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Deam Vult - La frustración de la Oficial Harper

en Control Mental

NOTA:

Antes de comenzar a leer este relato, me gustaria compartir algo con ustedes, lectores. Este relato es un REEBOT (aunque no se si esté seria el termino indicado) de dos relatos publicados anteriormente: Deosamo: Mala Jornada y Deosamo: Cena con el diablo; los cuales tambien narraban las desventuras de la Oficial Harper.

 La razón por la cual decidí reescribir esos relatos es simple: no me gustaban. De hecho, tardé un par de meses en darme cuenta de esto (estaba casi por la mitad del tercer relato que involucraba a Becca). Y es raro, ya que la primera vez que escribi, revisé y publiqué ambos relatos, uno tras otro, no habia notado lo increiblemente pesados, pretensiosos y aburridos que eran en realidad. Honestamente, era la primera vez publicaba algo que yo mismo escribí, y era malo, lo admito.

 Además, habia un par de cosas que me dí cuenta que no funcionaban: como la voz [MARCADA EN NEGRITA] diciendole a la protagonista lo que debe hacer; la falta de personajes masculinos (salvo mediante breves flashback) hasta el final del segundo relato; el hecho de que, cuando escribia el tercer relato, me daba cuenta de lo mucho que me estaba explayando al relatar solamente UN día en la vida de la protagonista como mascota esclava (y no queria eso); el estiló de escritura, el cual mejoré (un poco); y no se me ocurré más, por ahora.

 Por dichos motivos y más (tener un empleo de oficina mal remunerado, donde tenés que aguantar al tarado de tu jefe no ayuda mucho en tu estado animo para escribir) casi tiro la computadora por la ventana. Sin embargo, recordé la razón por la cual empezé a escribir estos relatos, para afinar mi forma de escribir y tambien para escribir algo tan bueno y erotico como lo escrito por Blackfires (con su serie LAS PROFESIONALES). Por eso no podia rendirme, asi qué pusé manos a la obra y en unas semanas terminé de escribir este relato.

 Y... no diré nada más (al menos hasta el final) para evitar aburrirte. Disfruta el relato, querido lector.

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En su apuro por salir del Departamento de Policía, no notó que su codo golpeó con el brazo a una rechoncha y anciana mujer, la cual estaba por ingresar al establecimiento acompañada por un hombre menudo y canoso: su esposo, probablemente. No obstante, ella oyó a sus espaldas que algo chocaba contra el piso de concreto, seguido por el sonido de unas monedas desparramándose por toda la acera. Todo eso fue acompañado por la voz, colmada de indignación, de la vieja mujer llamándola desvergonzada, y por las disculpas que su pareja profesaba por ella. Mientras se iba de allí a paso vertiginoso, sin darse la vuelta para responderle a la atrevida bruja por insultarla, como lo haría en otra ocasión, percibió el tono temeroso que dominaba la voz del anciano, quién parecía haber notado la irritación que se hallaba en el rostro de la agente de policía.

Le resultaba muy obvio que el anciano se disculpó con ella únicamente porque llevaba puesto el uniforme azul marino de la policía de Boston.

No obstante, a Rebecca Harper siempre le gustó el respeto y el temor que imponía ante la gente, con, o sin, uniforme. Dicha sensación siempre la hacía sentir que sostenía las riendas de su vida. Sin embargo, hoy ese no era el caso.

Este día fue una mierda, pensó irritada.

Durante el transcurso de todo el turno, se había sentido frustrada y molesta. Quizás se debía a que había sido un día tranquilo mientras patrullaba las calles junto a Molly Jameson, su compañera de turno. Una chica blanca de complexión curvilínea, de pelo castaño, y con un carácter compasivo; este último, aderezado por un fuerte deseo de ayudar al prójimo.

Y también era lesbiana.

No está de más decir que Rebecca la odiaba, mucho. No soportaba su sonrisa pícara ni su carácter santurrón, mucho menos su ejemplar desempeño como agente de policía. Pero lo no soportaba de ella, era su abierto deseo por reprocharles a todos en la cara que era abiertamente gay. Incluso se habia atrevido a flirtear con ella en una ocasión, llevándose como respuesta un insulto homofóbico por parte de la oficial Harper; y esta última, a su vez, se llevó una advertencia de la Oficina de Recursos Humanos por instigar de la homofobia.

Esa soplona lamecoños, pensó furiosa al recordar su tortuoso turno con la Oficial Jameson.

Habían recibido pocas alertas de radio de la Oficina Central, crímenes menores que contrastaban con el riesgo habitual que conllevaba su trabajó. Tales cómo resolver una simple disputa entre conductores, donde el dueño de un sedán negro le recriminaba a un joven repartidor de pizza que debía pagar los daños que su vehículo habia recibido al chocar con el vespa del repartidor, u obligar a un par de niños de primaria a pedirle disculpas a un empleado de una tienda de abarrotes por robar unos dulces de la góndola, a los que ella llegó a amenazar con llamar a sus padres cuando se empezaron a poner fastidiosos.

Para Molly, así como para todo agente de policía honrado, ese podía ser un buen día, pero no para la oficial Harper, la imagen de un buen día para algunos era la imagen de un mal día para ella. En otras palabras, la jornada le había resultado aburrida hasta el extremo. Carente de emociones fuertes y adrenalina. Carente de violencia. Carente de excusas para golpear en la cara a los incautos rastreros con los que se topaba a diario, como a esos pandilleros de poca monta que vagaban por Back Bay cuando patrullaba esa zona. Y, principalmente, carente de beneficios económicos por parte de los pobres diablos que tenían las bolas de sobornarla para dejarlos marchar en paz.

Todo eso a causa de que ella iba acompañada por Molly “MarySue” Jameson, la ejemplar agente del orden que el pasado agosto rescató a un bebé, y a su madre, en medio una balacera, tan sólo dos meses después de graduarse de la Academia.

Pero, quizás, lo peor de su día, fue la facilidad con la que ella accedió a realizarle un “trabajito” a Griffin, el baboso cabo a cargo de la armería de la Estación.

Un hombre de complexión mediana, con barba corta y corte de pelo al ras para disimular su madurez, ella calculaba que debía pasar los cuarenta. Tenía un carácter arrogante, tan arrogante que se consideraba así mismo como un erudito en filosofía bostoniana de la vida, como un donjuán con las mujeres y como un Goliat capaz de abatir a tres drogadictos con la devastadora fuerza de su dedo meñique. Además, ostentaba el pequeño aliciente de presumir que poseía sangre irlandesa corriendo por sus venas; en ocasiones, hasta añadía un falso acento europeo en su forma de hablar.

No obstante, para Rebecca -como para la mayoría de los agentes del Departamento de Policía A-1 de Boston- Griffin Dermer no era nada de eso.

Él era un charlatán y un cobarde, ella sabía eso de primera mano, y estaba al tanto sobre los rumores que giraban en torno a él. Rumores que decían que el cabo Dermer tenía en su archivo policial un par de denuncias de varias mujeres por acoso sexual.

Aun así, le extraño la manera en que ese sucio cerdo se acercó a ella con confianza, mientras se dirigía a los vestidores femeninos para cambiarse, y le propuso que lo acompañara al área de las nuevas celdas que estaban construyendo en el subsuelo para, en sus roncas palabras: “…vaciar mis huevos llenos de leche irlandesa en tu sucia boca de zorra negra”.

Habia tardado un momento en procesar esas palabras, ya que lo normal en esa situación hubiera sido que ella lo golpeara en medio de la nariz. Tal como hizo años atrás, en una tarde de primavera, cuando el cabo le dio una nalgada mientras ella salía, curiosamente, de los vestidores femeninos después de cambiarse el uniforme; Rebecca se había puesto unos ajustados leggins negros que dejaban entrever el curtido y redondo trasero que poseía y eso, al parecer, le había resultado irresistible de tocar al Cabo Dermer. Obviamente, él no vio venir el derechazo que la joven oficial le propino entre los ojos, el puño había impactado con tanta fuerza que lo arrojó contra una de las blancas paredes del pasillo. Griffin refunfuño por lo bajo y se atrevió a decirle perra; y en esa palabra, ella pudo notar la incertidumbre y el miedo que nacía en él. Brotó sangre de la nariz del cabo, esté se llevó las manos allí para detener la hemorragia. Rebecca le había roto el tabique, el cual necesitó de tres puntos y dos semanas de licencia para sanar, pero eso no la detuvo de darle una patada en los testículos mientras se hallaba distraído y vulnerable. Fue entonces cuando el hombre de raíces irlandesas cayó de rodillas, el riguroso contacto de la bota derecha de la oficial Harper contra sus frágiles bolas habia provocado eso. Esa vez, aulló de dolor, lo suficientemente alto como para atraer al personal circundante a dónde estaban.

Rebecca lo habría matado a patadas sino hubiera sido por la intervención de los agentes que acudieron al lugar para ver qué pasaba.

Lo siguiente que aconteció ese día fue que el Comisionado Evans la suspendió, tanto a ella como a Griffin, por dos semanas. O, mejor dicho, a ella sola. Ya que al idiota con raíces irlandesas le fue concebida una licencia médica por esas dos semanas, con goce de sueldo incluido, cortesía del ilustre Comisionado Neil Evans; el cual egresó el mismo año, en la misma Academia de Policías, y en la misma clase, que el ahora cabo Griffin Dermer. Una gran coincidencia que no pasó desapercibida para el personal de la Estación, incluida ella, pero que tampoco fue repudiada por estos. Todos sabían las consecuencias que les esperaban si se enfrentaban al Comisionado Evans

Al final, el incidente fue tanto una derrota como una victoria para Rebecca Harper, incluso si fue suspendida, sabía que el cabo Dermer iba a recordar la invaluable lección de que jamás debía volver a dirigirle la palabra, o sus estúpidos coqueteos, sin sufrir las consecuencias.

Pero esta tarde, Rebecca supo que Griffin había vuelto a las andadas.

No pudo negar lo sorprendida que se habia sentido cuando escuchó salir de sus propios labios una respuesta afirmativa a la propuesta de sexo oral de Griffin, en vez de una andanada de insultos acompañadas por un puntapié en los testículos del hombre de raíces irlandesas.

Hasta él estaba sorprendido con mi respuesta, recordó ella claramente. Ahora, mientras caminaba por la acera afuera de la Estación, se arrepentía por su extraño comportamiento. ¿Por qué demonios no lo rechacé?

Le abochorno recordar cómo, sin darse cuenta, habia emprendido su camino hacia las escaleras que estaban al final del pasillo, las mismas que conducían al subsuelo del Departamento de Policía.

Se sonrojó cuando rememoró la forma humillante en la que Griffin reafirmó que la seguía por detrás: dándole una fuerte nalgada que se oyó por todo el pasillo, sacándole un ligero alarido a la sorprendida agente afroamericana. Ella debió sentirse furiosa y temerosa al ser acosada de esa forma, pero no lo hizo. No tuvo ninguna reacción explosiva, algo habitual en ella, para responder a semejante agravio hacia su persona.

Solamente quería llegar abajo y hacerle una mamada a ese cerdo, pensó avergonzada mientras caminaba vertiginosamente por la acera. Desconocía por qué de la nada habia sentido una terrible necesidad por cumplir con la propuesta de un ser tan repulsivo como Griffin. Por qué se habia dejado avasallar tan fácilmente, inclusive cuando el cabo le describía descaradamente como pretendía que ella le hiciera la mamada, ambos descendían por las escaleras.

En el presente, caminaba por la acera en dirección al estacionamiento contiguo al Departamento de Policía de Boston, sin dejar de pensar en lo que sucedió en el subsuelo, en las celdas.

Estaba abstraída en sus pensamientos, ignorando cómo el leve viento del Norte golpeaba su cara y hacia que una gota de sudor de su rostro cayera sobre su clavícula descubierta.

Tal vez por eso me siento tan frustrada. Por haber sido tan dócil y porque acepte chupársela a un cerdo machista como Griffin con la misma facilidad con la que esas putas -de detrás del Hotel Fairmont- aceptan chupársela a los perdedores por $20 dólares.

-Con una gran diferencia: yo se la chupé sin cobrarle -reflexionó con cinismo-, e incluí un striptease a la mezcla -rio sin gracia ni alegría ante su ingenio incontrolable.

Siempre había sido perspicaz para citar comentarios irónicos, o chistes sarcásticos, no importaba la situación en la que estuviera. Era parte de su carácter cínico y grosero.

Se detuvo, a unos metros de la entrada del enorme estacionamiento de cinco pisos, observó lo desierta que estaba Bowker Saint, la calle cerrada por la que entraban y salían los vehículos de la zona, y subió la vista hasta New Chardon Saint, la calle principal que se cruzaba con la anterior, allí había un movimiento invariable de vehículos, atascados en el tráfico, y personas caminando apresuradamente por la acera como hormigas.

Ya debe ser el horario de salida, pensó sin asombro. Alzó su muñeca izquierda para ver la hora en su reloj, un Rolex cromado en plata del año 2005, y distinguió como las manecillas marcaban las 19:08. Será un largo viaje a casa.

Un suspiró cansado escapó de sus labios y un poco de sudor goteó desde su nariz hasta quedar a la entrada de su boca. Iba a limpiarse la transpiración de la cara con el pañuelo que tenía en su bolsillo trasero, pero algo, quizás su sentido común, le decía que no lo hiciera, que esparciría el sudor por el resto de su cara, que esperará hasta hallarse frente a su auto. Eso no tenía ningún sentido, tal como la situación en la que se había hallado no hace ni una hora atrás en las celdas, pero sin saber el por qué, ella hizo caso a ese sentimiento y permaneció con el rostro sudoroso; aunque pasó su lengua por sobre sus labios, para que resultará un poco menos molesto tener suciedad en su cara. Ignoró por completo el agrio sabor de la transpiración, junto con lo extraño de su consistencia, y se lo tragó.

Finalmente, levantó la vista al cielo y se encontró con el crepúsculo abriéndole pasó a la oscuridad de la noche.

Se quedó viendo el alba del otoño a la vez en que pensaba en cómo se sintió cuando, ya delante de la compuerta de entrada a las nuevas celdas, Griffin la volteó en su dirección y la miró fijamente a los ojos por un momento, su mirada habia estado colmada de lujuria. Él era unos centímetros más alto que ella, pero, al fin y al cabo, de bajá estatura para un hombre de Massachussets.

Claro que eso no le impido poner una mano detrás de su nuca, agarrarla por detrás de la cabeza y darle un profundo beso. Él habia unido, forzadamente, sus labios resecos y delgados con los jugosos y gruesos labios de Rebecca. Metió su áspera lengua en su boca, jugueteando con la suya en una violenta danza, y usó su saliva (50% irlandesa) para invadir su indefensa garganta. El poco robusto cuerpo del cabo abrazó su curvilínea figura femenina, la cual chocó con los barrotes de la compuerta de entrada. Griffin gruñó de placer y, en ese momento, ella notó la erección que estaba debajo de los pantalones reglamentarios del hombre.

Rebecca no reaccionó cuando el cabo Dermer le pidió que le hiciera una mamada en las celdas, o cuando este sobó su trasero con sus grandes y embrutecidas manos, pero si reacciono por ese beso. Ese beso atrevido y repugnante provocó una agitación en ella, una emoción con la que constantemente sus compañeros en la Fuerza la familiarizaban: la ira.

Emergió de su subconsciente como un volcán y fue lo suficiente fuerte como para anular su extraña necesidad de cumplir con la propuesta de Griffin. No entendió el por qué, pero si entendió que debía sacarse a ese cerdo de encima y darle un escarmiento por todo lo que le hizo en sólo un par de minutos. Lo empujó con las manos, la leve iluminación del pasillo le habia mostrado la expresión de sorpresa que el repulsivo hombre habia puesto.

Él no esperaba que hiciera nada, pensó en la actualidad. Tenía la vista levantada hacia el atardecer, pero su mente estaba en otra parte; en la escena que tuvo lugar no menos de una hora atrás.

Griffin había chocado de espaldas contra una pared, habia visto como la sorpresa en su cara fue reemplazada por el terror. Rebecca sabía que su mirada rebosante de furia habia provocaba el miedo en los ojos del cerdo que le había puesto las manos encima. Recordaba que habia tenido una sensación de Déjà vu al comparar el incidente que tuvo lugar años atrás con esa escena; con la diferencia de que la nariz del cabo Dermer seguía intacta, aunque eso era algo que ella tenía intenciones de cambiar.

Ella lo sabía, él lo sabía, y ambos sabían que el personal de la Estación no rondaría por esos pasillos a esa hora. No solamente porque ese lado del subsuelo estaba siendo renovado, sino también porque los obreros, que estaban construyendo las nuevas celdas, no volverían hasta la mañana siguiente.

Por lo que Griffin quedó a su entera merced.

El cerdo le habia ladrado que se quedara quieta: como si fuera una mascota que podía poner en su lugar, y eso sólo la encolerizó mucho más. Caminó hacia él tranquilamente, con la misma elegancia con la que un felino acecha a su presa, hasta encontrarse frente al cerdo, o, mejor dicho, sobre él. Puesto que Griffin seguía en el suelo, soltando palabras y ordenes sin sentido con ese ronco y falsó acento irlandés que definía su estupidez. Trató de evitar desesperadamente, la mirad cargada de odio que estaba en los ojos de Rebecca. Pero no tuvo éxito, ya que ella encontró su mirada. Sus claros ojos grises se cruzaron con los ojos avellanados del barbudo, notó el terror en ellos y le dirigió su mejor expresión facial de “estas jodido”.

Fue entonces cuando a Rebecca le pareció que el cabo Dermer al fin se dio cuenta del lio en el que se habia metido. Habia presenciado como él se encogido de miedo; lo cual le recordó a una tortuga cuando se contrae dentro de su caparazón, pero sin la efectividad de contar con esa protección biológica.

-Estas muerto, gordo de mierda -dijo en tono bajo y rabioso, con lentitud, para provocar mayor pavor en su víctima. Esa era su técnica de intimidación usual.

Pero antes de que Rebecca contrajera el brazo derecho hacia atrás, con la intención de ganar el impulsó suficiente para volver a romperle la nariz al cerdo de raíces irlandesas, ella escuchó la voz más tranquilizadora y encantadora del mundo.

-Quieta -dijo alguien en el pasillo poco iluminado.

Ella habia volteado la cabeza para buscar al dueño de esa voz, al cual encontró viéndola, con ojos impasibles, a veinte pasos de donde ella estaba parada. Un hombre era dueño de dicha voz, y él estaba parado en medio del pasillo poco iluminado.

La oficial Harper habia posado la vista en él, pero, tal vez por la ausencia de la luz, ella no reconoció a ese hombre. No obstante, hubo algo extraño en esa persona. Algo que le resultó familiar.

Y tal vez por ese motivo obedeció su sugerencia.

No puedo recordar su cara, recapacitó en el presente.

Le tomó unos minutos darse cuenta de que estaba tardando demasiado en ir a buscar el auto para conducir hasta su departamento en Downtown, y también para limpiarse el cargante sudor sobre su rostro, por lo que la oficial Harper entró al estacionamiento.

Se detuvo delante de la cabina de peaje de la entrada, donde el cabo Hyde, un viejo canoso y taciturno, que actuaba como vigilante del establecimiento, leía un periódico deportivo. Ella buscó un boleto en su bolsillo, lo halló y se lo mostró al vigilante. El viejo se tomó su tiempo para perforar el pequeño pedazo de papel reciclable, sin siquiera detenerse a ver el mismo, o a su portadora, ya que tenía sus ojos fijos en un artículo que redactaba los resultados del juego de futbol americano de la noche anterior.

“Patriotas de Nueva Inglaterra pierden contra los Acereros de Pittsburgh” redactaba la portada.

Incompetente, hijo de puta, pensó rabiosa en cuanto el viejo cabo le devolvió el boleto, sin prestarle atención, de nuevo. Y, tal vez, por primera vez desde que lo conocía, eso era algo bueno. Rebecca caía en la cuenta de que no quería que nadie viera su aspecto, ni su rostro sucio por el sudor. Menos un imbécil incompetente como Hyde.

Ella odiaba a Hyde, no por una razón en especial (como a Griffin) sino porqué esté solía actuar indiferente ante los demás agentes de la ley, incluso ante los Capitanes de Distrito, como si fuera el dueño del lugar. Cada vez que estaba frente a la cabina de peaje, se preguntaba como un inútil como ese podía seguir conservando su empleo, incluso cuando escuchaba rumores de autos que habían sido robados delante de sus narices. Entonces, nuevamente, le venía a la mente la cara del Comisionado, ya que resultaba que Leonard Hyde era un amigo íntimo de Evans, lo cual se explicaba fácilmente.

Por suerte para Rebecca, sólo tenía contacto con el vigilante porque necesitaba que le diera un boleto o lo perforada, para así poder entrar y salir del lugar; todo esto, evidentemente, sin que Hyde levantará la vista de su habitual revista deportiva.

Si fuera por mí -pensó con rencor, mientras el sudor escurría por su cara-, te hubiera puesto de patitas en la calle desde hace mucho, chupavergas.

Ella pasó al lado del cabo Hyde y siguió su camino con prisa.

Giró hacia su izquierda, donde se extendía el amplio estacionamiento: un piso de asfalto rodeado por paredes de concreto, aunque con la fachada abierta del lado oeste, y columnas de hormigón pintadas de naranja, las cuales sostenían toda la estructura. Ella subió por las escaleras del costado hasta llegar al tercer piso.

Allí, la oscuridad de la noche empezaba a filtrarse por él lugar, suponía que era a causa de que algunos focos del techo debían estar quemados. Pese a eso, no tardó mucho en encontrar su auto entre los pocos vehículos que aún quedaban a esa hora. Después de todo, no era difícil encontrar un Toyota Etios de color rojo en un estacionamiento casi desierto.

La oficial Harper fue caminando a donde estaba aparcado su vehiculó. Sentía la temperatura fresca que estaba en el ambiente, pero lo ignoró, como a la suciedad húmeda en su rostro, y siguió caminando. A mitad del trayecto, un repentino tirón en su pie izquierdo la obligó a detenerse, tuvo que hincar la rodilla diestra en el suelo para evitar caer de frente contra el asfalto.

-¡Mierda! -grito dolorida.

Rebecca se había golpeado el tobillo poco antes de salir de la Estación: tropezó con el último peldaño de las escaleras cuando subía hasta la planta baja, mientras se abrochaba el cinturón de los pantalones. En ese momento, si se había caído, pero las palmas de sus manos, y rápidos reflejos, evitaron que su cabeza chocará directamente contra el duro piso de baldosas color crema de la Estación; lástima que su tobillo no tuviera tanta suerte. No había sentido el golpe en el tropiezo, pero ahora el dolor le estaba pasando factura a su cuerpo.

Y todo eso había pasado porque su mente estaba demasiado distraída y anonadada cuando pensó en todo lo que había hecho en las celdas. 

-¿En qué diablos estaba pensando? -murmuro, preocupada por sus acciones insensatas.

Ella se arrodilló y frotó su tobillo con prontitud, esperaba que el calor que generaba la fricción de sus manos no tardara en relajar sus tendones entumecidos.

Rememoró lo extraña que se sintió cuando ese misterioso hombre la miró fijamente con esos oscuros ojos.

Era un hombre blanco, de facciones duras, tenía el pelo negro y corto, y su barbilla denotaba que estaba sin afeitar. De hecho, los pelos de su mentón, en su mayoría grises, le sirvieron para calcular que estaba adentrándose a los cincuenta. Algo en ese desconocido le habia resultado familiar, lo sabía en su interior, pero no reconocía de dónde.

Recordaba la sensación de seguridad y comodidad que percibió cuando lo vio por primera vez. La impresión de confianza que le producía su sola presencia. La inexplicable necesidad que sentía por complacerle en todo lo que le pidiera, junto con la intensa ansia de ser recompensada por ello.

Tal vez lo hice porque era muy guapo, pensó, sin pensar realmente. Tan guapo que me gustaría que me cogiera como una perra en el Fenway Park.

Relamió sus labios al imaginar como seria realizar semejante escena en público con ese ejemplar de macho. Imaginaba lo que dirían los miles de espectadores del estadio de los Medias Rojas ante tal espectáculo, lo que dirían los cientos de miles de personas al ver su acto sexual en vivo por televisión, lo que dirían los millones de personas en la red al ver como se la cogían por el culo como a una perra en celo.

Ella jadeó cuando sus dedos masajearon, por encima de su calzado, la zona del pie donde se habia golpeado.

Su mente volvió a pensar con coherencia, se ruborizó al darse cuenta lo que habia imaginado. Sacudió la cabeza para acomodar sus pensamientos.

¡Por Dios! ¿En qué diablos estoy pensando? Estaba horrorizada por ser capaz de imaginar semejantecosa.

Inconscientemente, ella sentía cierta atracción por el exhibicionismo público de su cuerpo mientras este era usado por un hombre, o varios, aunque ella nunca lo admitiría. Y cómo toda mujer adulta, Rebecca Harper tenía ciertos pensamientos lascivos que, a veces, terminaban por transformarse en elaboradas fantasías sexuales. La más irreal de ellas, era imaginar que un grupo de sucios pandilleros la secuestraba mientras patrullaba las calles, la despojaba de su uniforme, rompiendo sus prendas en el proceso, y se la cogían en un lugar público; a veces en un callejón, otras veces en un bar, pero la mayoría de las veces en medio de una calle, a la vista de docenas de peatones. Mientras que la más común, era que un compañero de la Estación (usualmente Jerry Miller) se la cogiera en los vestidores masculinos, al mismo tiempo en que el resto de los agentes veía y aplaudía el acto que se estaba llevando a cabo frente a ellos.

Sin embargo, Rebecca Harper no era una mujer que fantaseada con tener sexo en medio del Fenway Park, mucho menos con un hombre que ni siquiera conocía. Ella sabía que esas fantasías no eran más que el fruto de su retorcida imaginación, creadas a partir de los momentos más inactivos de su vida sexual.

Jamás, en mi maldita vida, tendría sexo en medio de un estadio, con miles de tarados viendo mi culo, juró en silencio, segura de sus palabras. Justificaba dichos pensamientos con lo que hoy habia sucedido.

Pero tal racionamiento volvió a quedar en el olvido al imaginar, nuevamente, el hipotético escenario donde ella era cogida a la vista de miles de personas, sobre el verde césped del campo de beisbol, por ese espectacular hombre.

O imaginaba lo que hubiera pasado si ese hombre la hubiera tomado en el pasillo.

Me hubiera encantado eso, que me cogiera allí mismo, delante de Griffin, pensaba, otra vez sumergida en los oscuros recovecos de su mente. Eso le hubiera enseñado a ese cerdo repugnante que yo solamente cojo con un hombre de verdad.

Antes se habia preguntado el por qué no habia golpeado a Griffin, pero ahora lo sabía: no lo habia golpeado por que le gustó obedecer a ese hombre.

Le resultaba extraño que siendo una mujer ruda, independiente y dominante, como sólo Rebecca Harper podía serlo, tuviera ese apetito oculto por obedecer los deseos de un hombre que apenas conocía. Porque eso es lo quería en ese momento: obedecer.

Y eso hizo, cuando ese ejemplar de macho le dijo…, no, le ordenó, como antes un rey debía de ordenarle a una sirvienta plebeya, que ayudará a Griffin a levantarse del frio suelo de baldosas, ella lo hizo, con cierta renuencia por tocar al cerdo que la había humillado, pero lo hizo.

Inmediatamente después de ayudar a Griffin, el misterioso hombre le dio una mirada incomprensible al cerdo de raíces irlandesa; vio cómo su rostro, antes rebosante de miedo por ella, palideció al encontrar los ojos de ese hombre. Habia notado que Griffin podía haber conocido a ese hombre, pero, extrañamente, no se habia animado a preguntar.

Entonces, el cabo con barba corta caminó hasta estar adelante de la compuerta de barrotes que daba a las celdas y sacó una llave de su bolsillo, Colocó está ultima en la cerradura y abrió la entrada por completo.

Griffin le sonrió burlonamente, al parecer habia vuelto a recuperar esa personalidad tan insolente que lo caracterizaba, se situó a un lado de la entrada, inclinó su torso hacia delante, apuntó con las manos a la puerta y le dirigió una reverencia irónica.

-Adelante, miladi -dijo con falsa elegancia, en ese detestable y falsó acento irlandés. -Espero con ansías su presencia en estos aposentos para que podáis deleitarme con una noble mamada. Oh, también espero que hayáis traído enjuague bucal, Lady Zorra Negra. Lo necesitareis -termino esa declaración simulando, con su mano izquierda, un vulgar movimiento en su boca.

Ese hijo de puta se atrevió a reírse en mi cara, pensó en el presente, asqueada al recordar su expresión.

Rebecca sabía que habría desenfundado su Glock 37 -el arma reglamentaria para todo agente de Policía de Estados Unidos- y descargado toda la munición en el cuerpo del imbécil con barba sino fuera porque ese ejemplar de macho habló.

-Ve hasta el fondo de las celdas, y espéranos.

Ella obedeció y atravesó la compuerta de entrada, recibiendo una nalgada por parte de Griffin. Se hubiera volteado para insultarlo o romperle la nariz, pero quiso llegar al fondo de las celdas primero.

Ahora se daba cuenta que habia elegido, sin saberlo en el momento, la obediencia y la sumisión antes que la venganza, o la violencia.

-Mucho mejor -suspiró la agente afroamericana, en medio del estacionamiento casi vacío. El calor de sus manos había llegado a sus ligamentos dolidos y disfrutaba de aquella temporal sensación de recuperación.

Ella se paró, apoyando todo el peso del cuerpo en la otra pierna, la sana, y alzó el pie golpeado en el aire. Flexionó el tobillo hacia delante y hacia atrás, arriba y abajo, por unos segundos, y después apoyó el pie sobre el oscuro asfalto. El masaje sirvió a su propósito, y si bien le seguía doliendo un poco, ahora era un dolor soportable.

Retomó la marcha, lentamente, un paso a la vez para evitar un mal movimiento. Delante de su auto, más específicamente frente a la puerta del conductor, tuvo la necesidad de limpiarse el sudor de la cara.

Sacó un pañuelo de su bolsillo, acercó su cara al vidrio de la puerta del Toyota para ver mejor su reflejo y limpiarlo, ya que el lugar donde habia estacionado el auto estaba oscuro, y quedó estupefacta con lo que vio.

-¡Por mi puta madre! -Dijo en voz alta, casi gritando, demasiado perpleja para controlar el volumen de su voz, demasiado perpleja para hacer nada más que ver su rostro reflejado en el vidrio polarizado.

Frente a ella, se hallaba el rostro, estupefacto, de una mujer afroamericana en sus 28 años. La misma tenía su oscura melena suelta y enmarañada. El frente de su camisa de mangas largas, azul marino, estaba abierto; dejando su sostén celeste, copa C, a la vista de cualquiera que tuviera la fortuna de verla. Pero todo eso no era ni la mitad de alarmante que lo que se hallaba en medio su atractivo rostro con forma de corazón.

Una sustancia, blanca, viscosa, contrastaba con el oscuro tono de su piel de ébano en medio de su semblante; y sabía muy bien que hasta un retrasado mental podría señalar que, definitivamente, no era sudor.

Era semen.

Hay semen en mi puta cara, pensó perturbada mientras veía, todavía sin creerlo, como la viscosa materia se extendía desde su frente libre de imperfecciones hasta su barbilla regular y poco pronunciada.

Asimismo, también su mejilla izquierda se encontraba corrompida por la materia, pero allí la semilla permanecía inerte. Su pequeña y delgada nariz tampoco se habia librado de la secreción, y lo mismo ocurría con sus sonrosados y gruesos labios.

Se quedó embobada viendo como una gota de semen caía de sus labios, trazando una pegajosa línea por su mentón, hasta caer sobre en su escote. Gracias a eso, notó que su uniforme también tenía algunas manchas de semen, algunas resecas, pero las que estaban más próximas a su seno derecho se veían… frescas.

-Esto es mucho semen-expresó estúpidamente, aún boquiabierta ante su propia imagen.

Finalmente, recuperó la sensatez.

Volteó la cabeza a ambos lados, buscando paranoicamente si alguien la había visto, o la habia seguido hasta el estacionamiento para verla en esa circunstancia, pero no encontró a nadie. El lugar estaba vació. Ella estaba sola. Y esperaba que siguiera así, al menos por un minuto.

Se sintió idiota por el hecho de que había caminado desde la Estación hasta allí con eso en su cara.

Se apuró en limpiar los restos de semen con el pañuelo, procurando, ridículamente, no manchar sus manos con la secreción. Olió, sin quererlo, el fuerte hedor de la sustancia al ser removida. Sintió arcadas en su garganta y tragó, degustó, distraídamente, el acre y salino sabor que sólo una verga podía secretar, cayendo en la cuenta de que su rostro y uniforme no eran lo único corrompido con leche irlandesa.

Se sentía sucia.

-Ahora sé porque esa vieja bruja me llamó desvergonzada -murmuro, hastiada consigo misma.

Rebecca sabía que esa anciana y su aparente esposo la habían visto así, esperaba que ninguno de ellos le hubiera dicho nada al resto del personal que quedaba en la Estación. En realidad, si así fuera, no importaba. Después de todo, era la palabra de un par de ancianos contra la de una oficial de policía condecorada.

Rebecca podía salir de esa situación simplemente mintiendo.

Recapituló en sus memorias si, después de su “labor” con Griffin y ese hombre misterioso, se había cruzado con alguien más a parte de esa pareja. No tardo en averiguar que, afortunadamente, ese no era el caso; si bien tuvo contacto con el cabo Hyde, esté no contaba porque ni siquiera se habia dignado a verla.

No era un resultado demasiado alentador, pero aun así se sintió aliviada con ello.

-Suertuda -expreso ácidamente. Se preguntaba qué demonios pasaba por su cabeza para ignorar algo como eso.

Terminó de limpiar su cara, y parte de su busto.

Arrojó el pañuelo descartable a un lado y se dispuso a buscar las llaves del auto, lo único que deseaba ahora mismo eran tres cosas: llegar a su apartamento, darse una larga ducha, esperando quitar la vergüenza que apestaba en ella, entre otras cosas, y dormir.

Incluso con todo el remolino de emociones y eventos que había tenido, no solamente en el día de hoy sino también en toda la semana, lo único que deseaba, más que nada en el mundo, era aprovechar los tres días de descanso que tenía para dormir. Podía hacerlo, obviamente. Hoy era su último turno de guardia en la semana, y si sumaba el día de descanso que habia obtenido cuando le hizo un favor a la Capitana Sanders (su encargada de sesión) tenía en total tres días de descanso para ella sola.

Más vale que ninguno de los miembros de La Familia me molesté este fin de semana. Incluso si el mismo Jarlath Higgins se presenta frente a mi puerta, juró que se la cerraré en la puta nariz, pensó extenuada.

No encontró sus llaves en el bolsillo frontal derecho del pantalón, donde siempre las guardaba. Tampoco en el bolsillo del lado izquierdo. En los bolsillos de la parte trasera sintió el contacto del cuero sintético de su billetera, pero no las llaves.

-Oh, mierda.

Metió las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, sin encontrar nada, excepto por un billete de cinco dólares, una galleta de chocolate a medio comer y varias infracciones abolladas de color amarillo; “multas canceladas”las llamaba, porqueen eso se convertían cuando algún automovilista le pagaba para evitar ser multado mientras ella patrullaba las calles sobre una de las motocicletas de la Estación.

Estaba empezando a sentirse exasperada.

Quizás se me cayeron, intentaba convencerse de eso, pero no era tan descuidada con sus pertenencias como ahora le hubiera gustado serlo.

A pesar de conocerse demasiado bien, giró sobre sus pies y caminó unos metros por el lugar de donde habia venido, revisando con su mirada el oscuro asfalto del piso al mismo tiempo en que volvía a revisar los bolsillos de su pantalón, sacando la tela de estos y tirando su contenido al suelo. Llegó a la zona donde antes se había arrodillado, dándose cuenta de que el dolor en su tobillo ya no le molestaba; parecía que el mismo le daba tregua para afrontar este problema.

Sin embargo, no encontró nada.

-Juró que las tenía en mi…

Detuvo su balbuceo y lo recordó. Recordó donde estaban sus llaves o, mejor dicho, quien tenía sus llaves.

-Ese tipo -pronunció torpemente. -¡Ese divino hijo de puta tiene mis llaves!

Frotó su mano diestra sobre la izquierda, rememorando el fogoso contacto que sintió en su piel luego de que ella le dio sus llaves al hombre. Él se las habia pedido, poco después de que este último y Griffin llegarán hasta el fondo de las celdas. 

El fondo de las celdas, por lo que ella habia escuchado, estaba mal construido. El arquitecto habia cometido un error, o tal vez los obreros, ya que la compuerta de ingreso por donde ellos habían entrado estaba mal ubicada, esas habían sido las palabras que el Comisionado Evans le había dicho a un pobre obrero, cuando esté último se lo encontró en el pasillo de arriba por accidente. Según Evans, el acceso a las celdas debía comunicarse con las escaleras que daban al ala este del subsuelo de la Estación; todo lo contrario, a como estaba en este momento.

Tal vez por eso ella habia visto un alijo de mazos, barrotes y otras herramientas cerca de una vieja pared, para derribarla y construir la entrada correspondiente. Dichas herramientas estuvieron al frente suyo todo el tiempo en el que estuvo allí abajo, aunque dejó de prestarles atención cuando el hombre, al tomar las llaves, tocó su mano.

Ante ese contacto, habia sentido como su cuerpo era sacudido por una intensa corriente eléctrica; aunque más que dolor habia sentido todo lo contrario. Sintió como la comodidad y seguridad, que percibía cuando el hombre la miraba fijamente a los ojos, se duplicaba, junto con el insensato, pero muy atrayente, deseo de complacerlo.

Esas emociones fueron acompañadas por algo más intenso, algo que emergió de ella como un geiser del parque de Yellowstone expulsando agua hirviendo: excitación.

Me sentí cachonda cuando toqué a ese hombre, sentía como sus mejillas se calentaban. Ese galán encantador debe tener suerte con las mujeres.  

Recordó al hombre metiendo las llaves en uno de los bolsillos de su traje negro. Luego él habia alzado la mano zurda para ponerle un mechón de pelo detrás de la oreja y acercarse, más íntimamente a ella, con la intención de decirle algo al oído.

Posteriormente a eso, no recordaba las cosas con claridad. No porque las hubiera olvidado, sino porque sus memorias parecían procedentes de un sueño muy vivido.

Sus recuerdos eran muy nebulosos y oníricos, y aunque comprendía lo que habia hecho, con quienes lo habia hecho y que le habían hecho, era como si en esos momentos ella estuviera en piloto automático. Como si ella, la jodida Oficial Harper, hubiera sido reemplazada por otra persona completamente distinta, por una criatura llena de lujuria. Por una zorra cachonda.

No sabía la razón, pero sospechaba que esas simples palabras, expresadas en su oído por ese galán, tenían algo que ver con ello.

¿Qué es lo habia dicho? Trató de revivir sus recuerdos recientes para encontrar las palabras que habían despertado una inusitada pasión en ella.

De repente, esas palabras tenían mucho significado para ella. No sabía el por qué, otra vez, ni estaba segura de querer encontrarlas, pero tenía que buscarlas. Un pensamiento en su cabeza le decía que era una clave, aunque no entendía por qué era una clave, ni para que serviría.

Indagó un poco más en su memoria, pero no halló nada útil.

Al menos, no hasta que sintió como un ligero dolor de cabeza la golpeaba inesperadamente.

Se sintió mareada, atacada, como si algo tratará de introducirse en su psique. Era abrumador. Era doloroso. Era…

¿Una pista? Pensó confundida cuando el dolor en su cabeza desapareció y algo nuevo surgió en su cabeza.

Una idea. Un plan que a Rebecca Harper le parecía estúpido, aunque a otra parte de ella le parecía lógico, extrañamente lógico.

Si puedo recordar todo con claridad, entonces vale la pena, aceptó al fin. Si bien ella le habia tenido que chupar la verga a Griffin, aceptaba que esa situación habia sido muy placentera. Tal vez pueda volver a sentirme así de nuevo.

La excitación empezó a invadirla, lo sabía porque su cuerpo se estaba poniendo sensible. Sentía el calor invadiendo su sexo y a sus pezones endurecerse.

Caminó unos metros, hacia la zona de atrás del piso, lejos de la pista de entrada de los vehículos y de las escaleras que la llevaron al tercer piso. Era la parte más oscura del estacionamiento, la falta de bombillas encendidas en el techo se lo confirmaban, era el lugar indicado para lo que necesitaba hacer.

Su idea consistía en recrear en el estacionamiento lo que sucedió en las celdas. Ella sabía que era estúpido y arriesgado, ya que cualquiera otro agente podría subir para recoger su auto y ver lo que ella estaba haciendo. En el mejor de los casos, seria despedida de la fuerza, o, en el peor de estos, procesada y encarcelada por cometer el delito de exhibicionismo publico; habia presenciado delitos así en los tres años que tenía en la fuerza, y, en una ocasión, ella misma habia infringido esa ley (una noche, en un parque), pero esta situación era totalmente arriesgada.

Es un riesgo, pero necesitó hacerlo, pensó exasperada. Necesitó recordar las palabras de ese galán. Es mi obligación, ratificó para sí misma.

Cerro sus ojos, ya que eso formaba parte del plan, y se concentró en revivir el momento en que él hombre soltó esas palabras.

Empezó a mover las manos sobre su cuerpo, para auto-estimularse y recordar con mayor claridad esas palabras.

Mejor dicho, clave, se corrigió mentalmente.

Era una clave, tenía que serlo.

Dos palabras, cinco silabas, ahora aparecían en su cabeza, pero no desconocía su significado.

Aun así, le bastó saber que este método funcionaba. 

Apostó la mano zurda sobre el hombro derecho, su antebrazo se acomodó sobre su busto, sobre sus senos. Pudo sentir lo duros que estaban sus pezones, incluso cuando el sostén y la chaqueta recubrían su pecho.

Recordó más: un término. Dos palabras que se usan para denominar a una especie de felino de las selvas africanas, aunque ella sabía que el animal también vivía en las Amazonas; veía Animal Planet en algunas ocasiones, especialmente, cuando fumaba ciertas sustancias que podrían meterla en problemas si un civil la viera aspirar eso fuera de su apartamento. Tenía visualizado al animal en su mente, veía su aspecto: pelaje negro como la noche, cola larga.

Sus manos empezaron a jugar con sus senos, los apretaba y después los soltaba, para rápidamente volver a apretarlos. Sus senos estaban siendo amasados por sus fuertes manos, gimió ante su propio contacto.

Imaginaba que las manos, que la estaban tocando, pertenecían a ese extraordinario galán.

Rebecca volvió a gemir cuando presionó sus senos por treceava vez.

Ahora, en su mente, veía orejas rígidas y puntiagudas, junto con los ojos amarillos como el ámbar, y supo que todos esos rasgos pertenecían a un animal de especie felina. Incluso sabia de que animal se trataba, uno cuyo nombre le era muy fácil de recordar.

Pero le resultó imposible encontrar su nombre.

Casi lo recuerdo, pero necesito más, pensó decidida y exasperada, sabiendo lo cerca que estaba por encontrar la clave. Necesito más estimulación, necesito más placer, necesito masturbarme. Es mi obligación.

Ella volvió a gemir, esta vez más alto, cuando pellizco su pezón por encima de la camisa azul marino, esperaba que nadie la hubiese visto por el momento. Su otra mano viajó hacia el sur, metió la misma en el pantalón reglamenta, en sus bragas, y empezó a darse placer.

-Oh… -suspiro Rebecca.

Acariciaba sus labios inferiores, tiraba de sus vellos y se daba leves toques en su hinchado y mojado botoncito rosa. Siempre hacia eso cuando comenzaba a masturbarse en su cama, o la bañera, al menos unas tres veces a la semana; aunque en estos últimos días, ella habia aumentado tanto esa cantidad que habia perdido la cuenta del número de veces en las que se masturbaba por día.

Introdujo el índice dentro de su coño, ya mojado y listo para ser usado.

-Uff… -resoplo, haciendo un esfuerzo por no subir el volumen de su voz. Su espalda se arqueo cuando sintió que su vagina era invadida.

Otro dedo se sumó al anterior, el dedo corazón, y ella gimió de nuevo, con más placer.

Ambos dedos emprendieron la marcha por su oscura caverna. Sus labios inferiores trataron de apresar a los invasores, trataron de retenerlos, de sostenerlos y adherirse a ellos, pero estos los esquivaban moviéndose hacia la salida, y luego volvían a entrar, y luego a salir; y esa estrategia las usaría hasta el cansancio. Los dedos esquivarían hábilmente las emboscadas de los guardianes de esa húmeda caverna, a ritmo lento y pausado para luego pasar a ser mucho más agiles y audaces.

-Oh, si… -jadeó de placer.

El resto de su cuerpo se movía en concordancia con la batalla que tenía lugar entre sus piernas.

Asimismo, otra batalla tenía lugar a la altura de su corazón, una lucha entre una fuerza imparable contra un objeto inamovible; mejor dicho, contra un par de objetos inamovibles. Su otra mano estaba manoseando sus senos por debajo del uniforme, por debajo de su sostén. Ahora pellizcaba sus pezones con más fuerza, los estiraba, los giraba entre sus dedos y les daba golpecitos con el índice.

Bajo esas circunstancias, sus gemidos fueron en aumento. Ignoraba si alguien la habia oído, aunque se dio cuenta de que tampoco importaba.

Habia sudor en su frente, sus pómulos estaban sonrosados y se mordía el labio inferior. Su rostro delataba lo mucho que disfrutaba de esto, lo mucho que disfrutaba de masturbarse en un lugar público.

Y de la nada, a medida que las batallas, reñidas por sus manos, estaban a punto de ser ganadas a coste de degaste, ella empezó a recordar. Empezó a recordar cual era el nombre de ese felino que vivía en las selvas africanas.

Curioso, ya casi habia olvidado que se tocaba porque necesitaba recordar el nombre de ese animal.

-¡Pantera! -expresó jadeando, casi gritando, mientras tomaba breves bocanadas de aire. No pudo decir el nombre entero.

Arriba, sus pechos golpeados, sus pezones estaban siendo torturados, pero su mano izquierda estaba ganando la batalla. Su sostén ahora estaba a la altura de la clavícula y el escote de su camisa estaba abierto, no sería ninguna sorpresa para ella, ya que sabía que la mitad de los botones de la prenda debían estar en el piso de las celdas de la Estación. De todas maneras, sus pechos quedaban a la vista de todos los que podrían pasar por ese piso.

Más abajo, su otra mano estaba logrando una victoria aún mayor, gracias a la lubricación que su coño les estaba otorgando. Sus labios inferiores, debilitados pero muy activos, en pocos minutos se habían enfrentado a la fricción provocada por las docenas de expediciones que sus dedos hicieron dentro de su sexo.

Y, unos centímetros más arriba, su clítoris subsistía a base de leves roces con el pulgar, pero eso cambio en el siguiente segundo.

-¡Negra! –Gritó fuertemente cuando sintió cómo un dedo índice y un dedo corazón se cerraron, cómo una pinza, sobre su sensible campanilla.

El dolor instantáneo que sintió ante tal interacción la llevó a abrir los ojos, y fue entonces cuando se llevó una vergonzosa sorpresa.

Ese hombre, ese encantador galán, estaba justo allí, frente a ella. La veía, con esos hipnotizantes ojos negros, fijamente, mientras usaba su mano izquierda para aprisionar su hinchado clítoris.

Esa atrevida maniobra la hizo sentir molesta con ese hombre, por lo que trató de llevar ambas manos para sacárselo de encima. Pero antes de que pudiera reaccionar, el hombre apretó su clítoris con mayor fuerza, quitándole un jadeo a la oficial Harper, y dijo:

-Córrete.

Rebecca no pudo hacer otra cosa más que obedecer, no porque quisiera, ahora era muy consiente que deseaba estar en cualquier otra parte que no fuera en este sucio estacionamiento mientras un desconocido la retenía por su botón rosado, sino porque debía hacerlo para que su cuerpo pudiera liberar un maravilloso orgasmo.

Su cuerpo se convulsionó, su espalda se arqueo mucho más, sus piernas se doblaron un poco y su boca emitió un gran gemido de placer, ya sin importarle, por un instante, si alguien la llegará a escuchar. Sus fluidos salieron disparados de su sexo, como un geiser, y sus bragas quedaron empapadas por ellas, junto con sus pantalones.

Siguió estremeciéndose, ante los efectos de ese orgasmo continuo, hasta que al fin termino.

Jadeaba y trataba tomar aire, con la cabeza gacha y las manos en las rodillas para mantenerse en pie, ya libré de la implacable mano de ese desconocido.

Por un momento, olvidó donde estaba, hasta que alzo la vista hacia arriba y vio a ese hombre. Se sintió humillada y mortificada por estar tan vulnerable en presencia de un extraño. Más bien, se sintió furiosa por dejar que ese hombre le brindada un orgasmo sin su consentimiento. A decir verdad, por segunda vez en el día, tenía ganas de matar a alguien.

Y lo haré, voy a golpear a este hijo de puta hasta que…, un repentino pensamiento surgió de la oscura penumbra de su mente para iluminarla.

Ya sabía por qué ese hombre le era tan familiar, ella lo conocía de un trabajo que hizo para La Familia hace tan solo un par de meses. Le sorprendió que ese tipo siguiera vivo después de lo que ella le habia hecho. 

No puede ser, pensó atónita.

-Tu eres… -esas dos únicas palabras fueron las que alcanzo a balbucear antes de que el hombre la interrumpiera.

Con dos palabras.

Un nombre más bien, un término que se usa para referirse a un gran felino de pelaje negro. Una clave que ella captó de inmediato.

-Pantera Negra -dijo el hombre, con voz calmada y sonriendo arrogantemente.

Rebecca Harper sintió como un intenso dolor de cabeza la golpeó como un tren, era un dolor tan abrumador que todo pensamiento que habia tenido hasta ahora estaba desapareciendo. No podía ni articular un solo pensamiento racional, o irracional. Era como si algo en su cabeza estuviera succionando su esencia su mente.

Finalmente, el dolor desapareció, ella volvió a enderezar su figura.

Sus ojos grises y vacíos revelaban que Rebecca Harper habia quedado libre de toda cadena de pensamientos que la hacían la mujer que ella era. Por el contrario, la hermosa afroamericana que ahora estaba frente a ese misterioso hombre era otra persona completamente distinta.

Una mujer dispuesta a hacer lo que sea con tal de complacer a ese hombre. A su amo. A Su Señor.

-¿Qué es lo que le ocurre? -preguntó otro hombre a lo lejos.

No podía verlo desde su perspectiva, porque ella le estaba dando la espalda, pero por su tono de voz pudo saber, el cual estaba condimentado con un atractivo acento irlandés, que el recién llegado estaba sorprendido cuando la vio a ella y a su amo.

Sintió un ligero escalofrió recorrer su cuerpo, empero, no se cubrió los pechos desnudos, o se acomodó la ropa para verse más decente, en presencia del nuevo invitado simplemente porque su amo no se inmuto ante esto, y también porque ella conocía a ese hombre.

-Buenas noches, mi macho irlandés -pronuncio ella al ver como el musculoso hombre con barba pasaba a su lado.

El macho irlandés rio ante su respuesta, y ella sonrío en consecuencia al saber que habia sido la responsable de sacarle una risa.

-Buenas noches, zorra negra -le respondió él.

Sintió que su coño volvía a sensibilizarse, ser llamada zorra negra la ponía así.

--Entonces, ¿qué ocurre aquí? -Le preguntó el macho irlandés a Su Señor, quién apartó la vista de ella para ver fijamente al hombre con barba corta.

-Nada relevante. Simplemente estaba preparando a Becca para servirte. Si es que tienes lo que te pedí, por supuesto.

-Lo tengo -le respondió con alegría, el macho irlandés, alzando en su mano una carpeta de papel madera.

Por su grosor, Becca podía adivinar fácilmente, que la carpeta contenía muchos papeles. Además, sospechaba que debía ser muy importante, ya que Su Señor sonrió, muy satisfecho, cuando tuvo la carpeta en las manos.

Él caminó unos pasos hacia atrás, hasta ubicarse debajo de uno de los faroles encendidos del techo, abrió la carpeta y revisó su contenido.

Mientras, el macho irlandés, que se habia movido junto a Su Señor hasta posicionarse al lado de este, habia girado la cabeza en dirección a Becca. Pudo ver su expresión con claridad, iluminada gracias a la luz del farol que estaba sobre su cabeza.

El macho irlandés estaba explorando su cuerpo con ojos lujuriosos, quizás imaginando las cosas que él le haría a su cuerpo. Los pezones de Becca se pusieron rígidos, más de lo ya estaban, y sintió que su coño se calentaba gracias a tal muestra de “alabo”. Su amo le habia enseñado que ser observada por un hombre era una gran alabanza y que ella debía sentirse honrada y agradecida por ello, ya que su cuerpo era tan hermoso y curvilíneo que debía dejar que todos pudieran admirarlo.

Ella sonrió con travesura y mordió su labio inferior provocativamente, incluso estando en la oscuridad, advirtió que el hombre notó su gesto provocativo. Él debió tomar eso como un incentivo porque hizo un gesto con la boca, llevando una mano al lado de esta, para simular una mamada.

Sintió que su cuerpo se estremecía, le hubiera gustado darle una mamada a ese hombre; ya lo habia hecho antes, en las celdas, pero, momentos después de que su boca recibiera una buena cantidad de leche irlandesa, Su Señor le habia prohibido a Becca que no volviera a tener relaciones sexuales con ese hombre, ni a obedecer sus órdenes, hasta que él le dijera lo contrario.

Aun así, ella razonó que esa medida prohibitiva no significaba que no pudiese coquetear con ese hombre. Por lo que, Becca, colocó sus antebrazos debajo de sus firmes senos y oprimió estos últimos con sus músculos. Ante tal presión, sus pechos se levantaron unos centímetros más, dando la ilusión de que eran mucho más grandes. Obviamente, ella le estaba ofreciendo sus senos al macho irlandés, el cual la miraba embelesado, con los ojos abiertos como platos. Sonrió con picardía al ver su reacción, y le lanzo un beso y un guiño para compensar su exaltación. Esperaba que también pudiera ver esos gestos coquetos.

El cuerpo de Becca estaba ardiendo en deseo, quería, necesitaba que ese macho, que Su Señor, que alguien, se la cogiera por algunos de sus agujeros.

¡Ahora! grito en su mente, ya que no tenía permitido hablar sin permiso.

El hombre golpeó con su codo el brazo izquierdo de Su Señor, sacando a este de su investigación de la carpeta. Él sonrió con satisfacción cuando vio lo que ella estaba haciendo.

-Vaya, vaya, Becca. Parece que no puedes aguantarte -dijo Su Señor, burlonamente. Él giro la cabeza unos cuarenta y cinco grados, para dirigirse al hombre con barba- Y tú tampoco, al parecer -agregó él.

-Oh, vamos, hombre -se defendió el macho irlandés. Señaló a Becca con el dedo. -¿Cómo puede alguien resistirse a esta increíble zorra? Puede tener una actitud de mierda, pero esas tetas la salvan de ser juzgada.

-Ese… es un argumento muy certero. Debo admitirlo -respondió Su Señor elegantemente, reconociendo la explicación del macho irlandés.

-Lo sé.

Hubo un momento de silencio entre ambos hombres antes de que Su Señor volviera a hablar.

-¿Esto es todo lo que lograste reunir? -señalo él, alzando la carpeta frente al hombre con barba corta.

-Eh… sí. Sí, eso es todo lo que pude sacar con ayuda de Evans.

-¿Le has dicho algo al comisionado? -esta vez, su amo usó un tono de voz cargado de irritación.

-¿Qué? ¡No! -expresó exageradamente el musculoso hombre.

-¿Te ha preguntado? -El semblante de Su Señor manifestaba que estaba molesto.

-Si, pero me he inventado una excusa -se apresuró a decir el macho irlandés, asustado por la ira de Su Señor-. Le dije que habia llamado al juez Maxwell porque necesitaba un favor, que él me pidió, a cambio, una copia de su archivo policial porque necesitaba verificar su información para un caso. Evans, el Comisionado, me preguntó para que caso, y yo le dije que era para un caso de acoso sexual. Evans se rio, me entregó las llaves de la oficina de archivos y me dijo que vaya a buscar el archivo policial del juez. Oh, y que le dijera al Juez Maxwell que dejará de acosar a sus secretarias. Después de eso, fue pan comido ocultar en esa carpeta los archivos de las otras personas que me pediste que buscara. Pero te juro por el Señor que no le dije nada a nadie más.

Su amo parecía volver a recuperar su semblante sereno; en cambio, el rostro del hombre con barba corta mostraba miedo.

-Está bien, te creo -le respondió su amo. Él hizo un gesto elegante con una mano en dirección a Becca, como si él se la estuviera ofreciendo al macho irlandés. -Es toda tuya.

El otro hombre no dijo nada por un instante.

-¿En serio? -pregunto cuidadosamente.

-En serio -Su Señor posó la mirada en Becca-. Becca, desnúdate y ven aquí

Él ordenó y ella obedeció.

Primero se quitó de su camisa, seguido de sus pantalones y botas, y, por último, de su ropa interior; un conjunto de algodón de color celeste. Y, mientras se desnudaba en la oscuridad, ella no dudó en ningún momento en lo que estaba haciendo, incluso disfrutó la liberadora sensación de poder despojarse de su ropa para mostrar su hermoso cuerpo a su amo y su amigo. 

Ella caminó hasta posicionarse frente a su amo, este a su vez, acarició su cuerpo ligeramente.

-Por tres días -habló su amo mientras su mano zurda viajaba desde su espalda hasta su trasero-. Becca es completamente tuya para que hagas con ella lo que quieras- remató esa declaración dándole a ella una nalgada, la cual se estremeció de excitación al sentir ese bofetón tan audaz.

El macho irlandés sonrió con perversión.

-¿Lo que quiera? No me vais a…. “cortar el servicio”, como pasó hace una hora, allí abajo en las celdas, ¿verdad?

-No -contesto secamente su amo-. Un trato es un trato, y eso simplemente lo hice porque necesitaba estos archivos -su amo golpeo la carpeta en una de sus manos-. Ahora, debido a tu desempeño, te permito, a ti, que hagas lo quieras con Becca, y con Rebecca Harper también, si quieres correr riesgos, por supuesto. A decir verdad, no me interesa lo que hagas con ella, siempre y cuando no la contagies con una ETS (Enfermedad de Transmisión Sexual), o la lastimes demasiado. Recuerda lo que te dije está mañana, todavía tengo planes para ella.

Becca estaba oyendo todo perfectamente, le interesaba mucho saber sobre cómo estaba a punto de ser prestada, a ese musculoso hombre con barba corta, por tres días; y, aunque ese ese macho irlandés no era su amo, ella deseaba estar a su total merced. Su piel se ponía más sensible, sus pezones más duros y su coño más húmedo únicamente por pensar en ello.

-Descuidad, nunca me he contagiado de nada, y en cuanto a lo de lastimar. Ella se ha portado un poco mal conmigo, ¿puedo darle un par de nalgadas por eso?

-Nalgadas. Azotes. Golpes con los puños serrados. Cualquier cosa, siempre que no deje demasiadas marcas en su cuerpo, mucho menos en su rostro, o llame demasiado la atención de terceros, recuerda que aún es una oficial de policía. Estaríamos en problemas si alguien se enterará de esta situación, tú estarías en problemas si alguien se enterará de esta situación -las facciones de su amo se tornaron hostiles, más bien, amenazadoras-, en problemas conmigo.

De nuevo volvió a caer el silenció, el macho irlandés volvía a mostrar miedo en su expresión facial.

-Oh… s-sí. Bien. Descuida no haré nada que nos deje expuestos. Se como cubrir mis huellas y conservar las apariencias.

-No lo dudo -le respondió su amo, despectivamente, al macho irlandés. Él volteó la cabeza para mirar fijamente a Becca, ella se estremeció de placer ante su mirada colmada de confianza-. Ahora, Becca, ¿recuerdas las reglas? ¿Cierto?

Ella tardo un instante en procesar esas palabras. Un instante nada más.

-¿Las palabras sagradas, Mi Señor? -dijo ella, inocentemente. El macho irlandés soltó una estridente risotada al oírla pronunciar tales palabras, e incluso Su Señor no pudo evitar soltar una carcajada.

Ella no sabía porque se reían, pero le agrado saber que podía hacer que esos hombres se rieran. Hacer feliz a su amo y sus amigos era uno de sus mayores deseos.

-Si, Becca, perra tonta, ¿recuerdas todas las “palabras sagradas”?

Las palabras sagradas eran una serie de órdenes y reglas que Su Señor habia preestablecido para ella, con el objetivo de que dichas normas la ayudaran a desempeñarse mejor como mascota/esclava. Su Señor le habia dicho a Becca, el miércoles pasado, que escribiera esas reglas en algún lado, las memorizara y las obedeciera; también le dijo que recordara ciertas normas para cuando fuera Rebecca Harper (no sabiendo muy bien a lo que se refería él cuando hablaba sobre esto-). Y ella obedecía todas las reglas con tal de ser una mejor mascota para su amo.

-Si, Mi Señor las recuerdo todas -respondió ella, orgullosa. Su amo le sonrió, pasó una mano por detrás de sus hombros y la atrajo hacia él.

Él olía bien, a leche de coco, sus pantaletas se mojaron mucho más cuando aspiro ese delicioso olor, la mancha oscura en sus pantalones azul marino eran la prueba de ello.

-Excelente. Ahora, escucha atentamente, quiero que sigas obedeciendo esas “palabras sagradas”, ya preestablecidas en ese diminuto cerebro que tienes, pero también quiero que obedezcas las ordenes de… mi amigo, Griffin Dermer -su amo señalo al macho irlandés, quien se habia acercado a ellos hasta quedar justo frente a Becca-. Míralo bien, Becca. Él será tu amo por los próximo tres días y tú obedecerás todas las ordenes que te pida, y lo disfrutaras; incluso si eres Rebecca Harper y no quieres admitir que la pasas bien con este “buen” hombre. ¿Queda claro?

Ella no supo que decir, quedo en blanco por un instante, nunca tuvo otro amo.

Pero dudar de la palabra de Mi Señor amo es inconcebible, pensó con raciocinio. Además, él nunca se equivoca.

-Si, Mi Señor.

-¿Si, que puta? -Le preguntó su verdadero amo, no parecía satisfecho con esa respuesta.

- Si entiendo que tengo otro amo, Mi Señor. El amo Griffin, mi macho irlandés.

Delante suyo, su otro amo rio. Parecía feliz con sus palabras.

-Bien dicho, puta. Una última cosa, recuerda que mis reglas son primero, no importa que es lo que te ordene hacer Griffin, si contradice mis reglas, no obedeces. ¿De acuerdo?

-De acuerdo, Mi Señor.

-Buena chica -dijo él, contento por su mascota. Acarició el cabello enmarañado de Becca, y ella se sintió afortunada por tener a un hombre tan considerado como Su Señor.

-Entonces, ¿es toda mia?

Su Señor, detuvo sus caricias y la soltó

-Por supuesto, por tres días, es toda tuya.

-Bien -expresó su otro amo. Sonrió con malicia y fijó su mirada en los ojos de Becca, provocando un escalofrió en su columna vertebral.

Pero no era un escalofrió provocado por el miedo sino por la excitación.

En las celdas, ese macho irlandés le habia demostrado que era la clase de hombre que sabía cómo tratar alguien como ella. Como a una mascota, como a una esclava, como a un trozo de carne.

Sintió otro escalofrió recorrer su cuerpo. Sintió cómo su entrepierna se volvía más glutinosa.

-Antes de comenzar dile que diga su juramento, te garantizo que te pondrá la polla dura -dijo su verdadero amo antes de emprender su camino hacia las escaleras. Sin embargo, antes de irse, se dio la vuelta y soltó unas últimas palabras. -Oh, y Griffin -su nuevo amo miró fijamente los ojos de Su Señor, su postura mostraba cautela-, recuerda tomar fotos, ¿bien?

-Bien -respondió su nuevo amo.

Su Señor caminó lentamente, con cierta elegancia, hacia la puerta que daba a las escaleras.

En su interior, sintió cierta pena al ver como Su Señor la dejaba, pensando, por un instante, que ya no tendría un amo al cual servir u obedecer, un amo que la satisficiera con sus apetitos sexuales. No obstante, el macho irlandés no tardó en hacerle saber que todavía tenía un amo. Se lo hizo saber dándole una bofetada rápida en los senos desnudos.

Ella gimió de dolor, y ese dolor no tardó en causarle placer.

-Bueno, zorra negra ya lo oíste. Eres mía.

-Soy suya, mi macho irlandés -dijo Becca, sintiéndose afortunada.

Aún tengo otro amo al cual servir, aún tengo otro amo que me usé, aún tengo otro amo que me ame, pensó feliz.

-Entonces, di ese juramento que tanto hablaba tu dueño, zorra negra.

Becca se puso de rodillas, alzó la cabeza, mirando fijamente a su nuevo amo, y, con una sonrisa, habló:

-Soy Becca, Mi Señor, su mascota esclava -respondía orgullosa-. Y juro solemnemente que mi boca, tetas, coño y culo están a su entera predisposición. Mi cuerpo únicamente existe para su uso y abuso. Así que, por favor, le imploro que use a está puta, junto con todos sus agujeros, cómo mejor le convenga, mi macho irlandés

Habia empezado a decir esas palabras de forma robótica; a la mitad, lo dijo con total honestidad; y hacia el final, lo decía creyendo enteramente en ese juramento.

-Bien dicho, zorra negra -la alabó su nuevo amo, y ella sintió que su coño temblaba de excitación.

No le sorprendía, después de todo, ¿a qué clase de mascota le disgustan los cumplidos dichos por sus amos?

CONTINUARÁ…

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Lo admito, no es perfectó y es practicamente un calcó de mi primer relato erotico publicado en esta pagina (al menos hasta la mitad), pero de cierta manera es autoconclusivo, dejando un final abierto para traer otras historias que quiero implementar en el mismo Universo Ficticio. Ya que ahora tengo algo que no tenia antes: dirección. Una idea que me sirva para enlazar personajes. Al fin y al cabo, esa era mi idea en un principio, crear algo similar a los relatos de Xella, Blackfire o SteveRogers 

Gracias y espero que les haya gustado el relato.