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Una historia terrible, pero con final feliz. (10)

en No Consentido

Una historia terrible, pero con final feliz. (10.)

El policía volvió a las pocas horas, serían ya las cinco o seis de la madrugada, caminaba silbando de felicidad acercándose armoniosamente a la celda donde estaba encerrada su cobaya de laboratorio. Pensó que haría lo que fuera para follársela, que se saltaría su ética profesional y la chantajearía si fuera necesario.

 Introdujo la llave correcta y abrió la puerta de la celda. Él no se lo podía creer; allí se encontraba la esbelta muchachita, de piel blanquita, de cabellos castaños y ondulados, de ojos azules como el cielo, tumbada sobre la sucia y vieja cama de aquella lúgubre celda.  ¡Yacía allí completamente desnuda! ¿O lo podéis creer? Pues, se había desnudado completamente y se estaba tocando sus flor con las dos manos como intentando calmar el extremo placer y calor.

Ella al verlo se echó sobre él y lo abrazó fuertemente. El policía la miró con cara de perplejidad. Laura comenzó a besarlo por todo su cuello, mejilla y boca, lo que le provocó a él una gran excitación que se bajó los pantalones y los calzoncillos rápidamente y la cogió por sus piernas la subió sobre su pene y la clavó como si fuera una pieza de puzle.

Sin decir ninguno de los dos ninguna palabra empezó con los brazos a moverla arriba y abajo para follársela. Los labios vaginales de la drogadicta se estiraban cuando el pene negro salía y se contraían cuando la volvía a perforar hasta el fondo. Así Laura consiguió su primer intensísimo orgasmo, la cual ya no razonaba para nada y se había olvidado de Alex completamente. ¿Quién era Alex?

–¡Oh sí… Oh sí! ¡Qué maravilla! –Gritó Laura–, sigue, no pares, fóllame… fóllame más fuerte.

–¿No tientes suficiente? ¡Pero qué zorra eres, bendito Allah! Haber si te gusta esto.

El hombre la bajó y Laura protestó. La tumbó sobre la cama boca abajo, escupió abundante saliva sobre su pene e intentó invadir el ano de Laura. Laura gritó fuertemente de dolor pues nunca le habían perforado por allí, pues a Alex le daba asco el sexo anal, decía que no era su función, que no era para eso. El hombre sintió como perforaba un agujero muy estrecho que lo abrazaba fuertemente como queriendo obligarle a soltar, exprimir el semen del interior de sus testículos.

El negro siguió, metiendo y sacando mientras la abrazaba a ella, y con las manos cogía el cuello de Laura violentamente, como estrangulándola, pues eso le excitaba, le excitaba el hecho de tener poder sobre aquella blanquita, de tenerla sometida. Además le excitaba el oír los gemidos de dolor y de placer que articulaba su prisionera, los cuales eran diferentes a los que había articulado a lo largo de su vida sexual, era como si se estuviera descubriendo a sí misma, a la zorra que realmente era.

–¡No pares, no pares, sigue!… ¡Me corro!… ¡Increíble! ¡Me corro otra vez!… –Gritó ella.

–Jaja… ¡Vaya día! Lo recordaré toda mi vida… Gracias Allah por enviarme a esta zorra blanca.

–¡Sí… dame más… más fuerte!

El hombre empezó a embestirla con toda la fuerza y la brutalidad que fue capaz de darle impulso a su cadera con sus piernas. El ano de Laura era cruelmente sometido a un ensanchamiento brutal, hasta que llegó ella a su primer tercer orgasmo consecutivo de su vida; Y así, finalmente, después de tantos años,  descubría, que sí, que realmente era multi orgásmica y que en realidad el culpable de todo, no era ella, sino Alex, su pobre herramienta mal utilizada por carecer de talento para el sexo. ¿Oh quizás tenía más interés en que le follaran a él, su culito?

Por lo tanto Alex lo tenía muy complicado para a partir de ese instante satisfacer las necesidades corporales de aquella zorra exigente, la cual ya ni se acordaba de él, que había entrado en un estado de ninfomanía y drogadicción a aquellos magníficos afrodisiacos, estado del cual no regresaría jamás; pues en la mente de Laura se creaba ya la idea de que la píldora era lo más placentero que había probado en su vida y que haría todo lo que hiciera falta, incluso prostituirse, para conseguir más.

El hombre finalmente eyaculó dentro del ano de Laura y se fue algo avergonzado, como si después de descargar dentro de esa ninfa, lo encontrara todo,  su vida misma, tan absurdo y mezquino, como si sintiera remordimiento, y se acordara de repente de las enseñanzas religiosas sobre que Allah, que no permitía tan repulsivo comportamiento; arrepentido por lo que acabada de hacer, se vistió y tras cerrar la puerta,  se fue sin decir adiós a su nueva amante.

Allí, la dejó a ella desnuda y sucia, “ya tan sólo soy una simple ramera”, pensaba Laura; y una drogadicta. Su vida cambiaba radicalmente, se volvía frívola y egoísta. Entraba en un estado absurdamente melancólico por las pastillas milagrosas que habían desbordado su vida sexual mientras se dormía sobre aquellas asquerosas sábanas.

Pasaron las horas y cuando despertó, le dolía la cabeza y empezaba a sentirse nuevamente nerviosa.

¿Cada cuánto tiempo tendré que tomar una de éstas píldoras? –No han pasado ni cinco horas y ya me vienen otra vez las ganas. ¡Oh es terrible! ¡Mi vida se desmorona!… Necesito salir de aquí…

Sería ya sobre las doce del medio día cuando los dos guardias, que encerraron a Laura, entraron en el calabozo con la intención de liberarla.

–Eres libre –Dijo uno de ellos.

–¿Ya habéis analizado la píldora? –Preguntó ella, que no se acordaba que en ese país no existía tal tecnología.

–¿Qué píldora?

–Nada… déjalo… iré a hablar con el hombre que me la dio.

Y, efectivamente, tras ser liberada e ir a la tienda para cambiarse de ropa y ponerse ya por fin una túnica decente para aquella ciudad, se fue a la casa del hombre y sus dos esposas. Llamó a la puerta con fuertes golpes. Mientras esperaba, Laura sentía ya la necesidad de ingerir una nueva píldora y se impacientaba cada vez más, hasta el punto qué llamó a la puerta, la golpeó con tal intensidad que pareció que la rompería en mil pedazos.

Cinco minutos después, abrió la puerta el hombre, aquel maldito gordo negro, el esposo de aquellas dos locas manipuladoras. Se le quedó mirando con una gran sonrisa amarillenta, pues ya intuía lo caliente que estaba. “Todo había salido como aquél hombre, aquél Rey, aquél emisario de Dios, le había asegurado que pasaría.” “Vendito seas.” Pensó. “Va siendo hora de que conozcas al gran hombre.”

Final del capítulo.

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