

Entramos y nos quedamos boquiabiertos con la habitación. Evidentemente, era la suite principal del hotel. Primero había una breve entrada que daba a un gran salón. Los dos nos dirigimos a una gran cristalera al otro lado del mismo y desde donde había unas vistas de Madrid impresionantes. Estaba decorado en plan moderno, con muebles de cristal, acero con mezcla de maderas nobles en tonos oscuros. Una auténtica preciosidad. El salón tenía dos puertas. Una un baño amplio y la otra al dormitorio, que era otra habitación enorme. Tenía vestidor, una mesa con sillas y que tenía libros y revistas alrededor. La cama era gigantesca y estaba en una zona un tanto elevada de la habitación por dos escalones. Y había otra puerta que daba al cuarto de baño particular del dormitorio. Igualmente era grandísimo y contaba con ducha de hidromasaje y aparte un gran jacuzzi. Todo era mármol blanco y cristales con vinilos. Espectacular. Volvimos al salón.

  • ¿Qué os ha parecido?

  • Bufff, alucinante, Max. Una preciosidad. – dijo mi mujer acercándose a las cristaleras – Y las vistas, maravillosas.

  • Es una pasada, Max. Digno seguramente de las personalidades que la frecuentarán – dije yo.

  • Pues es vuestra habitación las dos noches que os quedan aquí – apuntó él.

Nos miramos con el semblante serio propio de la sorpresa de la propuesta.

  • No, Max. De ninguna manera. No podemos aceptar. Te lo agradecemos tremendamente, pero no – le dije yo amablemente.

  • No, no, no. De verdad – escuché decir a mi mujer.

  • Pero, ¿por qué no? No tenéis que pagar nada, de verdad. Os lo ofrezco de corazón.

  • Lo suponemos, Max. Seguro que es así. Pero entiéndenos tú a nosotros. No está bien. Esto es un servicio exclusivo del hotel y no podemos aceptar.

  • Por favor, insisto. Es mi forma de agradeceros que hayáis elegido nuestro hotel para unos días tan especiales. Aquí podéis tener ese relax que buscáis y cobrarle a la vida la deuda que tiene con vosotros.

  • Agradecidos estamos nosotros – dijo Lola mientras se acercaba a nosotros desde el ventanal – pero nuestra deuda, como tú dices, no tiene nada que ver con lujos como éste. Esto es espectacular, pero nuestras fantasías podemos cumplirlas perfectamente sin ese sentido material.

Nos miró de una forma tan decidida y sensual. Y sus palabras fueron tan dulces pero a la vez tan firmes que ninguno de los dos supimos contestar.

  • Tú estás acostumbrado a este tipo de cosas y lo encuentras natural. Nosotros no. Nunca nos ha faltado nada y hemos tenido nuestros caprichos, por supuesto que sí, pero no así. Y no te ofendas por esto, por favor. Te lo digo con todo el agradecimiento que me cabe dentro. De verdad.

  • No te creas que yo soy así, Lola. No relaciono el placer con el lujo. Puede que esté acostumbrado como dices, pero sé que lo mejor está en los pequeños detalles, en las cosas más normales. Perdonadme si os he ofendido.

  • Max, por favor, no tienes que disculparte. No nos has ofendido, todo lo contrario, nos sentimos muy alagados. Pero entiende que esto por sorpresa, así de repente, con solo un almuerzo por conocernos. Sabemos que lo haces de forma honesta, pero no es correcto. – dije yo tocándole el hombro de forma amistosa y sincera.

  • ¿Tienes alguna fantasía aún por cumplir? Con la vida que pareces llevar, todo estará a tu alcance – le insistió Lola.

  • Puede parecer que sí, Lola. Pero cada día surge una nueva fantasía. No soy una persona sofisticada o superficial como pueda hacer parecido. Soy bastante sencillo y soy feliz con cualquier cosa. Es cuestión de espíritu.

  • Bueno, pero alguna tendrás, ¿no? – dijo mi mujer con un brillo en los ojos…

Cuando vi cómo mi mujer nos miraba mientras hablaba me entró un cosquilleo que desembocó en mi entrepierna. Se me estaban viniendo a la mente pensamientos libidinosos y morbosos. Creo que ella me lo noto, porque sonrió con intención de tranquilizarme, pero había una calma tensa en el ambiente. Yo teniendo en cuenta lo que pasó la noche anterior en el club supuse que se estaba poniendo a prueba ella misma con idea de saber si sería capaz de volver o no.

  • Ahora mismo, solo una. Ver tus pechos – respondió Max morbosamente.

Mi mujer echó sus manos a la espalda, acertó a bajar la cremallera y desabrochar el sujetador. Bajo las tiras del mono por los hombros y las llevó hasta la cintura. Y sin dejar de mirarle a la cara dejó caer el sujetador, liberando sus voluminosos pechos, que ya lucían unos desafiantes pezones, duros, grandes y oscuros. A continuación cogió las manos de Max y las llevo a sus tetas, guiando sus movimientos, ayudando a coger y amasar semejante volumen de lujuria. Cerró los ojos y llevó su cabeza hacia atrás, lanzando un gemido.

Se me puso la polla durísima de un golpe. Pero de cintura para arriba no reaccionaba. La visión de las manos de un hombre cogiendo, palpando, pellizcando las tetas de mi mujer delante de mí era todo un shock. Reaccioné cuando vi que mi mujer estiró su brazo izquierdo con la intención de que me acercara. Así lo hice y cuando me acercaba me cogió de la nuca y acercó mi boca a la suya, recibiéndola con su lengua e introduciéndola hasta mi garganta con una pasión infinita. Yo me acerqué a su costado para no entorpecer a Max que ya se deleitaba mamando los pezones de Lola, pasando su boca de uno a otro. Yo aproveché para abrazarle la cintura y devolverle el beso apasionado y lujurioso. Empujé hacia abajo el mono para que sobrepasara la frontera de su cintura y cayera hasta sus pies. Ella sacó sus pies de uno en uno, dejando la prenda en el suelo y quedándose en bragas y sandalias de tacón. Empezó a sobarnos la polla por encima del pantalón a los dos y se mordió el labio de forma tremendamente erótica cuando pudo palpar el bulto que marcaba Max. Ya lo intuyó la tarde anterior. Sus ojos la delataron.

Mi mujer nos empujó levemente a los dos para que retrocediéramos hacia el sofá y cuando nuestras piernas toparon con él, dio el toque justo para que cayéramos sentados en él. Nos hizo señas para que le dejáramos hueco en medio de los dos y se sentó. De nuevo comenzó a tocarnos la polla por encima del pantalón, pero a los pocos segundos ya trataba de quitarnos la correa y el botón. Le facilitamos la labor y dejamos nuestras pollas al aire, a su merced. Cogió una con cada mano y empezó lentamente a pajearlas. La polla de Max era tremenda. Mi mujer disfrutaba recorriendo lentamente su longitud y cuando llegaba al glande lo acariciaba con el dedo gordo, para luego seguidamente volver a llevar su mano hasta el pubis. Abrió sus piernas, poniendo una encima de cada una de las nuestras. Nosotros empezamos a actuar. Max siguió con sus tetas, él también alucinaba con ellas, como Lola con su polla. Yo por mi parte empecé a pasar mis dedos por su raja, que luchaba por atravesar la tela de las bragas. Yo quise ayudarla y la eché a un lado y separé sus labios que ya destilaban una buena cantidad de dulce licor de mujer. Ella gimió, volvió su cabeza hacia mí y volvió a besarme con pasión.

Separó su boca de la mía, me miró y con los ojos me preguntaba si podía seguir con algo más. Yo asentí. A mi señal dejó caer su cuerpo hacia Max. Acercó su cara a su entrepierna. Se deleitó con la visión de semejante polla tan cerca de ella. Abrió la boca, sacó la lengua y comenzó lamer el tronco de la polla de Max. Mientras elevó su pierna, dejando su coño para mí. Coloqué mi rodilla en la moqueta y metí mi boca en su entrepierna.

  • Agggghhhh siiiii – gimió

Cómo podía se metía la polla de Max en la boca mientras le hacía una paja y le sobaba los huevos. Con la otra mano acariciaba mi pelo y apretaba mi cabeza para que mi lengua no diera tregua a su raja y su clítoris. En esa posición acerqué mi dedo gordo a su culo. Estaba dilatado ya, incluso un poco más que por la mañana. Ahora me imaginé de qué se reía por la mañana en la habitación: la muy zorra tenía el plug en el culo, dilatándolo, mientras recogía las cosas. Eso me puso no a mil, sino a dos mil. La levanté, no con cierta resistencia porque estaba enviciada en su primera polla ajena, y le quité las bragas mientras la besaba, luego la volví de cara a Max y con toda la lujuria del mundo amasé sus tetas, pellizcando con firmeza sus pezones.

  • Agggggggg, así, duro. Dame duro.

Max aprovechó para desnudarse. Y cuando estuvo desnudo, empujó a mi mujer a que se arrodillara y volviera a chuparle la polla. El cogía su polla y la restregaba por la cara de mi mujer, le daba golpecitos en la boca. Rondaba el glande por su lengua. Pero lo que estaba deseando hacer era meter su polla entre las tetas de Lola. Echó hacia atrás la cabeza de Lola, le pidió que juntara sus pechos y penetró el canal de la lujuria. Mi mujer, una vez rodeada con fuerza la polla de Max, comenzó a mover sus tetas con sus brazos haciéndole una lenta paja. Cada vez que bajaba sus tetas asomaba un buen trozo de carne por arriba. Más que suficiente para que ella agachando su cabeza pudiera meterse parte en la boca. Le estaba haciendo una cubana y una mamada al mismo tiempo. La cara de Max era alucinante. Pero es que la mía era de incredulidad absoluta mezclada con la máxima excitación. Joder con la señora, había dudado en cruzar la línea, pero una vez hecho, lo iba a disfrutar.

Pero me encantaba la sensación. La veía la más sensual de las mujeres, la más sexy, la más provocativa,… la más zorra. Y no parecía importarle. Yo ya estaba también desnudo. Se levantó, me miró sonriendo con ternura y al mismo tiempo con un deseo descontrolado. Se sentó en el sofá y mirándome pasó su mano por el coño separando sus labios y me dijo:

  • Fóllame. Fóllame ya. Y tú ven aquí y siéntate, voy a seguir chupando esa pedazo de polla hasta que te saque la leche.

Obedecimos al instante. Max se sentó en el gran sofá, mi mujer se puso a cuatro chupando su polla y yo me coloqué detrás de ella. Pase la punta de mi polla por su coño, arriba y abajo, arriba y abajo. Y me dejé caer metiéndosela poco a poco. Suspiró, cogió aire y siguió mamando la polla a Max como una auténtica zorra. Lo estaba disfrutando, se le notaba en los ojos… y en el coño… y en sus pezones.

Nunca había visto a mi mujer tan cachonda. Era increíble. Yo empujaba con ritmo una y otra vez. Se corrió enseguida por primera vez, pero me dio igual yo seguí follando sin parar. Con una mano le cogía una de sus tetas y pellizcaba su pezón. De la otra se encargaba Max. Ella gemía y gemía, cada vez más fuerte y sin vergüenza. Tenía dos tíos para ella sola, entregados al sexo para ella. Y se notaba en el ambiente. Olía a sexo, hormonas, sudor. Se corrió de nuevo con un fuerte grito, tensando todo su cuerpo.

Durante unos segundos los dos nos quedamos mirando esperando una reacción, preocupados por si habría más o la habíamos agotado. Estúpido pensamiento por nuestra parte. Mi mujer agotada, si, si. Seguro. Recobró el aliento. Se levantó y cogiéndome de nuevo por la nuca, llevando mi boca a su boca, buscó mi lengua con ansia. Y nuestras lenguas se encontraron, dentro de mi boca, de la suya, por fuera de ambos… por todos lados. Se separó de mí. Me miró un momento y me dijo:

  • Te quiero, cariño. Te quiero con locura. Pero me encantaría clavarme esta polla – me dijo a modo de rogativa.

  • Cariño, fóllate las dos – le contesté yo, mientras le pasaba la mano por el coño y le metía el dedo corazón.

Así que se subió a horcajadas encima de Max. Cogió su polla y la guió a la entrada de su cueva y poco a poco se dejó caer. Cuando le había llegado hasta el fondo soltó un gemido ahogado de placer. Y empezó a cabalgarlo, manteniendo un ritmo que era ayudado por Max asiéndola por la cintura. Al poco, se dejó caer hacia adelante, apoyándose en el pecho de Max, sacó su culo y me dijo:

  • Cariño, métemela en el culo. Quiero sentir las dos pollas.

Me coloqué detrás. Aunque ya sabía que tenía el culo dilatado, estuve un par de minutos estimulándole el ano con un dedo y luego con dos. Me puse detrás y comencé a apretar mi polla en la entrada. Paró de follarse a Max para facilitarme la labor. Cuando metí el glande paré. No quería forzarla. Se quejó un poco. Con su mano hizo un poco de freno, respiró profundo y despacio, pero cuando se hubo acostumbrado a la presión y al grosor, empujó levemente su culo hacia atrás en señal de que quería más. Así, poco a poco, empecé a meterle el resto de la polla hasta que mi pubis chocó con sus glúteos. Entonces fue ella la que trataba de moverse para sentir las dos pollas casi rozándose entre ellas en sus entrañas. Pero nuestra poca experiencia y los nervios de la primera vez hacían que no encontráramos el ritmo adecuado. Poco a poco, Max y yo fuimos moviéndonos con un mete saca que a los pocos segundos ya la tenía desatada. Estaba fuera de sí de placer. Gemía y resoplaba con cada embestida de los dos. Se corrió al menos dos veces más, ayudada por las lamidas que Max le daba a sus tetas. Ya le quedaba poca cuerda, así que comenzó a gemir más continuo. Nosotros incrementamos el ritmo, ya que también estábamos cerca del orgasmo. Lola le advirtió a Max que no podía correrse dentro, así que paramos un momento. Se la sacó de dentro y empezó a chuparle la polla a Max y yo volví a metérsela en el culo. Buf, era tremendo la visión para mí. Primera vez que me follaba el culo de mi mujer y lo estaba haciendo mientras ella se metía una polla y ahora la mamaba con la firme intención de sacarle toda la leche.

Fue decisiva esa imagen. Me corrí con un orgasmo tremendo, casi me dolía la polla mientras derramaba todo mi semen en el culo de mi mujer. Al instante fue Max el que comenzó a soltar chorros y chorros de semen que impactaron en la cara y el pelo de mi mujer. Ella se acercó para terminar con la polla de Max entre sus tetas, buscando el resto de semen que le quedaba.

Max y yo nos quedamos muertos en el sofá. Mi mujer se fue al baño. Cuando volvió fue Max quien entró para poder arreglarse.

  • Chicos ha sido maravilloso. Gracias a los dos por cómo sois – dijo Max.

  • Me encantaría quedarme, pero tengo cosas que hacer. Por cierto, independientemente de lo que ha pasado, mi oferta sobre la habitación sigue en pie.

  • Seguimos pensando igual, Max. Gracias – dije yo.

  • Aunque… ¿podríamos tardar un ratito en bajar, porfa? – preguntó mi mujer con cara de disimulo muy mal disimulado.

  • Lo que queráis. Cuando salgáis guardáis la llave en el sobre, lo cerráis y lo dejáis con mi nombre en recepción. No digáis nada más.

  • Perfecto. Mil gracias – le respondió ella y le dio dos besos.

Max se marchó y nosotros nos metimos en el jacuzzi.

  • ¿Estás bien, cariño? – pregunté yo.

  • Si. Muy bien. Ha sido un polvazo.

  • Me refería a la otra parte, la de aquí – le dije señalando la cabeza.

  • Pues no sé. Creo que sí. Pero precisamente por eso, creo que me siento culpable por no sentirme mal. ¿Y tú?

  • No te sientas culpable de nada. No ha habido culpa de nada. Todo lo contrario. Yo me siento bien. Un poco raro, no te voy a engañar. Pero es una sensación placentera, nueva pero agradable. Me ha gustado mucho porque te he visto disfrutar. Y estabas preciosa.

Se acercó sonriendo y volvió a besarme, ahora con los dos brazos rodeando mi cuello. Era un beso pleno de amor. Yo rodeé su cintura y estuvimos un rato enlazando nuestras lenguas y sellando nuestros labios.

  • Esta noche me apetece volver al club de ayer – me dijo.

Después de un ratito de relax sin sexo, pasamos a la ducha de hidromasaje que nos dejó nuevos. Nos vestimos y salimos. Justo en la entrada mi mujer se volvió a mirar de nuevo hacia adentro y me dijo:

  • Cariño, me estoy arrepintiendo, jejeje. ¿Nos la quedamos?

  • Nooooo. Ahora recoger y cambiar todo… anda tira pa´bajo – y le di un pequeño azote en el culo.

Dejamos el sobre en recepción y nos fuimos a la habitación a descansar.

Sobre las 9 y media comenzamos a vestirnos. Como me había gustado mucho verla llegar al bar de hotel y admirarla al entrar repetimos operación, es decir, yo me vestí antes y me fui a tomar algo mientras esperaba.

Cuando llegó yo estaba charlando con el camarero del partido de la Europa League que estaba puesto en la tele. Los dos nos quedamos boquiabiertos cuando la vimos entrar. Minifalda de cuero negra con una cremallera en un lado, un corsé de cuero negro que, aunque se cerraba por detrás, tenía por delante un escotazo que se ajustaba con lazos, según lo que quisieras enseñar. Medias negras y la chaqueta de cuero de la noche anterior. Culminaban unos zapatos de tacón negro. Todo ello aderezado con un perfume arrebatador y un collar de perlas de dos vueltas.

  • Jo-der. Qué barbaridad de mujer – le dije mientras me levantaba.

  • Gracias cariño.

  • ¿Quieres algo o nos vamos?

  • Pues mira, me apetece una copa de vino blanco – dijo mirando al camarero.

  • ¿Alguno en especial, señora? – preguntó él.

  • No. El que usted elija.

  • Aquí tiene. Y si me lo permite, su marido tiene razón. Está usted guapísima.

  • Vaya, gracias. Se lo permito, se lo permito – dijo con una sonrisa.

Mientras nos tomábamos la copa decidíamos que hacer. Al final, entre una cosa y otra, pensamos cenar allí mismo, en el hotel. La verdad es que el almuerzo había sido exquisito y mi mujer decía que en la calle si se quitaba la chaqueta en algún lado iba a tener frío, además de dar un espectáculo. Yo me reí por la ocurrencia y le dije que si le iba a entrar la vergüenza ahora, después de los dos días que llevábamos. Me respondió un poco más seria que una cosa no quitaba la otra. Seguía siendo la misma mujer discreta. Una cosa es lucir lo que se pueda y otra exhibirse. Me pareció una contestación genial. Así que nos fuimos al restaurante. El metre al vernos se nos acercó amablemente, le echó un vistazo de arriba abajo a mi mujer y nos ofreció una mesa en la misma zona que en el almuerzo. Al parecer, Max había dado orden de ofrecernos lo mejor en caso de que quisiéramos. Aceptamos. Tampoco queríamos nosotros molestar a Max negándonos a todo. Estaba siendo muy amable. No nos equivocamos, fue una cena exquisita. Nos pareció bien dejarle una nota de agradecimiento a Max y se la dimos al metre. Cómo no eran ni las once y media y ya conocíamos el local, decidimos tomarnos una copa en el bar del hotel para ir un poco más entonados y una vez allí ver lo que queríamos hacer. Al igual que el día anterior, teníamos claro que si no se podía o no se quería, de vuelta. Eso sí, teníamos otra perspectiva después de lo que habíamos vivido esa tarde. Y yo, siendo sincero, tenía ganas de follarme a nuestra anfitriona de la noche anterior, aunque bueno, realmente la que me puso muy caliente fue la mujer del body azul.

  • ¿Qué crees que pasará hoy? – me preguntó mi mujer con curiosidad.

  • Pues no lo sé. Y la verdad, ni lo pienso. Tengo curiosidad, como tú. Pero creo que es mejor no prever o provocar nada. Fíjate en esta tarde, ¿quién nos diría que íbamos a vivir una situación como esa? – respondí yo.

  • ¿No te ha gustado? – añadió ella con cierto temor en sus palabras.

  • Por supuesto que sí. Te lo he dicho esta tarde en el jacuzzi y te lo repito ahora. Lo que pasa es que ahora más en frío… uno analiza momentos y no tiene explicación que lo hiciéramos conscientemente. Simplemente surgió.

  • Ya, pero supongo que tu querrás estar con otra mujer ¿no? Igual que yo he disfrutado con otro hombre. Bueno, compartido.

  • Pues ni si, ni no. Ya te digo que no espero nada. Además, hay una cosa por encima de todo que tiene que quedar muy clara: hemos disfrutado los dos de una situación. Hemos compartido los dos una experiencia sexual. Siempre hemos pensado que sería así ¿no? No quiero ninguna experiencia que no estemos los dos. Eso no me vale.

  • Ni a mí tampoco, es cierto cariño. Ha sido genial por haberlo compartido.

  • Que cara pusiste cuando me quité el sujetador, jajajaja – rió ella bajito.

  • Ojú, no me lo esperaba la verdad. Creía que te estabas poniendo a prueba tu sola a ver dónde llegabas. Pero cuando te vi tirar el sujetador, el cuerpo se me partió en dos. Por abajo, una excitación bestial. Por arriba no atinaba a pensar en nada. Pero lo que más me ha gustado es adivinar porqué te reías esta mañana en la habitación ¡Que putita eres! - le dije yo guiñando un ojo.

  • Lo sé. Solo de pensar esta mañana cuál sería tu cara de sorpresa al notarlo casi me corro sin tocarme. La verdad, lo voy a usar más a partir de ahora.

Terminamos la copa, pedimos un taxi y fuimos directo al local. Al subir al taxi de nuevo la falda de mi mujer se subió un poco. El día anterior le pude ver el liguero pero esta vez no pude ver nada. Ante mi curiosidad, le pregunté:

  • Cariño, ¿qué liguero y que tanga llevas hoy? – le pregunté al oído.

  • Ninguno. No llevo nada – me respondió ella bajito.

Mi cara tuvo que ser muy graciosa porque mi mujer no pudo evitar la carcajada.

Llegamos a la puerta del local. Nos recibió con una gran sonrisa Davinia.

  • Buenas noches, me alegro mucho de veros. Señal que por lo menos algo os agradó lo que vivisteis ayer – dijo ella dándonos dos besos a cada uno.

  • Buenas noches. Digamos que en algo ha cambiado nuestra perspectiva durante el día de hoy – respondí yo.

  • Da igual por lo que sea. Me alegro. Pasemos y disfrutad un rato. Hoy hay buen ambiente, es jueves y algunas parejas y grupos de trabajo adelantan el fin de semana – nos comentó mientras recorríamos el pasillo.

Llegamos a la zona de parejas. Nos ofrecieron dos copas y nos quedamos charlando de pie un ratito en la barra. Estaba algo más concurrida que ayer y habría en torno a diez o doce personas charlando. En la zona de atrás se oían gemidos y tres de los sofás de las zonas comunes estaban ocupados. En uno de ellos pudimos ver a nuestros anfitriones del día anterior, Paula y Darío. Nos acercamos acompañados de Davinia. Se pusieron en pie y nos saludaron muy cariñosamente. El vestía pantalón oscuro sport y camiseta ajustada negra, con zapatos sport. Ella llevaba un vestido de licra blanco y una sola tiranta muy ancha en el hombro izquierdo. Tenía unas botas raras con muchas aberturas y lazos que le llegaban hasta justo debajo de la rodilla.

Nos sentamos a tomar la copa con ellos. Mantuvieron las distancias, supongo que teniendo en cuenta lo que había pasado la noche anterior.

  • ¿Qué tal el día? ¿Mucho que pensar? – nos preguntó Paula.

  • Bueno, sí. Algo sí que nos hemos planteado desde ayer. Pero hemos decidido volver, con la misma condición que ayer, pero con otra perspectiva – contestó Lola mirándome a mí.

Seguimos comentando acerca del local, las situaciones que se daban o que habían vivido. En la cama de detrás de nosotros no había nadie, pero teníamos los gemidos de fondo. Y ya se habían ocupado más mesas. Estaba mejor que la noche anterior porque había más gente dispersada, no prácticamente concentrada alrededor de una cama cómo había pasado la noche anterior.

Yo me moría de ganas de meterle la mano a mi mujer por la falda y comprobar que de verdad no llevaba braguitas. Mi erección bajo el pantalón ya iba alcanzando cierto volumen y entre el alcohol de la cena y las dos copas que llevábamos nos sentíamos mucho más cómodo que el día anterior. Además, no perdía ocasión de dirigir mis miradas a la entrepierna de Paula, que entre cruce y cruce de piernas me deleitaba con la insinuación de su ropa interior blanca.

Yo iba acariciando los muslos de mi mujer, subiendo de vez en cuando la falda. Me dejaba caer y le besaba el cuello o le susurraba alguna guarrería en el oído. Todo esto mientras hablábamos de temas de sexo o recurrentes a ello.

  • Y ¿cómo es que os llegasteis a plantear visitar un sitio como éste? – preguntó Darío.

  • Pues veras, entre relatos, vídeos, etc., nos fuimos excitando y metiendo en nuestras relaciones fantasías con alguien más. Lo típico supongo – dije yo.

  • ¿Con qué fantasía empezasteis? –preguntó Paula.

  • Bueno, a mí me excita mucho imaginar que mi marido me toca… me masturba vamos… mientras hay alguien mirando. Mientras me va tocando yo miro a esa persona – dijo mi mujer.

  • Una cosa así, supongo yo.

Y diciendo esto metí mi mano por el interior de los muslos de mi mujer invitándola a abrir sus piernas un poco más. Ella se volvió y me miró con gesto serio, abriendo los ojos como diciendo “qué haces”. Le di un mordisco en la oreja y le dije.

  • Tranquila, déjate llevar. Voy a tocarte yo.

Entonces abrió sus piernas. Y efectivamente, no llevaba bragas. Con razón no quiso ir a ningún sitio y quería venir aquí directamente, no es mujer de pasearse así por la calle. Pero sus medias tenían unas tiras a modo de ligas que se unían en la cintura en un encaje sedoso. El caso es que comencé a besarla y pasarle los dedos por su rajita que estaba ya muy húmeda. Paula y Darío retrocedieron unos centímetros en el sofá para tener mejor perspectiva. Otra imagen tremendamente erótica. Mi mujer con la falda casi a la altura del culo, con las piernas abiertas y la pierna izquierda apoyada encima del sofá. El corsé un poquito más abierto para lucir un espectacular escote. Estaba radiante. Pero aun así no se la notaba suelta del todo. Así que para que se relajara más, ellos adoptaron la misma postura. Daniela abrió su pierna derecha y la subió al sofá mientras Darío echaba a un lado la tela del tanga y nos enseñaba el coño de su mujer. No lo tenía depilado completamente, sino la zona de los labios. Encima de su rajita tenía pelo muy bien recortado formando un pequeño rectángulo en sentido vertical.

Ni que decir tiene que Darío y yo ya teníamos una erección total. Ellas nos atendieron y comenzaron a sobar nuestras pollas por encima del pantalón. Nos besábamos con nuestra respectiva pareja con lujuria. Estábamos así nosotros dos cuando note una mano que levemente tocaba la mano con la que masturbaba a Lola. Era Paula. A su vez había tocado el hombro de Lola para que no la rechazara. Ahora Paula estaba con la rodilla derecha en el sofá, su cara cerca de Lola, aspirando su turbador perfume y besando el nacimiento de sus pechos, su mano izquierda en el coño de mi mujer, el vestido subido a medio culo y su marido masturbándola a ella por detrás. Ambas mujeres gemían bajito no queríamos llamar mucho la atención, aunque era inevitable. Ya había tres o cuatro personas mirando la escena.

Darío se detuvo y nos dijo de irnos a una de las camas al fondo, tratando de tener la relativa intimidad que tienes en un sitio como este, pero que ellos tratarían de que no nos sintiéramos incómodos. Propuso una de las camas redondas del otro lado, ya que allí no había nadie, para ello iríamos al vestuario y guardaríamos allí nuestras cosas. A mí no me convencía del todo la idea porque yo quería ir desnudando a las dos mujeres poco a poco y disfrutar de la lencería, pero no dije nada al respecto. Paula dejó que Lola se decidiera. Y ella prefirió que fuésemos a una de las habitaciones con más intimidad. Yo pensé para dentro: “cariño, cuanto te quiero”. Así que nos fuimos a una de las habitaciones.

Una vez dentro, seguimos con un poco de preliminares cada uno con su mujer. Mi mujer y yo aún estábamos de pie, ella de espaldas a la cama donde ya estaban Paula y Darío, ella sentada sobre el besándose y acariciándose. En esa posición, mientras mi mujer y yo nos besábamos con lujuria levanté su falda y comencé a sobar sus glúteos, separándolos y dejando toda la visión de su culo y su coño a nuestros amigos. El ambiente se iba caldeando y se hacía más propicio a relajarnos, así que mi mujer se puso a desabrocharme los botones de la camisa y una vez abierta comenzó a acariciarme el pecho, fijándose especialmente en los pezones. Me los pellizcaba, los lamía, me besaba y volvía a por ellos con sus mágicos dedos. Yo mientras tanto le iba acariciando el pelo y le metía mano por el escote del corsé. Cómo era relativamente incómodo disfrutar de sus tetas, le bajé la cremallera de la espalda y las liberé, para así poder acariciarlas y jugar con sus pezones, que ya estaban duros y dispuestos para ser el botón del placer que activa todos los sentidos de mi esposa, para convertirla de mujer respetable a putita deseable. Ella mientras se iba activando siguió desnudándome. Mientras seguíamos besándonos y yo manoseaba sus tetas, iba quitando la correa y los botones del pantalón para meter la mano bajo la tela de slip y encontró una polla durísima con ganas de ser devorada. Lo leyó en mis ojos y fue bajando hasta ponerse en cuclillas. Primero me daba pequeñas lamidas del tronco mientras suavemente movía la piel arriba y abajo, mientras con la otra mano manoseaba mi culo. Era tal la calentura que notaba en mi mujer que noté que empezaba a presionar y jugar con mi entrada trasera.

Yo mientras dejaba caer mi cabeza atrás y cerraba los ojos para concentrarme en la espectacular mamada que me brindaba mi señora esposa. Realmente durante ese día había sacado el animal salvaje que llevaba escondido y lo estábamos disfrutando de lo lindo ambos.

Tan ensimismados estábamos uno con el otro y con la inexperiencia de la situación que casi nos olvidamos de que no estábamos solos. Abrí los ojos y en la cama estaban Paula y Darío mirándonos. Darío tenía los pantalones abiertos y Paula le había sacado la polla para hacerle una lenta paja mientras se deleitaban con nuestras caricias. Paula tenía el vestido subido hasta la cintura y se le veía perfectamente su coño marcado en la tela del minúsculo tanga que llevaba puesto. Ambos al ver mi cara de apuro sonrieron y me hicieron señas de que no pasaba nada y que les dejara hacer a ellos. Y tomaron la iniciativa al momento.

Paula se acercó por detrás a mi mujer, se agachó y tomo sus tetas entre sus manos para acariciarlas y comenzó a darle suaves besos por el cuello. Mi mujer paró un momento de chupármela, la sacó de su boca. Giró su cabeza para ver quién la acariciaba. Vio la cara de Paula cerca de la suya y sonrió. Paula aprovechó para acercarse muy despacio hasta darle un beso en los labios que mi mujer devolvió.

  • ¿Compartes? – le dijo Paula mientras acerca su mano izquierda a mi polla.

Mi mujer asintió y dejó espacio para que se acercara y comenzara a acariciarme. Me quedé mirando la reacción de mi mujer. Era la primera vez otra mujer me tocaba y no sabía cómo lo tomaría. Tenía el gesto más serio de lo que la situación podría requerir. Se quedó mirando como Paula cogía mi polla y comenzaba a mover su mano arriba y abajo mientras con la lengua surcaba la extensión del tronco y daba lamidas en los testículos. Todo esto sin dejar de mirar a Lola a los ojos.

  • Si compartimos sabe mejor – le dijo Paula.

Mi mujer, ahora sí, sonrió con picardía y se acercó para meterse mi polla en la boca de nuevo mientras Paula era quien la pajeaba y chupaba mis huevos. Movían sus bocas que en algunos momentos se tocaban y unían sus lenguas. Yo al ver y sentir esto sentí que me dolía toda la zona genital de la excitación, así que traté de concentrarme en disfrutar. Miré a Darío y ya estaba desnudo por completo. Tenía el cuerpo completamente depilado y una polla no tan grande pero se veía de buen grosor. Se acercó con el arma amenazante y se colocó junto a mí para que las señoras degustaran el menú completo.

Ellas empezaron a alternar sus caricias y bocas con ambas pollas. Incluso en algún momento llegaron a darse un beso entre ellas mientras cada una jugaba con su mano en uno de nuestros miembros. A los pocos minutos de estar así, Paula se levantó y me cogió de la mano.

  • Ven. Solo quedamos tú y yo por desnudarnos.

Tiró de mí para que la siguiera y a los tres o cuatro pasos ella se paró en seco para que me pegara a ella. Mi polla quedó acomodada entre sus glúteos firmes y mis manos se posaron en sus caderas para ir subiendo por su vestido hasta tocar sus tetas por encima de la tela del vestido. No eran tan grandes como los de Lola, pero firmes y turgentes sí que se notaban. Se separó y se dio la vuelta.

  • Quítame el vestido – me dijo mientras me miraba mordiéndose el labio.

Yo obedecí sus indicaciones y poco a poco fui tirando del vestido hacia arriba aprovechando para acariciar todo el contorno de su cuerpo hasta que se lo saqué por la cabeza. Sus pechos quedaron apuntándome desafiantes y deseosos de ser devorados. Me acerqué a ellos con la intención de mamarlos, pero Paula me detuvo, me hizo girar y caer en la cama para poder quitarme el pantalón y mi ropa interior. De esta forma me quedé desnudo. Ella se tumbó en la cama aún con el precioso tanga blanco puesto y comenzó a chuparme de nuevo la polla.

Mi cabeza estaba junto a la de mi mujer que estaba tumbada también, con las medias puestas, las piernas abiertas y en alto mientras Darío le ofrecía una comida de coño intensa. Movía frenéticamente la lengua mientras le metía un dedo. Mi mujer gemía y gemía avisando de que se corría la primera vez y no sería la última a buen seguro. Yo aproveché le pasé dos dedos por su boca, a lo que respondió abriendo la boca y chupándolos. En un momento cruzamos nuestras miradas y encontramos una complicidad y un deseo en el otro que nos tranquilizó quitando de nuestra mente cualquier duda o sentimiento de culpa. Estábamos a merced de nuestros anfitriones y nos sentíamos cómodos en ese rol. Pero es que tanto Paula como Darío se habían propuesto que tuviéramos una primera experiencia de intercambios fabulosa… y lo estaban consiguiendo. Paula dejó de chupármela, se puso de pie en la cama con un pie a cada lado de mis costillas y se fue bajando el tanga poco a poco, agachándose despacio hasta dejar su coño a la altura de mi boca. Yo flexioné las piernas para que se apoyara en mis rodillas con sus brazos y comencé a meterle la lengua entre sus labios carnosos y libidinosos que ya rezumaban dulce néctar. Mis manos buscaban sus tetas con ansia, los acariciaba y jugaba con sus pezones negros como el carbón. Estaba también muy excitada y comenzó a mover su coño en mi cara para que intensificara el cunnilingus centrándome en las pasadas sobre su dilatado clítoris. Al poco se corrió dejando en mi boca y mi barbilla un rastro inequívoco de su excitación.

Entonces se levantó cogió dos preservativos. Primero se dirigió a su marido quien ahora estaba incorporado en la cama pero seguía teniendo las piernas de mi mujer en alto posadas en sus hombros y con la polla entre sus muslos, paseándola por su sexo esperando a estar lista para introducirse en la cueva. Paula le colocó el preservativo con la boca con una facilidad alucinante y ella misma agarró la polla de su marido y la puso en la entrada del coño de su eventual amante. La pasó por su coño, frotándola contra su clítoris dos o tres veces y la dejó lista para que se abriera paso entre los labios de su presa. Y se abrió camino muy despacio, separando los labios con su carne hasta que el pubis de Darío hizo tope y se quedó un momento inmóvil mientras la vagina de Lola se acomodaba y saboreaba la penetración. Paula se dirigió ahora a mí y con la misma maestría me puso el condón, me masturbó unos segundos para que quedara fijado, se subió encima, cogió mi polla e hizo la misma operación que con mi mujer, se la pasó por toda su raja un par de veces y lentamente se dejó caer, engullendo su coñito toda la carne que pude darle. Comenzó a cabalgarme con un ritmo lento, palpando cada centímetro de miembro que se metía. Darío seguía con el mismo ritmo tranquilo su bombeo en el coño de Lola. Paró un momento y sin sacársela hizo que ella acomodara su cabeza en mi pecho. Y comenzó de nuevo a follársela.

Era maravilloso, dos cuasi extraños nos estaban follando a los dos… y nos estaba dando un placer intensísimo. Yo con mi mano izquierda jugaba con las tetas de mi mujer y con la derecha daba movimiento a las de Paula. Me tenían ensimismados esos pezones negros con la aureola oscura y grande. Darío también ocupaba sus manos con las tetas de mi mujer por lo que en alguna ocasión hasta nos estorbábamos al chocar nuestras manos. Daba igual. Paula se puso en cuclillas, apoyo sus manos en su pecho y comenzó a follarme con un ritmo mayor. El bamboleo de sus tetas era hipnotizador, su coño chocaba con mi pubis y su culo con mis muslos creando una melodía rítmica que motivaba a seguir más y más. Estaba empapada y me estaba empapando a mí. Sobre mi pecho la cabeza de mi mujer no dejaba de moverse y sus gemidos iban en aumento hasta convertirse alguno de ellos en pequeños gritos, todo motivado porque Darío había cerrado sus piernas sobre sus hombros y la estaba follando muy duro, con golpes de cadera que estaban haciendo que el orgasmo de mi mujer estuviera a las puertas. Viendo la situación y como no queríamos corrernos aún ninguno, ambos cesaron un momento en su empuje. Darío dejó las piernas de mi mujer en la cama y Paula descabalgó. Mi mujer y yo nos volvimos a besar con lujuria aprovechando nuestra cercanía. Mientras, Paula se tumbó sobre mi mujer y comenzó a chuparle las tetas mientras Darío comenzaba a masturbarla otra vez con la punta de su polla. Lola respondió abriendo más las piernas. Paula siguió avanzando y alcanzó la zona púbica de Lola entre besos y lamidas suaves. Sin guardar su experta lengua la introdujo en la raja de mi mujer y comenzó a jugar con su clítoris. Y cómo quien no quiere la cosa se colocó en una postura de sesenta y nueve con mi mujer. Yo no sabía si Lola se iba a comer su coño o tendría reticencias, pero la visión del culo en pompa de Paula y con su coño semi abierto hizo que no pudiera resistirme y fuera yo quien pegara mi boca y comenzara a lamer su sexo, jugando con la punta de mi lengua con su clítoris y tratando de meterle en su raja lo que podía. Paula mientras alternaba el coño de mi mujer con la polla de su marido.

Cuando habíamos respirado un poco, Paula le dio un morreo a su marido y le dijo:

  • Cariño, vamos a darles una imagen imborrable de su primera vez.

Entonces Darío hizo que mi mujer se levantase de la cama. Él se sentó en una banqueta que había en la habitación y puso su espalda contra la pared contraria a unos espejos que tenía la habitación e hizo que Lola aún con sus medias y tacones le diera la espalda, abriera las piernas y se sentara sobre él, de cara a nosotros que seguíamos en la gran cama. De esta forma yo podía ver perfectamente como follaba Lola y como se movían sus tetas y ella misma podía verse en el espejo de la pared. Paula se tumbó en la esquina de la cama y abrió bien sus piernas. La altura de la cama era perfecta para follármela de pie y con una perspectiva tal que mi mujer podía ver de frente como lo hacía y nosotros mirar el espejo para verlos a ellos.

Ciertamente, iba a ser un recuerdo imborrable. Al principio mi mujer botaba sobre la polla de Darío despacio, pendiente de cómo se la metía yo lentamente a Paula. Se la metía lentamente y la sacaba, le daba un toquecito con la punta en el clítoris y volvía a realizar una profunda penetración. Se trataba de disfrutar el máximo tiempo posible de una situación que era impensable para nosotros una noche antes. Pero apenas un minuto después mi mujer se olvidó de mí y gemía mientras botaba encima de Darío que la ayudaba sujetándola por las caderas. Sus tetas se movían arriba y abajo de forma impresionante. Lola al poco ya no gemía, ya directamente daba gritos ahogados de placer y de cansancio por la postura. Mientras yo me follaba a Paula a un buen ritmo. Había abierto sus piernas y las había semiflexionado con ayuda de mis codos, por lo que su culo había subido un poco y la penetración era más profunda. Mirábamos la escena de nuestros respectivos y nos mirábamos uno a otro, diciéndonos alguna que otra cosa para excitarnos aún más, cosa que era difícil. Su coño chorreaba flujos y yo ya notaba que se acercaba la hora de correrme.

Darío puso a mi mujer a cuatro en la cama en frente a nosotros y volvió a metérsela. Los codos de Lola estaban apoyados en la cama y su cara en el colchón, para tener mayor penetración. En el segundo empujón el grito de mi mujer fue curioso. Seguro que le había llegado al alma el pollazo. Paula me hizo parar para ponerse un cojín bajo su culo para elevarlo aún más ofreciéndome indefenso su coño. Yo volví a restregarle mi polla un par de veces y con un golpe se la clave hasta el fondo. Un gemido largo y profundo salió de su boca, seguido de un

  • Fóllame duro.

No lo pensé dos veces y comencé a bombearla. Le llegaba hasta lo más profundo de su ser y no tardó mucho en comenzar a gemir muy fuerte

  • Sigue, sigue, sigue… me corro, me corro, aaahhhhh, aaaahhhh, me corrooooo

Mi mujer fue la siguiente en avisar que se corría, a lo que Darío le jadeo

  • Espera, espera, un poco más, un poco más. Tengo aquí mi leche para ti.

Yo al oírlo, rápidamente me quité el condón y me puse delante de mi mujer para que me la chupara. Muchas veces hemos utilizado esa fantasía mientras teníamos sexo, siempre le decía que tenía que mamarla muy bien mientras se la follaban por detrás con una buena polla, así que era la ocasión de hacerla realidad.

Y sí que lo fue. Mi mujer se metió mi polla en la boca y no necesitó ni siquiera las manos, con los envites que le venían de detrás cogió el ritmo y apretó sus labios alrededor del tronco. Inconmensurable la mamada que me estaba dando. Y eso la estaba poniendo aún más cachonda, si es que eso era posible. Se la sacó de la boca un momento y con una mano siguió masturbándola.

  • Te gusta que te la chupe mientras otro me folla, ¿eh? Aquí tienes tu fantasía cariño. Dame tu leche, la quiero en mi boca.

Ya no hizo falta nada más, fue decirme eso y empezar a correrme como nunca. Varios chorros de semen brotaron dentro de su boca, pero la falta de costumbre y la necesidad de jadear por los pollazos de Darío hicieron que tuviera que abrir la boca pero ella siguió exprimiendo mi polla entre sus tetas.

Al instante mi mujer se corrió con un largo y continuo gemido de placer

  • Me cooooooorrrroooooooooooooooo, siiiiiiiiiii, siiiiiiiiiiiiiiii, aaaahhhhhhhhhh.

Paula fue en busca de su marido que ya había agarrado fuerte a mi mujer por las caderas y le estaba dando unos pollazos tremendos buscando su orgasmo. Se puso a cuatro al lado de mi mujer. Darío al verlo se la sacó a mi mujer, se quitó el preservativo y penetró a su mujer para llenarle el coño con su corrida.

Caímos los cuatro en la cama. Mi mujer y yo nos abrazamos y nos besamos. Sabía su boca aún a mi semen. Primera vez incluso para eso. Nos quedamos desnudos en la cama mientras charlábamos un rato, agradeciendo a Paula y Darío su ayuda y su delicadeza. Nos habían hecho gozar como nunca. Al rato ya estábamos todos compuestos y salimos del cuarto. Les invitamos a una copa. No estuvimos mucho más tiempo porque queríamos irnos al hotel. Había sido un día demasiado ajetreado para nuestras costumbres y estábamos agotados. Pero sobre todo lo que queríamos era quedarnos a solas.

Durante el trayecto en taxi de vuelta al hotel nos dimos mil besos entre risas y comentarios con respecto a la noche que habíamos pasado. Dormimos como niños, como hacía tiempo que no lo hacíamos. El día siguiente lo dedicamos a pasear por Madrid. Realmente estábamos satisfechos. Parte de la deuda de tiempo que la vida tenía con nosotros la dimos como saldada. El resto la cobraríamos junto a la familia.

Sé que ha sido un relato largo, pero creo que merecía contarlo con todos los detalles que tenía en mi cabeza porque estas cosas no se repiten. Aun así, estamos deseando poner rumbo a Madrid.