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Una historia terrible, pero con final feliz. (8, 9

en No Consentido

Una historia terrible, pero con final feliz. (8, 9.)

Una historia terrible, pero con final feliz. (8.)

Laura entró en la habitación llorando y tambaleándose; sus movimientos delataban su alta traición; pero no se le podía echar en cara, ya que había sido drogada como a una cobaya de laboratorio, y lo peor no era eso, sino que había contraído una potente adicción a esa mierda. Por eso mismo llevaba guardada la última píldora en el interior de uno de los bolsillos de su pantalón de algodón. Seguía caminando hacía la cama cuando se paró en seco, tal cual si hubiera visto  un fantasma, pues, ante ella, tal cual búho avizor,  se encontraba Alex observándola.

–¡Cariño! ¿Dónde diablos has estado a éstas horas de la noche?

–¿Eeeeeh?... he ido a dar un paseo.

–¿A éstas horas de la madrugada? ¿Estás loca? ¿Quieres que te violen, o qué? ¿Qué coño te pasa dime?

–No, nada, da… vuelve a dormirte… estoy cansada –dijo Laura mientras se tumbaba al lado de Alex.

Laura empezó a pensar, calenturienta aún, en que mañana, justo cuando se despertara iría a la comisaría de policía para explicarles lo que le había sucedido, de cómo había sido drogada con la píldora más adictiva del mundo. Y así lo hizo.

Al día siguiente se levantó y se fue a darse una ducha al cuarto de baño comunitario del hostal. Le pareció  el más antiguo y más deteriorado en el cual había estado en su vida; el agua salía a chorros de la manguera y no fluía con naturalidad, sino que se paraba cada dos por tres haciendo un ruido muy característico cuando el flujo del agua se estanca por no ser suficientemente consistente.

Al salir se encontró ante Alex, que parecía un sonámbulo:

–Voy a ir a la comisaría, cariño.

–¿Para qué quieres ir a la comisaría? –Preguntó él con expresión preocupante.

–Quiero poner una denuncia por el robo de tus gafas…

–Te acompaño…

–No, ¡no! Tú quédate aquí, no ves bien, serás más un estorbo que una ayuda… descuida… yo me encargaré de todo.

–¿Estás segura? ¿Vas a ir sola por una ciudad desconocida?

–Sí… no pasa nada… son gente religiosa… no son violadores.

Entonces, habiendo dejado las cosas claras, se fue sola hacia la oficina de policía más cercana. Al llegar abajo y salir a la calle, le preguntó a una mujer que estaba vestida con una túnica, completamente oculta, ante las miradas indiscretas.

–¿Dónde está la casa de policía más cercana?

–Siga recto por esta calle, y al llegar a la plaza tuerza a la izquierda. Y justo a la derecha la encontrará, un poco más a delante.

–Gracias, muy amable. –Dijo Laura.

–De nada… Debería vestirse… –dijo la mujer.

–¿Qué? ¡Pero si voy vestida!

–No es un atuendo adecuando para andar por aquí… debería por lo menos llevar una túnica negra.

–Perdone, ¿dónde puedo comprarla?

–Deberá ir al mercadillo, que está en el centro de la ciudad.

–Gracias por todo… iré después de ir a la policía.

–Déjeme  que le diga… escuche… ¿Para qué va a la policía?

–Quiero denunciar que me han drogado…

–No le recomiendo que vaya a la policía.

–¿Por qué? –Preguntó Laura extrañada.

–Porque, aquí, las mujeres necesitan tres testigos para acusar a alguien. ¿Tiene usted tres testigos?

–¡Mierda! ¡No! Pero tengo que ir…. Necesito intentarlo… puede que a una turista le den un trato especial.

–Bueno… puede que tenga razón.

–Gracias, adiós.

–Adiós.

Laura siguió el trayecto, guiándose por las indicaciones de aquella amable señora y cuando llegó a la plaza giró a la izquierda. Luego, un poco más adelante, encontró la casa grande que, por el letrero, pudo  confirmar que era allí. Entró por la puerta y se encontró ante una sala con una mesa y una silla donde se encontraba sentado un recepcionista algo relleno y con cara soñolienta. Laura le dijo:

–Hola… Me gustaría poner una denuncia… soy extranjera… turista.

–¿Eh?... Sí, sí, sí… Venga con migo señorita… un agente le atenderá en la sala de interrogatorios.

La condujeron a la habitación que tenía solamente una pequeña ventanita oblonga por donde traspasaba algo de luz solar, pero no demasiada para iluminar adecuadamente la mesa. Le hicieron sentarse sobre una silla de madera algo apostillada; sintió miedo de romperla al sentarse. Una vez sentada miró toda la estancia de pareces con pintura deteriorada y descascarada, “¡qué desoladora visión!” Pensó Laura. Tan sólo se veían sombras de diferentes intensidades sutilmente diluidas por tenues luces blanquecinas que perdían intensidad en las esquinas de la estancia. A ella no le pareció que fuera el mejor lugar para atender a nadie, tal vez hubiera sido adecuado para una funeraria.

Al cabo de cinco minutos apareció un oficial de policía vestido de uniforme, se sentó en su silla y miró a Laura con ojos lascivos.

–¿Dígame, qué le ocurre? ¿Ha perdido algo? Le advierto que no somos una oficina de objetos perdidos.

–No. He sido drogada con esta pastilla. Y resulta que es muy adictiva.

–¿Y para qué toma drogas?

–¡Yo no tomo drogas! ¡Me han obligado!

–Déjeme verla, entréguemela.

Laura le puso la píldora sobre la palma de la mano que había extendido el policía.

–Nunca había visto nada igual en mi vida.

–¿Has traído ésta mierda de tu país?

–¡No! ¡No me escuchas! ¡He dicho que me han obligado a tomarla aquí!

–Nosotros somos musulmanes, no tenemos discotecas para guarras como tú… ejem… ¿por qué iba un hombre musulmán a obligarte a tomar algo tan malicioso para la salud?

–¡Oye un respeto! ¡Yo no soy una guarra!

–Sí… sí… díselo a tu papá… quizás él te crea… Necesitas tres testigos para acusar a alguien… ¿Tienes a tres testigos?

–¡No!… ¡Qué ley más absurda! ¿Cómo voy a conseguir tres testigos si no conozco a nadie aquí?

–Entonces, ven, acompáñame…

–¿Ha dónde? Voy a encerrarte en entre rejas hasta que analicemos que tipo de droga es ésta.

–¿Estarás bromeando? ¿Qué clase de justicia es ésta?

–La justicia de Allah, no drogas, no tatuajes, no zorras como tú semidesnudas meneando sus tetas por la ciudad.

–¡Oh! ¡No me lo puedo creer! ¡Debe de ser una pesadilla!

El hombre llamó a dos policías que obligaron a Laura a seguirles hasta el calabozo de la policía y allí se quedo la pobrecilla unas cuantas horas sentada. Al cabo de unas horas, como no sabía que hacer se durmió. Su novio Alex, al percatarse que no volvía se preocupó mucho, pero como no veía demasiado bien, decidió quedarse en la habitación del hostal todo el día.

Final del capítulo.

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Una historia terrible, pero con final feliz. (9.)

Laura se despertó sudorosa. Pudo ver a través de la pequeña ventana que ya estaba anocheciendo, tan sólo se percibía, en aquella sucia estancia, una ligera iluminación muy lúgubre, tétrica y desoladora. Le dolían sus pezones y temblaba de puro pavor. Poco después sintió un poco ordinario calor inmenso en el interior de su flor y una excitación deshumanizada, ofensiva y animal, como si la droga se estuviera apropiando de todo su ser y hubiera sustituido su alma por simple fuego, y se apoderó de ella una potente necesidad de arrancarse la ropa con las manos; pero aún le quedaba un ápice de cordura, de voluntad, y decidió con todas fuerzas no hacerlo.

–“Si me desvisto, esto solamente puede ir de mal a peor” –Pensó.

Después de padecer pavorosos calores y padecimientos miles, empezó nuevamente a sentir la necesidad de engullir, como un insaciable animal, una de esas maravillosas píldoras del demonio; ya había sucumbido a su tentación, a su ignominioso poder; la había dominado y era completamente adicta y empezaba a apoderarse de ella la terrible necesidad de conseguir otra y pensó en el policía y que le haría lo que pidiera a cambio de poder obtenerla.

–¡Policía! –Gritó– ¡Policía!

Al cabo de 1 minuto una puerta cercana se abrió y vino caminando por el pasillo el hombre negro que le había desprendido de su maravillosa píldora.

–¿Qué te ocurre ahora, putilla blanca?

–Como le dije… me han drogado… necesito… tengo… siento una gran necesidad por tomar otra píldora de esas… ¿Podría usted dejarme en libertad y devolvérmela? ¿La habéis analizado ya? ¿Qué es?

–¿Analizado? Jajaja… no, no. Dije eso porque quedaba muy profesional, como en Europa, pero la realidad es que aquí no disponemos de medios para analizar nada. Tampoco lo necesitamos puesto que aquí no hay drogadictos, de hecho, es el primer caso que he visto en mi corta carrera de policía.

–¿Podría usted detener al hombre que me obligó a tomarla y forzarle a declarar qué mierda es esa píldora?

–¡Pero… niña estúpida! ¡Ya te he dicho que necesitas tres testigos! ¡No te lo volveré a repetir! A la próxima, te azoto tu pomposo trasero…

 

–¡Hazlo! –Dijo la boca de Laura–. Y ella misma se quedó impresionada por lo que acababa de decir.

El policía salió un momento y al volver cerró la puerta del calabozo con su manojo de llaves. Corrió a la celda, con prisas, casi temblando, con una expresión, una sonrisa en su rostro de excitación, de oportunidad y de suerte. Introdujo una de las llaves para abrir las rejas y entró, cogió a Laura por la cintura y la colocó sobre sus piernas, sobre sus muslos, boca abajo, tal cual se coloca a una colegiala para castigarla por sus travesuras.

Laura que estaba poseída por sus necesidades biológicas, maximizadas enfermizamente por las maliciosas sustancias que contenía la píldora, no protestó sino que esperaba con ansia aquellos humillantes azotes, que, para un ser racional, inteligente, hubieran sido humillantes; pero ella, ya solamente era un animal extremadamente hormonado, drogado y extasiado; sensaciones infinitas recorrían con calor desde sus piernas, que sentían el contacto de los muslos del policía, hasta su húmeda vagina, que vibraba de ganas por ser poseída, invadida.

Toda su razón, toda su cordura fue anulada hasta que dijo:

–Hazlo, he sido muy mala, pégame fuerte.

–¡Vendito Allah!… ¡Pero qué guarras sois las Europeas!

–Ya te he dicho que estoy bajo los efectos de la droga… ¡No soy una guarra! Repito, ¡No soy una guarra!

–Ya… Ya, entonces si estás bajo los efectos, la ética profesional me impide darte esta píldora.

–No, no… por favor… Ya te he dicho que es muy adictiva… la necesito… dámela.

–Primero voy a darte esos azotes que tanto te mereces y luego hablaremos de eso.

El hombre lanzó su primer azote con la palma de su mano derecha, con violencia, sobre sus  pantalones cortos de tela vaquera que se encontraban sucios ya debido a la asquerosidad que allí reinaba.

 A ella aquel azote le dolió, pero luego sintió una gran excitación, pues se sentía como una mala colegiala que era azotada por su guapo profesor. En ese momento para nada pensaba en el poco atractivo hombre negro que le estaba castigando con sus continuos golpes, sino que pensaba en un guapo hombre mediterráneo, musculoso, de ojos verdes y piel bronceada. Esas meditaciones le estaban haciendo mojar su braguitas blancas que se había puesto esa misma mañana. Laura cerró sus ojos y se dejó llevar por sus fantasías y dijo:

–¡Fóllame!

El policía no se podía creer lo que acababa de escuchar; era todo tan fácil, tan de fantasía, que decidió preguntar.

–¿Qué has dicho? No te he escuchado bien…

–Mierda… No he dicho nada…

–Sí… has dicho algo… Creo haberte oído decir que te folle a cambio de la píldora. ¿La quieres?

–¡Sí! La quiero… La quiero… la quiero… dámela, dámela, dámela, por favor.

–Primero chúpamela –Le dijo el hombre mientras se bajaba los pantalones y dejaba ver un pene negro de tamaño no demasiado grande, pero ya completamente erecto.

–¡Métetela has el fondo zorra de mierda!

Laura, que no atendía a razón, se la metió sin protestar, sin sentirse ofendida por aquellos maliciosos insultos, que, aquel hijo de puta, aquel misógino, machista y depravado, le estaba lanzando humillantemente, como desprecio a la cultura occidental. Y empezó a follarse ese pene no demasiado limpio con su bonita boquita de muñequita, de labios finos pintados de rojo carmín.

Ya solamente pensaba en conseguir la píldora, en sentirla explotar como fuegos artificiales en el fondo de su estómago; provocándole aquella maravillosa incandescencia y luego esa fabulosa tranquilidad, que, le extasiaba todo su ser, toda su alma, dejándola como flotando en el magnánimo cielo. El paraíso en la tierra era la píldora que la convertía en una cobaya de laboratorio, drogándola convenientemente, haciéndola sexualmente dócil ante los fértiles machos cargados de esperma, deseosos de preñarla.

Ella seguía chupando sin parar, a veces, el hombre le agarraba de la cabeza y los cabellos brutamente para obligarla a engullirla entera; aquello le provocaba a Laura arcadas, y sentía la necesidad de sacársela para poder respirar, casi ahogada, escupiendo saliva. Era un trato humillante para cualquier mujer. Unos instantes después sintió como, el mierda, se corría en el fondo de su garganta. Sintió un asco tremendo y ni la píldora fue capaz de cambiar ese sentimiento. Intentó escupirlo, mas ya era demasiado tarde, iba bajando lentamente por su garganta.

Al liberarse de esa serpiente Laura dijo:

–Ahora dame la píldora.

–Toma –Le dijo, poniéndosela en la palma de su mano.

Laura se tragó la píldora anhelosamente, como si no hubiera comido en diez días. La píldora, a falta de agua, bajó lentamente por la garganta, junto al esperma del maldito policía.

–Voy a descansar –dijo el él– un poco antes de la siguiente ronda. Tú me esperaras aquí.

Acto seguido, el policía, abandonó aquel lúgubre calabozo con una sonrisilla de satisfacción en su rostro, dejando a la pobrecilla todavía encarcelada.

Final del capítulo.

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