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Cosecha de prostitutas 2: Sometiendo al machito

en Transexuales

Esta historia es la continuación de la transformación sufrida por Abel, un comisario de pueblo de la Prov. de Bs. As., hasta ser Tania, la puta sadomasoquista esclava de una trans extraterrestre, ayudándola en su misión de transformar poblaciones enteras de hombres en hambrientas putas para ser utilizadas en los burdeles de su planeta natal. Está vagamente inspirada por una querida amiga que, en su vida diaria, se desempeña como policía en un remoto pueblo de la Prov. de Buenos Aires y que, en nuestras charlas, me confesó que cuando puede, deja salir a la mujer que lleva adentro, vistiéndose y saliendo a “levantar” hombres que quieran cogérsela. También me contó que, al igual que yo, descubrió su deseo de ser puta ya de más grande, por lo que no hizo nunca una transición ni salió del closet como hubiese querido. Para ella, para mí y para todas las que estamos en la misma situación, es que escribo esta historia, de la cual ahora les entrego la segunda parte. Espero que tod@s mis lector@s la disfruten.

 

 

CAPITULO I

La limusina se detuvo frente a la dirección que el dueño de la tienda les acababa de indicar como consultorio del médico del pueblo. Apenas unos minutos antes, el matrimonio de la tienda había sido muy servicial y no había opuesto demasiada resistencia. Para Marianne, había sido muy sencillo someter al marido que, en cuestión de minutos, había pasado de un maduro, obeso, homofóbico y ultracatólico pueblerino a ser un extremamente amanerado chupapijas, hambriento de la leche que ahora deseaba permanentemente. A Tania le había resultado más difícil su tarea, siendo la mujer del tendero su primera experiencia en seducción y sometimiento de una hembra humana. Pese a eso, en cuestión de minutos había seducido y programado en la mente de la esposa cuál sería su función durante las siguientes semanas: ayudar a su marido a vestir lo más femeninamente posible a cada hombre del pueblo, hasta que todos estuviesen transformados en hermosas putas, y terminar con la transición de su propio esposo cuando ya hubiesen acabado, para luego asumir el control de la tienda y quedarse a cargo del negocio, posiblemente en compañía de alguna amante mujer. La esposa creía haber aceptado voluntariamente cumplir ese rol, aunque en realidad sólo había sido víctima de un profundo lavado de cerebro. Tal como le fue ordenado, se había quedado junto a su marido acomodando la enorme cantidad de ropa altamente erótica que Marianne y el negro Andrés les habían provisto. No había pasado ni un cuarto de hora y ya en los maniquíes se podían ver provocativas prendas de lencería y, en las vidrieras, diminutos shorts y minifaldas se exhibían como muestras de la nueva moda que tomaría el pueblo por asalto.

Apenas tres semanas habían pasado desde que aquel comisario de pueblo, tan común y corriente, se había transformado en la lujuriosa Tania, que ahora hacía las veces de asistente del Ama Marianne en su tarea de transformar poblaciones enteras de hombres en hambrientas putas para enviarlas a trabajar en lujuriosos burdeles de su planeta natal. Ese rol era una novedad absoluta porque nunca los fluidos de un humano transicionado habían adquirido tanto poder. Sus víctimas se transformaban casi tan rápidamente como con el semen de Marianne o del negro Andrés. Además, su cuerpo había evolucionado de una forma sorprendente. Unas gigantescas, pero perfectamente formadas tetas, con un contorno de 125 centímetros, se proyectaban desde su pecho. Por debajo de ellas, su torso se afinaba hasta una diminuta cintura de 65 cm, que luego se expandía para dar lugar a una exuberante cadera de 100, y unas maravillosas nalgas redondas, firmes y perfectas, que invitaban a cogerla hasta el infinito. Por delante, una portentosa pija de 26 centímetros, con un grosor envidiable, lucía amenazante, aun estando en reposo. Su rostro era ahora completamente femenino, con enormes y carnosos labios que ella usaba cubiertos de un denso rouge color rojo fuego, con una larga y ondulada cabellera rubia que enmarcaba aquella belleza perfecta. Si bien ahora, aprovechando el amplio espacio que el lujoso vehículo ofrecía, viajaba arrodillada frente al Ama Marianne, consciente de que ese era el lugar que ocupaba tanto con el ama como con Andrés, con los demás Tania era terriblemente dominante, al punto de ser un tanto sádica en algunas ocasiones. Esto divertía en extremo a Marianne, que luego de verla en acción, la llamaba para que le chupara la pija, dada la enorme excitación que esa dualidad de sumisa-dominante de su lugarteniente le provocaba.

Bajaron del auto como si de dos estrellas de cine se tratase, con el negro sosteniéndoles la puerta, mientras les extendía una mano para ayudarlas, ya que los llamativos vestidos de noche, con enormes tajos, no les daban tanta libertad de movimiento como a ellas les gustaría. Como correspondía, Marianne entró al consultorio en primer lugar, con Tania detrás, mientras el negro se quedó junto a la limusina, esperándolas. En un principio, el médico se negó a recibirlas, aduciendo que a esas horas él ya no atendía a nadie. Poco pudo hacer para resistir los embates de ambas bellezas, cuando ellas se soltaron la parte superior de sus vestidos y le refregaron en la cara las enormes tetas. Apenas sintió el aroma que emanaba de sus pezones, el doctor estuvo perdido. Aunque él no lo sabía en ese instante, pronto se convertiría en otro peón de la estrategia de las mujeres. Su boca buscó desesperadamente uno de los pezones, y se selló contra el de Tania, que soltó un erótico gemido. El médico comenzó a mamar y, en ese preciso instante, selló su destino y el de todos los hombres del pueblo. No demoró más de 10 minutos para encontrarse en cuatro patas, con la enorme pija de Tania en su boca, mientras el Ama Marianne lo cogía ardientemente por el culo.

Ambas mujeres lo poseyeron alternándose las posiciones, hasta que el hombre estaba totalmente sometido a su voluntad, e incluso había comenzado a mostrar algún mínimo cambio físico. Si su fisonomía se veía alterada no sería útil para los planes, así que allí se detuvieron, y el Ama Marianne procedió a explicarle, aunque más correcto sería decir imprimir en su memoria, cuál sería su tarea a partir de ese momento: seducir a todos los hombres del pueblo y enviarlos al burdel para su transformación. Para ayudarlo, le proveyó ingentes cantidades de una poderosa droga, preparada a base del semen de ambas mujeres, que el médico debería utilizar en el condicionamiento de sus pacientes, para convencerlos de visitar el antro. Después de eso, se despidieron indicándole que el dueño de la boutique también era una parte importante del plan, y que podía contar con él para ayudarlo. Luego de darle a un ávido doctor ardientes besos de lengua, ambas mujeres salieron a la calle con su seductor andar, tal como habían entrado.

CAPITULO II

Antonio y Octavio eran los gemelos del pueblo, tan afectos a generar problemas como a tratar de seducir a cuanta mujer tuviesen por delante, y tan desagradablemente soberbios como la fortuna de su padre les permitía ser. Siempre avasallando a todo el mundo y hasta librándose de algún que otro problema de índole judicial gracias al dinero de su progenitor, repetían el estereotipo que era bastante común para los poderosos terratenientes de los pueblos del interior. Ambos muchachos eran bastante atléticos, y se caracterizaban especialmente por ser pelirrojos, habiendo heredado de su madre un tono de piel fantasmagóricamente blanco, matizado por innumerables pecas de tinte rojizo que les cubrían aleatoriamente todo el cuerpo. Amparados por el poder de aquel dinero, nunca nadie se había burlado de ellos por su color de piel y cabello, y quien había osado enfrentarlos en alguna escaramuza menor había terminado siendo víctima del ostracismo más salvaje que se hubiese conocido, habida cuenta de que los demás jóvenes del pueblo seguían a los gemelos como si fuesen líderes naturales, aunque en realidad su único poder era la posición económica que ostentaban.

Como era su costumbre, los muchachos caminaban por el pueblo como si fuesen sus dueños, hablando en voz alta, empujándose violentamente sin importarles a quién importunaban o incluso podían lastimar y burlándose de todo y de todos. Al doblar la esquina, se encontraron enfrentados con dos ejemplares femeninos como nunca antes habían visto en su vida. Mujeres tan hermosas que ni las que aparecían en las revistas más osadas podían comparárseles, e iban vestidas como jamás se había visto en el pueblo, más bien como salidas de alguna gala de esas que ocasionalmente se ven por televisión, lo que hizo que los muchachos se quedaran mudos, contemplándolas. Las mujeres, con especial astucia, se quedaron paradas frente a ellos, mostrándose como si fuesen modelos de pasarela, dejando ver sus estilizadas piernas por los tajos de sendos vestidos, luciendo sus provocativas medias con ligas, que se perdían más allá de la parte superior de sus muslos. Antonio, el más lanzado de ambos hermanos, se adelantó, tomando a Tania de la cintura, y mirándola fijamente a los ojos, dijo: “pero qué hermoso ejemplar de hembra tenemos acá. Estoy seguro que te gustaría que este macho te muestre lo que es gozar, ¿no es cierto, perra?” El brutal exabrupto misógino parecía ser la forma normal de comportarse de los hermanos, lo que despertó en Tania el profundo deseo de hacer que, al menos uno de ellos, viviera como una humillación el proceso al que serían prontamente sometidos. “¿Por qué no subimos al auto y me mostrás, lindo?”, fue la respuesta de Tania, al tiempo que, con una simple mirada y una maliciosa sonrisa, le dio a entender a Marianne lo que quería hacer. La morocha tomó entonces de la mano al otro joven y entró al auto primero, así que Octavio, al intentar entrar después, se topó con los poderosos brazos de ella que lo jalaron hacia adentro, haciendo que cayera sobre sus tetas, que hábilmente había descubierto previamente y de las que ya brotaba un líquido de aroma atrapante. El chico no tuvo la menor oportunidad y, sin dudar un segundo, comenzó a lamer y a mamar aquel elíxir, completamente ido. A todo esto, aún parado junto a la limusina, Antonio estaba completamente absorto, besando apasionadamente a Tania, que lo distraía de lo que sucedía con su hermano. Con gran destreza, la rubia extrajo de su diminuta cartera una pequeña jeringa, que clavó intempestivamente en el cuello de Antonio, tomándolo completamente por sorpresa.  Luego, de un empujón, lo hizo subir a la limusina y, sin darle tiempo a nada, entró detrás de él y cerró la puerta, mientras el muchacho, apenas acomodado en el asiento, sentía cómo su cuerpo se entumecía rápidamente hasta perder el control de sus brazos y piernas, quedando perfectamente sentado, rígido, completamente consciente, pero sin poder moverse y, prácticamente, sin poder hablar, emitiendo apenas un hilo de voz. Sus ojos estaban fijados en el asiento opuesto, donde vio cómo su hermano se apuraba más y más a lamer y succionar los pezones de la voluptuosa mujer morocha, pero sin registrar nada de lo que sucedía a su alrededor. Algo no estaba bien. Octavio tenía los ojos cerrados, y chupaba casi como un poseído, completamente ajeno a la ridícula posición y situación de Antonio, que quiso llamar su atención, fracasando completamente en el intento. De pronto, la mujer apartó su vestido y extrajo una enorme pija erecta que acercó a la cara de Octavio. Antonio intentó nuevamente gritar, pero sólo pudo soltar un mínimo hilo de voz: “nooooo, hermano... ¡Cuidado! ¡Es un tipo! ¡¡Hermano…” Su voz se apagó, como alejándose por un oscuro pasillo.

Lo que sucedió después le heló la sangre. Su hermano, aquel que hacía gala de su hombría, que menospreciaba y maltrataba a las mujeres, que las seducía usando su poder y fortuna para luego vejarlas e incluso golpearlas, abrió la boca y engulló toda la enorme pija de la mujer, torpemente primero, para paulatinamente ir mejorando en la mamada que le hacía a esa extraña morocha. Pudo ver cómo la mujer susurraba cosas al oído de Octavio, incesantemente, y cómo su hermano iba acomodándose más y más, relajando su cuerpo, moviéndose cada vez con más gracia, más felinamente. No llevó demasiado tiempo para que el muchacho se moviera tan bien como esas putas por las que se hacían chupar la pija frecuentemente. Tania, sentada a la izquierda de un desconcertado Antonio, susurró con voz firme, pero sin abandonar su tono seductor: “¿te parece que con ese cuerpo es un ‘tipo’? ¿Estás seguro de eso? A tu hermano no parece importarle. Al contrario. Está chupándole la pija como todo un experto. Pronto le va a pedir que se lo coja. Y no va a pasar mucho tiempo hasta que esté transformado en una puta como Marianne y como yo. Ya me lo imagino con hermosas tetas, una cinturita mínima y un culo envidiable, entregándose a ser cogida por cuanto macho la desee. Mirá cómo chupa. Le encanta la pija. No puede evitarlo. Y pronto vos también vas a hacerlo.” El rostro de Antonio, aún paralizado por la droga, no podía reflejar todo el pánico que estaba sintiendo. Su hermano chupaba una enorme pija, cada vez con más destreza, con más devoción, como si disfrutase enormemente de aquel pedazo de carne en su boca. Sus manos acariciaban los huevos y las piernas de la mujer que lo había puesto en ese trance, como si tratara de reverenciarlos. Pronto, ahogados gemidos escapaban de su boca completamente rellena de la durísima pija. Antonio no podía dejar de mirarlo, y juntando todas sus fuerzas, pudo murmurar: “vamos, hermano, tenés que parar. Vos sos hombre. No te gusta eso. Por favor, te lo pido. No sigas.” Inmediatamente, el cuerpo de Marianne se puso rígido y un explosivo orgasmo llenó la boca de Octavio, que deglutió con absoluto placer, dejando incluso correr un poco del delicioso fluido por la comisura de sus labios. Sonriendo seductoramente, aún con un dejo de la poderosa leche latiendo en su boca, miró con sumisión a los ojos de Marianne y, con voz levemente afeminada, dijo: “por favor, cogeme. Llename el culito con esa pija hermosa. Quiero sentirte adentro mío.”

Antonio seguía paralizado por efecto de lo que Tania le había inyectado. Aunque no podía hacer gestos, el horror se veía en su rostro, en su mirada. “Miralo al putito de tu hermano. Le encanta la pija. La chupó bien chupada, se tragó toda la leche y ahora pide por favor que se lo cojan. No puede negar que le encanta. Pronto no va a poder resistirse a ninguna pija, y finalmente entenderá que es una puta y nos rogará que lo pongamos a trabajar de prostituta en nuestro burdel. Y después, será tu turno.”

Antonio no supo si la droga comenzaba a perder eficacia o si la ira que iba creciendo dentro suyo combatía el efecto, pero sintió que su cuerpo comenzaba a recuperar movimiento aunque, en lugar de poder mover manos y pies, lo primero que se movió fue su pija, que se puso completamente erecta, cosa que lo horrorizó. ¿Es que acaso se excitaba de ver a su hermano chupando pijas? ¿O en realidad lo excitó lo que le acababa de decir esta puta loca? Aunque él no lo sabía, su erección era el efecto esperado de lo que le habían inyectado, y era lo que Tania y Marianne deseaban; que él pensara que esta situación era excitante.

La voluptuosa morocha ordenó a Octavio ponerse en cuatro patas sobre el asiento, a lo que el chico obedeció ciegamente, siempre sonriendo con erótica sumisión. La mujer, entonces, lo penetró en un único y rápido movimiento, que arrancó del muchacho un profundo quejido de dolor, y que rápidamente se transformó en jadeos, para luego volverse implorantes apelaciones a ser cogido salvajemente. Antonio, completamente paralizado excepto por su durísima pija, no podía quitar los ojos de lo que sucedía con su hermano, observando cómo cada empujón de las poderosas caderas de la mujer lo transformaban sutilmente en un hambriento adorador de pijas. No demoró mucho para que Tania, completamente excitada, se ubicara de rodillas en el asiento junto a Octavio y, poniéndole la pija a escasos centímetros de la boca, le ordenara que comenzase una profunda mamada. Obviamente, el muchacho no resistió y comenzó su tarea mientras Marianne intensificaba el ritmo de la cogida, por lo que el chico sólo podía gemir y ondularse. El cuadro era eróticamente estimulante. Un jovencito, de piel blanca y pálida, pecas en todo el cuerpo, y un furioso cabello rojo, se movía seductoramente mientras era penetrado por boca y culo por dos exuberantes mujeres trans que lo cogían ardientemente. Antonio intentaba gritar, pero sus cuerdas vocales ya no le respondían. Sólo su pija parecía tener movilidad, latiendo y bamboleándose, completamente erecta, hasta que de su extremo comenzaron a brotar cristalinas gotas de presemen. Su mente lo torturaba porque no podía entender que esa imagen de su hermano siendo violado por las dos mujeres le provocara esa excitación. Sus ojos, lo único que podía mover además de su pija, buscaron el rostro de Tania que, al verlo, le sonrió y le dijo: “¡Parece que te gusta lo que le hacemos a tu hermanito! Se está convirtiendo en un chupapijas experto. Me está haciendo gozar como loca mientras a él se lo están enculando violentamente, y lo está disfrutando como nunca. Cuando terminemos con él será un putito completo y, pronto, mucho más pronto de lo que te imaginás, será toda una puta como nosotras. Mirá cómo se mueve ya… ¡parece una gata en celo! Y por cómo tenés la pija, creo que vos también querés que te hagamos lo mismo, ¿no?”

Pudo ver los cuerpos de ambas mujeres tensionarse, anunciando el clímax que se aproximaba, y sintió enorme desazón al ver que, en el momento en que su hermano sintió ambas eyaculaciones dentro suyo, tuvo también un intenso y poderoso orgasmo, con gruesos chorros de leche siendo disparados de su pija, con sus ojos cerrados, su cuerpo tembloroso y profundos gemidos, demostrando con eso que ya era completamente puto y amante de las pijas. Una lágrima cayó por la mejilla de Antonio, que vio con horror a su hermano, el otrora machista y misógino objetizador de mujeres, transformado en un afeminado homosexual, sentado entre ambas mujeres, mientras las besaba y acariciaba reverencialmente y ellas hacían le devolvían las caricias y besos mientras se turnaban para seguir susurrando cosas en sus oídos.

El temor se apoderó de Antonio cuando, después de unos minutos de presenciar esa escena, vio el rostro de su hermano mirándolo sonriente, mientras se le acercaba felinamente. “Mmmmm, hermanito, me parece que te gusta lo que ves. Mirá como está tu pija. ¿Querés que te la chupe? ¿Querés que te muestre qué buen chupapijas que soy?” y acto seguido, se arrodilló frente a él y comenzó a mamarle el entumecido pedazo de carne, mientras gemía descontroladamente y con sus manos le acariciaba los huevos, las piernas y el pecho.

Las sensaciones eran sobrecogedoras. No podía mover ni un músculo y sentía que su piel se había vuelto hiper-sensible. Cada toque, cada caricia de su hermano, lo hacía estremecerse y, en conjunto con la experta boca de Octavio, se estaba volviendo loco de placer. La forma en que la lengua le rozaba la piel de la pija, la leve fricción de esos labios lubricados con saliva que le recorrían todo el tronco, los delicados dedos que jugueteaban con sus huevos, sobrecargaban sus centros de placer. Sin dudas, su hermanito se había convertido en un chupapijas experto, capaz de darle placer a cualquier hombre. Perdido como estaba en las sensaciones, no percibió a Tania sentándose a su lado y comenzando a susurrarle cosas en su oído, al tiempo que le acariciaba y pellizcaba los pezones.

“¿Ves cómo hasta el más machito se vuelve un putito insaciable una vez que prueba la pija? Mirá tu hermanito cómo la chupa. Aunque creo que pronto vamos a tener que decirle ‘hermanita’, por lo que parece. Mirá cómo me mira implorando que se la meta mientras te la chupa. ¿Querés ver cómo me la cojo mientras se traga tu leche?” Sin posibilidad alguna de reaccionar, Antonio vio a Tania ubicarse detrás de Octavio y hundirle la pija en el hambriento y ávido culo, sin poder siquiera reaccionar ante el supuesto insulto de referirse a su hermano como una mujer. Octavio gimió y cerró los ojos en muestra de extremo placer, comenzando un intenso contoneo, pero sin soltar, en ningún momento, la pija de la boca. Antonio sólo podía dejar caer lágrimas, al ver a su hermano tan entregado, tan puto. La voz de Tania le perforaba su adormecido cerebro: “pronto, vos también vas a implorar que te cojan. Vos también vas a ser una puta, atendiendo machos en un burdel. Deseando ser cogida. Pero te voy a hacer sufrir en tu transformación. Cada paso que des va a ser una tortura, pero no vas a poder evitarlo. Pronto vas a ver a tu hermanita entregándose a Andrés y a algún otro macho, implorando por sus pijas. Y vas a sentir odio, ira, desprecio, pero no vas a poder hacer nada. Vas a asistir al espectáculo de ver cómo tu hermana se transforma irremediablemente en una puta, y no vas a poder evitarlo.”

En ese instante sintió que su cuerpo lo traicionaba, y llegaba a un orgasmo extraño, como apagado, aturdido por un sopor que no lo dejaba disfrutar, sólo soltando ingentes cantidades de leche en la boca de su ansioso gemelo que, a su vez, gemía por la acabada de Tania dentro de su culo. “Gracias, hermanito, me encantó tu leche. Descansá un poco y después me cogés, ¿sí?”, dijo sonriente Octavio en un tono completamente afeminado o, mejor dicho, femenino. Su rostro, sus pecas, sus facciones, mostraban la carita de una nena traviesa, en lugar del desagradable y soberbio pelirrojo que siempre había sido.

CAPITULO III

La limusina se detuvo de golpe. Recién entonces Antonio percibió que habían estado viajando. ¿Dónde estarían? ¿A dónde los habrían traído? Escuchó la puerta abrirse, y las dos mujeres salir, acompañadas de su hermano que dialogaba alegremente con ellas, ya sintiéndose una más. Luego, sintió las dos manos enormes y poderosas del negro que lo tomaban de los brazos y lo jalaban hacia afuera, lo que le produjo un enorme dolor en los músculos de las piernas, hasta que, dejándolo de pie junto al auto, volvieron a agarrotarse. El apesadumbrado y paralizado muchacho miró a los ojos al enorme morocho, que maliciosamente sonriente le devolvía la mirada. “¡Qué linda putita que vas a ser! En cuanto pruebes mi pija no vas a tener retorno”, le soltó el negro. Internamente, Antonio estallaba de ira. ¡Claro que él no se entregaría tan fácil como lo había hecho su hermano! A él no lo doblegarían. Supo que tenía que buscar la forma de escapar para conseguir ayuda y rescatar a Octavio. Tomándolo de un hombro, el negro comenzó a tironearlo, lo que asustó a Antonio, que pensó que caería al no poder mover las piernas. Pero, para su sorpresa, sus pies comenzaron lentamente a dar pequeños pasos, en forma inconsciente, acompañando esos jaleos del enorme hombre. El frío y el viento de la noche lo hicieron darse cuenta que estaba completamente desnudo y que, pese a haber acabado minutos antes en la boca de su hermano, su erección continuaba plena. No reconocía nada de lo poquísimo que podía ver. Parecía ser alguna casona antigua o tal vez el casco de una estancia. El piso que había recorrido desde que bajó del auto y caminó hasta la entrada era de alguna forma de empedrado que, por el rocío y el frío de la noche, estaba completamente húmedo. El olor en el aire, lleno de perfume de plantas y vegetación, delataba que estaba en algún lugar muy alejado del pueblo. Guiado por el negro, entró en la casa, para lo que tuvo que atravesar gruesos cortinados azules, que sintió aterciopelados cuando rozaron su piel.

Al llegar al salón percibió que, además de sus pies, su cuello y sus ojos ya tenían un leve movimiento, por lo que pudo girar levemente la cabeza para ver a su hermano en cuatro patas sobre un sillón, con la cabeza hundida en el regazo de un desconocido sentado a su lado, al que le estaba chupando vehementemente la pija. Por detrás, Tania ya alineaba su enhiesta pija para encularlo y cogerlo, cosa que claramente su hermano deseaba, dados los movimientos que hacía con sus caderas y nalgas. Detrás del sillón, Marianne susurraba al oído del desconocido, que tenía la vista clavada en una enorme pantalla de TV en la pared frente a él, observando absorto las imágenes que se sucedían en rápidos destellos.

El negro fue guiando a Antonio en la penumbra del salón hasta que, estando a escasos dos metros del sillón, pudo reconocer en el otro hombre a Roque, el albañil del pueblo. Ambos gemelos tenían historia con ese hombre, ya que había sido empleado de su padre y por su gran capacidad y destreza, con apenas 25 años había llegado a ser el capataz en los campos. Pero el destino quiso que Roque se enamorara de una chica del pueblo, a la que justamente Antonio le tenía ganas. El capataz entonces pretendió competir con él y es claro es que el gemelo no iba a permitir semejante confrontación, aunque no tuviera por ella absolutamente ningún sentimiento, sino que sólo quisiera que cogerla y dejarla, como hacía con todas las chicas del pueblo. Por el contrario, Roque estaba perdidamente enamorado de ella. La chica, tal vez consciente de eso, eligió quedarse con el capataz, lo que despertó la ira de los gemelos que obligaron a su padre a despedirlo, divulgando falsamente en el pueblo calumnias sobre él, lo que hizo que el pobre Roque quedara en la nada, perdiendo incluso al amor de su vida, para terminar viviendo en una tapera, trabajando de albañil o de changarín en cualquier tarea que pudiera darle unos pesos para comer.

El hombre, lejos de mostrar algún sentimiento contra el gemelo que le chupaba fervientemente la pija, seguía con la vista clavada en la pantalla, como si no percibiese lo que pasaba a su alrededor. Con los ojos vidriosos, sin pestañear, miraba la rápida sucesión de pantallazos, mientras en su oído Marianne le seguía susurrando cosas. Unos segundos después, el cuerpo de Roque evidenció que estaba al borde del orgasmo, que lo estremeció casi por sorpresa, haciéndolo soltar copiosas cantidades de leche en la boca del colorado gemelo, que gimió y tragó con absoluto placer, al tiempo que Tania le llenaba el culo con su leche. Octavio explotó entonces en un gigantesco orgasmo que hizo que su propia pija eyaculara copiosamente sobre el sillón, dejando un enorme charco blanquecino.

Casi sin darle tiempo a reaccionar, Marianne, giró rápidamente hasta quedar frente a Roque y, poniendo un pie sobre el sillón y otro en el piso, acercó su enorme pija a la boca del albañil, que aún tenía la mirada perdida y continuaba en un opresivo sopor. Obedeciendo a la programación que había recibido en los últimos minutos, completamente ajeno a imaginar que en otro momento eso le hubiese generado asco o repulsión, Roque abrió la boca y dejó que la poderosa mujer le hundiese una enorme pija que acomodó con extraña facilidad hasta el fondo de su garganta, permitiendo que literalmente le cogiese la boca, hasta que esa cogida se fue convirtiendo en una ferviente mamada. Finalmente, tragó la leche del Ama, a la vez que gemía y de su propia pija brotaran enormes cantidades de leche que caían sobre su propia piel, en un intenso orgasmo que, por primera vez en su vida, había tenido por chupar una deliciosa pija.

Antonio observaba todo con infinita angustia y casi sin poder reaccionar, ya que su parálisis persistía. Apenas podía girar la cabeza, mover levemente sus piernas y balbucear alguna palabra. Por el rabillo del ojo vio a Tania acercándose felinamente hacia él, mientras el negro tomaba del brazo a un sonriente y relajado Octavio y, para deleite de su completamente afeminado hermano, se lo llevaba para la parte trasera del salón, donde ambos se perdieron entre las penumbras y los gruesos cortinados. En el sillón, Marianne cogía violentamente a Roque que gemía y gozaba, moviéndose con gestos que iban volviéndose más y más suaves y femeninos. “¿Viste? Tu hermanita ya es toda una puta. Ahora Andrés la lleva a la máquina que le dará el cuerpo definitivo, tan seductor como el nuestro. Pronto vos también vas a pasar por esa máquina. Es una maravilla de la tecnología de ellos...” - dijo Tania apuntando a Marianne - “En sólo 6 horas, tu hermanita tendrá rostro, tetas, cintura, caderas, nalgas y piernas que cualquier mujer envidiaría, y una hermosa pija que todos los hombres del pueblo anhelarán chupar. ¿Ya estás listo para entregarte a que te coja y te haga una puta como ella? ¿O todavía querés pretender que no te gusta la pija? Por si no lo notaste, la tuya sigue completamente dura, y goteando leche, futura putita”, atacó Tania, mientras le acariciaba el miembro, que en todo momento había permanecido erecto y completamente duro. El chico no entendía por qué tenía semejante erección. ¿Es que acaso le excitaba ver sexo entre hombres? ¿Acaso quería sentir la sensación de coger con otro hombre? ¿O estos pensamientos le habían sido impuestos de alguna forma por sus captoras? ¿Realmente él quería sentir una pija dura y caliente en su boca, soltando gruesos chorros de leche tibia, dejando que invadieran sus sentidos y su garganta, volviéndolo más y más puto hasta convertirlo en una mujer con pija, como sus captoras? ¿Quería realmente sentir el toque poderoso y áspero de otro hombre, someterse a la fuerza de sus músculos, al poder de una pija dura metiéndose en su culo, bombeándolo y arrancándole femeninos gemidos? Su hermano, o mejor dicho su hermana, parecía gozar enormemente con esas cosas. ¿Era porque las captoras le habían hecho algo, o realmente disfrutaba y gozaba de lo que sentía? Lo avergonzaba terriblemente la sola idea de pensarse puto, pero más lo horrorizaba la idea de sentirse mujer. Pero lo cierto era que su pija soltaba cada vez más de ese líquido blanquecino parecido a la leche, pero más chirle. Lo que él no sabía, es que todo lo que pasaba por su cabeza era parte de la manipulación que Tania y Marianne habían hecho en su cabeza. En un momento, sorpresivamente, sintió los labios de esa hermosa rubia sellarse contra los suyos. Sintió una ardiente lengua invadiéndole la boca y pudo saborear algo que no identificó, pero que le resultaba delicioso, extraño, atrapante. Cerró sus ojos y se dejó invadir. No supo cuánto tiempo pasó, hasta que ella le soltó la boca, y con las manos en sus hombros, lo obligó a sentarse en el sillón, donde Marianne acababa de terminar de coger a Roque y que ahora, gimiendo y jadeando, estaba entregado a Andrés que, en algún momento, había vuelto del fondo, seguramente luego de dejar a Octavio en esa máquina que Tania había mencionado. El negro se cogía a Roque como si no hubiese un mañana, y el albañil parecía disfrutar enormemente, tanto como su propio hermano había gozado antes.

De pronto, comenzó a escuchar susurros en su oído, y ya que Tania estaba frente a él, supuso que la que le hablaba no podía ser otra que Marianne. Sus ojos se enfocaron entonces en Tania, que había puesto un pie sobre el sillón, a su lado, y le blandía la pija a escasos centímetros de su cara, lo que hizo que un exquisito aroma que venía de ese maravilloso pedazo de carne y que fácilmente podía identificarse con el delicioso sabor que había sentido en su boca, invadiera sus fosas nasales. Internamente, se debatía entre el horror que le causaba lo que le estaba pasando, y el enorme deseo de engullir esa pija y entregarse y, si eso lo hacía puto, que así fuese. En ese maremágnum de pensamientos y sensaciones, pudo distinguir ciertas palabras en el susurro en su oído que momentáneamente disiparon la nube que entorpecía sus pensamientos y le helaron la sangre: “pronto vas a ser una puta completa, vas a ser la puta de Tania, la esclava de Tania, y sólo vas a vivir para complacerla. Tu misión en la vida será obedecerla sin dudar ni un segundo. Vas a implorar que te tome como su esclava. No vas a desear otra cosa. No te resistas más. No luches más. Aceptalo. Naciste para esto. Abrí la boca, chupale la pija y entregate a tu destino, puta.” La nube de rosado algodón volvió a llenar su mente. Todo tenía sentido. Las palabras del Ama Marianne eran claramente ciertas. ¿Ama? ¿De dónde salió ese pensamiento? ¿Esclava? ¿Puta? Una parte de su cerebro quería gritar. Quería levantarse y salir corriendo. Tal vez si pudiese escapar, podría volver con ayuda y liberar a su hermano. O tal vez, lo que podría hacer era saborear esa pija, aunque sea por un corto rato, para escapar después. O mejor, tal vez, sería chupársela, dejar que se lo cogieran, y después escapar. O mejor aún, chupar esa pija, pedir que se lo cojan como una puta y luego obedecer al Ama Tania. Sí, indudablemente, eso sería mejor. Sin más, separó sus labios y extendió la lengua, intentando alcanzar ese tentador pedazo de carne. “Muy bien, puta. Entregate. Chupame la pija hasta tragarte mi leche, y se mi esclava. Nunca más tendrás que pensar ni decidir nada. Sólo obedecerme. Sólo entregarte a mí y dejar que yo te coja la boca, el culo o lo que yo decida. Rogarme que te de leche permanentemente. Implorar que te ofrezca como una mercadería en cualquier burdel que a mí se me ocurra. Chupá, tragá y empezá tu nueva vida de puta trabajando en este burdel, convirtiendo en putas a otros desprevenidos”, dijo su Ama Tania. Esas palabras produjeron un click final en su cabeza. Antonio cerró los ojos, abrió su boca y selló su destino, dejando de existir como hombre, para siempre.

CAPITULO IV

Eran las 8 en punto de la mañana y el contador González García, Romualdo para sus escasos amigos, tocaba insistentemente el timbre en el consultorio del doctor. Anoche, ya tarde, el médico lo había llamado por teléfono para informarle que, por algún error, los análisis de laboratorio de su revisión médica anual obligatoria, esa que el banco del cuál era gerente en la sucursal del pueblo le exigía, se habían traspapelado y debería hacerse un nuevo chequeo. Siempre respetuoso de las normas y la ley, casi hasta el hartazgo, el canoso panzón aceptó visitar al galeno a primera hora de la mañana del día siguiente, y aquí estaba. Aparentemente, el médico habría olvidado la cita o estaría ignorándolo, ya que no respondía al llamado, lo que exasperaba sobremanera al circunspecto gerente bancario, cuya vida siempre había sido un ejemplo de estrechez mental, exigiendo puntualidad extrema, cumplimiento de normas, observación a ultranza de leyes y reglamentos, incluso aun cuando eso fuese contra sus propios intereses o cuando, a todas luces, le causase un perjuicio a alguien desde un punto de vista humano. Obviamente, tanta rigidez no lo hacía una persona muy querida, cosa que su esposa sufría ya que ella sí era una persona con habilidades sociales, y por él nunca había tenido éxito con cualquier intento de reunión, ágape o evento que hubiese querido organizar. Harto, Romualdo estaba por irse, cuando el médico abrió la puerta y lo saludó afectuosamente con un abrazo. Sorprendido por el gesto, el gerente hizo una mueca de molestia, pero más que por la tardanza en abrirle, por la invasión del espacio personal y por la extraña vestimenta y gestos amanerados y exagerados del profesional, cosa que nunca había notado hasta ahora. Si algo le resultaba ofensivo de este mundo moderno al estirado gerente bancario, era la visibilidad y el ofensivo grado de aceptación social que había adquirido la homosexualidad de esta época; tal era el pensamiento del contador.

Atendiendo al gesto cortés del médico, entró al consultorio mirándolo de reojo cuando pasó a su lado, no pudiendo obviar la entallada camisa semitransparente, el ajustado pantalón blanco, los delicados zapatos que parecían más “chatitas” de mujer que mocasines de hombre y el delicado aroma florar de su perfume, claramente femenino. El médico, sin ningún prurito, miró el culo de Romualdo apenas éste pasó a su lado, imaginando que lo sometía y lo penetraba, arrancándole gemidos y jadeos. Tuvo suerte de que el contador no percibiera nada, ya que hubiese sido muy incómodo explicarlo. Entraron al despacho y el doctor invitó al circunspecto maduro a sentarse, al tiempo que servía dos cafés y ponía uno frente al cincuentón que lo miró, extrañado. En años de concurrir a su consultorio, el médico jamás le había ofrecido siquiera un vaso de agua. Al ver que el galeno bebía su café tranquila y pausadamente, el contador hizo lo propio, mientras se disponía a escuchar lo que el doctor tuviese que decir. “Imagino que te preguntarás porqué te cité. Si bien te adelanté por teléfono lo que había sucedido, también te preguntarás porqué tanta urgencia. Y a juzgar por tu cara, imagino también que te intrigará mi vestimenta, mis gestos y mis modos, ¿no?”, inquirió el doctor, ante un contador al que rápidamente los ojos se le ponían vidriosos y que, de pronto, sentía que no podía balbucear siquiera una palabra. “A esta altura, también te preguntarás por qué no podés decir ni una palabra, y por qué no podés dejar de mirarme. Tampoco podés explicarte por qué tenés la pija tan dura, ni de dónde surgen tus ganas de que te la chupe, ¿verdad?”, continuó el médico, al tiempo que se levantaba de su silla y rodeaba el escritorio para quedar frente al obeso gerente que, sin quitarle los ojos, mantenía una expresión de temeroso estupor. Poco tiempo le llevó al doctor comenzar una mamada profunda y altamente erótica, que Romualdo recibió con ira, asco y repulsión primero, pero que rápidamente reemplazó por placer y deseo intenso. A medida que avanzaba la chupada, el contador iba gozando y deseando más y más. Hacía muchísimos años que su pija no estaba tan erecta, tan viva, tan feliz. Sintió su propio orgasmo gestándose, creciendo, alistándose para explotar. Cuando llegó, un inmenso placer lo estremeció, y sintió cómo su pija descargaba enormes cantidades de leche, como hacía tiempo no sucedía, llenando la golosa boca del hambriento médico. Con una atontada sonrisa, vio al médico incorporándose y acercando el rostro para besarlo, aunque no percibió que el doctor había guardado toda su leche en la boca y, cuando sus labios se encontraron, le soltó todo el contenido empujándolo con la lengua, hasta invadir completamente sus sentidos. En lugar de sentir rechazo, su lengua se apuró para degustar ese enigmático placer, y pronto gemía mientras ese manjar bajaba por su garganta. Cuando rompieron el beso, el galeno, mirándolo a los ojos, inquirió: “¿te gusta? ¿Querés probar la mía?”, a lo que el contador asintió sin dudar. Las Amas le habían explicado que, en casos de hombres con más influencia o de hombres que mostraran algún rasgo de homosexualidad, usara esa técnica de darles su propia leche para acelerar la transformación. De esa forma, los influyentes ayudarían más rápidamente en la cosecha de los hombres del pueblo y, de haberlos en la zona, también los homosexuales se transformarían más rápidamente, a fin de empezar enseguida a atender en el burdel, ya como putas. A medida que chupaba, la habilidad del contador iba en aumento, al mismo ritmo que los gemidos y la excitación del médico. En cierto momento, el doctor comenzó su tarea de impartirle instrucciones, tal como lo habían programado: “dale, chupame bien la pija, putito. Disfrutala. Sentí cómo te va gustando cada vez más. Ya no podés vivir sin pija. No podés resistirte. Después que termine con vos vas a ir al nuevo burdel, y cuando vuelvas al banco vas a ser todo un puto, bien hambriento de pija. Cuando salgas de acá, en camino al burdel, mandales un mensaje a tus empleados para que vengan a verme hoy mismo, de a uno. Para mañana en tu banco tienen que ser todos putos, como vos. ¿Entendiste?” El contador asintió sin siquiera soltar la pija, que cada vez le resultaba más irresistible. Dentro suyo, el hambre y deseo por la leche se hacía más y más insoportable. Cuando el médico le acabó en la boca, el contador era ya completamente puto, desesperado por recibir pijas, sea por boca o por el culo.

El obeso gerente se despidió del médico con un profundo beso de lengua, en el que, sorprendentemente, disfrutó de saborear los restos de la leche de ambos, ya que, imperceptiblemente para él, se estaban haciendo presentes mínimos cambios físicos, siendo el primero de ellos el aumento exponencial de la capacidad de sus papilas por sentir el sabor de la leche. Al salir del consultorio, se cruzó con Norberto, el enfermero y asistente del doctor, que recién llegaba para iniciar sus tareas, y que lo miró extrañado, ya que el médico no acostumbraba empezar a atender a sus pacientes tan temprano, y que además tampoco lo había llamado para pedirle que viniera más temprano. El joven miró al contador y luego miró intrigado al doctor, que le dijo, sonriente: “pasá al consultorio que te explico bien, lindo”. El chico se quedó extrañado de que lo llamara de esa forma, pero encogiéndose de hombros, entró al consultorio y se sentó frente al escritorio de su jefe. El contador, en su camino hacia su auto, mandó un mensaje de texto a los dos jóvenes empleados del banco, ordenándoles presentarse ese mismo día, de a uno, en el consultorio del médico, repitiendo la excusa que el doctor le había dado a él mismo para forzar su visita. Enseguida, y sin esperar respuesta, partió rumbo al burdel, en las afueras del pueblo.

Norberto entró al burdel todavía confundido. Su jefe, el médico, le acababa de chupar la pija de forma excepcional, y le había sugerido venir a este lugar. No sabía por qué, pero lo obedeció. El negro de la puerta, enorme e imponente, le apartó una cortina y lo hizo pasar. La música retumbaba, ominosa, taladrando sus oídos y haciendo que sus sentidos quedaran anestesiados, aislados de la realidad circundante. Su cerebro se ponía lento, como si estuviese tratando de caminar en una pileta de un viscoso líquido rosado, de perfume irresistible, que volvía todo más suave, más lento, más placentero. La penumbra del lugar era sólo interrumpida por la luz que generaban diversas pantallas ubicadas sobre las paredes a no más de 2 o 3 metros entre cada una. En ellas, diversos videos donde hermosas mujeres con pija se cogían a todo tipo de hombres, que aceptaban con enorme placer las penetraciones de las que eran objeto, competían lujuriosamente por la atención de sus ojos.

Caminó lentamente, con enorme dificultad para enfocarse en sus pensamientos, hacia el área más iluminada del salón y, al llegar pudo ver dos hermosas pelirrojas, de cuerpos voluptuosos, delgadas piernas longincuas que remataban en amplias caderas y mínimas cinturas, vestidas con diminutas bikinis de lentejuelas, una roja y la otra negra. Al verlas de cerca se percató que eran dos gemelas de piel blanca como la luna y pecas rojas como la sangre, con largas cabelleras de ardiente fuego. A su cerebro le costó enorme trabajo concentrarse para asociar las ideas, pero finalmente, pudo reconocer por sus rasgos las caras de las chicas, aunque distaban mucho de las que él conocía. “¿Antonio? ¿Octavio? ¿Son ustedes?”, preguntó, dubitativo, el joven ayudante del médico. Las dos chicas se miraron y se rieron jocosamente, mientras una de ellas ya tomaba del brazo al muchacho y le apoyaba las tetas en el pecho. Norberto la miró a los ojos e inmediatamente bajó la vista hacia las tetas enormes, cálidas y firmes que la chica le apoyaba, mientras la otra pelirroja no sólo le apoyó las tetas desde el otro lado, sino que con una mano juguetona acarició su bragueta, que ya dejaba percibir una pija completamente erecta. Sonriendo pícaramente comenzó con intensas caricias, en una de las cuales abrió el cierre y en hábil movimiento extrajo el grueso pedazo de carne. “¿Creés que con estos cuerpos seguimos siendo esos dos que nombraste? Tenés razón en que alguna vez lo fuimos, pero ahora somos Desirée y Alondra, y estamos para darte placer y hacerte gozar. ¿Querés gozar con nosotras? ¿Querés que te hagamos lo que nunca te hicieron en tu vida? Entregate a nosotras y vas a ver lo que es sentir placer extremo”, dijo la que tenía a su derecha. Al verla, notó que, a diferencia de la otra, lucía en el cuello un extraño collar de cuero negro, con tachas y una plaquita con una inscripción, pero que por la escasa iluminación no alcanzaba a leer. La chica, viendo su interés, aumentó su curiosidad provocándolo, y le susurró: “si me dejás chuparte la pija, te muestro lo que dice la chapita, ¿querés?” Norberto no lo dudó y asintió con la cabeza, viendo cómo ella no esperaba su respuesta y se arrodillaba frente a él, metiéndose su duro miembro en la boca. La otra chica lo besó apasionadamente, y él dejó que esa cálida lengua le invadiera la boca, cada vez más agresivamente, hasta que, interrumpiendo el beso, lo tomó de la mano y, dirigiéndose a la otra chica, dijo: “esperá, hermanita, llevémoslo a una habitación, que quiero cogerlo.” Norberto la miró extrañado, pero imaginó que se referiría a montarse en su pija y cabalgarlo. No sospechó que la intención no era esa, ni lo que le esperaba. Desirée, la que le chupaba la pija, lo soltó y, tomándolo de la otra mano, comenzó a caminar hacia el cortinado que separaba al salón del sector íntimo.

El chico se dejó llevar por ambas mujeres hasta una amplia habitación con una enorme cama con sábanas de satén rojo y tenues luces de colores que, junto al color de las paredes y la combinación de gruesas y pesadas alfombras y cortinados, ambientaban un clima de sexo lujurioso y ardiente. “¿Querías saber qué dice la chapita? Leé”, ordenó Desirée, acercándola con sus dedos a la cara de Norberto. Desirée - Puta de Tania, podía leerse claramente en el collar. El chico la miró, extrañado, sin entender qué significaba eso, mientras percibió que la otra puta le quitaba la ropa, y en rápido movimiento retomaba la mamada que su hermana había iniciado en el salón. Su cerebro trataba de salir de ese delicioso sopor que lo envolvía, que teñía todos sus pensamientos de un delicado tono rosado, que lo hacía sentirse también delicado, pero el placer que experimentaba hacía que se hundiera más y más, deseando que esa sensación fuese más intensa, más profunda, más permanente. “Tania es mi Ama, y Marianne es el Ama de ella y de nosotras, como pronto será la tuya también. Es sólo cuestión de que te des cuenta de que sos una puta como nosotras y aceptes que tu destino va a ser terminar trabajando de puta en este burdel, como nosotras. Preparate que ahora mi hermanita te va a coger, y mientras tanto vos me la vas a chupar a mí, y después nos vamos a alternar para seguir haciéndote lo mismo hasta que seas un putito bien afeminado, y puedas trabajar con el doctor mandándonos a todos los hombres del pueblo para hacerlos putas como nosotras”. Norberto no entendía nada, pero estaba cada vez más perdido en el placer que experimentaba. No percibió que la otra chica había dejado de chupársela y se había parado detrás de él, besándole el cuello y la nuca, mientras le alineaba una gruesa pija con sus nalgas. El dolor en su culo fue tan intenso que lo hizo soltar un grito profundo, y debilitar sus músculos por un segundo, permitiendo que la otra lo obligase a doblar la cintura para quedar enfrentado a otra dura pija que se le ofrecía. La nube rosa se disipó por un segundo y él intentó resistirse, cerrando la boca, pero el pedazo de carne que le bombeaba el culo violentamente lo hizo gritar nuevamente, momento que aprovechó Desirée para hundirle su pija en la boca, y comenzar a bombearlo también por ese extremo. En cuanto saboreó el presemen que brotaba de la chica de collar, la nube rosa volvió a inundar su cerebro con mucha más fuerza que antes, tiñendo sus pensamientos, sus deseos, su personalidad, e hizo toda su resistencia cesara. Apenas unos segundos después, sólo había gemidos de placer y cada vez más entusiasmo por las dos pijas que lo cogían, mejorando a cada instante sus movimientos y acciones. Cuando las chicas acabaron dentro de él, en ambos orificios, Norberto se sentía completamente puto, deseoso de pijas y machos, buscando placer sólo en ser cogido. Apenas ellas salieron de dentro suyo, el chico se sintió vacío, abandonado, angustiado y un hambre diferente al que hubiese sentido nunca se apoderó de él, por lo que les imploró a las chicas que cambiaran posiciones y volvieran a cogerlo.

Así estuvieron largas horas, en las que el muchacho iba notablemente modificando su conducta hasta que, cuando volvió al salón, caminaba, se movía, hablaba y gesticulaba en forma completamente afeminada y vestía sólo una diminuta tanga que una de las chicas le había regalado. Se paseó entonces por el salón, intentando conseguir que alguno de los pocos machos que estaban allí se lo cogiera hasta el hartazgo.

CAPÍTULO V

Hugo llegó al banco a la hora de siempre, unos 15 minutos antes de las 10. Si bien su horario estipulaba que debía estar a las 9, jamás en su vida había llegado a horario y no pensaba empezar a hacerlo justo ese día. Al entrar, su compañero Guillermo lo saludó y le preguntó si había recibido el mensaje del jefe. La realidad es que Hugo ni siquiera había mirado el teléfono, así que no tenía idea de qué le estaban hablando. Guillermo aprovechó entonces, y simplemente le dijo que ambos tenían que ir al médico, así que iría primero él, y cuando volviera le tocaría el turno a Hugo. Sin poder rebatir la afirmación, por no saber de qué se trataba, el muchacho asintió y vio a su compañero salir de la sucursal, prometiéndole volver rápidamente en cuanto el médico terminara. Cuando llegó al consultorio, Guillermo se cruzó con Norberto, el asistente, que salió como extraviado, con los ojos perdidos, sin mirarlo, y se perdió con rumbo desconocido. Una hora después, Guillermo dejaba el consultorio repitiendo la misma expresión en su rostro, tal como le había sucedido al ayudante del médico, olvidando por completo la promesa hecha a su compañero de tareas y partiendo rumbo al burdel, tal como le había ordenado hacerlo el médico.

Hugo miraba el reloj de la pared esperando que los minutos pasaran, deseando que de alguna mágica forma la espera se le hiciese menos tediosa. Guillermo no había vuelto y tampoco atendía el teléfono, así que asumió que los estudios se habrían demorado más de lo esperado. Tendría que apurarse al salir, entonces, para ir él mismo a lo del médico y no perderse el resto del día en ese consultorio. Para colmo de males, aun cuando sólo faltaban 10 minutos para el cierre de la sucursal, sentía que el día se había hecho interminable, por la escasísima concurrencia de clientes. Y encima, sin su jefe ni su compañero para hacerle compañía, tendría que cerrar contablemente los movimientos de la sucursal y luego cerrar el local él mismo. Finalmente, dieron las 3 de la tarde y, como un rayo, cerró la puerta, terminó el arqueo de su caja y preparó la bolsa del clearing, que el camión de caudales recogería puntualmente a las 3 y media. Afortunadamente no tuvo diferencias que lo retrasaran y terminó rápido, por lo que aprovechó para ir al baño y esperar así en la puerta la llegada del camión, que apareció justo cuando Hugo salió de la sucursal, por lo que entregó la bolsa, cerró con llave la puerta y, despidiéndose del chofer, giró para ir rumbo al consultorio médico. En la vereda de enfrente, pudo ver la vidriera de la tienda de ropa, y le llamó la atención el erótico conjunto que vestía el maniquí principal, fuertemente iluminado. Pensó que tal vez el propietario había decidido modernizarse y, obviando la extraña visión, siguió caminando rumbo al médico. Al llegar, debió llamar a la puerta con insistencia, ya que parecía que no lo escuchaban o que el asistente no estaba disponible, y debió esperar unos minutos hasta que finalmente la puerta se abrió. Quedó frente a frente con Pablo, el profesor de gimnasia del colegio del pueblo, y tuvo que hacerse a un lado para que él pudiera salir, ya que parecía no estar plenamente consciente de sus actos. Tenía los ojos vidriosos y la mirada perdida y casi lo choca, sin percibir su presencia, pese a que Hugo lo saludó amablemente, habiendo sido su alumno pocos años antes, en épocas de su secundario.

No habían pasado ni cinco minutos, y Hugo estaba en la gloria. Apoyado contra el escritorio, el médico de rodillas frente a él chupándole la pija, y en su mente, el recuerdo de tantísimas fantasías que había tenido en sus cortos años de vida. El vivir en un pueblo tan pequeño había hecho que se reprimiera, pero la realidad es que él siempre se había sentido atraído por los hombres. Y ahora, finalmente, tenía uno a sus pies, chupándole la pija con enorme destreza y dedicación. No demoró mucho y le soltó la leche en la boca, con un placer que jamás en su vida había experimentado. Cuando el médico se paró y le besó la boca, soltándole adentro su propia leche, Hugo se estremeció y disfrutó cada segundo en el que ese mágico sabor se deslizó por su garganta. Supo que inmediatamente tenía que chupar la del doctor, así que no lo hizo esperar y se arrodilló para devolverle la gentileza. El médico se mostró sorprendido, pero enseguida cerró los ojos y comenzó a disfrutar de la mamada del chico, que pronto volvió a sentir el inigualable sabor de la leche de hombre en su boca. Obviamente, después siguieron penetraciones mutuas y besos, caricias, abrazos, que continuaron hasta que el doctor, en lugar de mandarlo al burdel a probar alguna de las chicas, directamente lo envió para hablar con el Ama Marianne. Sin esperar más, Hugo salió del consultorio, tomó su moto y partió rumbo al burdel, sin saber lo que le esperaba, ni que eso lo haría tan feliz como nunca se había imaginado.

Al llegar al antro, lo primero que lo sorprendió fue el negro de la puerta. En el estado de excitación permanente en que estaba, se imaginó siendo poseído por ese maravilloso ejemplar de macho, deseó sentir esa pija entrándole y llenándolo, hasta darle toda la leche. No se dio cuenta de que había estado mirándolo fijo, sonriendo estúpidamente, mientras imaginaba la situación, cosa que al negro le resultó hilarante. Cuando salió de su estupor, el negro, sonriendo, lo provocó: “¿te gusta lo que ves? ¿Querés más? ¿Querés esto?”, dijo tomándose la pija. Hugo se ruborizó, pero lejos de sentirse inhibido, respondió: “claro que quiero eso. ¿Me lo das? ¿Vos querés esto?”, al tiempo que arqueaba su espalda para que su culo sobresaliese, mostrándoselo sin ningún pudor. El negro soltó una fuerte carcajada, y respondió: “claro que sí, putito. Pero primero tenés que ver al Ama Marianne. Entrá, andá hasta el fondo, y ella te va a estar esperando. Cuando termines con ella, te prometo que te voy a coger de todas las formas posibles. Y cuando no des más…”, pero se contuvo. Hugo, sonriendo de oreja a oreja, entró al antro para ir hasta el fondo, pero se quedó atónito con el cuadro que encontró adentro. En un sillón cercano, su compañero Guillermo estaba en cuatro entregado a ser cogido salvajemente por Pablo, el profe de gimnasia, que lo bombeaba sin piedad haciendo estallar sus huevos contra los del entusiasmado joven. Contra una pared cercana, Romualdo, su jefe, el gerente, ese obeso homofóbico e insoportable, estaba arrodillado chupándosela al ayudante del comisario, que se besaba apasionadamente con el director del colegio. Pero lo que más le llamó la atención fue el ayudante del médico, en cuatro patas en el piso, siendo cogido por boca y culo por el profesor de historia y el de geografía, mientras gemía y se movía como una gata en celo. Sintió la tentación de desnudarse y arrojarse en cualquiera de los grupitos, para gozar de coger con otros hombres, como había soñado toda su vida, pero recordó lo que le había dicho el negro de la puerta, y continuó caminando hacia el fondo. La música que retumbaba en sus oídos tenía algo lo fascinaba, lo ponía como en trance. A medida que avanzaba hacia el fondo, sus pasos se volvían más y más gráciles, más delicados, sus caderas comenzaban a bambolearse más y más, su culo a contonearse, sus brazos a moverse en forma ondulante, acompañando sus delicados movimientos.

Antes de llegar al fondo, una espectacular figura salió de entre los cortinados y lo interceptó, tomándolo por la cintura y fundiendo sus labios con los de él, al tiempo que una delgada y delicada mano le recorría la bragueta, bajándole el cierre y acariciando su pija por dentro del pantalón. Hugo se sorprendió, pero rápidamente comenzó a sentir una extraña excitación que hacía que su pija se fuera endureciendo, hasta quedar totalmente erecta. La otra mano de la intrigante mujer apretujaba sus nalgas como queriendo hacerlas explotar. A él claramente no le gustaban las mujeres, pero había algo especial en ésta. No podría describir qué, pero sabía que quería someterse, entregarse. Después de un par de minutos de un intenso juego previo, ella lo tomó de la mano y lo condujo a través de los cortinados, hasta una oficina en un sector apartado del lugar. Apenas entraron, ella giró, lo tomó de las muñecas y lo forzó a arrodillarse, para luego extraer de su diminuta tanga una enorme pija. Hugo miró fascinado, relamiéndose, entendiendo el porqué de la atracción que había sentido, sabiendo que a partir de ahora sería esclavo de esa pija y de esa mujer, que haría cualquier cosa que ella pidiese u ordenase. Abrió la boca y engulló sin hesitar. Mamó con enorme dedicación, haciendo absolutamente todo lo que en su vida había fantaseado hasta ese día, todo lo que había deseado poder hacer, y que ahora sabía que era lo que le gustaba, y chupó y lamió y volvió a chupar hasta que se tragó toda la leche. Luego se desnudó, girando para quedar de espaldas, arqueándose para ofrecer su culo a esa poderosa hembra, que sin pausa lo cogió, con enorme placer. Una hora después, Hugo estaba completamente ido, dejando caer un hilo de baba por la comisura de sus labios, su cerebro completamente convertido en un esponjoso almohadón rosado, acostado sobre un escritorio, con sus piernas elevadas y sus pies en los tobillos del negro, mirándolo con una sonrisa tonta, saboreando cada segundo de esa cogida salvaje que toda su vida había deseado, completamente entregado a ser cogido por un negro enorme y de pija monumental que lo bombeaba sin cesar, acabándole adentro una y otra vez, y continuando sin perder la erección. Al mismo tiempo, tanto el negro como Marianne le susurraban cosas que él no sólo aceptaba, sino que deseaba, imploraba, hasta que una sucesión de orgasmos interminable le hizo perder el conocimiento. El negro y Marianne se miraron sonrientes, y llevaron a Hugo a la máquina, aprovechando que el chico ya tenía de antemano ese reprimido deseo por pijas y hombres, por lo que la transición no requería más que la transformación física y un mínimo condicionamiento mental. En unas horas, una nueva puta se sumaría al plantel, y ayudaría en la transformación de todos los hombres del pueblo.

CAPÍTULO VI

Eran apenas las 8 de la mañana siguiente, y en el Departamento de Educación Física del colegio, un amanerado Pablo le chupaba la pija al preceptor de 5to año, que gemía y disfrutaba de la mejor mamada que le hubiesen hecho en su vida. Jamás había imaginado que la boca de un hombre fuese tan excitante, tan experta, tan maravillosa. Acabó en pocos segundos, quedando en un estado de dulce sopor, que Pablo aprovechó para besarlo por sorpresa. Luego de unos minutos de luchar con sus lenguas, el profe de gimnasia giró, bajando su pantalón de jogging, ofreciéndole a Mario un culo perfectamente redondeado y hambriento, que el preceptor aceptó con extremo placer, penetrándolo ansiosamente. Cuando terminó, Pablo lo miró a los ojos y le sugirió, es ese estado de fácil aceptación de la sugestión, que visitara el burdel, especialmente a las dos gemelas pelirrojas, pero que antes, le diera la lista de los alumnos que él tenía a su cargo, y que fuera enviándolos de a uno a su despacho. Mario obedeció sin dudar, y pronto una fila de chicos esperaba fuera de la oficina de Pablo, a la que iban entrando de a uno, y de la que salían luego de 20 o 30 minutos, con los ojos vidriosos y una expresión de relajado placer en sus rostros, para abandonar el colegio y partir rumbo al burdel.

En la tienda del pueblo, Norberto elegía delicada y erótica lencería, un diminuto short de jean desflecado que dejaba la mitad de sus nalgas al descubierto y una cortísima remera que le permitía exhibir su delgadísimo abdomen. Para sus pies, unas delicadas chatitas de color fucsia completaban el atuendo. Se despidió del tendero con un beso en los labios, y salió caminando con un provocativo bamboleo de caderas que no hacía más que resaltar su atractivo culo, y un andar que ni la más erótica de las actrices porno podría igualar. En el camino hasta el consultorio recibió infinidad de silbidos, algunos piropos y muchísimos insultos. Dentro de sí, imaginaba en coger con todos esos que lo criticaban, y hacerles gozar el placer del sexo con otros hombres. Al llegar al consultorio, el doctor lo recibió con un ardiente beso de lengua, que prolongaron por varios minutos, hasta que Norberto no pudo resistir más y se arrodilló a chuparle la pija a su jefe, que gustoso le dio toda la leche. Sólo se detuvieron cuando el primer paciente llegó, para comenzar con la tarea que las Amas les habían encomendado.

El comisario estaba recostado en el cómodo sillón de su oficina, con el pantalón y el calzoncillo por los tobillos y con su joven ayudante arrodillado a sus pies, chupándole la pija con delicada atención. El chico lo miraba fijamente a los ojos, mientras su cabeza subía y bajaba rítmicamente, con sus tiernos labios sellados en el contorno de la pija completamente rígida del comisario, que sólo se limitaba a gemir y jadear, devolviendo la mirada con los ojos vidriosos y perdidos. En un orgasmo profundo e intenso acabó en la boca de su asistente, que luego de tragar hasta la última gota se sentó pasando una pierna a cada lado del obeso y maduro comisario, dejando la aún tiesa pija rozándole las nalgas, mientras su rostro estaba a escasísimos centímetros del de su turbado jefe. Dándole tiernos besos en los labios, que estremecían al comisario, el chico comenzó a susurrarle seductoramente: “¿te gustó cómo te la chupé? A que nunca te lo hicieron tan bien, ¿no? Es que los hombres la chupamos mejor. Y se nota que te gustó porque tu pija sigue bien dura. La siento en mi culito, deseosa de entrar. ¿Querés meterla? ¿Querés cogerme? ¿Querés saber lo bien que se siente metérsela a otro hombre? Vamos, animate.” El turbado comisario no atinó a responder antes de que el chico lo besara profunda y seductoramente, haciendo crecer su excitación aún más. Sin decir palabra, el ayudante usó su mano para acomodar la pija del comisario alineándola con su culo, y de un empujón se empaló a sí mismo, comenzando enseguida con un suave sube y baja, hasta ir tomando ritmo y darle una cadencia que erotizaba más y más al obeso jefe. Rápidamente, la imagen se había vuelto increíblemente erótica, con un joven ayudante rebotando salvajemente contra la durísima pija de un enajenado comisario, que ya no limitaba sus jadeos y gemidos, mientras escuchaba en sus oídos el suave susurro que le explicaba lo que él acababa de aprender; que el sexo con hombres es muchísimo mejor que con mujeres, que los culos y las bocas de hombre son mucho más excitantes y eróticas que las de las mujeres y que las pijas y el placer del sexo con hombres es inigualable.

En el colegio, ya entrada la tarde, sólo quedaba en la fila el último de los alumnos; Nehuén, un morocho alto, de pelo lacio, cuerpo estilizado y ojos color miel, que era el premio más preciado por todas las chicas del pueblo. Con 18 años apenas cumplidos, cada vez que se paseaba por el bar o el centro, todas le sonreían e intentaban seducirlo. Él aprovechaba la situación y salía con todas, pero nunca reincidía con ninguna. Además, en el colegio era pésimo alumno, pero no le importaba demasiado, como no le importaba prácticamente nada en su vida. Cuando la puerta de la oficina de Pablo se abrió, vio salir a su compañero que había entrado antes, y no pudo evitar notar su mirada perdida y un balbuceo que no llegó a entender, salvo por la palabra “burdel”. Mientras lo veía irse, entró descuidadamente a la oficina, para quedar frente a frente con Pablo. Nehuén no entendía qué había pasado. El profesor de gimnasia lucía un mínimo short, bastante ajustado, y en la parte de arriba estaba desnudo. Su cuerpo lucía diferente, delgado, completamente depilado, sin los marcados músculos que el profesor siempre había tenido. Pero, lo más llamativo, eran sus gestos, la forma de pararse, lo delicado de sus acciones. “Hola, precioso, ¡qué lindo estás! Tomá este vaso de agua y sacate la camisa que te voy a medir y a pesar, ¿sí?”, dijo, con voz extremadamente femenina, el profe Pablo. “Profe, ¿estás bien? ¿Te pasa algo?”, inquirió, preocupado, Nehuén. “Es que me ponés muy cachonda”, dijo el profesor, extrañamente marcando el femenino en la última palabra, mientras el chico se tomaba el vaso de agua tal como el profesor le había ordenado. Se quitó la camisa y, cuando giró para sentarse en la camilla, inmediatamente Pablo se abalanzó sobre él y comenzó a lamerle los pezones, para luego ir bajando por su abdomen y, abriéndole el pantalón en rápido movimiento, meterse la pija del azorado chico en la boca, y comenzar a mamársela con increíble destreza y dedicación. Pablo se movía felinamente, se arqueaba y gemía con la pija en su boca, mientras sus delicadas manos acariciaban los huevos y las nalgas del chico, que sólo atinaba a jadear levemente, con los ojos cerrados, disfrutando increíblemente del momento. Cuando acabó, continuó jadeando con los ojos cerrados por un tiempo, sin decir palabra, hasta que finalmente fue recobrando los sentidos. Al abrir los ojos, encontró el rostro de Pablo, sonriente, a escasos centímetros del suyo. “¿Te gustó? ¿Viste que los hombres chupamos mejor que las mujeres? Sos muy hermoso, pendejito, me gustás mucho. Me calentás mal. ¿Te gustaría cogerme? Mirá, mi culito está hambriento de tu pija. Metémela, por favor”, dijo Pablo, mientras, girando, se bajaba el short para ofrecer su dilatado culo al obnubilado chico que, confundido aún por lo que había bebido, obedeció al profesor y lo penetró sin siquiera preguntarse porqué su erección no había disminuido. Mientras bombeaba, Pablo le insinuaba más y más cosas, intentando acelerar el proceso que sabía imparable, pero que quería completar ahí mismo, en ese momento. “¿Ves que un culo de hombre es mucho mejor que una concha? Cogeme, lindo, dame tu pija, llename con tu carne y bombeame como a mí me gusta. Haceme tu puta. ¿Ves que coger con hombres es mejor? La chupamos mejor, el culo es mejor… ¿Te gusta coger con hombres, bebé? Vamos, decímelo. Quiero escucharte decir que sos puto como yo. Decilo”, presionó el afeminado profesor de gimnasia. El chico, en su frenesí semiconsciente sólo atinó a balbucear: “no, no, yo… mujeres… no…”, pero en ese preciso momento, el orgasmo más intenso que jamás hubiese experimentado, se apoderó de su cuerpo haciéndolo soltar ingentes cantidades de leche dentro del culo de Pablo, que gimió y explotó en su propio orgasmo, desparramando su propia leche sobre el escritorio. Se quedaron así por unos segundos, y el profesor volvió al ataque: “¿estás seguro? ¿Me querés decir que ese no fue el mejor orgasmo de tu vida? ¿No te gustaría sentir esto cada vez que cogés? Te puedo asegurar que coger con hombres es lo más maravilloso que existe.” Nehuén lo miró, con los ojos vidriosos aún, mientras Pablo se incorporaba, soltando la pija flácida del chico de su culo, y giraba para quedar frente a él, a escasos centímetros. El chico lo miró a los ojos, profundamente, y no pudo resistirse al beso que surgió inmediatamente. Se entregó a la lengua experta y juguetona de Pablo, los labios tersos y carnosos, las caricias delicadas y profundas de esas manos y el cautivante olor a hombre que emanaba de la piel del profesor, y pronto retribuía beso y caricias, entremezclados con ardientes gemidos. En un momento, rompieron el beso, y Pablo miró a los ojos a Nehuén que, sonriendo, acarició con dos dedos el mentón del profesor, y le susurró: “tenés razón, me gustan más los hombres. Nunca lo imaginé, pero ahora no quiero otra cosa. No sé qué me hiciste, pero quiero coger sólo con hombres.”

Pablo volvió a sellar sus labios contra los del apolíneo joven y le hundió la lengua en la boca, mientras con su mano derecha tomó la mano del chico y la guio hasta su entrepierna, haciendo que Nehuén acariciase la primer pija de su vida. El chico se sobresaltó, pero enseguida su mano comenzó a sentir el calor de la piel de ese intrigante pedazo de carne. Imaginó que, si se había sentido tan bien todo lo anterior, debería experimentar lo que se siente al chuparla. Temblando, dudando, con enorme ansiedad, Nehuén se arrodilló frente a Pablo, y su lengua se extendió, temerosa, hasta rozar la piel caliente de esa atractiva maravilla. La recorrió desde la base hasta la punta, y finalmente se la metió en la boca. La sensación fue única. Nunca jamás hubiese imaginado que tener una pija en la boca se sintiese tan maravillosamente bien. El sabor, la textura, el calor, todo se conjuraba para ser esa sensación increíble y única, provocativa, erotizante, cautivante. Supo que a partir de ahí pasaría el resto de su vida chupando pijas, saboreándolas, deseándolas, sin resistirse ni limitarse. Quería experimentar el sabor de la leche en su boca, en su garganta. Chupó y mamó como se lo acababa de hacer Pablo, que seguía hablándole, aunque él no lo registraba conscientemente. “Chupá, putito, sentí como tu deseo de pijas se vuelve más y más intenso, cómo tu necesidad de mamar y ser cogido crece a cada segundo, cómo te vas transformando en todo un chupapijas como yo. Pronto te voy a llevar a un lugar fantástico y vas a empezar tu camino para ser toda una puta, entregando la boca y el orto para cualquier macho que quiera cogerte. Vamos, chupá bien y tragá mi leche, puto hermoso”, fueron las palabras de Pablo que retumbaron en la oficina vacía y en los oídos de Nehuén, que ya mamaba con buen ritmo aquella deliciosa pija. Pronto se tragaría la leche, y luego ofrecería su culo para que el profe lo coja bien. Era todo lo que deseaba ahora. Rato después, Pablo y Nehuén salían del colegio, tomados de la mano, para subir al auto del profesor y partir rumbo al burdel.

Al llegar, Pablo caminó con un andar completamente femenino, seguido por Nehuén, que no paraba de mirarlo. Andrés los recibió con una sonrisa, aunque un tanto extrañado de ver tan avanzada la transformación del profesor que, en su estado de excitación permanente, se arrojó a los brazos del negro implorándole que lo cogiera. Andrés se rio y le indicó que primero llevara al chico con alguna de las chicas, pero Pablo le dijo que ya no era necesario, y que sólo necesitaba divertirse en el salón. El negro lo miró intrigado, y los acompañó adentro, sorprendiéndose al ver a Nehuén entregarse al primer grupito de hombres que encontró, chupando pijas e implorando que lo cojan. “¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo es que tantos chicos de tu colegio vinieron hoy?”, preguntó, demandante, Andrés. “Es que el doc me trajo varias dosis de una droga y me explicó qué hacer, pero con este chico no pude resistirme. Es demasiado lindo, y por suerte le gustó mucho ser putito. Miralo”, replicó Pablo, señalando a un Nehuén totalmente entregado recibiendo pijas por boca y culo de dos desconocidos. “Ahora me explico por qué esto está yendo tan rápido. Esperame acá”, replicó el negro y fue preocupadamente a hablar con Marianne, ya que tanta visibilidad podía traerles problemas. La mujer llamó inmediatamente al médico, que le confirmó que estaba repartiendo dosis de la droga a los que él consideraba más estratégicos con el fin de acelerar las cosas. Marianne le explicó que eso podría despertar sospechas en las autoridades, pero el doctor le aclaró que ya se había ocupado de eso, y que, si no estaban ya ahí, sería cuestión de minutos más para que el comisario y su ayudante llegaran al burdel, completamente putos y hambrientos de pija, junto con el intendente del pueblo. Además, le confesó que le estaba preparando una sorpresa: “acaba de estar uno de los monaguillos de la iglesia del pueblo, y lo he mandado con una dosis de la droga para que se ocupe del cura. Calculo que no pasará de esta noche para que lo tenga ahí, completamente entregado a las pijas, Ama.”

Marianne se quedó estupefacta, porque no imaginaba tomar este pueblo con tanta velocidad. Si seguían así, las cuatro cámaras de transformación de la máquina no darían abasto. Pero este médico había hecho las cosas maravillosamente bien. Sólo faltaba que nadie filtrara la información para afuera del pueblo. Le advirtió al doctor que, aun cuando todo pareciese marchar sobre rieles, fuese un poco más cauteloso en adelante, y cortó la llamada. Luego fue con el negro al salón, para ver a un Pablo completamente afeminado, acostado de espaldas sobre un hombre que lo penetraba, al tiempo que otro parado entre sus piernas le metía una segunda pija en el culo, que el profesor recibía con gestos de enorme satisfacción, mientras se metía en la boca una tercera pija de algún otro muchacho que por ahí pasaba y con ambas manos pajeaba a otros dos. Marianne miró a Andrés, y por lo bajo le dijo: “bueno, parece que ya está lista. Mirá esas piernas, esas nalgas, esos labios. Cuando termine, llevala atrás, cogétela un rato, y después metela en la máquina. A este ritmo, en una semana nos vamos de este pueblo.” El negro asintió y se quedó a un lado, esperando que Pablo recibiera la leche de los cinco que lo estaban cogiendo, aunque el profesor estaba completamente distraído mirando con ojos de depredador el fabuloso cuerpo de Andrés, deseando e imaginando ser poseído por ese increíble ejemplar de macho. A unos metros, contra la pared del fondo, Nehuén estaba parado dando la espalda al salón, mientras una fila de hombres se iba turnando para coger el culo hambriento del chico más lindo del pueblo, mientras en uno de los sofás cercanos a la entrada, un irreconocible comisario, de aspecto bastante más joven y con varios kilos menos, era penetrado por uno de los chicos del colegio, mientras le chupaba la pija al preceptor de 5to año.

En ese mismo momento, en la iglesia del pueblo, el cura terminaba la misa y, después de saludar a algunos feligreses, se encerraba en la sacristía, agotado después de un día donde había estado tratando de entender qué sucedía con los maridos de varias de las mujeres de su iglesia, ya que ellas habían venido buscando su consejo, porque sus maridos parecían haber cambiado de orientación sexual de la noche a la mañana, mostrándose atraídos por otros hombres e incluso, en algunos casos, bastante afeminados. Mientras se quitaba la sotana, a su espalda, el monaguillo enviado por el médico había puesto la droga en un vaso con whisky, a sabiendas que uno de los secretitos del cura era beber uno después de las misas, y se lo ofreció, con una sonrisa pícara y tierna. El párroco se sorprendió, pero aceptó gustoso y lo bebió casi de un trago. La sonrisa del chico cambió. Perdió completamente la inocencia y su rostro sólo transmitía lujuria y calentura, lo que también demostró quitándose la ropa lentamente, hasta quedar completamente desnudo, con su erecta pija a la vista del cura, que lo miraba sin entender, pero que, al intentar reaccionar, se sintió aturdido por alguna extraña razón. En ese estado de estupor, no pudo impedir que el chico desnudo se aproximara hasta él y le envolviera el cuello con sus delgados brazos, sellara su boca con un ardiente beso invadiéndola con una lengua atrevida y cálida, y que le apoyara la pija, humedeciéndole la ropa con gran cantidad de presemen. Tampoco pudo hacer nada cuando el chico, en rápido movimiento, se arrodilló frente a él y le bajó el pantalón, extrayéndole la pija del calzoncillo y comenzando a hacerle una mamada como jamás le habían hecho en su vida. La única experiencia sexual que el cura había tenido fue con su novia de la adolescencia, justo antes de entrar al seminario, y no había sido demasiado satisfactoria, pero la calidez de esta boca golosa en su pija era completamente diferente. El movimiento sensual y delicado del chico le daba un toque de erotismo extremo, que le resultaba irresistible. Los gemidos ahogados de esa boca ocupada por su propia carne iban sobrecargando más y más sus sentidos, sin siquiera sospechar que esas sensaciones eran producto del estado en que la droga lo había puesto. Ya no pudo contenerse y acabó en aquella boca deliciosa y hábil, mientras miraba a los ojos a aquel delicioso muchachito que había sabido mamársela con destreza extrema. No se resistió, sino que disfrutó cuando el chico se paró y, con la boca aún llena de su leche, lo besó profundamente. Sonrió cuando, en un susurro, el chico le explicó lo que ya estaba totalmente claro; que el sexo con hombres era lo que quería por sobre todas las cosas. No tuvo ningún prurito en sujetar el cuerpo delicado del chico, cuando le rodeó la cintura con las piernas, recostándose contra la pared y así permitiendo que su durísima pija penetrase en el culito hambriento de ese magnífico ejemplar de putito, quizás tan puto como él mismo se estaba revelando. No demoró demasiado en llenar aquél delicioso agujero con su leche, mientras su boca besaba ardientemente la del muchachito. Entre jadeos, el curita le imploró al chico que lo dejara chupársela, a lo que el jovencito accedió encantado. Un par de horas después, el cura estaba en un sillón del burdel, penetrando a uno de los chicos del colegio, mientras un enardecido director de colegio le bombeaba el culo a él.

CAPITULO VII

Nehuén llegó al colegio vistiendo un pantalón de jean extremadamente ajustado, con tajos en la parte de los muslos, rodilla y canillas, a través de los cuales se podían ver las provocativas medias de red que subían por sus delicadas piernas, completamente desprovistas de vello. La bajísima cintura del pantalón también dejaba al descubierto el elástico de la tanga que llevaba debajo, que en la base de su espalda se unía en un corazón de strass al diminuto hilo que bajaba y se perdía en el nacimiento de sus redondas nalgas. En la parte de arriba llevaba un delicado top negro de encaje transparente con breteles, y sus pies estaban calzados en delicadas sandalias abiertas con taco de 5 centímetros. Todo el cuadro se completaba con un rostro delicadamente maquillado, que remataba en carnosos labios rojo fuego. Junto a él, otros dos chicos vestían ropas tan o más femeninas que las suyas, y los tres conversaban animadamente, como si fuesen íntimas amigas, de los tamaños de pijas que habían disfrutado la noche anterior. Al entrar al hall de la escuela, se encontraron con el preceptor, que se quedó atónito, pero complacido: “¿Nehuén, sos vos?” El chico lo miró con desdén, y replicó secamente: “si no te molesta, prefiero Nahiara, lindo.” Sandro y Luis, que acompañaban a Nahiara, agregaron: “a mí llamame Sarah...”, “… y a mí Lucrecia”, respectivamente. El preceptor entonces las llevó ante el director que, cerrando la puerta de su despacho, les pidió que entre las tres le chuparan la pija, cosa que las chicas hicieron animadamente. “Primero Pablo… bueno, Paola desde anoche, y ahora ustedes tres… Me pregunto si todos terminaremos igual”, dijo despreocupadamente el director, mientras miraba con creciente deseo las pijas de esas tres hermosas putitas, para luego organizar con el preceptor y el profesor de geografía una sucesión de reuniones con los profesores que aún no habían concurrido al burdel, para que pudieran experimentar, uno a uno, el placer que las nuevas chicas les podían dar. Junto a la droga que le había provisto el médico, luego los enviarían al antro a conocer a las putas que allí atendían. A sugerencia del preceptor, Nahiara fue hasta el buffet de la escuela, y se ocupó de seducir al encargado, con la idea de agregar la droga en las bebidas de los docentes y de aquellos alumnos que cumpliesen el requisito de edad del Ama, ya que por estricta orden de Marianne no se permitía iniciar a menores, ya que la moral de su planeta de origen no lo permitía.

En los baños de varones del alumnado, casi todos los demás chicos del 5to año esperaban en los boxes a que otros chicos aún no iniciados entraran, para mamarles sus pijas, o incluso para permitirles cogerles sus hambrientos culitos.

En la sacristía de la iglesia, el curita y el monaguillo atendían con sus bocas a las hileras de feligreses que esperaban una suculenta mamada, todos ellos con los ojos vidriosos por efecto de las hostias instiladas con la droga que habían repartido a los desprevenidos fieles durante la misa. Ambos se mostraban completamente afeminados, tanto en sus gestos como en su voz y sus modos, y por sugerencia del cura se habían vestido con unos hábitos de monjas que estaban guardados desde la época en que tras la iglesia había un convento, a los que modificaron para lucir como eróticos disfraces sexys. Seguramente, ante el hecho de que ya vestían como mujeres y la fila de hombres que tenían que atender superaba fácilmente las 2 docenas, no faltaría mucho para verlos convertidos en dos ardientes putas. Era muy excitante ver al amanerado cura simulando ser una monja devenida en puta, con el monaguillo ya completamente afeminado y declarándose mujer.

En el burdel, Marianne, Tania y Andrés debatían cómo manejar la situación, ya que la máquina no podía atender la demanda ante lo explosivo que había resultado el esquema implementado por el médico. Aunque al principio se había mostrado reticente, Marianne reconoció que era una metodología exitosa, y le propuso a Andrés que se comunicaran con su planeta para requerir una máquina con más cámaras para el próximo pueblo, ya que, a partir de ahora, implementarían esta estrategia. En definitiva, necesitaban no más de 2000 o 3000 putas más, y ya su misión estaría terminada, por lo menos por unos cinco años, hasta que la población de su planeta aumentase nuevamente. Por las dudas, Tania sugirió, dada su experiencia policial, realizar frecuentes patrullajes por el pueblo, a fin de evitar que las cosas se desmadraran y alguien pudiera buscar ayuda externa. Marianne lo reconoció como una gran idea, haciendo que Andrés le entregara las llaves de la limusina, con lo que Tania salió a recorrer las calles del pueblo. De paso, si encontraba algún chico que le gustase, podría divertirse un rato, pensó, guardando sus ideas para sí, aunque tanto Marianne como Andrés sabían que eso estaría pensando su discípula.

En el salón, una descomunal orgía de hombres cogiendo entre ellos dominaba el lugar. Ya no había prácticamente diferencias entre los recién llegados y los que llevaban algunas horas en el lugar, como había sucedido en pueblos anteriores. Aquí, apenas llegaba un nuevo visitante, se desnudaba y se arrojaba a gozar de otras pijas, bocas y culos de hombres; así de efectivo era el método del doctor. Las chicas prácticamente no tenían que hacer nada, y su creciente número sólo hacía que a cada rato más y más mujeres con pija se sumaran a la bacanal. Sobre el fin de la tarde, Nahiara, Sarah y Lucrecia llegaban acompañadas de un enorme grupo de chicos del colegio, cada cual más afeminado que el anterior, que se sumaron inmediatamente a la orgía. Las tres chicas encararon a Andrés, implorándole que terminara su transición para que pudieran ponerse a trabajar como nuevas putas. El negro las llevó a la oficina de Marianne, y luego de presentarlas, les ordenó desnudarse.

Marianne se deleitaba viendo los cuerpos delicados de las tres incipientes muchachas, que apenas 48 horas atrás ni sospechaban este destino. Sus delicadas facciones, su piel suave, su cuerpo completamente libre de vello, sus gestos femeninos y delicados, su deseo permanente por pijas y su actitud seductora eran una delicia para la vista del Ama. Entregó un enorme dildo a cada una y les ordenó pajear sus culos con los juguetes, mientras se acariciaban sus pijas, pero con movimientos circulares, como si se tratase de clítoris femeninos. Las chicas gemían mientras soltaban más y más presemen, gimiendo y jadeando como auténticas putas, y una a una les fue ofreciendo su dura pija, para que la chuparan. Las chicas no se hicieron rogar y, en orden, fueron mamando aquella maravilla de carne, bebiéndose con angurria la leche del Ama, que luego las entregó a un enardecido Andrés, que las cogió sin piedad. Una vez que el negro les llenó el culo con su leche, las fue llevando a la máquina, y las fue acomodando, en el mismo orden. La última fue Nahiara, con la que tuvo especial cuidado y dedicación, ya que el morocho se había quedado fascinado con esta novel puta. Con delicado cariño le insertó en el culo la sonda que, conectada a una manguera formada por anillos de alguna especie de plástico, subía hasta el techo de la cámara y se perdía de la vista. Otra manguera con una sonda similar, llamativamente parecida a una pija masculina, debía colocarse en la boca de la incipiente puta, hasta una protuberancia que hacía las veces de tope, que encajaba contra los labios de la chica.  En los pectorales, sendas mangueras que remataban en una especie de copa de plástico transparente se adherían a la piel, y por dentro diminutas agujas se clavaban en el centro de los pezones. En sus genitales se colocaba una copa similar, que por dentro tenía una mínima manguera que se introducía en la uretra. Todo el conjunto terminaba con un casco que cubría los ojos con sendas pantallas y los oídos con una especie de auriculares cerrados, como los que usan los DJs. Una vez que terminó de conectarla, Andrés le dio un beso en la mejilla y cerró la cámara, que vista por fuera se asemejaba a un tubo de aproximadamente un metro de diámetro, hecho de algún material completamente transparente. El negro presionó unos botones en una consola cercana y por dentro la cámara fue llenándose con un gel de extraño color rosado intenso, hasta quedar completamente llena hasta arriba de todo, dejando a Nahiara como suspendida en el líquido. Andrés entonces apagó la luz de la sala y salió, dejando a las tres chicas en la etapa final de su transformación, que tomaría a lo sumo 6 horas.

En el salón, era prácticamente imposible distinguir quién era quién, tal era la marea de piernas, brazos, bocas, culos y pijas que se entrelazaban en una orgía interminable. Lo que sí estaba claro es que el número de chicas ya transformadas había aumentado exponencialmente, pero por falta de “clientes” participaban de la orgía como todos los demás. Marianne miraba imaginando que en este pueblo terminarían la cosecha en menos de una semana, y se regodeó pensando en que tal vez debería plantearles a los científicos de su planeta que buscaran la forma de acelerar la diseminación de las drogas o, mejor aún, hacerla pasible de ser vaporizada para cooptar ambientes enteros, en lugar de tener que ir individualmente. Imaginó gimnasios, colegios, oficinas públicas y empresas respirando la droga en forma de gas y terminando en una orgía como la que tenía frente a sus ojos en ese momento. Mientras estaba perdida en sus elucubraciones, un chico de no más de 19 años, completamente femenino, llegó casi arrastrándose frente a ella, y le imploró que lo dejara chuparle la pija, a lo que el Ama accedió gentilmente, para después ordenarle a Andrés que lo preparara para llevarlo a la máquina cuanto antes.

Tania recorría las calles del pueblo sentada en la parte de atrás de la limusina, esperando no encontrar dificultades, mientras Desiree oficiaba de chofer. Hasta ahora, los pocos hombres que veía parecían estar completamente ajenos a lo que sucedía, o estar ya en claro camino de transición, mostrándose más o menos afeminados, o incluso algunos directamente vistiendo provocativas prendas femeninas. Mientras daban vueltas, un atlético chico de aspecto completamente masculino, de no más de 20 años, le llamó la atención, así que le pidió a Desiree que se detuviera junto a él. El chico miró el lujoso auto, sin entender por qué se había detenido a su lado, pero advirtiendo que en la puerta trasera alguien bajaba la ventanilla y, finalmente, se asomaba. “Hola. ¿Puedo hacerte una pregunta? Estamos perdidas y necesitamos ayuda. No somos del pueblo”, le dijo Tania, dejandose ver apenas, como para despertar su curiosidad. El joven se acercó, servicial, para responder la consulta de la enigmática mujer, pero se quedó atónito al asomarse por la ventanilla y ver una espectacular diosa, de enormes tetas, rostro perfecto, labios incitantes, piernas increíblemente torneadas y un diminuto vestido que poco hacía por cubrir su maravilloso cuerpo. “Estamos buscando la iglesia, pero no la podemos encontrar. ¿Serías tan amable de subirte e indicarnos el camino? Mi chofer es una diosa, pero todo lo que tiene de puta lo tiene de tonta y se pierde”, dijo Tania, sugestivamente, para llevar la atención del joven a su pelirroja esclava. El muchacho, entonces, miró hacia el asiento delantero, aprovechando que el cristal que separa ambas partes de la limusina estaba bajo, y pudo ver a una espectacular pelirroja de enormes tetas que le sonreía y se lo comía con la mirada, mientras se relamía los labios. El chico se sintió turbado, pero sin despreciar la oportunidad, subió y se sentó junto a la rubia, en el enorme asiento trasero, y aceptó gustoso la copa de champagne que la impactante mujer le ofreció, mientras el auto partía.

El muchacho bebió de su copa, mientras Tania lo distraía con conversaciones huecas, jugueteando con su pelo, recorriendo el borde de su pronunciado escote con un dedo provocador, o riendo tontamente de cualquier comentario que el chico balbucease. Cuando vio que los ojos del muchacho se pusieron vidriosos, Tania ordenó a Desiree que tomara rumbo al burdel, y que apenas encontrase un lugar apartado detuviese la marcha y se uniese a ellos en el asiento trasero, y volvió su mirada hacia el chico, que ya no entendía ni registraba lo que sucedía a su alrededor, excepto por su creciente necesidad de someterse a esa diosa a su lado, que ya se había quitado la parte superior del vestido, y acercaba a la cara del joven sus enormes y cautivantes tetas . No pasó mucho tiempo para que el chico estuviera de rodillas en el piso del auto, chupándole la pija a una extasiada Tania, que recitaba incesantemente todas las nuevas verdades que se metían en la cabeza del muchacho, mientras detrás suyo la fogosa pelirroja lo cogía sin piedad, cumpliendo las órdenes de su maravillosa Ama. Cuando llegaron al burdel, simplemente entregaron al joven a Andrés y volvieron a seguir patrullando el pueblo, mientras el chico se deshacía de placer al ser penetrado violentamente por el enorme negro.

EPILOGO

Tres semanas después, una nave dejaba la órbita terrestre cargada de putas trans, todas ellas en tal estado de excitación permanente, que les resultaba imposible concentrarse en otra cosa que no fuese implorar por pijas. Las gemelas pelirrojas eran la novedad en la nave, y los oficiales de menor rango se turnaron para entretenerse con Alondra en el camino de regreso a casa. Tania había aceptado ceder la propiedad de su esclava Desiree al capitán, a cambio de que él y la plana mayor de la nave la sometiesen a un intenso gang-bang donde la rubia ex-policía fuese protagonista, por lo que ahora la colorada esclava atendía con su boca, de rodillas, a todos esos oficiales, que esperaban en larga fila a que la pelirroja les mamase las pijas, uno por uno. Dos putas vestidas con disfraces de monjas eróticas al igual que varias disfrazadas de colegialas, recorrían los pasillos de la nave entreteniendo a muchos de los tripulantes que no pertenecían al oficialazgo. Sin dudas era uno de los mejores cargamentos que habían cosechado desde que iniciaron el plan de abastecimiento de los burdeles.

Marianne y Andrés hacían bromas a Tania sobre la orgía que había tenido con los oficiales de la nave, acusándola, en tono de broma, de haberse transformado en una puta insaciable, al tiempo que, a bordo de la limusina, recorrían por última vez el pueblo para garantizar que no se les hubiese escapado nadie. El paisaje era sensiblemente diferente, con parejas de mujeres paseando de la mano, besándose abiertamente en lugares públicos o simplemente seduciéndose mutuamente. En la puerta del negocio, la dueña de la boutique besaba y acariciaba apasionadamente a la exmujer del director del colegio, que tenía tomado de la mano a su hijo de apenas 16 años, que, vestido con un ajustado pantalón y remera corta y con modos levemente afeminados, miraba atónito lo que su madre hacía con la otra mujer. Andrés disminuyó la velocidad del coche al pasar junto a ellas, para que las mujeres viesen a Marianne, que bajó la ventanilla y se asomó levemente. Al reconocerla, la actual directora del colegio le guiñó un ojo y, apuntando discretamente a su hijo, dibujó un “…pronto…” en sus labios, provocando una maliciosa sonrisa en el Ama, que subió la ventanilla y ordenó a Andrés partir rumbo al siguiente pueblo.

Afortunadamente, las autoridades del planeta habían escuchado a Marianne y le habían provisto una nueva máquina, de 20 cámaras ultrarrápidas, que habían acortado el tiempo de transformación de 6 horas a sorprendentes 60 minutos, lo que aceleraría las cosechas notablemente. Pero, sin dudas, la mejor sorpresa había sido la nueva versión de la droga, atomizable, capaz de cubrir grandes espacios cerrados y disparar el deseo, la libido y descontrolar la excitación sexual de quienes ahí estuvieran casi instantáneamente, tal como la mujer lo había imaginado. Las imágenes en la cabeza de Marianne se dispararon, haciendo que su pija se pusiese dura como roca al fantasear con enormes vestuarios de hombres trenzados en tórridas orgías, hasta someterse a ella como sus nuevas putas, lo que Tania aprovechó para chupársela como buena sumisa que era.

Sin dudas, el próximo pueblo sería mucho más divertido de cosechar...