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Mi cliente

en Erotismo y Amor

¿Quién no ha tenido un amor prohibido, un amor de esos de los que sabes que no va a salir nada bueno de esa relación, pero que, aun así, quieres seguir intentándolo hasta que lo tengas entre tus piernas? Esto me ocurrió hace unos años, en el bufete de abogados en el que trabajaba (tranquilos, me fui de él con la cabeza alta y sin que nadie se enterase de nada). Como de costumbre, iba cogiendo casos que se me iba asignando, y estaba siendo una jornada desastrosa por todo el papeleo que tenía y parecía que nunca iba a mejorar, quedando todavía muchas horas por delante. La cuestión es que todo cambio repentinamente, y me vi que entraba en mi despacho un hombre de mediana edad, unos 35 o 40 años, con unos increíbles ojos verdes, una piel morena y una sonrisa que, si hubiera estado de pie en ese momento, se hubiesen visto las bragas caerse al suelo. El tío estaba cañón no, sino lo siguiente, era un 11 sobre 10, y eso que mi amiga Carla y yo, con esto de las puntuaciones de los hombres, hasta que no lo llevamos a la cama y probamos sus dotes moviendo la cadera, no consideramos que merezcan llegar al 10, pero este hombre era una excepción, y si ese cuerpo conseguía dar la talla en la cama, era para ponerle una matrícula de honor.

Cuando me apretó la mano para saludarme, sentí una descarga eléctrica que fue directamente a mi sexo, me altero, me hizo sentirme muy excitada, tanto que, todos los vellos de mi piel se pusieron de golpe de punta. A este me lo tenía que tirar sí o sí, y si no era bueno en la cama, algo que dudo, pues se le notaba que se le daba bien, ya me encargaría de mover mis caderas sobre su miembro repetidas veces para sacar de él el máximo placer, todo esto mientras toco su cuerpo desnudo, sus pectorales y le muerdo el labio, el cuello, la boca, lo lamo, con él lo haría absolutamente todo. Despertándome de mi ensoñación me habló y joder que voz, de esas que si te dicen al oído, quiero hacértelo, terminas teniendo un orgasmo con tan solo escucharlo y lo peor de todo, es que ya me estaba sintiendo muy mojada, por lo que tenía que guardar la compostura, ya que si esto iba a más, se me iba a notar las inmensas ganas que tenía de tumbarme en mi mesa, y que me embistiera allí mismo, dándome igual si abrían la puerta para anunciarme la llega de un cliente o para que me diesen unos documentos, en ese momento diría que estaba llegando a un acuerdo con el cliente, un acuerdo muy caliente.

Pero pronto todo volvió a su lugar, cuando el chico 11, que se llamaba Aarón, me dijo que estaba allí porque iba a separarse de su mujer en breve y quería dejarlo todo en regla, intentando por todos los medios que esta no lo desplumase y se llevase todo. Cuando escuché esto, me incliné un poco en la mesa, para que, mientras leía el informe, y recogía algunas notas, pudiera tener un buen ángulo de mis pechos, aunque al hacer esto, se me venía a la cabeza que estaba intentando seducir a un casado que estaba a punto de separarse. Era una locura. Sin embargo, la vida está llena de locuras, y si estas no estuvieran ¿qué sería de nosotros? Seríamos simples máquinas que haríamos exactamente lo que se tiene pensado que debemos hacer, sin espíritu, sin alma, doblegados por los quehaceres, por la vida aburrida que nos tocaba vivir. Las locuras merecían la pena, y joder, esta locura estaba de muerte, tan solo pensar en cómo me penetraba mientras agarraba mis tetas, o como se corría dentro de mí, notando todos sus fluidos calientes en mi interior, me ponía como una moto, y no una moto cualquiera, sino una que conduciría Marc Márquez, de las de competición, una moto de campeonato, ya que Aarón era un hombre de campeonato.

Para no alargar demasiado la historia, debo contaros que al final gane el juicio a favor de mi cliente, la exesposa solo obtuvo una parte de lo que pedía, algo que veía lógico, y creedme que mi defendido me pagó con creces la victoria. Después de un tiempo seduciendo a este hombre, y viendo como estaba aceptando dichos juegos preliminares en los que había todo tipo de miradas e insinuaciones, decidimos quedar un día para tomar una copa, charlar fuera del horario del trabajo y de la oficina. Lo que pasó después, es otra historia muy diferente, que ya os contaré en otro momento, pero para que lo sepáis de primera mano. Aarón no era un chico 11, sino que era una autentica matrícula de honor.