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Veneno (V)

en Bisexuales

Apenas habían transcurrido tres horas de aquel encuentro cuando llamaron a la puerta de casa. Aún era relativamente temprano por la mañana y no esperaba visita alguna. Rápidamente me quité el pijama que me había puesto otra vez y me puse lo primero que encontré.

-          ¡Un segundo! ¿Quién es?

-          Soy María - ¿María? ¿Qué María? Su voz me resultaba algo familiar, pero no conseguía situarla en ninguna situación, y menos que estuviese llamando a esas horas de la mañana ¿Acaso me emborraché una noche y había quedado para hoy sin recordar nada? Sin más especular, abrí la puerta y allí me topé con la respuesta.

 Poco era dado a mantener relaciones con los vecinos, más allá de un cordial saludo. Podría incluso decir que apenas conocía a una pequeña parte de ellos. Si aquella voz me resultaba familiar, era porque se trataba de mi vecina de en frente, pero de la planta de arriba. Todo trato que había mantenido había sido una escueta mirada en el patio de vecinos, cuando habíamos coincidido tendiendo la ropa.

-          Buenos días – dije.

-          Buenos días – respondió – perdona que llame a estas horas de la mañana, pero es que andaba preparando un pastel, mi marido se ha llevado la cartera y necesitaba azúcar ¿Tendrías para mi, por casualidad?

-          Claro. Pasa y coge cuanta necesites; no acostumbro a usar mucho el azúcar, así que debe haber en cantidad – La invité a pasar a la cocina, que se hallaba casi al lado de la puerta de entrada; ella se tomó la libertad de pasar y cerrarla - ¿Aquí la tienes? Te voy a dar un bote de cristal y puedes llevártela.

-          Gracias – contestó, mientras se servía el azúcar que presumiblemente necesitaba -¿Sabes que sé lo de esta madrugada? – añadió, con total frialdad, dejándome petrificado – No voy a andarme con rodeos y voy a ser bien clara: mucho me apuesto que ocultas lo que haces y yo soy una mujer casada con un marido que ya no me presta la atención que merezco. O haces lo que te digo o se lo cuento a todo el mundo.

-          Pero…

-          No hay peros; mi marido sale mañana muy temprano y me da tiempo a estar en tu piso antes de que llegue tu amigo. Quiero estar presente y ver cómo te lo montas con él ¿Tu dormitorio tiene un armario empotrado como el mío? Puedo estar escondida dentro y mirar cómo le comes la polla

-          Sí, tengo un armario así, pero…

-          Nos vemos mañana guapo; a las 6:15 – sin más, cerro el bote de cristal con una gran cantidad de azúcar y agarrándome el paquete, me plantó un húmedo beso en mis labios antes de marcharse de casa.

 El pánico me invadía. Ese chantaje sólo conducía a un cheque en blanco con una mujer que lejos distaba de mi interés y sobre todo, de mantener mi sexualidad con discreción. Me dirigí a la habitación donde había tenido sexo por la mañana eché un vistazo por la ventana. Sin duda alguna la casa de María era toda una atalaya de observación; o al menos en parte, pues no toda la cama se podía ver desde la ventana y además el visillo habría filtrado algo ¡Por qué diablos no habría echado la persiana! ¿Habría servido realmente, con el ruido que hicimos? Sea como fuera, estaba condenado a cumplir la voluntad de esa señora: edad madura, similar a la del hombre con quien había quedado; escasa estatura y pelo teñido de rubio, como muchas acostumbran a esa edad; si había algún atributo medianamente atractivo serían sus enormes pechos, donde ninguna polla se resistiría.

 No hubo más señales por parte de la vecina durante el día. Apesadumbrado y ciertamente arrepentido, llegué a la hora en que cayó la noche y fui a acostarme, con un millón de preguntas sobre lo que ocurría nada más comenzar la mañana ¿Lograría contactar con el hombre de la cita? ¿Realmente acudiría ella? ¿Hasta qué punto querría participar ella una vez comenzara el encuentro sexual? ¿Qué haría si el hombre no se presentaba? ¿Sería el único chantaje que reclamaría?

 Las horas pasaban en la cama entre vuelta y vuelta sin poder dormir. Pronto, la peor de mis pesadillas o quizás una oscura fantasía estaba a punto de ocurrir. Me concentré en ese oscuro pensamiento e, inconscientemente me llevé la mano al paquete, el cual estaba creciendo a voluntad propia. Subí y bajé el glande varias veces; despacio; apreté el tronco; aumenté el ritmo de la batida… y sin querer, estaba imaginando situaciones de lo más variopintas de lo que pronto estaba por venir. Tres potentes chorreones bastaron para inundar mi vientre de abundante esperma. Tomé un poco de él con el dedo y me lo llevé a la lengua, degustándolo con lujuria ¿En qué momento el miedo se había convertido en deseo? ¿Cómo era posible que tanto me afectara este veneno?

Amanecí antes que el despertador sonara y sin pizca de sueño. Apenas había conseguido pegar ojo, más milagrosamente me encontraba fresco. Aseguré cerrar ventanas y cortinas; esta vez nadie más de fuera podría mirar qué sucedía en mi casa. Mientras desayunaba algo dulce, encendí el portátil, con la cierta intriga de que se hallara el tipo con quien había de quedar. Al abrir el chat, no había rastro de él ¿Sería que se habría saciado y no volvería hasta pasado unos días? En todo caso, también había registrado mi nick como el anterior día, en el caso de que él también me encontrara. Los minutos pasaban y los nervios se acrecentaron más, al sonar la puerta. Llamaban directamente a la madera de la puerta para ganar en discreción. Tal y como esperaba, allí se encontraba María. No maquillada, pero sí algo arreglada, luciendo una camiseta bien ajustada y un pantalón estrecho, para que sus piernas lucieran más prietas. Ciertamente sus pechos resultaban bastante apetecibles a pesar de su edad, y poco reparo tuvo al notar que se los estaba mirando con bastante descaro.

Sin cruzar palabra alguna, cruzó el umbral de la puerta y cerró, evitando prolongar la estancia en el pasillo.

-          ¿Sabes si va a venir?

-          Estoy en ello – respondí, mientras miraba el chat – Nada de momento.

-          ¿Lo conociste por ahí? ¡Qué vicioso estás hecho! – Sin remordimientos se sentó a mi lado y comenzó a curiosear en el chat, viendo la gran cantidad de ofrecimientos y guarradas que los usuarios escribían. Mientras, su mano izquierda se rozó sin reparo en mi muslo, no demasiado lejos de mi verga. Por un momento, llegué a valorar la posibilidad de evitar otro contacto con un tío y contentar a María por mis propios medios ¿No sería así una manera de evitar la vergüenza de ser visto con un tío? Por desgracia la suerte no estaba de mi lado, y casi por arte de magia, el nick de mi contacto surgió en la lista de participantes - ¿Y si no aparece? - Pregunté, tratando de desviar la atención. Con suerte el contacto no me vería antes de que usara mis artes con María.

-          Ya apañaremos algo – respondió con una maliciosa sonrisa. Nada más concluir, un escueto “hola, se ve que te dejé con ganas de más”, surgió en la pantalla.

-          Todavía estamos a tiempo de ver ese apaño – dije, tratando de minar las intenciones de María. Por un momento vaciló, sin embargo no tardó mucho en ordenarme que respondiera y que le hiciera venir. Pálido y tembloroso respondí y concerté la cita para que viniera en cuanto pudiera – “Veinte minutos” – escribió, antes de desaparecer del chat.

-          ¿A estas alturas te vas a poner nervioso? -  exclamó burlona - ¡Venga ya! Si ayer te lo estabas pasando de maravilla – sin más reparos se levantó, apoyando su mano en mi paquete – Aún queda tiempo ¿Por qué no te destapas y me enseñas esa polla? Estoy segura de que se te está poniendo bien dura.

-          ¿Quieres vérmela?

-          ¿Por qué si no iba a estar aquí? Quiero ver eso y más ¡Bájate esos pantalones! –Obedecí, mostrando mi miembro morcillón, casi implorando que lo tocara para que alcanzara su máximo – Un… qué pollón luces ¡Tócate un poco, que te vea! Así, pensando en la polla que te vas a comer ahora – Sus palabras, mitad me excitaba, mitad me hacían sentir culpable. Quizás ambas cosas le excitaban a ella, quien de nuevo se había sentado junto a mí, contemplando mi polla de cerca. Mientras, yo seguía afanado masturbándome, no demasiado rápido, para que ella pudiera ver mi rabo con detalle. Sin pedir permiso, extendió su mano a mi vientre, acariciándolo con mucha calentura y levantando la camiseta hasta mi pecho. Casi parecía que en cualquier momento iba a abalanzarse a mi polla, sin embargo el porterillo sonó – Abre y búscame un escondite rápido, donde pueda verlo todo.

Adecuando un pequeño espacio en el armario empotrado de la habitación, dejé una pequeña ranura entreabierta, mientras ella se hallaba casi camuflada entre la ropa. Echando un vistazo sobre la ranura, me aseguré que no fuera fácil detectarla desde la cama. Quizás con cierto detenimiento podría resultar fácil encontrarla; pero, entreteniendo al visitante como era debido, daba por imposible que se percatara, al no ser que ella se moviera.

Cumplido esto, fui a abrir la puerta de la casa. Pocos segundos después apareció él, con una sonrisa picarona, consciente de lo que estaba a punto de ocurrir. Pasó rápido al interior de la casa, y una vez estábamos en el salón no dudó en abalanzarse a mí, agarrando mi paquete con la diestra y empujando mi culo hacia su verga, la cual ya se encontraba bien dura. Sentirla apretando en los alrededores de mi ano me estaba poniendo súper caliente; tanto como para desear por un momento que me follara por vez primera.

-          Joder cómo gimes – me dijo – hoy sí que te estás portando como mi putita – Me llevó al dormitorio y me tiró a la cama, donde me di la vuelta para esperarle. Él mientras había sacado ya su polla, y sin dar tiempo a nada, me la clavó en la boca, haciendo uso de sus manos en mi cabeza.  Por un momento recordé la primera vez que probé una polla, tiempo atrás en la playa. El sabor de aquellos fluidos se repetían nuevamente en mi paladar, y no paraba de degustarlos mientras él metía y casi sacaba - ¡Qué bien lo haces!

 Pensé en lo bien que se lo estaría pasando María, quien tenía un plano perfecto de la mamada que estaba realizando. Cada gota de pre seminal era una dosis mayor de veneno, haciendo afanarme más y más en la succión de aquel rabo. Su dueño gemía tanto, que casi temía que fuera a correrse de un momento a otro. Sin embargo era prisionero de sus deseos. Sus manos seguían sujetando mi cabeza y en ningún momento permitió que la sacara. Sólo cuando él accedió, pude liberarme de ella, aunque no por mucho tiempo.

Con presteza se quitó los pantalones y se quedó desnudo de cintura para abajo. También bajó los míos y me quitó la camiseta, dejándome totalmente desnudo. Tumbándose encima de mí, comenzó a rozar su polla con la mía, mientras olía y mordisqueaba mi cuello. María, seguramente que estaba muy pendiente del trasero de mi dominador y de nuestras pollas, cuando asomaban de vez en cuando. Llevé mi mano hacia ellas y comencé a realizar una paja conjunta, sujetando ambas vergas. Ver a los dos capullos juntos, mostrándose y ocultándose me excitaba igualmente. Sin embargo no duró mucho. Rápidamente fui volteado, y en cuestión de segundos, sentí la polla de mi amigo rozarse por toda la raja de mi culo.

-          Ahhh – exclamé – Cómo me está poniendo eso.

-          Te gusta que me roce ¿eh? ¿Seguro que no quieres otra cosa?

-          Pero no sin condón.

-          Será como yo diga – echando una mano al bolsillo de su pantalón, extrajo un bote y llenó su contenido en sus dedos. Al incidir ellos sobre mi ano sentí un placentero frescor, y a continuación el placer de sus dedos penetrando con suma facilidad, gracias al lubricante – Tienes un culo perfecto para que te lo folle ¡Qué cara de puta pones cuando te los meto hasta el fondo! – El vicio se elevaba al son del vaivén de sus dos dedos, ahondando en mi agujero y agrandándolo a la espera de algo más. Nunca había sido penetrado ni lo había buscado. Aún así, poco me importaba que aquella fuera la primera vez, pese a saber que una testigo se ocultaba dentro del armario. Mi polla se encontraba hinchada al máximo y aprisionada contra la cama; más aún, al encontrarse la mano sin uso de mi dominador, hundiendo mis glúteos hacia la cama - ¡Cómo me gustan tus gemidos! Eso es ¡Gime para mí!

 No supe cuánto tiempo nos llevamos en esa posición; tan sólo el tremendo placer que sentía. Un tercer dedo se sumó a la penetración, agrandando aún más mi ano. Al contrario de lo esperado, tan siquiera sentí un ápice de dolor; todo lo contrario.

-          Creo que ya estás listo ¿Quieres que te folle? – La duda recorrió mi cuerpo por un momento, pero finalmente asentí – Entonces ven y mámame un poco la polla, mientras busco el preservativo. Loco de deseo me afané nuevamente en su polla, inundada de pre seminal; también la mía había manchado el colchón el tiempo que había estado tumbado.

 Cuando estuvo todo listo me apartó y me pidió que me tumbara nuevamente sobre el colchón, boca abajo. Un último repaso por mi ano con sus tres dedos precedió al momento de mi primera penetración. Su glande, hirviente pese al aislamiento del preservativo, comenzó a rozar mi ano, el cual apenas oponía resistencia. Éste iba entrando e iba entrando y una vez llegó hasta el fondo, fue él quien gimió más fuerte. Primeramente comenzó a cabalgarme muy lentamente, tal y como le pedí. Al principio lo hacía con micro movimientos, estando su pene casi todo el tiempo hundido por completo; luego, cada vez, con más longitud y virulencia. Mi polla no paraba de emanar pequeños chorreones de pre seminal, que de vez en cuando recogía aquel hombre con sus manos y me llevaba a la boca. Su barriga no paraba de rozarse con mi espalda, lo que hacía sentirme más caliente; preso de la total sumisión; un pasivo a las órdenes de su amo. Sus gestos de placer eran evidentes: pese a no desearlo su corrida estaba inminente.

-          Date la vuelta cuando yo te lo ordene – exclamó, mientras con sus manos me empujó para que me colocara a cuatro patas. Para aquel entonces sus cabalgadas eran desmesuradas, dejando su rabo a veces prácticamente fuera. Mi pene no paraba de agitarse en el aire, liberando gotas de pre seminal por doquier.

 Treinta embestidas más fueran las últimas antes de que me liberara, sacando con prisa el preservativo y eyaculando con fuerza sobre mi pecho. Alargó su mano y empezó a extender su leche en mi pecho y barriga allá donde no habían caído..

-          ¡Cómo me pones hijo de puta! Que sepas que hoy no te llevas tu corrida, sólo para que mañana no falta que nos veamos de nuevo – asentí con cierto resquemor e impaciencia – Mañana será doble.

 Sin más, fue rápido al baño, se limpió lo más rápido que pudo y se marchó, creyendo que me había dejado completamente sólo. Fue entonces cuando salió María de su escondite ¿Sería el final del pacto?