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Amantes del Cosplay

en No Consentido

-Entonces, ¿dices que todas ellas se visten así? -Preguntó el jefe, con ese tono de voz tan tranquilo, el cual, en este instante, contrastaba con el ligero gesto de sorpresa que había en sus oscuros rasgos faciales-, ¿como personajes de "Nime"?

-Anime -corregí.

-...de anime -repitió él, correctamente.

-Sí, pero también se visten como personajes de videojuegos, comics, libros juveniles, series, películas y--

-Ya entendí.

Grand J usaba su dedo índice, en la pantalla de su ipad, para pasar foto tras foto de las sensuales cosplayer vestidas con ropa ligera. Sospeché que, por la forma en que estaba sentado en el sillón individual, con las piernas cruzadas y la cabeza apoyada en su mano diestra, podía estar deduciendo la razón por la cual le mostraba esto.

Sus ojos se abrieron cuando se detuvo en una imagen.

-Fiuuuu... pero mira esto. ¡Que buen culo! -expresó el jefe.

Me acerqué a su lado para observar de quién hablaba.

Se trataba de Ivy One, una cosplayer canadiense, famosa porque se caracterizaba por disfrazarse de los personajes femeninos de su videojuego de lucha favorito.

En la foto, ella daba la espalda a la cámara y miraba fijamente al espectador por encima del hombro. Tenía puesta una peluca, blanca y corta. Estaba bien maquillada. Su brazo izquierdo estaba cubierto por un brazal de color dorado, obviamente falso. Botas altas de color púrpura y brazaletes dorados cubrían sus piernas hasta las rodillas. Y, en la mano derecha, portaba un arma que era la mezcla resultante de una espada y un látigo, algo que sólo en un videojuego podía llegar a ser considerado un arma. No obstante, el mayor detalle del disfraz de Ivy One, era que traía puesto un ajustado body (también púrpura) que dejaba su espalda casi descubierta y su magnífico y blanco trasero expuesto para la gracias del espectador.

Viendo la foto, no me extrañaba la razón por la que Ivy One contaba con más de 100.000 seguidores en Instagram.

-Leroy, ¿dices que está chica es una friki? -Preguntó Grand J, con curiosidad- No estás jugando conmigo, ¿verdad?

-No, Grand J. Según lo que he investigado, le gustan los videojuegos de lucha, los libros de fantasía épica y los cómics underground. ¿Quieres saber lo más bizarro? Trabaja como pasante en un estudio de arquitectura en Ontario (Canadá).

-¿En serio? Hah... ¡vaya! ¿Quién lo diría?  Pero, ¿seguro que no es una dominatrix? -Me preguntó el jefe, a modo de broma, sin dejar de ver la foto.

No lo culpaba, ese trasero era hipnótico.

-No, jefe. Aunque, en realidad, muchos en la comunidad gamer dicen que el personaje en si es una dominatrix, pero se equivocan. Es una...

-¿Alguien dijo culo? ¡Dame eso, J! -Brian, mi hermano mayor, me interrumpió. Le quitó el ipad al jefe y se echó en el sofá que estaba ubicado delante del sillón de este último.

Había olvidado que Brian estaba en el despacho de Grand J.

-¡Wow! ¡Uy, uy ,uy! ¡Pero miren que jamones! ¡Esas caderas! ¡Esa ropa sexy y ajustada! ¡Uff! Si estuviera aquí, las cosas que haría con esa boquita blanca. Seguro que le debe gustar rudo -expresó mi hermano, descaradamente. Volteó la cabeza para verme a la cara. -¿Quién es esta zorra, pequeño L? ¿Tu novia? No, no creo, demasiada carne para un espárrago como tú. ¡Jajaja!

A pesar de que tenía que agradecerle a él esta reunión con el jefe, me incomodaba tenerlo presente, ya que siempre se portaba de forma inmadura, e imbécil con cualquiera; especialmente conmigo, desde hacía 20 años. Brian siempre buscada una oportunidad de burlarse de mí, de humillarme de todos: ya sea por mi falta de musculatura, mi baja estatura, o mi poca interacción social con las chicas.

-Vamos, Brian. Dale el ipad al jefe.

Me ignoró.

Él le mostró la pantalla a Grand J, al tiempo en que agrandó la imagen, dejando en la pantalla de más de nueve pulgadas un buen y blanco trasero canadiense.

-Hombre, este culo pide a gritos que un negro se lo coja. ¡Y yo me ofrezco! ¡Jajaja! -La estridente de mi hermano era como la de una hiena. 

El jefe me echó una mirada divertida, quizás porque notó el bochorno que me causaban las palabras de Brian.

Definitivamente, las cosas no estaban yendo como lo planeé en mi mente.

-Le arrancaría esa ropa -continuó mi hermano-, le chuparia esas tetas y le mordería esas nalgotas tan ricas que tiene. ¡Jesus! La haría gritar mientras me la cojo por el culo, en cuatro patas, como una perra en celo. Ella me diría cosas como: "Oh, sí. Oh, sí. Oh, Brian. ¡Cógeme! ¡Cógeme el culo! ¡Más fuerte! ¡No pares! ¡Me gusta!" Y yo diría: "Puta, quieres más. ¡Toma más! PAFF... PAFF...". Todo mientras le doy unas nalgadas y la embisto con el Gran Brian...

Gran Brian, así era como él llamaba a su pene. Gran Brian.

Ese apodo, era una prueba de que mi hermano era tan imaginativo con los nombres como los primeros colonos británicos lo eran cuando nombraron Nueva Inglaterra al nuevo territorio en el que se asentaron.

-...y después de correrme en su culo, ella me diría: "Brian, puedo limpiarte la verga." Todavía estaría ansiosa, por supuesto. Todas las putas siempre quieren más de mí. Entonces, yo diría: "Puta, puedes chuparmela, pero sólo un poco". La puta estaría decepcionada (¡la pueden culpar!), pero saltaría de cabeza sobre mi verga y me la chuparía como si no hubiera mañana. Después de todo, a todas las putas les gusta mamar una buena verga negra después de un anal.

-Dices eso de todas las mujeres, Brian -comentó el jefe, el cual le quitó el ipad a mi hermano con suma tranquilidad. Mi hermano no protesto ante esa acción-. Tu cosmovisión masculina consiste en que a todas las mujeres blancas les gustaría estar contigo porque, en el fondo, muy en el fondo, les gustan los negros grandes, fuertes y cretinos que no tengan reparos en ser agresivos con ellas.

-¡Oh, vamos, Grand J! ¡Tú sabes que es así! -Dijo Brian a la vez que golpeaba juguetonamente el hombro de Grand J, el cual no se mostró molesto por semejante gesto de confianza.

-Quizás si, quizás no. No hay nada seguro en la vida, excepto la certeza absoluta de que a ninguna mujer le gusta chupar una verga con su propia mierda en ella.

-¡Claro que si! -Se defendió mi hermano, mostraba la impresión de alguien que era atrapado por sus propias mentiras.

Él estaba tan indignado que, por un instante, no pude evitar compararlo con la vez en que nuestra madre lo atrapó robando cigarrillos de su cartera cuando tenía 13 años. Eso es lo que él parecía ahora: un niño. Un niño de 26 años de edad, 1.80 de altura, llenó de tatuajes tribales en sus musculosos brazos y un físico de boxeador, pero un niño al fin y al cabo.

-Claro que no -dijo el jefe, riendo.

-¡Claro que si! -Repitió mi hermano, de nuevo, de forma infantil.

-Sí, claro. Por eso cuando Candy te dio una patada en las bolas te dijo lo mucho que amaba mamarte la verga con mierda en ella -fue evidente el sarcasmo en la voz de Grand J, también era evidente que trataba de permanecer serio ante la mención de lo sucedido hace meses.

Vi lo mucho que se esforzaba por no reírse en la cara de Brian, quién ahora lucía claramente avergonzado, y enojado, aunque trataba de disimularlo, de forma pésima.

Comprendía su enojo, después de todo, Brian odiaba a Candy profundamente. No sólo por la patada en sus testículos, sino por todas las veces en las que ella lo fastidió. Eso había sido antes de que Grand J pusiera sus ojos en Candy, antes de que ella formará parte de la pandilla. Más por obligación que por elección propia.

-Vamos, J. No es gracioso -dijo Brian a su jefe y mejor amigo desde hacía mucho tiempo.

El jefe finalmente perdió la batalla contra su propia risa y soltó una gran carcajada que llegó a cada rincón de su despacho. Presencié uno de esos raros momentos donde el jefe perdía toda su seriedad y se dejaba estar, y no me avergüenza admitir que lo acompañé en su risa.

-¡Deja de reírte, Leroy! -Me gritó Brian, frustrado.

No conseguí disminuir mis sofocantes ganas de reirme en su cara.

-¡Jaja...! Recuerdo cuando vomitaste en el suelo y... y luego, jajaja.... ¡y luego te desmayaste sobre él! -Tanto el jefe como yo dejamos escapar una sonora carcajada, humillando aún más a mi hermano -¡Dormiste encima de tu vomito toda la noche! ¡Jajaja! ¡Hasta el otro día! ¡JAJAJA!

Brian no dijo nada. Ni siquiera se defendió, ya que estaba demasiado ocupado viéndome fijamente con rabia.

Debía ser muy frustrante para un hombre tan orgulloso y misógino como mi hermano tener que recordar como una mujer lo había dejado fuera de combate. Por no hablar de la gran humillación a la que se había visto sometido en las siguientes semanas por los demás miembros de la pandilla. Quizás lo peor para él, era que jamás podría negar que tal cosa sucedió, ya que Candy lo había golpeado delante de todos, en una fiesta privada para los miembros de la pandilla y sus chicas. Se habían burlado de él hasta el hartazgo. Y ahora que todos comenzaban a olvidarlo, Grand J traía a coalición ese incordio.

Además de frustrado y enojado, Brian tambien dibia sentirse traicionado por su jefe, mejor amigo... y primo.

Puede que eso lo haya motivado a lanzarse contra mí para golpearme en el hombro fuertemente.

-¡Ouch! -Grité. -¡Carajo, Brian! ¡Estaba bromeando! -Le recrimine mientras me frotaba el hombro con ternura.

-¡Te lo mereces, Nerdoy! -Ladró él, llamándome por mi apodo menos preferido. -¡No lo frotes! ¡Soportarlo como un negro de verdad, marica!

-¡Ya, cálmense! -gritó Grand J, con ese tono imperante que exigía obediencia inmediata a sus mandatos. Parecía haber recuperado la compostura-. Brian, tranquilízate -decía él, mientras sacaba un llavero del bolsillo de su chaqueta y se arrojaba a Brian, quién la atrapó por instinto alzando la mano izquierda-. Toma, ve al sótano, al tercer subsuelo, y dile a D-Rob que vas a reemplazarlo. Envíalo a casa a dormir (está allí desde anoche), y diviértete un poco con nuestra "incorruptible invitada".

El semblante de mi hermano cambió en un santiamén, paso de verse furioso a verse completamente contento, quizás porque había ansiado hacerle una visita a Harriet desde su llegada. Grand J no se lo había permitido por su historia con ella y porque, en ese momento, necesitaba con urgencia cierta información de parte de la tigresa de ojos verdes y cabello color azabache. Al final, Grand J le había encargado la tarea de "sustraerle información" a Marcus, Libby y D-Rod.

Tarea que funcionó.

Eso había sido hace una semana, ahora Harriet sólo estaba allí abajo siendo alimentada y bañada cuando lo requería. Y usada, muy usada, por casi toda la pandilla, incluyéndome. Ella había satisfecho el apetito sexual de casi todos nosotros, incluyendo de algunas de las trabajadoras, excepto de dos personas: Grand J, quién prefería a sus chicas, y mi hermano, el cual no había tenido el lujo de "charlar" con la mujer que casi destruye su vida.

-¿¡En serio!? ¿No estás bromeando conmigo? ¿Verdad, J? -Preguntó Brian, ansioso por ir a jugar con su nuevo juguete.

Grand J decidió seguirle la corriente.

-Disfrútala, campeón -expresó el jefe, con un fingido tono paternal.

-¡Jajaja! Lo haré, Grand J. Gracias -respondió Brian, emocionado al tiempo que se dirigía a la puerta de entrada que daba al pasillo del último piso del edificio.

-Oh, y Brian -dijo el jefe. Brian se detuvo, dejando entreabierta la puerta de roble del despacho-. Recuerda mostrarle a la zorra como se chupa una verga después de un buen anal.

Por un momento, Brian no dijo nada. Antes de asimilar las palabras del jefe y soltar una estruendosa carcajada.

Él abandonó el despacho del Jefe todavía riendo fuertemente, los vellos de mis brazos se erizaron mientras oía su risa hienezca fuera de la habitación. No quería imaginar la sorpresa, y el horror, de Harriet cuando viera a Brian hacerle una visita.

-Sé de alguien que va a pasarla muy mal ahí abajo -expresé, sin dejar de ver la entrada.

-Si, pero Brian se lo pasará en grande -me respondió el jefe-. Más importante aún, dime una cosa, Leroy.

-¿Si? -Me volteé para ver a Grand J.

Él se había levantado del sillón individual y se había trasladado detrás de su escritorio de roble antiguo, estilo colonial. Sentado allí, medio iluminado por la luz del mediodía que entraba por las grandes ventanas situadas a su derecha, vestido con un costoso traje de satén morado y camisa blanca, portando varios anillos de oro y plata en sus manos, y viéndome con una mirada inquisitiva en el rostro, daba el apropiado aspecto de ser uno de los jefes gordos del bajo hampa de Miami.

Sentí un nudo formándose en mi estomago por los nervios.

Caí en la cuenta de que, por primera vez, en mucho tiempo, estaba solo con Grand J. Mi primo consanguíneo por parte de la hermana de mi madre.

-¿Si? -Pregunté, una vez más, inseguro.

Él volteó la tablet, y dijo:

-¿No es esta la hermana de Candy?

Candy, la mujer favorita del jefe, tenía dos hermanas y una madre fuera de la ciudad. Ella era la mayor de todas, con 27 años de edad, seguida por Sharon, la hermana del medio, con 23 años, y Abigail, la menor, con 21 años recién cumplidos, hace unas tres semanas. La imagen que estaba en la pantalla correspondía Abigail, una hermosa chica que estudiaba diseño de modas en la escuela comunitaria de su ciudad, y una completa geek de closet que había descubierto el mundo del cosplay desde hacía más de dos años.

En la foto, una preciosa chica de piel caucásica y altura promedio aparecía de pie, en medio de una sala repleta de gente, disfrazada como su personaje femenino favorito de anime. Sonreía dulcemente mientras miraba a la cámara, tal vez porque en ese momento estaba pasando un buen rato entre otros fanáticos de la cultura pop. Por lo que sabía, Delilah, su mejor amiga, le había tomado esa foto en la GamerComicExpo que se había celebrado cuatro meses atrás en el distrito de Allapattah, a varias cuadras del aeropuerto.

Eso podría explicar fácilmente su atuendo, porque cualquier hombre que la viera por la calle vestida así, seguramente, le preguntaría cuánto cobraba por un buen revolcón en la cama.

Ella llevaba puesta una peluca rubia, larga y lisa, con orejas de conejo negras, en la cabeza. Guantes blancos, bordeados con azul, decoraban sus brazos hasta la altura de sus codos. Unos calcetines rayados, intercalados horizontalmente entre los colores rojo y blanco, le llegaban hasta las rodillas. Una corta camiseta blanca de marinerita, con botones dorados sin utilidad alguna y pañoleta azul atada alrededor de su cuello, se encargaba de ocultar sus senos copa B; sólo servia para eso, porque dejaba al desnudo su vientre plano y trabajado.

La falda... no, no era una falda...

La minifalda azul que llevaba puesta era tan corta, tan sexy, tan ardiente, que la primera vez que la vi con eso puesto no pude evitar masturbarme furiosamente delante de mi computadora. Y la tanga negra que ella lucía por debajo podría llegar a ser vista hasta por un ciego a una calle de distancia.

También sostenía un peluche entre sus brazos como parte del personaje que interpretaba, pero eso no era más que un simple adorno si era comparado al resto de su disfraz.

Ciertamente, Abigail Munich podía llegar a ser tan hermosa como sus dos hermanas mayores. Era una gran lastima que enseñará su verdadera belleza cuando interpretaba personajes ficticios en convenciones o subía fotos a través de una cuenta oculta en Instagram (bajo el seudónimo de NuunGirl) en vez de hacerlo todo el tiempo.

Sabía que, fuera de su pasión por el cosplay, ella seguía obedientemente el consejo de su madre religiosa de vestirse más recatadamente todos los días.

-Si, es ella.

-¡Puta madre! -Dijo Gran J, mientras volvía a voltear el aparato para ver nuevamente la foto. -Creo que me equivoque de hermana -bromeó él, sin dejar de ver la pantalla-, aunque me gusta más con el cabello rojo. Le queda mejor. Cómo a Candy .

-Si, también pensé eso cuando la vi, jefe.

-No seas tan formal cuando estamos solos, Leroy. Recuerda que también eres parte de la familia. Tú y Brian -me animó oír eso.

Quizás tenía la oportunidad de que él me recompense gratamente por el trabajo que me encargó realizar.

-Si, lo sé -dije, mientras sacaba mi laptop de la mochila, que estaba en el sofá de dos asientos, y la encendía.

Grand J levantó la mirada hacia mi y yo camine lentamente hasta quedar frente a su escritorio.

-Pero supongo que no me traes esto sólo para enseñarme las fotos de la hermana de Candy, o para mostrarme a las otras chicas, ¿no es así, Leroy? -Dejó el ipad de lado. Había curiosidad en su rostro, por lo que pude adivinar que todavía no deducía lo que yo quería decirle.

Ingrese la contraseña en mi computadora y la deje sobre el escritorio.

-No, Grand J, es por lo que me encomendaste la vez pasada -él me miró como si no supiera, o recordada, de lo que estaba hablando-. Las páginas de Internet: una que sirva de publicidad para el Club de Striptease, otra para nuestras acompañantes de lujo y una más para vender la mercancía en el extranjero.

-Oh, sí. ¿Cómo va eso? ¿Ya están listas?

Le sonreí y asentí.

Puse una dirección en uno de los enlaces y le mostré la primera pagina web.

El sitio correspondía a publicitar el Club de Striptease que estaba en el primer piso del edificio: mostraba los horarios, los días donde las chicas bailaban, algunas fotos de estas, la dirección y un teléfono para reservas y/o fiestas privadas. Era simple, pero eficiente; tal como Grand J había pedido.

-Hmm... bien -parecía conforme con la pagina, pero no sorprendido. Esperaba que los siguientes sitios cambiarán eso.

-Mira esta -dije mientras introducía otra dirección.

Una nueva pagina apareció en la pantalla.

Esta vez, a diferencia del sitio anterior, se trataba de una página más elaborada. Más elegante y sobria. Cliquee en el menú de arriba, en la opción que decía CATÁLOGO, e inmediatamente fui enviado a un link donde figuraban todas las chicas que Grand J me pidió anotar. Había unas veintisiete fotos en total, distribuidas en columnas de nueve y filas de tres. Las chicas en las fotos posaban sugestivamente en ropa interior, atuendos sexys o disfraces fetichistas. Sin embargo, uno no podía decir si estaban felices, o molestas (un sentimiento que la mayoría de ellas, quizás, sentía, pero ocultaba), por aparecer en la página, ya que sus rostros estaban censurados. Borrosos.

La página sólo contenía un número de contacto en la parte superior derecha. Para evitar inconvenientes.

-Interesante -dijo el jefe, mientras cliqueaba en la foto de una chica de piel bronceada con cuerpo escultural, vestida con un corset blanco y tanga del mismo color, y cuyo rostro no estaba censurado. La foto lo envió a otro link que mostraba sus datos, en su mayoría falsos, sobretodo el nombre, tal como refleja este caso-. ¿Tara Taquita? ¡Ja! Muy buena, Leroy.

-Gracias, Grand J.

-"Etnia: Latina. Altura: 1,70. Medidas: 90-60-110. Fetiches: Sexo oral; Sexo anal; Sexo hardcore; Sexo lesbico; Trios; Sexo en Grupo -el jefe leyó en voz alta los gustos sexuales de Tara, los cuales no habían sido adulterados e iban acorde a lo que ella me había dicho por teléfono cuando la llame para completar el perfil-; Bondage; Juego de roles; Lluvia dorada..." Je... ¿quién iba a decir que una maestra de kinder iba a ser una zorra tan traviesa?

-Nadie, Grand J. Sólo tú.

-Sí- comentó él, sonriendo con soberbia-, sólo yo. Es un don el que poseo, Leroy. El don de detectar a la puta interna de una mujer y sacarla a flote.

Solté una pequeña risita ante su broma.

-Ahora, Leroy, ¿qué hay de la otra página? La de ventas de "mascotas".

Cerré el buscador y abrí otro rograma en su lugar.

Tor era un software igual a otros navegadores de Internet, tales como Google Chrome, Mozilla Firefox o Yahoo!. La gran diferencia entre Tor y los últimos ejemplos mencionados radica en dos datos importantes: la impopularidad del programa y su capacidad para entrar en la Deep Web sin ser detectado automáticamente por las compañías afiliadas al Gobierno. Sería está última característica aquella que mantendría oculta la página que había creado para el anonimato, la cual generaría una entrada estimada de dinero para Grand J, y, por ende, para el resto de la pandilla. 

Puse la dirección del sitio en el nuevo buscador y fui enviado automáticamente a la página.

En cuestión de estética, la pagina no era tan elaborada y elegante como la página del Club de Striptease o la página de las putas de lujo. No, está era simple. Muy simple. La coloración del sitio correspondía a una paleta de colores que variaba de negro a gris oscuro, el blanco del texto de tamaño mediano contrastaba con lo antes mencionado y sólo había un chat ubicado en una columna izquierda, el cual estaba desactivado (por ahora). No parecía una pagina muy llamativa, mucho menos para estar clasificada en la sección de ventas de hembras de la Deep Web.

Sin embargo, la pagina cambio cuando ingrese al único articulo que figuraba en el sitió, una entrada en la sección de borradores que todavía no había sido publicada.

"REPORTERA SEXY: SUBASTA A PARTIR DE LAS 16:00 HRS. (Horario de la Costa Este de los EE.UU.)", era el titulo del articulo, seguido de una foto de portada de Harriet Ryland y sus datos personales verdaderos.

-Seguí tus indicaciones al pie de la letra, Grand J- comenté-. Tarde unas horas en programar la página, pero cuatro días en hacerla inaccesible a cualquiera que no tenga un link directo a la misma. Y si los azules, o los federales, o alguien más del Gobierno, llegaran a enterarse de que existe, entonces estarian desorientados al tratar de rastrear la página hasta nosotros porque utilice Direcciones IP al azar de distintas ciudades del Estado para despistar. Claro, en dicho caso, eso no significa que debamos ignorar el problema. Si tenemos señales de que la página está bajo investigación, la abandonamos, esperamos unas semanas, a que se calmen las aguas, y... ¡ZAZ! Creamos una nueva página con una IP completamente diferente, en un dominio más lejano del sitio donde ahora está alojada la página. Sé que es una táctica un poco paranoica, pero será muy útil si queremos conservar el anonimato.

-Hmm... ya veo -expresó el jefe en señal de comprensión, sin dejar de ver las fotos de Harriet. Esta vez, las fotos que aparecían en pantalla no mostraban a Harriet vestida elegantemente con el traje que llevaba puesto en la foto de portada, sino manando las vergas negras de Marcus y D-Rob como si su vida dependiera de ello, lo cual en ese momento no debía estar lejos de la aterradora realidad. -Excelente trabajo, Leroy.

-Gracias, Grand J.

-Dile a Money que te pague lo que es debido- dijo él, esta vez viendo el video de la violación grupal de Harriet que estaba en la galería, el cual mostraba a cuatro de los miembros de la pandilla eyaculando sobre su sensual cuerpo. Pude notar una sonrisa de satisfacción en los labios de Grand J-. Y si te apetece, puedes recurrir a Wendy y elegir divertirte con cualquiera de las chicas de abajo. Con dos si te sientes con energía. Te lo has ganado.

Trague saliva.

Me di cuenta de que había llegado el momento de solicitar el apoyo de Grand J a la idea  que había desarrollado estos últimos meses. El momento por el que habia venido aquí, al Club de Striptease de Grand J, en Little Havanna.

El sentimiento de gratificación que antes sentía al recibir las alabanzas del jefe fue reemplazado rápidamente por un intenso nerviosismo e incertidumbre por cómo reaccionaría a mi petición. Ciertamente, esperaba que el buen humor que su oscuro semblante mostraba sirviera a mi favor.

-Gracias, Grand J, pero... yo... quería pedirte otra cosa... a cambio. Si puedes, claro.

La mirada del jefe abandonó la pantalla de la laptop y se posó sobre la mía, sus ojos ya no parecían tan amigables, pero tampoco hostiles. Se veían serios y, a la vez, curiosos, pero cautos. Conocía esa mirada, todos los miembros de la pandilla la conocían, era la misma mirada que le daba a todo aquel que buscaba un favor de su parte.

-¿Qué es lo que quieres pedirme, Leroy? -Su tono se había vuelto serio en un santiamen.

-T-tu ayuda... Grand J- dije tímidamente-. Ayuda para formar un... negocio. ¡Si! ¡Un nuevo negocio que nos dejará más dinero en nuestros bolsillos!

-¿Más dinero de lo que recauda el Club de Stripteases, o nuestras putas en las calles, en una noche, Leroy? ¿O tal vez más dinero de lo que ganamos alquilando el coño de una célebre fiscal de distrito, o una contadora de clase alta, a los viejos ricos e impotentes de la ciudad?

Me tomó por sorpresa el cambio de actitud de Grand J, a pesar de que lo había visto venir.

-Bueno, tal vez no tanto dinero.

-Dejame adivinar, tiene que ver con esas chicas que se disfrazan como colegialas cachondas, ¿no es así?

Tragué saliva.

Grand J frunció el ceño, todavía más desde el rápido cambio de actitud.

-Veo hacia dónde va esto, Leroy, pero aún así dejaré que continues. Mejor aún, dejaré que trates de convencerme. ¿Quién sabe? Quizás lo logres -expresó el jefe, apoyando la barbilla en su mano izquierda adornada con varios anillos de oro y plata-. ¿De qué clase de negocio quieres hablar?

Enmudecí por un momento antes de saber cómo proceder desde aquí. Era obvio que Grand J no me apoyaria sino le daba un argumento sólido.

Entonces, apareció en mi cabeza una sola cosa.

Algo que Grand J decía querer hacer dentro de unos meses para ampliar mucho más la variedad del negocio que había logrado forjar. Y de paso llenar el vacío económico que dejó la redada en el Almacén 15 de Coconut Grove, un operativo policial que había logrado incautar más de una tonelada de marihuana, propiedad de la pandilla, junto a siete miembros de miembros. No estaba de más expresar que Grand J había estado furioso, lo suficientemente furioso como para desquitarse con la pobre Candy, y las demás agentes. Pero eso era otra historia.

En vez de explicarle lo que quería hacer, simplemente decidí mostrárselo.

Tome la laptop del escritorio, busque en mis archivos una carpeta oculta, abrí una imagen y luego le enseñe a Grand J lo que había logrado hacer con mi investigación.

Una escultural rubia figuró en la pantalla de la laptop, miraba fijamente a la cámara, al espectador, con ojos que simulaban deseo. Tenía sombra en los parpados. Se mordía el labio inferior de forma provocativa. Su hermosa cabellera dorada, lacia, caía por sus hombros, llegando a su pecho. Posaba con las manos apoyadas en sus caderas descubiertas, dando una impresión de empoderamiento femenino. Un body celeste cubría su abdomen, pechos, torso, cuello y brazos, y una capa roja caía por detrás de su espalda. La gran S ubicada en el centro de su pecho, cuyo color era el mismo que la capa, no dejaban dudas sobre el personaje que estaba representando.

La prima del Hombre de Acero.

Verla me hizo recordar porque estaba aquí, me hizo recuperar la seguridad en mí mismo, me hizo encontrar las palabras que buscaba. Y con ello le dije a Grand J todo mi plan.

Para cuando terminé, pude notar una sola cosa en la habitación: una maquiavélica sonrisa en el rostro de mi primo. Entonces, supe de inmediato que él lo había entendido todo. Cada detalle de lo que planeaba hacer, de los medios que necesitaba emplear. 

Cuando Grand J me preguntó qué era lo que necesitaba, me di cuenta que él iba a darme todo lo que le pidiera con tal de llevar a cabo el proyecto que tenía entre manos. 

Y yo no podía sentirme más conforme conmigo mismo.

CONTINUARÁ...

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¡Dios Mio, un año sin publicar absolutamente nada en este sitio! Soy un desastre... Bueno, ya no importa, en realidad. Lo importante es el hecho de que volví con todo.

Anuncio que volveré a publicar nuevas historias en Todorelatos, sacaré la segunda parte de Deam Vult antes de que termine Febrero, donde sabremos más de ese siniestro mentalista

Con todo esto dicho, me despido.

Oh, y no olviden comentar comentar que es lo que opinan de está historia.

Gracias.