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en No Consentido

NOTA: Este relato es un encargo que me hizo una amiga a la que se gustan las violaciones (???). No es una temática que me guste demasiado, pero lo subo aquí por si a los aficionados al tema les interesa.

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Desde que la vi la primera vez no pude evitar fijarme en ella. Tan alta, tan discreta, con esa carita de no haber roto un plato, y esa ropa tan sencilla. Unos pantaloncitos y una blusa decente. A mí siempre me han gustado las chicas con falda, pero la verdad es que esos pantalones le hacían un culo insuperable, y esperaba cada mañana encontrarme con ella en el ascensor para situarme detrás y disfrutar de aquella maravilla. Cierto es que no cruzábamos más que un saludo desganado y a decir verdad nunca vi atisbo alguno de simpatía por su parte, si acaso cierto incordio al abrirse la puerta del ascensor y encontrarme allí. Tampoco es de extrañar. Un gordito cincuentón y casi calvo no creo que haga volverse loca a ninguna chica, y menos si cada vez se molesta menos en disimular al mirarle el culo. Pero poco a poco, cada mañana que me encontraba con ella, el sentimiento de deseo se fue confundiendo cada vez más con la ira que me provocaba su desprecio, y lo que al principio era mi minuto de alegrarme el ojillo se fue convirtiendo en un laberinto de sensaciones que me encendían por dentro sin que supiera bien por qué, y lo que es peor, sin que pudiera hacer nada por controlarlo.

Hasta que un día, algo hizo clic...

Y el detonante no fue otra cosa que una falda. Sí, una falda. La chica que siempre llevaba pantalones  había enfundado su precioso culo en una falda que sin ser mini, era lo suficientemente corta para que algo en mi cabeza dejara de funcionar, y yo, que siempre he sido un tipo prudente, por no decir gris, no sé cómo pero extendí mi mano ligeramente y la posé sobre ese culito que tantas veces había soñado tocar. Ella obviamente dio un respingo y se volvió con cara de susto, sin poder articular palabra, y eso creo que acabó del todo con mi cordura. Ver en sus ojos el miedo, después de tantos días encontrando en ellos sólo desprecio, hizo que un extraño placer me invadiera. Un placer desconocido hasta ese momento, pero que había tomado el control de mis actos.

Inmediatamente volví a tocarle el culo, esta vez con más dificultad porque estaba de frente y porque literalmente se había atrincherado en la esquina del ascensor. Justo en ese momento llegamos abajo y la puerta se abrió, lo que ella aprovechó para escapar como alma que lleva el diablo. Pero como ya he dicho antes, había perdido el control sobre mis actos, y eché a correr tras ella. Había decidido que si la había cagado, lo haría hasta el final. La alcancé justo antes del portal, la agarré del brazo, y tiré de ella hasta el cuarto de contadores que estaba justo al lado. Mientras abría la puerta ella intentó zafarse y se soltó, pero rápidamente la agarré por el pelo y tiré de ella, que sólo acertaba a emitir un quejido sordo mientras reculaba hacia el cuartucho para evitar los tirones de pelo.

Cerré de un portazo, y la pude observar de nuevo, iluminada por la leve luz que entraba por el  ventanuco que nos separaba del vestíbulo, y que casi cegado por una rejilla, le daba  un aire carcelario muy apropiado para la ocasión. Era mi prisionera, y ella lo sabía. La expresión del miedo paralizador de su rostro la delataba. Todavía la tenía asida por el pelo, lo que la volvió muy sumisa para evitar los tirones. Le di la vuelta y comencé a meterle mano sin contemplaciones. Primero le sobé las tetas por encima de la blusa. Ella se retorcía para evitar mi magreo pero eso no hacía sino excitarme aún más y la sobaba con más fuerza, buscando sentir sus pezones a través de la blusa y el sujetador, y no parando hasta encontrarlos bajo ellos, casi arrancándole la ropa con virulencia. Estos gestos enérgicos eran respondidos siempre por ella por un sobresalto que la paralizaba aún más, y que alimentaba mi locura de tal manera que me hacía olvidar la prudencia. Sonó el ascensor, y un vecino apareció caminando hacia el portal. Ambos lo miramos pasar a través de la rejilla. Ella con mi mano en su boca. Yo con mi polla restregándose por su pierna. No dijo nada, ni siquiera intentó emitir sonido alguno que alertara al vecino. Verla tan sumisa me subió tanto el ánimo, que sin que el vecino hubiera acabado de dejar el portal, me acercé a su oído y comencé a hablarle en voz muy baja, con el tono más arrogante y ofensivo que jamás había salido de mis labios.

-Hoy eres mía. Voy a hacer contigo lo que me dé la gana, y no vas a poder hacer nada para evitarlo, puta.

Curiosamente eso le sacó de su estado catatónico y empezó a respirar aceleradamente, dificultada por tener todavía mi mano como mordaza.

-¿De qué te extrañas? ¿Pensabas que me iba a conformar con sobarte las tetas?

Y comencé a bajar mi mano hacia sus muslos. Ella me dificultaba la operación cerrando y moviendo las piernas, y tras varios intentos, me enfurecí y volví a darle la vuelta enérgicamente, haciendo que se inclinara hacia delante y sujetando su cabeza contra la rejilla del ventanuco. Con la otra mano trepé por sus muslos para buscar su entrepierna. Ella se resistía, e intentaba con sus manos liberarse del yugo de mi mano derecha, y del abuso lascivo de la izquierda. Con poco éxito para su desgracia. Emborrachado de poder, volví a inclinarme hacia su oído para decirle -Tu coño de putita es mío- en el preciso momento en que mi mano llegaba a su sexo.

Ella dio un respingo que no hizo más que magrear su culo contra mi polla. Y debió notarla bien porque inmediatamente intentó avanzar para separarse de mí. Lo único que consiguió es excitarme más y que la embistiera con mi polla mientras mis dedos jugueteaban con su coño por encima de las bragas. Podía percibir en mis yemas el encaje de las mismas, y el deseo de verlas me pudo. Con ambas manos pegué un tirón hacia arriba y su falda subió hasta casi la cintura, dejándome a la vista su maravilloso culo cubierto por unas delicadas bragas blancas de encaje. Las sobé a conciencia, percatándome de que ella, a pesar de no estar ya sujeta por mí, no había abandonado su posición y se dejaba hacer con la mirada perdida en el pasillo. Ya apenas se resistía,  y mientras mis manos se adentraban en su ropa interior, mi voz se adentró en su cabeza.

-Mírate. La niña buena llevando lencería fina al trabajo. ¿Te gusta ir vestida de  putita por dentro pero que nadie lo sepa, eh? ¿O acaso eres la zorrita de tu jefe, y te exige que le pongas cachondo con modelitos? Pues ya ves, hoy la voy a disfrutar yo, y vas a ser mi putita.-

Creo que le hice algo de daño porque no iba depilada, y al retirar la tela hacia un lado le tiré del vello púbico. Emitió un leve quejido y se incorporó sin mucha convicción, colocándose la ropa con disimulo, como si pensara que moviéndose despacio no me daría cuenta de que se iba. Seguía mirando por el ventanuco, y vio como pasaba por delante otro vecino, pero no dijo nada. Todo parecía haber terminado, pero yo sólo estaba esperando a que el vecino se fuera para volver a la carga.

Escuchar el portal y volver a levantarle la falda fue todo uno. Ella no hizo nada, se quedó de pie, con los brazos caídos, resignada a su suerte. Le bajé las bragas hasta medio muslo y le toque sin miramientos. Separé sus piernas con el pié, y mientras con una mano sobeteaba su coño, con la otra magreaba su culo desnudo, y mi boca mordisqueaba su cuello y su oreja. Mi voz repiqueteaba en su cabeza.

-Eres una puta. Mi puta. Te haces la estrecha y la modosita pero tienes el coño chorreando. Mira que bien te entran mis dedos en tu chochito. ¿Ves? Hasta el fondo. ¿Ves como eres una puta? Que hasta cuando abusan de ti se te moja el coño.

Y le seguí llamando puta, zorra, guarra y todo lo que se me ocurrió, y ella recibía cada insulto como una bofetada, cerraba los ojos y ladeaba la cara, evitando mis palabras. Pero su sexo daba a entender otra cosa. De repente paré mis magreos, y con la mano repleta de sus jugos, se la pasé justo ante sus labios y su nariz. Estuve tentado de metérselos en la boca, pero lo que quería es atraerla por el mentón para que me mirara. Ella sin embargo, seguía con la mirada huidiza y perdida.

-Mírame. Puta

Ella estuvo indecisa un momento, pero cuando se lo repetí por tercera vez, me miró asustada a los ojos. Nos quedamos así un momento. Ella de vez en cuando desviaba la vista, pero cuando le daba un ligero tirón del mentón ella volvía a mirarme obediente.

-Te voy a follar. Le dije con todo el desprecio que pude.

Ella hizo una mueca de angustia, y reculó un poco, pero mi mano seguía asida a su trasero, y no la dejé moverse. Entonces sí que pareció reaccionar. Se empezó a agitar con violencia, pero curiosamente no gritó ni pidió ayuda, lo que hubiese acabado con aquello de inmediato. Volví a agarrarla del pelo y la hice arrodillarse, con su cara justo delante de mi polla. Ella se quedó mirándola fijamente, empujando su cabeza hacia atrás mientras yo lo hacía hacia delante. Ella debió pensar que no iba a poder hacer nada por evitar que se la metiera en la boca, pero evidentemente no estaba dentro de mis planes dejar una parte tan sensible al alcance de su dentadura. Me aparté y seguí empujando su cabeza hasta tumbarla en el suelo boca abajo. Intentó forcejear, pero me senté sobre ella y con un cable viejo que había en el cuartucho le até las manos a la espalda. Me aparté un poco y la visión era maravillosa. La falda subida, las bragas a medio muslo, y ese culo divino al aire, listo para ser embestido. La tomé por las caderas y  la levanté hasta dejarla de rodillas, pero con la cara pegada al suelo. Le abrí las piernas pero ella las cerró y se sentó de lado para evitar ser follada. La miré con severidad, y con toda la contundencia que pude la volví a colocar en posición. Era tal mi excitación que la manejaba a mi voluntad como a una muñeca, pese a su resistencia.

Antes de que se pudiera volver a zafar, se la metí de un golpe hasta el fondo. Ahí si que emitió un quejido, pero de no ser porque la estaba violando hubiera jurado que no era de dolor.  A pesar de que no podía acercarme a su oído para susurrarle guarradas, me atreví a decírselas en voz baja, aun a riesgo de que cualquiera que pasara pudiera oírme.

-¿Pero de qué te quejas? Si tienes el coño chorreando, so puta. Que casi no toco paredes de lo abierto que lo tienes, zorra. ¿La notas? ¿Notas como te meto mi rabo, putita? ¿Notas como los huevos de tu vecinito chocan contra tu culo de calientapollas? ¿No te gusta que te folle a cuatro patas? Pues tu coñito me dice que sí, y con las putas como tú es lo que importa.

Podía notar perfectamente sus esfuerzos por contraer la vagina para evitar el mete-saca, pero con lo lubricada que estaba lo que conseguía era el efecto contrario. Me estaba dando un placer indescriptible follarme aquel coñito que se estrechaba y dilataba continuamente, y que me corriera era cuestión de segundos. Segundos que aproveché convenientemente...

-Voy a correrme, zorra. Te voy a llenar el coño con mi leche, para que te vayas bien rellenita al trabajo, y te acuerdes de mi polla todo el día.

Y dicho esto se la clavé todo lo que pude y me corrí en lo más hondo de sus entrañas. Me dejé caer hacia atrás y me quedé observando el panorama. Ella se había quedado en la misma posición. El culo en pompa, su sexo enrojecido y dilatado, con un hilillo blanco rezumando de su cueva. Me levanté satisfecho y sobeteé su culo por última vez antes de desatarla.

Lo primero que hizo fue subirse las bragas y bajarse la falda. Se levantó dándome la espalda, y comenzó a recolocarse la ropa con prisas, y con prisas se disponía a marchar cuando la agarré por el brazo y la detuve. Ella volvió a hacer un gesto de angustia pensando que aquello todavía no había terminado, y miró mi polla algo fláccida como intentando averiguar si iba a tener que hacer algo más. Sin demasiados miramientos la agarré por el pecho y la giré hacia mí, magreando ya de paso sus tetas. Ella volvió a desviar la mirada, pero tras un breve silencio entendió lo que tenía que hacer y me miró a los ojos.

-Dame tus bragas. Las quiero de recuerdo- Le repetí la orden alzando la voz.

Ella, con bastante pudor y precaución, introdujo sus manos bajo la falda, y tiró hacia abajo de sus braguitas hasta que llegaron a los tobillos. Con un pequeño toque del pié las dejó ante mí, en el suelo. Se quedó inmóvil un instante y yo mirándola fijamente, ella hizo un esfuerzo y me intentó aguantar la mirada desafiante, pero enseguida bajo sus ojos, y tras ellos el resto de su cuerpo para recoger sus bragas del suelo y dármelas en la mano. Estaban empapadas con una mezcla de fluidos viscosa y abundante, y satisfecho observé como por su muslo bajaba un ligero hilito lechoso. Ella vio que la miraba y pudorosa cerró las piernas, deshaciendo el reguero con su piel. Siguió inmóvil ante mí, como si esperara que le diera permiso para irse, sabedora de que allí quien decidía era yo.

-Dame el sujetador... y después te puedes ir a trabajar.

Ella se miró el pecho y me miró poniendo la expresión de susto más palpable de todas las que le había visto. La blusa, sin ser transparente, si que clareaba lo justo para que se notara lo que había debajo. Una cosa es que abusara de ella, o que la violara en privado, pero mandarla a la calle como una fulana era demasiado.

-Yo ya sé que eres una puta. Ya va siendo hora de que lo sepan los demás. Tus compis seguro que se llevan una alegría al saber lo zorra que eres.

Ella seguía quieta. Bajó la vista, y tras unos segundos, hizo el ademán de retroceder hacia la puerta para marcharse. No me hizo falta ni siquiera sujetarla. Se detuvo en cuanto me vio alargar el brazo porque sabía que no tenía opción. Le quité la blusa con energía y el sujetador prácticamente se lo arranqué. Allí la dejé, con las tetas al aire, y salí con mis trofeos. Subí deprisa a mi casa y me asomé a la ventana. Para ella habría sido facilísimo subir a su casa a vestirse, pero enseguida la vi salir del portal con su blusita blanca y sus delicados pechos balanceándose libremente bajo ella. También podría haber cruzado los brazos, o abrazar el bolso en el pecho, pero no lo hizo. Se fue caminando con la mirada fija en el suelo y se sentó en la parada a esperar su autobús...